La voz del silencio.
Dedicado
a los pocos
Prefacio
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AsÍ
es que, como muchos de estos preceptos los sé de memoria, su traducción ha sido
para mí un trabajo relativamente fácil.
Bien
sabido es que, en la India, los métodos de desarrollo psíquico varían según los
Gurús (preceptores o maestros), no sólo por el hecho de pertenecer a diversas
escuelas filosóficas, de las cuales se cuentan seis, sino también porque cada
Gurú tiene su propio sistema, que, en general, mantiene muy secreto. Pero, más
allá de los Himalayas, el método seguido en las escuelas esotéricas no varia, a
menos que el Gurú sea un simple Lama de conocimientos no mucho mayores que los
de aquellos a quienes enseña.
La
obra a que pertenecen los fragmentos que aquí traduzco, forma parte de aquella
misma serie de la cual han sido sacadas las estancias del Libro de Dzyan, en
las que está basada la Doctrina Secreta. El Libro de los preceptos de oro
reclama igual origen que la gran obra mística denominada Paramârtha, la cual,
según nos dice la leyenda de Nâgârjuna, fue entregada al gran Arhat por los
Nagas o «serpientes» (título que se daba a los antiguos Iniciados). Sin
embargo, sus máximas y sus ideas, aunque nobles y originales, se encuentran con
frecuencia bajo formas diversas en las obras sánscritas tales como el
Dnyaneshari, soberbio tratado místico en el cual Krishna describe a Arjuna con
brillantes colores la condición de un Yogui plenamente iluminado; y también en
ciertos Upanishads. Esto es muy natural, puesto que, si no todos, la inmensa
mayoría de los más grandes Arhats, los primeros discípulos de Gautama Buddha,
eran indos y arios, y no mongoles, especialmente aquellos que emigraron al
Tíbet. Las obras dejadas sólo por Aryasanga son numerosísimas.
Los
Preceptos originales están grabados en delgadad placas cuadrangulares, muchas
de las copias lo están en discos. Tales discos o placas se guardan generalmente
en los altares de los templos anexos a los centros en que se hallan
establecidas las escuelas llamadas «contemplativas» o Mahâyânas (Yogachârya).
Están escritos de distintas maneras, algunas veces en tibetano, pero
principalmente en caracteres ideográficos.
La
lengua sacerdotal (Senzar), además de tener su alfabeto propio, puede ser
expresada por medio de varios sistemas de escritura cifrada, cuyos caracteres
participan más de la naturaleza del ideograma que de las sílabas.
Otro
método (lug, en tibetano) consiste en el empleo de los números y colores, cada
uno de los cuales corresponde a una letra del alfabeto tibetano (que consta de
treinta letras simples y setenta y cuatro compuestas), formando así un alfabeto
criptográfico completo. Cuando se emplean los signos ideográficos, hay una
manera definida de leer el texto, pues en tal caso los símbolos y signos usados
en astrología -esto es, los doce animales del Zodiaco y los siete colores
primarios, cada uno de ellos triple en gradación o matiz, a saber: claro,
primario y oscuro- representa las treinta y tres letras del alfabeto simple, en
lugar de palabras y frases.
Porque
en este método, los doce "animales" repetidos cinco veces y asociados
con los cinco elementos y los siete colores, proporcionan un alfabeto completo,
compuesto de sesenta letras sagradas y doce signos. Un signo colocado al
principio del texto determina si el lector tiene que descifrarlo según el
sistema indio, en el cual cada palabra es simplemente una adaptación sánscrita,
o si debe hacerlo con arreglo al principio chino de leer los signos
ideográficos. El método más fácil,
sin embargo, es aquel que permite al lector no emplear
ninguna lengua especial, o emplear la que más le plazca, puesto que los signos
y símbolos eran, como los guarismos o números arábigos, propiedad común e
internacional entre los místicos iniciados y sus discípulos. La misma
peculiaridad es característica de una de las formas de escritura china, la cual
puede ser leída con igual facilidad por cualquiera que conozca los caracteres;
por ejemplo, un japonés puede leerla en su propia lengua tan fácilmente como un
chino en la suya.
El
Libro de los preceptos de oro -algunos de los cuales son prebúddhicos, mientras
que otros pertenecen a una época posterior- contiene unos noventa pequeños
tratados distintos. De éstos aprendí, hace años, treinta y nueve de memoria.
Para traducir los restantes, tendría que recurrir a multitud de notas
diseminadas entre los papeles y cuadernos de apuntes coleccionados durante los
últimos veinte años y jamás puestos en orden, siendo su número demasiado grande
para que la tarea resultara cosa fácil. Por otra parte tampoco podrían ser
todos ellos traducidos y presentados a un mundo sobrado, egoísta y apegado a
los objetos de los sentidos, para estar en disposición de recibir en su
verdadero espíritu una moral tan sublime. Pues, a no ser que el hombre
persevere formalmente en su empeño de lograr el conocimiento de sí mismo, jamás
prestará complaciente oído a reflexiones y enseñanzas de tal naturaleza.
Y
sin embargo, semejante ética llena volúmenes y más volúmenes en la literatura
oriental, especialmente en los Upanishads. «Mata todo deseo de vida», dice
Krishna a Arjuna. Tal deseo radica tan sólo en el cuerpo, el vehículo del Yo
encarnado, no en el YO que es «eterno, indestructible, que ni mata ni es
matado». (Katha Upanishad.) «Mata la sensación», enseña el Sutta Nipáta;
«considera iguales el placer y el dolor, la ganancia y la pérdida, la victoria
y la derrota». Además: busca tu refugio solamente en la «eterno». (Idem.)
«Destruye el sentimiento de separatividad», repite Krishna en todas formas. «La
mente (Manas) que seabandona a los errantes sentidos, deja el alma (Buddhi) tan
desvalida como la barquilla que es arrebatada por el huracán sobre las olas».
(Bhagavad Gíta, II, 67.)
Por
lo tanto, se ha considerado más oportuno hacer una juiciosa selección tan sólo
de aquellos tratados que son más provechosos a los pocos místicos verdaderos de
la Sociedad Teosófica, y que con seguridad responderán a sus necesidades. Éstos
son los únicos que apreciarán aquellas palabras de Krishna-Christos, el Yo
Superior:
«Los
sabios no se afligen ni por los vivos ni por los muertos. Jamás he dejado yo de
existir, ni tú, ni ninguno de estos caudillos, ni tampoco dejará de existir en
lo venidero ninguno de nosotros». (Bhagavad-Gíta, II, 11-12.)
En
esta traducción me he esmerado todo lo posible para conservar la poética
belleza del lenguaje y las imágenes que caracterizan al original. Hasta qué
punto ha coronado el éxito mis esfuerzos, el lector es quien ha de juzgarlo.
Fragmento
primero
La
voz del silencio
Las
presentes instrucciones son para aquellos que ignoran los peligros de los IDDHI
inferiores.
Aquel
que pretenda oír la voz del Nada «el Sonido insonoro», y comprenderla, tiene
que enterarse de la naturaleza del Dâranâ.
Habiéndose
vuelto indiferente a los objetos de percepción debe el discípulo ir en busca
del
Rajá
(rey) de los sentidos, al Productor del pensamiento, aquel que despierta la
ilusión.
La
Mente es el gran destructor de lo Real.
Destruya
el discípulo al Destructor.
Porque:
Cuando
su propia forma le parezca ilusoria, como al despertar, todas las formas que en
sueños ve.
Cuando
él haya cesado de oír los muchos sonidos, entonces podrás discernir el UNO, el
sonido interno que mata el externo.
Entonces
únicamente, y no antes, abandonará la región de Asat, lo falso, para entrar en
el reino de Sat, lo verdadero.
Antes de que el alma pueda ver, debe haberse alcanzado
la Armonía interior, y los ojos carnales han de estar cegados a toda ilusión.
Antes
de que el alma pueda oír, es menester que la imagen (ho mbre) se vuelva tan
sorda a los rugidos como a los susurros; a los bramidos de los elefantes
furiosos, como al zumbido argentino de la dorada mosca de fuego.
Antes
de que el alma sea capaz de comprender y recordar, debe estar unida con el
Hablante silencioso, de igual modo que la forma en la cual se modela la arcilla,
lo está al principio con la mente del alfarero.
Porque
entonces el alma oirá y recordará.
Y
entonces al oído interno habla y dirá:
Si
tu alma sonríe mientras se baña en la luz del Sol de tu vida; si canta tu alma
dentro de su crisálida de carne y materia; si llora en su castillo de
ilusiones; si pugna por romper el hilo argentino que la une al MAESTRO sabe,
discípulo, que tu alma es de la tierra.
Cuando
tu alma en capullo presta oído al bullicio mundanal; cuando responde a la
rugiente voz de la Gran Ilusión; cuando temerosa a la vista de las ardientes
lágrimas de dolor, y ensordecida por los gritos de desolación, se refugia tu
alma, a manera de cautelosa tortuga, dentro de la concha de la PERSONALIDAD,
sabe, discípulo, que tu alma es altar indigno de su «Dios» silencioso.
Cuando,
ya más fortalecida, tu alma se desliza de su seguro refugio, y arrancándose del
tabernáculo protector, extiende su hilo de plata y se lanza adelante; cuando al
contemplar su imagen en las olas del Espacio, murmura: «Éste Soy yo», declara,
discípulo, que tu alma está presa en las redes de la ilusión.
Esta
tierra, discípulo, es la Mansión de dolor, en donde hay colocados, a lo largo
del Sendero, de tremendas pruebas, diferentes lazos para recoger a tu YO,
engañado con la ilusión llamada «Gran Herejía».
Esta
tierra, oh ignorante discípulo, no es sino el sombrío vestíbulo por el cual uno
se encamina al crepúsculo que precede al valle de la luz verdadera; luz que
ningún viento puede extinguir; luz que arde sin pabilo ni combustible.
Dice
la gran Ley: «Para llegar a ser CONOCEDOR del YO ENTERO debes primeramente ser
conocedor del YO». Para lograr el conocimiento de tal YO, tienes que abandonar
el Yo al No- Yo, el Ser al No-Ser, y entonces podrás tú responder entre las
alas de la GRAN AVE. Sí, dulce es el reposo entre las alas de aquello que no ha
nacido ni muere, antes bien es el AUM a través de las eternidades
Monta
en el Ave de Vida, si pretendes saber.
Abandona
tu vida, si quieres vivir.
Tres
Vestíbulos, oh fatigado peregrino, conducen al término de los penosos trabajos.
Tres
Vestíbulos,
oh vencedor de Mara, te conducirán por tres diversos estados al cuarto, y de
allí a los siete mundos, a los mundos del Eterno Reposo.
Si
deseas saber sus nombres, oye y recuerda:
El
nombre del primer Vestíbulo es Ignorancia (Avidya).
Es
el Vestíbulo en que tú viste la luz, en que vives y en que morirás.
E]
nombre del segundo es Vestíbulo de la Instrucrión. En él encontrará tu alma las
flores de vida, pero debajo de cada flor una serpiente enroscada.
El
nombre del tercer Vestíbulo es Sabiduría, más allá de la cual se extienden las
aguas sin orillas de AKSHARA, la fuente inagotable de Omnisciencia.
Si
quieres cruzar seguro el primer Vestíbulo, haz que tu mente no tome por la Luz
del Sol de Vida los fuegos de concupiscencia que allí arden.
Si
pretendes cruzar sano y salvo el segundo, no te detengas a aspirar el
aletargador perfume de sus flores. Si de las cadenas kármicas quieres
libertarte, no busques tu Gurú en aquellas mayávicas regiones.
Los
SABIOS no se detienen jamás en los jardines de recreo de los sentidos.
Los SABIOS desoyen las halagadoras voces de la
ilusión.
Aquel
que ha de darte nacimiento, búscalo en el Vestíbulo de la Sabiduría, el
Vestíbulo que está situado más allá, en donde son desconocidas todas las
sombras y donde la luz de la verdad brilla con gloria inmarcesible.
Aquello
que es increado reside en ti, discípulo, como reside en aquel Vestíbulo. Si
quieres llegar a él y fundir los dos en uno, debes despojarte de las negras
vestiduras de la ilusión.
Acalla
la voz de la carne, no consientas que ninguna imagen de los sentidos se
interponga entre su luz y la tuya, para que así las dos puedan confundirse en
una. y tan pronto te hayas persuadido de tu propio Agnyana, huye del Vestíbulo
de la Instrucción. Este Vestíbulo, tan peligroso en su pérfida belleza es
necesario sólo para tu prueba. Cuidado, lanú, no sea que, deslumbrada por el
resplandor ilusorio, se detenga tu alma, y en su engañosa luz quede presa.
Esta
luz radiante emana de la joya del Gran Engañador (Mara); hechiza los sentidos,
ciega la mente, y convierte al incauto en un náufrago desvalido.
La
pequeña mariposa, atraída por la deslumbradora luz de tu lámpara de noche, está
condenada a perecer en el viscoso aceite. El alma imprudente que deja de luchar
aferrarla con
el
demonio burlón de la ilusión, volverá a la tierra como esclava de Mara.
Contempla
las legiones de almas. Mira cómo se ciernen sobre el proceloso mar de la vida
humana, y cómo exhaustas, perdiendo sangre, rotas las alas, caen una tras otra
en las encrespadas olas. Sacudidas por los huracanes, acosadas por el furioso
vendadal, precipítanse en los regolfos, y desaparecen abismadas en el primer
gran vórtice.
Si desde
el Vestíbulo de la Sabiduría pretendes pasar al Valle de Bienaventuranza,
cierra por completo tus sentidos, discípulo, a la grande y espantable herejía
de separatividad que te aparta de los demás.
No
permitas que tú «nacido del Cielo», sumido en el mar de Maya, se desprenda del
Padre Universal (ALMA), antes deja que el ígneo Poder se retire al recinto más
interno, la cámara del corazón y morada de la Madre del Mundo.
Entonces,
desde el corazón aquel Poder ascenderá a la región sexta, la región media, el
lugar situado entre tus ojos, cuando se convierte en el aliento del ALMA UNA,
la voz que todo la llena, la voz de tu Maestro.
Sólo
entonces podrás tú convertirte en «Paseante del Cielo», que con su planta
huella las auras sobre las olas, sin que a su paso los pies toquen las aguas.
Antes
de que puedas sentar el pie en el peldaño superior de la escala, la escala de
los místicos sonidos, tienes que oír la voz de tu Dios interno de siete modos
distintos.
Como
la melodiosa voz del ruiseñor entonando un canto de despedida a su compañera,
es el primero.
Percíbese
el segundo a la manera del sonido de un címbalo argentino de los Dhyanis,
despertando las centelleantes estrellas.
Suena
el siguiente como el lamento melodioso del espíritu del océano aprisionado
dentro de su concha.
Y
éste va seguido del canto de la Vina.
El
quinto, a manera de flauta de bambú, suena vibrante en tu oído.
Y
luego se convierte en sonido de trompeta.
El
último vibra como el sordo retumbar de una nube tempestuosa.
El
séptimo absorbe todos los demás sonidos. Éstos se extinguen, y no se les vuelve
a oír más.
Cuando
los seis han sido muertos y abandonados a los pies del Maestro, entonces el
discípulo está sumido en el UNO, se convierte en este UNO, y en él vive.
Antes
de entrar en aquel sendero, debes destruir tu cuerpo lunar expurgar tu cuerpo
mental y purificar tu corazón.
Las
puras aguas de eterna vida, claras y cristalinas, no pueden mezclarse con los
cenagosos torrentes del tempestuoso monzón.
La gota de rocío celeste que acariciada por el primer
rayo de sol matutino, brilla en el seno del loto, una vez caída al suelo,
conviértese en barro; mira: la perla es ahora una partícula de cieno.
Lucha
ron tus pensamientos impuros antes que ellos te dominen. Trátalos como
pretenden ellos tratarte a ti, porque, si usando de tolerancia con ellos,
arraigan y crecen, sábelo bien, estos pensamientos te subyugarán y matarán.
Cuidado, discípulo, no permitas que ni aun la sombra de ellos se acerque a ti.
Porque crecerá, aumentará en magnitud y poder, y entonces esta cosa de
tinieblas absorberá tu ser antes que te hayas dado cuenta de la presencia del
monstruo negro y abominable.
Antes
que el «místico Poder» pueda hacer de ti un dios, oh lanú, debes haber
adquirido la facultad de destruir a voluntad tu forma lunar.
El
YO material y el Yo espiritual jamás pueden estar juntos. Uno de los dos tiene
que desaparecer: no hay lugar para entrambos.
Antes
de que la mente de tu alma pueda comprender, el capullo de la personalidad debe
ser aplastado, y el gusano del sensualismo ha de ser aniquilado, sin
resurrección posible.
No
puedes recorrer el Sendero antes de que tú te hayas convertido en el Sendero
mismo.
Haz
que tu alma preste oído a todo grito de dolor, de igual modo que descubre su
corazón el loto para absorber los rayos del sol matutino.
No
permitas que el sol ardiente seque una sola lágrima de dolor, antes que tú
mismo la hayas enjugado en el ojo del afligido.
Pero
deja que las ardientes lágrimas humana s caigan una por una en tu corazón, y
que en él permanezcan sin enjugarlas, hasta que se haya desvanecido el dolor
que las causara.
Estas
lágrimas, oh tú de corazón muy compasivo, son los arroyos que riegan los campos
de caridad inmortal. En este suelo es donde crece la flor de la medianoche, la
flor de Buddha, más difícil de encontrar y más rara de ver que la flor del
árbol Vogay. Es la semilla que libra del renacimiento al Arhat a cubierto de
toda lucha y concupiscencia, y le guía a través de las regiones del Ser a la
paz y beatitud conocidas únicamente en la región del Silencio y del No-Ser.
Mata
el deseo; pero si lo matas, vigila atentamente, no sea que de entre los muertos
se levante de nuevo.
Mata
el amor a la vida, pero si matas el tanha, procura que no sea por la sed de
vida eterna, sino para sustituir lo pasajero con la perdurable.
Nada
desees. No te irrites contra el Karma ni contra las leyes inmutables de la
Naturaleza.
Lucha
tan sólo contra lo personal, lo transitorio, efímero y perecedero.
Ayuda
a la Naturaleza y con ella trabaja, y la Naturaleza te considerará como uno de
sus creadores y te prestará obediencia.
Y
ante ti abrirá de par en par las puertas de sus recintos secretos, y pondrá de
manifiesto ante tus ojos los tesoros ocultos en las profundidades mismas de su
seno puro y virginal. No contaminados por la mano de la materia, muestra ella
sus tesoros únicamente al ojo del Espíritu, ojo que jamás se cierra, y para el
cual no hay velo alguno en todos sus reinos.
Entonces
te indicará los medios y el camino, la puerta primera y la segunda y la
tercera, hasta la misma séptima. Y luego te mostrará la meta, más allá de la
cual hay, bañadas en la luz del sol del Espíritu, glorias inefables, únicamente
visibles para los ojos del alma.
Sólo
existe una vereda que conduzca al sendero; sólo al término de ella puede oírse
la «Voz del Silencio». La escala por la cual asciende el candidato está formada
por peldaños de sufrimiento y de dolor: éstos únicamente pueden ser acallados
por la voz de la virtud. ¡Ay de ti, discípulo, si queda un solo vicio que no
hayas dejado atrás! Porque entonces la escala cederá bajo tus plantas y te
precipitará: su base descansa en el profundo senegal de tus pecados y defectos,
y antes que puedas aventurarte a cruzar este ancho abismo de materia, tienes que
lavar tus pies en las aguas de la Renunciación. Sé precavido, no sea que pongas
un pie todavía manchado en el peldaño inferior de la escala. ¡Ay de aquel que
se atreva a ensuciar con sus pies fangosos un escalón tan solo! El cieno
inmundo y pegajoso se secará, se hará tenaz, pegará sus pies en aquel sitio, y
como el pájaro cogido
en la liga del cazador astuto, quedará imposibilitado
para un nuevo progreso. Sus vicios adquirirán forma, y le arrastrarán hasta el
fondo. Sus pecados levantarán la voz, semejante a la risa y al plañido del
chacal después de la puesta del sol; sus pensamientos se convertirán en un
ejército, y se lo llevarán tras sí como a un esclavo.
Mata
tus deseos, lanú; reduce tus vicios a la impotencia, antes de dar el primer
paso en el solemne viaje.
Ahoga
tus pecados, enmudécelos para siempre, antes de levantar un pie para subir la
escala.
Aquieta
tus pensamientos y fija toda la atención en tu Maestro, a quien todavía no ves,
pero a quien tú sientes.
Funde
tus sentidos en un solo sentido, si quieres estar seguro contra el enemigo. Por
medio de este sentido único, que está oculto en la concavidad de tu cerebro, es
como puede mostrarse ante los ofuscados ojos de tu alma el escarpado sendero
que a tu Maestro conduce.
Largo
y penoso es el camino que tienes ante ti, discípulo. Un solo pensamiento acerca
de lo pasado que dejaste en pos de ti, te arrastrará al fondo, y tendrás que
emprender de nuevo la subida.
Mata
en ti mismo todo recuerdo de pasadas experiencias. No mires atrás, o estás perdido.
No
creas que pueda extirparse la concupiscencia satisfaciéndola o saciándola, pues
esto es una abominación inspirada por Mara. Alimentando al vicio es como se
desarrolla y adquiere fuerza, a la manera del gusano que se ceba en el corazón
de la flor.
La
rosa tiene que convertirse nuevamente en el capullo nacido de su tallo
generador, antes que el parásito haya roído su corazón y chupado su savia
vital.
El
árbol de oro produce las yemas preciosas antes que la tormenta haya maleado su
tronco.
El
discípulo ha de recobrar el estado infantil que perdió, antes que el sonido
primero pueda herir su oído.
La
luz del Maestro UNO, la luz áurea e inextinguible del Espíritu, lanza desde el
principio mismo sus refulgentes rayos sobre el discípulo. Sus rayos pasan a
través de las densas y oscuras nubes de la materia.
Ora
aquí, ora allí, estos rayos la iluminan, de igual modo que a través del espeso
follaje de la selva los rayos del sol alumbran la tierra. Pero, a menos de ser
pasiva la carne, fría la cabeza, y el alma tan firme y pura como deslumbrador
diamante, sus irradiaciones no llegarán a la cámara, sus rayos no calentarán el
corazón, ni los místicos sonidos de las alturas Afásicas llegarán al oído del
discípulo, a pesar de todo su entusiasmo, en el grado inicial.
A
menos de oír, tú no puedes ver.
A
menos de ver, tú no puedes oír. Oír y ver: he aquí el segundo grado.
Cuando
el discípulo ve y oye, y cuando huele y gusta teniendo cerrados los ojos, los
oídos, la boca y la nariz; cuando los cuatro sentidos se confunden y se hallan
prestos a pasar al quinto, al del tacto interno, entonces ha pasado él al grado
cuarto.
Y en
el quinto, oh matador de tus pensamientos, todos éstos tienen que ser muertos
de nuevo sin esperanza alguna de reanimación.
Aparta
tu mente de todos los objetos externos, de toda visión exterior. Aparta las
imágenes internas, no sea que proyecten una negra sombra en la luz de tu alma.
Tú
estás ahora en el DHARANA, el grado sexto.
Una
vez hayas pasado al séptimo, oh tú dichoso, no verás ya más el Tres sagrado,
porque tú mismo habrás venido a ser dicho Tres. Tú mismo y la mente, como
gemelos en una línea, y la estrella, que es tu meta, ardiendo encima de tu
cabeza. Los tres que moran en la gloria y bienaventuranza inefables han perdido
ahora sus nombres en el mundo de Maya. Se han convertido en una estrella única,
el fuego que arde pero que no consume, aquel fuego que es el Upadhi de la
Llama.
Y
esto, oh Yogui afortunado, es lo que los hombres denominan Dhyâna el precursor
dírecto del Samâdhi.
Y
ahora tú Yo se halla perdido en el YO, tú mismo en TI MISMO, sumido en AQUEL YO
del cual tú emanaste primitivamente.
¿En dóde está tú individualidad, lanú? ¿En dónde está
el lanú mismo? Es la chispa perdida en el fuego, la gota en el océano, el rayo
siempre presente convertido en el Radiación universal y eterna.
Y
ahora, lanú, tú eres el agente y el testigo, el radiador y la radiación, la Luz
en el Sonido y el Sonido en la Luz.
Conoces
ya los cinco obstáculos, oh tú bienaventurado. Tú eres su vencedor, el Maestro
del sexto, el expositor de los cuatro modos de Verdad. La luz que sobre ellos
se difunde, radia de ti mismo, oh tú, que fuiste discípulo y eres en la
actualidad Maestro.
Y en
cuanto a estos modos de Verdad:
¿No
has pasado tú por el conocimiento de toda miseria, la Verdad primera?
¿No
has vencido al Rey de los Maras en Tsí, el pórtico de la asamblea, la verdad
segunda?
¿No
has exterminado el pecado en la tercera puerta, y adquirido la Verdad tercera?
¿No
has entrado en el Tau, el «Sendero» que conduce al conocimiento, la verdad
cuarta?
Y
ahora reposa bajo el árbol Bodhi, que es la perfección de todo conocimiento;
porque sábelo, tú eres Maestro de SAMADHI. El estado de visión perfecta.
¡Mira!
Tú has llegado a ser la Luz, tú te has convertido en el Sonido, tú eres tu
Maestro y tú Dios. Tú eres TÚ MISMO, el objeto de tus investigaciones, la
incesante VOZ que resuena a través de las eternidades, libre de cambio, exenta
de pecado, los siete sonidos en uno, la VOZ DEL SILENCIO.
OM
TAT SAT
Fragmento
segundo
Los
dos senderos
Y
ahora, oh Maestro de Compasión, indica el camino a los demás hombres. Contempla
a todos aquellos que, llamando para ser admitidos. Esperan en la ignorancia y
en las tinieblas ver abierta repentinamente la puerta de la ley suave.
La
voz de los candidatos:
¿No
revelarás tú, Maestro de tu propia clemencia, la Doctrina del Corazón?
¿Rehusarás guiar
a
tus siervos al Sendero de Liberación?
Dice
el Maestro:
Los
Senderos son dos; las grandes Perfecciones, tres: seis son las Virtudes que
trasforman el cuerpo en el Arbol del Conocimiento.
¿Quién
se aproximará a ellos?
¿Quién
será el primero que en ellos entrará?
¿Quién
oirá primeramente la doctrina de los dos Senderos en uno, la verdad sin ve lo
acerca del Corazón Secreto?
La
ley que, rehuyendo el estudio, enseña la Sabiduría, revela una historia de
angustias.
¡Ah!
Triste cosa es que todos los hombres posean Alaya, que sean uno con la Alma
grande, y que, poseyéndola, Alaya les aproveche tan poco.
Contempla
cómo, a semejanza de la luna que se refleja en las aguas tranquilas, Alaya es
reflejada por lo pequeño y lo grande, se reverbera en los átomos más diminutos,
y sin embargo, no logra alcanzar el corazón de todos. ¡Ah, qué tan pocos
hombres se aprovechen el don, del inapreciable beneficio de aprender la verdad,
de lograr la verdadera percepción de las cosas existentes, el conocimiento de
lo no existente!
Dice
el discípulo:
Oh
Maestro, ¿qué debo yo hacer para alcanzar la Sabiduría?
Oh
tú, sabio, ¿qué haré para obtener la perfección?
Dice
el Maestro:
Ve
en busca de los Senderos. Pero, oh lanú, sé limpio de corazón antes de
emprender el viaje.
Antes
de dar el primer paso, aprende a discernir lo verdadero de lo falso, lo siempre
fugaz de lo sempiterno. Aprende sobre todo a distinguir la Sabiduría de la
Cabeza, de la Sabiduría del
Alma;
la doctrina del «Ojo», de la del «Corazón».
Verdaderamente, la ignorancia se asemeja a un vaso
cerrado y sin aire; el alma es como un pajarilla preso en su interior. No
gorjea ni puede mover una pluma, mudo y aletargado queda el cantor, y exhausto
muere.
Pero
aun la ignorancia misma es preferible a la Sabiduría de la Cabeza, si ésta no
tiene la Sabiduría del Alma para iluminarla y dirigirla.
Las
semillas de Sabiduría no pueden germinar y desarrollarse en un espacio sin
aire. Para vivir y cosechar experiencia, necesita la mente anchura y
profundidad y fines que la atraigan al Alma-Diamante. No busques tales fines en
el reino de Maya; remóntate por encima de las ilusiones, busca al eterno e
inmutable Sat, desconfiado de las falsas sugestiones de la fantasía.
Porque
la mente es parecida a un espejo; cúbrese de polvo mientras refleja. Ha
menester de las suaves brisas de la Sabiduría del Alma para que arrebaten el
polvo de nuestras ilusiones.
Procura,
principiante, fundir tu mente con tu Alma.
Huye
de la ignorancia, huye igualmente de la ilusión. Aparta tu faz de las
decepciones mundanales; desconfía de tus sentidos, porque son falsos. Pero en
lo interior de tu cuerpo, en el sagrario de tus sensaciones, busca en lo
impersonal al «hombre eterno», y una vez lo hayas encontrado, mira hacia
dentro: eres Buddha.
Apártate
del aplauso, oh tú, devoto. El aplauso conduce al engaño propio. Tu cuerpo no
es el yo; tu YO existe por sí mismo independientemente del cuerpo, y no le
afectan ni los elogios ni los vituperios.
La
propia alabanza, discípulo, es a manera de una torre elevada, a la cual ha
subido un loco presuntuoso, que permanece allí en orgullosa soledad e
inadvertido de todos, excepto de él mismo.
El
falso saber es desechado por el sabio y esparcido a los vientos por la buena
ley. Su rueda gira para todos, así para el humilde como para el soberbio. La
«Doctrina del Ojo» es para la multitud; la «Doctrina del Corazón» es para los
elegidos. Los primeros repiten con orgullo: «Ved, yo sé»; los segundos,
aquellos que humildemente han recogido la cosecha, en voz baja dicen: «Así he
oído yo».
«Gran
Tamizador» es el nombre de la «Doctrina del Corazón», discípulo.
La
rueda de la buena ley se mueve rápidamente. Muele de noche y de día. Separa del
dorado grano la despreciable cascarilla, y de la harina los desechos. La mano
del Karma guía la rueda, y sus vueltas marcan los latidos del corazón kármico.
El verdadero
saber es la harina; la falsa ciencia es la cascarilla. Si quieres comer el pan
de Sabiduría, tienes que amasar tu harina ron las límpidas aguas de Amrita;
pero si amasas tú escorias con el rocío de Maya no harás sino preparar alimento
para las negras palomas de la muerte, para las aves de nacimiento, miseria y
dolor.
Si
te dicen que, para convertirte en un Arhán tienes que dejar de amar a todos los
seres, diles que mienten.
Si
te dicen que, para conseguir la liberación, has de odiar a tu madre y
desatender a tu hijo, negar a tu padre y llamare «amo de casa», renunciar a
toda compasión por el hombre y el animal, diles que su lengua es falaz.
Esto
enseñan los Tirthikas, los incrédulos.
Si
te enseñan que el pecado nace de la acción, y la bienaventuranza de la inacción
absoluta, diles entonces que yerran. La falta de continuidad de la acción
humana; la liberación de la esclavitud de la mente por medio de la cesación del
pecado y de los vicios, no son para «Yos-Deva». Tal dice la «Doctrina del Corazón».
El
Dharma del «Ojo» es la encarnación de lo externo y de lo no existente.
El
Dharma del «Corazón» es la encarnación de Bodhi; lo Permanentemente y lo
Sempiterno.
La
lámpara arde con brillantez cuando la mecha y el aceite son puros. Para
purificarlos es menester un purificador. La llama no experimenta el proceso de
purificación. «Las ramas de un árbol son sacudidas por el viento; el tronco
permanece inmóvil».
La
acción e inacción pueden hallar juntas cabida en ti; agitado tu cuerpo,
tranquila tu mente, tan nítida tu Alma como un lago de la montaña.
¿Quieres tú convertirte en un Yogui del «Círculo del
tiempo»?
Entonces,
oh lanú:
No
creas que viviendo en selvas sombrías, en orgulloso retiro y apartamiento de
los hombres, no creas tú que alimentándote sólo con hierbas y raíces y
mitigando la sed con la nieve de la gran Cordillera; no creas tú, devoto, que
todo esto pueda conducirte a la meta de la liberación final.
No
imagines que con quebrantar tus huesos y lacerar tus carnes te unas a tu «yo
silencioso».
No
pienses que una vez vencidos los pecados de tu forma grosera, oh Víctima de tus
sombras queden cumplidos tus deberes para con la Naturaleza y el hombre.
Los
bienaventurados han desdeñado obrar de tal suerte. El León de la Ley, el Señor
de
Misericordia
al descubrir la verdadera causa de la miseria humana, abandonó inmediatamente
el dulce pero egoísta reposo de la selva tranquila. De Aranyaka , pasó a ser
Maestro de la humanidad. Después de haber Julai entrado en el Nirvana, predicó
en el monte y el llano, y pronunció discursos en las ciudades, a los Devas, a
los hombres ya los dioses.
Siembra
buenas acciones, y recogerás el fruto de ellas. La inacción en una obra de
caridad, viene a ser acción en un pecado mortal.
Así
habla el Sabio:
¿Te
abstendrás de la acción? No es así como alcanzará tu alma su libertad. Para
llegar al
Nirvana,
debe uno conseguir el conocimiento de Sí mismo; y el conocimiento de Sí mismo
es hijo de las buenas obras.
Ten
paciencia, candidato, como aquel que no teme ningún fracaso, ni acaricia
triunfo alguno.
Fija
la mirada de tu alma en la estrella cuyo rayo eres tú, en la estrella flamígera
que resplandece en los tenebrosos abismos del eterno Ser, en las regiones sin
límites de lo
Desconocido.
Ten
perseverancia, como aquel que resiste eterna mente. Tus sombras viven y se
desvanecen; aquello que en ti vivirá siempre, aquello que en ti conoce, porque
es el conocimiento, no está dotado de vida efímera, es el hombre que fue, es y
será, y para quien jamás sonará la hora.
Si
pretendes lograr dulce paz y reposo, discípulo, siembra con las semillas del
mérito los campos de las cosechas venideras. Acepta las miserias del
nacimiento.
Pasa
de la luz del sol a la sombra para hacer más sitio a otros. Las lágrimas que
riegan el árido suelo de dolores y tristezas, hacen brotar las flores y los
frutos de retribución kármica. Del horno de la humana vida y de su negro humo
elévanse llamas aladas, llamas puras, que remontándose más y más bajo el ojo
kármico, tejen al fin la tela gloriosa de las tres vestiduras del Sendero.
Estas
vestiduras son: Nirmânakâya, Sambhoga Kâya y Dharmakâya, la sublime vestidura.
La
vestidura Shangna, puede verdaderamente proporcionar la luz eterna. La
vestidura Shangna sólo da el Nirvana de destrucción; pone término al
renacimiento, pero, oh lanú, también mata la compasión. Los Buddhas perfectos
que están revestidos de la gloria de
Dharmakâya,
no pueden ya coadyuvar a la salvación del hombre. ¡Ah!, ¿serán todos los YOS
sacrificados al Yo; la humanidad al bienestar de Unidades?
Sabe,
principiante, que éste es el SENDERO patente, el camino que conduce a la
bienaventuranza egoísta, despreciada por los Boddhisattvas del «Corazón
Secreto», los
Buddhas
de Compasión.
Vivir
para el bien de la humanidad, es el primer paso. Practicar las seis virtudes
gloriosas, es el segundo.
El
tomar para sí la humilde vestidura del Nirmanakâya, es renunciar a la eterna
felicidad de uno mismo, para contribuir a la salvación del hombre El obtener la
bienaventuranza del Nirvana y renunciar luego a ella, es el paso final,
supremo, el más alto en el Sendero de la Renunciación.
Sabe,
discípulo, que éste es el SENDERO secreto escogido por los Buddhas de
Perfección que han sacrificado el YO a los Yos más débiles.
Empero; si la «Doctrina del Corazón» es de un vuelo
excesivamente elevado para ti; si has menester de auxilio para ti mismo y temes
ofrecérselo a los demás, entonces, oh tú de corazón tímido, sábelo con tiempo,
conténtate con la «Doctrina del Ojo» de la Ley.
Espera,
no obstante. Porque si el «Sendero secreto» es inaccesible para ti en este
«día», estará a tu alcance «mañana». No olvides que ningún esfuerzo, ni aun el
más insignificante, así en buena como en mala dirección, puede desvanecerse del
mundo de las causas. Ni aun el disipado humo queda sin huella. «Una palabra
dura pronunciada en pasadas vidas, no es destruida, vuelve de nuevo». No
nacerán rosas del pimentero, ni la argentina estrella del perfumado jazmín se
convertirá en una espina o un cardo.
Puedes
tú crear en este «día» las eventualidades para tu «maña na». En la «Gran
Jornada», las causas a cada hora sembradas llevan consigo, cada una de ellas,
su cosecha de efectos, porque la inflexible Justicia rige el mundo. Con
poderoso impulso de acción que jamás yerra, aporta a los mortales vidas de
felicidad o de sufrimiento, progenie kármica de todos nuestros anteriores
pensamientos y actos.
Atesora,
pues, por tanto mérito como hay en reserva para ti, oh tú de corazón paciente.
Ten buen ánimo y conténtate con tu suerte. Tal es tu Karma, el Karma del cielo
de tus nacimientos, el destino de aquellos que en su dolor y tristeza, han
nacido al mismo tiempo que tú, regocíjate y llora de vida en vida, encadenado a
tus acciones pasadas.
Trabaja
para ellos «hoy», y ellos trabajarán para ti «mañana».
De
la yema de la Renuncia del Yo, brota el dulce fruto de la Liberación final.
Condenado
a perecer está aquel que, por miedo a Mara, se abstiene de ayudar al hombre,
como no sea en provecho propio. El peregrino que ansía refrescar sus secos
labios en las aguas vivas, y sin embargo no se atreve a lanzarse en ellas por
temor a la corriente, se expone a sucumbir de calor. La inacción originada del
miedo egoísta, no puede producir sino malos frutos.
El
devoto egoísta vive sin objeto alguno. El hombre que no desempeña la tarea que
tiene asignada en la vida, ha vivido en vano.
Sigue
la rueda de la vida, sigue la rueda del deber para con la raza y la familia, el
amigo y el enemigo, y cierra tu mente así a los placeres como a los dolores.
Agota la ley de retribución kármica. Atesora Siddhis para tu nacimiento
venidero.
Si
no puedes tú ser sol, sé el planeta humilde. Si no te es dable resplandecer
como el sol de mediodía sobre el monte nevado de la pureza eterna, entonces, oh
neófito, elige una vía más humilde.
Muestra
el «Camino», siquiera lo hagas vagamente y confundido entre la multitud; como
lo muestra la estrella vespertina a aquellos que siguen su ruta en medio de la
oscuridad.
Contempla
como Migmar, cubriendo su «Ojo» con su velo carmesí, pasa majestuosamente
acariciando la tierra adormecida. Observa el aura ardiente de la «Mano» de
Lhagpa extendida en señal de amorosa protección sobre la cabeza de sus ascetas.
Ambos son ahora servidores de Nyima, o dejados en su ausencia como centinelas
silenciosos durante la noche. Uno y otro fueron, sin embargo, en pasado Kalpas,
Nyimas resplandecientes, y podrán en «días» venideros convertirse de nuevo en
dos soles. Tales son las caídas y los encumbramientos de la ley kármica en la
naturaleza.
Sé
como ellos, lanú. Da luz y refrigerio al agobiado peregrino, y busca a aquel
que sabe todavía menos que tú; aquel que sumido en desolación cruel, detiénese
hambriento dcl pan de Sabiduría y del pan que alimenta a la sombra, sin
Maestro, sin esperanza ni suelo, y hazle oír la ley.
Dile,
candidato, que aquel que hace del orgullo y del amor propio unos esclavos de la
devoción; que aquel que, aferrándose a la existencia, ofrece, no obstante, su
conformidad y sumisión a la ley, como una fragante flor depositada a los pies
de Shakya- Thubpa, llega a ser un Srôtâpatti en la presente encarnación. Los
Siddhis de perfección pueden columbrarse a lo lejos muy lejos; pero se ha dado
el primer paso, él ha entrado ya en la corriente, y puede adquirir la vista del
águila de las montañas y el oído de la tímida corza.
Dile, oh aspirante, que la verdadera devoción puede
devolverle el conocimiento, aquel conocimiento que fue suyo de: remotas
encarnaciones. La vista del Deva y el oído del Deva no se logran en una breve
existencia.
Sé
humilde, si quieres alcanzar la Sabiduría.
Sé
más humilde aún, cuando de la Sabiduría seas dueño.
Sé a
manera del océano, que recibe todos los ríos y torrentes. La poderosa calma del
mar permanece inalterable, sin sentirlos.
Refrena
tu yo inferior mediante tu Yo divino.
Refrena
lo Divino por medio de lo Eterno.
Grande,
en verdad, es aquel que aniquila el deseo.
Más
grande aún es aquel en quien el Yo divino ha destruido hasta la noción del
deseo.
Vigila
lo Inferior, no sea que mancille lo Superior.
El
camino de la Liberación final está dentro de tu YO.
Aquel
camino empieza y termina más allá del YO.
Menospreciada
de los hombres y humilde, a los ojos altaneros del Tirthika, es la madre de
todos los ríos; vacía la humana forma, a los ojos de los necios, aunque llena
de las dulces aguas del Amrita. Con todo, el origen de los ríos sagrados es la
región sagrada, y aquel que posee la Sabiduría, es honrado por todos los
hombres.
Los
Arhans y los Sabios de visión sin límites son tan raros como la flor del árbol
Udumbara.
Nacen
los Arhans a la hora de medianoche, al mismo tiempo que la sagrada planta de
nueve y siete tallos, la flor santa que se abre y despliega en las tinieblas
surgiendo del límpido rocío y del lecho helado de las nevadas cumbres, no
holladas por ningún pie pecador.
Ningún
Arhán, oh lanú, llega a serlo en aquella encarnación en que, por vez primera,
empieza el Alma a suspirar por la Liberación final. Sin embargo, oh tú de
corazón ansioso, a ningún guerrero que voluntariamente se ofrezca a pelear en
la fiera lucha entre los vivos y los muertos, a ningún recluta se le puede
negar el derecho de entrar en el sendero que conduce al campo de batalla.
Porque,
o vencerá, o sucumbirá.
Si
vence, el Nirvana será suyo. Antes que arroje la sombra de su envoltura mortal,
aquella causa preñada de angustias y de dolor sin límites, venerarán los
hombres en él un grande y santo Buddha.
Y si
sucumbe, entonces tampoco sucumbe en vano; los enemigos a quienes mató en el
combate postrero, no volverán a la vida en su próximo nacimiento.
Pero
si quieres obtener el Nirvana, o desechar el premio, no sea tu incentivo el
fruto de la acción y de la inacción, oh tú de corazón intrépido.
Sabe
que al Bodhisattva que trueca la Liberación por la Renuncia, con el objeto de
asumir las miserias de la «Vida Secreta», se le califica de «tres veces
Honrado»; oh tú, candidato al sufrimiento por espacio de los ciclos.
El
SENDERO es uno, discípulo; no obstante, a su término se divide en dos. Marcadas
están sus etapas por cuatro y siete Portales. En uno de los extremos hay la
bienaventuranza inmediata; en el otro, la bienaventuranza diferida. Una y otra
son la recompensa del mérito; la elección está en tu mano.
El
Sendero Uno se convierte en dos; el Patente y el Secreto. El primero conduce a
la meta; el segundo al sacrificio de sí mismo.
Cuando
a lo Permanente es sacrificado la Mutable, tuyo es el premio; la gota vuelve al
punto de donde procedió. El SENDERO patente conduce al cambio sin cambios, al
Nirvana, al estado glorioso de lo Absoluto, a la felicidad jnconcebible para el
humano entendimiento.
Así,
pues, el primer Sendero es la LIBERACIÓN.
Pero
el Segundo Sendero es la RENUNCIACIÓN, y por esto se le llama «Sendero de
Dolor».
El
Sendero secreto conduce al Arhán a sufrimientos mentales indecibles;
sufrimientos por los Muertos vivientes, y compasión impotente por los hombres
que gimen en la kármica amargura; los Sabios no se atreven a suavizar el fruto
del Karma.
Porque, escrito está: «Enseña a evitar todas las
causas; a la ondulación del efecto, lo mismo que a la grande oleada del aguaje,
las dejarás seguir su curso».
El
«Sendero patente», no bien hayas llegado a su meta, te conducirá a desechar el
cuerpo Boddisáttvico, y te hará entrar en el estado tres veces glorioso de
Dharmakâya, que es el olvido del mundo y de los hombres para siempre.
El
«Sendero secreto» conduce igualmente a la felicidad Paranirvánica, pero al fin
de Palpas sin cuento; de Nirvânas ganados y perdidos por piedad y compasión
inmensa por el mundo de mortales engañados.
Pero
se ha dicho: «El último será el más grande»: Samyak Sambuddha, el Maestro de
Perfección,
abandonó su Yo para la salvación del Mundo, deteniéndose en los umbrales del
Nirvana, el estado puro.
Ahora
posees ya el conocimiento acerca de los senderos. Día vendrá para tu elección,
oh tú de alma ansiosa, cuando hayas llegado al fin y pasado los siete Portales.
Tu mente está iluminada. Ya no te hallas perdido en el intrincado laberinto de
pensamientos ilusorios, porque tú lo has aprendido todo. Ante ti está la Verdad
sin velo, fijando en tu faz sus ojos severos. Ella dice:
«Dulces
son los frutos del Reposo y de la Liberación para el provecho del Yo; pero más
dulces aún son los frutos de un duradero y amargo deber. Sí, la Renunciación en
beneficio de los demás, de tus semejantes que sufren».
Aquel
que se convierte en Pratyêka-Buddha presta obediencia sólo a su Yo. El
Bodhisattva que ha ganado la batalla, que en su mano tiene el premio de la
victoria y sin embargo, dice en su compasión divina: «En provecho de otros cedo
este gran premio»; efectúa la mayor Renunciación.
ES
UN SALVADOR DEL MUNDO.
¡Mira!
La meta de la beatitud y el largo Sendero de Amargura están en el último
extremo.
¡Puedes
elegir la una o el otro, oh aspirante al Dolor, durante los ciclos
venideros!...
OM
VAJRAPANI HUM
Fragmento
tercero
Los
siete portales
“UPADRA”,
la elección está hecha; estoy sediento de Sabiduría. Ahora has rasgado el velo
puesto ante el Sendero secreto, y me has enseñado el Llana menor. He aquí tu
siervo, dispuesto para que le guíes”.
Bien
está, Srâvaka. Prepárate porque tendrás que viajar solo. El Maestro no puede
hacer más que indicar el camino. El Sendero es uno solo para todos; los medios
para llegar a la meta han de variar según los Peregrinos.
¿Qué
escogerás oh tú de corazón intrépido? ¿El Samtan de la «Doctrina del Ojo», la
cuádruple Dhyâna, o bien seguir tu camino por las Pâramaitâs, seis en número,
nobles puertas de virtud que conducen a Bodhi y a Prajna, el séptimo escalón de
la Sabiduría?
El
escabroso Sendero de la cuádruple Dhyâna va serpenteando hacia lo alto. Tres
veces grande es aquel que sube hasta la empinada cumbre.
Las
Pâramíticas alturas encuéntranse cruzadas por un sendero más escarpado todavía.
Tienes que luchar disputando tu camino a través de siete Portales, a través de
siete fortalezas defendidas por astutos y crueles Poderes, las pasiones
encarnadas.
Ten
buen ánimo, discípulo; acuérdate de la regla de oro. Una vez hayas pasado por
la puerta Strôtâpatti, «el que ha entrado en la corriente»; una vez haya
hollado tu pie el lecho de la corriente Nirvánica, en ésta o en alguna vida
venidera, no tienes más que otros siete nacimientos ante ti, oh tú de voluntad
diamantina.
Mira;
¿qué ves ante tus ojos; oh aspirante a la Sabiduria divina?
«Sobre
el abismo de la materia está el manto de tinieblas; entre sus pliegues yo
lucho. Bajo la mirada mía vuélvase más denso, Señor; se disipa con el
movimiento de tu mano. Una sombra se agita arrastrándose a semejanza de los
anillos de la serpiente que se extiende. . . Se agranda, se hincha, y
desaparece en las tinieblas».
Es la sombra de ti mismo más allá del Sendero,
proyectada en la lobreguez de tus pecados.
«Si,
Señor; yo veo el SENDERO; con su base en el cieno y sus cimas perdidas en la
gloriosa luz Nirvánica. Y ahora contemplo los cada vez más angostos portales en
el áspero y espinoso camino de Gnyana.»
Tú
ves bien, lanú. Estos Portales conducen al aspirante, a través de las aguas, «a
la otra orilla». Cada Portal tiene una llave de oro que abre su puerta; estas
llaves son:
1. DANA, la llave de caridad y de amor inmortal.
2. SHILA, la llave de la armonía en la palabra y
acción, la llave que contrabalancea la causa y el efecto, y que no deja ya
lugar a la acción kármica.
3. KSHANTI, la dulce paciencia que nada puede alterar.
4. VIRAG', la indiferencia al placer y al dolor,
vencida la ilusión, percíbese la Verdad pura.
5. VIRYA, la energía impertérrita, que desde el
cenegal de las terrenas mentiras, lucha abriéndose paso hacia la VERDAD
suprema.
6. DHYANA, cuya puerta de oro una vez abierta, conduce
al Narjol hacia el reino del eterno Sat y su contemplación incesante.
7.
PRAJNA, cuya llave hace del hombre un dios, constituyéndole en Bôdhisattva,
hijo de los Dhyânis.
Tales
son las llaves de oro de los Portales.
Antes
de que puedas acercarte al último Portal, oh forjador de tu libertad, tienes
que hacerte dueño de estas pâramitas de perfección, las virtudes
trascendentales, en número de seis y diez, a lo largo del penoso Sendero.
Porque,
oh, discípulo, antes que te halles en disposición de encontrarte con tu
Preceptor cara a cara, con tu MAESTRO frente a frente, ¿qué se te ha dicho?
Antes
que puedas tu acercarte a la primera puerta, tienes que aprender a separar tu
cuerpo de tu mente, a disipar la sombra, ya vivir en lo eterno. Para ello has
de vivir y alentar en todo, como en ti alienta cuanto ves; has de sentirte
residiendo en todas las cosas, ya todas las cosas en el Yo.
No
permitirás que tus sentidos hagan de tu mente un sitio de recreo.
No
separarás tu ser del SER y de los otros seres; antes sumirás el Océano en la
gota, y la gota en el Océano.
Así
estarás en perfecta armonía con todo cuanto vive; amarás a los hombres, como si
fuesen todos ellos tus compañeros y hermanos, discípulos de un mismo Maestro,
hijos de una misma tierna madre.
Los
instructores son muchos, el ALMA-MAESTRO es una Alaya, el Alma Universal. Vive
en aquel MAESTRO, como SU rayo vive en ti. Vive en tus compañeros, como viven
ellos en ÉL.
Antes
que puedas tu poner los pies en el umbral del Sendero; antes de cruzar la
primera
Puerta,
tienes que fundir a los dos en el Uno y sacrificar lo personal al YO
impersonal, destruyendo así el «sendero» que hay entre los dos: Antaskarana.
Debes
hallarte preparado para responder al Dharma, la ley inflexible, cuya voz te
preguntará al dar tu primer paso, tu paso inicial:
«¿Te
has conformado con todas las reglas, oh tú de esperanzas sublimes?»
«¿Has
puesto a tono tu corazón y tu mente, con la gran mente y el corazón de la
humanidad entera? Porque así como en la rugiente voz del Río sagrado resuenan a
manera de ecos los sonidos todos de la Naturaleza, así también el corazón de
aquel que pretenda entrar en la corriente, debe vibrar respondiendo a cada
suspiro y pensamiento de todo cuanto vive y alienta. »
Los
discípulos pueden compararse a las cuerdas de la Vina, eco del alma; la
humanidad a su caja armónica; la mano que la pulsa, al soplo melodioso de la
GRAN ALMA DEL MUNDO.
La
cuerda que no responde a la pulsación del Maestro, en dulce armonía con todas
las demás, se rompe y se la arroja. Así deben ser las mentes colectivas de los
Lanús-Sravakas.
Tienen
que estar acordes con la mente del Upadya, unificarse con la Super-Alma, o
separarse de una vez
Esto último es lo que hacen los «Hermanos de la
Sombra», los destructores de sus almas, la espantable región de los Dag-Dugpa.
¿Has
puesto a tono tu ser con el gran dolor de la Humanidad, oh candidato a la Luz?
¿Sí...?
Entonces puedes entrar. Sin embargo, antes de poner el pie en el triste Sendero
de
Dolor,
es bien que conozcas primero las asechanzas dispuestas en tu camino.
Armado
con la llave de Caridad, de amor y tierna compasión, seguro estás ante la
puerta de Dâna, la puerta que haya la entrada del SENDERO.
¡Mira,
peregrino feliz! El portal que tienes frente ti es alto y anchuroso: parece de
fácil acceso. El camino que lo atraviesa es recto, liso y lleno de verdor.
Aseméjase a un claro de sol en las sombrías profundidades de la selva, es un
punto de la tierra reflejado, el paraíso de Amitabha. Ruiseñores de esperanza y
aves de irisado plumaje trinan allí, en las verdes enramadas, cantando victoria
a los intrépidos peregrinos. Cantan las cinco virtudes de los Bôdhissattvas, la
quíntuple fuente del poder Bodhi y los siete escalones del Conocimiento.
¡Pasa
adelante! Pues contigo has traído la llave; tú estás seguro.
Hacia
la segunda puerta verdece también el camino. Pero es muy escabroso y va
serpenteando hacia arriba; sí, hasta la roqueña cúspide. Nieblas grises se
cernerán sobre su áspera y peñascosa cima, y más allá todo quedará oscuro.
Según va ascendiendo el peregrino, resuena más y más débil en su corazón el
canto de esperanza. El estremecimiento de la duda amenaza apoderarse de él; su
paso es menos firme.
¡Cuidado
con ello, candidato! Precávete del pavor que va extendiéndose, a semejanza de
las negras y silenciosas alas del murciélago de la medianoche, entre el claro
de luna de tu alma y tu grandiosa meta que allá en lontananza se vislumbra.
El
temor, discípulo, mata la voluntad y paraliza toda acción. Si de la virtud
Shîla está falto, el peregrino tropieza y guijarros kármicos lastiman sus pies
en el pedregoso sendero.
Ten
seguro el pie, candidato. Baña tu alma en la esencia del Kshanti pues ya te
acercas al portal de este nombre, la puerta de fortaleza y paciencia.
No
cierres los ojos, no apartes la vista del Dorje; las saetas de Mara hieren
siempre al hombre que no ha alcanzado el Virâga.
Guárdate
de temblar. Con el hálito del miedo se enmohece la llave de Kshanti; la llave
enmohecida resiste a abrir la cerradura.
Cuanto
más avances, tantos más lazos encontrarán tus pies. El sendero que a la meta
conduce está iluminado por una luz única, la luz del arrojo, que arde en el
corazón. Cuanto más osa uno, tanto más obtendrá. Cuanto más teme, tanto más
palidecerá aquella luz, la única que puede guiarle. Porque así como el último
rayo de sol que resplandece en la cumbre de una gran montaña, al desvanecerse
va seguido de la negra noche, otro tanto acontece con la luz del corazón.
Cuando ésta se extinga, una sombra negra y amenazadora caerá de tu propio
corazón sobre el sendero, y el terror clavará en el suelo tus plantas.
Precávete,
discípulo, contra esta sombra letal. Ninguna luz irradiada del Espíritu es
bastante para disipar las tinieblas del alma inferior, a menos que de ella haya
desaparecido todo pensamiento egoísta, y que el peregrino diga: «yo he
renunciado a esta forma pasajera; he destruido la causa; las sombras
proyectadas, como efectos que son, no pueden existir ya más».
Porque
ahora ha estallado el grande y último combate, la lucha final entre el Yo
Superior y el Inferior. Mira, el campo de batalla mismo se halla ahora
absorbido en la gran guerra, y no existe ya.
Pero
una vez has pasado la puerta de Kshanti, está dado ya el tercer paso. Tu cuerpo
es esclavo tuyo. Prepárate ahora para el cuarto, el Portal de tentaciones que
tiende lazos al hombre interno.
Antes
que puedas aproximarte a la meta, antes de alzar la mano para levantar la
aldaba de la cuarta puerta, tienes que haber dominado en tu yo todos los
cambios mentales y matado al ejército de sensaciones y de pensamientos, que,
sutiles e insidiosos, deslízanse inadvertidos dentro del radiante sagrario del alma.
Si no quieres tú ser matado por ellas, debes hacer
inofensivas tus propias creaciones, las hijas de tus pensamientos, invisibles,
impalpables, que pululan en torno del género humano, progenie y herederos del
hombre y de sus despojos terrenales. Has de considerar la vacuidad de lo
aparentemente lleno, la plenitud de lo aparentemente vacío. Mira, intrépido
aspirante, al fondo más recóndito de tu propio corazón, y responde. ¿Conoces
los poderes del Yo, tú que percibes sombras exteriores?
De
no ser así, estás perdido.
Porque
en el cuarto Sendero la más leve brisa de pasión o deseo agitará la luz
tranquila sobre los muros blancos y limpios del alma. La más ligera oscilación
de anhelo o pesadumbre por los ilusorios dones de Maya, en el trayecto del
Antaskarana -el sendero que hay entre tu Espíritu y tu yo, el camino real de
las sensaciones, rudos despertadores del Ahankara-, un pensamiento cualquiera,
tan rápido como el rayo, te hará perder tus tres premios, los premios que has
ganado.
Pues
sabe que lo ETERNO no conoce cambio alguno.
«Aléjate
para siempre de las ocho espantables miserias. De no hacerlo, con seguridad no
puedes tú llegar a la sabiduría, ni aun a la liberación», dice el gran Señor,
el Tathágata de perfección, «aquel que ha seguido las huellas de sus
predecesores».
Rígida
y exigente es la virtud del Virâga. Si su sendero quieres ganar, debes mantener
tu mente y tus percepciones mucho más libres que antes de matar la acción.
Tienes
que saturarte de pura Alaya, llegar a identificarte con el Alma-Pensamiento de
la
Naturaleza.
Aunado con ella, eres invencible; de ella separado, te conviertes en sitio de
recreo del Samvriti, origen de todas las ilusiones del mundo.
Todo
es impermanente en el hombre, excepto la pura y brillante esencia de Alaya. El
hombre es su rayo cristalino; un rayo de luz inmaculada en lo interior, una
forma de barro material en la superficie inferior. Aquel rayo es el guía de tu
vida y tu verdadero Yo, el Vigilante y Pensador silencioso, la víctima de tu yo
inferior. No puede tu alma ser herida sino a través de tu cuerpo sujeto al
error; reprime y domina a los dos, y podrás cruzar seguro la cercana «Puerta de
la Balanza».
Ten
buen ánimo, osado peregrino que «a la otra orilla» te diriges. No hagas caso de
los murmullos de las legiones de Mara; ahuyenta a los tentadores, los aviesos
espíritus, los envidiosos Lhamayin del espacio sin límites.
¡Mantente
firme! Te acercas ya al Portal del centro, la puerta de Angustia, con sus diez
mil asechanzas.
Subyuga
tus pensamientos, tú que luchas por la perfección, si pretendes atravesar sus
umbrales.
Subyuga
tu alma, tú que vas en busca de verdades inmortales si a la meta quieres
llegar.
Concentra
la mirada de tu alma en la Luz una y pura, en la Luz inmutable y haz uso de tu
Llave de oro.
Ha
llegado a tu término la penosa tarea; tus trabajos han casi concluido. Muy poco
falta para llegar al otro lado del inmenso abismo que abría sus fauces para
tragarte.
Has
atravesado ya el foso que rodea la puerta de las humanas pasiones. Has vencido
ya a Mara y su legión furiosa.
Has
extirpado de tu corazón la podredumbre y lo has sangrado de todo deseo impuro.
Mas no ha concluido todavía tu tarea, glorioso combatiente. Construye alto,
lanú, el muro que circundará la Isla Santa, el dique que protegerá tu mente del
orgullo y de la satisfacción, al pensar en la grande hazaña llevada a cabo.
Un
sentimiento de orgullo echaría a perder la obra. Sí, constrúyelo fuerte, no sea
que, en su furioso embate, las olas que suben al asalto y baten la orilla desde
el océano del gran Mundo de Maya, traguen al peregrino y la isla; sí, aun
después de haber conseguido la victoria.
Tu
«Isla» es el ciervo, tus pensamientos los galgos que le fatigan y acosan en su
carrera hacia la corriente de Vida. ¡Ay del ciervo que es alcanzado por los
demonios ladradores antes de llegar al valle del Refugio -Dhyân Mârga- llamado
«sendero» del Conocimiento puro!»
Antes que puedas establecerte en el Dhyân Mârga y
llamarlo tuyo, tiene que llegar a ser tu alma como el mango maduro, tan dulce y
suave como su dorada y brillante pulpa para los dolores ajenos, tan dura como
el hueso del fruto para tus propios duelos e infortunios, oh conquistador de
Felicidad y Miseria.
Fortalece
tu alma contra las asechanzas del Yo, hazla merecedora del nombre de «Alma
Diamante».
Porque
así como el diamante profundamente sepultado en el palpitante corazón de la
tierra, no puede jamás reflejar las luces terrenas, así también tu mente y tu
alma, una vez ha penetrado en el Dhyân Mârga, no deben reflejar cosa alguna del
ilusorio reino de Maya.
Una
vez llegado tú a tal estado, los Portales que has de conquistar en el Sendero
abren de par en par sus puertas para dejarte franco el paso, y los más
formidables poderes de la Naturaleza no tienen fuerza ninguna para detener tu
curso. Tú serás dueño del séptuplo Sendero; mas no antes de entonces, oh
candidato a pruebas indecibles.
Hasta
entonces, te espera un trabajo mucho más arduo; tienes que sentirte a ti mismo
TODO PENSAMIENTO, y sin embargo, tienes que desterrar todos los pensamientos de
tu alma.
Has
de alcanzar una fijeza de mente tal, que ninguna brisa, ni aun el viento
impetuoso, puedan lanzar en ella un pensamiento terreno. Así purificado, el
sagrario debe estar vacío de toda acción, de todo sonido o luz mundanales; así
como cae exánime la mariposa en el umbral, sorprendida por el cierzo helado,
así también todos los pensamientos terrenos deben caer muertos ante el templo.
Míralo
escrito:
«Antes
que la llama de oro pueda arder con una luz inalterable, ha de permanecer la
lámpara bien guardada en un lugar al abrigo de todo viento». Expuesto a la
variable brisa, oscilará el haz luminoso, y la trémula llama proyectará sombras
engañosas, negras y siempre cambiantes sobre el blanco santuario del alma.
Y entonces,
oh tú, perseguidor de la Verdad, tu Mente-Alma vendrá a ser a manera de un
elefante loco que se enfurece en la selva. Tomando los árboles por enemigos
vivientes, perece al intentar herir las sombras siempre mudables, que danzan en
el muro de rocas que el sol ilumina.
Ten
cuidado, no sea que, en su solicitud por el YO, resbale tu alma en el suelo del
conocimiento Dévico.
Ten
cuidado, no sea que, dando al olvido el YO, pierda tu alma el dominio sobre su
temblorosa mente y con ello el derecho al legítimo goce de sus triunfos.
¡Ten
cuidado con el cambio! Porque el cambio es tu gran enemigo. Este cambio te
vencerá por completo, y te rechazará del Sendero que recorres, hundiéndote en
los profundos y cenagosos pantanos de la duda.
Prepárate,
y está prevenido con tiempo. Si en la tentativa sucumbes, oh combatiente
intrépido, no te descorazones a pesar de ello: sigue luchando, y vuelve de
nuevo a la carga una y otra vez.
El
guerrero intrépido, perdiendo su preciosa vida con la sangre que fluye a
borbotones de sus anchas y abiertas heridas, arremeterá aun contra el enemigo,
le arrojará de su fortaleza, y le vencerá antes que él mismo expire. Obrad así,
pues, todos vosotros, los que vísteis malograda vuestra empresa y sufrís; obrad
como él, y de la fortaleza de vuestra alma arrojad todos vuestros enemigos
-ambición, cólera, odio y hasta la sombra misma del deseo-, aun cuando hayáis
sucumbido.
No
olvides, tú, que por la liberación del hombre peleas, que cada fracaso es
triunfo, que cada esfuerzo sincero alcanza con el tiempo su galardón. Los
tallos de los santos gérmenes que brotan y se desarrollan invisibles en el alma
del discípulo, se robustecen a cada nueva tentativa, dóblanse como juncos, pero
jamás se quiebran, ni pueden nunca echarse a perder.
Antes
bien, florecen cuando llega la hora.
Pero
si tú viniste preparado, no abrigues temor alguno.
De
aquí en adelante es enteramente recto tu camino por la puerta Virya, el quinto
de los siete Portales. Ahora estás en la vía que conduce al puerto de Dhyâna,
el sexto, el portal Bodhi.
La puerta Dhydna es como un vaso de alabastro, blanco
y diáfano; arde en su interior un áureo fuego inalterable, la llama de Prajna,
que emana del Atman.
Tú
eres aquel vaso.
Tú,
tú mismo te has apartado de los objetos de los sentidos; tú has viajado por el
«Sendero de visión», por el «Sendero de audición», y te encuentras en la luz
del Conocimiento. Tú has llegado ya al estado de Titiksha.
Oh
Narjol, tú estás en salvo.
Sabe
tú, Conquistador de pecados, que en cuanto un Sowani ha cruzado el séptimo
Sendero, la Naturaleza entera se estremece de gozoso temor, y se sie nte
subyugada. La estrella argentina comunica con su centelleo la nueva feliz a las
flores nocturnas; el arroyuelo, con el rumor de sus ondas, trasmite la noticia
a los guijarros; los bramidos de las oscuras olas del océano lo participarán a
las rocas que la marea bate, cubriéndolas de espuma; las perfumadas brisas lo
cantarán a los valles, y los majestuosos pinos murmurarán misteriosamente: «Ha
aparecido un Maestro, un MAESTRO DEL DÍA».
Yérguese
ahora él como blanca columna hacia el Occidente, y sobre su faz el sol naciente
del pensamiento eterno derrama sus primeras y más gloriosas ondas. Su mente,
parecida a un mar tranquilo y sin orillas, se extiende por el espacio sin
límites. En su potente diestra tiene él la vida y la muerte.
Sí,
Él es poderoso. El poder viviente que ha quedado libre en él, aquel poder que
es ÉL
MISMO,
puede elevar el tabernáculo de la ilusión por encima de los dioses, por encima
del gran Brahma e Indra. ¡Ahora alcanzará él con seguridad su gran recompensa!
¿No
empleará acaso los dones que ésta le confiere, para su propio reposo y
bienaventuranza, sus bien ganadas felicidad y gloria, él, el vencedor de la
gran Ilusión?
¡No,
en manera alguna, oh tú, candidato al oculto saber de la Naturaleza! Si quiere
uno seguir las huellas del santo Tathâgata, estos dones y poderes no son para
sí mismo.
¿Pretenderás
acaso poner un dique a las aguas nacidas en el Sumerú? ¿Torcerás la corriente
en tu propio beneficio, o la harás retroceder a su fuente primitiva, a la largo
de las sumidades de los ciclos?
Si
deseas tú que el raudal del penosamente ganado conocimiento, de la Sabiduría
nacida del cielo, sea de aguas dulces y corrientes, no has de permitir que se
convierta en cenagosa charca.
Sabe
que si quieres llegar a ser cooperador de Amitâbha, la «Edad sin fin», debes, a
manera de los Bôdhisattvas gemelos, difundir la luz adquirida sobre toda la
extensión de los tres mundos.
Sabe
que la corriente del conocimiento sobrehumano y de la sabiduría Dévica que has
adquirido, debe, desde ti mismo, canal de Alaya, ser vertida en otro cauce.
Sábelo,
Narjol, tú del Sendero secreto: sus frescas y puras aguas tienen que servir
para endulzar las olas amargas del océano, aquel inmenso mar de dolores formado
de lágrimas humanas.
¡Ah!
Una vez hayas venido a ser como la estrella fija en los más altos cielos, desde
las profundidades del espacio aquel astro celeste y refulgente ha de brillar
para todos, menos para ti mismo: da luz a todos, pero no la tomes de nadie.
¡Ah!
En cuanto llegues a ser como la pura nieve de los valles de las montañas, fría
e insensible con relación al tacto, cálida y protectora para la semilla que
duerme profundamente bajo su seno..., esta es aquella nieve que ha de recibir
la helada mordicante, las rachas del norte, protegiendo así de sus afilados y
crueles dientes la tierra que guarda la esperada cosecha, la cosecha que
alimentará al hambriento.
Condenado
por ti mismo a vivir durante los venideros Kalpas, inadvertido para el hombre y
sin que te lo agradezcan; incrustado a guisa de piedra entre las otras
innumerables piedras que forman el «Muro protector», tal es tu porvenir si
pasas por la séptima puerta. Construido por las manos de numerosos Maestros de
Compasión, levantado con sus tormentos, cimentado con su sangre, protege a la
humanidad desde que el hombre es hombre, protegiéndola contra nuevas miserias y
sufrimientos mucho mayores.
Con todo, el hombre no lo ve, ni lo percibirá, ni
querrá escuchar la palabra de la Sabiduría...porque no lo conoce.
Pero
tú lo has oído, tú lo sabes todo, oh tú de alma ansiosa y sincera... y tú has
de escoger. Por lo tanto, atiende aún otra vez.
En
el Sendero del Sowán oh Srôtâpatti, tú estás en seguridad. Sí, en aquel Marga
en donde no encuentra más que tinieblas el fatigado peregrino; en donde,
desgarradas por los espinos y abrojos, las manos gotean sangre y los pies son
heridos por enhiestos y agudos pedernales, y en donde Mara esgrime sus más
poderosas armas, allí hay un gran galardón, inmediatamente más allá.
Tranquilo
e impasible, deslízase el peregrino siguiendo la corriente que conduce al
Nirvana.
Sabe
él que, cuanto más sangren sus pies, tanto más limpio y purificado quedará.
Sabe bien que, después de siete nacimientos breves y pasajeros, el Nirvana será
suyo.
Tal
es el Sendero de Dhyana, el puerto del Yogui, la gloriosa meta anhelada por los
Srôtâpattis.
No
es así cuando él ha cruzado y ganado el Sendero Aryahata.
Allí
el K/esha queda destruido para siempre, las raíces del Tanha están arrancadas.
Pero aguarda, discípulo... Una palabra todavía. ¿Puedes tú aniquilar COMPASIÓN
divina? La compasión no es un atributo. Es la LEY de las LEYES, la Armonía
eterna, el YO de Alaya; una esencia universal e infinita, la luz de la eterna
Justicia y el concierto de todas las cosas, la ley del Amor perdurable.
Cuanto
más te identifiques con ella, fundiendo tu ser en su SER, cuanto más se una tu
alma con aquello que ES, tanto más te convertirás en COMPASIÓN ABSOLUTA.
Tal
es el sendero de Arya, el sendero de los Budas de Perfección.
Por
otra parte, ¿cuál es el significado de los rollos de la Escritura sagrada, que
te hacen decir las siguientes palabras?
«¡OM!
Yo creo que no todos los Arhats logran la dulce fruición del sendero
Nirvánico».
«¡OM!
Yo creo que no todos los Buddhas entran en el Nirvana-Dharma».
«Sí,
en el Sendero Arya tú no eres ya un Srôtâpatti; eres un Bôdhisattva. La
corriente está ya atravesada.
Verdad
es que tú tienes derecho a la vestidura Dharmakaya; pero el Sambhogakaya es el
más grande que el Nirvánico, y más grande aún es el Nirmanakaya, el Buddha de
Compasión».
Ahora
inclina la cabeza, y escucha atentamente, oh Bôdhisattva; habla la Compasión y
dice:
¿Puede
haber bienaventuranza cuando todo la que vive ha de sufrir?
¿Te
salvarás tú y oirás gemir al mundo entero?»
Has
oído ya lo que se ha dicho.
Llegarás
al séptimo escalón, y cruzarás la puerta del conocimiento final, pero será tan
sólo para desposarte con el dolor: si deseas tú ser Tathagata, sigue las
huellas de tu predecesor, muéstrate lleno de abnegación hasta el fin
interminable.
Estás
ya iluminado. Elige tu camino.
Contempla
la suave luz que inunda el cielo de Oriente. Los cielos y la tierra entonan
juntos himnos de alabanza. Y de los cuádruples Poderes manifestados, elévase un
canto de amor, así del Fuego flamígero, como del Agua fluente, y así de la
Tierra de suave perfume, como el Aire impetuoso.
¡Escucha!...
Desde el vórtice profundo e insondable de aquella áurea luz en que se baña el
Vencedor, elévase la inarticulada voz de la NATURALEZA ENTERA pregonando con
mil acentos:
REGOCIJÁOS,
HOMBRES DE MYALBA.
UN
PEREGRINO HA VUELTO «DE LA OTRA ORILLA»
HA
NACIDO UN NUEVO ARHÁN...
PAZ A TODOS LOS SERES. . .
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