CAPÍTULO I
LA MASONERÍA MODERNA - ALEGORÍAS DEL
APOCALIPSIS - PRECEPTOS JESUÍTICOS - LA PASTORAL DE CAMBRAY - LA MENTIRA
COHONESTADA - PROFECÍA DE HERMES - LAS ÁNIMAS VIVIENTES - MORAL EGIPCIA -
FESTINES OBSCENOS - EL HOMBRE SEGÚN LOS EGIPCIOS - HOMBRES DESALMADOS - MILAGROS
BUDISTAS - APOLOGÍA DEL REGICIDIO - SOFISMAS ANTIMASÓNICOS - DEGENERACIÓN DE LA
MASONERÍA -INTEMPERANCIAS DE WENINGER - LOS MODERNOS TEMPLARIOS - LOS
CABALLEROS DE MALTA - LOS TEMPLARIOS BASTARDOS - EL NOMBRE MISTERIOSO - EL
VENERABLE "MAH" - LA CARTA DE UN MASÓN - EL TEMPLO DE SALOMÓN - LA
TAU PERFECTA - CIFRAS SECRETAS - PRONUNCIACIÓN DEL "NOMBRE" -
CONFUSIÓN DE NOMBRES - EL NOMBRE DE ISRAEL - LAS TUMBAS DE GORNORE
CAPÍTULO II
EL MISTERIO DEL NÚMERO SIETE - SIGNIFICADO
DEL ARCO IRIS - EL ESPÍRITU DE LOS MANTRAS - LOS NÚMEROS UNO, TRES Y SIETE -
MÁSCARAS SIN CÓMICOS - LA CLAVE DEL RIG VEDA - SABIOS INDOS Y EUROPEOS - EL
DOMINGO CRISTIANO - MALDICIÓN ALEGÓRICA - DÍA Y NOCHE DE BRAMA - SIMBOLISMO DE
NOÉ - EL DILUVIO SEGÚN LOS INDOS - LOS VEDAS Y EL DILUVIO - FÁBULAS Y LEYENDAS
- TERGIVERSACIÓN DE TEXTOS - ÉPOCA DE ZOROASTRO - POBLADORES DE LA INDIA -
IDIOMAS SEMÍTICOS - DIVINIDADES SOLARES - EL MESÍAS PROMETIDO - SARGÓN Y MOISÉS
- NOÉ Y EL ARCA - EVA-LILITH Y EVA - SIMBOLISMO DE LA SERPIENTE - ADÁN
PROTOTIPO DE NOÉ - LOS PATRIARCAS BÍBLICOS - SIMBOLISMO DE LA CRUZ - SIMBOLISMO
DEL ZODÍACO - EL SIGNO ZODIACAL "LIBRA" - GENEALOGÍAS DE CAÍN Y SETH
- RUEDA DE EZEQUIEL - SIMBOLISMO DE LIBRA - ÉPOCAS GEOLÓGICAS - EQUIVALENCIAS
ENTRE LOS PATRIARCAS - ALEGORÍAS TALMÚDICAS - EL HOMBRE ARQUETÍPICO - QUERELLAS
DE ERUDITOS
CAPÍTULO III
MISIONEROS CRISTIANOS - ORIGEN DE LA
DEMONOLOGÍA - CRISTO Y EL DIABLO - SINÓNIMOS DE SATANÁS - EL DIOS TIPHÓN - LA
TENTACIÓN DE JESÚS - SATÁN EN EL POEMA DE JOB - PERSONIFICACIÓN DE LOS DIOSES -
EL MITO DE LA SERPIENTE - MISTERIO DE DEMETER - ALEGORÍAS DEL LIBRO DE JOB - LA
INICIACIÓN Y EL LIBRO DE JOB - ADULTERACIÓN DEL LIBRO DE JOB - EL HIEROFANTE EN
EL LIBRO DE JOB - EL LIBRO DE JOB Y EL LIBRO DE LOS MUERTOS - MODERNO CONCEPTO
DEL DIABLO - EXCURSIONES DE SATANÁS - VATICINIOS DE LA ENCARNACIÓN - CONCEPTO
DEL INFIERNO - DUALIDAD DE LOS DIOSES SOLARES - EL MITO DEL DRAGÓN - POÉTICAS
FIGURAS DE LUZBEL - EL CÁLIZ DE AGATHODEMON - EL DESCENSO A LOS INFIERNOS - LA
DERROTA DE SATANÁS - CARINO Y LENCIO - EVANGELIO DE NICODEMO - EL CREDO DE
TAYLOR - SACRIFICIOS HUMANOS EN ISRAEL - PERSEVERANCIA DE LOS JUDÍOS - OPINIÓN
DE WILDER
CAPÍTULO IV
IMPUTACIONES DE ATEÍSMO - ARTIMAÑAS DE LOS
MISIONEROS - RITO FUNERARIO DE LOS VEDAS - LOS INSTRUCTORES DEL MUNDO - LOS
TRES SALVADORES - IDENTIDAD DE KRISHNA Y CRISTO - LA RUEDA DE LA LEY - CRÍTICA
DEL PERDÓN - SACRIFICIO DE JESÚS - CRUEL DOCTRINA DE CALVINO - OSIRIS Y JESÚS -
EPISODIO DE LA SAMARITANA - FRACASO DE LOS MISIONEROS - EL MISTERIO DE LA ANUNCIACIÓN
- ADVENIMIENTOS DE KRISHNA Y CRISTO - KRISHNA CRUCIFICADO - LA
TRANSUBSTANCIACIÓN - CARÁCTER DE JESÚS - LA TRANSMISIÓN DE LA VIDA - EL SEGUNDO
NACIMIENTO - PROPIEDADES MÁGICAS DE LA SANGRE - CREENCIAS DE LOS YAKUTES -
NECROMANCIA ESLAVA - PRÁCTICAS DE LOS YEZIDIS - INFLUENCIA CLERICAL EN LA INDIA
- CRISTO SEGÚN EL APÓSTOL PABLO - INSINUACIONES DE LOUBÈRE - LA LEYENDA DE SAN
JOSAFAT - LAMAÍSMO Y CATOLICISMO - REFERENCIAS DE JACOLLIOT - MENDICANTES Y
MENDIGOS
CAPÍTULO V
LOS PRINCIPIOS DE LA MAGIA - PROPIEDADES DE
ALGUNAS PLANTAS - CLARIVIDENCIA ESPIRITUAL - PSICOLOGÍA DE LOS ARIOS -
PROYECCIONES ASTRALES - OPERACIONES TEÚRGICAS - AVENTURA CON UN MONJE BUDISTA -
EL ADEPTO Y EL NIÑO - LA INCINERACIÓN Y EL CUERPO ASTRAL - EL OÍDO ESPIRITUAL -
EL LENGUAJE DE LAS LLAMAS - REGLAS MONÁSTICAS DEL BUDISMO - EL ALMA DE LAS
FLORES - CREENCIAS POPULARES - LOS VERDADEROS FAKIRES - LOS TODAS DE LA INDIA -
COMUNICACIONES DE LOS LAMAS - FACULTADES TAUMATÚRGICAS - POSIBLES
DESCUBRIMIENTOS CIENTÍFICOS - MEDICINAS DE LOS YOGUIS - EL FAKIR Y LA TIGRE -
LOS SAMANES DE SIBERIA - ESCENA MÁGICA EN TARTARIA - LOS JUGLARES DE LA INDIA -
LA CONSULTA DEL ESPEJO - LA HECHICERÍA DEL SOPLO - ESTIGMAS MÁGICOS - LOS
BLANCOS, INEPTOS PARA LA MAGIA - INFERIORIDAD DEL ESPIRITISMO - HABLA UN
ESPIRITISTA - LA VERDAD UNIVERSAL
CAPÍTULO PRIMERO
Los hijos pueden acusar a sus padres del
crimen de herejía,
aunque sepan que por ello hayan de morir los
acusados en3
la hoguera... Y no
sólo pueden negarles hasta el alimento si
tratan de apartarlos de la fe católica, sino
que también pueden
darles muerte con toda justicia. (Precepto
jesuítico).
P. ESTEBAN FAGÚNEZ: Praecepta Decalogi,
Lugduni, 1640.
EL PRIOR. -¿Qué hora es?
EL GUARDIÁN. –La del alba. La hora en que se
rasgó el
velo del templo y las tinieblas se derramaron
por la
consternada tierra y se eclipsó la luz y se
rompieron los útiles del
constructor y se ocultó la flamígera estrella
y se hizo pedazos
la piedra cúbica y se perdió la PALABRA.
Magna est veritas et praevalebit
-JAH-BUH-LUN.
El rabino Simeón-ben-Iochai compuso el Zohar
(...), el más importante tratado cabalístico de los hebreos, un siglo antes
de la era cristiana, según unos críticos, y después de la destrucción del
templo, según otros. Completó la obra el rabino Eleazar, hijo de Simeón,
ayudado de su secretario el rabino Abba, cuyo concurso era necesario, porque
toda la vida de Eleazar no hubiera bastado a dar cima a una obra tan extensa y
de materia tan abstrusa como el Zohar. Pero como los judíos ortodoxos
sabían que el autor estaba en posesión de conocimientos ocultos y era dueño de
la Mercaba que le aseguraba la recepción de la Palabra, atentaron
contra su vida y se vio precisado a huir al desierto, donde estuvo doce años
oculto en una cueva en compañía de sus fieles discípulos hasta su muerte,
señalada por muchos portentos y maravillas (1).
Pero no obstante lo extenso de la obra y de
tratarse en ella de muchos puntos de la secreta tradición oral, no los abarca
todos, pues el venerable cabalista no confió nunca al escrito los puntos
principales de la doctrina, sino que los comunicó oralmente a contados
discípulos, entre los que se hallaba su hijo único. Por lo tanto, sin la
iniciación en la Mercaba quedará incompleto el estudio de la Kábala,
y la Mercaba sólo puede aprenderse en la “obscuridad”, en lugares
apartados del mundo y después de pasar el estudiante por muchas y muy tremendas
pruebas, para escuchar la enseñanza oralmente cara a cara y labio en oído,
desde la muerte de Simeón-ben-Iochai, la doctrina oculta ha sido un secreto
inviolable para el mundo externo.
El precepto masónico de labio en oído,
o sea la comunicación en voz baja, deriva de los tanaímes, quienes a su vez la
tomaron de los Misterios paganos. La práctica moderna de esta costumbre
preceptiva debe atribuirse seguramente a la indiscreción de algún cabalista
renegado, aunque la palabra transmitida es una moderna sustitución convencional
de la “palabra perdida”, según veremos más adelante.
La verdadera palabra ha estado siempre en
posesión privativa de algunos adeptos, de modo que tan sólo unos cuantos
maestres de los templarios y otros tantos rosacruces del siglo XVII,
íntimamente relacionados con los iniciados y alquimistas árabes, pudieron
envanecerse de haberla poseído. Desde el siglo XII al XV nadie la poseyó en
Europa, pues Paracelso fue el primer alquimista que recibió la iniciación, cuya
última ceremonia confería al iniciado el poder de acercarse a la “zarza
ardiente” y de fundir el becerro de oro y disolver su polvo en agua. Verdaderamente,
esta agua y la palabra perdida resucitaron a los Adoniram, Gedaliah e Hiram de
la época premosaica. La verdadera palabra, actualmente sustituida por la de Mac
Benac y Mah, se había empleado muchísimo antes de que los “hijos de
la viuda” de estos dos últimos siglos experimentaran sus pseudo-mágicos
efectos.
LA MASONERÍA MODERNA
El primer masón activo de alguna importancia
fue Elías Ashmole, a quien puede considerársele como el postrer alquimista y
rosacruz. Fue recibido en la Compañía de masones activos de Londres el año
1646, cuando la masonería era una sociedad rigurosamente secreta sin color
político ni religioso, que admitía en su seno a todo amante de la libertad de
conciencia, deseoso de sustraerse a la persecución de los clericales (2). Hasta
unos treinta años de la muerte de Ashmole, ocurrida en 1692, no apareció la
moderna francmasonería, instituida el 24 de Junio de 1717 en la “Taberna del
Manzano”, sita en la calle de Carlos del Covent-Garden de Londres. Según
nos dicen las Constituciones de Anderson, las cuatro logias del Sur de
Inglaterra eligieron a Antonio Sayer gran maestre de la masonería, y no
obstante su relativamente moderna institución, estas logias se han arrogado la
supremacía sobre todas las del mundo, como así se infiere de una inscripción
colocada en la de Londres.
Dice Frank al comentar los exotéricos
delirios cabalistas, como él los llama, que Simeón-ben-Iochai menciona
repetidamente lo que los “compañeros” enseñaron en obras antiguas. Entre estos
compañeros cita a los ancianos Ieba y Hamnuna (3), pero nada refiere de lo que
estos dos hicieron, porque tampoco él lo sabe.
A la venerable escuela de los tanaímes, o con
mayor propiedad, de los tananimes u hombres sabios, pertenecían los
instructores de la doctrina secreta que iniciaron a unos cuantos discípulos en
el misterio final, pues según dice el Mishna Hagiga (4), el contenido de
la Mercaba sólo puede comunicarse a los sabios 4
ancianos (5). La Gemara
es todavía más explícita sobre el particular al decir: “Los principales secretos
de los Misterios no se han de comunicar a todos los sacerdotes, sino tan sólo a
los iniciados”. El mismo sigilo prevalecía en todas las religiones de la
antigüedad.
Pero vemos que ni el Zohar ni ningún
otro tratado cabalístico contienen doctrina puramente judía, sino que, como
resultado de milenios de estudio, es común patrimonio de todos los adeptos del
mundo. Sin embargo, el Zohar en su texto original y con los signos
secretos del margen, no según traducción y comentario de los críticos modernos,
es la obra que enseña mayor suma de ocultismo práctico. Los signos secretos
encierran las instrucciones ocultas para esclarecer las interpretaciones
metafísicas y manifiestos absurdos en que de tal modo se engañó Josefo, por
haber expuesto la letra muerta según la había recibido por profanos
conductos (6).
Las enseñanzas de magia práctica que dan el Zohar
y otros tratados cabalísticos, sólo aprovecharían a quienes acertaran a
leerlas interiormente. Los apóstoles cristianos, por lo menos los que
obraban milagros a voluntad (7), debieron estar enterados de esta
ciencia, y así no es bien que los cristianos tachen de superstición los
talismanes, amuletos y piedras mágicas con que su poseedor logra ejercer en
otra persona aquella misteriosa influencia llamada vulgarmente “mal de ojo”. En
las colecciones arqueológicas, así públicas como particulares, pueden verse
todavía piedras convexas con enigmáticas inscripciones rebeldes a toda
hermenéutica, como por ejemplo, la cornerina blanca descrita por King (8),
cuyos reverso y anverso están cubiertos de inscripciones que sólo pueden
interpretar los adeptos. De los talismanes que en su citada obra nos da King a
conocer, se infiere que el evangelista San Juan, el iluminado de Patmos, estaba
muy instruido en la ciencia cabalística, pues alude claramente a la cornerina
blanca y la llama alba petra o piedra de iniciación, que por lo general
lleva grabada la palabra premio y se le entregaba al neófito luego de
vencidas felizmente las pruebas del primer grado de iniciación.
ALEGORÍAS DEL APOCALIPSIS
El Apocalipsis, como el Libro de
Job, es un alegórico relato de los Misterios y de la iniciación en ellos de
un candidato, personificado en el mismo San Juan. Así lo comprenderán
necesariamente los masones de grado superior, pues los números siete, doce y
otros, tan cabalísticos como estos, bastan para esclarecer las tenebrosidades
de dicho libro. Tal era también la opinión de Paracelso.
El siguiente pasaje desvanece toda duda sobre
el particular:
Al vencedor daré yo maná escondido y le daré
una piedrecita blanca y en la piedrecita un nuevo nombre escrito, que no sabe
ninguno sino aquel que lo recibe (9).
¿Qué maestro masón titubeará en reconocer en
esta inscripción la misma con que hemos epigrafiado el presente capítulo?
En los Misterios de Mithra, el neófito que
triunfaba de las doce pruebas precedentes a la iniciación recibía una hostia de
pan ázimo con figuras en ambas caras, que entre otros simbolismos tenía el del
disco solar, y se la llamaba también “pan celeste” o “maná”. Rociaban después
al candidato con la sangre de un cordero o de un toro sacrificado
al efecto, como cuando la iniciación del emperador Juliano, y se le comunicaban
las siete reglas misteriosas equivalentes a los siete sellos de que nos
habla el evangelista Juan (10), quien indudablemente alude a esta ceremonia.
Los amuletos católicos (11) y las reliquias
bendecidas por los pontífices romanos tienen el mismo origen que las piedras y
pergaminos mágicos de Efeso, las filactrias (...) hebreas con versículos
de la Escritura y los amuletos mahometanos con versículos del Corán. Todos
sirven igualmente para proteger a quien cree en su eficacia y encima los lleva.
Así es que cuando Epifanio reconviene a los maniqueos por el uso de amuletos
(periapta), que califica de supersticiones y fraudes, debe incluir en la
reconvención los amuletos de la Iglesia romana.
Pero la consecuencia es una virtud que la
influencia jesuítica va debilitando más y más entre los clericales. El astuto,
solapado, sagaz y terrible jesuitismo es como el alma de la Iglesia romana, de
cuyo poder espiritual se apoderó por entero. Conviene, pues, comparar la moral
jesuítica con la de los antiguos tanaímes y teurgos, para descubrir la íntima
relación que con las sociedades secretas tienen los arteros enemigos de toda
reforma. No hay en la antigüedad escuela ni asociación ni secta alguna que se
parezca siquiera a la Compañía de Jesús, contra cuyas tendencias se levantaron
generales protestas apenas nacida (12), pues a los quince años de su
constitución se deshicieron de ella los gobiernos de Europa. Portugal y los
Países Bajos expulsaron a los jesuitas en 1578; Francia en 1594; la república
de Venecia en 1606; Nápoles en 1622; Rusia en 1820 (13).
Desde su adolescencia mostró la Compañía de
Jesús las mañas que todo el mundo le reconoce, y que han causado más daños
morales que las infernales huestes del mítico Satán. No le parecerá exagerada
esta afirmación al lector cuando se entere de los principios, máximas y reglas
de los jesuitas, entresacados de sus propios autores y de la obra mandada
publicar por decreto del Parlamento francés (5 de Marzo de 1762) y revisada por
la comisión que se nombró al efecto (14). Esta obra fue presentada al monarca
para que, como hijo primogénito de la Iglesia, adviertiese la perversidad de
(como dice textualmente el decreto del Parlamento) “una doctrina que permite el
robo, el asesinato, el perjurio, la fornicación, el parricidio y el regicidio,
y sobre las ruinas de la religión quiere erigir la superstición, la hechicería,
la impiedad y la idolatría”.5
Veamos primero las
ideas sustentadas por los jesuitas respecto de la magia.
Dice Antonio Escobar:
Es lícito el uso del conocimiento adquirido
por mediación del demonio, con tal que no se emplee en provecho del demonio,
pues el conocimiento es bueno en sí mismo y se borró el pecado cometido al
adquirirlo (15).
PRECEPTOS JESUÍTICOS
Esto supuesto, ¿por qué no han de poder los
jesuitas engañar al diablo como engañan a las gentes?
Dice el mismo P. Escobar en otro pasaje:
¿Los astrólogos y adivinos están o no
obligados a restituir el estipendio si no sucede lo que vaticinaron? Opino que
no están obligados, porque cuando un astrólogo o adivino ha puesto toda su
diligencia en el diabólico arte, sin el que no le fuera posible lograr su
objeto, ha cumplido ya con su deber, sea cual fuese el resultado. Así como el
médico no está obligado a restituir los honorarios si el enfermo muere, tampoco
lo está el astrólogo a la restitución de los suyos si hace cuanto puede; con lo
que no engaña, a menos que por desconocimiento del arte embauque a las gentes
(16).
En punto a astrología, dice el jesuita
Arsdekin:
Si alguien afirma por conjeturas fundadas en
la influencia de los astros y en el carácter y disposición de un niño, que será
soldado, sacerdote u obispo, este vaticinio estará libre de todo pecado, porque
los astros y la disposición natural pueden inclinar la voluntad humana en
determinado sentido, pero no obligarla a seguirlo (17).
Por su parte, añaden Busembaum y Lacroix:
Se considera lícita la quiromancia, si por
medio de las rayas y divisiones de las manos puede colegirse el temperamento
del cuerpo y conjeturar con mucha probabilidad los afectos e inclinaciones del
ánimo (18).
A pesar de las afirmaciones contrarias, ha
resultado que la Compañía de Jesús pertenece en uno de sus aspectos al linaje
de las sociedades secretas. Sus constituciones, traducidas al latín en 1558 por
el P. Polanco e impresas en Roma, se mantuvieron en riguroso secreto (19),
hasta que en 1761 mandó publicarlas el Parlamento francés cuando el famoso
proceso del P. Lavalette.
Los grandes de la orden son seis, a saber:
novicios, hermanos, sacerdotes, coadjutores, profesos de tres votos y profesos
de cinco votos. Además, hay un séptimo grado secreto, tan sólo conocido del
general de la orden y de unos cuantos dignatarios, en que consiste el terrible
y misterioso poder de la Compañía, uno de cuyos mayores timbres de gloria es
para ellos la reorganización del sanguinario tribunal del Santo Oficio, a
instancias de Loyola.
Los jesuitas son hoy día omnipotentes en la
curia romana e influyen decisivamente en las congregaciones de cardenales y en
la secretaría de Estado, de modo que antes de la ocupación de Roma pudo decirse
que estaba en sus manos el gobierno pontificio.
Respecto a su organización interna dice
Mackenzie:
La Compañía de Jesús tiene signos secretos y
contraseñas distintas para cada uno de los grados, y como no llevan divisa
alguna exterior es muy difícil reconocerlos, a no ser por declaración propia, pues
según el encargo que reciban se presentan como católicos o protestantes,
plebeyos o aristócratas, fanáticos o escépticos. Tienen espías en todas partes
y en todas las clases sociales, y se fingen mentecatos cuando así les conviene.
Hay jesuitas de ambos sexos y de toda edad que se inmiscuyen por doquiera,
hasta el punto de haber algunos de familias distinguidas y complexión delicada,
que no obstante están de criados en casas de protestantes para mejor servir los
intereses de la Compañía. Nunca nos precaveremos suficientemente contra su
influjo, pues como la Orden se funda en la absoluta y ciega obediencia, puede
convertir toda su fuerza hacia determinado punto (20).
Por su parte, sostienen los jesuitas que “la
Orden no es de institución humana sino que la fundó el mismo Jesús al trazarle
la regla de conducta, primero con su ejemplo y después con su palabra” (21).
Veamos, pues, esta regla de conducta, y
entérense de ella los cristianos piadosos. Al efecto, entresacaremos los
siguientes pasajes de obras de los mismos jesuitas:
Si lo manda Dios es lícito matar a un
inocente, robar y fornicar; porque Dios es Señor de vida y muerte y de todas
las cosas, y debemos por lo tanto cumplir sus órdenes (22).
El religioso que temporáneamente se despoja
del hábito con algún propósito criminal, no comete pecado abominable ni
tampoco incurre en pena de excomunión (23).6
¿Está obligado un
juez a restituir el estipendio que recibió por dictar sentencia? Si se lo
dieron con intento de que fallase injustamente, es muy probable que se pueda
quedar con él, pues tal es el sentir de cincuenta y ocho tratadistas (24).
LA PASTORAL DE CAMBRAY
No sigamos adelante, porque tan repugnantes
por lo hipócritas, licenciosos y desmoralizadores son estos preceptos, que no
es prudente traducir del latín muchos de ellos (25), y así tan sólo citaremos
más adelante los menos espinosos.
Pero ¿qué porvenir aguarda al mundo católico
si ha de continuar dominado por esta nefanda sociedad? No será muy lisonjero
desde el momento en que el mismo cardenal arzobispo de Cambray levanta su voz
en pro de los jesuitas, aunque como han transcurrido ya dos siglos de la
exposición de tan abominables principios, les ha sobrado tiempo a los jesuitas
para amañar su defensa con mentiras afortunadas, de modo que la mayoría de
católicos jamás creerán a sus acusadores. El pontífice Clemente XIV suprimió la
Compañía de Jesús el 23 de Julio de 1773, y sin embargo la restableció Pío VII
el 7 de Agosto de 1814.
Pero copiemos el extracto que de la pastoral
del arzobispo de Cambray publica un periódico. Dice así:
... Los enemigos de la religión han
establecido distinciones entre el clericalismo, ultramontanismo y jesuitismo,
que son una sola y misma cosa, esto es, el catolicismo. Hubo tiempo en que
predominó en Francia cierta opinión respecto a la autoridad del Papa, pero
estaba circunscrita a nuestra nación y era de origen reciente. La potestad
civil asumió durante siglo y medio la enseñanza oficial. Los partidarios de
estas doctrinas se llamaron galicanos, y los oponentes recibieron el
calificativo de ultramontanos por estar Roma más allá de los Alpes. Hoy día ya
no cabe distinguir entre galicanos y ultramontanos, porque la doctrina ortodoxa
se declaró en contra de la iglesia nacionalizada, según decisión del concilio ecuménico
del Vaticano. No es posible ser hoy católico sin ser al propio tiempo
ultramontano y jesuita.
Esto define la cuestión. Prescindiendo de
comentarios, compararemos la preceptiva moral de los jesuitas con la de los
místicos y fraternidades de la antigüedad, a fin de que el lector pueda juzgar
imparcialmente entre ambos extremos.
El rabino Jehoshua-ben-Chananea (26) declaró
que había operado milagros por virtud del libro del Sepher Yetzireh, y
retaba a cuantos no lo creyeran (27).
Simón el Mago era indudablemente discípulo de
los tanaímes de Samaria, y la fama adquirida con sus prodigios, que le valieron
el sobrenombre de “gran poder de Dios”, es prueba elocuente de la sabiduría de
sus maestros. Ningún cristiano aventajaba a Simón en virtud taumatúrgica, a
pesar de las calumniosas imputaciones contra él lanzadas por los compiladores
de los Hechos de los apóstoles. Es de todo punto ridícula la leyenda de
que habiéndose elevado Simón en el aire, cayóse de pronto por ruegos de San
Pedro y se quebró las piernas en la caída. En vez de impetrar de Dios el
fracaso de su rival, hubiera debido el apóstol pedir el auxilio necesario para
prevalecer taumatúrgicamente contra Simón y sobrepujarle en prodigios, pues
lograra con ello manifestar más fácilmente la superioridad de su poder y
convertir millones de gentiles y judíos al cristianismo. La posteridad sólo
conoce un aspecto de esta leyenda, y seguramente que de favorecer la fortuna a
los discípulos de Simón diría hoy la historia que fue Pedro el perniquebrado, si
no supiéramos que este apóstol tenía bastante prudencia para no presentarse en
Roma. según confiesan varios historiadores eclesiásticos, ningún apóstol
aventajó a Simón en “maravillas sobrenaturales”; pero las gentes piadosas
replicarán diciendo que esto demuestra precisamente que Simón actuaba por obra
del diablo.
LA MENTIRA COHONESTADA
Acusaron a Simón de blasfemia contra el
Espíritu Santo, porque lo consideraba en el femenino aspecto de Mente matriz de
todas las cosas, sin advertir que el mismo concepto expresa el Libro de
Enoch cuando contrapone al “Hijo del Hombre” el “Hijo de la Mujer”, así
como el apócrifo Evangelio de los hebreos, cuando dice que Jesús reconocía el
aspecto femenino del Espíritu Santo en la expresión: mi Madre, el santo
Pneuma. El mismo concepto exponen corrientemente el Código de los
nazarenos, el Zohar y los Libros de Hermes.
Pero las blasfemias de Simón y de todos los
herejes, ¿qué son comparadas con las de los jesuitas que de tal suerte han
dominado al pontificado y al orbe católico? Oigámoslos de nuevo:
Haced lo que vuestra conciencia os represente
por bueno y lícito, pero si por invencible error creéis que os manda Dios
mentir y blasfemar, blasfemad.
No hagáis lo que repugne a vuestra
conciencia, y si por invencible error creéis que Dios prohibe tributarle culto,
dejad el culto de Dios (28).
Obedeced los dictados de vuestra conciencia,
sin importar que sean invenciblemente erróneos, de modo que si creéis que os
está mandada una mentira, mentid (29).
Si un católico cree invenciblemente que está
prohibido el culto de lasimágenes y las adora, no tendrá Jesucristo más remedio
que decirle: Apártate de mí, maldito, porque adoraste mi imagen. Así
tampoco es 7
absurdo suponer que
Jesucristo pueda decir: Ven, bendito, porque mentiste, creído de que yo te
mandaba mentir (30).
No hay palabras lo suficientemente expresivas
para manifestar la aversión que en toda conciencia honrada ha de promover tan
estupenda preceptiva. Sea el silencio, nacido de una repugnancia invencible,
el mejor comentario de semejantes extravíos morales.
Cuando en 1606 fueron expulsados de Venecia
los jesuitas, se sublevó contra ellos violentamente el sentimiento popular. La
multitud siguió tras los expulsados hasta el embarcadero, despidiéndoles con
gritos de: ¡id enhoramala! Según comenta Michelet, de quien tomamos
estos datos, aquel grito no cesó de resonar en los dos siglos siguientes: en
Bohemia el año 1618; en la India el de 1623, y en toda la cristiandad en 1773.
¿Cómo es posible, pues, acusar de impiedad a
Simón el Mago si obedecía los invencibles dictados de su conciencia? ¿Y bajo
qué aspecto han sido los herejes y los mismos infieles de peor especie que los
jesuitas? Oigamos a los de Caen:
La religión cristiana es evidentemente
creíble, pero no evidentemente verdadera. Es evidentemente creíble porque
quienquiera que la abraza obra con prudencia; pero no es evidentemente
verdadera porque o bien enseña oscuramente las cosas o son oscuras las cosas
que enseña. Y quienes afirman que la religión cristiana es evidentemente
verdadera, se ven obligados a confesar que es evidentemente falsa.
De esto se infiere:
1.º Que no es evidente que en el mundo haya
en la actualidad una religión verdadera.
2.º Que no es evidente que la religión
cristiana sea entre todas la verdadera, porque ¿acaso habéis viajado por todos
los países del mundo y conocéis las religiones que profesan?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
4.º Que no es evidente que los profetas
estuviesen inspirados por Dios, pues tanto pudieron vaticinar por profecía como
por mera conjetura.
5.º Que no es evidente la realidad de los
milagros de Jesucristo, aunque nadie pueda prudentemente negarlos.
Tampoco es necesario que los cristianos
confiesen explícitamente que creen en Jesucristo, en la Trinidad, en el
decálogo y los artículos de la fe, pues basta que crean como los judíos en Dios
y en su justicia remunerativa (31).
Por nuestra parte inferiremos de todo esto
que es más que evidente que al más solemne embustero del mundo se le puede
escapar tal o cual verdad en determinados momentos de su vida. Ejemplo de ello
son los autores jesuitas, hasta el punto de que es fácil advertir de dónde
salieron los anatemas del concilio ecuménico de 1870 contra ciertas herejías y
la definición de nuevos dogmas, cuyos inspiradores eran quienes menos creían en
ellos. La historia no sabe todavía que el octogenario Pío IX, engreído de su
recientemente definida infalibilidad, es eco fidelísimo de los jesuitas. Así
dice Michelet:
Un tembloroso valetudinario se ve levantado
sobre el pavés del Vaticano. Todo queda absorbido y limitado en él... Durante
quince siglos la cristiandad había estado sometida al yugo espiritual de la
Iglesia, pero esto no bastaba, pues les era necesario que el mundo entero se
doblegase bajo la mano de un solo dueño. Pero como mis palabras serían
demasiado débiles, tomaré las del obispo de París, cuando en pleno concilio de
Trento decía que “los jesuitas han querido convertir a la esposa de Cristo en
la concubina esclava de los caprichos de un hombre (32).
PROFECÍA DE HERMES
Los jesuitas se salieron con la suya. Desde
la definición de la infalibilidad, la Iglesia es un ciego instrumento y el Papa
un agente servil de la Compañía de Jesús. ¿Hasta cuándo? Mientras les llega el
fin, pueden los cristianos sinceros recordar las proféticas lamentaciones de
Hermes Trismegisto sobre su propio país, en que decía:
¡Ay, hijo mío! Día llegará en que los
sagrados jeroglíficos parezcan ídolos, porque el mundo tomará por dioses los
emblemas de la ciencia y acusará al glorioso Egipto de haber adorado monstruos
infernales. Pero quienes de este modo nos calumnian adorarán a la muerte en
lugar de la vida, y a la locura en vez de la sabiduría. Abominarán del amor y
de la fecundidad, llenarán sus templos de huesos de muerto que llamarán
reliquias, y malograrán su juventud en soledad y llanto. Sus vírgenes
preferirán ser monjas a ser esposas y se consumirán en el dolor, porque los
hombres habrán profanado con menosprecio los sagrados misterios de Isis (33).
Del acierto de esta profecía nos da prueba el
siguiente pasaje:8
La opinión más
razonable es que todas las cosas inanimadas e irracionales pueden ser objeto de
adoración. Quien comprenda debidamente la doctrina expuesta, advertirá que no
sólo las imágenes pintadas y toda representación de cosas santas expuesta por
la autoridad eclesiástica al culto de Dios puede ser adorada como si fuese el
mismo Dios, sino cualquier otra cosa de este mundo, sea de naturaleza
inanimada, racional o irracional.
¿Por qué no adorar y venerar como a Dios sin
peligro alguno cualquier cosa de este mundo, puesto que Dios está en ella en
esencia (34) y la conserva continuamente con Su poder? Cuando nos inclinamos
ante ella y la besamos, nos presentamos ante Dios su autor con toda nuestra
alma, considerándole como el prototipo de la imagen (35). A esto podemos
añadir, que puesto es obra de Dios todo lo de este mundo y Dios de continuo
mora y labora en el mundo, más fácil nos será conocer a Dios por las cosas del
mundo que a un santo por los vestidos que le pertenecieron. Por lo tanto, sin
tener en cuenta la dignidad de la cosa creada, no es vano ni supersticioso
sino puro acto de religión besar el objeto adorado o arrodillarnos sumisamente
ante él, con tal que dirijamos a Dios nuestro pensamiento (36).
Aunque la doctrina expuesta en este pasaje no
redunde en honor de la Iglesia cristiana, puede al menos aprovechar a los llamados
“paganos” para redargüir con ella cuando se les eche en cara su idolatría.
La profecía de Hermes es mucho más diáfana
que las de Isaías, que facilitaron pretexto para calificar de demonios a los
dioses gentilicios. Pero los hechos suelen tener mayor consistencia que la más
robusta fe. Todo cuanto los judíos sabían lo aprendieron de pueblos más
antiguos. Los magos caldeos les enseñaron la doctrina secreta durante la
cautividad de Babilonia.
Plinio menciona tres escuelas de magia: una
de origen desconocido por lo antigua; la segunda fundada por Osthanes y
Zoroastro; la tercera establecida por Moisés y Jambres. Sin embargo, estas
mismas escuelas derivaron sus enseñanzas de la India, de las comarcas que se
extienden a uno y otro lado de los Himalayas. lAs arenas del desierto de Gobi,
en el Turquestán oriental, encubren más de un secreto y los sabios del Khotan
han perpetuado curiosas tradiciones y raros conocimientos alquímicos.
Dice Bunsen que las oraciones e himnos del Libro
de los Muertos datan de la dinastía premenista (37) de Abydos, por los años
4500 a 3100 antes de J. C. El sabio egiptólogo remonta al año 3059 el reinado
de Menes o establecimiento del imperio nacional, antes de cuya época se conocía
ya el culto de Osiris y demás divinidades de la mitología egipcia (38).
Por otra parte, Bunsen nos lleva mucho más
atrás de los cuatro mil años computados por la Biblia a la actual edad del
mundo, y en los himnos correspondientes a esta preadámica era encontramos
preceptos morales idénticos en el fondo y muy parecidos en la forma a la
doctrina expuesta por Jesús en el sermón de la montaña. Así se infiere de las
investigaciones llevadas a efecto por los más eminentes egiptólogos y
hierólogos. Dice Bunsen sobre el particular:
Las inscripciones de la duodécima dinastía
abundan en fórmulas ritualísticas correspondientes a muy primitivos tiempos,
así como se ven extractos de los libros herméticos en los monumentos de las
primeras dinastías... De estas inscripciones se infiere que para los egipcios
el primer fundamento de piedad consistía en dar de comer al hambriento, de
beber al sediento, vestir al desnudo y enterrar a los muertos. En aquella época
se conocía ya la doctrina de la inmortalidad del alma, según demuestra la
tablilla n.º 562 del Museo británico (39).
LAS ÁNIMAS VIVIENTES
Y acaso sea mucho más antigua, porque se
remonta, en efecto, a la edad en que el alma era un ser objetivo, y por
lo tanto no podía negarse a sí misma, cuando la espiritualidad de la
raza humana no conocía la muerte. Hacia la declinación del ciclo de vida, el
etéreo hombre espiritual cayó en dulce sueño de transitoria
inconsciencia para despertar en todavía más alta y luminosa esfera; pero así
como el hombre espiritual se esfuerza continuamente en ascender a su fuente
originaria, pasando por los ciclos y esferas de la vida individual, el hombre
físico había de incorporarse al ciclo máximo de la creación universal hasta
revestirse de carne. Entonces quedó el alma demasiado abrumada por el peso de
las terrestres vestiduras para reconocerse a sí misma, excepto en aquellas
naturalezas delicadas, que escasean más y más en cada ciclo.
Sin embargo, ningún pueblo prehistórico negó
jamás la existencia del verdadero hombre, del Yo superior, pues la filosofía
antigua enseñaba que sólo el espíritu es inmortal y que el alma no es por sí
misma eterna ni divina, sino que, unida íntimamente a su envoltura terrestre,
se convierte en la mente finita, en el principio de la vida animal o nephesh
de las Escrituras hebreas, según se infiere de los siguientes pasajes:
Y crió Dios las grandes ballenas y toda ánima
(nephesh) que vive y se mueve (40).
Con esto se da a entender la creación de los
animales.
... Y fue hecho el hombre en ánima (nephesh)
viviente (41).
Aquí vemos que la palabra nephesh se
aplica indistintamente al hombre inmortal y al bruto mortal.9
Porque la sangre de
vuestras ánimas (nephesh) demandaré de mano de todas las bestias (42).
Salva tu ánima (nephesh) (43).
No le quites la vida (nephesh) (44).
El que hiriere animal restituirá otro en su
lugar, esto es, alma por alma (nephesh por nephesh) (45).
En los libros de los Reyes también se toma la
palabra nephesh por sinónima de vida y alma (46).
Verdaderamente, muy poco podemos aprender en
el Antiguo Testamento respecto a la inmortalidad del alma, a menos de
leerlo cabalísticamente para desentrañar su oculto significado. El vulgo de los
hebreos no tuvo ni tiene la más ligera idea de la distinción entre alma y
espíritu, pues confunde los conceptos de vida, sangre y alma, llamando a
esta última soplo de vida. Los traductores de la Biblia han tergiversado
de tal modo los conceptos, que únicamente los cabalistas pueden restablecer el
significado original.
La doctrina de la naturaleza trina del hombre
está explícitamente expuesta en los libros herméticos, en la filosofía de
Platón y en las doctrinas induísta y budista. Sin embargo, es una de las
enseñanzas más importantes y menos comprendidas de la ciencia hermética. Los
Misterios egipcios, de los que sólo conoce el mundo lo poco que de ellos nos
dicen las Metamorfosis de Apuleyo, ejercitaban a los iniciados en las
más heroicas virtudes y le transmitían conocimientos que en vano buscan en los
libros cabalísticos los modernos investigadores, y que las enigmáticas
enseñanzas de la Iglesia romana, inspirada por los jesuitas, serán incapaces de
descubrir. Resulta, por lo tanto, un agravio para las antiguas confraternidades
secretas de iniciados comparar sus doctrinas con las alucinaciones de los
discípulos de Loyola, por sinceros que fuesen en los primeros tiempos de la
Orden.
Uno de los más poderosos obstáculos para la
iniciación, así entre los egipcios como entre los griegos, era el haber
derramado sangre humana en cualquiera de las modalidades del homicidio. En
cambio, una de las mayores recomendaciones para el ingreso en la Compañía de
Jesús es el haber cometido o estar dispuesto a perpetrar un asesinato en
defensa del jesuitismo, según se colige del siguiente pasaje:
Los hijos que profesen la religión católica
pueden acusar a sus padres del crimen de herejía si tratan de apartarlos de la
fe; y esto aunque sepan de antemano que han de ser condenados a muerte en
hoguera, como Tolet enseña... Y no sólo pueden negarles el alimento, sino
también matarlos con justicia (47).
Sabido es que el emperador Nerón jamás se
atrevió a solicitar la entrada en los Misterios a causa de haber dado muerte a
su madre Agripina. En cambio, oigamos lo que dice un jesuita acerca del
homicidio:
Si un adúltero, aunque sea eclesiástico, mata
al marido al verse atacado por éste, no se le debe culpar (48).
Si un padre estuviese en el destierro por
peligros a la seguridad del Estado y al orden social, y no hubiese otro medio
de librarse de él, aprobaría que su propio hijo le diese muerte (49).
Al clérigo secular o regular le es lícito
matar al calumniador de su persona o de su orden (50).
Y así son los demás ejemplos que nos dan las
autoridades de la Orden para establecer como regla que un católico puede
quebrantar las leyes humanas hasta el crimen, sin menoscabo de su jesuítica
santidad. Veamos ahora qué principios morales enseñaban los egipcios antes de
que los jesuitas perfeccionasen la ética de tan curiosa manera.
MORAL EGIPCIA
En las ciudades importantes de Egipto estaba
el cementerio separado de la población por un lago sagrado, en cuya margen se
reunían los cuarenta y dos jueces encargados de juzgar al alma del difunto, de
la propia suerte que el Libro de los muertos nos representa el juicio
del alma en el mundo espiritual. Si los jueces se pronunciaban unánimemente a
favor del alma, el barquero conducía el cadáver a través del lago hasta el
lugar del enterramiento, y terminada la fúnebre ceremonia regresaban los
sacerdotes al sagrado recinto, donde el al-om-jah (51) instruía a los neófitos
acerca del drama que en aquellos momentos se desenvolvía en el mundo invisible,
y fortalecía su creencia en la inmortalidad del alma.
El Crata Nepoa (52) describe como
sigue los siete grados de la iniciación:
El neófito pasaba en la escuela de Tebas por
las doce pruebas preliminares, se le intimaba a dominar sus pasiones y no
apartar ni un momento de Dios su pensamiento. Después había de subir varias
escaleras y vagar a oscuras por una cripta de muchas puertas, pero todas ellas
cerradas, para simbolizar en esta ceremonia la peregrinación del alma no
purificada. Si triunfaba de las terribles pruebas preliminares recibía los tres
primeros grados de iniciación, que se llamaban Pastophoris, Neocoris y Melanephoris.
Después se le conducía a una vasta cripta llena de momias colocadas con mucho
aparato, y se le dejaba frente a un ataúd con el mutilado cuerpo de Osiris.
Esta cripta se llamaba “Puerta de la Muerte”, y seguramente aluden a ella el Libro
de Job (53) y los Evangelios (54), aunque equiparándolas con las puertas
del infierno.
Vencida esta prueba, se le llevaba a la
“Cámara de los Espíritus” para que estos le juzgasen.
Entre las enseñanzas morales en que se
instruía al neófito, figuraban la abstención de todo género de venganza, el
auxilio del necesitado, aun con riesgo de la propia vida, honrar a los padres,
enterrar a los 10
muertos, respetar a
los ancianos, proteger a los débiles y pensar de continuo en la muerte seguida
de la resurrección en nuevo e imperecedero cuerpo (55). La castidad era virtud
rigurosamente prescrita en las iniciaciones, y el adulterio estaba penado de
muerte.
Al recibir el cuarto grado (Kristophores) se
le comunicaba al candidato el misterioso nombre de IAO y en el quinto (Balahala)
se le comunicarban los secretos de la alquimia (chemia) en nombre de
Horus.
En el sexto grado se le enseñaba la danza
cíclica sacerdotal que era un verdadero curso de astronomía, pues simbolizaba
el movimiento de los planetas. En el séptimo grado se le iniciaba en el
misterio final, después de pasar por la última prueba en el astronomus (56),
y entonces recibía la cruz (tau) que al morir le colocaban sobre el
pecho. Ya era hierofante.
FESTINES OBSCENOS
Cabe comparar la moral de los jesuitas con la
de los Misterios paganos, contra los que la Iglesia romana desencadena las iras
de su vengativo Dios. Si la Iglesia tuvo también sus ritos misteriosos, ¿serían
tan nobles, puros y morales ni más propicios a la ejemplaridad de una vida
virtuosa? Oigamos lo que dice Niccolini respecto a los modernos misterios del
claustro.
En la mayor parte de monasterios y más
particularmente en los de capuchinos y reformados, comienza por Navidad una
serie de fiestas que no terminan hasta Carnaval, y en ellas se entregan los
monjes a toda clase de juegos y diversiones, celebran suntuosos banquetes y
acuden al refectorio gran número de vecinos si está el convento enclavado en
una población de segundo orden. Por Carnaval son todavía más espléndidos los
festines, en cuyas mesas parece que la abundancia hubiese derramado
cumplidamente su cuerno, a pesar de que ambas órdenes son mendicantes (57). Al
sombrío silencio del claustro sucede entonces el bullicioso jolgorio del
festín, y en las tétricas bóvedas resuenan cantos muy distintos de la salmodia.
Termina la fiesta con un animado baile, en que para demostrar sin duda cómo el
voto de castidad ha desarraigado en ellos todo apetito carnal, se presentan
vestidos de mujer los monjes más jóvenes y los demás en traje de caballero
seglar. No podría por menos de repugnar al lector la escandalosa escena que a
todo esto se sigue. Baste decir que con frecuencia he sido espectador de
semejantes saturnales (58).
El ciclo está en descenso, y a medida que
desciende, la naturaleza física y pasional del hombre cobra mayores bríos a
costa del Yo superior (59).
Seguramente que apartaremos disgustados la
vista de esa farsa religiosa llamada cristianismo moderno, para convertirla a
las nobles creencias de la antigüedad.
En el Libro de los Muertos, que Bunsen
califica de “inestimable y misterioso libro”, leemos un discurso que se supone
dirigido por el difunto en representación de Horus, enumerando todo cuanto ha
hecho por su padre Osiris. Entre otras cosas, dice el dios:
30. Yo te di el espíritu.
31. Yo te di el alma.
32. Yo te di el cuerpo (la fueza).
En otro pasaje, la entidad a que el difunto
llama “Padre” representa el espíritu humano, pues el versículo dice:
Yo llevé a mi alma a que hablase con su Padre,
con su Espíritu (60).
Los egipcios creían que su Ritual era
de inspiración divina, lo mismo que para los induístas lo son los Vedas y
la Biblia para los judíos. Según Bunsen y Lepsius, la palabra hermético
equivale a inspirado, porque Thoth, la Divinidad en persona, revela
a sus elegidos los arcanos de las cosas divinas, de modo que en los libros
heméticos hay pasajes enteros que los egipcios suponían “escritos por el mismo
dedo de Thoth” (61).
Por su parte dice Lepsius:
En un período posterior es todavía más
distinguible el carácter hermético de estos libros, pues en la inscripción
grabada sobre un ataúd correspondiente a la vigesimosexta dinastía, anuncia
Horus al difunto que el mismo Thoth le ha traído los libros de su palabra
divina o Escrituras herméticas (62).
EL HOMBRE SEGÚN LOS EGIPCIOS
Sabido que Moisés era sacerdote egipcio, o
por lo menos que estaba iniciado en la doctrina esotérica, no es maravilla que
dijese:
Y el señor me dio dos tablas de piedra
escritas con el dedo de Dios (63).
Y dio el Señor a Moisés las dos tablas del
testimonio, que eran de piedra, escritas con el dedo de Dios (64).11
La filosofía
religiosa de los egipcios consideraba en el hombre tres principios
fundamentales: cuerpo, alma y espíritu; pero además lo consideraban formado de
seis elementos componentes, conviene a saber: kha, cuerpo físico; khaba,
cuerpo astral; ka, principio de vida o alma animal; akh, mente
concreta; ba, alma superior; sah, principio cuyas funciones no
comenzaban hasta después de la muerte física.
Durante el período de purificación, el alma
visita con frecuencia el momificado cadáver de su cuerpo físico, hasta que, ya
purificada del todo, se absorbe en el Alma del mundo, convirtiéndose en un dios
menor subordinado al dios mayor Phtah (65), el Demiurgo egipcio o Creador del
mundo material, equivalente al Elohim bíblico. Según el Ritual egipcio,
el alma purificada y unida al superior e increado espíritu, queda
más o menos expuesta a la tenebrosa influencia del dragón Apofis. Si alcanzó el
conocimiento final de los misterios celestiales e infernales, es decir, la
gnosis consiguiente a su perfecta identidad con el espíritu, triunfará de sus
enemigos; de lo contrario, ha de quedar sujeta a la segunda muerte (66).
De conformidad con esta doctrina, dice
alegóricamente el evangelista San Juan:
Y el diablo que los engañaba fue metido en el
estanque de fuego y azufre... Y el infierno y la muerte fueron arrojados en el
estanque del fuego. Ésta es la muerte segunda (67).
Esta segunda muerte es la desintegración
paulatina del cuerpo astral, cuya materia se restituye a su originario
elemento, según hemos expuesto ya repetidamente; pero puede eludirse tan
terrible experiencia por el conocimiento del Nombre misterioso, llamado
la Palabra por los cabalistas (68).
Pero ¿qué castigo llevaba aparejada la
negligencia en el conocimiento de la Palabra? El hombre de pura y virtuosa vida
no ha de temer castigo alguno, pues tan sólo queda sujeto a una detención en el
mundo astral, hasta que esté bastante purificado para recibir la Palabra de su
Señor espiritual, perteneciente a la poderosa Hueste; pero si durante la vida
prevalece la naturaleza animal, queda el alma más o menos inconsciente del
espíritu, según el grado de sensibilidad cerebral y nerviosa, hasta que más o
menos tarde acaba por olvidarse de su divina misión en la tierra. Porque si a
manera del vurdalak o vampiro de la leyenda servia, el cerebro se nutre
y vigoriza a expensas del espíritu, la ya semi-inconsciente alma queda
embriagada con los vapores de la vida terrena, pierde toda esperanza de
redención y es incapaz de vislumbrar el brillo del espíritu y de oír las
admoniciones de su “ángel custodio”, de su “dios”. Entonces convierte el alma
sus anhelos a la mayor plenitud de la vida terrestre, con lo que únicamente
puede descubrir los misterios de la naturaleza física. Todas sus penas y
alegrías, esperanzas y temores se contraen a las vicisitudes de la vida mundana
y rechaza cuanto no puede percibir por sus órganos de actuación sensoria. Poco
a poco va muriendo el alma hasta su completa aniquilación, lo cual ocurre a
veces muchos años antes de morir el cuerpo físico, en cuyo principio vital ha
quedado ya absorbida el alma cuando llega la hora de la muerte. El único
residuo de la entidad humana en semejantes circunstancias es un cadáver astral
a manera de bruto o idiota, que impotente para elevarse a más altas regiones,
se disuelve en los elementos de la atmósfera terrestre.
HOMBRES DESALMADOS
Los videntes, los justos, cuantos lograron el
supremo conocimiento del verdadero hombre, recibieron enseñanzas divinas en
sueños (69) o por otros medios de comunicación. Auxiliados por los espíritus
puros que moran en las regiones de eterna bienaventuranza, predijeron los
videntes el porvenir y previnieron a la humanidad contra futuras contingencias.
Aunque el escepticismo se burle de estas afirmaciones, están corroboradas por
la fe basada en el conocimiento espiritual.
En el ciclo que atravesamos menudean los
casos de muerte de almas y a cada punto tropezamos con gentes desalmadas. No
es, por lo tanto, extraño que Hegel y Schelling hayan fracasado en su tentativa
de planear un abstracto sistema metafísico, cuando hombres que de cultos se
precian niegan de plano contra toda evidencia los palpables fenómenos
espiritistas que ocurren todos los días y a toda hora. Si los materialistas
niegan lo concreto, menos dispuestos todavía estarán para aceptar lo abstracto.
Al comentar el Ritual egipcio, dice
Champollión (70) queen uno de los capítulos se leen misteriosos diálogos entre
el alma y diversas Potestades. Uno de estos diálogos da valiosa prueba de la
eficacia de la Palabra. La escena ocurre en la “Cámara de las Dos Verdades”,
cuyos diversos elementos constitutivos, tales como el “Portal” y la “Cámara de
la verdad”, se alegorizan prosopopéyicamente para hablar con el alma que
solicita entrada y todos se la niegan si no pronuncia los nombres misteriosos.
Ningún estudiante de esoterismo dejará de reconocer la identidad de estos
nombres del Ritual egipcio con los de los Vedas, la Kábala y
los últimos textos induístas.
Magos, cabalistas, místicos, neoplatónicos,
teurgos (71), samanos, brahamanes, budistas y lamas conocieron y confesaron en
toda época la potencia subyacente en estos varios nombres, cuya virtud dimana
de la única e inefable Palabra (72).
Los cabalistas relacionan misteriosamente la
virtud de la fe con esta Palabra, y lo mismo hicieron los apóstoles,
apoyados en las siguientes de Jesús:
Porque en verdad os digo que si tuvierais fe,
cuanto un grano de mostaza..., nada os será imposible (73).
A lo que añade San Pablo:12
Cerca está la palabra
en tu boca y en tu corazón. Ésta es la palabra de fe que predicamos (74).
Sin embargo, aparte de los iniciados, ¿quién
puede envanecerse de conocer su verdadero significado?
Lo mismo que en la antigüedad, es necesaria
la fe para creer en los milagros bíblicos; mas para operarlos es
indispensable el conocimiento esotérico de la Palabra. El doctor Farrar y el
canónigo Westcott dicen a una voz que si Cristo no hubiese obrado milagros no
serían los evangelios dignos de fe; pero aun suponiendo que los obrase, ¿fuera
prueba bastante para creer en relatos no escritos de su mano ni dictados por
él? Por otra parte, semejante argumento podría aducirse con igual valía para
demostrar que los milagros obrados por taumaturgos de religión distinta a la
cristiana atestiguan la veracidad de sus respectivas Escrituras, con lo que se
viene a reconocer la igualdad entre los libros canónicos del cristianismo y del
budismo, pues también estos relatan estupendos prodigios. Además, la razón de
que ya no haya taumaturgos cristianos es que han perdido la Palabra; pero si
los viajeros no se han puesto de acuerdo para mentir en este punto, hay lamas
tibetanos y talapines siameses muy capaces de obrar prodigios mucho mayores que
los del Nuevo Testamento, sin atribuirlos a permisión divina ni a
quebranto de las leyes naturales. El cristianismo contemporáneo da pruebas de
estar tan mortecino en la fe como en las obras, mientras que el budismo rebosa
de vida y la demuestra en obras.
MILAGROS BUDISTAS
La autenticidad de los milagros budistas
tiene por apoyo la propia confesión de los misioneros católicos, quienes, en la
imposibilidad de negar la experiencia, se han visto precisados a cohonestarlos
diciendo que eran obra del diablo (75). Tan sorprendidos quedaron los jesuitas
al presenciar los prodigios de aquellos verdaderos siervos de Dios, que
arteramente se disfrazaron algunos de lamas y talapines (76), para embaucar al
vulgo crédulo en vista de que se les escapaba de sus cristianas redes, hasta
que se descubrió la impostura. A pesar de todo, pretendieron los jesuitas de
Caen justificar este proceder de los misioneros, diciendo que “así como el
sirio Naaman no disimuló su fe al doblar la rodilla con el rey en la casa de
Rimmon, tampoco los padres de la Compañía de Jesús la disimulan cuando adoptan
la regla y visten el hábito de los talapines de Siam” (77).
Con la misma fe que en los comienzos del
período védico se cree hoy en la potencia subyacente de los mantras y en
el Vâch de los induístas. El Nombre inefable de toda religión es
idéntico al que los masones forman con los nueve caracteres emblemáticos de los
nueve nombres con que los iniciados conocían a la Divinidad. sin duda alguna
que los humildes e ignorantes paganos aventajan a los altos dignatarios y
caballeros Zadoch de los grandes orientes de Europa y América en el
conocimiento de la creadora Palabra trazada por Enoch en los dos deltas de oro
purísimo, sobre los cuales grabó dos de los misteriosos caracteres. Pero no
comprendemos por qué los compañeros del Arca Real han de lamentar tan de
continuo y tan amargamente su pérdida. Esta palabra de **** está compuesta
exclusivamente de consonantes, por lo que dudamos de que ninguno de ellos haya
aprendido a pronunciarla, ni tampoco aprendiera aunque en vez de corromperla la
hubiesen “sacado a la luz de las bóvedas secretas”.
Se cree que el nieto de Cam condujo al país
de Mizraim el delta sagrado del patriarca Enoch, y por lo tanto, únicamente
puede encontrarse en Egipto y países de Oriente la Palabra sagrada; pero
teniendo en cuenta que tanto amigos como enemigos han divulgado los más
importantes secretos de la masonería, no será malicia ni animosidad decir que
desde la infausta catástrofe de los templarios ninguna logia masónica de
Europa, ni mucho menos de América (78), ha sabido nada digno de permanecer
oculto. Los furiosos ataques de católicos y protestantes contra la masonería
resultan tan ridículos como la afirmación del abate Barruel al decir que los
actuales francmasones descienden de los templarios suprimido en 1314. En sus Memorias
del jacobinismo, el citado abate, testigo presencial de la Revolución
francesa, trata extensamente de los rosacruces y otras comunidades masónicas;
pero la circunstancia de atribuir a los templarios la paternidad de los
modernos masones y de achacarles la perpetración de todos los crímenes
políticos, demuestra cuán poco enterado estaba de esta cuestión y cuán
ardientemente deseaba poner a los masones como cabeza de turco donde descargar
la culpabilidad de los golpes que asestaba desde la sombra la Compañía de
Jesús, en cuyos tenebrosos conventículos se han fraguado multitud de crímenes
políticos.
Las acusaciones contra los masones no
tuvieron otro fundamento que simples conjeturas insinuadas por la premeditada
intención de envilecerlos. Ninguna prueba concluyente de culpabilidad se ha
podido aducir, y el mismo asesinato de Morgan fue un pretexto de que los
farsantes de la política se aprovecharon con fines electorales (79). En cambio,
los jesuitas, no sólo toleraron sino que aun indujeron en ciertos casos al
regicidio y al crimen de lesa patria (80).
APOLOGÍA DEL REGICIDIO
Dice acerca de este asunto el P. Manuel Sa:
La rebelión de un eclesiástico contra el rey
no es crimen de lesa majestad, porque los eclesiásticos no son súbditos del rey
(81).
Añade el P. Juan Bridgewater:13
No solamente es
lícito a los súbditos, sino que se les requiere como exigido deber a que
nieguen obediencia y rompan la fidelidad al príncipe siempre que así lo ordene
el Vicario de Cristo, soberano pastor de todas las naciones de la tierra (82).
El P. Juan de Mariana va todavía más lejos al
decir:
Si las circunstancias lo exigieran, será
lícito aniquilar con la espada al príncipe que haya sido declarado enemigo
público... No creo que obre mal quien satisfaciendo a la opinión pública atente
contra la vida de tal príncipe, pues no solamente es acción lícita sino loable
y gloriosa (83).
Pero la más delicada muestra de sus
cristianas enseñanzas nos las da el propio P. Mariana en otro pasaje de la obra
precedentemente citada, que dice así:
Soy de opinión que al enemigo no se le debe
envenenar con drogas ni ponerle ponzoña en la comida o bebida; pero con todo,
será lícito este procedimiento en el caso de que tratamos, pues quien matase al
tirano sería sumamente favorecido y alabado, porque acción gloriosa es
exterminar de la sociedad civil a esta raza dañina y pestilente. Y así no
conviene forzar a quien haya de morir por tirano a que él mismo tome el veneno
interiormente, sino que sin su intervención se lo aplique otra persona
externamente, pues cuando el veneno tiene mucha fuerza, basta que se derrame
por el asiento o por los vestidos para quitar la vida (84).
No es extraño que, según afirma Pasquier,
atentase de este modo el jesuita Walpole contra la reina Isabel de Inglaterra
(85).
Burton Robertson, catedrático de historia
contemporánea en la universidad de Dublin, dio en 1862 una serie de
conferencias sobre: La masonería y sus peligros, en las que por todo
apoyo recurrió al abate Barruel (86) y a Robinson (87), pues ya es costumbre en
todo campo recibir fruiciosamente al desertor del contrario y absolverle de
toda culpa.
Por otra parte, la Asamblea antimasónica
celebrada en los Estados Unidos el año 1830 aceptó por razones políticas
aquella jesuítica proposición de Puffendorf, según la cual “a nada obligan los
juramentos absurdos e impertinentes ni tampoco los que Dios no acepta” (88).
Pero todo hombre honrado rechazará, seguramente, tan burdo sofisma, convencido
de que el código del honor humano obliga infinitamente más que cualquier
juramento prestado sobre la Biblia, el Corán o los Vedas.
Los esenios jamás juraban sobre cosa alguna;
pero su sí y su no valía más que un juramento. Así, es muy extraño
que naciones tituladas cristianos hayan establecido el juramento obligatorio en
los tribunales civiles y eclesiásticos en diametral oposición al divino
mandamiento (89). Por nuestra parte opinamos que no sólo es absurdo sino
anticristiano sostener que un juramento no obliga si Dios no lo acepta, pues
ningún hombre, por infalible que sea, puede penetrar el pensamiento de Dios
(90). Únicamente la tendenciosa conveniencia puede dar la explicación de
semejante despropósito.
Ningún juramento tendrá fuerza bastante para
ligarnos, hasta que se universalice la convicción de que la humanidad es el más
sublime reflejo del Supremo Ser en la tierra y todo hombre una encarnación de
Dios; hasta que el sentimiento de responsabilidad personal esté tan vigorizado
en el hombre, que repugne el perjurio como el mayor agravio inferido a sí mismo
y a sus semejantes. La palabra de honor obliga a cuanto hoy no puede obligar el
juramento.
SOFISMAS ANTIMASÓNICOS
Resulta, por consiguiente, un abuso de
confianza pública apoyarse, como Robertson lo hizo en sus conferencias, en
parciales y tendenciosos testimonios. No es, según dicen ellos, “el malicioso
espíritu de la masonería en cuyo corazón se acuñan las calumnias”, sino el del
clericalismo católico y sus corifeos. Ninguna confianza merece el hombre que
intente conciliar el honor con el perjurio.
Clamorosamente presume el siglo XIX de mayor
civilización que los precedentes, y más clamorosa es todavía la presunción
clerical de que el cristianismo redimió al mundo de la idolatría y de la
barbarie. Pero ni el siglo ni la Iglesia tienen razón, según hemos visto en el
transcurso de esta obra. La luz del cristianismo sólo ha servido para alumbrar
la hipocresía y los vicios estimulados por sus tergiversadas enseñanzas (91) y
para poner de relieve cuánto nos aventajaban los antiguos en el concepto del
honor. La errónea doctrina de la redención y el continuo insistir del clero en
la fragilidad del hombre y su completa subordinación a los designios de la
Providencia han desvanecido en el cristiano el sentimiento del propio respeto y
de la confianza en sí mismo, hasta el punto de que entre los llamados impíos e
incrédulos han de buscarse los hombres de recia voluntad y carácter entero.
Cuéntase de Hiparco que, desesperado por la
vergüenza y oprobio resultantes de su perjurio, dióse la muerte, y tan odiosa
memoria dejó entre las gentes, que nadie sepultó su cadáver, tendido a orilla
del mar en la isla de Samos (92). Esto sucedía en tiempos del paganismo; pero
en nuestros días los noventa y seis delegados asistentes al congreso
antimasónico de los Estados Unidos (93) demandan por una parte el respeto
debido a honrados caballeros, y por otra aducen jesuíticos sofismas contra la
validez del juramento masónico. 14
El Congreso, apoyado,
según decían, en “las más eminentes autoridades de filosofía moral y en los inspirados
(94) autores que escribieron antes de existir la masonería”, resolvió que
como “el juramento es un convenio entre el hombre por una parte y el supremo
Juez por otra, y siendo todos los masones infieles, y por lo tanto indignos de
la confianza social, forzosamente han de ser sus juramentos ilegales y sin
obligación ninguna" (95).
Pero volviendo a los cargos que contra la
masonería acumula Robertson en sus Conferencias, vemos que
principalmente les acusa de no creer en un Dios personal (96) y de que presumen
poseer el secreto de mejorar a los hombres y hacerlos con él más dichosos que
con sus doctrinas la Iglesia apostólica. Aunque esta doble acusación tuviese
algo de verdad, denotaría que los masones se han apartado del Cristo mítico y
del bíblico Jehovah; pero en sus dos extremos es tan malévola como absurda,
según veremos.
No nos mueve ningún sentimiento personal en
estas consideraciones sobre la masonería, cuyos originarios estatutos
respetamos profundamente (97); pero combatimos la adulteración de principios en
que modernamente ha degenerado por intrigas de los cleros católico y
protestante. La masonería presume de ser la más pura organización democrática y
está monopolizada por los plutócratas y los ambiciosos. Se presenta como
maestra de la verdadera ética y es en realidad la propagandista de la teogonía
antropomórfica. En el primer grado de iniciación oye el aprendiz de labios del
venerable que toda categoría social se queda a las puertas de la logia, pues
allí todos son hermanos sin distinción entre el monarca y el mendigo; pero en
la práctica es la masonería servil cortesana de cualquier regio vástago que con
propósito de valerse de ella para fines políticos se digne ponerse el un día
simbólico vellocino.
DEGENERACIÓN DE LA MASONERÍA
De la decadencia de la masonería podemos
juzgar por lo que dice Yarker:
Nada perdería la asociación masónica si
adoptara una más elevada norma de compañerismo y moralidad con exclusión de todo
boato y de cuanto lleva en sí fraudes, imposturas, concesión de grados y otros
abusos inmorales... Tal como está hoy gobernada la confraternidad masónica, va
convirtiéndose rápidamente en el paraíso de la buena vida, del caritativo
hipócrita que olvidando el consejo de San Pablo decora su pecho con la “joya de
la caridad”, y en cuanto obtiene la “púrpura” desdeña a sus hermanos más
capaces aunque menos ricos. Tal es el fabricante de mezquino oropel masónico,
el ruin mercader que estafa a miles de incautos prevalido de las dúctiles
conciencias de los pocos que hacen caso de sus O. B. Tales son los
“emperadores” masónicos y otros charlatanes que obtienen poderío y riquezas
gracias a los pujos aristocráticos con que captan la voluntad del vulgo...
Creemos haber apuntado suficientemente la relación de los ritos masónicos con
los de la antigüedad, así como la pureza del rito templario inglés de siete
grados, del que derivaron espuriamente muchos otros (98).
No es nuestro intento revelar secretos que
hace tiempo divulgaron masones perjuros, pues todo cuanto de esencial haya en
los símbolos, ritos y consignas que hoy emplea la masonería, lo conocen las
hermandades orientales, aunque no exista entre éstas y aquélla comunicación
alguna (99).
Pero si algunos masones han aprendido un
tanto de la masonería esotérica, gracias al estudio de libros herméticos y de
su trato personal con “hermanos” del remoto Oriente, no ocurre lo mismo con la
generalidad de masones norteamericanos, a quienes conviene advertir que ha llegado
el tiempo de restaurar la masonería y restituirla a los límites que le
señalaron las primitivas hermandades, con cuyo espíritu se envanecían en el
siglo XVIII los fundadores de la masonería puramente especulativa. Desde
entonces ya no hay secretos masónicos, pues la Orden va convirtiéndose en una
asociación degradada por gentes egoístas y malévolas.
El Consejo supremo del rito antiguo y
aceptado, reunido recientemente en Lausana, se pronunció en contra de la impía
creencia en un Dios personal con atributos humanos, en la siguiente
declaración: “La masonería proclama, como viene proclamando desde su origen, la
existencia de un Principio creador denominado el “Gran Arquitecto del
universo”. de esta declaración protestó una exigua minoría de masones, diciendo
que “la creencia en un Principio creador no satisface ni equivale a la creencia
en Dios que la masonería exige de todo candidato”.
Esta opinión, por entero favorable al
concepto del Dios personal, tuvo en su apoyo al general Alberto Pike, una de
las mayores autoridades de la masonería norteamericana, quien dice:
No es un término nuevo sino renovado el del
Principio creador. nuestros numerosos y formidables adversarios dirán con razón
que ese Principio creador es idéntico al Principio generador de los indos y
egipcios, simbolizado antiguamente en el Linga... Si aceptáramos este
Principio en vez de un Dios personal, equivaldría a renegar del cristianismo
y del culto de Jehovah para volver a revolcarnos en las pocilgas paganas
(100).
¿Son acaso más limpias las del jesuitismo? La
alusión a los “numerosos y formidables enemigos” lo explica todo, pues no hay
para qué decir que son los católicos y parte de los presbiterianos reformados.
En vista de lo que masones y antimasones dicen unos de otros, cabe la duda de
qué bando teme más al contrario, aunque no vale la pena atacar a una asociación
que, como la masonería, no se atreve a tener creencias propias por temor de
suscitar querellas. Si los juramentos masónicos significaran algo y las penas
con que se conmina a los 15
perjuros no fuesen
irrisorias, ¿cómo podrían enterarse los profanos de lo que ocurre puertas
adentro de la logia? El “hermano terrible” resulta tan bufo como el general Bum-Bum
de Offenbach, y los millones de afiliados que se extienden por el mundo
poco valen si no aciertan a mantenerse unidos parra desafiar a sus adversarios.
Parece como si el “místico nudo” estuviese atado con cordeles de arcilla y la
masonería fuera un juguete a propósito para satisfacer la vanidad de unos
cuantos dignatarios que se complacen en ostentar insignias y bandas. ¿Acaso es
su autoridad tan falsa como su antigüedad? Así parece en efecto; pero como
también las pulgas tienen sus pulgas, hay en la América del Norte católicos
alarmistas que intentan asustar a los masones amenazándoles con la unión de la
Iglesia y el Estado bajo el patronato de Roma, como última y lógica
consecuencia del desenvolvimiento de los principios protestantes. Viene esto a
propósito de que el secretario de Marina R. W. Thompson publicó recientemente
una obra titulada: El papado y el poder civil, cuya corrección de
lenguaje no merecía ciertamente la dureza con que le atacaron, primero un
sacerdote católico de Washington y después el jesuita Weninger, quien derrama
sobre el autor toda una redoma de iracundia que parece destilada en las bodegas
del Vaticano, según se infiere de las siguientes palabras:
INTEMPERANCIAS DE WENINGER
Las afirmaciones de Thompson respecto al
forzoso antagonismo entre la Iglesia católica y las libres instituciones del
país, denotan ciega audacia y deplorable ignorancia. El autor prescinde de la
lógica, de la historia, del sentido común y de la caridad, y aparece ante el
leal pueblo norteamericano como un hipócrita de menguada inteligencia. Ninguna
persona culta se atrevería a repetir las manoseadas calumnias tantas veces
controvertidas... En réplica a la acusación que de enemiga de la libertad lanza
contra la Iglesia, le diré que si este país se convirtiese algún día al
catolicismo o si los católicos por estar en mayoría se apoderaran del gobierno,
se desenvolverían ampliamente los principios constitucionales y quedarían
verdaderamente unidos en todos los Estados de la república. Entonces
viviría el pueblo en armónica paz al amparo de la única fe, y todos los
corazones latirían al unísono en el amor de la patria, henchidos de caridad e
indulgencia para con sus mismos calumniadores... Puede mandar el autor su libro
al zar de Rusia y al emperador de Alemania por ver si en premio le nombran
caballero de las órdenes de San Andrés y del Águila Negra; pero de los
patriotas norteamericanos de claro entendimiento no espere otra condecoración
que la del desprecio. Mientras palpiten los corazones americanos al calor de la
sangre de nuestros padres, serán inútiles los esfuerzos de Thompson y de
cuantos le secunden. Los genuinos norteamericanos protegerán siempre a la
Iglesia católica, y por último se unirán a ella... Soltamos el libro que
acabamos de refutar como se arroja una piltrafa a los cernícalos de Texas, es
decir, a los que se regodean con la hediondez de la mentira y la calumnia
(101).
Mientras los norteamericanos quedan
advertidos para entrar en el seno de la Iglesia católica, nos complacemos en
saber que un tan conspicuo masón como León Hyneman (102) ha combatido durante treinta
años la tendencia de erigir en dogma masónico el concepto de un Dios personal,
diciendo a este propósito:
En vez de desenvolverse la masonería al
compás del progreso científico y de la mentalidad general, se ha desviado de
sus primitivos propósitos de confraternidad y toma notoriamente matiz sectario.
Así se infiere con toda evidencia del empeño con que mantiene en su ritual las
sectarias innovaciones en él introducidas... Parece como si la masonería de
este país se mostrase tan indiferente a la antigua índole de la Orden como lo
fueron en el siglo pasado los masones adheridos a la Gran logia de
Londres (103).
La Orden del Temple fue la última sociedad
secreta que poseyó colectivamente algunos de los misterios orientales, aunque
tanto en el siglo pasado como en nuestros días hubo, y tal vez hay, “hermanos”
aislados que fiel y secretamente trabajaban bajo la dirección de las
fraternidades orientales y que al afiliarse a alguna asociación masónica de
Europa la instruyeron en todo lo que de importante han sabido los masones, lo
cual explica la analogía entre los Misterios de la antigüedad y los grados
superiores de la masonería. Estos misteriosos hermanos jamás descubrían, ni aun
entre sí, los secretos de la asociación a que se afiliaban, pues eran mucho más
sigilosos que los mismos masones, y cuando consideraban a alguno de estos digno
de su confianza le iniciaban secretamente en los misterios orientales, sin que
los otros supieran ni una palabra más de lo que sabían.
Nadie ha podido sorprender la actuación de
los rosacruces, cuyo organismo y finalidad son todavía, como siempre lo fueron,
desconocidos para el mundo, y más particularmente para su enconado enemigo el
clericalismo, a pesar de los supuestos descubrimientos de cámaras secretas,
velarios llamados “T” y fósiles caballeros de lámparas perpetuas, y a pesar
también de las engañosas confesiones que el tormento arrancaba a los teósofos,
alquimistas, cabalistas, fingidos templarios y falsos rosacruces que murieron
en la hoguera.
LOS MODERNOS TEMPLARIOS
En cuanto a los modernos caballeros
templarios y a las logias masónicas que pretenden descender directamente de la
antigua Orden del Temple, no poseen ni poseyeron nunca ningún secreto peligroso
para la Iglesia, cuya persecución contra ellos tuvo desde un principio
apariencias de farsa, pues, según dice Findel, los 16
grados escoceses, o
sea la ordenación templaria, data tan sólo de los años 1735 a 1740, y siguiendo
sus tendencias católicas, establecieron su residencia principal en el colegio
de jesuitas de Clermont, en París, por lo que se le denominó rito de
Clermont.
El actual rito sueco tiene también algo del
elemento templario, pero está libre de la influencia jesuítica y no se
entremete en política (104).
Sobre la presumida filiación de los actuales
caballeros templarios dice Wilcke:
Los actuales caballeros templarios de París
pretenden descender directamente de la antigua Orden y tratan de probarlo por
medio de sus reglas internas, enseñanzas secretas y otros documentos. Según
Foraisse, la masonería nació en Egipto y Moisés comunicó sus enseñanzas a los
hebreos, Jesús a los apóstoles, y pro este camino llegaron hasta los
templarios. Todas estas invenciones necesitan los templarios parisienses para
apoyar su pretensión sin que las apoye la historia, pues todo este artificio se
tramó en el capítulo superior de Clermont al amparo de los jesuitas, que por
entonces contaban con el favor de los Estuardos.
De aquí que el obispo Gregoire (105) y Münter
(106) se declaren en pro de los actuales templarios.
Entre estos y los antiguos no hay a lo sumo
otra analogía que la adopción de ciertos ritos y ceremonias de índole
eclesiástica, astutamente incorporadas por el clero a la antigua Orden, que
desde entonces fue perdiendo la primitiva sencillez de carácter hasta su total
ruina.
La Orden del Temple fue instituida el año
1118 por Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Omer con el aparente propósito de
proteger a los peregrinos de Jerusalén, pero con el verdadero objeto de
restaurar el primitivo culto secreto. Teocletes, sumo sacerdote de los
nazarenos juanistas, instruyó a Hugo de Payens en la verídica historia de Jesús
y del cristianismo primitivo, y posteriormente otros dignatarios de la misma
secta le iniciaron en sus misterios (107). Su oculto designio era libertar el
pensamiento y restaurar la religión única y universal. En un principio hacían
voto de pobreza, castidad y obediencia, de suerte que fueron los verdaderos
discípulos del Bautista, que se alimentaba en el desierto de langostas y miel
silvestre. Tal es la verdadera y tradicional versión cabalística.
Es un error creer que la Orden de los
templarios no se declaró contra el dogma católico hasta sus últimos tiempos,
pues desde un principio fue herética en el sentido que la Iglesia da a esta
palabra. La cruz roja sobre manto blanco simbolizaba, como entre los iniciados
de los demás países, los cuatro puntos cardinales del universo (108). Cuando
más tarde tomó la Orden carácter de logia y comenzaron las persecuciones,
hubieron de reunirse los templarios muy secretamente en la sala capitular, y
para mayor seguridad en cuevas o chozas levantadas en medio de los bosques, con
objeto de practicar las ceremonias propias de su institución, al paso que en
las capillas públicas celebraban el culto católico.
Aunque eran infamemente calumniosas la mayor
parte de las acusaciones levantadas contra los templarios a instigación de
Felipe IV de Francia, había fundamento para inculparles de herejía, según el
criterio dogmático de la Iglesia romana. Los actuales templarios no pueden
conciliar su fe en la Biblia con la pretensión de ser directos descendientes de
aquellos nazarenos que no creían en la divinidad ni en la misión redentora de
Cristo ni en sus virtudes taumatúrgicas ni en los principales dogmas católicos,
como la transubstanciación, los santos, las reliquias y el purgatorio. El
Cristo era para los nazarenos un falso profeta; pero a Jesús lo respetaban como
hermano. San Juan Bautista era su Maestro; pero nunca le tuvieron en el
concepto que lo tiene la Biblia. Por otra parte, respetaban las doctrinas de la
alquimia, astrología y magia, así como los talismanes cabalísticos y seguían
las enseñanzas de sus jefes.
Sobre el particular dice Findel:
En el siglo pasado, cuando la masonería se
consideraba engañosamente hija de los templarios, era muy difícil creer en la
inocencia de esta Orden, pues se acumularon contra ella multitud de patrañas e
imputaciones no comprobadas, con deliberado propósito de sofocar la verdad. Los
masones, admiradores de los templarios, recogieron la documentación del
proceso, publicada por Moldenwaher, en donde se probaba la culpabilidad de la
Orden (109).
LOS CABALLEROS DE MALTA
Esta culpabilidad consistía únicamente en su
discrepancia de los dogmas de la Iglesia romana. Mientras los verdaderos
“hermanos” sufrían muerte ignominiosa, los hermanos espurios formaron una
secuela de los jesuitas, por lo que los masones sinceros deben rechazar con
horror toda relación con ellos, dejándolos solos con su ascendencia.
Dice sobre la materia el comandante Gourdin:
Los caballeros de San Juan de Jerusalén,
llamados también hospitalarios y de Malta, no eran masones sino que, por el
contrario, parecen haber sido enemigos de la masonería, porque el año 1740 el
Gran maestre de la Orden de Malta ordenó publicar en esta isla la bula
pontificia de Clemente XII y prohibió bajo severas penas las reuniones
masónicas. Con este motivo se marcharon de la isla algunos caballeros y muchos
ciudadanos, y al año siguiente, 1741, la Inquisición empezó a perseguir a los
masones. Seis caballeros fueron desterrados perpetuamente de la isla por haber
asistido a una reunión masónica. Al revés de los templarios, no tenían los 17
caballeros de Malta
ceremonia secreta para el ingreso den la Orden, y por esto le fue imposible a
Reghellini procurarse un ejemplar del ritual secreto, pues no le había (110).
Sin embargo, los masones caballeros
templarios comprenden tres grados: Rosacruz, Templario y de Malta (111). Así es
que no pueden envanecerse los caballeros templarios de la herencia recibida de
los jesuitas, pues no tienen más remedio que aceptar la descendencia de los
primitivos herejes y anticristianos cabalistas templarios, o confesar su
filiación jesuítica y tender sus cuadriculadas alfombras sobre la plataforma del
ultramontanismo. De lo contrario, no pasarán de pura pretensión sus
alegaciones.
La pseuda y clerical orden de los templarios
tuvo origen en Francia al amparo de los adictos a los Estuardos, según afirma
Dupuy; y como sus favorecedores no han perdonado medio para encubrir su
procedencia jesuítica, no es extraño que un autor anónimo (112) se esfuerce en
defender a los templarios de la inculpación d herejías, con lo que despoja a
aquellos mártires del librepensamiento de la aureola de respeto que se habían aquistado.
La falsa orden de los templarios se fundó en
París el 4 de Noviembre de 1804 con una constitución amañada al efecto, y desde
entonces ha venido contaminando a la masonería legítima, según declaran los más
conspicuos masones. La Carta de transmisión (113) tiene visos de tan
remota antigüedad, que, según confiesa Gregoire (114), le hubiera bastado este
documento para desvanecer toda duda respecto a la procedencia de la orden
(115).
El jesuita conde de Ramsay fue el primero en
exponer la idea de que los templarios se habían refundido con los caballeros de
Malta. Dice a este propósito:
Nuestros ascendientes los cruzados se
reunieron en Tierra Santa desde todos los puntos de la cristiandad y
resolvieron constituir una fraternidad que comprendiese a todas las naciones,
con objeto de que ligadas en corazón y alma se mejoraran mutuamente y pudiesen
con el tiempo representar un solo pueblo intelectual.
LOS TEMPLARIOS BASTARDOS
Por esta razón se unieron los templarios a
los caballeros de San Juan, quienes constituyeron una hermandad masónica
denominada “Masones de San Juan”. En el Sello rasgado (1745) se lee la
siguiente impudentísima falsedad, digna de los hijos de Loyola: “Las logias
estaban dedicadas a San Juan, porque cuando las guerras santas de Palestina los
caballeros masones se refundieron con los caballeros de San Juan”.
Según afirma Thory, el año 1743 se inventó en
Lyon el grado de caballero Kadosh, que simboliza la venganza de los templarios.
Sobre lo cual dice Findel:
La orden del Temple fue abolida en 1311, y
los caballeros se vieron en la precisión de secularizarse en 1740 por no serles
posible mantener su unión con la orden de San Juan de Malta, algunos de cuyos
individuos habían sido desterrados de la isla por masones, pues la orden estaba
entonces en la plenitud de su poderío y bajo la soberanía del romano pontífice.
Por su parte, Clavel, una de las más
prestigiosas autoridades de la masonería, añade a este propósito:
Es evidente que la orden francesa de los
caballeros templarios no remonta más allá de 1804, y que en manera alguna puede
titularse sucesora de la sociedad denominada: Resurrección de los Templarios
ni tampoco ésta se dilata en su origen a la genuina y primitiva orden del
Temple.
Así vemos que los templarios bastardos forjan
en el año 1806 en París, bajo la dirección de los jesuitas, el famoso Estatuto
Larmenio, y veinte años más tarde, ya constituidos en asociación tenebrosa,
mueven manos asesinas contra uno de los más nobles príncipes de Europa, cuya
muerte quedó en el misterio por intrigas políticas con afrenta de la verdad y
la justicia. Este príncipe, afiliado a la masonería, fue el postrer depositario
de los secretos de los legítimos caballeros templarios, que durante cinco
siglos habían eludido toda indagación y celebrado reuniones trienales en Malta
(116), mientras los falsos templarios, los caballeros papistas, dormían
tranquilamente, sin remordimiento de sus crímenes.
Dice a este punto Rebold:
Y a pesar de todo, no obstante el embrollo
que los jesuitas armaron de 1763 a 1772, sólo habían logrado entre sus diversos
propósitos el de desnaturalizar y desprestigiar la institución masónica,
y para complementar su disolvente labor organizaron una orden titulada: Oficialidad
de los templarios en confusa amalgama del espíritu de las cruzadas con las
quimeras de los alquimistas, que estuvo desde un principio supeditada al
clericalismo y se movió como sobre las ruedas representativas del propósito que
presidiera la fundación de la Compañía de Jesús (117).
De aquí que, a pesar del origen precristiano
de la masonería, se hayan incorporado todos sus ritos y símbolos al
cristianismo y de que éste le haya comunicado su sabor, pues antes de que el
neófito sea admitido en la logia ha de afirmar su creencia en un Dios personal
(118) y asimismo en Cristo con relación a los grados 18
del Campamento,
mientras que los primitivos templarios creían en el desconocido e invisible
Principio de que emanan las potestades creadoras, impropiamente denominadas dioses,
y se atenían a la versión nazarena, según la cual fue Ben-Panther el pecador
padre de Jesús, quien se proclamó “hijo de dios y del Hombre” (119). Esto da la
explicación de los terribles juramentos que sobre la Biblia se exigen a los
masones y de la servil analogía de sus leyendas con la cronología bíblica. Así,
por ejemplo, al conferir el grado de rosacruz, forman en línea los caballeros,
y al acercarse el neófito al altar procede el capitán de la guardia a
proclamarlo caballero diciendo: “A la gloria del Gran Arquitecto del Universo (120),
bajo los auspicios del Soberano Santuario de la antigua y primitiva masonería
etc.”. después, el caballero orador de la logia da un golpe y participa al
neófito que las narraciones masónicas se remontan a cuarenta siglos (121) y que
hacia el año 2188 antes de J. C. colonizó Mizraim el Egipto y echó los
cimientos de una monarquía, cuya duración fue de 1663 años (122).
Desde luego, se echa de ver el gran error de
cómputo que denota este número, aunque concuerde piadosamente con la cronología
bíblica. Por otra parte, los nueve nombres míticos de la Divinidad que, según
los masones, se conocieron en Egipto en el siglo XXII antes de J. C., se
encuentran en monumentos de doble antigüedad, en opinión de los más notables
egiptólogos, sin contar con que los masones desconocen dichos nombres.
Lo cierto es que la masonería moderna difiere
muy radicalmente de la en otro tiempo secreta confraternidad universal, cuando
los adoradores de Brahma, simbolizado en AUM, intercambiaban sus signos y
consignas con los devotos del TUM. Entonces eran “hermanos” los adeptos de
todos los países de la tierra.
EL NOMBRE MISTERIOSO
¿Cuál era, pues, aquel Nombre misterioso,
aquella poderosa Palabra por cuya virtud obraban maravillas los iniciados
indos, caldeos y egipcios?
Dice Horus:
Yo conocí los espíritus de An. Por glorioso
que sea, no pasa adelante si no me da la Palabra (123).
En otro himno, el alma transfigurada exclama:
Abridme el camino de Rusta. Soy el Supremo
Ser revestido como el Gran Ser. ¡Ya estoy aquí! ¡Ya he venido! Deliciosos son
para mí los reyes de Osiris. Yo creo el agua por virtud de la Palabra.
No he visto los secretos ocultos. Yo di verdad al sol. Soy pureza. Me adoran
por mi pureza (124).
En la envoltura de una momia se lee:
Yo soy el supremo Dios (Espíritu) existente
por Sí mismo y creador de Su nombre... Yo conozco el nombre de este
supremo Dios que está allí.
Los enemigos de Jesús le acusan de obrar
milagros, y los discípulos nos lo muestran expeliendo demonios por virtud del
Nombre inefable. Los fariseos creían firmemente que Jesús había hurtado del
santuario el sagrado Nombre. Los discípulos delatan su creencia en el pasaje
siguiente:
Y haciéndolos presentar en medio, les
preguntaron: ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros esto?
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les
dijo:
... Sea notorio a todos vosotros... que en el
nombre de Nuestro Señor Jesucristo Nazareno (125).
En este pasaje, el nombre de
Jesucristo no significa su propio nombre, sino aquel otro Nombre en cuya
posesión y conocimiento estaba Jesús de Nazareth por efecto de su iniciación,
aunque los judíos le acusaran de haberlos sustraído. Además, Jesús afirma
repetidamente que siempre obra en el Nombre del Padre y no en el suyo. Pero
¿qué masón moderno ha oído pronunciar este Nombre? El mismo rito masónico
declara que lo desconocen, pues el orador le dice al neófito, en el acto de la
iniciación, que las consignas recibidas en los grados precedentes son otras
tantas corrupciones del verdadero nombre de Dios grabado en el triángulo y que,
por lo tanto, lo substituyen con otra palabra. Lo mismo sucede en las logias
azules, cuyo Maestro representa al rey Salomón y conviene con el rey Hiram en
que la palabra *** substituirá a la del Maestro hasta que tiempos más sabios
descubran la verdadera. De los miles de diáconos que ayudaron a iniciar a los
neófitos y de los muchos maestros que musitaron al oído del supuesto Hiram
Abiffs la mística palabra que les sostenía en los cinco puntos de la hermandad,
¿quién sospechó la verdadera significación ni siquiera de esta palabra
sucedánea?
EL VENERABLE “MAH”
No pocos maestros de la masonería actual
supondrán que está relacionado con la “médula de los huesos”, porque ignoran
que el nombre del místico personaje, llamado venerable MAH por los adeptos
orientales que le 19
obedecen, es
abreviatura de la primera sílaba de las tres que componen la sustituyente
palabra masónica. El Mah vive actualmente en un lugar que tan sólo
conocen los iniciados, circuido por desiertos impenetrables, que no se
atreverán a cruzar los misioneros, porque están llenos de peligros que arredran
a los más audaces exploradores. Sin embargo, durante siglos ha estado resonando
en los oídos de los neófitos este ininteligible retintín de vocales y
consonantes, como si aun tuviese virtud suficiente para desviar de su aéreo
curso un vellón de cardo. Como el cristianismo, es la masonería un cadáver
abandonado hace mucho por el espíritu.
A este propósito copiaremos la carta que nos
envió el conspicuo masón Carlos Sotheran (126) y dice así:
Nueva York, 11 de Enero de 1877.
En respuesta a su carta, tengo mucho gusto en
proporcionarle los datos que desea respecto a la antigüedad y circunstancias de
la masonería actual. Mi placer es mayor al considerar que puesto pertenece V. a
las mismas sociedades secretas, puede mejor apreciar la necesidad de mantenerme
reservado en algunos puntos. Con mucha razón dice V. que la masonería, como las
fracasadas religiones del día, tiene un pasado fabuloso. No es extraño que la
Orden haya visto estorbadas sus civilizadoras funciones con menoscabo de su
utilidad, por efecto de los muchos obstáculos que se le han puesto y el cúmulo
de absurdas leyendas bíblicas entremezcladas con su historia. Afortunadamente,
el movimiento antimasónico promovido en los Estados unidos en este mismo siglo,
despertó en gran número de investigadores el deseo de indagar el verdadero
origen de la Confraternidad masónica, determinando con ello una favorable
reacción. El movimiento de América se propagó a Europa y en ambos continentes
salieron a la defensa de la Orden masones tan conspicuos como Rebold, Findel,
Hyneman, Mitchell, Mackenzie, Hugan, Yarker y otros, cuyas obras son hoy día
valiosos documentos históricos, de suerte que las enseñanzas, jurisprudencia y
ritual de la masonería no son ya un secreto para los profanos cuyo buen
criterio les permita comprenderlas tal como están expuestas.
Acertadamente dice V. que la Biblia es
la mayor luz de las masonerías europea y americana, pues la cosmogonía bíblica
y el concepto teístico de Dios son sus piedras angulares. También parece que su
cronología está basada en la de la revelación, y así afirma el doctor Dalcho
que la masonería es coetánea de la creación del mundo. No es maravilla, pues,
que tal o cual pundit asegure que Dios fue el primer Gran maestre y Adán el
segundo, quien inició a Eva en el gran misterio, como después lo fueron las
sacerdotisas de Cibeles y las señoras Kadosh. Otra autoridad masónica, el
reverendo doctor Oliver, relata con toda seriedad los pormenores de una logia
cuyo gran maestre era moisés y su gran diputado era Josué, y Aholíab y Bezaleel
los grandes guardianes.
Como dice V. muy bien, en los misterios
masónicos desempeña importante papel el templo de Salomón, que según han
demostrado los arqueólogos modernos, no es ni de mucho tan antiguo como se
supone y cuyo nombre denota su místico carácter, pues Salomón es palabra
formada de Sol-Om-On, nombres del sol en tres distintos idiomas. Esta y
otras fábulas, como la colonización masónica del Egipto antiguo, han atribuido
a la Orden un origen que en realidad no tiene, pues las mitologías griega y
romana resultarían insignificantes en comparación de cuarenta siglos de
historia legendaria. Las hipótesis egipcia, caldea y otras de que se valieron los
inventores de “grados elevados”, han tenido su corto período de preeminencia.
La última “hacha por afilar” ha sido consecutivamente la fecunda madre de la
esterilidad.
Ambos estamos de acuerdo en que el antiguo
sacerdocio tuvo doctrinas esotéricas y ceremonias secretas. De la hermandad de
los esenios, derivada de los gimnósofos induístas, procedieron sin duda alguna
las sodalias de Grecia y Roma. según las describen los autores paganos. De
ellas copiaron ritos, consignas, señas, etc., las comunidades medioevales, pues
así como las actuales asociaciones obreras de Londres son hijuelas de los
antiguos gremios, así también los masones operativos eran trabajadores con más
elevadas pretensiones. La palabra masón deriva etimológicamente de la francesa macon
(albañil), que a su vez procede de la raíz normanda mas que
significa casa. Y de la propia suerte que las citadas asociaciones
londinenses concedían de cuando en cuando el título de socio libre a los
extraños, también hicieron lo mismo los gremios de masones, como sucedió con
Elías Ashmole, fundador del Museo Ashmoleano, que fue recibido en la
comunidad de Warrington el 16 de Octubre de 1646. El ingreso de estos masones
libres en la Hermandad operativa prepararon el camino para la gran
revolución masónica de 1717, de que nació la masonería especulativa. El falso
masón Andrson redactó las Constituciones de 1723 y 1738 para el régimen de la
primera “Gran Logia de masones libres y aceptados de Inglaterra”, de donde las
han copiado todas las logias del mundo. Para cohonestar Anderson el amaño de
estas Constituciones, tuvo la audacia de afirmar que los reformadores de 1717
habían destruido todos los documentos relativos a la masonería inglesa; pero
afortunadamente, Rebold, Hughan y otros publicistas encontraron en el Museo
Británico, la Biblioteca Bodleiana y otros establecimientos de pública
erudición, datos bastantes acerca de los masones operativos para rebatir lo
dicho por Anderson.
LA CARTA DE UN MASÓN
Opino que los mismos autores han demostrado
también concluyentemente la apocricidad de la Constitución de Colonia de 1535 y
de las cuestiones que se suponen entresacadas por el anticuario Leylande de un
manuscrito de Enrique VI de Inglaterra, en las que se atribuye a Pitágoras la
fundación de una logia en Crotona a la que se afiliaron muchos masones, de los
cuales pasaron algunos a Francia donde hicieron muchos 20
prosélitos que con el
tiempo difundieron la institución por Inglaterra. Al arquitecto constructor de
la catedral de San Pablo en Londres, Cristóbal Wren, se le llamó “Gran Maestre
de los masones libres”, pero fue tan sólo el Maestre o Presidente de la
corporación de los masones operativos de Londres. Si respecto a las Grandes
Logias que actualmente tienen a su cargo los tres primeros grados simbólicos, se
han urdido tantas y tan groseras fábulas, no es extraño que haya ocurrido lo
mismo con los grados superiores de la masonería, con mucho acierto tenidos por
incongruente mezcolanza de principios contradictorios.
Por otra parte, resulta muy curioso que la mayoría
de las corporaciones masónicas en que intervienen los grados superiores, como
el “Rito escocés antiguo y aceptado”, el “Rito de Aviñón”, la “Orden del
temple”, el “Rito de Fessler”, el “Gran Consejo de los Emperadores de Oriente y
Occidente”, los “Soberanos Príncipes masones”, etc., etc., sean la progenie de
Loyola. El barón Hundt, el caballero Ramsay, Tschudy, Zinnendorf y otros
institutores de grados en estos ritos, obraban según instrucciones recibidas
del general de los jesuitas, y tuvieron por nido incubador el “Colegio de
jesuitas de Clermont”, en París, a cuya influencia estaban más o menos sujetos
todos los ritos masónicos.
El “Rito escocés antiguo y aceptado”, hijo
bastardo de la masonería, al que no reconocen las logias azules, fue invención
del jesuítico caballero Ramsay, quien lo estableció en Inglaterra por los años
de 1736 a 1738 con propósito de laborar por la causa de los Estuardos. A fines
del siglo XVIII, unos cuantos masones aventureros reorganizaron el rito en la
actual serie de treinta y tres grados, en Charleston (Carolina del Sur). Dos de
estos aventureros, el sastre Pirlet y el maestro de baile Lacorne, fueron los
precursores de un nuevo reorganizador llamado Gourgas, oficial de un buque
mercante que viajaba entre Nueva York y Liverpool.
El médico Crucefix, apodado Goss y sedicente
inventor de algunos medicamentos de índole sospechosa, introdujo en Inglaterra
esta reforma masónica sin otra autoridad que un documento que decían firmado en
Berlín por Federico el Grande el 1.º de Mayo 1786 para revisar la Constitución
de los grados superiores del rito antiguo y aceptado. Sin embargo, las Grandes
Logias de los Tres Globos de Berlín demostraron concluyentemente la falsedad de
dicho documento, con cuyo apoyo se dice que el Rito antiguo y aceptado defraudó
a los confiados hermanos de América y Europa miles de dólares, parra vergüenza
de la humanidad.
Los modernos templarios a que se refiere V.
en su carta, son sencillamente grajos engalanados con plumas de pavo real, que
tratan de cristianizar a la masonería, pues admiten en su seno, sin distinción
de nacionalidad ni fe religiosa, a todo el que crea en un Dios personal y en la
inmortalidad del alma. Según la mayoría de los masones judíos, los templarios
son idénticos a los jesuitas.
Extraño parece que cuando va debilitándose la
creencia en un Dios personal, cuando la misma teología admite la imposibilidad
de definir la idea de Dios, haya quienes intercepten y embaracen el camino para
llegar a la general aceptación del sublime panteísmo de los antiguos filósofos
de Oriente, renovado por Jacobo Boehme y Spinoza. En las logias de ésta y otras
jurisdicciones se loa frecuentemente al Padre, Hijo y Espíritu Santo con
disgusto de los masones judíos y librepensadores, que de este modo ven ofendidas
sus particulares creencias. No sucede así en la India, donde la luz de una
logia es indistintamente el Korán, el Zendavesta o los Vedas. Es preciso, por
lo tanto, eliminar de la masonería el sectarismo cristiano, pues hay
actualmente en Alemania logias que niegan la iniciación a los judíos no
alemanes; pero los masones franceses se han sublevado contra esta tiranía, y el
Gran Oriente de Francia admite aún a los ateos y materialistas, por lo que los
demás Orientes repudian a los masones franceses, dando con ello prueba
elocuente contra la supuesta universalidad de la masonería.
Mas, a pesar de sus muchas culpas (pues la
masonería especulativa es falible como toda obra humana), no hay institución
que haya realizado y esté dispuesta a realizar tantos esfuerzos a favor del
progreso político y religioso de la humanidad. En el siglo pasado los
iluminados predicaron por toda Europa “paz a la choza y guerra al palacio”.
También en el pasado siglo lograron los Estados Unidos su independencia gracias
al auxilio de las sociedades secretas, más eficaz de lo que se cree
generalmente, pues masones fueron Washington, Lafayette, Franklin, Jefferson y
Hamilton. En el siglo XIX, el general Garibaldi, masón del grado 33, fue el
brazo ejecutor de la unidad de Italia, proclamada desde años antes por el
también masón José Mazzini con arreglo a los masónicos o más bien carbonarios
principios de libertad, igualdad, fraternidad, independencia y unidad.
La masonería especulativa tiene aún muchas tareas
que realizar, y una de ellas es la de admitir a la mujer como colaboradora del
hombre en las actuaciones de la vida, según han hecho recientemente los masones
húngaros al iniciar a la condesa Haideck. Otra importante tarea es el
reconocimiento práctico de la fraternidad humana, de modo que la nacionalidad,
el color, creencia y posición social no sean obstáculos para el ingreso en la
masonería. El negro no ha de ser tan sólo teóricamente el hermano del blanco,
pues los masones de raza negra no son admitidos en las logias norteamericanas.
Es preciso persuadir a la América del Sur a que participe en los deberes de la
humanidad.
Si la masonería ha de ser, como se pretende,
una escuela de ciencia progresiva y de religión progresiva, debe ir siempre a
la vanguardia y nunca a retaguardia de la civilización. Pero si ha de
contraerse a esfuerzos empíricos, a meras tentativas para resolver los más
arduos problemas de la humanidad, debe ceder el puesto a quienes ventajosamente
puedan sucederla, y entre ellos a uno a quien V. y yo conocemos, que en los
días de sus esplendorosos triunfos inspiró tal vez a los dignatarios de la
Orden, como a Sócrates le inspiraba su daimonion.
De V. sincero amigo,
Carlos Sotheran21
EL TEMPLO DE SALOMÓN
Así se desmorona, cual otro Evangelio
revelado, el épico poema de la masonería cantado por tantos y tan misteriosos
caballeros. Como vemos, los mismos masones contemporáneos socavan y derruyen el
templo de Salomón, que el vulgo masónico persiste en considerar como fábrica
arquitectónica con arreglo a las descripciones exotéricas de la Biblia, pero
que los estudiantes de la doctrina esotérica diputarán siempre por mítica
alegoría de la ciencia secreta. Diluciden los arqueólogos si existió o no el
templo de Salomón; pero ningún erudito versado en las terminologías cabalística
y alquímica dudará de que es puramente alegórica la descripción del templo,
según el tercer libro de los Reyes. La construcción del templo de Salomón
simboliza la gradual adquisición de la magia o sabiduría secreta; la evolución
de lo terreno en espiritual; la manifestación física del poder y gloria del
espíritu por medio de la sabiduría y genio del constructor, que al convertirse
en adepto supera en poderío al mismo rey Salomón, emblema del sol o Luz del
mundo real y subjetivo que brilla en la obscuridad del mundo objetivo. Tal es
el “templo” que puede edificarse sin golpeteo de martillos ni otras
herramientas.
En algunos puntos de Oriente, la ciencia
secreta se llama el “templo de siete pisos” y en otros puntos el “templo de
nueve pisos”, cada uno de los cuales simboliza un grado de conocimiento. En
todos los países orientales se llaman “constructores” los estudiantes y
maestros de la ciencia secreta y de la religión de sabiduría, pues construyen
el templo de los secretos conocimientos. A los adeptos activos se les da el
nombre de operarios o constructores prácticos y a los neófitos se les
llama constructores teóricos. Los primeros demuestran con obras su dominio de
las fuerzas naturales, mientras que los segundos están aprendiendo los
rudimentos de la sagrada ciencia. Los desconocidos fundadores de las primitivas
asociaciones masónicas tomaron de Oriente estas denominaciones.
En la ordinaria terminología masónica se
entiende por masones operativos los albañiles y artesanos que
constituyeron el gremio hasta la época de Cristóbal Wren, y por masones
especulativos los individuos de la Orden tal como está hoy constituida. A
pesar de las adulteraciones de los intérpretes, se trasluce el significado
original de las palabras atribuidas a Jesús: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.
Ya vimos lo que Pater y Petra significaban para los hierofantes, que
transmitían al sucesor la interpretación trazada sobre tablas de piedra en la
iniciación final. Una vez conocido el misterio de estas tablas, que le
revelaban el misterio de la creación, el iniciado se convertía en constructor,
pues ya estaba familiarizado con el dodecaedron o figura geométrica que
sirvió de módulo a la construcción del universo. A lo aprendido en los
anteriores grados de iniciación acerca de las reglas arquitectónicas, añadíase
entonces el empleo de la cruz, cuyos equiláteros y simétricos brazos
simbolizaban la planta del templo espiritual, y cuya intersección representaba,
según Pitágoras, el punto primordial, el elemento de toda existencia, la
primera idea concreta de la Divinidad. desde aquel momento era ya maestro
constructor (127) y podía levantar el templo de sabiduría sobre la Petra y
permitir que otro lo erigiese sobre tan firme cimiento.
Las insignias del hierofante egipcio eran una
escuadra y un capacete cuadrado (128), sin las cuales no podía presentarse en
ceremonia.
LA TAU PERFECTA
La tau perfecta, formada por el brazo vertical
(129), el brazo horizontal (130) y el círculo mundanal, era atributo de Isis,
que al morir un iniciado se colocaba sobre el pecho de su momia. Resulta, por
lo tanto, muy extemporánea la pretensión de que la cruz es símbolo genuinamente
cristiano, pues ya Ezequiel marca con la tau la frente de los hombres de Judá
(131). Los antiguos hebreos trazaban la tau en esta disposición: .......; pero
en los jeroglíficos egipcios aparece trazada en esta otra ........ o sea
idéntica a la cruz cristiana. En el Apocalipsis vemos también que el “Alfa y
Omega” (132) traza el Nombre del Padre en la frente de los electos (133).
Prueba de que Jesús era iniciado, maestro
constructor o maestro masón, como ahora se les llama, la tenemos en que en las
catedrales más antiguas aparece su efigie con los atributos masónicos (134).
Los maestros constructores supervivientes a
la hermandad operativa del verdadero templo andan literalmente medio
desnudos y medio descalzos, no por pueril ceremonia, sino porque, como el
“Hijo del Hombre”, no tienen donde reclinar la cabeza, y sin embargo son los
únicos poseedores de la Palabra. Les sirve de cable remolcador el
sagrado cordel triple del sannyâsi o el cordón de que ciertos lamas
cuelgan la piedra yu, cuyos talismanes, sin valor aparente, no trocaría
ninguno de ellos por todas las riquezas de Salomón y de la reina de Saba. La
caña de bambú de siete nudos del fakir puede tener tanta virtud como la vara de
Moisés, que “brotó en el crepúsculo vespertino y llevaba grabado el glorioso
NOMBRE, por cuyo poder obró maravillas en Mizraim”.
Pero estos “operativos trabajadores” no temen
que los presidentes capitulares les traicionen y descubran sus secretos, pues
no los recibieron de Moisés, Salomón ni Zorobabel. Si el hermano Moisés Miguel
Hayes, que en Diciembre de 1778 (135) introdujo en la América del Norte la Real
Arca Masonería, hubiese presentido las futuras traiciones, ciertamente que
estipulara obligaciones más severas.22
Verdaderamente, la
magna y omnieficiente palabra del Arca Real, por largo tiempo perdida, pero
ya encontrada, ha cumplido su promesa. La consigna de aquel grado ya no es:
Yo soy quien soy, sino simplemente: Fui, pero no soy.
Para que no se nos tilde de vana presunción,
daremos las claves de algunas cifras secretas de los más importantes grados
masónicos, que, si no nos equivocamos, no han sido reveladas hasta hoy a los
profanos (136), pues se mantuvieron celosamente reservadas en el seno de las
distintas corporaciones. Como no nos liga promesa ni juramento alguno, no
abusamos de la confianza de nadie. No es nuestro propósito satisfacer una
frívola curiosidad, sino demostrar por igual a masones y jesuitas que no poseen
secreto alguno digno de la atención de las fraternidades orientales, que con
visera calada pueden quitar el antifaz a las asociaciones europeas, pues
universalmente se reconoce que los profanos nada saben de los secretos de las
supervivientes fraternidades.
CIFRAS SECRETAS
Los jesuitas emplearon algunas de estas
cifras en tiempos de la conspiración jacobita, cuando la Iglesia se valía para
fines políticos de la masonería sedicente sucesora de los templarios. Sobre
esto expone Findel:
En el siglo XVIII, además de los modernos
caballeros templarios, adulteraron los jesuitas el verdadero carácter de la
masonería. Muchos autores masones, que conocían perfectamente aquel período
histórico, aseguran que siempre influyeron los jesuitas perniciosamente en la
fraternidad masónica... Respecto a los rosacruces masones, su primitivo objeto
fue nada menos que favorecer y fomentar el catolicismo, y cuando esta
religión tomó el manifiesto propósito de reprimir la libertad de pensamiento...
los rosacruces redoblaron sus esfuerzos para detener en lo posible el progreso
de la civilización (137).
Por otra parte, el Sincerus Renatus (138)
dice que las reglas dictadas para el régimen de los “Rosacruces de Oro”
ofrecían pruebas inequívocas de la intervención jesuítica.
Expondremos primeramente el sistema cifrado
de los “Soberanos Príncipes Roscaruces” (139).
CLAVE DE LOS S P C
a b c d e f g h ij k l m n o p q r s t uv x y
z &
CLAVE DE LOS CABALLEROS ROSA CRUZ DE
KILWINING
0 1 2 3 4 5 6
7 8 9 10 10 11 12 13 14 15 16 17
a b c d e f g
h i j ba o k kb kc kd ke kf kg kh
18 19 20 30 40
50 60 70 80 90 100 200 300 400 500 600 700 800 900 1000
ki kj ck dk ek
fk gk hk ik jk l cl dl el fl gl hl il jl m
CLAVE DE LOS CABALLEROS KADOSH (140)
70 2 3 12 15 20 30 33 38 9 10 40 60 80
a b c d e f g h i k l m n o
81 82 83 84 85 86 90 91 94 95
p q r s t u v x y z
JEROGLÍFICO DE LOS CABALLEROS KADOSH (141)23
PROCEDIMIENTOS
CRIPTOGRÁFICOS
CLAVE DEL ARCA REAL
El alfabeto de esta clave tiene veintiséis
letras divididas en dos series de trece, como sigue:
l.ª serie:
Estos mismos signos con un punto interior
componen la
2.ª serie:
Hay dos procedimientos criptográficos para
usar esta clave. Consiste el primero en alternar los signos uno sin punto y
otro con él, de modo que correspondan a las veintiséis letras del abecedario
inglés, conviene a saber:
El segundo procedimiento consiste en
corresponder los trece signos impuntuados de la primera serie con las trece
primeras letras hasta la m inclusive; y los trece signos puntuados con
las trece letras restantes (de la n a la z).24
Aleccionados
indudablemente por sus expertos tutores, los jesuitas, perfeccionaron más tarde
los masones del Arca Real su clave con la adición de signos correspondientes a
la notación ortográfica y fonética, entre los cuales tenemos los siguientes:
Basta con lo expuesto (142). Ahora hemos de
aducir algunas pruebas demostrativas de que el nombre de Jehovah, tan querido
de los masones, podrá substituir pero nunca reemplazar al admirable Nombre
perdido. Los cabalistas saben esto perfectamente, y en su secreta etimología
del nombre ... demuestran concluyentemente que es uno de los muchos sucedáneos
del verdadero Nombre, y resulta de la combinación de Iod, Vau y Heva o
sea el nombre del primer andrógino (Adán) y de la serpiente femenina, símbolo
de la divina Inteligencia emanada del espíritu creador (143).
Por consiguiente, no puede ser Jehovah en
modo alguno el Nombre inefable. Si Moisés hubiese comunicado a Faraón el verdadero
Nombre, no se hubiera resistido a la intimación, pues por una parte, los
reyes de Egipto estaban iniciados y conocían dicho Nombre tan bien como quien
de ellos lo había aprendido, y por otra parte, el Nombre era en aquellos
tiempos común posesión de todos los adeptos del mundo (144). Pero Moisés, según
el texto literal del Éxodo, habla a Faraón en nombre de Yeva (145),
y de aquí que el monarca responda:
¿Quién es el señor (Yeva) para que
obedezca a su voz? (146).
PRONUNCIACIÓN DEL “NOMBRE”
La forma nominativa de Jehovah empezó a
usarse desde la innovación masotérica, cuando temerosos los rabinos de perder
las claves de su doctrina, compuestas hasta entonces exclusivamente de
consonantes, interpolaron entre ellas puntos representativos de las vocales.
Pero los rabinos desconocían por completo la recta pronunciación del Nombre, y
en consecuencia le dieron la fonética de Adonah y la gráfica de Ja-ho-vah,
que resultó de esta suerte una adulteración del santo y verdadero Nombre.
Ciertamente que los rabinos no podían por menos de ignorar la recta
pronunciación, pues tan sólo el sumo sacerdote le conocía y comunicaba poco
antes de morir a su sucesor, como es también ley entre los brahmâtmas de la
India. Únicamente una vez al año, en la fiesta de expiación, podía el sumo
sacerdote pronunciar muy quedo el Nombre tras el velo del íntimo recinto del
santuario.
La cruel persecución emprendida contra los
cabalistas que conocían el sagrado Nombre en premio de toda una vida de
santidad, tuvo por causa la sospecha de que abusaban de su virtud (147).
El Libro de Jasher (148) abunda en
alegorías cabalísticas, alquímicas y mágicas (149), y resume compendiadamente
el Antiguo Testamento tal como lo tenían los samaritanos, esto es, el Pentateuco
sin los libros de los profetas. Aunque los rabinos ortodoxos repudian el Libro
de Jasher, parece que es anterior a la Biblia mosaica (150), de la
propia suerte que los Evangelios apócrifos precedieron a los canónicos.
Tanto el Libro de Jasher como los Evangelios apócrifos son una
compilación de leyendas religiosas abundantes en milagros, cuya descripción no
tiene congruencia alguna con la cronología ni el dogma.
En ningún otro libro aparece tan clara la
diferencia entre los conceptos de Elohim y Jehovah, pues de este último tiene
el Jasher el mismo que tuvieron los ofitas, es decir, que lo considera
como emanación de Ilda-Baoth o Saturno. Según el Jasher, Faraón pregunta
a los magos de su corte: “¿Quién es el de quien Moisés dice: Yo soy quien
soy?” Y los magos responden: “Sabemos que el Dios de Moisés es el Hijo del
Sabio, el Hijo de antiguos reyes” (151).
Ahora bien; quienes opinan que el Libro de
Jasher es una leyenda compilada en el siglo XII, debieran explicar la
anomalía de que en los libros canónicos no aparezca la pregunta de Faraón a los
magos y sí la respuesta, según demuestran los pasajes siguientes:
Los príncipes de Tanis son necios. Los
consejeros sabios de Faraón dieron un consejo necio. ¿Cómo diréis a Faraón: Yo
soy hijo de sabios, hijo de reyes antiguos? (152).
Y paráronse el sol y la luna hasta que el
pueblo se vengase de sus enemigos. Por ventura ¿no está escrito esto en el
Libro de Jasher? (153).
Y mandó que enseñasen el arco a los hijos de
Judá, como está escrito en el Libro de Jasher (154).
De esto se infiere por otra parte, que Jasher
debió florecer antes de Josué y que le tuvieron los hebreos por autoridad en
materia religiosa, por más que el actual Libro de Jasher sea tan sólo
resumida y extractada copia del original y consideremos el Pentateuco como
el primitivo asiento de los anales hebreos.
CONFUSIÓN DE NOMBRES25
De todos modos,
Jehovah no es el Anciano de los ancianos a que alude el Zohar, pues este
tratado nos lo representa pidiéndole consejo a Dios para crear al hombre, y así
dice:
El Constructor habló al Señor y le dijo:
“Hagamos al hombre a nuestra imagen” (155).
Jehovah es tan sólo el Metratón, uno de los
eones pero no el superior, ni tampoco cabe identificarlo con la entidad llamada
Memro (Palabra) por Onkelos ni con el Jahve ..., el Ser Supremo.
La enmarañada confusión de los nombres
divinos derivó del sigilo en que los primitivos cabalistas mantuvieron el
verdadero y de las cautelosas precauciones adoptadas por los alquimistas y
ocultistas medioevales para salvar la vida. Por esto identificó el vulgo a
Jehovah con el único y supremo Dios. Los ancianos de Israel y los profetas y
rabinos de exquisita erudición distinguían entre ambos conceptos; pero como la
diferencia de los nombres era de fonética y la pronunciación del verdadero
acarreaba la muerte, ningún iniciado se atrevía a comunicarlo al vulgo. De esta
suerte, la divinidad sinaítica se identificó andando el tiempo con “Aquél cuyo
nombre conocen tan sólo los sabios”.
En la traducción bíblica de Capellus se lee:
Quienquiera que pronunciare distintamente el
nombre de Jehovah, sufra pena de muerte.
Este pasaje contiene dos considerables
errores. Por una parte, si Jehovah representa aquí la Divinidad, ya masculina,
ya andrógina, está de más la h final que da terminación femenina al
nombre, equivalente en esta forma al de Binah o tercera emanación. Por otra
parte, traduce Capellus la palabra nokeb por pronunciar distinta o
claramente, cuando su recto significado es pronunciar correctamente.
Resulta, en consecuencia, que el bíblico nombre de Jehovah es el de una
Potestad que en el concepto exotérico sustituyó al del supremo Dios.
Entre los muchos errores de traducción del Levítico,
señala Cahen el que debidamente corregido denota que la prohibición no se
refería en modo alguno al exotérico nombre Jehovah, que como los demás nombres
equivalentes (156) podía pronunciarse impunemente.
La defectuosa versión del texto dice:
Y quien blasfemare el nombre del Señor, sea
condenado a muerte (157).
Pero Cahen lo traduce fielmente, diciendo:
Y el que blasfemare el nombre del Eterno,
morirá (158).
Los símbolos de los israelitas, como los de
las naciones gentiles, estaban siempre directa o indirectamente relacionados
con el culto del sol. El exotérico Jehovah bíblico es dual, a semejanza
de las divinidades gentilicias, por más que David, opuesto a la ley mosaica,
glorifique al señor diciendo que es Dios de dioses. Para nosotros, el “Señor
Dios de Israel” merece la misma consideración que Brahmâ, Zeus y otras
divinidades subalternas, pero no reconocemos en él al Dios de Moisés ni al
“Padre” de Jesús ni el “Nombre” inefable de los cabalistas. Jehovah es
probablemente uno de los elohimes, uno de los constructores que intervinieron
en la formación (no creación) del universo, valiéndose para ello de la
preexistente materia; pero no es ni pudo ser la incognoscible Causa que creó (bara)
en la noche de la eternidad. Los elohimes forman y bendicen primero para
después destruir y maldecir. Como Jehovah pertenece al orden de
los elohimes, es alternativamente benéfico y maléfico, que primero castiga y
después se arrepiente. Es el contratipo de Esaú y Jacob, los mellizos que simbolizan
el principio dual de la Naturaleza. Así es que Jacob, por otro nombre Israel,
es la columna de la izquierda, el aspecto femenino de Esaú o principio
masculino y columna de la derecha. Cuando Jacob lucah con el Señor Malach-Iho
se transmuta éste en la columna de la derecha y Jacob le llama Dios (159),
aunque los intérpretes de la Biblia le hayan relegado a la categoría de ángel
del Señor. Jacob le vence, como la materia suele vencer al espíritu, pero sale
de la lucha con el muslo dislocado.
EL NOMBRE DE ISRAEL
El nombre de Israel significa el que lucha
con Dios, y se deriva de Isaral o Asar, el dios solar llamado asimismo Suryal,
Surya y Sur. El sol que “asciende sobre Jacob-Israel” equivale al dios solar
Isaral que fecunda la materia, simbolizada en el femenino Jacob. Como de
costumbre, esta alegoría tiene varios significados cabalísticos. También Esaú o
Asu simboliza el sol, y como el “Señor”, lucha con Jacob y queda vencido. El
dios solar lucha primero contra él y después se eleva sobre él en señal de
alianza, según se infiere del siguiente pasaje:
Y salióle el sol luego que pasó de Fanuel;
mas iba cojeando de un pie (160).26
Jacob-Israel, en
contraposición a su hermano Esaú, toma el nombre de Samael, cuyos homónimos son
Azazel y Satán (161).
Si se arguyera que Moisés desconocía la
cosmogonía induísta y no pudo tomar al regenerador y destructor Siva por modelo
de su Jehovah, habríamos de admitir que todas las naciones dieron por
maravillosa intuición a su divinidad exotérica el aspecto dual que vemos en el
“Señor Dios de Israel”. Todas estas fábulas mitológicas son de por sí
suficientemente significativas. Osiris, Jehovah y Siva simbolizan por
excelencia el principio activo de la Naturaleza, las fuerzas que presiden la
transformación de la materia, la vida y la muerte que perpetuamente construyen
y destruyen bajo la continuada influencia del anima-mundi, alma universal o
invisible y omnipotente e inmutable. Espíritu que preside la correlación de
fuerzas siempre en armonía con la inmanente ley del universo. la Vida
espiritual es el primordial principio superior; la Vida física es el
primordial principio inferior; pero ambas son una sola vida en síntesis dual.
Cuando el Espíritu se desliga por completo de la ilusión para restituirse a su
originaria Causa, puede, si quiere, vislumbrar la eterna Verdad. Pero hasta
entonces no forjemos ídolos a nuestra semejanza ni confundamos las sombras con
la inextinguible Luz.
Grave error de nuestro siglo ha sido comparar
la valía respectiva de las viejas religiones y mofarse de la Kábala y otras
doctrinas tildadas de supersticiosas. Pero la verdad es todavía más
sorprendente que la ficción, y al aplicar este aforismo al caso presente vemos
que la sabiduría de las épocas arcaicas o la doctrina secreta de la Kábala oriental
no se extinguió con los filoleteanos de la escuela ecléctica, pues todavía
tiene la gnosis muchos aunque desconocidos fieles.
Antes de Mackenzie mencionaron otros autores
las hermandades secretas, y la circunstancia de que se las tomara por ficciones
noveleras contribuyó a que los adeptos mantuviesen más fácilmente el incógnito.
Hemos conocido personalmente a varios de estos adeptos que muy a su gusto
habían conversado con escépticos que, sin sospechar quién fuese su
interlocutor, negaban la existencia de las logias y comunidades a que aquéllos
pertenecían y se burlaban de las facultades en cuyo uso estaban de generación
en generación durante siglos.
Algunos de dichos adeptos se entremezclan con
los grupos de viajeros excursionistas, y hasta fines del feliz reinado de Luis
Felipe los camareros y comerciantes de París les llamaban “nobles extranjeros”,
creídos de que eran boyardos, nabaes indos o margraves húngaros que visitaban
la capital del mundo civilizado para admirar sus monumentos y gozar de sus diversiones.
Sin embargo, hay observadores que llevan lo que el mundo llama su chifladura
al extremo de relacionar la presencia en París de estos misteriosos
huéspedes con acontecimientos políticos que poco después ocurrieron, como por
ejemplo, la notable coincidencia de que la revolución del 93 estallase a poco
de haber estado en París unos "nobles extranjeros” que llamaron la
atención pública por sus “sobrenaturales dotes” y místicas doctrinas. Pero los
St. Germain y Cagliostros de este siglo siguen distinta táctica, porque les
aleccionaron las diatribas y persecuciones del pasado.
LAS TUMBAS DE GORNORE
Hay hermandades secretas que no se relacionan
con los sedicentes países civilizados y mantienen oculta en su seno la secular
sabiduría. Estos adeptos podrían si quisieran atestiguar su incalculable
antigüedad de origen con documentos comprobatorios que esclarecerían muchos
puntos oscuros de la historia, así sagrada como profana; pero si los Padres de
la Iglesia hubiesen conocido las claves de los escritos hieráticos y el
significado de los simbolismos egipcio e índico, seguramente que no escapara a
la mutilación ningún monumento antiguo, aunque la casta sacerdotal tuvo buen
cuidado de anotar en sus secretos anales jeroglíficos todo cuanto con ellos se
relacionaba. Estos anales se conservan todavía, por más que no sean del dominio
público, y contienen el historial de monumentos desaparecidos para siempre de
la vista de los hombres.
De cuarenta y siete tumbas reales que según
los anales sagrados existen en las cercanías de Gornore, tan sólo se tenía
pública noticia de diecisiete, según refiere Diodoro de Sicilia que visitó
aquel paraje unos sesenta años antes de J. C. No obstante esta prueba histórica,
podemos asegurar que todavía existen todas las tumbas, y a su número pertenece
la descubierta por Belzoni en las montañas areniscas de Biban-el-Meluk. Los
monjes coptos, de índole superior a los de otros ritos cristianos, cuyos
solitarios monasterios están esparcidos por el desierto de Libia, conocen la
existencia de estas tumbas; pero por razones que no nos incumbe apuntar,
mantienen el secreto, aunque alguien crea que su hábito es disfraz de ocultas
intenciones, más fáciles de llevar a cabo en aquellos desiertos parajes
rodeados de tribus musulmanas. Sin embargo, los monjes griegos de Jerusalén y
los peregrinos que anualmente acuden por Pascua de Resurrección a visitar el
Santo sepulcro, tienen a los monjes coptos en mucha estima, y es fama que
cuando estos se hallan presentes en la ceremonia, desciende milagrosamente de
veras el fuego del cielo atraído por sus plegarias (162).
“Por la violencia se ha de alcanzar el reino
de los cielos, y por la violencia lo alcanza el fuerte”. Muchos aspiran a
entrar en el sendero que conduce a las secretas hermandades, y como la mayor
parte se ven contrariados en su intento, se consuelan de la negativa diciendo
que no hay tales hermandades. De los pocos admitidos fracasan las dos terceras
partes en la prueba, pues la generalidad de los hombres no pueden resistir el
rigor de la séptima regla constitucional de los legítimos rosacruces, de común
aplicación a todas las hermandades secretas, según la cual “el rosacruz se ha
de hacer por sí mismo sin que nadie lo haga”.
Pero no se crea que los candidatos fracasados
en la prueba vayan a divulgar lo poco que se les enseñara, como hacen algunos
masones, pues saben muy bien cuán difícil les fuera el intento. Así es que las
hermandades secretas proseguirán su labor sin replicar palabra a quienes
nieguen su existencia, hasta que les llegue la oportunidad de rasgar el velo
para mostrarse abiertamente dueñas del campo.27
CAPÍTULO II
Todas las cosas están gobernadas en el seno
de esta
Tríada.- LIDO: De Mensibus, 20.
Tres veces giran los cielos en su eterno eje.
OVIDIO: Fast, IV.
Y dijo Balaam a Balak: Edifícame aquí siete
altares y
prepara siete becerros y siete carneros.
Números, XXIII, i.
Todas las criaturas que me han ofendido
quedarán anegadas
en siete días por un diluvio; pero tú
te salvarás en un arca
milagrosamente construida. Así, toma siete
varones justos
con sus mujeres y parejas de todos los
animales, y entra en
el arca sin temor, porque entonces verás a
Dios cara a cara
y obtendrán respuesta todas tus preguntas.
Bagavâta Purâna.
Raeré del haz de la tierra al hombre... y
estableceré
mi alianza contigo... Entra tú y toda tu casa
en el arca...
Porque pasados aún siete días yo
lloveré sobre la tierra.
Génesis, VI, 7 y 18; VII, 1 y 4.
La Tetraktys no sólo era venerada por
contener en sí
todas las sinfonías, sino porque en ella
radica la naturaleza
de todas las cosas.- THEOS DE ESMIRNA: Mathem,
147.
Mal cumpliríamos nuestra labor si en el curso
de esta obra no hubiésemos demostrado la identidad de mitos cósmicos, símbolos
y alegorías en que se basan el judaísmo, gnosticismo, cristianismo y masonería
cristiana, pero cuyo significado tan sólo pueden comprender acabadamente
quienes posean la clave original.
Demostremos ahora cuán erróneamente
interpretaron estos símbolos, mitos y alegorías los especuladores que de ellos
se valieron para componer sus, en la forma distintos y en el fondo idénticos,
sistemas. Esta demostración no sólo aprovechará al lector, sino que vindicará a
los antiguos, cuyo genio merece el respeto del linaje humano. Procedamos, pues,
a cotejar los mitos bíblicos con los de las sagradas Escrituras de otras
naciones para distinguir entre los originales y las copias.
Tan sólo hay dos sistemas que debidamente
explicados sirvan a nuestro propósito. Estos sistemas son: el induísta expuesto
en los Vedas y el hebreo resumido en la Kábala. Los Vedas ofrecen
mitos más grandiosa y filosóficamente concebidos, al paso que la Kábala los
remeda de los persas y caldeos, aunque adaptándolos al carácter de la nación
hebrea, cuya filosofía quedaba tan subyacente en el mito de absurda apariencia,
que únicamente los iniciados podían descubrirla. Pero los traductores
cristianos de la Biblia trastrocaron los mitos en groseras supersticiones, cual
jamás imaginarán los filósofos de quienes los cristianos tomaron sus
conocimientos. Las quiméricas ficciones del vulgo antiguo, envueltas en
fluctuantes sombras y vagarosas imágenes, quedaron plasmadas en personajes
vivos por mano de los teólogos cristianos. La fábula alegórica se convirtió en
historia sagrada, y el mito pagano se transmutó en revelación divina.
Dice Horacio (1) que “los mitos han sido
compuestos por los sabios para dar fuerza a las leyes y enseñar verdades
morales”, al paso que en opinión de Euhemereo entrañan la historia de reyes y héroes
divinizados posteriormente por la admiración de las gentes. Este último
criterio prevaleció en el dogmatismo cristiano al representar los mitos en
personajes de carne y hueso. Sin embargo, se muestran contrarios a esta
personificación los filósofos más insignes de la antigüedad, entre ellos
Platón, Sócrates, Empédocles, Plotino, Porfirio, Proclo, Orígenes y aun el
mismo Aristóteles, quien afirma que la antiquísima tradición transmitida a la
posteridad en forma de mitos, nos enseña que las fuerzas naturales pueden
considerarse como potestades divinas, puesto que la Divinidad anima la
Naturaleza toda; pero que todo lo demás se superpuso posteriormente para
dárselo a entender al vulgo, muchas veces con el siniestro propósito de
mantener leyes favorecedoras de intereses bastardos, los cuentos de hadas no
están únicamente en labios de abuelas y nodrizas. La humanidad en peso, con
excepción de los pocos que en toda época comprendieron su verdadero
significado, escuchó infantilmente estos cuentos para transformarlos después en
símbolos sagrados de que derivaron las religiones culturales.
EL MISTERIO DEL NÚMERO SIETE
Pero procedamos en este asunto con todo el
orden que consientan los sucesivos cotejos, y empecemos por el Génesis,
de cuyos mitos nos darán el verdadero significado las tradiciones induístas y
hebreas.28
Según la historia
sagrada, Dios creó el mundo en seis días y el séptimo descansó. De aquí el
precepto de la santificación del séptimo día, cuya rígida observancia tomaron
los cristianos del sábado induísta, aunque alterando el día de descanso que fue
el primero en vez del último de la semana.
Todos los sistemas místico-religiosos están
basados en números. Según Pitágoras, la Mónada o unidad engendra la duada, y
con ella forma primero la tríada y después el cuaternario Arba-il, cuyo
místico conjunto constituye el número siete. Los números sagrados principian en
el UNO y terminan en el cero, símbolo del infinito e ilimitado círculo
del universo. Todos los números intermedios, sea cual sea su combinación y
multiplicación, representan ideas filosóficas, desde el impreciso bosquejo
hasta la acabada definición de los fenómenos físicos y morales. Son los números
la clave de los antiguos conceptos cosmogónicos en su más amplio sentido, esto
es, que comprenden la evolución integral de la especie humana y de todos los
seres de la Naturaleza.
El número siete es indudablemente de
origen indo, y siempre se le tuvo por el más sagrado. Los filósofos arios
subordinaron hechos, ideas y lugares al número siete, y así tienen:
Los siete rishis o sabios que
simbolizan las siete primitivas razas diluvianas, llamadas por algunos
postdiluvianas.
Los siete lokas o mundos, entre
superiores e inferiores, de donde procedieron respectivamente los siete rishis
y a donde volvieron antes de alcanzar la bienaventuranza final (moksha) (2).
Los siete kulas o castas (3).
Las siete ciudades santas (sapta
puras).
Las siete islas sagradas (sapta
dwipa).
Los siete mares sagrados (sapta
samudra).
Las siete montañas sagradas (sapta
parvata).
Los siete desiertos (sapta arania).
Los siete árboles sagrados (sapta
vruksha).
En la magia caldea ocupa el número siete tan
preferente lugar como entre los indos y se le considera bajo dos aspectos,
benéfico o maléfico, según las condiciones. Así vemos en las tablillas asirias,
tan fielmente interpretadas hoy día, el siguiente conjuro:
Tarde de mal agüero, región del cielo que
produces desgracias...
Mensajero de peste.
Deprecantes de Ninkigal.
Los siete dioses del vasto cielo.
Los siete dioses de la vasta tierra.
Los siete dioses de las refulgentes esferas.
Los siete dioses de la legión celeste.
Los siete dioses maléficos.
Los siete fantasmas dañinos.
Los siete fantasmas de llamas maléficas.
Demonio dañino; dañino alal; dañino gigim;
dañino telal...; dañino dios; dañino maskim.
Recuerda, espíritu de los siete cielos...
Recuerda, espíritu de las siete tierras.
Encontramos también el número siete en casi
todas las páginas del Génesis y en los demás libros del Pentateuco,
así como en el Libro de Job y en la Kábala caldea. Si tan fácilmente lo
adoptaron los hebreos no sería a ciegas, sino con completo conocimiento de su
oculto significado, y de aquí que también adoptaran las doctrinas de sus
vecinos paganos. Por lo tanto, lógico es que indaguemos en la filosofía pagana
la significación del número siete que reaparece en el cristianismo aplicado a
los siete sacramentos, las siete iglesias del Asia menor, los siete
pecados capitales, las siete virtudes contrarias, las otras siete
entre teologales y cardinales, etc.
SIGNIFICADO DEL ARCO IRIS
¿Tenían los siete colores del arco iris visto
por Noé otro significado además de la alianza entre Dios y el patriarca? Al
menos para el cabalista tenían un significado inseparablemente unido al de las
siete pruebas mágicas, las siete esferas superiores, las siete notas de la
escala musical, los siete números de Pitágoras, las siete maravillas del mundo,
las siete épocas y los siete peldaños masónicos que daban acceso al Sancta
Sanctorum después de atravesar los pasos perdidos de tres y cinco.
¿Qué es, pues, este frecuente número que encontramos en todas las páginas de
las Escrituras hebreas y en cada estrofa y dístico de los textos induístas y
budistas? ¿De dónde proceden estos números que animan el pensamiento de
Pitágoras y Platón y que ningún orientalista profano ni comentador bíblico es
capaz de desentrañar? Aunque poseyeran la clave no sabrían utilizarla. En parte
alguna como en la India se comprende tan bien el místico valor del lenguaje
humano y su influencia en las acciones, ni nadie lo explica mejor que los
autores de los Brâhamanas, donde no obstante su remota antigüedad
exponen más concretamente las metafísicas y abstractas especulaciones de sus
antecesores.29
El profundo respeto
de los brahmanes por los sacrificios religiosos les mueve a decir que el
universo surgió a la existencia a causa de una “palabra sacrificial”
pronunciada por la Causa Primera. Esta palabra es el Nombre inefable de los
cabalistas, sobre el que ya hemos discurrido precedentemente.
El secreto de los Vedas, el “conocimiento
sagrado”, es impenetrable sin auxilio de los Brâhmanas. La parte de los
Vedas escrita en verso está constituida por los mantras, himnos o plegtarias
mágicas, cuya clave está en los Brâhmanas, escritos en prosa. Los mantras son
puramente sacros, mientras que los Brâhmanas contienen la exégesis teológica
con las interpretaciones sacerdotales. Los orientalistas europeos no
progresarán substancialmente en la comprensión de la literatura védica hasta
tanto que pongan su atención en obras hoy desdeñadas, como los Brâhmanas
titulados: Aitareya y Kausîhtaki, correspondientes al Rig Veda.
A Zoroastro se le llamó manthran o
cantor de mantras, y según Haug, una de las primeras denominaciones de las
Escrituras parsis fue la de Mânthraspenta. El poder y valía del brahmán
que oficia en el sacrificio del Soma deriva de su pleno conocimiento del
lenguaje sagrado (Vâch), personificado en Sarasvâti, esposa de Brahmâ y
diosa del “conocimiento secreto”. Se la representa generalmente montada en un
pavo real, de cola en abanico, los ojos de cuyas plumas simbolizan la perpetua
vigilancia que ve todas las cosas, es decir, que quien anhele llegar a ser
adepto de la “Doctrina Secreta” ha de tener los cien ojos de Argos para ver y
entender todas las cosas.
Tal es la razón por qué creemos imposible
resolver los abstrusos problemas subyacentes en los textos induístas y budistas
sin la previa comprensión del significado esotérico de los números pitagóricos.
La eficacia del lenguaje sagrado (Vâch) depende de la entonación dada a
los mantras por el oficiante, según el número de sílabas, acentuación y metro
del verso sagrado. Si lo pronuncia lentamente y con determinado ritmo, producirá
un efecto muy distinto del que produzca si lo pronuncia rápidamente y con
diverso ritmo. dice Haug sobre el particular:
Cada metro poético de los mantras ejerce su
respectiva influencia en determinada cosa del mundo visible, a la que, por
decirlo así, sirve de exponente ideal. La significativa valía del lenguaje
métrico depende del número de sílabas de cada verso, porque todas las cosas
(según enseña el sistema pitagórico) están sujetas a determinada proporción
numérica. Los metros (chhandas), estomas y pristas son tan divinos y
eternos como las palabras que contienen. Los primitivos teólogos indos no sólo
creyeron en la revelación de la palabra sagrada, sino también en la de las
formas fonéticas que habían de asumir estas palabras. Estas formas, en que se
encierran las sempiternas palabras védicas, son símbolos expresivos de las
cosas del mundo invisible y ofrecen varios puntos de semejanza con las ideas
platónicas.
Este pasaje de un autor que no milita en
nuestro campo atestigua una vez más la identidad fundamental de la doctrina
subyacente en todas las religiones. Por ejemplo, el metro gâyatri consta
de veinticuatro sílabas en tres cesuras de ocho y se lee considera como el más
sagrado metro. Es el metro de Agni, dios del fuego, y suele simbolizar al mismo
Brahmâ, el supremo Creador que hizo al hombre a su imagen y semejanza.
EL ESPÍRITU DE LOS MANTRAS
Dice Pitágoras:
El número ocho, por otro nombre octada,
es el cubo primordial, es decir, que está cuadrado por todas sus caras como un
dado, de cuya base proceden dos y aun siete números. Así es el hombre un
cuadrado cuádruple o cuadrado perfecto (4).
Claro está que excepto los pitagóricos y
cabalistas, nadie comprenderá del todo esta idea, pero a su comprensión puede
auxiliar el íntimo parentesco entre los números y los himnos védicos. Los más
importantes problemas teológicos están ocultos bajo la alegoría del fuego y el
cambiante lengüeteo de sus llamas. La zarza ardiente de la Biblia, el fuego
sagrado del mazdeísmo y otras religiones, el alma universal de Platón, el aura
ígnea de los rosacruces y el inmortal e inteligente elemento (5) que penetra
todas las cosas, tienen el mismo significado.
Los Brâhmanas están silábicamente
dispuestos de modo que se corresponden con los números; y según ha demostrado
Haug, cada forma fonética es el arquetipo de otra visible en la tierra, de
buenos o malos efectos. El lenguaje sagrado puede salvar la vida, pero también
dar la muerte, y sus virtudes son tan sólo conocidas del adepto (dikshita)
iniciado en los misterios religiosos, que ya nació del todo a la vida
espiritual. El Vâch o espíritu de los mantras es una energía
fonética cuyas vibraciones levantan otras análogas, de mayor y más oculta
energía. Cada una de estas potestades fonéticas está personificada por su
correspondiente entidad en el mundo de los espíritus, y según se ponga en
actuación, responderán a ella los espíritus benignos (dioses) o los
espíritus malignos (rakshasas). Con arreglo a las creencias induístas y
budistas, una maldición, una bendición, un voto, un deseo, un mal pensamiento
pueden asumir forma visible y manifestarse objetivamente a la vista de su autor
o de aquél a quien vayan dirigidos. Toda culpa se encarna, por decirlo así,
para convertirse en entidad acosadora de su perpetrador.
Palabras hay cuyas sílabas entrañan tan
destructora energía como los proyectiles objetivos, porque cada vibración
despierta su correlativa en el invisible mundo del espíritu, con el
consiguiente buen o mal efecto. El 30
ritmo armonioso y la
dulce melodía de suaves vibraciones establecen un ambiente de benéfica
influencia que actúa potísimamente en la naturaleza, así psíquica como física
de todo ser viviente, y aun reacciona en los que llamamos inanimados, porque la
materia es en esencia espíritu, aunque nuestros groseros sentidos no sean
capaces de percibirlo.
Lo mismo ocurre con los números. Doquiera que
posemos la atención, desde los profetas al Apocalipsis, vemos que los autores
bíblicos emplean constantemente los números tres, cuatro, siete y doce.
¡Y aun hay quien sostiene que los Vedas están
copiados de la Biblia! (6). Dicen Max Müller y otros orientalistas que el
sánscrito, idioma de los Vedas, tenía ya su estructura gramatical completamente
establecida mucho antes de que la poderosa corriente emigratoria lo llevase a
Occidente; y por lo tanto, de la literatura védica hubieron de derivar los
sistemas filosóficos e instituciones religiosas desenvueltas con el tiempo
entre los semitas. Precisamente, los números con mayor frecuencia repetidos en
esos sublimes cantos a la creación, a la unidad de Dios y a las innumerables
manifestaciones de su poder, que se llaman himnos védicos, son el uno,
el tres y el siete.
Escuchemos lo que dice el himno de
Dirghatamas:
LOS NÚMEROS UNO, TRES Y SIETE
Al que representa todos los dioses. El Dios
aquí presente, nuestro bendito patrón, nuestro sacrificador, tiene un hermano
que se extiende en pleno aire. Hay un tercer hermano a quien rociamos
con nuestras libaciones... le hemos visto dueño de los hombres y armado de siete
rayos (7).
Siete bridas sirven para guiar un carro de una sola
rueda del que tira un solo caballo que refulge con siete rayos.
La rueda tiene tres llantas. Es una rueda indestructible, que jamás se
desgasta, de la cual penden los mundos.
Algunas veces siete caballos arrastran
un carro de siete ruedas en el que montan siete personajes,
acompañados por siete fecundas ninfas acuáticas.
De un himno al dios Agni entresacamos este
otro pasaje:
Surge siempre uno, aunque se
manifieste en tres formas de doble naturaleza (8). Los sacerdotes en el
acto del sacrificio ofrecen a Dios sus plegarias que llegan al cielo
llevadas por Agni.
Esto denota claramente que Agni es para los
induístas un espíritu subordinado al único Dios.
La repetición de los números uno, tres y
siete en todas las Escrituras, ¿es mera coincidencia o, como la razón nos
dicta, resultado de la derivación de las diversas religiones cultuales de una
sola y primitiva religión? La respuesta es un misterio para el profano;
mas para el iniciado es la solución del más sublime problema psiquicofísico,
pues exacta y verdaderamente le revela la divinidad del individual espíritu del
hombre, que no sólo es emanación del único y supremo Dios, sino que es
el único Dios asequible a la débil y desamparada comprensión del hombre, el
único Dios que el hombre puede sentir dentro de sí mismo. Esta verdad
expone claramente el poeta védico al decir:
El Señor dueño del universo y lleno de
sabiduría ha entrado en mí, flaco e ignorante, y me ha formado de Sí mismo en
este lugar (9), donde con la ayuda de la ciencia obtienen los espíritus
el pacífico goce del fruto dulce como ambrosía.
No importa que a este fruto del Árbol del
Conocimiento le llamemos manzana o pippala, como lo llama el poeta védico,
pues simboliza el fruto de la sabiduría esotérica. Nuestro propósito es
demostrar que el sistema religioso de la India es miles de años anterior a las
exotéricas fábulas del Edén y del diluvio universal. De aquí la identidad de
doctrinas, pues los iniciados en la primitiva fueron con el tiempo fundadores
de las escuelas filosóficas de Occidente.
Pero escuchemos otro himno:
Pippala, dulce fruto del árbol donde se posan
los espíritus amadores de la ciencia y en el que los dioses obran maravillas.
Éste es el misterio para quien no conoce al Padre del mundo.
.......................................................................................................................................................................
El título de estas estancias anuncia que
están consagradas a los Viswadévas (10). El que no conozca al Ser a
quien canto en todas sus manifestaciones, no comprenderá nada de mis
versos; pero los que Le conocen no son extraños a esta unión (11).
.......................................................................................................................................................................
El Ser inmortal está en la cuna del mortal
ser. Los dos espíritus coeternos van y vienen por doquiera. Tan sólo algunos
hombres conocen a uno sin conocer al otro (12).
¿Qué orientalista cuidó de inquirir el
verdadero sentido de los precedentes pasajes a pesar de su claridad? ¿Quién
será capaz de formar concepto exacto de aquel de quien el Rig Veda dice: “Al
Único le da el sabio 31
diversidad de
nombres”? los himnos védicos cantan todas las manifestaciones del Único en la
Naturaleza, y los libros sagrados califican de “puerilidad e insensatez”
enseñar el modo de que los seres de sabiduría acudan a instruirnos según se nos
antoje. Porfirio dice que “enseñan la liberación de cuanto se relaciona con la
tierra... como un vuelo del solo al SOLO”.
MÁSCARAS SIN CÓMICOS
Max Müller, cuyos discípulos admiten cuanto
dice cual si fuera el evangelio de la filología, tiene razón hasta cierto punto
cuando al determinar la índole de las divinidades induístas las califica de
“máscaras sin cómico..., nombres sin seres y no seres sin nombres”(13). Sin
embargo, con esto demuestra Müller el monoteísmo de la religión védica, y mucha
duda cabe de que ni él ni sus discípulos lleguen a desentrañar el pensamiento
de los arios (14) sin previo y detenido estudio de esas “máscaras”, que les
parecerán fantasmas vanos a los materialistas o científicos empeñados en la
imposible tarea de conciliar los hechos históricos con sus personales opiniones
o con la letra de la Biblia. Pero estas autoridades, de indudable
prestigio en la ciencia experimental, son y han sido siempre recusables, como
inseguros guías, en cualquier otro orden de investigaciones. Los patriarcas bíblicos
son tan “máscaras sin cómicos” como los prajâpatis induístas; y sin embargo,
cada supuesto personaje simboliza una idea de la filosofía antigua (15). Por lo
tanto, ¿quién más a propósito para desentrañar el sentido oculto que los mismos
brahmanes y cabalistas?
Negar en redondo la filosofía subyacente en
el Rig Veda, equivale a desconocer la religión madre en que late el
íntimo pensamiento de los filósofos anteriores a la composición de los Brâhmanas.
Si las divinidades induístas son para Müller vanas máscaras, también debe
suponer que los autores védicos no serían capaces de descubrir a los actores, y
entonces no sólo los tres Vedas, que según Müller no merecen este
nombre, sino el mismo Rig Veda resulta una baraúnda de palabras sin
sentido, porque ningún científico moderno, por erudito que sea, podrá inquirir
los significados que no hubiese podido inquirir la sutil y universalmente
reconocida sagacidad de los antiguos sabios de la India. Tenía razón Taylor al
decir que “la filología no es filosofía”.
Resulta muy contrario a la lógica admitir
primero un pensamiento subyacente en la obra literaria de una raza, tal vez
étnicamente distinta de la nuestra, y negarle después significado filosófico a
este mismo pensamiento, tan sólo porque no nos consiente comprenderlo la
diversa orientación de nuestro desenvolvimiento mental. Esto es precisamente lo
que hacen Müller y su escuela, dicho sea con todo el respeto debido a su
erudición. Dice el ilustre orientalista a este propósito:
Nos vemos cara a cara y mente a mente con
hombres cuyas ideas no comprendemos todavía a pesar de haber desechado todo
prejuicio. No siempre estaremos afortunados en la interpretación, pues muchas
palabras, versos y aun himnos enteros del Rig Veda son y han de ser
letra muerta para nosotros... Porque, con raras excepciones..., la ideología
védica está tan allá de nuestro horizonte mental, que en vez de traducir, sólo
nos cabe suponer y conjeturar (16).
Esto equivale a decir que, si bien con
cautela y fatiga, podemos seguir las huellas de los autores védicos.
Por otra parte, sólo reconoce Müller
verdadero valor al Rig Veda, del que afirma que “es el único importante,
el único Veda auténtico”, y repudia los otros tres por indignos de
atención seria, porque contienen “fórmulas de sacrificios, hechizos y conjuros”
(17). Para Müller, los otros tres Vedas merecen tanto este nombre como el de Biblia
el Talmud.
Pero se nos ocurre una pregunta muy natural
sobre este punto. ¿Conoce algún erudito el oculto significado de las en
apariencia absurdas fórmulas de sacrificios, hechizos, conjuros y demás
quimeras mágicas del Atharva Veda?
Cabe responder que no, si nos apoyamos en la
poco antes citada declaración de Max Müller, pues si la ideología védica (18)
cae tan allá del horizonte mental de los eruditos, que en vez de traducir tan
sólo les cabe suponer y conjeturar; si los otros tres Vedas, aparte del Rig,
son “puerilidades y tonterías” (19), y si los Brâhmanas, los Sutras Yâska
y Sâyana, aunque de época más próxima al Rig, se prestan a muy frívolas
y erróneas interpretaciones, no es posible que ni Müller ni erudito alguno
juzguen acertadamente la literatura induísta. Además, si los autores de los
Brâhamanas (cuya fecha es la más cercana a la del Rig) hubiesen sido,
como se les supone, incapaces de otra cosa que de “erróneas interpretaciones”,
¿en qué época, en dónde y quiénes compusieron estos grandiosos poemas cuyo
místico sentido perdieron las generaciones posteriores? Por lo tanto, si los
textos sagrados de Egipto eran ya ininteligibles (20) para los escribas
sacerdotales de hace cuatro mil años, y si los Brâhmanas no son ni más
ni menos que pueriles y frívolas interpretaciones del Rig Veda,
resultarían los sistemas religiosos de la India y Egipto incalculablemente más
antiguos de lo que los mitólogos suponen cautelosamente, y hubieran estado en
lo cierto los sacerdotes egipcios, como lo están los brahmanes contemporáneos,
al asignar a sus libros remotísima antigüedad.
LA CLAVE DEL RIG VEDA
Jamás admitiremos que los otros tres Vedas
sean menos valiosos que el Rig, ni que el Talmud y la Kábala sean
inferiores a la Biblia. El mismo título de Vedas (21) denota que
los compusieron aquellos hombres llamados sabios en toda época y país. Si
prescindiéramos del Talmud y de su antecesora la Kábala, nos sería
32
imposible interpretar
acertadamente ni una sola palabra de esa Biblia tan encomiada a sus
expensas. Pero esto es tal vez los que se proponen sus defensores. Repudiar los
Brâhmanas equivale a perder la clave del Rig Veda. La
interpretación literal de la Biblia ha dado ya sus frutos. También los
dará la de las Escrituras induístas, con la diferencia de que la absurda
interpretación de la Biblia ha logrado con el tiempo lugar preeminente
en los dominios del ridículo, con defensores ciegos a toda luz y refractarios a
toda prueba. En cuanto a la literatura llamada pagana, después de algunos años
más de inútiles tentativas para descubrir su religioso significado, quedará
relegada al limbo de reprobables supersticiones, para que las gentes no oigan
hablar más de ellas.
Quisiéramos que se nos comprendiera con toda
claridad antes de reconvenirnos por las precedentes observaciones. Ni aun sus
propios adversarios dudan de la vasta erudición del famoso catedrático de la
universidad de Oxford. Sin embargo, deploramos que tan a la ligera condene lo
que, según confesión propia, está más allá de su horizonte mental, pues lo que
en los Brâhmanas diputa por ridículos errores, otros eruditos lo
diputarán contrariamente.
Dice un antiguo rishi en el Rig Veda:
¿Quién es el supremo entre los dioses? ¿Quién
ha de ser el primer loado en nuestros cantos?
Pero Müller toma equivocadamente el
interrogativo pronombre personal “¿Quién?” por el nombre de una divinidad, y
exclama:
En las invocaciones sacrificiales se le
asigna un lugar al dios Quién, y se le entonan unos himnos llamados quienescos.
¿Fuera menos natural designar a Dios con el
pronombre quién que llamarle Yo soy con sus correspondientes salmos? ¿Y
quién podría asegurar que esto sea error y no expresión premeditada? ¿No sería
posible que tan extraño término derivase del reverente temor que impidió al
poeta dar nombre propio y concreto a Dios, suprema abstracción de todo ideal
metafísico? ¿O no cabe también suponer que el mismo temeroso sentimiento determinara
tiempo después a los comentadores a dejar en manos de la futura humanidad la
tarea de antropomorfizar al Desconocido, al Quién?
El mismo Müller dice sobre el particular:
Aquellos poetas primitivos pensaban más por
sí mismos que por los demás. En su lenguaje procuraban más bien ser fieles a su
propio pensamiento que halagar la imaginación de sus oyentes (22).
Desgraciadamente, este pensamiento no
despierta vibración alguna en las mentes de nuestros filólogos.
Añade Müller en otro pasaje, refiriéndose a
los estudiantes del Rig Veda:
Que estudien los comentarios, los Sûtras,
los Brâhamanas y otras obras posteriores a fin de beber en todas las
fuentes de información... No deben desdeñar las tradiciones de los brahmanes
aun cuando les parezcan evidentes sus errores... No han de dejar inexplorado ni
un rincón de los Brâhmanas ni de los Sûtras Yâsha y Sâyana antes
de que intenten traducirlos... Cuando el investigador haya terminado su obra,
deben acabarla y pulirla el poeta y el filósofo (23).
SABIOS INDOS Y EUROPEOS
¡Mal año para el filósofo que haya de seguir
los pasos de un filólogo para enmendar sus errores! Curioso fuera ver cómo
acogerían los intelectuales europeos a un sabio entre los sabios indos, que
tratara de corregir los errores cometidos por cualquier exégeta al deslindar lo
aceptable y lo repudiable, lo admisible y lo absurdo en los libros sagrados de
la India. Lo que el cónclave de científicos europeos (24) declarase “errores
brahmánicos”, seguiría siendo para los teólogos induístas de Benarés y Ceilán
tan verdad como para los judíos la interpretación de las Escrituras de
Maimónides y Filo Judeo contra las sofistificaciones de Eusebio e Ireneo
sancionadas por los concilios. Un teólogo, un filósofo indo, ¿no conocerán la
religión e idioma de sus antepasados muchísimo mejor que un erudito inglés o
alemán? ¿No tiene un hermeneuta indo la misma autoridad para interpretar las
Escrituras induístas que los rabinos las hebreas? Los traductores y
comentadores indígenas son seguramente más fidedignos que los exóticos. Sin
embargo, cabe la esperanza de que el incierto porvenir nos reserve algún
erudito europeo que interprete los libros de la religión de sabiduría con
acierto bastante para que ningún colega le contradiga.
Entretanto, prescindamos de toda presunta
autoridad y estudiemos algunos mitos antiguos, apoyándonos en la interpretación
popular y valiéndonos del misterioso número siete, linterna mágica de
Trismegisto, para alumbrar nuestro camino. Alguna razón debe de haber para que
universalmente haya servido este número de cómputo místico. Todos los pueblos
de la antigüedad colocaron sobre el séptimo cielo la morada del Demiurgo. Así
dice el cabalista emperador Juliano:
Si huybiese de hablar de la iniciación en
nuestros sagrados Misterios, que los caldeos consagraron al dios de los siete
rayos cuya veneración exaltaba las almas, diría cosas desconocidas, muy
desconocidas del vulgo, pero que saben bien los benditos teurgos (25).33
Por su parte expone
Lido:
Los caldeos dan a Dios el nombre de Iao, y
algunas veces el de Sabaoth. Al que está sobre las siete órbitas (26) le
llaman Demiurgo (27).
Es preciso consultar los autores pitagóricos
y cabalistas para percatarse de la potencialidad del número siete. Los siete
rayos del espectro solar están representados exotéricamente en el dios
Heptaktis (el de los siete rayos), y se resumen en tres rayos primarios
rojo, azul y amarillo, que forman la trinidad solar y tipifican respectivamente
el espíritu-materia y el espíritu-esencia (28).
Los pitagóricos llamaban al número siete
vehículo de vida, como si estuviese dotado de cuerpo y alma; pues, según ellos,
el cuerpo humano se compone de cuatro elementos y el alma de tres, conviene a
saber: razón, pasión y deseo. Colocaban los griegos la Palabra inefable
en el séptimo y más alto lugar, sobre sus siete substitutas o
sucedáneas, correspondientes a los grados de iniciación. Los judíos tomaron el
precepto del sábado de los antiguos, que tenían este día por nefasto y estaba consagrado
a Saturno. En India, Arabia, Siria y Egipto figuraba ya en los cómputos del
tiempo la semana de siete días, que los romanos se asimilaron al conquistar
estos países, aunque hasta el siglo IV no quedó del todo substituido por el
hebdomadario el cómputo de calendas, nonas e idus. Los nombres astronómicos de
los días (29) prueban que no derivó de los hebreos la semana de siete días.
Pero antes de analizar cabalísticamente este número, conviene examinarlo desde
el punto de vista del sábado judaico-cristiano.
El Shabbath o Yom-shaba instituido
por Moisés en memoria del descanso del Señor Dios, tras la obra de la creación,
era tan sólo, como dice el Zohar, un velo para encubrir el verdadero
significado. Entonces contaban los judíos y siguen contando ahora numeralmente
los días de la semana de esta manera:
Yom-ahad; yom-sheni; yom-shelisho; yom rebis; yom-shamishi; yom-shishi;
y yom-shaba. Que
equivalen a día primero; día segundo; día tercero; día cuarto; día quinto;
día sexto; día séptimo.
La palabra hebrea ....., consta de las tres
letras: s, b, o, y tiene varias acepciones. En primer lugar significa
época o ciclo (shab-ang). La voz ... (sábado) quiere decir época
antigua y también descanso en idioma copto. Sabe significa sabiduría,
erudición. Los arqueólogos modernos han descubierto que el término hebreo
... (sab) quiere decir asimismo cabeza gris, y por lo tanto, el
día de saba era aquel en que los “hombres de cabeza gris”, o sea los ancianos
de una tribu, se reunían para celebrar los sacrificios (30).
EL DOMINGO CRISTIANO
Así que la semana de siete días es el
antiquísimo período Saba o Sapta. Las fiestas lunares de la India
demuestran que también en este país se celebraban asambleas semanales. Así como
cada fase de la luna determina alteraciones atmosféricas, también ocurren
mudanzas en el universo entero, de las que las meteorológicas son las menos
importantes. El día séptimo, el más poderoso día prismático, se
congregan los adeptos de la ciencia secreta, como se congregaban hace miles de
años, para actuar de agentes de las ocultas fuerzas naturales (emanaciones del
Dios operante) y comunicarse con los mundos invisibles. Los antiguos sabios
santificaban el séptimo día, no porque creyeran en el divino descanso,
sino porque conocían su oculta influencia. De esto deriva la profunda
veneración en que los antiguos filósofos tenían el número siete, que
calificaban de “sagrado” y “venerable”. La Tetraktis pitagórica, tan respetada
por los platónicos, se representaba en forma del cuadrado debajo del triángulo,
símbolo este último de la Trinidad comprensiva de la invisible Mónada o Unidad;
pero el nombre de la Tetraktis, por lo sacratísimo, sólo podía pronunciarse en
el santuario.
La austera observancia del sábado (31) por
los protestantes tiene mucho de tiranía religiosa y su daño excede al
beneficio, pues con toda seguridad que no estuvo jamás en el pensamiento de
Jesús distinguir dicho día de los otros seis, como así lo demostró con hechos y
palabras, aparte de que los primitivos cristianos no guardaban este precepto
(32).
Cuando el judío Trifón reconviene a los
cristianos porque no guardaban el sábdo, le responden los reconvenidos:
La nueva ley os mandará guardar un sábado
perpetuo. Vosotros imagináis que sois religiosos, después de pasar un día en la
ociosidad; pero el Señor no se satisface con esto. Si el perjuro y el
defraudador se enmiendan y el adúltero se arrepiente, guardarán el sábado más
acepto a Dios. Los elementos jamás están ociosos ni guardan sábado. Si antes de
Moisés no hubo necesidad de guardar el sábado, tampoco debe haberla después de
Jesucristo.
En cuanto al concepto de la Causa primera,
dice Juan Reuchlin:34
La Heptaktis no
es la Causa suprema, sino sencillamente Su emanación, el primer efecto visible
de la irrevelada Potestad. Es como Su divino aliento que, surgido
impetuosamente, se condensa y refulge hasta convertirse en Luz que perciben los
sentidos externos (33).
Este concepto de la emanación del Altísimo
equivale al del Demiurgo o los Elohim (34) que forman el mundo en seis días
y descansan el séptimo. Pero los Elohim no son ni más ni menos
que la personificación de las fuerzas de la Naturaleza, los fieles agentes de
las leyes de Aquél que de por Sí es armónica e inmutable Ley.
Los Elohim moran en el séptimo cielo
(mundo espiritual), pues, según los cabalistas, formaron sucesivamente los seis
mundos materiales, o mejor dicho, los seis bosquejos de mundos precedentes al
nuestro, que es el séptimo. Pero si dando de mano al concepto
metafísico-espiritual, nos contraemos al científico-religioso de la creación en
seis días, tan detenida y dilatadamente comentado por los exégetas, podremos
acaso desentrañar el oculto sentido de esta alegoría.
Los antiguos filósofos estaban versados en
ciencias ocultas y podían enseñar que los seis mundos precedentes habían
evolucionado físicamente en las sucesivas etapas de nacimiento, desarrollo,
madurez, decrepitud y muerte, y que terminado el ciclo de evolución se habían
restituido a su prístina modalidad de mundo etéreo, para morada durante toda
una eternidad (35) de los espíritus de hombres y animales (36).
Nuestro planeta está tan sujeto a la
evolución física como todo cuanto en él existe. De la mente de Aquél de
quien nada sabemos y que tan sólo podemos concebir vagamente, impelido por Su
voluntad creadora, surgió a la existencia este globo, cuya materia, fluídica y
semi-etérea al principio, fue condensándose gradualmente hasta que la necesidad
de evolución física, determinada por la materia (37), actualizó sus propias facultades
creadoras. La Materia retó al Espíritu y la tierra tuvo también
su caída, cuyo castigo está simbolizado en que tan sólo puede procrear y
no crear. La tierra física o material es el agente servil de su dueño el
espíritu. Así dicen los Elohim:
Multiplicaré tus dolores; con dolor parirás
los hijos... Maldita será la tierra en tu obra..., espinas y abrojos te
producirá... (38).
MALDICIÓN ALEGÓRICA
Esta alegórica maldición durará hasta que la
más diminuta partícula de materia terrestre haya recorrido su ciclo evolutivo y
por sucesivas transformaciones llegue a integrar el alma viviente, de
modo que ésta alcance el punto terminal del arco ascendente del ciclo y se
identifique con su metraton, o espíritu redentor, en el más alto peldaño
de los mundos espirituales, de vuelta ya a la primaria morada de donde emanó.
Más allá se abre el ABISMO sin fondo y empieza el MISTERIO.
Conviene recordar que todas las cosmogonías
reconocen una Trinidad creadora formada por el Padre (espíritu), la Madre
(materia) y el Hijo (universo manifestado), procedente de ambos. Cada uno de
los astros que constituyen el universo pasa sucesivamente por cuatro edades o
épocas análogas a las de la vida humana, y así tienen su infancia, juventud,
virilidad y vejez. Estas cuatro épocas, con las tres personas de
la Trinidad creadora, componen de nuevo el sagrado siete.
Los capítulos preliminares del Génesis no
exponen ni la más remota alegoría de la creación de nuestro mundo, sino
que entrañan el concepto metafísico de un período indefinido (39) de la
eternidad, durante el cual la ley de evolución intentó diversas veces construir
universos. Así dice el Zohar:
Hubo mundos que perecieron apenas surgidos a
la existencia. No tenían forma y se les llamó chispas, como las que el
forjador hace brotar en todas direcciones cuando machaca el hierro. Las chispas
son los mundos primitivos que no perduraron porque el Sacro Anciano (40)
no había asumido aún su forma de rey y reina (41), y el Maestro no se ocupaba
todavía en desenvolver su obra (42).
Los seis períodos o días del Génesis
se refieren al mismo concepto metafísico, o sea que infructuosamente los Elohim
intentaron por cinco veces construir nuestro universo, hasta que a la sexta
vez lograron formarlo con todos sus planetas (43) y descansaron en el período séptimo.
Así dice el Zohar:
Y cuando el Santo creó el presente mundo,
exclamó: Éste me place; los precedentes no me pluguieron (44).
Y dice el Génesis:
Y vio Dios (Elohim) todas las cosas
que había hecho; y eran muy buenas. Y fue la tarde y la mañana el día sexto
(45).
DÍA Y NOCHE DE BRAHMÂ
Ya explicamos oportunamente el significado
del día y noche de Brahmâ. El día simboliza un período de actividad cósmica y
la noche igual período de reposo. Durante el día de Brahmâ se desenvuelven los
mundos a través de las cuatro etapas o edades de su existencia. Durante la
noche, la inspiración de Brahmâ invierte el 35
sentido de las
fuerzas naturales, se disgregan poco a poco las cosas visibles, sobreviene el
caos y en el reposo cobra el Cosmos nuevo vigor para el próximo período de
evolución. En la mañana de un día de Brahmâ los procesos de formación alcanzan
el máximo de actividad, y por la tarde van declinando gradualmente hasta que
llega la noche y con ella el pralaya. Estas mañana y tarde constituyen
un día cósmico, por lo que no cabe duda de que el autor del Génesis se
refería a un día de Brahmâ al decir:
Y fue la tarde y la mañana, un día (46).
Seis días de gradual evolución, uno de reposo
y después el anochecer. Desde la aparición del hombre en este mundo, ha
sido el tiempo un perpetuo sábado de reposo para el Demiurgo.
Las teorías cosmogónicas del Génesis se
resumen en las razas de los hijos de Dios y de los hijos de los hombres, de los
gigantes a que alude el capítulo VI. En rigor, la historia bíblica de la
formación (47) de la tierra empieza cuando Noé se salva del diluvio en el arca.
Las tablillas asirias recientemente traducidas por Jorge Smith, no dejan duda
sobre esto en quienes saben interpretarlas esotéricamente. La diosa Isthar predice
en una de estas tablillas la destrucción del sexto mundo y la aparición
del séptimo en los siguientes términos.
Por SEIS días y noches dominaron el
viento, el diluvio y la tormenta.
En el séptimo día calmó la tempestad y
cesó el diluvio que todo lo había destruido como un terremoto (48). Las aguas
volvieron a sus cauces y amainó el viento y cesó el diluvio.
Yo percibí la costa en el límite del mar.
... al país de Nizir fue la nave (49); la
montaña de Nizir detuvo la nave.
... el primero y segundo días
hizo lo mismo la montaña de Nizir; el quinto y el sexto hizo lo
mismo la montaña de Nizir.
... en el transcurso del séptimo día
solté una paloma que se fue y no volvió..., y el cuervo se fue y no volvió...
Edifiqué un altar en la cumbre del monte.
... corté siete hierbas en cuyo fondo
puse cañas, pinos y simgar; los dioses acudieron como moscas al sacrificio.
... desde muy antiguo también el supremo
Dios, en su carrera.
... el intenso fulgor (50) de Anu hubo creado
(51).
... el amuleto que ciñe mi cuello no
resistiría la gloria de estos dioses...
Todo esto encubre un significado esotérico a
un tiempo astronómico y mágico. En las tablillas se advierte desde luego la
narración bíblica, y se echa de ver cuánto ha desfigurado ésta el gran poema caldeo
con la personificada conversión de los dioses en patriarcas. No podemos
detenernos en el examen de los bíblico remedos de la alegoría caldea; pero sí
recordaremos que, según testimonios tan adversos como Lenormant (52), la
trinidad caldea emanada de Ilon (53) está constituida por Anu, Nuah y
Bel. Es Anu el caos primitivo, el dios que a un tiempo simboliza el
tiempo y el mundo (..... y .....), o la materia primordial desdoblada del
eterno y absoluto principio de todas las cosas. Nuah es, según Lenormant, “la
inteligencia, o mejor fuera decir el Verbo que vivifica y fecunda la
materia, penetra el universo y lo gobierna y anima. Es el soberano del húmedo
elemento, el Espíritu semoviente sobre las aguas”. Tenemos, por lo
tanto, que Nuah está representado bíblicamente por Noé dentro del arca que
flota sobre las aguas, y el arca es emblema de la luna (argha) o
principio femenino. Así es Noé símbolo del espíritu que desciende a la materia.
SIMBOLISMO DE NOÉ
Apenas sale del arca, planta Noé una viña
cuyo vino bebe y le embriaga, lo cual significa la turbación del espíritu en
cuanto lo aprisiona la materia.
El séptimo capítulo del Génesis parafrasea el
capítulo primero, según se infiere de los siguientes pasajes:
Las tinieblas estaban sobre el haz del abismo
y el Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas (54).
Y el arca era llevada sobre las aguas (55).
Vemos, por lo tanto, que el Noé bíblico es el
Nuah caldeo o sea el espíritu que vivifica la materia caótica simbolizada en la
profundidad de las aguas diluviales. En la narración caldea está la diosa
Ishtar o Astoreth (la luna) encerrada en el arca, y envía a la paloma (56) en
busca de tierra enjuta. Por otra parte, según las tablillas asirias, Xisuthrus
o Hasisadra fue transportado junto a los dioses en premio de su piedad, y en la
Biblia este mismo personaje es Enoch arrebatado al cielo en un carro de fuego.
Todos los pueblos antiguos creyeron en la
sucesiva existencia de incalculable número de mundos anteriores a la evolución
del nuestro; pero como los cristianos tergiversaron a su antojo las Escrituras
hebreas, perdieron en castigo la clave de interpretación. Así vemos a los
Padres de la Iglesia empeñados en la imposible tarea de establecer un cómputo
cronológico sobre la interpretación literal del texto bíblico, mientras que los
rabinos iniciados conocían perfectamente el significado esotérico de las
alegorías, y por ello hablan las obras cabalísticas (57) de la serie de mundos
surgidos del caos y evolucionados hasta su destrucción.36
La doctrina induísta
admite dos pralayas o desintegraciones; el mahapralaya o
desintegración universal y el pralaya o desintegración parcial. El
primero se refiere a la noche de Brahmâ, y el segundo a los cataclismos
geológicos que sobrevienen al término de cada ciclo mínimo de nuestro globo. El
diluvio de las narraciones estuvo localizado en el Asia central y ocurrió,
según cómputos de Bunsen, unos diez mil años antes de J. C., sin relación
alguna con el místico Nuah o Noé. Las tradiciones induístas señalan al término
de cada época del mundo un cataclismo que no lo destruye, sino tan sólo altera
su configuración geográfica, para que nuevas razas de hombres, animales y
plantas evolucionen de las desaparecidas a consecuencia del cataclismo.
Los dos rasgos característicos del Pentateuco
son la “caída del hombre” y el “diluvio universal”, el alfa y el omega o claves
superior e inferior de la armónica escala en que resuena el himno de la
creación del hombre, para quien indagando por medio del zura o gemantria
figurativa el proceso de la evolución humana, desde el puramente espiritual
punto de partida hasta el impuramente material punto de conversión (hombre
postdiluviano), descubre en estos dos símbolos todo el significado que
encierran.
De la propia manera que en los jeroglíficos
egipcios se ha de prescindir de todo signo inadaptable a determinadas figuras
geométricas, pues son un velo puesto deliberadamente por el hierogramático
(58), así también hay en el texto bíblico muchos velos o enigmas que el lector
ha de subordinar a la misma regla de los jeroglíficos, prescindiendo de los que
no respondan al sistema numérico de la Kábala.
El diluvio aparece relatado en el Mahâbhârata,
los Purânas y en el Satapatha, uno de los Brahmanas más
posteriores, por lo que es muy posible que Moisés, o quien fuese el autor del Pentateuco,
se aprovechara de estas tradiciones para componer sus alegorías,
desfigurándolas de propósito, con añadidura de la narración caldea de Berosio.
El Nemrod bíblico es el rey Daytha del Mahâbhârata, que
lanza imprecaciones contra la tempestad y amenaza conquistar el cielo con sus
poderosos guerreros, por lo que atrae sobre el linaje humano la cólera de
Brahmâ, quien, como dice el texto, “resolvióse entonces a infligir tan terrible
castigo a sus criaturas, que sirviese de escarmiento a los sobrevivientes y su
linaje”.
EL DILUVIO SEGÚN LOS INDOS
Vaivasvata, cuyo equivalente nos da el Noé
bíblico, salva a un pececillo en que encarna Vishnú para advertir por su boca a
aquel justo varón del inminente diluvio que va a sumergir la tierra y ahogar
cuanto en ella vive, por lo que le manda construir una nave, en la que se había
de embarcar con toda su familia. Así lo hace Vaivasvata, y luego de embarcado
en la nave con su familia, una pareja de animales de cada especie y una semilla
de cada planta, empezó a caer la lluvia. Entonces vino a colocarse delante de
la nave un enorme pez unicornio, a cuyo cuerno ató Vaivasvata una soga, con
arreglo a las órdenes recibidas, de modo que el pez pudiese remolcar la nave
por entre los desencadenados elementos, hasta que, apaciguada su furia, se
detuvo el pez con la nave en la cumbre de los Himalayas (59).
Muchos comentadores ortodoxos dicen que este
relato es copia del de las Escrituras hebreas (60). Pero seguramente que si el
diluvio llamado universal hubiese ocurrido en época que pudiera recordar
el hombre, lo mencionarían algunos monumentos egipcios de remotísima
antigüedad, al par que mencionan a Cam, Canaán y Mizraim, progenitores del
pueblo copto; pero hasta ahora no se ha encontrado alusión alguna a esta
catástrofe, aunque Mizraim pertenece ciertamente a la primera generación
postdiluviana, si no fue antediluviano. Sin embargo, los caldeos conservan la
tradición, según atestigua Berosio, y los indos nos han transmitido la leyenda
antes citada; con lo que tenemos el contradictorio hecho de que de dos naciones
coetáneas y civilizadas, Caldea y Egipto, una haya conservado y otra no la
tradición del diluvio, siendo así que, según la Biblia, parece estar el
Egipto mucho más relacionado con este asunto. El diluvio citado en la Biblia,
en uno de los Brahmanas y en el Fragmento de Berosio, se refiere
a un cataclismo parcial que, según Bunsen, ocurrió unos 10.000 años antes de J.
C., y según los cómputos zodiacales de los induístas alteró la configuración
geográfica del Asia central. Sólo cabe explicar esta contradicción admitiendo
que los caldeos aprendieron el relato de labios de los misteriosos huéspedes a
que algunos asiriólogos llaman acadianos, o según parece más verosímil,
descendientes de los salvados de la catástrofe. Los judíos tomaron de los
caldeos la tradición del diluvio, como tomaron casi todas sus creencias
populares, y los induístas la aprenderían seguramente de los países en que se
establecieron antes de apoderarse del Punjâb. En cambio, los egipcios, cuyos
primeros colonos llegaron del Sur de la India, tuvieron menos motivos para
recordar el cataclismo, cuyos efectos se contrajeron, como hemos dicho, al Asia
central.
Dice Burnouf que como el relato del diluvio
se encuentra en un Brahmana de la última época, pudieron muy bien los indos
haberlo copiado de las naciones semíticas; pero contra este supuesto se oponen
conjuntamente todas las tradiciones y costumbres de los indos, ya que los
arios, y menos todavía los brahmanes, no copiaron jamás absolutamente nada de
los semitas, según corrobora el mismo abate Dubois que residió cuarenta años en
la India y es uno de aquellos “animadversos testimonios”, como llama Higgins a
los intérpretes ortodoxos de la Biblia. Dice Dubois:
Jamás he descubierto en la historia de los
egipcios y hebreos, indicio alguno de que ni estos dos pueblos ni otro
cualquiera de la tierra sea más antiguo que el pueblo indo con sus brahmanes; y
por lo tanto, no creo que estos copiaran sus ritos de naciones extranjeras,
antes al contrario, opino que son de fuente original y exclusivamente propia.
Quien conozca el carácter e índoles de los brahmanes, su altivez, orgullo,
vanidad, 37
esquivez y soberano
desdén por todo lo extranjero y por cuanto ellos no han inventado, coincidirá
conmigo en que de ningún modo copiarían los usos, leyes, costumbres y creencias
de un país extranjero (61).
LOS VEDAS Y EL DILUVIO
El relato induísta del diluvio alude al
primer avatar de Vishnú (62) y corresponde a un yuga anterior al nuestro, al de
la aparición de la vida animal (63). Por otra parte, la circunstancia de que
nada digan del diluvio los primitivos libros induístas es un poderoso
argumento, de mayor valía en el caso presente en que sólo disponemos de inducciones.
Dice sobre el particular Jacolliot:
Los Vedas y los Libros de Manú,
estos dos monumentos de la primitiva mentalidad asiática, son
incontrovertiblemente anteriores al diluvio, pues si por una parte la tradición
(64) nos presenta a Vishnú salvando los Vedas del diluvio, por otra parte ni
los Vedas ni los Libros de Manú ni otras obras mencionan esta
catástrofe, al paso que los Purânas, el Mahâbhârata y otras más
recientes la describen con minuciosos pormenores, demostrándose de eta suerte
la antediluviana antigüedad de aquéllos, pues los Vedas no hubieran
podido por menos de aludir en algún himno a la tremenda catástrofe que debió
emocionar a las gentes muchísimo más que los fenómenos ordinarios de la
naturaleza; ni tampoco Manú, que describe la creación y expone cronológicamente
las épocas divinas hasta la aparición del hombre sobre la tierra, hubiera
dejado en silencio un acontecimiento de tan excepcional importancia.
Manú enumera (65) los nombres de diez
eminentes santos, a quienes llama parajâpatis (66), que los teólogos induístas
consideran como profetas anteriores a la raza humana, pero que para los
pundites son los diez poderosos reyes que florecieron en la edad de oro (kritayuga),
el último de los cuales fue Brighu, de quien descendieron por sucesión
genealógica Swârotchica, Ottami, Tamasa, Raivata, el glorioso Tchkchucha y el
hijo de Vivasvata, todos los cuales merecieron el título de Manú (legislador
divino), conferido también a los prajâpatis y a todos los personajes de la
India primitiva. La genealogía se detiene en el nombre del hijo de Vivasvata.
Ahora bien; según los Purânas y el Mahâbhârata,
el diluvio ocurrió en tiempos de este hijo de Vivasvata, que se llamaba
Vaivaswata, y el recuerdo de la catástrofe se mantuvo por tradición que los emigrantes
difundieron por todos los países que colonizaron.
La genealogía expuesta por Manú se detiene,
según hemos visto, en Vivaswata, lo que prueba que cuando se compuso dicho
libro, no había ocurrido todavía la catástrofe del diluvio (67).
El argumento es irrefutable y debieran
tenerlo en cuenta los científicos cuya posición oficial les inclina a complacer
al clero con la negativa de cuantos hechos prueban la formidable antigüedad de
los Vedas y de los Libros de Manú.
El coronel Vans Kennedy dijo, hace mucho
tiempo, que Babilonia fue desde un principio la metrópoli de la literatura
sánscrita y de la erudición brahmánica; pero ¿cómo hubieran ido los brahmanes a
Babilonia si no por haber emigrado a consecuencia de guerras intestinas? El
relato más completo del diluvio nos lo da el Mahâbhârata, poema
compuesto por Vedavyasa en loor de las alegóricas guerras entre las razas solar
y lunar. Una de las versiones de este relato dice que Vivaswata fue el
progenitor de todos los pueblos de la tierra, como de Noé afirma la narración
bíblica. Otra interpretación nos presenta a Vivaswata, a manera de la leyenda
griega de Deucalión y Pirra, arrojando guijarros en el limo dejado por las
aguas, para engendrar hombres a voluntad. De estas dos versiones, una parecida
a la hebrea y otra a la griega, cabe inferir, supuesta la antigüedad del pueblo
indo, que los paganos griegos y los monoteístas hebreos las tomaron
respectivamente del poema sánscrito por mediación de las escuelas de Babilonia.
La historia nos habla de la copiosa corriente
emigratoria de los arios a lo largo del río Indo, y nos dice que, derramados
después por occidente, algunas tribus pasaron desde el asia menor a colonizar
la Grecia; pero no hay el más leve indicio histórico de que ni el “pueblo
escogido” ni los griegos penetraran en la India antes del siglo IV de la era
precristiana, pues hasta esta época no descubrimos las vagas tradiciones según
las cuales se corrieron desde Babilonia a la India algunas de las problemáticas
tribus perdidas de Israel. Pero aun cuando se demostrara la existencia
histórica de las diez tribus cautivas (68), no quedaría resuelto el problema;
pues, según Colebrooke, Wilson y otros eminentes orientalistas, el poema Mahâbhârata
y el brahmana Satapatha, textos ambos en que aparece el relato del diluvio,
son de muchísimo anteriores a la época de Ciro (69), el monarca que dio
libertad a los israelitas, quienes sólo por entonces pudieron internarse en la
India de vuelta a Palestina.
En cuanto a la versión semejante a la griega
hay tanta carencia de pruebas a favor de su procedencia helénica como respecto
de la hebrea, y las tentativas de los helenistas han fracasado por completo en
este punto, pues cada día es más dudoso que las huestes de Alejandro el Magno
penetraran en la India septentrional, ya que los anales de este país nada dicen
acerca de semejante invasión.
FÁBULAS Y LEYENDAS
Si aun la misma historia queda rectificada
por las modernas investigaciones, ¿qué pensar de las fábulas y leyendas que a
primera vista delatan el artificio de su invención? De ningún modo podemos
estar de acuerdo 38
con Max Müller cuando
dice que “parece blasfemia considerar las fábulas del mundo pagano como
adulterados fragmentos de la divina revelación recibida un tiempo por la
raza humana”. Fuera preciso que en aras de la imparcialidad y de la justicia
debida a ambos contendientes incluyera Müller en el número de estas leyendas
las de la Biblia, cuyo lenguaje no es más puro ni más moral que
el de los textos induístas, ni hay en el mundo pagano fábula más ridícula y
blasfema que las pláticas de Moisés con Jehovah (70) ni divinidad alguna del
gentilismo tan malévola como en ciertos pasajes bíblicos se muestra el dios
tutelar de Israel. Si al cristiano le repugna la vista del Padre Kronos
(Saturno) que devora a sus propios hijos y mutila a Urano, y si le horroriza el
espectáculo de Júpiter que precipita a Vulcano del cielo a la tierra y se
perniquiebra en la caída, en cambio, un no cristiano se reirá de ver a Jacob
luchando a brazo partido con el Creador, quien impotente para vencerlo le
disloca el muslo, sin que esto sea obstáculo para que el patriarca se mantenga
firme contra Dios y le cierre el paso. La fábula de Deucalión y Pirra que al
arrojar piedras tras ellos engendraron a la raza humana, no es más ridícula que
la de la mujer de Lot convertida en estatua de sal o la del Todopoderoso que
forma al hombre del barro de la tierra y le infunde después el soplo de vida, a
imitación del dios egipcio con cuernos de carnero que forma al hombre en un
torno de alfarero. La fábula de Minerva, diosa de la sabiduría, que surge del
cerebro de Júpiter armada de punta en blanco, es al menos poéticamente
sugestiva, y ningún griego fue condenado a la hoguera por resistirse a tomarla
al pie de la letra. En general, las fábulas paganas no son tan absurdas ni
blasfemas como las interpoladas en el cristianismo con la aceptación canónica
del Antiguo Testamento y la apertura de los registro taumatúrgicos de la
Iglesia romana.
Añade a este punto Max Müller:
Muchos indos se sublevan al escuchar las
inculpaciones de obscenidad contra las divinidades de sus Escrituras sagradas.
Los brahmanes pueden demostrar que todas las fábulas religiosas tienen un muy
profundo significado, pues siendo la obscenidad incompatible con los seres
divinos, preciso es reconocer que las fábulas y leyendas sancionadas por el
tiempo encierran un misterio que la respetuosa investigación sería capaz de
descubrir.
Esto mismo dice el clero cristiano para
cohonestar las obscenidades e incongruencias del Antiguo Testamento, con
la diferencia de que en vez de admitir la interpretación de quienes poseen la
clave del enigma, se arrogan el derecho de interpretarlas a su manera por
supuesta delegación divina. Y no satisfechos con esto, han despojado a
los rabinos de sus consuetudinarios medios de interpretación, de modo que
apenas hay actualmente un rabino versado en la ciencia cabalista. Si los judíos
han perdido la clave, ¿cómo pueden acertar en la interpretación? ¿Dónde están
los manuscritos originales? Se dice que el más antiguo de cuantos se conocen en
lengua hebrea es el Código bodleiano, cuya antigüedad no va más allá de
ocho a nueve siglos (71). Por lo tanto, entre la época de Esdras y la aparición
del Codex bodleiano transcurren quince siglos. El año 1490 la Inquisición
mandó quemar todas las Biblias hebreas, y solamente Torquemada entregó
seis mil a las llamas en Salamanca.
TERGIVERSACIÓN DE TEXTOS
Excepto unos cuantos ejemplares del Tora
Ketubim y del Nebiim usados en las sinagogas y de más reciente
fecha, nos parece que todos los manuscritos existentes están punteados con
falsa interpretación por parte de los masotéricos, de modo que sin este método
no se podría resistir en nuestro tiempo ningún ejemplar del Antiguo
Testamento. Sabido es que los masotéricos, al copiar los manuscritos
antiguos suprimieron cuantas frases les parecían inconvenientes (aunque
escaparon a su atención las de algunos pasajes), e interpolaron otras de su
propia invención que tergiversaron el sentido del texto. Sobre el particular
dice Donaldson que “la escuela masotérica de Tiberias se ocupó en poner y
quitar del texto hebreo todo cuanto le vino en gana, hasta la publicación del Masorah”.
Por lo tanto, si poseyéramos los manuscritos originales resultaría curiosos e
instructivo cotejarlos con los Vedas y otros libros induístas, pues
seguramente que ni la más ciega fe fuera capaz de engullirse tan enorme alud de
fábulas obscenas. Pero si millones de gentes que de cultas y civilizadas
presumen, creen en estas fábulas a cierra ojos porque les han dicho que son de revelación
divina, no debe nadie maravillarse de que los brahmanes crean también que
sus libros sagrados son fruto de otra divina revelación (72).
Demos gracias a los masotéricos por su obra,
pero veamos por anverso y reverso la medalla.
Si las leyendas, símbolos y alegorías son de
tradición inda, caldea o egipcia, apenas se las considera merecedoras de examen
ni se sospechan sus relaciones con la astronomía y antropogenesia; pero en
cuanto mutilados y pervertidos se incorporan a la Escritura sagrada, se les
acepta como palabra de Dios. ¿Dónde queda en esto la imparcialidad? ¿Dónde la
justicia? Hace diecinueve siglos dijo el Reformador cristiano que no era
posible servir a Dios y a Belial, y parafraseando esta máxima podríamos afirmar
en nuestros tiempos que no es posible servir a la verdad y al prejuicio, aunque
los dogmatizadores presuman de servir a la verdad.
Casi todos los mitos religiosos tienen
fundamento a la par histórico y científico, pues como dice Pococke:
Vemos probado actualmente que los mitos son fábulas
cuando no acertamos en su interpretación, y son verdades cuando
descubrimos el real significado con que los antiguos los comprendieron. Nuestra
ignorancia 39
ha convertido en
mítico lo histórico, y esta ignorancia la hemos heredado de los griegos como
consecuencia de la vanidad helénica (73).
Ya demostraron Bunsen y Champollión que los
libros sagrados de Egipto son muchísimo más antiguos que el Génesis; y
las modernas investigaciones han robustecido la sospecha, para nosotros
certidumbre, de que las leyes de Moisés son copia del Código de Manú, por lo
que resulta muy probable que el Egipto debiera a la India su civilización, arte
e instituciones sociales. Pero aunque contra este parecer se agrupen
hostilmente toda una falange de autoridades científicas que niegan los hechos
comprobatorios, tarde o temprano habrán de rendirse a la evidencia (74).
Dice Müller:
Difícil sería dilucidar si los Vedas son
los libros más antiguos del mundo y si parte del Antiguo Testamento puede
o no aventajar en antigüedad a los más antiguos himnos védicos (75).
Sin embargo, su cambio de opinión respecto
del nirvana permite esperar que también la rectifique por lo que se refiere a
la antigüedad del Génesis, de modo que las gentes reciban el beneficio
de la verdad sancionada por uno de los más prestigiosos científicos de Europa.
ÉPOCA DE ZOROASTRO
Sabido es que los orientalistas no se han
puesto aún de acuerdo sobre la época de Zoroastro; y por lo tanto, será más
seguro fiarnos de los cómputos brahmánicos que de las opiniones de los
científicos (76), pues Bunsen calcula que Zoroastro floreció en Ecbatriana, que
la emigración de los ecbatrianos a la India corresponde al año 3784 antes de J.
C. y el nacimiento de Moisés al 1392 de la misma era precristiana (77). Pero
resulta muy anacrónico colocar a Zoroastro en época anterior a los Vedas,
puesto que de estos libros está entresacada toda la doctrina zoroastriana, y si
bien residió Zoroastro algún tiempo en el Afganistán antes de pasar al Punjâb,
en este último país empezaron a escribirse los Vedas, que denotan el
progreso de los indos, como el Avesta el de los iranios.por otra parte,
Haug atribuye al brahmana Aitareya (78) una antigüedad de 1400 a 1200 antes de
J. C. y a los Vedas la de 2400 a 2000 años. Müller pone algunos reparos
a este cómputo, aunque no lo niega por completo (79). Pero suponiendo que
Moisés escribiera el Pentateuco (80), si este legislador nació, como
calcula Bunsen, el año 1392 antes de J. C., no puede ser el Pentateuco más
antiguo que los Vedas, pues Zoroastro nació el 3784 antes de J. C., y ya
su doctrina es reflejo de los Vedas. Además, dice Haug (81) que algunos himnos
del Rig Veda datan de treinta y siete siglos antes de J. C.,
precedentemente al cisma de Zoroastro, ocurrido, según Müller, durante el
período védico; y por lo tanto, no cabe remontar trozo alguno del Antiguo
Testamento a la misma época de los Vedas, y mucho menos a una época
anterior a los himnos védicos.
Admiten generalmente los orientalistas que
3000 años antes de J. C. estaban todavía los arios en las estepas de la orilla
oriental del mar Caspio, y Rawlinson conjetura que su foco central era Armenia,
de donde se derramaron por Oriente hacia la India, por el Norte hacia el
Cáucaso y por Occidente hacia el Asia menor y Grecia, de suerte que ya antes
del siglo XV de la era precristiana aparecen en la cuenca del Indo superior, en
donde sobrevino el cisma entre los arios védicos, que se encaminaron al Punjâb,
y los arios zéndicos, que se dirigieron a Occidente para fundar los históricos
imperios de Asia (82). Añade Rawlinson que la primitiva historia de los arios
está envuelta en los velos del misterio; pero muchos y muy eruditos brahmanes
han encontrado indicios de la existencia de los Vedas 2100 años antes de
J. C., y por otra parte atribuye Jones al Yaguar-Veda una antigüedad de
1580 antes de J. C., o sea muy anterior a Moisés.
Max Müller y otros orientalistas de Oxford se
fundan en el supuesto hecho de que los arios emigraron del Afganistán al Punjâb
unos quince siglos antes de J. C., para computar a determinadas porciones del Antiguo
Testamento fecha igual o acaso más temprana que la de los más antiguos
himnos védicos. Por lo tanto, mientras los orientalistas no se pongan de
acuerdo para fijar la fecha en que floreció Zoroastro, no puede haber autoridad
tan fidedigna como la de los brahmanes para computar la época de los Vedas.
Es indudable que los judíos copiaron la mayor
parte de sus leyes de los egipcios, que en nuestra opinión fueron los
primitivos indos (83), según nos demostrará el examen geográfico de la India
antigual. En efecto, si exceptuamos la Escitia y la Etiopía, no hay región tan
inciertamente delimitada en los mapas como la India antigua, que se extendía
hacia el oriente de Babilonia con el nombre de Indostán y fue cuna de las razas
cusitas o camíticas, que dominaron por completo el país y rindieron culto a las
divinidades Bala y Bhavani. La India de los primitivos sabios
parece que fue el territorio comprendido entre las fuentes del Oxo y las del
Jaxartes. Apolonio de Tyana atravesó la cordillera del Cáucaso, llamada Kush
por los indos, y encontró a un rey que le condujo al país de los sabios,
descendientes acaso de los que el historiador Amian Marcelino denomina
“brahmanes de la India septentrional”, a quienes visitó Darío Histaspes e
instruido por ellos restableció el verdadero culto mágico. Este episodio de la
vida de Apolonio indica, al parecer, que estuvo en el país de Cachemira, donde
los nagas le aleccionaron en las doctrinas budistas. En aquella época la
India aria no se dilataba más allá del Punjâb.
POBLADORES DE LA INDIA40
En nuestra opinión,
el obstáculo que mayormente se opone al progreso de la etnología es la triple
progenie de Noé, pues los orientalistas occidentales se han empeñado en la
imposible conciliación de las razas postdiluvianas con los descendientes de
Sem, Cam y Jafet. La bíblica arca de Noé ha sido un lecho de Procusto para
cuanto se quiso encerrar en ella; y desviada la investigación de las verdaderas
fuentes donde beber el origen del hombre, tomó por realidad histórica una
alegoría cosmogónica. Mala fortuna tuvo el cristianismo al escoger entre las
Escrituras sagradas de los pueblos antiguos la de uno de raza semítica, la
menos espiritual del linaje humano, raza incapaz de formar de sus numerosos
idiomas uno que sirviese de apropiada expresión a las ideas de los mundos
intelectual y moral, en vez de contraerse al bajo vuelo de las figuras
sensuales y terrenas; raza cuya literatura es desacertado remedo del pensamiento
ario, y cuyas ciencia y filosofía andan necesitadas de los nobilísimos rasgos
que caracterizan los metafísicos y espirituales sistemas de la raza aria o
jafética.
Bunsen opina que el idioma cámico del antiguo
Egipto contenía en sí los gérmenes del semítico, dando prueba con ello del
común origen de las razas aria y semítica. Pero conviene recordar sobre el
caso, que si bien los pueblos del Asia sudoccidental y occidental, incluso los
medos, eran todos arios, no está probado todavía quiénes fuesen los primeros
pobladores de la India; y por lo tanto, mientras la historia no documente este
punto, nada se opone a nuestra hipótesis de que esos primeros pobladores fueron
los etíopes orientales o arios (84) de piel oscura, que durante mucho tiempo
dominaron todo el territorio de la antigua India, cuya posesión asigna más
tarde Manú al pueblo de idioma sánscrito, según le denominan los orientalistas.
Se supone que los indos sánscritos
vinieron del Noroeste; se conjetura que profesaban la religión induísta
y que probablemente hablaban el idioma sánscrito. En estos tres
deleznables datos se han apoyado los filólogos europeos que llevaron
constantemente pendientes del cuello a los tres hijos de Noé desde que Jones
publicó sus estudios sobre el Indostán y la vasta literatura sánscrita. ¿Ésta
es la ciencia experimental libre de preocupaciones religiosas? Mucho en verdad
ganara la etnología si alguien hubiese arrojado al agua por la borda al
triunvirato noético antes de que el arca tomara tierra.
Generalmente incluyen los etnólogos a los
etíopes en el grupo semítico; pero ya veremos que no les corresponde esta
clasificación y demostraremos también su influencia en la cultura egipcia, que
siempre se mantuvo en el mismo grado de esplendor sin prosperar ni decaer, como
sucedió en otros países. El Egipto debe su civilización, sus instituciones
políticas y sus artes, especialmente el arquitectónico, a la India prevédica,
pues los colonizadores del país fueron aquellos arios de piel oscura a quienes
Homero y Herodoto llaman etíopes orientales, o sean los habitantes de la India
meridional que llevaron a Egipto su ya adelantada civilización, en la época que
Bunsen denomina preménica, pero que corresponde a los tiempos históricos.
Dice sobre este punto Pococke:
El relato completo de las guerras entre los
jefes solares Usras (Osiris), príncipe de los glucas, y Tu-phu, es alegoría de
aquellas otras guerras que la historia nos describe suscitadas entre los
apianos o tribus helólicas de Ude con las gentes de Tu-phu o Tíbet, raza lunar
compuesta por la mayor parte de budistas y enemiga de Rama y los etyo-pias o
gentes de Ude que fueron subsiguientemente los ethio-pianos de África
(85).
Recordaremos a este propósito que en la
epopeya Râmâyana, el gigante Ravan aparece en su lucha con Ramachandra
como rey de Lanka, nombre antiguo de Ceilán, que seguramente formaría parte en
aquel entonces del continente de la India meridional poblada por “etíopes
orientales”, quienes vencidos por Rama, hijo de Dasarata, rey solar de la
antigua Ude, emigraron en parte al África del Norte, si, como muchos sospechan,
la Ilíada de Homero es un plagio del Râmâyana, no podemos por
menos de reconocer remotísima antigüedad a las tradiciones que sirvieron de
fundamento a este último poema; y en consecuencia, hay en la prehistoria lugar
sobrado para un período durante el cual los etíopes orientales pudieran
establecerse en Egipto con todos los adelantos de su índica civilización.
La arqueología no ha interpretado aún con acierto
las inscripciones cuneiformes, y hasta que las descifre debidamente (86),
¿quién es capaz de suponer los secretos que habrán de revelar? El monumento más
antiguo de la lengua sánscrita es el de Chandragupta (315 años antes de J. C.),
y las inscripciones persepolitanas le aventajan de 220 años. Hay manuscritos
cuyos caracteres desconocen por completo los filólogos y paleógrafos (87).
IDIOMAS SEMÍTICOS
Los lingüistas colocan los idiomas semíticos
en la familia indo-europea; pero excepto al copto y etíope, no creemos que a
los demás les convenga esta clasificación, no obstante las aparentes relaciones
que con las lenguas semíticas establece engañosamente la corrupción del moderno
etíope y varios dialectos del Norte de África.
Puede probarse la mayor consanguinidad entre
los etíopes y los arios de tez oscura que entre estos y los egipcios, pues
recientemente se ha visto que los antiguos egipcios eran de raza caucásica con
la configuración craneal evidentemente asiática (88). Si los antiguos etíopes no
eran de tez tan cobriza como los modernos, también pudieron tener más delicada
complexión. Es muy significativo el hecho de que entre los antiguos 41
etíopes no heredaba
la corona el hijo del rey, sino el sobrino por parte de hermana; y la
misma ley rige todavía en la India meridional donde no suceden al rajah sus
propios hijos, sino los hijos de su hermana (89)
Otra prueba es que de todos los idiomas y
dialectos a que se atribuye filiación semítica, tan sólo el etíope se escribe
de izquierda a derecha, como el sánscrito y demás de la familia aria (90).
Así es que contra el origen indo de los
egipcios tan sólo se levanta la mítica hipótesis de Cam, hijo de Noé, que si no
hubiese otros argumentos se desvanecería al observar que las instituciones
políticas, religiosas y sociales de los egipcios declaran evidentemente su
origen indo.
Las primitivas tradiciones de la India
mencionan dos dinastías ya olvidadas en la noche de los tiempos: la dinastía
del Sol que reinaba en Ayodhia (hoy Ude) y la dinastía de la Luna que reinaba
en Pruyag (hoy Allahabad). El Libro de los muertos expone todo lo
referente al culto religioso de estos primitivos reyes, con las
particularidades de la adoración del sol y de los dioses solares. Nunca nombra
dicho libro a Osiris y Horus sin relacionarlos con el sol, pues son los “Hijos
del Sol”, y “el Señor y Adorador del Sol” es su nombre. El Sol es el creador
del cuerpo y el progenitor de los “dioses sucesores del Sol”.
DIVINIDADES SOLARES
En su ingeniosísima obra defiende Pococke con
energía la misma opinión y señala más claramente aún la identidad de las
mitologías egipcia, griega e inda. Las primitivas tradiciones de la India
hablan del caudillo de la raza solar llamado Cuclopos (91) y por sobrenombre
“el gran sol”. Este príncipe fue el progenitor y patriarca de la dilatadísima
estirpe inaquiense, y según nos dice Pococke, recibió honores divinos después
de la muerte y su alma transmigró al cuerpo del buey Apis (92). Por otra parte,
continúa diciendo Pococke, Osiris, cuyo verdadero nombre es Usras,
significa a la par "toro" y "rayo de luz".
Champollión (92) alude frecuentemente a las
dos dinastías reales del Sol y de la Luna, cuyos monarcas recibieron después de
muertos honores de divinidades solares y lunares. El culto de esos dioses
menores fue la adulteración inicial de aquella potente fe primitiva que
acertadamente veía en el sol el más expresivo símbolo de la universal e
invisible presencia del Señor de vida y muerte. De esta primitiva fe se
descubren vestigios en todas las antiguas religiones. Los himnos del Rig
Veda invocan a Sûrya (el sol) y a Agni (fuego) con los títulos de
“Gobernador del univeso”, “Señor de los hombres” y “Rey sabio”. Los caldeos,
parsis, egipcios y griegos adoraron también al sol bajo los respectivos nombres
de Mitra, Ahuramazda, Osiris y Zeus, y conservaron el fuego sagrado en honor de
su cercana pariente Vesta. El mismo culto del sol vemos entre los peruanos, en
la zarza ardiente de Moisés, en los altares levantados por los patriarcas
bíblicos y en los sacrificios que los monoteístas judíos ofrecían a la diosa
Astarté, reina del cielo.
A pesar de tantas controversias e
investigaciones, la arqueología y la historia nada han averiguado de cierto
sobre el origen del pueblo judío, pues lo mismo pueden proceder de los
tchandalas o parias desterrados de la antigua India, que de los “albañiles”
mencionados por Vinasvati, Vedavyasa y Manú, de los fenicios de Herodoto, o de
los hyksos de Josefo (pastores palis), aunque bien pudieran ser una entremezcla
de todos ellos (94).
Muchos personajes bíblicos son figuras
míticas, según se infiere de sus rasgos biográficos. Así resultan el profeta
Samuel y el juez Sansón una misma entidad desdoblada en dos personalidades,
pues el primero era hijo de El Kaina y Ana, y el segundo de Manua o
Manoah. Equivalen respectivamente a Ganesa y a Hércules. A Samuel se le
atribuye la abolición del culto cananeo de Baal (Adonis) y Astarté (Venus) y la
restauración del de Jehovah con el establecimiento de la monarquía, cuando a
ruegos del pueblo que pedía rey ungió primero a Saúl y después por
prevaricación de éste a David.
David es una figura idéntica a la del rey
Arturo. Realizó grandes hazañas y extendió su dominio a la Siria e Idumea hasta
la Armenia y la Asiria por el Norte y Nordeste, el desierto de Siria y el golfo
Pérsico al Este, Arabia al Sur y Egipto por Oeste. Sólo se libró la Fenicia del
estruendo de sus armas.
La amistad de David con Hiram parece indicar
que desde Fenicia efectuó su primera incursión en Judea, y su prolongada
estancia en Hebrón, la ciudad de los kabires (ciudad del Arba o de los
cuatro), permite conjeturar que modificó la religión de los hebreos.
A David le sucedió su arrogante y voluptuoso
hijo Salomón, que mantuvo los dominios de su padre y edificó el magnificente
templo de Jerusalén en honor de Jehovah (Tukt-Suleima), al propio tiempo que en
el monte Olivete levantaba altares a Moloch-Hércules, Khemosh y Astarté,
derribados posteriormente por Josías.
Pero a la muerte de Salomón estallaron
revueltas en Idumea y Siria, y el profeta Ahías se puso al frente de un
movimiento popular cuyo resultado fue la separación de los reinos de Israel y
Judá, quedando el primero bajo la soberanía de Jeroboán. Desde entonces
predominaron los profetas en Israel y prevaleció el culto del becerro en todo
el país. Extinguida la familia real de Acab y fracasada la tentativa de Jehu
para reunir bajo un solo cetro a todo Israel, subsistió la casa real de Judá, y
al subir al trono Ezequías, sacudió el yugo de los asirios (95), y hay indicios
de que instituyó un colegio sacerdotal (96) y transmutó radicalmente el culto
religioso del país, hasta el punto de hacer pedazos la serpiente de bronce
construida por Moisés (97). Esto demuestra que son míticas las figuras de
Samuel, David y Salomón, pues la mayor parte de los profetas, que al propio
tiempo eran literatos, empezaron a escribir en aquella época.
EL MESÍAS PROMETIDO42
Finalmente, los
asirios se apoderaron de Palestina, y encontraron allí las mismas gentes e
instituciones públicas que en Fenicia y otros países.
Ezequías no era hijo natural, sino adoptivo
de Achaz y yerno del profeta Isaías, con quien Achaz rehusó la alianza que le
brindaba, según se infiere de los siguientes pasajes:
Pide para ti una señal del señor tu Dios en
lo profundo del infierno o arriba en lo alto.
Y dijo Achaz: No la pediré y no tentaré al
Señor (98).
El profeta Isaías le había declarado al rey:
Si no lo creyereis no permaneceréis (99).
En esta frase vaticina la extinción de la
dinastía de Judá.
Pero hay otro pasaje que dice:
Por eso el mismo Señor os dará una señal. He
aquí que concebirá una virgen y parirá un niño y será llamado su nombre
Emmanuel. Manteca y miel comerá hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo
bueno... Traerá el Señor sobre ti y sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre
por medio del rey de los asirios, días cuales no fueron desde los días en que
se separó Efrain de Judá (100).
También hay otros pasajes en que el profeta
ensalza al futuro caudillo (101) que ha de recoger los dispersos de Judá de las
cuatro plagas de la tierra (102). El prometido Redentor había de nacer en
Bethlehem de la estirpe de David y había de dar en rostro a los asirios con quien
Achaz se aliara, y reformar la religión del país. Esto precisamente hizo el rey
Ezequías, nieto por línea materna del profeta Zacarías (103), consejero de su
bisabuelo el rey Ozías (104), al apartarse de las abominaciones de sus
predecesores, diciendo:
Pecaron nuestros padres e hicieron lo malo en
la presencia del Señor nuestro Dios...
Ved cómo nuestros padres han perecido a
cuchillo (105).
Intentó Ezequías reconciliar a los reinos de
Judá e Israel, como así pudo lograrlo (106) aunque por breve tiempo, pues la
irrupción de los asirios (107) instauró un nuevo régimen.
De todo esto se infiere que en la religión de
los judíos se explayaban dos contrapuestas orientaciones: la del culto oficial
mantenido por motivos políticos, y la del culto popular idolátrico, resultante
de la ignorancia en que estaba el vulgo de la doctrina esotérica enseñada por
Moisés. Ezequías destruyó los altos, taló los bosques y quebró las estatuas
levantadas en tiempo de Salomón.
Era Ezequías el Mesías esperado por los
mantenedores de la exotérica religión oficial. Era la vara de la raíz de Jessé
(108) que debía rescatar a los judíos de su lastimosa cautividad (109). Pero si
Ezequías abolió la idolatría y el culto de Baal, también arrebató violentamente
al pueblo de Israel la religión de sus padres y los secretos ritos instituidos
por Moisés.
Darío Hystaspes estableció en Judea una
colonia persa, cuyo caudillo sería tal vez Zorobabel (que significa “hijo de
Babilonia”, como Zoroastro (.....) “hijo de Ishtar”) (110) y estaría, sin duda,
formada en su mayor parte por judíos (111). La recopilación de la ley mosaica
se atribuye diversamente a las épocas de Ezequías, Esdras, Simón el Justo y
asmoneo. Nada se sabe en definitiva, pues por doquiera aparecen
contradicciones. En los comienzos de la época asmoneana, los doctores de la ley
se llamaban asideanos o khasdimes (caldeos) y posteriormente se les dio el
nombre de fariseos o farsis (parsis), lo cual indica que las colonias persas
predominaban en el país, mientras que el pueblo de Isarel, con sus sacerdotes y
levitas, convivía y se enlazaba con todas las gentes circunvecinas que nombran
los libros del Génesis y Josué (112).
SARGÓN Y MOISÉS
El Antiguo Testamento no contiene
ningún verdadero elemento histórico, y para encontrarlo hemos de recurrir a los
profetas, cuyas indiscretas revelaciones nos suministran los pocos datos
fidedignos sobre que apoyar la historia de Israel. Los libros que lo componen
debieron de escribirlos distintos autores en diversas épocas, o más bien sería
una fábula inventada para cohonestar un culto religioso cuyo origen podemos
descubrir, por una parte, en los misterios órficos, y por otra, en los ritos
egipcios, con los que estuvo Moisés familiarizado desde su infancia.
A partir del siglo XVIII, la Iglesia se ha
visto precisada a retroceder en el campo de la exégesis bíblica que antes
usurpara a sus legítimos dueños, pues se ha demostrado que todos los
personajes, uno tras otro, son remedo de los mitos paganos. Los recientes
descubrimientos del llorado asiriólogo Jorge Smith evidenciaron que Sargón y
sus tablillas superan en antigüedad a Moisés y su Pentateuco, pues
resulta que la biografía del legislador hebreo es remedo de la de aquel
personaje, como también el relato del Éxodo fue copiado de los asirios,
y las joyas de oro y plata lo fueron de las egipcias.
Dice Smith:43
En el palacio de
Senacherib, en Kuyunjik, descubrí otro fragmento de la curiosa historia de
Sargón que oportunamente traduje y publiqué en los Trabajos de la Sociedad
de Arqueología bíblica, I, parte I, 46. Según el texto descubierto, a
Sargón, uno de los primitivos monarcas babilónicos, lo tuvo escondido su madre
hasta que lo puso en una cesta de mimbres, convenientemente calafateada con
betún y pez, que abandonó a la corriente del Éufrates, lo mismo que la madre de
Moisés hizo con su hijo, según el relato bíblico (Éxodo, 2, 3).
Descubrió la cesta un aguador llamado Akki, quien prohijó al niño, que con el
tiempo llegó a ser rey de Babilonia y tuvo su corte en Agadi (113), donde reinó
por tiempo de cuarenta y cinco años (114). La ciudad de Agadi o Acad estaba
cerca de Sippara (115), sita a orillas del Éufrates, al Norte de
Babilonia. Floreció Sargón en el siglo XVI antes de J. C., y acaso antes de
esta época (116).
Es sumamente curiosa la historia de Sargón,
tal como aparece en las tablillas asirias, que tradujo Smith en los siguientes
versículos:
1. Yo soy el poderoso rey Sargón, rey de
Akkad.
2. Mi madre era una princesa; no conocí a mi
padre; un hermano de mi padre reinaba en el país.
3. En la ciudad de Azupirana que está a
orillas del Éufrates.
4. Me concibió la princesa mi madre, y
parióme con mucho sufrimiento.
5. Me puso en una cesta de mimbres sellada
con betún.
6. En ella me botó al río, pero el río no me
ahogó.
7. El río me condujo a manos del aguador
Akki, quien me recogió.
8. Akki, el aguador, se me llevó
solícitamente, etc., etc.
Este relato concuerda substancialmente con el
bíblico que dice:
Salió después de esto un hombre de la casa de
Levi y tomó mujer de su linaje.
La cual concibió y parió un hijo, y viéndole
que era hermoso le tuvo escondido tres meses.
Pero no pudiendo ya ocultarle, tomó una
cestilla de juncos y la calafateó con betún y pez y puso dentro al niño y lo
abandonó en un carrizal de la orilla del río (117).
Las épocas de la cronología inda difieren muy
poco de las griegas, romanas y aun de las judías, según nos da a entender el
cómputo mosaico. Si, como se empeña la interpretación clerical, hubiéramos de
tomar al pie de la letra la cronología bíblica, resultaría que de la creación
del mundo a Moisés sólo transcurrieron cuatro generaciones, lo cual es
evidentemente ridículo (118); pero los cabalistas saben que estas cuatro
generaciones representan edades del mundo. Las alegorías que en los cómputos
están hábilmente interpuestas en los libros mosaicos, gracias al artificiosos
procedimiento masotérico, de modo tal, que se reducen al insignificante período
de 2513 años.
NOÉ Y EL ARCA
La cronología exotérica de la Biblia está
forjada de intento para que se corresponda con las cuatro edades: la de oro (de
Adán a Abraham), la de plata (de Abraham a David), la de cobre (de David a la
cautividad de Babilonia) y la de hierro (de la cautividad en adelante). Pero el
cómputo secreto es totalmente distinto y en nada discrepa de los induístas
cómputos zodiacales. Ahora estamos en la edad de hierro (kaliyuga), que
no empezó en la cautividad, sino con Noé o Nuah, el mítico progenitor de la
quinta raza, quien como todas las manifestaciones personificadas de Swayambhuva,
era andrógino, y así corresponde a veces al elemento femenino, “Nuah o madre
universal”, de la trinidad caldea; pues, según ya dijimos, todo elemento
masculino o activo tiene en las tríadas cosmogónicas su reflejo complemento
femenino o pasivo. La trimurti induísta tiene sus saktis o desdobles
femeninos, y a la tríada masculina caldea, cuyos elementos son: Ana, Belita y
Davkina, corresponden los elementos femeninos: Anu, Bel y Nuah.
Los tres primeros se unifican en Belita, la “soberana diosa y señora del
abismo inferior, madre de los dioses, reina de la tierra y de la fecundidad”.
Cuando Belita representa la “humedad”
primordial de que toda materia procede, se la llama Tamti, símbolo del
mar, madre de la ciudad de Erech (la gran necrópolis caldea), y es, por lo
tanto, una diosa infernal. En el mundo astronómico recibe el nombre de Ishtar o
Astarté, y equivale a Venus y demás reinas celestes, a quienes se ofrecían en
sacrificio (119) tortas y pasteles, así como también es idéntica a Eva, la
madre de todo ser viviente, y a la virgen María de los cristianos.
El arca en que Noé encerró los gérmenes de
todo lo necesario para repoblar la tierra es emblema de la supervivencia y de
la supremacía del espíritu respecto de la materia en el conflicto provocado por
la oposición de las fuerzas naturales. En el mapa astroteosófico del rito
occidental, el arca corresponde al sitio del ombligo, y está colocada a la
izquierda, en el lado de la mujer, uno de cuyos símbolos es la columna
izquierda (Booz) del templo de Salomón, pues el ombligo está relacionado
con la matriz, donde se desenvuelven los gérmenes de la raza (120).
Es el arca de Noé el sagrado Argha de
los indos, bajel oblongo que los sacerdotes empleaban a manera de cáliz en los
sacrificios ofrecidos a Isis, Astarté y Venus Afrodita, diosas de las fuerzas
generadoras de la materia, y por lo tanto simbolizadas en el arca que encierra
los gérmenes de todas las cosas vivientes.44
Confesamos que las
antiguas religiones tuvieron, y todavía hay de ello ejemplo en la India, símbolos
que a los hipócritas y puritanos les parecen escandalosamente obscenos; pero
¿no copiaron los judíos la mayor parte de estos símbolos? Hemos expuesto ya en
otro lugar la identidad del lingham indo con la columna de Jacob,
y podríamos citar numerosos ritos cristianos del mismo origen, si no se nos
hubiesen adelantado cumplidamente en esta tarea otros investigadores (121).
Sobre el culto de los egipcios dice la señora
Lidia María Child:
La veneración por la fuerza generadora de la
vida introdujo en el culto de Osiris los emblemas sexuales, tan comunes en el
Indostán. El rey Tolomeo Filadelfo regaló al templo de Alejandría una colosal
imagen de esta índole... La veneración por el misterio de la vida organizada
favoreció el reconocimiento de la dualidad masculino-femenina en todas las
cosas, así espirituales como materiales... Los emblemas sexuales que por
doquiera se descubren en las esculturas religiosas parecen obscenos a primera
vista; pero si se estudian casta y reflexivamente, vemos cuán austera y
sencilla es su significación (122).
Verdaderamente que estarán conformes con esta
ilustre escritora cuantos, por su pureza mental y rectitud de juicio, repugnen
la gazmoñería de esta nuestra época que, movida de hipócritas sentimientos, ha
desfigurado y pervertido el significado de los antiguos emblemas religiosos.
EVA-LILITH Y EVA
Las aguas del diluvio, que en alegoría a que
nos referimos están figuradas por el mar Tamti, simbolizan la turbulenta
materia caótica, denominada “el gran Dragón”. Según los gnósticos y rosacruces
medioevales, en el plan de la creación no estuvo incluida la mujer, sino que
fue engendrada por la impura imaginación del hombre, y así dijeron los
herméticos que fue una “intrusa” concebida en el mal (hora séptima), cuando ya
desvanecidos los sobrenaturales mundos reales, empiezan a desenvolverse los
naturales e ilusorios a lo largo del microcosmos descendente o sea el
arco del ciclo máximo. Primero, la Virgen celeste, la “Virgo” zodiacal, se
transmuta en “Virgo Escorpio”; pero al desenvolverse su segunda compañera, el
hombre, sin darse cuenta de ello, le infunde algo de su espiritualidad, y este
nuevo ser engendrado por su imaginación se convierte en el “Salvador” que le
libra de las asechanzas de Eva-Lilith, la Eva primordial, en cuya constitución
entraba mayor cantidad de materia que en el primitivo hombre “espiritual”
(123).
Tenemos, por lo tanto, que la mujer está
cosmogónicamente relacionada con la materia o el gran abismo, cuyo
símbolo es la “Virgen del Mar”, que aplasta bajo sus pies la cabeza del Dragón
(124).
Por otra parte, los marinos católicos veneran
por patrona a la Virgen María, una de cuyas invocaciones es Maris Stella o
Virgen del Mar. De la propia suerte era Dido patrona de los marinos fenicios
(125), y, como a Venus y demás diosas lunares (126), se le daba el título de
Virgen del Mar (127). Por esta razón, el color azul, que entre los antiguos era
emblema del gran abismo, llegó a formar con el tiempo la librea de la
Virgen María; pero los mendeanos de Basra o cristianos de San Juan tienen
aversión al color azul, porque lo consideran relacionado con la simbólica
serpiente.
Entre las hermosas láminas de Maurice hay una
que representa a Krishna en actitud de aplastar la cabeza de la serpiente.
Lleva el dios una mitra de tres puntas (emblema de la trinidad) y en su talle
se enrosca el cuerpo del vencido reptil. Esta lámina denota el origen de la
fábula compuesta posteriormente para cohonestar aquel profético pasaje que
dice:
Enemistades pondré entre ti y la mujer y entre
tu linaje y su linaje: ella quebrantará tu cabeza y tú pondrás asechanzas a su
calcañar (128).
También los egipcios representaban a Orante
con los brazos en cruz y aplastando a la serpiente, y Horus (el Logos) aparece
en actitud de atravesar la cabeza de Tifón o Apofis. Esto nos da la clave del
episodio bíblico de Caín y Abel, puess a Caín se le consideraba como el
progenitor de los hivitas (las serpientes), por lo que los mellizos de Adán son
remedo evidente de la fábula de Osiris y Tifón, cuyo esotérico significado es
la lucha entre el bien y el mal.
SIMBOLISMO DE LA SERPIENTE
Pero desde la era cristiana, ¡cuán
extrañamente elástica y acomodable a diversidad de interpretaciones fue esta
mística filosofía! Nunca, como en nuestra cristiana época de sutilezas
casuísticas, tuvieron tan poca eficacia para restablecer la verdad hechos
incontrovertibles e irrefragablemente ciertos. Porque ante la demostración de
que a Krishna se le llamaba el “Buen Pastor” muchísimo antes de la era
cristiana y de que, según la tradición religiosa, aplastó a Kalinaga (serpiente
del mal) y fue crucificado, replican los polemistas diciendo que todo ello eran
proféticas representaciones del porvenir. El mismo argumento aducen para
cohonestar la sorprendente semejanza de este mito cristiano con el Thor
escandinavo, que aplastó la cabeza de la serpiente al golpe de su maza
cruciforme, y con el Apolo griego, que mató a la serpiente Pitón (129).
Las aguas del diluvio equivalen
simbólicamente a la serpiente de las antiguas cosmogonías o el gran abismo de
materia, el Leviathán o dragón marino (130) sobre el cual boga el arca hacia el
monte de salvación. Pero el 45
Génesis nos habla del arca de
Noé porque Moisés estaba familiarizado con la mitología de los egipcios (131) y
conocía la leyenda que representa a Horus de pie sobre un esquife en forma de
serpiente, cuya cabeza atraviesa con su lanza. Además, no ignoraba Moisés el
oculto significado y verdadero origen de muchas otras fábulas religiosas, y así
encontramos en el Levítico la misma legislación de Manú.
Los animales encerrados en el arca simbolizan
las pasiones humanas y aluden a ciertas pruebas de la iniciación en los
misterios instituidos en muchas naciones para perpetuar esta alegoría. El arca
de Noé se detuvo en el monte Ararat el día diecisiete del mes séptimo, y
los animales puros entraron en el arca en grupos de siete. De nuevo
encontramos aquí el número siete.
Por otra parte, al hablar de los misterios de
Biblos respecto al rito del agua, dice Luciano:
Un hombre permanece durante siete días
en lo alto de una de las dos columnas levantadas por Baco (132).
Supone Luciano que esta ceremonia se cumplía
en honor de Deucalión.
Cuando el profeta Elías estaba en oración en
la cumbre del monte Carmelo, le dijo a su criado:
Sube y mira hacia el mar. El que habiendo
subido y mirado dijo: No hay nada. Y segunda vez le dijo: Vuelve hasta siete
veces (133).
Y la Kábala dice:
Noah es una revolución de Adam, y Moisés
una revolución (134) de Abel y Seth.
Los personajes bíblicos nos dan prueba de
esta revolución o repetición característica, pues, por ejemplo, Cain fue el
primer asesino, y asesino es también cada quinto descendiente de su
estirpe. Así tenemos que los descendientes de Caín son: Henoch, Irad, Maviael,
Mathusael y Lamech, que por el quinto descendiente fue el segundo asesino
y padre de Noé (135). El Talmud da la genealogía completa de Caín y
señala trece asesinos entre sus descendientes, sin que en ello haya coincidencia
ni casualidad alguna, pues ofrece notable analogía con Siva el destructor,
pero también el regenerador, ya que si Caín es asesino es también
fundador de naciones e inventor de artes útiles.
En Tebas (136) se han encontrado los mismos
elementos decorativos de estilización foliácea que se enumeran al describir las
columnas del templo de Salomón, como por ejemplo, la hoja bicoloreada de olivo,
el trilobulado pámpano de higuera y la lanceolada hoja de laurel, que entre los
antiguos tenían significado esotérico y exotérico.
Las investigaciones de los egiptólogos
corroboran por otra parte la identidad entre las alegorías bíblicas y las
caldea y egipcia. La cronología de las dinastías faraónicas (137) divide la
historia de Egipto en cuatro épocas: de los reyes divinos, de los semidioses,
de los héroes y de los mortales (138). Estas épocas se corresponden
perfectamente con los Elohim bíblicos, esto es, con los hijos de Dios, los
gigantes y los hombres noéticos.
Diodoro de Sicilia y Berosio enumeran los
doce dioses mayores que presidían los meses del año y los signos zodiacales
(139). El dios Jano, de doble rostro, era el jefe de estos doce dioses, y se le
representa con las llaves del cielo en la mano. De aquí salieron primero los
doce patriarcas bíblicos y después los doce apóstoles, cuyo jefe, San Pedro,
tiene dos caras por efecto de la negación, y se le representa asimismo con las
llaves del cielo en la mano.
ADÁN PROTOTIPO DE NOÉ
Cada página del Génesis demuestra que Noé,
con sus tres hijos Sem, Cam y Jafet, es una variación de Adán con los suyos, Caín,
Abel y Seth, pues vemos que Adán es el prototipo de Noé. La caída de Adán
proviene de haber comido el vedado fruto del conocimiento celestial, mientras
la de Noé resulta de haber gustado el fruto terrenal, esto es, el zumo
de la vida, cuya embriaguez simboliza la perturbación mental ocasionada por el
abuso del conocimiento. Adán se ve despojado de sus vestiduras celestes, y Noé
de sus ropas terrestres, y ambos se avergüenzan de su desnudez. La
maldad de Caín aparece reproducida en Cam, y los descendientes de ambos superan
en sabiduría a los demás hombres, por lo que se les llamó “serpientes” o “hijos
de serpientes”, en el sentido de “hijos de la sabiduría”, y no en el de “hijos
de Satanás”, como han interpretado torcidamente muchos teólogos. La enemistad
entre la “serpiente” y la “mujer” tan sólo subsiste en este perecedero y
fenoménico mundo del “hombre nacido de mujer”. Antes de la caída en la carne,
la serpiente Ophis simbolizaba la divina sabiduría, que no necesitaba de
la materia para procrear al hombre espiritual. De aquí la enemistad entre la
serpiente y la mujer, o sea entre el espíritu y la materia. en su aspecto
material es la serpiente (Ophiomorphos) símbolo de la materia, y en su
aspecto espiritual es Ophis-Christos. En la magia sirio-caldea ambos
aspectos están unidos en el andrógino signo zodiacal Virgo-Escorpio, para
desdoblarlos siempre que sea necesario. Por lo tanto, en lo referente al origen
del bien y del mal, el significado de las SS y de las ZZ ha sido siempre
intermutable; y aunque en algunas ocasiones las SS hayan denotado en los sellos
y talismanes la maligna influencia de la magia negra dirigida a tercera
persona, también vemos las SS en los cálices sacramentales de la Iglesia para
significar la presencia del Espíritu Santo o divina sabiduría.46
A los madianitas,
cananeos y camitas se les daba el título de hombres sabios o “hijos de
serpiente”; y tal fue la nombradía de los madianitas en este particular, que el
mismo Moisés, el profeta inspirado por Dios, se postra ante Hobab, hijo del
madianita Raguel, y le suplica que permanezca entre los israelitas, diciéndole:
... Ven con nosotros para que hagamos bien
contigo... No quieras dejarnos, porque tú... serás nuestro guía (140).
Más adelante, cuando Moisés envía
exploradores a la tierra de Canaán, traen estos, en prueba de la feracidad
(141) del país, un enorme racimo de uvas cuyo peso hizo necesario que dos
hombres lo transportasen pendiente de una pértiga. Además, los exploradores, al
dar cuenta de su cometido, le dicen a Moisés:
Llegamos a la tierra donde nos enviaste, que
en verdad mana leche y miel...; pero tiene unos habitadores muy valerosos...
Hemos visto allí la raza de Enak (142).
Enak equivale a Enoch, el patriarca que,
según la Biblia (143), fue arrebatado al cielo, y según la Kábala y
el ritual masónico, fue el primer poseedor del mirífico Nombre.
LOS PATRIARCAS BÍBLICOS
Si comparamos los patriarcas bíblicos con los
descendientes de Vaiswasvata (144) y las tradiciones sobre el diluvio
conservadas en el Mahâbhârata, veremos que son remedo de los patriarcas
védicos que les sirvieron de tipo. Pero antes de proceder provechosamente a la
comparación, conviene comprender el verdadero significado de los mitos
induístas, pues cada personaje mítico lo tiene astronómico, espiritual y
antropológico. Los patriarcas prediluvianos no son tan sólo personificación de
los dioses equivalentes a los doce dioses mayores de Berosio y a los
prajâpatis, sino que con los postdiluvianos correspondientes a la famosa
tablilla de la biblioteca de Nínive equivalen también a los eones griegos, a
los sephirotes cabalísticos, a los signos zodiacales y a los tipos de otras
tantas razas humanas (145). La alteración de diez a doce en el
número de personajes se apoya, según veremos, en la misma autoridad de la Biblia.
Los Elohim no son dioses mayores, como los que describe Cicerón (146), sino que
se cuentan entre los doce dioses menores o reflejos terrestres de los primeros
(147). Del grupo de los doce dioses menores sobresale Noé, el espíritu de las
aguas, que puede considerarse como la transición de unos a otros, y pertenece,
por lo tanto, a la superior tríada caldea. Los demás dioses del grupo son
idénticos a los dioses inferiores de Asiria y Babilonia, que bajo la dirección
del Demiurgo (Bel) le ayudaban en su obra, de la propia suerte que los
patriarcas ayudan a Jehovah.
Además de los dioses menores (148) había los
cuatro genios equivalentes a los que, según la visión de Ezequiel, sostienen el
trono de Jehovah, identificado por esta equivalencia con su correspondiente
persona de la trinidad caldea, pues estos cuatro genios o querubines son los
compañeros de los cuatro evangelistas y al propio tiempo los alados conductores
de Jesús, según dice Ireneo.
Los libros de Ezequiel y del Apocalipsis
denotan principalmente su parentesco con la Kábala inda en la
descripción de las cuatro bestias que simbolizan los cuatro elementos: tierra,
aire, fuego y agua. Equivalen a las esfinges asirias, que también se ven
esculpidas en las paredes de casi todas las pagodas indas.
El autor del Apocalipsis describe el
pentáculo pitagórico (149), cuyo admirable diseño trazado por Levi reproducimos
más adelante. La diosa inda Adanari (150) aparece rodeada de las mismas figuras
simbólicas y es idéntica a la "Rueda de Adonai", según Ezequiel, más
conocida por "Querubín de Jeheskiel", lo cual indica sin duda alguna
la fuente en donde el profeta hebreo bebió sus alegorías (151).
Sobre estas bestias estaban los dos grupos de
espíritus angélicos: los igili o seres celestiales, y los amanaki o
espíritus terrestres (152).
La Kábala denudata da a los cabalistas
una muy clara que a los profanos les parece confusa explicación de las
substituciones de un personaje por otro. Así, por ejemplo, dice que la centella
(chispa divina) de Abraham procedía de Miguel, jefe de los eones y primera
emanación de la Divinidad (153); y sin embargo, Miguel y Enoch son una sola y
misma entidad, pues ambos son la figura humana que ocupa el punto de unión de
la cruz zodiacal. También, según la Kábala denudata, la centella de
Isaac era la de Gabriel, jefe de la hueste angélica, y la centella de Jacob
procedía de Ariel, llamado “fuego de Dios”. El espíritu de vida más penetrante
de los cielos no es Adam Kadmon, sino el Adam primario o Microprosopos,
que en uno de sus aspectos es Enoch, el padre de Matusalén; pero el Enoch
“arrebatado por Dios” que “no murió”, es el Enoch espiritual, símbolo de la
humanidad, tan eterna en el espíritu como en la carne, aunque la carne se
transforme y renueve, pues la muerte es un nuevo nacimiento y la humanidad no
muere jamás. El Destructor se convierte en Regenerador. Enoch es el tipo del
hombre dual en espíritu y cuerpo, por lo que se ocupa el centro de la cruz
astronómica.
SIMBOLISMO DE LA CRUZ
Pero este símbolo, ¿fue invención de los
hebreos? Nos parece que no. Todas las naciones versadas en astronomía, y en
especial la India, veneraban profundamente la cruz como base geométrica del
simbolismo del avatar o manifestación de Dios en el hombre, del creador en la
criatura. En los más antiguos monumentos de 47
India, Persia y
Caldea aparece la cruz doble, de cuatro brazos u ocho puntas que tan
frecuentemente se echa de ver en la morfología natural, como por ejemplo en los
cristales de nieve y en algunas flores. Con ultracristiano misticismo dice
Lundy que “estas flores cruciformes son la profética estrella de la Encarnación
que une cielos y tierra, a Dios con el hombre” (154).
Esta frase expresa perfectamente el concepto
contenido en el antiguo apotegma cabalístico: “como es arriba así es abajo”,
pues demuestra que Dios se encarna en beneficio de la humanidad entera, y no
tan sólo en el de un puñado de cristianos. Es la mundanal cruz de los ciclos
reproducida en la naturaleza terrestre y en el hombre dual. El hombre físico
reemplaza al espiritual en el punto de unión donde está el místico
Libra-Hermes-Enoch. La mano que señala al cielo en contraposición de la otra
que señala a la tierra da a entender la infinidad de generaciones de arriba en
correspondencia con la infinidad de generaciones de abajo, pues lo visible es
manifestación de lo invisible, el hombre de polvo se restituye al polvo, el
hombre de espíritu renace en espíritu y la humanidad finita es hija del
infinito Dios.
Abba es el Padre; Amona, la Madre; el
Universo, el Hijo. En todas las teogonías se repite esta tríada, y así vemos
que Kadmon, Hermes, Enoch, Horus, Krishna, Ormazd y Cristo son equivalentes
entre sí, los metratones o medianeros entre el cuerpo y el espíritu, que
redimen a la carne por la regeneración de abajo y al espíritu por
regeneración de arriba, donde la humanidad se une con Dios.
Ya dijimos en otro lugar que la tan egipcia
tau es muy anterior a la época de Abraham, el supuesto progenitor del pueblo
escogido, pues vemos que Moisés la tomó de los sacerdotes egipcios. Prueba de
que no sólo los judíos, sino también los gentiles, tenían la tau por sagrada,
nos da el siguiente pasaje:
Y mojad un manojo de hisopo en la sangre que
está en el umbral y rociad con ella el dintel y los dos postes (155).
Esta señal de los dos postes es
precisamente la misma tau egipcia (156) de que se valía Horus para resucitar
muertos, según se ve en las ruinas de Filoe (157). No cabe en modo alguno
admitir que la tau era un anticipo inconscientemente profético de la cristiana,
por cuanto según dice Lundy:
Los mismos judíos veneraron la tau como signo
de salvación hasta que condenaron a Jesús... La vara de que se valía Moisés
para operar prodigios delante de Faraón era, sin duda, la cruz ansata u otra
muy parecida a la de los sacerdotes egipcios (158).
Por lo tanto, cabe inferir lógicamente que
los judíos tenían los mismos símbolos religiosos que los paganos, sin aventajar
a estos en moralidad de conducta; y por otra parte, que si no obstante su
conocimiento del oculto simbolismo de la cruz y de los muchos siglos que
esperaban al Mesías, no reconocieron ni al Mesías ni la cruz, según los
cristianos, forzosamente hubieron de tener la tau por la verdadera cruz
religiosa.
Los que no quisieron reconocer a Jesús como
“Hijo de Dios” no pertenecían al vulgo de las gentes que ignoraban el
simbolismo religioso ni al partido de los saduceos que le condenó a muerte,
sino que fueron los versados en la doctrina secreta que por conocer el
significado oculto de la cruz no podían consentir la impostura de identificar
con este símbolo al profeta nazareno.
SIMBOLISMO DEL ZODÍACO
Casi todos los vaticinios del nacimiento de
Jesús se atribuyen a los patriarcas y profetas bíblicos; pero si bien algunos
de estos últimos han sido personajes históricos, los primeros lo son míticos,
según demostraremos mediante la oculta interpretación del Zodíaco, que nos
descubrirá la analogía entre los signos y los patriarcas antediluvianos.
Si recordamos los conceptos de la cosmogonía
induísta, comprenderemos más fácilmente la relación entre estos patriarcas
antediluvianos y la “Rueda de Ezequiel”, tan enigmática para los comentadores.
Así, pues, hemos de tener presente: 1.º Que el universo no es una creación
súbita y espontánea, sino un término de la indefinida serie de universos
evolucionados de la substancia preexistente. 2.º Que la eternidad es una
sucesión de ciclos máximos en cada uno de los cuales ocurren doce
transformaciones de nuestro mundo, ocasionadas alternativamente por el fuego y
el agua, de modo que la tierra queda tan alterada geológicamente, que en
realidad constituye un nuevo planeta. 3.º Que en las seis primeras de estas
doce transformaciones, todos los seres y todas las cosas de la tierra van
siendo cada vez más densamente materiales, mientras que en las seis restantes
van siendo cada vez más sutiles y espirituales. 4.º Que al llegar la evolución
al punto culminante del ciclo, se desvanecen las formas objetivas; y las
entidades que en ellas residieron, hombres, animales y plantas, esperan en el
mundo astral el término de este pralaya menor para volver a la tierra y
proseguir en ella su evolución (159).
Los antiguos representaban este maravilloso
concepto en el símbolo del Zodíaco o cinturón celeste, para que las gentes lo
entendieran, aunque en vez de los doce signos ahora conocidos tan sólo se
dieron al público los nombres de diez signos, conviene a saber: Aries,
Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis (160).
Estos eran los signos exotéricos; pero había otros dos signos místicos, tan
sólo conocidos de los iniciados, que eran Libra, punto intermedio de los
doce, y Escorpio, que sigue inmediatamente al de Virgo. Cuando
fue necesario exoterizar estos dos signos, se les dieron los nombres que ahora
llevan, 48
para ocultar los
verdaderos, cuyo conocimiento descubría los secretos de la creación y el origen
del bien y del mal.
La verdadera doctrina sabeana enseñaba
secretamente que estos dos signos encubrían la gradual transformación del
mundo, desde su espiritual y subjetivo estado, al sublunar de doble sexo. Así
fue que los doce signos se dividieron en dos grupos de seis. El primer grupo se
llamó ascendente o línea del Macrocosmos (mundo espiritual mayor), y el segundo
grupo se llamó descendente o línea del Microcosmos (mundo subalterno y reflejo
del primero). Esta división recibió el nombre de “Rueda de Ezequiel”, que
comprendía en primer término los cinco signos ascendentes personificados en los
patriarcas, a saber: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo y por último Virgo-Escorpio.
Después viene Libra, el punto equilibrante o de conversión, y enseguida
se desdoblaba la primera mitad del signo Virgo-Escorpio para guiar el grupo
descendente del Microcosmos hasta el último signo, Piscis, cuya personificación
es Noé, emblema del diluvio. Veremos esto más claro teniendo en cuenta que el
signo Virgo-Escorpio indicado en un principio por m se redujo sencillamente a
Virgo, y su pareja m o Escorpio, como personificación de Caín, quedó colocado
después de Libra (161), pues según la teología exotérica, Caín fue la perdición
de la humanidad, pero de acuerdo con la verdadera doctrina de sabiduría
representa el descenso del universo, en el curso de la evolución, de lo
subjetivo a lo objetivo.
EL SIGNO ZODIACAL “LIBRA”
Suele creerse que el signo Libra lo
inventaron los griegos; mas aunque así fuese, únicamente lo conocieron los
iniciados, quedando el vulgo tan ignorante como siempre. De todos modos, el
nuevo signo sirvió admirablemente para descubrir cuanto podía decirse sin revelar
la verdad entera, y se daba a entender con él que cuando en el proceso de la
evolución llegó el mundo al grado máximo de materialidad, o sea al punto ínfimo
de su descenso, ya no podía descender más porque aquel era el punto de
equilibrio (Libra), de balanza o conversión, desde donde había de
iniciarse el ascenso por impulso de la divina chispa que arde en la intimidad
de todas las formas. La balanza simboliza el eterno equilibrio de armonía y
justicia que ha de reinar en el universo, la ponderación de las fuerzas
centrífuga y centrípeta, de la luz y las tinieblas, de la materia y del
espíritu.
La interpolación de los dos signos
adicionales del Zodíaco demuestra que el libro del Génesis, tal como
aparece en las versiones actuales, es posterior a la invención de Libra por
los griegos, pues la genealogía de los patriarcas se corresponde con los doce
signos zodiacales, cuando de ser dicho libro de fecha anterior se
correspondería tan sólo con diez. La adición de los dos signos y la necesidad
en que estaban de ocultar la verdadera clave movió a los compiladores a repetir
los nombres de Enoch y Lamech en la tabla genealógica (162).
Como quiera que todo lo referente a la
creación y el diluvio tiene diversas interpretaciones, no es posible comprender
debidamente el significado del relato bíblico sin estar enterado del caldeo y
del significado esotérico de lo que sobre el diluvio dicen el Mahâbhârata y
el Satapatha. Los acadianos, que según Rawlinson eran oriundos de
Armenia, pero que no fueron los primeros emigrantes de India, enseñaron los
misterios religiosos y el idioma sacerdotal a los babilonios, quienes
personificaron en Xisuthrus el sol en Acuario (163), así como Oannes, el
hombre-pez y semidiós, representaba el primer avatar de Vishnú, con lo que
tenemos la clave del doble origen del relato bíblico.
Oannes simboliza la sabiduría esotérica, y
por esto sale del mar, del gran abismo, de las aguas, emblema de la doctrina
secreta, y ésta es también la razón de que los egipcios divinizaran el Nilo y
lo tuviesen por salvador del país en sus periódicas inundaciones y respetasen a
los cocodrilos que moraban en el “abismo”. Los pueblos de raza camita se
asentaron siempre a orillas del mar o en las márgenes de los ríos, pues el agua
fue el primer elemento de la creación, según algunas cosmogonías antiguas, y
así veneraban profundamente los sacerdotes caldeos el nombre de Oannes, y
llevaban una túnica en forma de pescado, cuya cabeza era el bonete (164)
Dice Cicerón (165) que, según Tales de
Mileto, el agua es el principio de todas las cosas y que Dios es la
Mente suprema que del agua modeló todas las cosas.
Y Virgilio canta en la Eneida:
En el principio, el Espíritu anima cielos y
tierra, el líquido elemento, el brillante globo lunar y las titánicas
estrellas. La mente infundida por doquiera despierta a la masa y se entremezcla
con la primordial materia (166).
Así tenemos que el agua simboliza por una
parte la dualidad del Macrocosmos-Microcosmos vivificada por el Espíritu,
y por otra, el Cosmos evolucionado del Kosmos. En este sentido, el diluvio
simboliza el período final del conflicto entre los elementos correspondientes
al término del primer ciclo máximo de nuestro planeta. Estos períodos de
recrudecida lucha entre los elementos se suceden para que del caos surja el
ordenamiento y el ordenamiento vuelva a caer en el caos, de modo que los
sucesivos tipos de organismo físico estén adaptados a las respectivas
condiciones naturales de cada período. Así tenemos que en el anterior al actual
no pudo vivir el hombre de hoy sobre la tierra, puesto que no estaba vestido de
los trajes de piel que alegóricamente menciona el Génesis (167).49
GENEALOGÍAS DE CAÍN Y
SETH
Las generaciones de Caín y Seth aparecen en
la Escritura hebrea como siguen:
GENERACIÓN DE SETH GENERACIÓN DE CAÍN
Principio del bien Principio del mal
1. Adam. 1.
Adam.
2. Seth. 2.
Caín.
3. Enós. 3. Enoch.
4. Cainán. 4. Irad.
5. Mahalaleel. 5. Maviael.
6. Jared. 6.
Mathusaél.
7. Enoch. 7.
Lamech.
8. Mathusalén.
8.
Jabel.
9. Lamech. 9. Jubal.
10. Noé. 10. Tubalcaín.
Estos son los diez patriarcas bíblicos,
equivalentes a los diez prajâpatis de la India y a los diez sephirotes de la Kábala;
pero aunque entre las dos generaciones suman veinte patriarcas, sólo se
cuentan diez, porque la línea cainítica tiene por objeto encubrir la
verdad a los profanos y señalar más comprensiblemente la idea del dualismo en
que se fundan todas las filosofías religiosas, pues ambas genealogías
representan las respectivas potestades benéficas y maléficas correspondientes a
los principios paralelamente opuestos del bien y del mal. Pero el velo es tan
transparente que no se necesita mucha perspicacia para rasgarlo aun sin el
auxilio de la doctrina secreta. Si eliminamos los nombres duplicados, nos
desprenderemos de Adam, Enoch (168), Lamech (169), Irad (170), Jubal, Jebal
(171), Maviael (172) y Matusalén. Así queda un solo Caín, que no obstante su
fratricidio aparece como padre del virtuosísimo Enoch que en carne mortal fue
arrebatado al cielo. Pero en la genealogía sética, Enos, también equivalente a
Enoch, es nieto de Adam y padre de Caín-an. Esto no es pura
coincidencia, sino que representa una inversión de paternidad con el deliberado
propósito de poner en confusión a los profanos.
Cabe insistir, por lo tanto, en que los patriarcas
son personificaciones de los signos del Zodíaco, emblemas de los múltiples
aspectos de la evolución física y espiritual de las razas humanas y símbolos de
las divisiones del tiempo. En astrología se les llama ángulos, a causa
de su mayor fuerza y poder. El segundo cuaternario de las “doce mansiones de
los cielos”, o sean la primera, cuarta, séptima y décima, cuyos ángulos están
colocados hacia arriba y hacia abajo y corresponden a Adam, Noé, Caín-an y
Enoch. El alfa y el omega, el mal y el bien presiden el conjunto. Además,
cuando las doce mansiones se dividen en las cuatro tríadas: ígnea, aérea,
terrestre y acuática, vemos que esta última corresponde a Noé.
Enoch y Lamech están repetidos en la
genealogía cainítica para completar los diez patriarcas, de modo que, sin los
dos nombres secretos, se correspondiesen con los diez sephirotes cabalísticos y
con los diez y después doce signos del Zodíaco, de manera tan sólo
comprensible para los cabalistas. Ahora bien; en vez de Abel está Seth en la
línea genealógica, a fin de que no toda la raza humana apareciese en
descendencia directa de un fratricida. Esta dificultad se echó de ver luego de
completada la tabla cainítica, y por ello se le da a Adam por tercer hijo a
Seth. Es muy significativo que el Adam andrógino es imagen y semejanza de los
Elohim (173) y después engendra Adam a Seth a imagen y semejanza suya (174), lo
que significa que hubo hombres de razas diferentes. También es digno de nota
que en la genealogía cainítica no aparece dato alguno referente a la edad y
demás particularidades de los patriarcas, mientras que lo contrario ocurre en
la genealogía sética.
Seguramente que nadie esperaría encontrar en
una obra del dominio público los misterios finales que durante innumerables
siglos estuvieron sigilosamente reservados en los santuarios; pero sin temor de
indiscreción ni de divulgar la clave entre los profanos, bien podemos descorrer
algún tanto el velo que encubre las majestuosas doctrinas de la antigüedad, y
así describiremos a los patriarcas tal como deberían estar relacionados con los
signos zodiacales, que aparecen en el orden siguiente:
RUEDA DE EZEQUIEL50
RUEDA DE EZEQUIEL
(175)
Al tratar del doble signo Virgo-Escorpión y
Libra dice Jennings:
Todo esto es incomprensible a menos que nos valgamos
del misticismo de los gnósticos y cabalistas, pues todo el sistema requiere una
clave que lo explique; pero los ocultistas niegan constantemente la existencia
de dicha clave porque no les está permitido divulgarla (176).
Esta clave tiene siete distintas
interpretaciones, de las que sólo expondremos una, a fin de que el profano
tenga un vislumbre del misterio. ¡Feliz quien por completo lo conoce!
Para explicar la presencia de Jodheva o
Yodheva (177) y de Adán y Eva en la Rueda de Ezequiel, basta tener presentes
los siguientes versículos del Génesis:
Y Dios (Elohim) creó al hombre a su
propia imagen (a la de ellos)... macho y hembra los (lo) creó
(178).
Macho y hembra los (lo) creó y llamó
el nombre de ellos Adam en el día en que fueron creados (179).51
SIMBOLISMO DE LIBRA
Cuando se toma el ternario al principio del
tetragrama, expresa la creación espiritualmente divina, o sea sin pecado
carnal, y con él cuando se toma en sentido inverso, que entonces es femenino.
El nombre de Eva está compuesto de tres letras y el de Adam primitivo o celeste
de una sola, Jod o Yodh, y por lo tanto, la verdadera fonética de
Jehovah es Ieva o Eva. El Adam andrógino es espiritual (Adam Kadmon), y cuando
la mujer sale de la costilla del Adam terreno, se desdobla de él la pura Virgo
y cae en la generación o ciclo descendente, convirtiéndose en Escorpión (180),
emblema del pecado y de la materia. el ciclo ascendente representa las razas
puramente espirituales (181) acaudilladas por Adam Kadmon o Jodheva, mientras
que el ciclo descendente representa las razas carnales acaudilladas por Libra,
equivalente a Enoch (182), el séptimo patriarca, semi-divino, semi-terreno, de
quien por esto se dice que fue arrebatado al cielo en carne mortal.
Libra y sus personificaciones son la balanza
de universal armonía, justicia y equilibrio, colocada en el punto céntrico del
Zodíaco. El círculo máximo de los cielos, tan bien descrito por Platón en su Timeo,
simboliza la desconocida Unidad, y los círculos mínimos que se entrecruzan por
su división en el plano del Zodíaco simbolizan la vida en el punto de
intersección. Las fuerzas centrípeta y centrífuga representan el bien y el mal,
el espíritu y la materia, la vida y la muerte, la creación y la destrucción
(183). Son estas fuerzas las dos potestades que tanto en los mundos objetivos
como en los subjetivos mantienen por medio de perenne conflicto la ponderación
entre el espíritu y la materia. ambas fuerzas determinan como resultante la
línea orbital de los planetas, que atraviesa en cruz la faja zodiacal. Si
prevaleciese la fuerza centrípeta caerían los planetas en el sol; y si, por el
contrario, prevaleciese la centrífuga, se alejarían indefinidamente de su
centro para caer en el caos de la destrucción cósmica. De la propia suerte los
espíritus vivientes de los hombres se confundirían centrípetamente con el
invisible sol espiritual, el Paramâtma, su padre, mientras que en el caso
contrario se alejarían centrífugamente del universo objetivo para caer en la
aniquilación. Pero la balanza, Libra, con su finísimo fiel permanece en el
punto de intersección, siempre atenta a ponderar la actividad de ambos
combatientes, cuyas contrarias fuerzas dan por resultante la paralelográmica
diagonal que planetas y espíritus humanos recorren a través del Zodíaco y de la
vida, manteniendo de este modo, entre lo invisible y lo visible, entre cielos y
tierra, la estricta armonía que reconcilia el espíritu con la materia. por esto
Enoch, personificación de Libra, es el Metatrón, el medianero entre Dios y el
hombre. Desde Enoch a Noé y sus tres hijos, cada patriarca representa una
transformación o período geológico de la tierra, correspondientes a distintas
razas de hombres y seres (184).
Caín acaudilla la línea ascendente
(Macrocosmos) porque es hijo del “Señor” (185), es decir, que Caín fue hijo del
pensamiento pecaminoso y no de generación carnal. Por otra parte, Seth
acaudilla la genealogía terrena porque es hijo de Adán y engendrado por éste a
su imagen y semejanza (186). El Caín bíblico equivale al Kenu asirio
y significa el mayor, mientras que la palabra hebrea ... significa
artífice herrero.
ÉPOCAS GEOLÓGICAS
La geología demuestra que la tierra ha pasado
por cinco distintas épocas o fases de diferente estructura, que de la más
reciente a la más antigua se suceden como sigue:
1.º Época cuaternaria, en que ya habita el
hombre sobre la tierra.
2.º Época terciaria, en la que se presume pudo
existir ya el hombre en la tierra (186).
3.º Época secundaria, la de los reptiles
gigantescos, como el megalosaurio, ictiosaurio y plesiosaurio, sin vestigio
alguno del hombre.
4.º Época paleozoica, la de los crustáceos
gigantescos.
5.º Época azoica, en que aun no había
aparecido la vida en la tierra.
Sin embargo, ¿no pudiera ser que en estas
remotísimas épocas hubiese ya existido el hombre sin dejar huellas
materiales por no tener todavía cuerpo organizado? El espíritu no se fosiliza,
y bien podría el hombre haber vivido subjetivamente en la tierra antes de su
existencia objetiva. Por lo tanto, la cosmogonía induísta, que divide la
formación de la tierra en cuatro épocas de 1.728.000 años cada una, está mucho
más de acuerdo con los modernos descubrimiento geológicos que la absurda
cronología sancionada por los concilios niceno y tridentino.
Aunque posteriormente se hayan hebraizado los
nombres de los patriarcas, su origen es con toda evidencia asirio o ario. Así,
por ejemplo, Adam aparece en la Kábala revelada como un término
transmutable que se aplica a los demás patriarcas y sephirotes y viceversa.
Adam, Caín y Abel forman la primera tríada de los doce y corresponden a los
sephirotes: Corona, Sabiduría e Inteligencia, y a la trigonía astrológica de lo
ígneo, lo terrestre y lo aéreo (188).
Adam Kadmon, simbolizado en Aries, equivale
al dios Amun con cabeza de carnero que en un torno de alfarero forma hombres a
su imagen y semejanza, por lo que también el Adam de barro equivale a
Aries-Amun, en cuanto es tronco de la generación humana, pues también engendra
hombres a su imagen y semejanza.
En astrología, el planeta Júpiter está
relacionado con la primera mansión (189), y los astrólogos caldeos le veían de
color rojo (190) desde el “piso de las siete esferas” de la torre de
Borsippa o Birs-Nemrod. También significa rojo, además de hombre,
la palabra hebrea Adam (...). Al dios índico Agni que preside el signo de
Piscis, contiguo al de Aries por su posición extrema en la faja zodiacal, se le
representa de color rojo intenso 52
con dos caras,
una de hombre y otra de mujer, tres piernas y siete brazos (191),
montado en un carnero y en la cabeza una tiara en forma de cruz (192).
En el Zodíaco de los astrólogos induístas
preside los signos la divinidad a que cada uno de ellos está dedicado. Los
nombres sánscritos de los signos zodiacales y su correspondiente divinidad
aparecen como sigue:
SIGNO NOMBRE SÁNSCRITO DIVINIDAD PRESIDENTE
Aries. Mecha. Varuna.
Tauro. Vricha. Yama.
Géminis Mithuna. Pavana.
Cáncer. Karcataca Sûrya.
Leo. Sinha. Soma.
Virgo. Kanya. Kartikeia.
Libra. Tulha. Kuvera.
Escorpión. Vristchica. Kama.
Sagitario. Dhanus. Ganesa.
Capricornio. Makara. Pulhar.
Acuario. Kumbha. Indra.
Piscis. Minas. Agni.
Por otra parte, Noé, duodécimo patriarca
(193) y simbolizado en Piscis, es reproducción de Adam, pues, como éste, es
progenitor de una nueva raza humana y tiene también tres hijos: uno malo, otro
bueno y el tercero malibueno.
EQUIVALENCIAS ENTRE LOS PATRIARCAS
Es asimismo muy significativo que en el
Zodíaco caldeo presida Kain el signo de Tauro, que pertenece a la trigonía
terrestre, y al cual alude el Avesta al decir que Ormazd engendró un ser
(Abel) arquetipo de todos los seres, simbolizado en el toro, emblema de fuerza
y Vida. Ahriman (Caín) lo mató y de su simiente (Seth) nacieron nuevos
seres.
En simbología asiria, Abel significa hijo;
pero la palabra hebrea ..... quiere decir algo efímero, de corta vida y escaso
valor, así como también significa “ídolo” (194). El asirio Kain significa estatua
hérmica o columna (195). Tenemos, en resumen, que Abel es el desdoble
femenino de Caín, pues son gemelos y constituyen el andrógino Caín-Abel, cuyo
primer elemento corresponde a la Inteligencia y el segundo a la Sabiduría.
Lo mismo ocurre con los demás patriarcas.
Enós (...), equivalente a Enoch, se identifica con Adam; y Cainán (...) o
Kain-an es el mismo Caín. Por otra parte, Seth (...) equivale a teth, Thoth o
Hermes, y tal es la razón de que Josefo (196) señale a Seth muy versado en
astrología, geometría y otras ciencias ocultas, diciendo de él que esculpió las
reglas fundamentales de su arte en dos columnas de piedra y ladrillo, una de
las cuales subsistía en tiempo del famoso historiador judío quien la vio en
Siria.
Resulta por lo tanto que también Seth es
idéntico a Enoch (197), a quien cabalistas y masones atribuyen la misma obra.
Enoch (...) significa instructor, iniciador y a veces iniciado (198).
Respecto a Mahalaleel, deriva de ma-ha-la (...),
que significa benigno y misericordioso, por lo que cabe identificarlo con el
cuarto sephirote Amor y Misericordia, emanado de la primera tríada
(199).
Jared es lo mismo que Irod (...) o Iared y
significa descenso (del verbo ...) o progenie (... arad), en
perfecta correspondencia con las emanaciones cabalísticas.
El nombre Lamech (...) no es de filiación
hebrea sino griega, y significa “padre de la época”, es decir, el padre del que
después de la catástrofe praláyica da comienzo a una nueva era humana. De aquí
que Lamech sea el padre de Noé y que éste equivalga al sephirote Reino
(Malchuth), mientras que su padre equivale a Fundación. Además, Lamech está
simbolizado en Acuario y Noé en Piscis. Por último, Lamech pertenece al
elemento aéreo y Noé al trigonómicamente acuático.
Vemos que cada patriarca, como cada
prajâpati, representa bajo determinado aspecto una nueva raza antediluviana; y
así pueden considerarse también como personificaciones de los saros caldeos
o épocas cronológicas, copiadas a su vez de las diez dinastías indas de reyes
divinos (200). De todos modos, estas personificaciones son las más profundas e
ingeniosas alegorías de cuantas concibió la mente humana.
El Nuctamerón (201) simboliza en las
doce horas la evolución del universo y el gradual desenvolvimiento de las razas
humanas. Cada hora representa la evolución de una nueva raza y está dividida en
cuatro cuartos o épocas, según enseñaron los primitivos arios y copiaron
después los sistemas religiosos de todas las naciones, de donde tomó este
cómputo el vidente de Patmos. Los caldeos representaron estas cuatro épocas en
los cuatro Oannes o Soles que aparecieron consecutivamente, los griegos
y romanos en las cuatro edades de oro, plata, cobre y hierro; los indos en los
cuatro budas; y los parsis en los cuatro profetas (202).
Las Escrituras hebreas nos dicen por otra
parte:
No permanecerá mi espíritu en el hombre
porque carne es; y serán sus días ciento veinte años (203).53
ALEGORÍAS TALMÚDICAS
Como quiera que antes de que los hijos de
Dios viesen a las hijas de los hombres la vida humana era de 365 a 969
años, sólo cabe explicar tan brusca disminución comparando el texto bíblico con
los libros de Manú, donde se dice:
En los primitivos tiempos no había
enfermedades ni dolencias. Los hombres vivían cuatro siglos (204).
Sucedía esto en la edad Krita o de
justicia, simbolizada en el toro firmemente asentado sobre sus pies. En esta
edad permanecía el hombre fiel a la verdadera ley, sin que el mal le concitase
a quebrantarla (205). En cada una de las edades siguientes disminuye en una
cuarta parte la duración de la vida humana, y así en la edad Treta sólo
vive el hombre tres siglos, en la Dwapara dos y en la Kali (edad
presente), cien años a lo sumo.
Noé, hijo de Lamech (206), es basto remedo de
Manú, hijo de Swayambhu, así como los seis manús o rishis engendrados por el
“primer hombre” indo son los antetipos de Terah, Abraham, Isaac, Jacob, José y
Moisés, los sabios hebreos de quienes se dice fueron profundos astrólogos y
alquimistas, inspirados profetas y esclarecidos videntes, es decir, magos.
La talmúdica Mishna nos dice que la
primera emanación, el andrógino demiurgo Chochmah (Hachma-Achamoth) y Binah
construyeron una casa apoyada en siete columnas. Son la Sabiduría e Inteligencia
del Logos, los arquitectos de Dios, el compás y la escuadra de
la fábrica del universo. Las siete columnas son las siete etapas
de la evolución mundial, simbolizadas en los siete días de la creación.
Dice, además, que Chochmah inmola a sus víctimas, o sean las múltiples fuerzas
de la naturaleza que para vivir han de morir (207). Las personificaciones de
las fuerzas mueren, pero viven en sus hijos y resucitan en cada séptima generación.
Los siervos de Chochmah (Sabiduría) son, según el Mishna, las almas de
H-Adam, en quien se concentran todas las almas de Israel.
Continúa diciendo el Mishna que el día
tiene doce horas, durante las cuales se cumplió la creación del hombre.
Esto sería ininteligible si no lo diese a comprender Manú cuando dice que el día
abarca las cuatro edades del mundo y dura doce mil años dévicos.
Los cosmocratores (Elohim) bosquejan en la
segunda hora la forma corporal de un hombre, que desdoblan para preparar
la división en sexos. Así han procedido los Elohim en todas las cosas creadas
(208), pues según la citada obra, “los peces, aves, plantas y hombres eran
andróginos en la primera hora”.
Dice el rabino Simeón:
¡Oh compañeros! Al emanar el hombre era al
mismo tiempo mujer, pues emanó igualmente del lado del Padre y del lado
de la Madre. Tal es el sentido de las palabras: “Hágase la luz y fue
hecha la luz”. Este es el hombre desdoblado (209).
Era preciso que la mujer espiritual
equilibrase al hombre espiritual, porque la armonía es la suprema ley
del universo.
Dice Platón:
Dios dotó a nuestro universo de movimiento
rotatorio, y análogamente formó el cuerpo del hombre como lisa esfera, igual en
todos sus puntos, desde el centro a la circunferencia, con rotación adecuada al
tiempo de su existencia personal. Posteriormente se desdobló el cuerpo del
hombre en forma de letra X (210).
EL HOMBRE ARQUETÍPICO
San Justino Mártir se apoyó en este pasaje
para acusar a Platón de haber plagiado su alegoría del universo y del hombre de
la mosaica serpiente de bronce; y por otra parte, Lundy lo comenta diciendo que
parece un impremeditado vaticinio de la figura de Jesús, aunque nada dice
explícitamente acerca de si considera a Jesús tal como Platón describe al
hombre primario. Mas, a pesar de la equivocada interpretación de San Justino
Mártir, debiera comprender Lundy que ya pasaron los tiempos de la casuística y
que Platón quiso dar a entender que antes de quedar aprisionado en la materia,
el hombre espiritual no tenía necesidad de miembros, por lo que si el universo
recibió forma esférica en todos sus componentes, también esférica hubo de ser
la forma del hombre arquetípico, cuya caída en cuerpo terreno determinó la
aparición de miembros. Ahora bien; si imaginamos a un hombre con piernas y
brazos extendidos en aspa, como si se apoyara en la primitiva forma esférica,
tendremos la figura señalada por Platón, o sea la X inscrita en el círculo.
Los relatos de la creación, de la caída del
hombre y del diluvio pertenecen a la historia universal y no son en modo alguno
privativos de los hebreos, quienes sólo pueden reclamar la propiedad de su
peculiar exposición alegórica, en que adulteraron las tradiciones de los demás
pueblos. El Libro de Enoch es muy anterior al Pentateuco (211) y
todavía se desconoce su origen (212), aunque los judíos lo consideran tan
canónico como los demás; y si los cristianos aceptaron la autoridad de estos
otros, con igual motivo debieron aceptar la del de Enoch, pues no puede determinarse
exactamente la antigüedad de ninguno de ellos.54
Dice Jost que cuando
la división del reino de Israel, a la muerte de Salomón, los samaritanos sólo
reconocieron por canónicos el Pentateuco y el Libro de Josué;
pero que del saqueo del templo de Jerusalén, el año 68 antes de J. C., sólo se
salvaron unos cuantos manuscritos (213) que pudieron ocultar los doctores de la
ley (214).
Todos los cabalistas del mundo formaron desde
tiempo inmemorial una especie de confraternidad o masonería y se daban mutuamente
el título de compañero o inocente, como acostumbraron después
algunas asociaciones masónicas de Europa en la Edad Media (215). Creen los
cabalistas, apoyados en el conocimiento, que tan sólo pueden considerarse como
libros sagrados auténticos los rollos herméticos de los setenta y dos ancianos,
que contenían la verdadera “Palabra” y, aunque perdidos para el mundo, se han
conservado en las comunidades secretas. Esto mismo corrobora Swedenborg (216)
por testimonio recibido de ciertas entidades espirituales, quienes le
aseguraron que adoraban a Dios según la verdadera Palabra. En cambio, otros
estudiantes de ocultismo disponen de prueba más valiosa que el testimonio
ajeno, pues por sus propios ojos vieron los libros herméticos.
No es posible aceptar la Biblia en
sentido exotérico, porque desaparecido el texto que compuso Helcías lo rehizo
Esdras y lo completó Judas Macabeo; pero al transcribir en caracteres cuadrados
el original compuesto en caracteres corniales, quedó éste muy alterado, y mucho
más todavía al salir de manos de los masotéricos, de modo que al texto actual
no se le puede computar antigüedad mayor de 150 años antes de J. C., y aun así
aparece plagado de interpolaciones, mudanzas y omisiones. Por lo tanto, como
todos estos errores están ya petrificados y se perdió la verdadera “Palabra de
Dios”, no hay derecho a exigir de los cristianos que den fe a una serie de
quimeras y alucinaciones y tal vez espurias profecías presuntuosamente
atribuídas a la directa inspiración del Espíritu Santo.
Por esta razón no damos validez al bíblico
texto monoteísta, publicado precisamente cuando los sacerdotes de Israel
creyeron necesario para su política romper a mano airada con los gentiles,
perseguir a los cabalistas y repudiar la sabiduría antigua. La verdadera Biblia
hebrea nunca estuvo a disposición de las gentes, pues eran libros secretos
mucho más antiguos que la versión de los Setenta (217). Los Padres de la
Iglesia ni siquiera oyeron hablar de la secreta y verdadera Biblia; pues, como
dice Swedenborg, la antigua “Palabra”, antes que en Occidente, debe buscarse en
China o Tartaria. Es tanto más valioso este testimonio, por cuanto, según
afirma el clérigo londinense R. L. Tafel, escribió Swedenborg sus obras
teológicas por inspiración divina, que le iluminaba internamente con
eficacia superior a la de los autores bíblicos, cuya inspiración era tan sólo
auditiva.
Dice sobre el caso el reverendo Tafel:
Cuando un miembro convencido de la Nueva
Iglesia oiga negar o poner en duda la divinidad e infalibilidad de las
doctrinas de la Nueva Jerusalén, tanto en su letra como en su espíritu, ha de
tener presente que, según estas mismas doctrinas declaran, el Señor vino por
segunda vez mediante las obras inspiradas a su siervo Manuel Swedenborg.
Y si verdaderamente habló el Señor por
mediación de Swedenborg, nos queda el consuelo de ver tan supremamente
corroborada nuestra afirmación de que la “Palabra de Dios” ha de buscarse en la
Tartaria, el Tíbet y la China.
QUERELLAS DE ERUDITOS
Dice Pococke que la historia primitiva de
Grecia es idéntica a la historia primitiva de la India (218). Parafraseando a
este autor podemos nosotros afirmar que la primitiva historia del pueblo de
Israel es un remedo de las tradiciones indas, injerto en tradiciones egipcias;
pero muchos eruditos, al advertir la analogía entre los relatos bíblicos
atribuidos a revelación divina y los relatos induístas, se contraen a señalar
el parecido y enzarzarse en discusiones sobre la interpretación que debe
dárseles. Así, Max Müller contradice a Spiegel; Whitney a Müller; Haug a
Spiegel, y éste a otros. Menudearon en sucesiva alternación las hipótesis
referentes a los acadianos, turanios, protocasdeanos, casdeoscitas y
sumerianos. El asiriólogo Halevy rechaza el viejo idioma acado-sumeriano de
Babilonia; el egiptólogo Chabas, no contento con destronar la lengua turania
que tan excelentes servicios prestó a las perplejidades de los orientalistas,
califica de charlatán a Lenormant, el venerable patriarca de los acadianos.
Entretanto, el clero cristiano se aprovecha de estas intestinas querellas para
encomiar la superioridad de sus doctrinas teológicas, diciendo que no puede
estar la razón de parte de unos detractores que empiezan por discrepar entre sí
tan hondamente. De este modo se pospone la vital cuestión de substituir por el cristismo,
o sea la pura doctrina del Cristo, el cristianismo dogmático con us Biblia,
su redención subrogada y su diablo, del que por ser personaje de tanta
importancia habremos de tratar en capítulo aparte.
CAPÍTULO III
Apártate de mí, Satanás.- (Palabras de Jesús
a
Pedro) Mateo, XVI, 23.55
... Y tal enredo de
patrañas y majaderías que me apartan
de mi fe. Os digo que anoche me tuvo lo menos
nueve horas
recitándome los distintos nombres del
diablo.- SHAKESPEARE:
Rey Enrique IV, parte 1, acto III.
A la terrible y justa potestad que
eternamente mata los
abortos, la llamaron Tifón los egipcios,
Samael los hebreos,
Satán los orientales y Lucifer los latinos.
El Lucifer de la
Kábala no es un ángel caído y protervo, sino
el ángel que
ilumina y regenera después de la
caída.- LEVI:
Dogma y ritual de la alta magia.
Aunque el diablo es malo de por sí, los
hombres echan
Sobre él todas sus maldades y le maltratan y
acusan
Injustamente. DE FOE, 1726,
Hace algunos años, un notable cabalista que
se veía perseguido escribió el siguiente credo, común para católicos y
protestantes:
Creo en el Diablo, omnipotente Padre del Mal,
destructor de todas las cosas, perturbador de cielos y tierra.
Y en el Anticristo, su único Hijo y
perseguidor nuestro, que fue concebido por obra del Espíritu maligno y nació de
una sacrílega y loca virgen. Fue glorificado por los hombres y reinó sobre
ellos. Subió al trono de Dios todopoderoso, y sentado junto a Él insulta desde
allí a los vivos y a los muertos.
Creo en el Espíritu del Mal, en la sinagoga
de Satanás, en la comunión de los malvados, en la perdición del cuerpo y en la
muerte e infierno perdurables. Amén.
Desde luego que este credo parece
extravagante, cruel y blasfemo; pero escuchemos lo que, según refiere el
periódico Sun de Nueva York, dijo un clérigo de Brooklyn en el último
cuarto del siglo enfáticamente llamado de las luces:
Los predicadores bautistas se congregaron
ayer en la capilla de los marinos con asistencia de algunos misioneros. El
reverendo Sarles, de Brooklyn leyó un discurso en que defendía la proposición
de que todo adulto infiel que muere sin tener conocimiento del Evangelio se
condena eternamente. Esto equivale a decir que el Evangelio es maldición en vez
de bendición, y que los judíos obraron en justicia al crucificar a Cristo, con
lo que se derrumba todo el edificio de la religión revelada.
El misionero Stoddard asintió a las opiniones
del pastor de Brooklyn, diciendo que los indos entre quienes ejercía eran muy
grandes pecadores, y refirió en prueba de ello que una vez, después de haberle
oído predicar en un mercado público, replicóle un brahmán con estas palabras:
“Los indos podemos aventajar a todo el mundo en embustes (1), pero este hombre
nos gana, porque ¿cómo sabe él que Dios nos ama? Mirad las serpientes
venenosas, los tigres, leones y demás suertes de animales nocivos que nos
rodean. Si Dios nos ama, ¿cómo no los extermina?”
El reverendo Pixley, de Hamilton, se adhirió
con entusiasmo a las doctrinas de su colega Sarles y pidió cinco mil dólares
para la enseñanza de jóvenes aspirantes al sacerdocio.
¿Y a estos hombres se les paga por
enseñar la doctrina de Jesús cuya memoria insultan? ¿Es extraño que haya
personas de talento que prefieran el escepticismo a una fe fundamentada en tan
monstruosa superstición?
¿Se apartaba de la verdad el brahmán del
relato, al decir que el misionero Stoddard aventajaba en embustes a los indos?
Motivo había para ello al escuchar de sus labios que estaban eternamente condenados
por no haber leído un libro judío cuya existencia ni siquiera sospechaban,
o por no haber impetrado la salvación de un Jesús de quien jamás habían oído
hablar. Pero el clero bautista, que necesita unos cuantos miles de dólares para
los seminaristas, ha de recurrir a representaciones terroríficas con objeto de
inflamar el corazón de sus fieles.
MISIONEROS CRISTIANOS
Como de costumbre, prescindimos de nuestro
personal testimonio siempre que podemos valernos del ajeno, y así solicitamos
la opinión de nuestro amigo Guillermo O’Grady (2) acerca de los misioneros
cristianos en la India, quien nos respondió con la siguiente carta:
Nueva York, 12 de Junio de 1877.
Me pregunta usted mi opinión acerca de los
misioneros cristianos de la India. Durante mi permanencia en este país, jamás
hablé con un solo misionero, pues viven alejados del trato social; pero a
juzgar por lo que de 56
ellos he oído y lo
que por mis propios ojos he visto, no me admira su retraimiento. Influyen
nocivamente en los indígenas, y los conversos pertenecen en su mayor parte a
las clases ínfimas, sin que por la conversión mejoren su ruin conducta. Ninguna
familia respetable admitirá a su servicio indos convertidos al cristianismo,
pues suelen ser mentirosos, ladrones, borrachos y sucios hasta el punto de
verse despreciados por sus propios compatriotas, entre quienes la suciedad y la
embriaguez son vicios rarísimos. Los misioneros les dan a los conversos un
misérrimo ejemplo de consecuencia, pues mientras por una parte predican al paria
que Dios no distingue de castas ni categorías sociales, por otra se jactan de
ser superiores a los brahmanes.
El estipendio de los misioneros es en
apariencia muy escaso, y sin embargo viven, no se sabe por qué medios, tan
desahogadamente como un jefe del ejército que disfrute de paga décuple. Cuando
los misioneros regresan a su país (3), refieren mil pueriles patrañas, enseñan
a idolillos que se envanecen de haber adquirido con sumo trabajo, lo cual no es
cierto, y para conmover a los oyentes enjaretan fingidas relaciones de penas y
fatigas pasadas tan sólo en su imaginación. A ningún oficial inglés de los
muchísimos que conozco le oí jamás ni una palabra a favor de los misioneros
cristianos, a quienes las clases acomodadas de la India desprecian profundamente
por su exasperador engreimiento. El gobierno inglés no les concede subvención
alguna, pues tiene establecida en la India la enseñanza neutra, aunque sigue
satisfaciendo a las pagodas la subvención que les concedió la Compañía de
Indias; pero en cambio los protege contra toda violencia personal, y prevalidos
de esta protección, tratan tanto a los indígenas como a los europeos con
insultante soberbia. Suelen ser los misioneros de lo más fanático del clero
cristiano, y a su siniestra propaganda se debió en gran parte la formidable
insurrección de 1857. En suma, son unos embaucadores peligrosos.
Guillermo L. D. O’Grady
Así, pues, el credo con que hemos abierto el
capítulo encierra, no obstante su bajeza de conceptos, la verdadera esencia de
las doctrinas predicadas por los misioneros, quienes consideran más impío y
blasfemo dudar de la existencia personal del diablo que de la del mismo
Espíritu Santo o de la divinidad de Jesucristo. Pero ya está casi olvidado el
resumen del Koheleth (4) y nadie cita las palabras de oro del profeta
Micheas (5) ni parece hacer caso de la nueva Ley tal como la promulgara Jesús
en el Sermón de la Montaña (6). Toda la moral del cristianismo contemporáneo se
resume en el mandato de “temer al diablo”, cuya existencia personalmente
objetiva afirma el clero católico secundado por algunos seglares, como Des
Mousseaux, quien, más papista que el papa, reconoce la realidad de los
fenómenos espiritistas tan sólo porque le sirven de argumento para demostrar la
del diablo (7), diciendo a este propósito:
Si la magia y el espiritismo y el espiritismo
fuesen quimeras, tendríamos que despedirnos para siempre de cuantos ángeles
rebeldes perturban hoy el mundo, pues no habría demonios en la tierra, y si los
perdiéramos, perderíamos también a nuestro Salvador. Porque ¿de quién o de qué
nos hubiera redimido? Por consiguiente dejaría de ser tal el cristianismo (8).
¡Oh Santo Padre del Mal! ¡Oh santificado
Satán! No abandones a cristianos tan piadosos como el caballero Des Mousseaux y
los clérigos bautistas.
ORIGEN DE LA DEMONOLOGÍA
Por nuestra parte recordaremos las prudentes
palabras de Colquhoun cuando dice:
Los que en los tiempos modernos creen en la
existencia personal del diablo, no se dan cuenta de que en realidad son
politeístas o idólatras (9).
En su afán de dar a su doctrina la supremacía
sobre todas las demás, se atribuyen los cristianos el reconocimiento dogmático
del diablo, pues Jesús fue el primero en emplear la palabra “legión” aplicada a
los espíritus malignos, y en esto se apoya Des Mousseaux para decir en una de
sus obras:
Posteriormente, cuando al morir la sinagoga
dejó su herencia en manos de Cristo, florecieron los Padres de la Iglesia, a
quienes algunos ignorantones presumidos acusaron de haber tomado de los teurgos
el concepto relativo a los espíritus de tinieblas.
En este pasaje echamos de ver tres errores
fácilmente rebatibles por lo evidentes. En primer lugar, lejos de haber muerto
la sinagoga, subsiste hoy día en casi todas las ciudades de Europa, Asia y
América, siendo de todas las comuniones religiosas la que mejor conducta
observa y la más sólidamente establecida. En segundo lugar, si bien nadie niega
la existencia de los Padres de la Iglesia (10), basta leer las obras de los
platónicos de la Academia, que ya eran teurgos anteriores a Jámblico, para
descubrir en ellas el origen de la demonología, así como la angelología, cuyo
ortodoxo simbolismo adulteraron lastimosamente los Padres de la Iglesia,
quienes si acaso brillaron en el mundo, como asegura Des Mousseaux, sería por
su supina ignorancia (11), pues San Agustín, no obstante llamarle sus
partidarios “coloso de sabiduría y erudición”, negaba la esferoicidad de la
tierra porque “los antípodas no podrían ver a Jesucrito en su segundo
advenimiento”; Lactancio argumentaba en contra de la misma teoría de la
redondez de la tierra, diciendo que no era posible que los 57
árboles creciesen al
revés y los hombres anduviesen cabeza abajo; Cosmas-Indicopleustes expuso un
sistema cosmográfico de exquisita ortodoxia en su Topografía cristiana;
y por último, el venerable Beda asegura que el cielo está templado con aguas
glaciales para que no se inflame (12), lo cual bien pudiera atribuirse a
especial favor de la Providencia, a fin de impedir que las irradiaciones de la
sabiduría de este teólogo prendieran fuego al cielo.
Sea como fuere, los Padres de la Iglesia
tomaron de los judíos cabalistas sus conceptos acerca de los “espíritus de
tinieblas”, pero desfigurándolos de suerte, que sobrepujan en extravagancia a
cuanto forjó la más calenturienta fantasía del vulgo. No hay en el pandemonio
persa un solo deva tan absurdo como los íncubos que Des Mousseaux
remedó de San Agustín. El Tifón egipcio, simbolizado en un asno, resultaría un
filósofo en comparación del diablo prendido por el labriego normando en el ojo
de una llave. Tampoco el persa Ahriman ni el induísta Vritra tomarían a bien
que algún heresiarca indígena los identificase con Satán, el genio protector
del cristianismo dogmático, cuyo nombre no conviene pronunciar desde los púlpitos
por no herir los oídos de los fieles, a la manera como no era lícito pronunciar
fuera del recinto los nombres sagrados ni las palabras sacramentales de los
misterios. Por esta razón, apenas conocemos los nombres de las divinidades de
Samotracia ni el número exacto de los Kabires. Los egipcios tenían por blasfemo
pronunciar el nombre de los dioses adorados en sus ritos secretos, y aun hoy
mismo los rabinos pronuncian mentalmente el nombre inefable (...) y los
brahmanes la sílaba Aum. De aquí que los occidentales hayan adulterado
los verdaderos nombres de Hisiris y Yava en los abusivos de Osiris
y Jehovah y vean en todas las divinidades gentílicas el personaje
que los pazguatos se abstienen de nombrar por no cometer un pecado de blasfemia
contra el espíritu Santo (13).
CRISTO Y EL DIABLO
Hace años, un amigo nuestro demostró en un
artículo periodístico que el Satanás del Nuevo Testamento personifica
una idea abstracta y no una entidad individual, a lo que replicó un clérigo
diciendo que negar la existencia del diablo equivalía a negar la de Cristo y
pecar contra el Espíritu Santo, aunque el articulista insistió en que sólo
negaba la de Satanás.
Según el clero católico, el “Padre de la
Mentira” fue el inspirador de todas las antiguas religiones, así como de las
posteriores herejías y del moderno espiritismo (14). Por lo tanto, no cabe
esperar que el clero cristiano rehaga y enmiende su obra desechando al fin el
concepto del diablo antropomórfico, pues tanto equivaldría a quitar la base de
un castillo de naipes en cuyo derrumbamiento iría envuelta la creencia en la
divinidad de Jesucristo, que por absurdo que parezca apoya la Iglesia romana en
la existencia de Satanás, según de ello nos da testimonio el P. Ventura de
Ráulica, ex general de los teatinos, quien en una encomiástica carta dirigida a
Des Mousseaux con motivo de su obra: Costumbres y prácticas de los demonios,
afirma que “a Satanás y a los ángeles rebeldes debemos en absoluto
nuestro Salvador, pues de no ser por ellos no hubiéramos tenido Redentor ni
religión cristiana”.
Las celosas y fervientes almas que se
escandalizan porque Calvino dijo que el pecado es la necesaria causa del
supremo bien, han de tener en cuenta que se apoyó para ello en los mismos
dogmas y se prevalió de la misma lógica que Des Mousseaux para argumentar en
pro de la existencia del diablo; pues, según la teología dogmática, el proceso
y muerte de Jesús fue el crimen más horrendo que han perpetrado los hombres, y
no obstante, lo exigió ineludiblemente la salvación del género humano, o mejor
dicho, de los predestinados a la salvación. Por otra parte, Lutero exclama en
un rapto de entusiasmo: O beata culpa qui talem meruisti Redemptorem (15).
Vemos, por lo tanto, que de acuerdo con Calvino están católicos y luteranos
respecto a que el pecado fue la causa necesaria del supremo bien.
Los mahometanos veneran mucho a Jesús y dicen
de él que verdaderamente era un profeta de Alah y un varón justo, pero que sus
discípulos cometieron la locura de divinizarlo.
Max Müller dice a este propósito:
Se equivocaron los Padres de la Iglesia al
ver en los dioses del gentilismo demonios o espíritus malignos; y por lo tanto,
conviene precavernos del mismo error con respecto a las divinidades induístas
(16).
Pero la Iglesia nos presenta a Satanás como
un atleta que sostuviera sobre sus hombros el mundo cristiano, de modo que todo
volvería al caos si el sostén faltase.
El dogma del diablo y su derivado, el de la
redención, parece que se fundan en los dos siguientes pasajes:
El que comete pecado es del diablo, porque el
diablo desde el principio peca. Para esto apareció el Hijo de Dios, para
deshacer las obras del diablo (17).
Y hubo una gran batalla en el cielo. Miguel y
sus ángeles lidiaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles.
Y no prevalecieron estos, y nunca más fue
hallado su lugar en el cielo.
Y fue lanzado fuera aquel gran dragón,
aquella antigua serpiente que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el
mundo (18).58
Indaguemos, por lo
tanto, en las antiguas teogonías el simbolismo de estos pasajes. Primeramente
hemos de ver si la palabra diablo expresa el concepto de la maligna
entidad que supone el cristianismo dogmático, o bien la antagonística fuerza
del aspecto tenebroso de la naturaleza, es decir, la sombra respecto de
la luz, y en modo alguno la manifestación de un principio esencialmente
maligno. Los cabalistas consideran esta fuerza como antagonística, pero al
propio tiempo necesaria a la vitalidad, evolución y vigor del principio del
bien. Ejemplo de ello tenemos en que las plantas morirían al nacer si
estuvieran de continuo expuestas a la luz del sol, por lo que para vivir y
crecer requieren la alternativa de días y noches. De la propia suerte, el bien
necesita el contraste y la oposición del mal para explayarse. En la naturaleza
humana, el mal manifiesta el antagonismo de la materia con relación al
espíritu, y por efecto de esta lucha se purifican a la par cuerpo y espíritu.
La armonía del universo deriva de la equilibrada oposición de las fuerzas
centrífuga y centrípeta, ambas igualmente necesarias, pues si cesara se
rompería el concierto universal
SINÓNIMOS DE SATANÁS
Conviene examinar la personificación de
Satanás desde tres distintos puntos de vista: el del paganismo, del Antiguo
Testamento y de los Padres de la Iglesia. Supusieron los intérpretes que la
serpiente del Paraíso terrenal simbolizaba el demonio; pero ningún pasaje del Antiguo
Testamento aplica el nombre de Satanás a las serpientes, y la que de bronce
mandó construir Moisés recibió de los hebreos adoración divina (19), porque era
el símbolo de Esmun-Asclepio, el Iao fenicio. Por el contrario, se advierte la
identificación de Satanás con Jehovah en los pasajes siguientes:
Mas Satanás se levantó contra Israel e incitó
a David a que hiciese la numeración de Israel (20).
Y se encendió de nuevo el furor del Señor
contra Israel y movió a David contra ellos para que dijese: Anda y haz la
numeración de Israel y de Judá (21).
Asimismo aparece citado Satanás en este otro
pasaje:
Y me mostró el Señor a Josué, sumo sacerdote,
que estaba en pie delante del ángel del Señor, y Satán estaba a su derecha para
oponérsele.
Y dijo el Señor a Satán: El Señor te increpe,
¡oh Satán!, y te reprima el Señor que ha escogido a Jerusalén. ¿Pues no es éste
un tizón sacado del fuego? (22).
Como la profecía de Zacarías, cuyo es el
precedente pasaje, data de una época posterior a la colonización de Palestina
por los hebreos (23), es muy verosímil que el profeta tomara de los asideanos
esta personificación diabólica, pues se sabe que estuvieron muy versados en la
doctrina mazdeísta y daban a Ahriman o Ahuramanyas los nombres sirios de Set o
Sat-an (divinidad de los hititas e hyksos) y de Beel-Zeebub, el dios oracular
mayormente venerado después de Apolo.
El pasaje anterior es sin duda alguna
simbólico, pues así lo da a entender este otro:
Cuando el arcángel Miguel, disputando con el
diablo, altercaba sobre el cuerpo de Moisés, no se atrevió a fulminarle
sentencia de blasfemo (... ... ...), mas dijo: El Señor te reprima (24).
Vemos aquí identificado el arcángel San
Miguel con el Señor (...) o ángel del Señor, en demostración de que el Jehovah
hebreo tiene doble carácter: el secreto y el manifestado en el ángel del Señor
o el arcángel San Miguel. Del cotejo de entrambos pasajes se infiere claramente
que el “cuerpo de Moisés” sobre el cual contendían significaba la Palestina o
tierra de Canaán donde habitaban los heteos (25), cuya divinidad tutelar era
Seth (26). El arcángel Miguel, campeón de la adoración de Jehovah, pelea con su
adversario Satanás, pero deja que juzgue su superior.
A Belial no se le puede considerar ni como
dios ni como diablo, porque la palabra Belial (...) significa en hebreo
destrucción, asolamiento y esterilidad, de modo que la frase (... ....) ais-belial
(hombre-belial) quiere decir hombre destructor y dañino. Por consiguiente,
la personificación de Belial habría de ser enteramente distinta de Satanás y
análoga a una especie de diakka espiritual, a pesar de que los
demonólogos le colocan al frente del tercer orden de demonios, cuya índole es
de duendes dañinos, incapaces de toda acción sostenida.
Asmodeo es un diablo de origen persa y no
hebreo, pues Bréal (27) lo identifica con el deva Eshem o Aeshma de los parsis,
el espíritu de la concupiscencia, al que, según dice Max Müller, alude varias
veces el Avesta considerándole como uno de los devas que se convirtieron
en espíritus malignos (28).
Samael equivale a Satanás; pero según
demuestran Bryant y otras autoridades, fue el nombre dado al viento del Sahara
(simun) que también recibió el de atabul-os (diablo) (29).
EL DIOS TIPHÓN
Indica Plutarco que la palabra tifón quiere
decir algo violento, desbaratado y sin concierto, por lo que los egipcios
llamaron tifones a los desbordamientos del Nilo (30). Aunque Plutarco era de
muy ortodoxas creencias y no miraba con mucha simpatía a los egipcios, afirma
que estos no adoraban a Tiphón (el demonio) (31) sino 59
que le tenían en
despectivo menosprecio como representante de la obstinada resistencia que a la
Divinidad oponen las fuerzas antagonísticas (32).
Añade Plutarco que a Tiphón se le
representaba en figura de asno, y que cuando la fiesta de los sacrificios en
honor del sol, aconsejaban los sacerdotes al pueblo que no llevaran encima
joyas ni adornos de oro para no alimentar con ellos al asno (33).
Platón opinaba respecto del mal, respecto del
mal, diciendo que en la materia subyace una fuerza obstinada y rebelde que
resiste a la voluntad del supremo Artífice. Esta fuerza es la que bajo la
influencia del dogmatismo cristiano se convirtió en el personaje llamado Satán,
de cuya identidad con Tiphón no cabe dudar al leer en el Libro de Jacob que
Satanás acusa al varón idumeo de ser capaz de maldecir a Dios en el infortunio,
lo mismo que en el Libro de los muertos aparece Tiphón como acusador de
las almas. La analogía se descubre asimismo en los nombres, porque a Tiphón se
le llamaba Seth o Seph, y satán en hebreo y shatana en
árabe significan adversario, perseguidor. Esto concuerda con la mitológica
alegoría a que alude Maneto al decir que Tiphón asesinó traicioneramente a
Osiris en complicidad con los semitas (israelitas). De aquí tal vez derive la
leyenda referida por Plutarco, según la cual, luego de cometido el crimen
escapó Tiphón montado en un asno y anduvo durante siete días, engendrando
después dos niños llamados Yerosolomo y Judaios, personificaciones simbólicas
de Jerusalén y Judea
Al hablar de una invocación a Tiphón-Seth,
dice Reuvens que los egipcios adoraban a este dios en figura de asno, y que
Seth era entre los semitas el trasfondo de su conciencia religiosa (34). En
copto la palabra ao significa asno, y como es una variación fonética de Iao
se le dio al nombre de aquel animal significación equívoca de símbolo.
Vemos, por lo tanto, que Satán es una invención
fantástica de los Padres de la Iglesia, y por efecto de uno de esos reveses de
fortuna a que los dioses parecen estar tan expuestos como los mortales,
Tiphón-Seth cayó de las altezas de divinizado hijo de Adam Kadmon a la ínfima
categoría de entidad subalterna simbolizada en un asno.
Los cismas religiosos están nutridos por las
miserias y rencores propios de la humanidad, que tanto se echan de ver en los
litigios judiciales. Prueba de ello nos ofrece la reforma religiosa de
Zoroastro, cuando el mazdeísmo se desgajó del induísmo. Los fulgurantes devas
védicos trocáronse, por rivalidades religiosas, en los tenebrosos daevas
o espíritus malignos del Avesta. El mismo Indra, la divinidad
luminosa por excelencia, quedó sumido en lóbregas tinieblas (35) para
sustituirle por el resplandeciente Ahuramazda, el supremo Dios.
La singular veneración que los ofitas
profesaban a la serpiente, símbolo de Christos, resultará más lógica si el
estudiante recuerda que en toda época representó este reptil la sabiduría divina
que mata para que lo muerto resucite a mejor y más perfeccionada vida. Moisés
era de la tribu de Levi, secreta adoradora de la serpiente. Gautama fue también
de estirpe sárpica por pertenecer a la dinastía de los Nagas, que reinaban en
Magadha. También Hermes (Thoth) está simbolizado sárpicamente en Têt. Según las
creencias ofitas, Christos nació por obra de la serpiente (Espíritu Santo o
Sabiduría divina), lo que significa que llegó a ser Hijo de Dios por su
iniciación en la ciencia de las serpientes. Por último, Vishnú, equivalente al
dios egipcio Kneph, descansa sobre la eptacéfala serpiente celeste.
El ígneo dragón de los antiguos tiempos
sirvió de enseña militar a los asirios, de quienes lo tomó Ciro al apoderarse
del país, y más tarde fue insignia de las cohortes romanas de occidente y de
oriente (36).
LA TENTACIÓN DE JESÚS
La tentación (37) de Jesús en el desierto es
el pasaje del Nuevo Testamento en que con más dramático carácter aparece
la figura de Satanás, a quien se le llama diabolos, esto es, acusador,
análogamente al epíteto de diobolos (hijo de Zeus) aplicado a los dioses
Apolo, Esculapio y Baco. En el desierto que se dilataba entre el río Jordán y
el mar Muerto vivían eremíticamente los “hijos de los profetas” y los esenios
(38), que sometían a los neófitos a pruebas semejantes a las torturas de
los ritos mítricos, y seguramente de esta índole fue la tentación de Jesús, por
lo que dice San Lucas en este pasaje:
Y acabada toda tentación, se retiró de él el
diablo hasta el tiempo (... ...), y volvió Jesús en virtud del Espíritu a
Galilea (39).
Pero en este ejemplo el diablo (...) no
significa el espíritu maligno, sino el espíritu de subyugación y disciplina, en
el concepto que algunas veces expresan sinónimamente las palabras Diablo y
Satán (40), según vemos en el siguiente pasaje de San Pablo:
Y para que la grandeza de las revelaciones no
me ensalce, me ha sido dado un aguijón de mi carne, el ángel de Satanás, que me
abofetee (41).
Además, vemos que el ángel del Señor actúa de
oponente o de Satán en este otro pasaje:
Y el ángel del Señor se puso en el camino
delante de Balaám (42).60
Nuevo ejemplo del
simbolismo de Satán nos da el pasaje siguiente en que el profeta Micheas habla
al rey Achab diciéndole:
Vi al Señor sentado en su trono, y a todo el
ejército del cielo que le rodeaba a la derecha y a la izquierda.
Y dijo el Señor: ¿Quién engañará a Achab para
que suba y perezca en Ramoth de Galaad?
Mas salió un espíritu... y respondió: Saldré
y seré un espíritu mentiroso en la boca de todos sus profetas (43).
Parecido carácter ofrece en el Libro de
Job la figura de Satán, que se entremezcla con los hijos de Dios para
presentarse ante el Señor, como en el acto de mística iniciación.
El señor le da a Satán omnímoda licencia para
afligir a Job, con tal de no quitarle la vida; y prevalido del consentimiento,
le arrebata bienes, hijos y salud y le cubre el cuerpo de asquerosa lepra,
hasta el punto de que su propia mujer se mofa de él porque aún glorifica a Dios
en tan extrema miseria. Sus amigos le vituperan, diciendo que muchas
abominaciones debió de cometer para verse de tal modo castigado. El mismo
Señor, actuando de supremo hierofante, le reconviene por haber proferido
palabras necias y disputado con el Altísimo. Entonces Job replica diciendo:
Te preguntaré y respóndeme. Por oída de oreja
te he oído; mas ahora te ve mi ojo. Por esto yo me reprendo a mí mismo y hago
penitencia en pavesa y ceniza (44).
Inmediatamente queda vindicado Job, porque el
Señor se dirige a Eliphaz, diciéndole:
Mi furor se ha airado contra ti y contra tus
dos amigos, porque no habéis hablado delante de mí lo recto, como mi siervo Job
(45).
SATÁN EN EL POEMA DE JOB
Resulta así reconocida la probidad de Job y
cumplida su predicción:
Sé que mi Campeón vive y que hasta el último
día se mantendrá ante mí sobre la tierra; y que después de consumida mi piel y
corroído mi cuerpo, aun sin mi carne veré a Dios (46).
Y el Señor volvió la penitencia de Job y le
dio doblado todo cuanto había tenido (47).
En ninguna de estas escenas se advierte la
manifestación del maligno carácter que el cristianismo dogmático atribuye al
“enemigo de las almas”.
Entienden eruditos y meritísimos autores que
el Satán figurado en el Libro de Job es un mito hebreo relacionado con
la doctrina mazdeísta del “principio del mal”. Dice Haug a este propósito:
La religión mazdeísta descubre íntima
afinidad o más bien identidad con el judaísmo y el cristianismo en los puntos
referentes a la personalidad y atributos del diablo y a la resurrección de los
muertos (48).
De la propia suerte, la guerra en el cielo
entre Miguel y el Dragón a que alude el Apocalipsis (49), puede
referirse a uno de los más antiguos mitos parsis, pues el Avesta relata
la lucha entre Tretaona y la destructora serpiente Azhidahaka, aunque a su vez
este mito deriva según ha demostrado Burnouf, del que representan los Vedas en
la lucha de los dioses contra la serpiente Ahi. Los parsis personificaron
después esta lucha en la del justo contra el diablo, que es precisamente el
carácter de la tentación de Jesús en el desierto, por lo que bien podemos
identificar el concepto de Satán con el de Zohak o Azhidahaka, la serpiente con
rostro humano en una de sus tres cabezas (50).
La personalidad de Beel-Zebub difiere de la
de Satán en las alegorías. Según el Nuevo Testamento apócrifo es el
príncipe del mundo inferior y su nombre significa “Baal de las moscas”, para
dar a entender quizá con esta última palabra los escarabajos sagrados. En
cambio, el texto griego del Evangelio le llama Beelzebul (51),
que significa “el señor de su casa”, según se infiere del siguiente pasaje:
Si llamaron Beelzebub al padre de familias,
¿cuánto más a sus domésticos? (52).
También se le llamaba príncipe o arconte de
los demonios.
En el Libro de los muertos acusa
Tiphón a las almas que comparecen a juicio, lo mismo que Satán acusa al sumo
pontífice Josías ante el ángel y tienta a Jesús en el desierto (53). Las
alegorías de la religión oficial de los egipcios refieren que Tiphón mató
traidoramente a su hermano Osiris, y después de dividir el cadáver en catorce
(54) pedazos lo puso en un ataúd (55). Análogamente echamos de ver que el
dios Sabazios (56) de Frigia fue muerto y dividido en siete pedazos por
los titanes. El indo Siva está representado con siete serpientes por
corona, y es el dios de la destrucción y de la guerra. También a Jehovah se le
llama el “Señor Dios de los ejércitos” (Sabaoth), apelativo análogo al
de Baco o Dionisio Sabazios, de lo que cabe inferir la identidad de todas estas
representaciones. Finalmente, según la antigua simbología, los dioses que
cuando el 61
asalto de los titanes
hubieron de transformarse en animales para esconderse en Etiopía, volvieron con
el tiempo y expulsaron a los pastores.
Afirma Josefo que los hyk-sos fueron
los antecesores de los israelitas, conforme se infiere de este pasaje:
Los egipcios aprovechaban muchas ocasiones
para descargar en nosotros el odio y la envidia que nos tenían. En primer
lugar, porque nuestros antepasados los hyk-sos o pastores eran dueños de
Egipto, donde aquéllos vivieron prósperamente después de sacudir el yugo de
estos (57).
Sustancialmente es verídica la afirmación de
Josefo, aunque difiera algún tanto del relato de las Escrituras hebreas,
escritas muy posteriormente a dicho suceso histórico y alteradas repetidas
veces antes de divulgar su texto.
Prosigue diciendo la alegoría que Tiphón se
hizo odioso en Egipto y que los pastores llegaron a ser “una abominación”, así
que en tiempos de la vigésima dinastía se vio tratado como un despreciable
demonio y quedó borrada su efigie y su nombre de los monumentos donde se habían
grabado (58).
PERSONIFICACIÓN DE LOS DIOSES
En toda época mostróse inclinado el hombre a
personificar a los dioses. Aun hay tumbas de Zeus, Apolo, Hércules y Baco como
si hubiesen vivido en carne mortal sobre la tierra; y por otra parte, Sem, Cam
y Jafet son respectivas personificaciones de la divinidad asiria Shamas, de la
egipcia Kham y del titán Iapetos. El dios de los hyk-sos era Seth; el de los
argivos, Enoch o Inaco; y Abraham descubre cierta sinonimia con Brahma, Isaac
con Ikshwaka y Judá con Yadu, del panteón induísta. Tiphón cayó de la categoría
divina a la condición diabólica, tanto en su propio carácter de hermano de
Osiris, como en concepto del Seth o Satán asirio. Para los fenicios no fue
Apolo el dios solar ni la divinidad oracular, sino príncipe de los demonios y
monarca de los dominios subterráneos. Cuando el mazdeísmo se desgajó del
induísmo, los disidentes transformaron en asuras a los devas y en devas a los
asuras, por lo que vemos a Indra subordinado a Ahriman (59) y formado por éste
de materiales de tinieblas (60) junto con Siva (61) y los dos Asvines (62). Análogamente
identificaron los mazdeísts con Indra a Jahi, el demonio de la lujuria.
Todas las naciones tuvieron en tanta
veneración sus divinidades tutelares como en aborrecimiento las de sus
enemigos. De esta índole son las metamorfosis de Tiphón, Satán y Beelzebub
(63).
Según el Apocalipsis, Miguel y sus
ángeles vencieron al Dragón y los suyos, conforme vemos en el pasaje siguiente:
Y fue lanzado fuera aquel grande dragón,
aquella antigua serpiente que se llama diablo y Satanás y engaña a todo el
mundo (64).
El Cordero, emblema de Cristo, descendió a
los infiernos o reino de la muerte, y allí estuvo tres días, hasta subyugar al
enemigo. Los cabalistas llamaban “Salvador” y también “ángel del Sol” y “ángel
de Luz” (65), al arcángel Miguel, que era el príncipe de los eones (66). Por lo
tanto, si el autor del Apocalipsis no era cabalista, por lo menos debió
de ser gnóstico, pues Miguel no fue para él una entidad original de su
revelación (epopteia), sino que nos lo representa en su ya conocido
carácter de Salvador y vencedor del Dragón. Las investigaciones arqueológicas
han apuntado la identidad de Miguel y Anubis, cuya efigie fue recientemente
descubierta en un monumento egipcio con coraza y lanza dando muerte al dragón
sárpico, tal como la iconografía cristiana representa a San Miguel y a San
Jorge (67).
Lepsius, Champollión y otros egiptólogos han
reconocido sin dificultad la “Virgen con el Niño” en las figuras de Isis con
Horus en brazos circuída de los rayos del sol y la luna a sus pies. Es la Madre
que, perseguida por el Dragón, recibió alas de Águila imprial de modo que
pudiera volar al desierto (68).
EL MITO DE LA SERPIENTE
Los principios opuestos del bien y del mal
están simbolizados en los míticos bíblicos análogamente a como lo están en los
paganos, y así tenemos Caín y Abel, Tiphón y Osiris, Apolo y Pitón, Esaú y
Jacob. La Biblia describe a Esaú cubierto de áspero vello de color rojo,
y también es Tiphón de piel roja (69). La oposición de Esaú respecto de su
hermano Jacob es semejante a la de Tiphón respecto de Osiris. Desde la más
remota antigüedad veneraron todos los pueblos a la serpiente como símbolo del
espíritu y de la Sabiduría divina. Según Sanchoniaton, Hermes fue el primero
que tuvo a la serpiente por el reptil más espiritual. La serpiente gnóstica con
las siete vocales en la cabeza es remedo de la eptacéfala serpiente Ananta
sobre que descansa Vishnú.
No poco nos sorprende que al hablar del culto
de la serpiente confiesen los tratadistas europeos la ignorancia de las gentes
respecto al origen de esta “superstición”, según la llaman. Dice sobre el
particular C. Staniland Wake:62
Saben los mitólogos
que los pueblos de la antigüedad simbolizaban ciertos conceptos metafísicos en
la serpiente, que era el emblema favorito de algunas divinidades, si bien no se
sabe con seguridad qué motivo tuvieron para preferir este animal con dicho
objeto (70).
Tampoco Fergusson ha sido más afortunado en
este punto, a pesar de los muchos materiales de información que reunió acerca
del particular (71).
Poco valor tendrá para los simbologistas la
explicación que demos de este mito; y sin embargo, estamos en la creencia de
que no cabe otra que la expuesta por los iniciados. Según ya notamos en otro
lugar, el brahmana Aytareya, en el himno de la serpiente, dice que la
sierpe Râjni es la reina de las sierpes y “la madre de todo cuanto se
mueve”. Esto significa que antes de tomar nuestro globo la forma esferoidal
tuvo la de una larga cola de materia cósmica, que se movía retorcidamente como
una culebra modelada por la incubación del Espíritu de Dios flotante sobre las
“aguas”. Esta serpiente está representada en actitud de morderse la cola, como
emblema de la eternidad en el orden espiritual y de nuestro planeta en el orden
físico, porque, según itnerpretaron los antiguos filósofos, la tierra muda su
configuración superficial a cada pralaya menor, como muda de piel la serpiente,
y después del pralaya mayor pasa del estado subjetivo al objetivo, de la propia
suerte que, según dice Sanchoniaton, la serpiente cada vez que muda la piel
parece como si se rejuveneciera y cobrase mayor fuerza y energía. Ésta es la
razón de que primero a Serapis y después a Jesús se les representase en figura
de serpiente; y también de que en nuestros mismos días se conserve con especial
solicitud la enorme serpiente de la mezquita de El Cairo. Se cuenta que en el
Alto Egipto suele aparecerse un famoso santo en figura de serpiente; y en la
India hay costumbre de colocar junto a la cuna de las criaturas una pareja de
serpientes domesticadas que, en opinión popular, irradian un aura magnética de
sabiduría, salud y dicha. Todas las serpientes descienden, según los indos, de
la primitiva Râjni, símbolo de la tierra, y están dotadas de las mismas
virtudes que su progenitora.
En la mitología induísta, el gran dragón
Vasaki escupe contra Durga una ponzoña que por intervención de Siva, esposo de
ésta, queda embebida en la tierra. Vemos, por lo tanto, que el místico drama de
la Virgen celeste perseguida por el dragón que intenta devorarle el hijo,
estaba también representado en los ritos secretos de los templos, además de
tener su signo entre las constelaciones zodiacales. Los misterios simbolizaban
este drama en el dios del Sol y lo grababan sobre una imagen de Isis esculpida
en negro (72), donde aparecía el divino Niño perseguido por el cruel Tiphón
(73). Dice una leyenda egipcia que el Dragón persiguió a Isis mientras ésta
procuraba proteger a su hijo (74). Ovidio refiere que Dioné, madre de Venus y
esposa del Zeus pelasgo, huyó al Éufrates perseguida por Tiphón (75).
Por su parte, Virgilio exclama:
¡Salve, oh hijo amado de los dioses,
descendiente de Jovel. Recibe el sumo honor, porque se avecinan los tiempos en
que ha de morir la serpiente (76).
Alberto el Magno, entusiasta astrólogo,
ocultista, alquimista y prelado católico señaló la aparición del signo zodiacal
Virgo en el horizonte el día 25 de Diciemrbe en que la Iglesia conmemora
el nacimiento de Jesucristo (77).
MISTERIO DE DEMETER
En los misterios eleusinos, Plutón rapta a
Perséfona, hija de Demeter, y se la lleva al Hades, donde su madre la encuentra
erigida en soberana del tenebroso reino. De este mito extrajo el cristianismo
la leyenda de Santa Ana (78) que va en busca de su hija María, que con su
esposo José hubo de refugiarse en Egipto. Las antiguas imágenes de la Virgen
María la representan con dos espigas de trigo en la mano, lo mismo que aparecen
representadas Perséfona y la Virgen zodiacal.
El árabe Albumazar nos ofrece asimismo una
variación del mito en el siguiente pasaje:
En el primer decán de la constelación de la
Virgen, nació la doncella Aderenosa (79), la pura e inmaculada Virgen (80)
llena de gracia, de apostura encantadora, modesta en el vestir y cabellera
flotante, que sentada en adornado trono y con dos espigas de trigo en las
manos, amamanta al niño Issa llamado Christos por los griegos y Iessus por
otras naciones (81).
Todo esto demuestra más que de sobra la
identidad del mito en las principales religiones del mundo. Posteriormente tomó
nueva fase el pensamiento religioso. A los misterios de Dionisio Sabazio
sucedieron los de Mitra, cuyas cuevas sustituyeron a las antiguas criptas desde
Asiria hasta Bretaña. El dios Serapis, venido del Ponto, depuso de su trono a
Osiris. El rey indo Asoka abrazó la religión budista y envió misioneros a
difundir por Grecia, Asia menor y Egipto el Evangelio de Sabiduría, logrando
convertir a los esenios de Judea y Arabia, los terapeutas (82) de Egipto y los
pitagóricos (83) de Grecia y Asia menor. En todos estos países las alegorías
budistas sustituyeron a los mitos de Horus, Anubis, Adonis, Atys y Baco, que
metamorfoseados con arreglo a las nuevas creencias se incorporaron
consiguientemente en los Evangelios sinópticos y en el llamado apócrifo, que
los ebionitas, nazarenos y otras primitivas escuelas cristianas mantuvieron
secretos sin 63
enseñarlos más que a
los iniciados, hasta que se los arrebató la predominante influencia del
dogmatismo romano.
Cuando el sumo sacerdote Helcías encontró el Libro
de la Ley, ya conocían los asirios los Purânas indos, pues ocasión
les deparó al efecto la conquista del país comprendido entre el Helesponto y el
Indo, cuando con toda probabilidad arrojarían de la Bactriana a los arios que
transpusieron el Punjâb. Así hay indicios de que el Libro de la Ley era
un Purâna, pues reúne las cinco condiciones requeridas para ello por los
brahmanes eruditos, según nos dice sir William Jones. Estas condiciones son:
1.ª Tratar de la formación general de la
materia.
2.ª Tratar de la formación de la materia
diferenciada y de la generación de los seres espirituales.
3.ª Dar un resumen cronológico de las edades
históricas.
4.ª Exponer un resumen genealógico de las
dinastías del país.
5.ª Incluir la biografía de algún personaje
eminente.
Es indudable que el autor del Pentateuco se
sujetó a estas condiciones, de la propia suerte que los autores del Nuevo
Testamento habían escuchado las enseñanzas budistas de labios de los
misioneros que por entonces menudeaban en Grecia y Judea.
Pero como, según el dogmatismo cristiano, no
cabe concebir a Cristo sin el Diablo, hemos de cotejar estos dos conceptos para
descubrir la íntima y misteriosa relación entre ambos. Todos los místicos
“Hijos de Dios” y los “Primogénitos” ofrecen idénticas características. Adam
Kadmon se desdobla en sabiduría conceptiva y sabiduría creadora, que
desenvuelve la materia. el Adam de barro es a un tiempo hijo de Dios e hijo de
Satán (84).
Hércules era asimismo “primogéntio” y
equivale a Bel, Baal y Bal y a Siva el destructor. El poeta Eurípides llama a
Baco hijo de Dios, y se le tributó adoración desde muy niño, como al Jesús de
los evangelios. Los filósofos le describen de condición muy benévola para la
humanidad, aunque inexorable con los quebrantadores de su culto (85).
ALEGORÍAS DEL LIBRO DE JOB
El Libro de Job nos descubre más
claramente que otro alguno la índole y naturaleza del concepto del Diablo, de
conformidad con nuestras afirmaciones.
Todo cuanto en este libro se relata es
alegórico, y no se han de alarmar por ello las gentes piadosas, pues en tiempos
antiguos era costumbre dar alegóricamente las enseñanzas morales, según
corrobora el mismo San Pablo en los siguientes pasajes:
Todas estas cosas les acontecían a ellos en
figura; mas fueron escritas para escarmiento de nosotros en quienes los fines
de los siglos han llegado (86).
Porque escrito está, que Abraham tuvo dos
hijos: uno de la sierva y otro de la libre... Las cuales cosas fueron dichas
por alegorías (87).
Por lo tanto, si, según toda probabilidad
lindante con la certidumbre, el Nuevo Testamento tiene carácter
alegórico, no será mucho decir del Libro de Job lo mismo que dijo San
Pablo de las figuras de Abraham y Moisés.
Conviene advertir, sin embargo, la diferencia
entre alegoría y símbolo. En la primera se encubre la verdad con la suficiente
transparencia para que el oyente o el lector pueden inducirla. El símbolo
entraña una cualidad abstracta de la Divinidad, fácilmente comprensible para
los profanos, que por ello, le tributaron adoración idolátrica. La alegoría
estaba reservada en los recintos internos, donde sólo eran admitidos los
iniciados; y así se explican aquellas palabras de Jesús cuando decía:
Porque a vosotros os es dado saber los
misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado.
Porque al que tiene, se le dará y tendrá más,
y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará (88).
En los misterios menores se efectuaba la
operación de lavar una marrana, que luego se dejaba otra vez entre el fango,
para significar la purificación del neófito y lo insuficiente de la obra hasta
entonces cumplida.
El mito encierra un pensamiento no
manifestado, es decir, que personifica históricamente el reflejo de una idea
religiosa. En el mito ha de predominar, como en la epopeya, el elemento
histórico, de modo que los hechos exotéricos constituyan la base del mito y en
ellos se entretejan las ideas religiosas.
El Libro de Job es muy claro para
quien comprende el pintoresco lenguaje empleado por los iniciados egipcios en
el Libro de los muertos. En la escena del Juicio aparece Osiris
sentado en el trono con el garfio en una mano y el místico abanico báquico en
la otra. Ante él están los cuarenta y dos asesores del difunto. Junto al trono
se levanta un altar cubierto de ofrendas y rematado por la flor de loto, sobre
el cual se ven cuatro espíritus. En la puerta permanece estacionada el alma que
va a comparecer a juicio, y Thmei, diosa de la Verdad, se le acerca en actitud
de darle la bienvenida. Thoth empuña una caña y examina el proceso del alma en
el Libro de la Vida. Horus y Anubis, delante de las balanzas, observan si el
corazón del difunto equilibra o no el peso del símbolo de la Verdad. Sobre un
pilar está sentada la ramera que ha de sostener la acusación. 64
Según saben los
eruditos, en los misterios se representaban las escenas del mundo inferior, y
tal es la alegoría de Job.
LA INICIACIÓN Y EL LIBRO DE JOB
Varios críticos han atribuido a Moisés el Libro
de Job, que seguramente es más antiguo que el Pentateuco, pues en él no se
nombra a Jehovah; y si bien este nombre aparece en el prólogo, es por error de
traducción o por la necesidad posteriormente sentida de dar carácter monoteísta
al politeísmo hebreo, convirtiendo para ello en divinidad individual la
pluralidad representada en los Elohim. En el primitivo texto del Libro de
Job no se le da a Dios el nombre de Jehovah (89), sino los de Al, Aleim,
Ale, Shaddai, Adonai, de lo cual se infiere que, como todos los demás
manuscritos antiguos, fueron adulterados de propósito el prólogo y el epílogo
del Libro de Job, pues no cabe suponer que se añadieran posteriormente.
No hay en este arcaico poema alusión ninguna a la institución sabática; pero sí
copiosas referencias al sagrado número siete, de que hablaremos más adelante, y
una abierta discusión sobre el sabeísmo prevaleciente por aquellos días en
Arabia. El Libro de Job llama a Satán hijo de Dios, pues lo cuenta entre
los asistentes al consejo del Altísimo, a quien induce a poner en toque la
fidelidad del varón idumeo, de donde vemos corroborada la significación de acusador
o adversario que etimológicamente tiene la palabra Satán y su
identidad conceptiva con el Tiphón de los egipcios que acusa a las almas en el
Amenti (90).
Es el Libro de Job una acabada figura
de las antiguas iniciaciones y de las pruebas preliminares de tan augusta
ceremonia. El neófito se ve privado de todo bien terreno y afligido por una
enfermedad repugnante. Su esposa le aconseja que ponga en la muerte su única
esperanza. Tres amigos van a visitarle: Eliphaz, el erudito temanita lleno del
conocimiento que los sabios recibieron de sus padres, a quienes sólo a ellos
les fue dada la tierra; Baldad, el de temperamento positivista, que toma las
cosas según vienen y opina que la aflicción de Job es consecuencia de sus
culpas; y Sophar, espíritu generalizador de sabiduría superficial. A sus
reconvenciones responde Job:
Sea así que yo haya errado, mi yerro quedará
conmigo.
Mas vosotros os levantáis contra mí y me dais
en cara con mis oprobios... porque la mano del Señor me ha tocado.
Pues yo sé que mi Campeón vive y que hasta el
último día se mantendrá ante mí sobre la tierra; y que después de consumida mi
piel y corroído mi cuerpo, aun sin mi carne veré a Dios...
¿Por qué, pues, ahora decís: Persigámosle y
hallemos raíz de palabra contra él? (91).
Algunos intérpretes han considerado que este
epíteto de Campeón alude al Mesías, y en muchas versiones aparece sustituída la
palabra Campeón por la de Redentor, aunque en la de los Setenta
aparece el pasaje como sigue:
Porque sé que es eterno Aquél que ha de
libertarme de la tierra para restaurar ésta mi piel que sufre de estos males.
Indudablemente se refiere Job en este pasaje
a su Yo superior, inmortal y eterno que por medio de la muerte física ha de
libertarle de su corrompido cuerpo carnal y revestirle de nueva envoltura. En
los Misterios de Eleusis, en el Libro de los Muertos y en otros
tratados relativos a la iniciación se le dan nombres propios al Yo inmortal,
que los neoplatónicos denominaron Nous y Augoeides, los budistas Aggra,
los mazdeístas Feruer y los induístas Atman, con más los
frecuentes epítetos de Liberador, Campeón, Mediador, etc. en las
escultura mítricas de Persia aparece el Feruer o Yo superior simbolizado
por una alada figura que planea sobre el cuerpo de un hombre (92). Es el
inmortal espíritu que ha de redimir nuestra alma de la esclavitud de la
materia. en los textos caldeos el citado pasaje se lee como sigue:
Mi libertador (93) ha de restaurar mi gastado
cuerpo y convertirlo en vestidura etérea.
ADULTERACIÓN DEL LIBRO DE JOB
Sin embargo, todas las versiones derivadas de
la de San Jerónimo adolecen de las mismas inexactitudes y mudanzas que este
doctor se permitió en su Vulgata, según demuestra la evidente
adulteración de este versículo:
Pues yo sé que vive mi Redentor y que en el
último día he de resucitar de la tierra. Y de nuevo he de ser rodeado de mi
piel y en mi carne veré a mi Dios (94).
En este amaño se advierte el manifiesto
propósito que San Jerónimo tuvo de disponer el texto convenientemente para
cohonestar “la resurrección de la carne” tal como la entiende el dogmatismo
cristiano (95). No podía el autor del Libro de Job conocer el Nuevo
Testamento, por cuanto ni siquiera conocía el Antiguo, ya que ni
remotamente alude a los patriarcas. Sin duda fue iniciado su autor, pues una de
las tres hijas 65
de Job lleva el
mitológico nombre de Kerenhappuch, que cada versión traduce de distinto
modo. La Vulgata la llama Cuerno de antimonio, y los Setenta traducen
Cuerno de Amalthea (96). Basta el nombre de esta heroían pagana en la
versión de los Setenta para advertir por una parte la ignorancia de
estos traductores y por otra la filiación esotérica del Libro de Job.
En vez de consolar a Job, sus tres amigos le
reconvienen diciéndole que merecida tiene la aflicción en castigo de sus
culpas, a lo que responde el santo varón rechazando semejantes imputaciones y
prometiendo que mantendrá su causa mientras aliente. Recuerda los prósperos
tiempos de su dicha “cuando el secreto de Dios permanecía sobre su tienda” y él
era juez soberano como rey en ejército, que a los afligidos consolaba, y los
compara con el tiempo presente en que se mofan de él los vagabundos beduinos,
“los más viles hombres de la tierra”, al verle postrado por el infortunio y por
la lepra. Manifiesta después Job la simpatía que le inspiran los desgraciados,
y rememora que siempre fue casto, íntegro, honrado, justo, caritativo, sobrio,
hospitalario, magnánimo, misericordioso con el enemigo, extraño al culto del
sol e intrépido defensor de la justicia aun contra la oposición de las gentes.
Impetra del Todopoderoso una respuesta a este alegato, e intima a sus tres
amigos la declaración de las culpas que hayan descubierto en él. No cabía
réplica posible. Los tres amigos habían tratado de confundir a Job con
especiosas razones, y él les redargüía con su ejemplar conducta. Entonces
aparece en escena el cuarto amigo: Elihu el buzita, hijo de Barachel, de la
estirpe de Ram (97).
Elihu representa al hierofante. Empieza
reprendiendo a los otros tres amigos de Job, cuyos sofismas desvanece como el
viento de Poniente se lleva la movediza arena.
En la amargura de su corazón había dicho Job
a sus amigos:
Lo que vosotros sabéis, yo también lo sé y no
soy inferior a vosotros.
Con todo eso, hablaré al todopoderoso y con
Dios deseo razonar.
Haciendo antes ver que vosotros sois unos
forjadores de mentiras y secuaces de perversos dogmas.
Y ojalá callareis para que fueseis tenidos
por sabios (98).
Pero Elihu le dice:
No los de mucha edad son los sabios ni los
ancianos los que juzgan lo justo.
Mas, a lo que veo, espíritu hay en los
hombres, y la inspiración del Omnipotente da la inteligencia.
Una vez habla Dios y segunda vez no repite la
misma cosa.
Por sueño, en visión nocturna, cuando
profundo sueño se echa sobre los hombres y están durmiendo en su lecho.
Entonces abre las orejas de los hombres, y
amaestrándolos, les instruye en lo que deben saber.
Atiende, Job, y oye y calla mientras yo
hablo.
Y si tienes alguna cosa que decir,
respóndeme, habla; porque deseo que comparezcas justo.
Y si no tienes, óyeme, calla y te enseñaré
sabiduría (99).
Había dicho antes Job, vacilante en su fe, al
oír que sus amigos no le ofrecían otra esperanza que la eterna condenación:
El hombre nacido de mujer, vive breve tiempo
y está relleno de muchas miserias.
Que como flor sale y es ajado, y huye como
sombra y jamás permanece en un mismo estado.
Mas el hombre después que haya muerto y
despojado que sea y consumido, dime, ¿dónde está?
¿Crees por ventura que muerto un hombre
tornará a vivir?
¡Y ojalá se hiciera el juicio entre Dios y el
hombre como se hace el de un hijo del hombre con su compañero (100).
EL HIEROFANTE EN EL LIBRO DE JOB
Pero por fin escucha Job la sabiduría de
Elihu, el inspirado filósofo, el instructor perfecto, el hierofante de cuyos
severos labios bnrota la justa reconvención de haber dudado impíamente de la
bondad de Dios achacándole los males de la humanidad. Así dice Elihu:
Lejos esté de Dios la impiedad, y del
Omnipotente la injusticia. Porque Él pagará al hombre su obra y recompensará a
cada uno según sus caminos. Porque en verdad, Dios no condenará sin razón ni el
Omnipotente trastornará la justicia (101).
Callado se había mantenido el hierofante
mientras al neófito le satisifzo su propia sabiduría mundana en irreverente
incomprensión de la Providencia y sus designios, y dio oídos a los perniciosos
sofismas de sus consejeros. Mas, en cuanto la mente del neófito anhela conocer
la verdad y se predispone de esta suerte a la instrucción y al consejo, resuena
la voz del hierofante, que lleno del divino Espíritu exclama:
No podemos conocer a Dios dignamente. Grande
en fortaleza y en juicio y en justicia. Él es inefable.66
Por esto le temerán
los hombres y no se atreverán a contemplarle todos los que se tienen a sí
mismos por sabios (102).
Y responde Job a Baldad:
Verdaderamente sé que así es y que no será
justificado el hombre comparado con Dios.
Él trasladó los montes y los mismos que
trastornó en su furor no le conocieron.
Él conmueve la tierra de su lugar y sus
columnas se estremecen.
Él manda al sol y no sale y cierra las
estrellas como bajo de sello.
Él hace cosas grandes e incomprensibles y
admirables que no tienen número.
Si viniere a mí no lo veré; si se retirare,
no lo entenderé (103).
¡Hermosa lección para los predicadores a la
moda que multiplican las palabras sin encerrar sabiduría en ellas (104)!
Escucha Job la palabra de sabiduría y después
le habla el Señor desde el “torbellino de la Naturaleza” (105), diciendo:
¿Quién es ese que envuelve sentencias en
indoctos discursos?
Cíñete como varón tus lomos; te preguntaré y
respóndeme:
¿Dónde estabas cuando yo echaba los cimientos
de la tierra?
¿Por ventura has considerado la anchura de la
tierra? Dame razón, si sabes, de todas estas cosas.
Cuando me alababan a una los astros de la
mañana y se regocijaban los hijos de Dios.
¿Quién encerró con puertas el mar?
Lo cerré dentro de mis términos y dije: Hasta
aquí llegarás y no pasarás más allá y aquí quebrarás tus hinchadas olas.
¿Quién dio curso a un aguacero impetuosísimo
y camino al trueno ruidoso para que lloviese en una tierra sin hombre, en el
desierto, donde no mora mortal ninguno?
¿Podrás acaso juntar las brillantes estrellas
de las Pléyades o podrás detener el giro de Arturo?
¿Podrás enviar los relámpagos e irán y te
dirán cuando vuelvan: Aquí estamos? (106).
A lo que responde Job.
Yo, que he hablado con ligereza, ¿qué cosa
puedo responder? Pondré mi mano sobre mi boca (107).
Ya sabe cuáles son sus caminos y se abren sus
ojos por vez primera. Desciende sobre el hombre de las aflicciones la suprema
Sabiduría y en este final Petroma le muestra la imposibilidad de cazar
al Leviatán clavándole el arpón en la nariz, lo cual significa que en el
conocimiento oculto (Leviatán) únicamente pueden poner la mano, pero nada
más que la mano, quienes por sus facultades y debida preparación merecen
que Dios no se lo encubra.
EL LIBRO DE JOB Y EL LIBRO DE LOS MUERTOS
Así dice el Señor:
¿Podrás por ventura sacar fuera con anzuelo
al Leviatán y atar su lengua con una cuerda?
¿Quién descubrirá el haz de su vestido y en
medio de su boca quién entrará?
¿Quién abrirá las puertas de su rostro?
Alrededor de sus dientes hay espanto.
Su cuerpo es como escudos fundidos apiñados
de escamas que se aprietan. La una se junta con la otra y ni un respiradero
pasa por entre ellas.
Su estornudo es resplandor de fuego y sus
ojos como los párpados de la aurora.
Detrás de él lucirá la senda y reputará al
abismo como lleno de canas.
No hay sobre la tierra poder que se le
iguale, pues fue hecho para que no temiese a ninguno.
Todo lo alto ve. Él es el rey de todos los
hijos de soberbia (108).
Y responde Job:
Sé que todo lo puedes y que ningún
pensamiento se te esconde.
¿Quién es ese que sin ciencia encubre el
consejo?
Por esto yo he hablado neciamente y lo que
sin comparación excedía mi ciencia.
Oye y yo hablaré; te preguntaré y respóndeme.
Por oída de oreja te he oído; mas ahora te ve
mi ojo.
Por esto yo me reprendo a mí mismo y hago
penitencia en pavesa y ceniza (109).
Reconoce a su Campeón y se convence de que ha
llegado la hora de su reivindicación.67
Entonces le dice el
Señor a Eliphaz:
Mi furor se ha airado contra ti y contra tus
dos amigos, porque no habéis hablado delante de mí lo recto como mi siervo Job.
El señor asimismo se volvió a la penitencia
de Job... y le dio doblado todo cuanto había tenido (110).
En el juicio del alma según el Libro de
los muertos, el difunto invoca a los cuatro espíritus residentes en el Lago
de Fuego, y luego de purificado por ellos le conducen a la mansión celeste,
donde le reciben Athar e Isis en presencia de A-tum (111). Se ha
convertido en turu (hombre espiritual), que desde entonces será el ojo
de fuego (on-ati) compañero de los dioses.
Los cabalistas comprendían perfectamente el
grandioso poema de Job, y no obstante sus profundos sentimientos religiosos
eran acérrimos adversarios del clero, y así se justifican las palabras de
Paracelso cuando víctima de persecuciones y calumnias, mal comprendido por
amigos y enemigos, maltratado por clérigos y seglares, exclamaba:
¡Oh vosotros los de París, Padua, Montpeller,
Salerno, Viena y Leipzig! No sois maestros de la verdad, sino confesores de la
mentira. Vuestra filosofía es mentirosa. Si queréis saber lo que verdaderamente
significa la magia, estudiad el Apocalipsis de San Juan... Puesto que no
podéis probar que vuestras enseñanzas derivan de la Biblia y del Apocalipsis,
dad de mano a vuestras farsas. La Biblia es la verdadera clave y el
verdadero intérprete. Lo mismo que Moisés, Elías, Enoch, David, Salomón,
Daniel, Jeremías y los demás profetas, fue Juan mago, cabalista y adivino. Si
alguno de ellos viviera hoy día, seguramente que lo inmolaríais en vuestro
fementido matadero, y no sólo a ellos, sino aun al mismo Creador de todas las
cosas, si os fuera posible.
Prácticamente demostró Paracelso que había
aprendido muy útiles aunque escondidas cosas en el Apocalipsis, la Biblia
y la Kábala, por lo que le apellidaron “padre de la magia y del magnetismo
fenoménico” (112). Tan firme era la creencia popular en los sobrenaturales
poderes de Paracelso, que todavía perdura entre el vulgo de Alsacia la
tradición de que no murió, sino que duerme en su tumba (113), y que el césped
que la rodea se agita al impulso de la respiración de aquel fatigado pecho, de
cuyo fondo brotan lastimeros gemidos cuando el insigne filósofo del fuego
despierta al recuerdo de las injusticias con que por su amor a la verdad le
abrumaron los calumniadores.
MODERNO CONCEPTO DEL DIABLO
De todo cuanto llevamos expuesto se infiere
fácilmente que el Satán del Antiguo Testamento y el Diablo de
los Evangelios y de las Epístolas apostólicas son
personificaciones del principio antagonístico peculiar de la materia, no
necesariamente malo por sí mismo en la acepción ética de la palabra. Los judíos
aprendieron en la cautividad de Babilonia la doctrina de los dos opuestos
principios del bien y del mal personificados respectivamente por los asidianos
y parsis en Ormazd, cuyo nombre secreto era ..., y en Ahriman, equivalente al Satán
de los heteos y al Diobolos de los griegos. Los primitivos
cristianos de la escuela de San Pablo y después los gnósticos y sus sucesores
refinaron metafísicamente estos conceptos, que el dogmatismo tergiversó por último,
al propio tiempo que perseguía de muerte a sus genuinos definidores.
La Iglesia protestante entraña el espíritu de
reacción contra la Iglesia católica, y no forma un todo coherente y homogéneo,
sino una especie de torbellino cuyas partes giran en torno de un centro común,
que se atraen y repelen mutuamente impelidas unas hacia roma por la fuerza
centrípeta y empujadas otras por la fuerza centrífuga muy lejos de Roma, hasta
más allá de la idea cristiana.
Precisamente, el concepto moderno del diablo es
el que tuvieron las multitudes ignaras de Babilonia, “madre de las idolátricas
y abominables religiones del gentilismo mundano”. Tal vez se redarguya diciendo
que las teologías induísta y budista también admiten la existencia individual
de los espíritus malignos; pero la sutil mentalidad inda (114) considera al
diablo o espíritu maligno como una abstracción metafísica, una alegoría del mal
necesario, mientras que para los cristianos es un personaje real de cuerpo
y alma, sin cuya existencia no pueden fundamentar el dogma de la redención
(115).
Los protestantes ingleses, no satisfechos con
la personificación bíblica del diablo, adoptaron la demonología expuesta por
Milton (116) en su Paraíso perdido, donde el Ilda-Baoth de los ofitas se
transforma en Lucifer identificado con el Dragón apocalíptico (117) después de
su caída (118) con las huestes rebeldes en el tenebroso abismo del pandemonio.
En la tercera parte del poema celebra Satanás consejo en el palacio levantado
para su residencia en sus nuevos dominios, y determina emprender una
exploración en busca de un nuevo mundo. La cuarta parte relata la caída del
hombre, su destierro en la tierra, el advenimiento del Hijo de Dios (Logos)
y la redención del linaje humano (119).
El poema del Paraíso perdido entraña
implícitamente el concepto que del diablo tienen los protestantes ingleses
(120), y no creer en el diablo personal equivale para ellos a “negar a Cristo”
y a “blasfemar contra el Espíritu Santo” (121). Posteriormente, el poeta
Roberto Pollok se inspiró en el poema de Milton para escribir el suyo,
titulado: El curso del tiempo, que también fue tenido durante algunos
años por tan fidedigno como la Biblia (122).68
Bosquejemos ahora el
carácter del diablo según el concepto cristiano. Es la entidad que interviene
en la hechicería, brujería y otros maleficios, según creyeron los fariseos y de
ellos lo tomaron los Padres de la Iglesia, quienes identificaron con el diablo
las gentílicas divinidades de Mitra, Serapis y otras, cuyo culto consideró
siempre el doctrinarismo católico como trato y connivencia con las potestades
tenebrosas. Los brujos y hechiceros medioevales fueron para la Iglesia
adoradores del diablo, a pesar de que los antiguos consideraron la magia como
la ciencia divina o sea el conocimiento y sabiduría de Dios. Mágica era el arte
de curar en los templos de Esculapio y en los santuarios de la India y Egipto.
El mismo Darío Hystaspes que había exterminado a los magos de mala ley y a los
teurgistas caldeos, restableció el culto de Ormazd y con él la verdadera magia
en que le instruyeran los brahmanes. Entró a la sazón en una nueva fase el
pensamiento religioso. La ignorancia del vulgo engendró la falsa devoción y el
dogmatismo imperante condenó la genuina sabiduría, cuyos adeptos hubieron de
recatarse de la vista de las gentes y escribir sus tratados filosóficos en
lenguaje enigmático sólo comprendido de los iniciados en la doctrina secreta,
soportando resignadamente el oprobio, la calumnia y la pobreza.
EXCURSIONES DE SATANÁS
Los fieles a las antiguas enseñanzas
religiosas fueron acusados de hechicería y condenados a muerte. Los albigenses,
descendientes de los gnósticos, y los valdenses, precursores de los luteranos,
quedaron exterminados por implacables persecuciones. Al mismo Martín Lutero le
acusaron de estar en connivencia con Satanás en persona, y aun sigue el mundo
protestante bajo el peso de esta imputación de sus adverrsarios, porque el
dogmatismo romano no distingue entre disidentes, herejes, cismáticos y
hechiceros, y todo cuanto se aparte de su norma lo anatematiza por ofensivo a
su autoridad, pues la libertad religiosa es un principio nefando para la
Iglesia católica.
Sin embargo, los protestantes llevaban en los
labios la leche con que les amamantó su madre, y así estaba Lutero tan sediento
de sangre como el papa, y calvino fue más intolerante todavía que la curia
romana. Durante treinta años asoló la guerra comarcas enteras de Alemania, sin
que en la lucha fuesen menos crueles los protestantes que los católicos. También
la religión reformada dirigió sus tiros contra la hechicería y se establecieron
sangrientas penas en los códigos de Suecia, Dinamarca, Alemania, Holanda,
Inglaterra y colonias de América. A prisión y muerte se exponía quien
públicamente declaraba opiniones más liberales y razonables que las de sus
compatriotas. Las hogueras a punto de extinguirse en Smithfield se avivaron
para abrasar a los magos, y era menos arriesgado rebelarse contra la autoridad
real que contra el dogma religioso.
En el siglo XVII se apareció el diablo en
persona en Nueva Inglaterra, Nueva Jersey, Nueva York y otras colonias inglesas
de América, según nos refiere Cotton Mather. Años después, visitó la parroquia
de Mora, en Suecia, al paso que los vecinos de Dalecarlia divertían su
aburrimiento los sábados a la puerta de la iglesia con la quema de niños de
corta edad y el vapuleo de otros. Pero el escepticismo de los tiempos presentes
ha recluido en los conventos la creencia en el diablo de cuerpo humano con
pezuña, cuernos y rabo. De cuando en cuando aparece en las Encíclicas pontificias
y otros documentos oficiales del catolicismo; pero la severidad protestante
sólo consiente que se le nombre a media voz en los púlpitos.
Señaladas ya las huellas del diablo desde su
primera aparición en India y Persia, conviene examinar ahora las opiniones
religiosas dominantes en el mundo durante los primeros tiempos del
cristianismo.
Todas las religiones antiguas creían en los
avatares o encarnaciones de la Divinidad, que en la India llegaron a constituir
una serie ordenada. Los parsis esperaban a Sosiosh y los judíos al Mesías.
Tácito y Suetonio refieren que en tiempo de Augusto ardía el Oriente en
expectación de un gran Instructor; y según dice Williams, “unas doctrinas tan
obvias para los cristianos, eran enigmáticas para los gentiles” (123). Plutarco
habla de Maneros, un niño que había de nacer en Palestina (124), como
mediador de Mithra, el Salvador, identificado con Osiris, el Mesías. En las
actuales Escrituras canónicas se descubren vestigios del culto antiguo,
y los ritos, ceremonias y jerarquçia eclesiástica de los budistas están
remedadas en el culto católico. Los primitivos Evangelios, que un tiempo
fueron tan canónicos como hoy los sinópticos, contienen relatos enteros
copiados de los libros budistas, según han puesto en claro las investigaciones
de Burnouf, Asoma, Korosi, Beal, Hardy y Schmidt, aparte de las traducciones
del Tripitaka, que dejan fuera de duda la filiación budista del
cristianismo (125).
Aquí vemos el motivo de lo vivamente
interesada que está la Iglesia romana en recatar de las miradas del vulgo la
Biblia hebrea y las obras de los filósofos griego, pues la filología y teología
comparadas demuesttran incontrovertiblemente las amañadas falsificaciones de
Ireneo, Epifanio, Eusebio y Tertuliano.
En aquel tiempo parece que gozaban de mucho
predicamento los Libros sibilinos, y fácilmente se echa de ver que
dimanan de las mismas fuentes de donde brotaron las demás obras gentílicas.
He aquí un pasaje de Galleo:
Ha surgido nueva Luz que descendida del cielo
toma forma mortal. ¡Oh Virgen! Recibe a tu Dios en tu purísimo seno. El Verbo
aleteó en la matriz virginal y asumió forma de carne. La Virgen concibió un
Niño. Los magos adoraron la nueva estrella enviada por Dios. El niño envuelto
en pañales reposó en un pesebre. Y Bethlem fue la cuna del Verbo (126).
VATICINIOS DE LA ENCARNACIÓN69
A primera vista
parece este pasaje una profecía del nacimiento de Cristo; pero también pudiera
aludir a otras divinidades creadoras, pues hay expresiones análogas que se
refieren a Baco y Mitra, como, por ejemplo, la del siguiente pasaje:
Yo, hijo de Zeus, he venido al país de los
tebanos. Soy Baco, a quien parió la virgen Semelé, hija de Cadmo, el hombre de
oriente, y engendrado por el rayo portador de la llama, tomé forma mortal en
vez de la divina (127).
Las Dionisíacas, que datan del siglo V,
esclarecen este punto y ponen de relieve su íntima relación con la leyenda
cristiana acerca del nacimiento de Jesús, según vemos en este pasaje:
¡Oh! Kore Perséfona (128). Tú eras la virgen
esposa del Dragón cuando Zeus, transformado en apariencia de galán y rebosante
de amor, se deslizó hasta tu lecho virginal y fecundó tu seno, cuyo fruto fue
Zagreus (129), el niño coronado de cuernos (130).
Descubrimos aquí todo el secreto del culto
ofita y el origen del dogma cristiano de la Encarnación del Verbo. Únicamente
los gnósticos entre los primitivos cristianos tenían, siquier rudimentario, un
sistema teológico al que adaptaron la figura de Jesús considerada como Cristo;
pero de ningún modo cabe presumir que su teología derivara de las enseñanzas
cristianas. Entre los gnósticos precristianos era muy conocida la leyenda según
la cual la gran serpiente (131) se había deslizado cautelosamente hasta el
lecho de Semelé para vivificar su seno, y esta misma leyenda aplicaron los
gnósticos cristianos a la concepción de Jesús diciendo que el Dios del bien
(132) transfigurado en Dragón de Vida se deslizó hasta la cuna de la niña María
(133). Para los gnósticos cristianos la Serpiente era el símbolo del Logos, el
Cristo o encarnación de la Sabiduría divina por obra de su padre Ennoia y
de su madre Sophia. Así dice Jesús:
Entonces, mi madre, el Espíritu Santo me tomó
(134).
Aquí vemos que Cristo se llama a sí mismo
hijo de Sophia (Espíritu Santo) (135).
Por otra parte nos dice el Nuevo
Testamento:
Y respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu
Santo vendrá sobre ti y te hará sombra la virtud del Altísimo. Y por esto lo
Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios (136).
Y añade San Pablo:
En estos días nos ha hablado Dios por el
Hijo, al que constituyó heredero de todo, por quien hizo también los siglos
(137).
Todas estas expresiones son variadas copias
del concepto significado en la frase de Nonnus: “por medio del Draconteo
etéreo”, pues el éter simboliza al Espíritu Santo o tercera persona de la
trinidad y equivale al Kneph egipcio o serpiente con cabeza de halcón, emblema
de la Mente divina (138) y del Alma universal de los platónicos.
Dicen las Escrituras cristianas:
Yo (la Sabiduría) salí de la boca del
Altísimo... y como niebla cubrí toda la tierra (139).
También Pymander (Logos) surge del seno de la
infinita Obscuridad y cubre la tierra de nubes que sobre ella se extienden a
manera de formas serpentinas (140). El Logos activo es la primaria
imagen de Dios, según Filo (141). El Padre es el pensamiento latente.
Esta universal idea aparece expresada en
idétnica terminología entre los gentiles, judíos y cristianos primitivos. En la
cosmogonía babilónica de Eudemo, el Logos es el unigénito del Padre, y un himno
homérico al sol empieza con este verso:
Load a Eli, hijo de Deus (142).
El dios solar Mithra es imagen del Padre, lo
mismo que el cabalístico Seir Anpin.
CONCEPTO DEL INFIERNO
Imposible parece, y sin embargo tal es la
triste realidad, que entre todas las religiones del mundo tan sólo el
cristinismo dogmático haya sostenido la creencia en la personalidad del diablo.
Ni los egipcios a quienes Porfirio diputa por “la más sabia nación del mundo”
(143) ni los griegos, sus fieles imitadores, ni los judíos cayeron jamás en tan
monstruoso absurdo, ni tampoco en el no menos quimérico de la condenación
eterna en el infierno, por más que el actual cristianismo atribuya al demonio
todo cuanto se relaciona con los paganos.70
La palabra infierno
que aparece en el original hebreo se traduce siempre torcidamente en las
versiones canónicas. Los hebreos no tenían del infierno el concepto que
posteriormente le dieron los intérpretes y traductores en el pasaje siguiente:
... y las puertas del infierno no
prevelecerán contra ella (144).
El texto original dice: “las puertas de la
muerte”; y en ninguna parte aparece la palabra infierno con el significado de
“condenación eterna” que le dieron los forjadores de este dogma. El Tophet (145)
o valle de Ennom (146) no significa infierno, y la palabra griega gehenna
equivale, en opinión de competentes filólogos, al Tártaro de que
habla Homero. Prueba de esto nos da el apóstol San Pedro en el pasaje
siguiente:
Y si Dios no perdonó a los ángeles que
pecaron, sino que, atándolos con amarras de infierno, los arrojó al tártaro
(147).
Pero como esta expresión recordaba la guerra
entre Júpiter y los titanes, los traductores substituyeron la palabra “tártaro”
por la de abismo o infierno. Las “puertas de la muerte” y “cámara de la muerte”
que suelen hallarse en el Nuevo Testamento no son ni más ni menos que
las “puertas del sepulcro” a que aluden los Salmos y Proverbios.
El infierno y el diablo son invenciones del tirano y dogmatizante cristianismo
oficial, nacidas al hervor de las calenturientas visiones de los eremitas.
Triste degeneración de la mentalidad humana denota el dominante concepto del
diablo, si lo comparamos con el que los antiguos tenían del “Padre del Mal”,
simbolizado en Tiphón (148), cuyo emblema era el asno.
DUALIDAD DE LOS DIOSES SOLARES
Así como Tiphón representaba entre los
egipcios el aspecto tenebroso y sombrío, en oposición a su hermano Osiris, así
también entre los griegos representó Python el aspecto antitético al del
esplendente Apolo, dios de las visiones y de los oráculos. Python mata a Apolo,
pero resucitado éste, mata a Python, y redime de este modo la culpa del linaje
humano. En memoria de la muerte de Python se adornaban las sacerdotisas de
Apolo con piel de serpiente, emblema del fabuloso monstruo vencido por el dios,
y bajo el excitador influjo magnético de aquella piel se transportaban las
sacerdotisas al frenesí mántico y por su boca daba Apolo los oráculos.
Apolo y Python significan los desdoblados
elementos de la divinidad solar, que todos los pueblos sin excepción,
concibieron andrógina. El suave y benéfico calor del sol vivifica las plantas,
pero el riguroso ardor de la canícula las marchita y agosta. Cuando pulsa la
lira de siete cuerdas difunde Apolo por doquiera la armonía; pero en su
pitónico aspecto es perturbación y disonancia. Así sucede en todas las
divinidades solares.
Averiguado está que el apóstol San Juan viajó
por Persia y otras comarcas asiáticas donde, si bien predominaba la religión
zoroastriana, abundaban los misioneros budistas, por lo que cabe dudar de si el
evangelista hubiera o no escrito el Apocalipsis de no haber estado en
comunicación y trato con los budistas; pues aparte de sus alusiones al dragón,
hay de ello vehementes indicios en los proféticos pasajes relativos al segundo
advenimiento de Cristo, cuya figura copia exactamente el apóstol de la de
Vishnú en trazos del todo desconocidos de los demás evangelistas.
Tenemos, por consiguiente, que Ophios y Ophiomorfos,
Apolo y Pythón, Osiris y Tiphón, Cristo y el Diablo son símbolos equivalentes
en sus respectivas dualidades, cuyos elementos no podríamos reconocer uno sin
otro, como tampoco fuera posible diferenciar el día sin la noche. Ambos
elementos son regeneradores y salvadores: el positivo en el orden espiritual y
el negativo en el orden físico. El elemento positivo confiere la inmortalidad
por virtud propia del espíritu; el elemento negativo la confiere por
regeneración de los gérmenes rúpicos. El Redentor del linaje humano ha de
morir, porque revela el maravilloso secreto del Yo. La serpiente del Génesis
incurre en la maldición divina, porque prometió a la mater (madre
Eva o materia) la inmortalidad, diciéndole:
De ninguna manera moriréis (149).
Entre los egipcios, el aspecto antitético de
la serpiente es el segundo Hermes o reencarnación del Hermes Trismegisto.
Es Hermes inseparable compañero e instructor
de Osiris e Isis, la personificación de la sabiduría, el hijo del Señor, que
como el Caín bíblico edifica ciudades y alecciona a los hombres en el ejercicio
de las artes.
Repetidas veces declararon los misioneros
cristianos que los indos están sumidos en el culto idolátrico del demonio,
cuando precisamente los únicos adoradores del diablo son los cristianos
vulgares, a quienes un clero fanático mantiene en la absurda creencia del
diablo personal, de quien se reirían no sólo el clero superior (oepasampalas)
sino hasta los novicios (samenaira) del sacerdocio budista, cuyos
doctores (pundites) cuidan de advertir que todo es alegórico en el culto
externo; y aunque se les pueda culpar de negligencia en el descuaje de las
muchas y muy groseras supersticiones del vulgo, no las inventan ni estimulan
como ocurre en Occidente respecto de la fomentada creencia en el diablo
personal, enemigo de Dios y de la humanidad.
El dragón de San Jorge que se ve esculpido en
casi todas las catedrales, no aventaja en hermosura alegórica al budista
Nammadânamnâraya, el gran Dragón o rey de las sierpes. Por otra parte, no debiera
el 71
clero católico
indignarse contra las supersticiones de los cingaleses que en los eclipses de
luna creen que la devora el demonio planetario Rahu, ni contra las de
los chinos que en los eclipses de sol salen a la calle provistos de bombos, platillos
y discos con que arman estrepitosos ruidos para ahuyentar al monstruo que
amenaza devorar al sol; pues según nos dice Draper, cuando en 1456 apareció el
cometa llamado después de Halley, produjo tal espanto en las gentes, que el
papa Calixto III se creyó obligado a exocizarle, y gracias a las maldiciones
pontificias se precipitó en los cerúleos abismos para no reanudar la aventura
hasta setenta y cinco años después (150).
No sabemos que el clero cristiano haya
intentado convencer al vulgo de que nada de diabólico tienen los eclipses ni
los cometas, y en cambio vemos cómo un prelado budista responde a un oficial
que le echaba en cara aquella superstición: “Nuestros libros canónicos enseñan
que los eclipses de sol y luna resultan de la acometida del planeta Rahu (151),
pero no de diablo alguno (152).
EL MITO DEL DRAGÓN
El mito del Dragón, que tan importante parte
toma en el Apocalipsis y la Leyenda de oro (153), es de origen
prebudista, pues deriva de la comarca de Cachemira, cuyos habitantes, convertidos
más tarde por los misioneros budistas, profesaron en primitivos tiempos la
religión ofita con el culto de la serpiente. Desde la conversión del país
sucedieron los incruentos sacrificios con ofrenda de flores e incienso a los
cruentos sacrificios humanos cuya principal determinante era la personificación
del diablo investido de abominable potestad; supersticiosa creencia que
heredaron los cristianos.
El Mahâvansa, el libro más antiguo de
las Escrituras ceilanesas, relata la leyenda del rey Covercapal (sierpe cobra),
el dios serpiente convertido al budismo por un santo arhat (154), y de esta
leyenda derivó seguramente la de San simeón Estilita.
El Logos triunfa del gran Dragón, y el
luminoso arcángel Miguel, príncipe de los eones, vence a Satán (155).
Conviene no olvidar que mientras el iniciado
mantenga en secreto lo que sabe, ningún mal le sobrevendrá por su sigilo. Tal
sucedió en tiempos antiguos y lo mismo sucede ahora. Tan luego como el Verbo
se encarnó en la tierra para sacar del silencio la divina palabra,
quedó sujeto a la muerte. La serpiente es emblema de la sabiduría y de la
elocuencia, pero también lo es de la muerte. “Osar, conocer, querer y callar”
es el lema fundamental del cabalista. Como Apolo y otros dioses solares, Jesús
muere por acción de su Logos (156); pero resucita para ser él a su vez el
matador y maestro. Las coincidencias entre los mitos religiosos de los pueblos
antiguos, transmutados en dogmas teológicos, son lo bastante sorprendentes para
sospechar que tal vez tuvieran algún significado tan oculto que nadie haya sido
capaz de presumirlo.
La identidad del Miguel cristiano con los
celestes caudillos de otras teogonías y la de Satán con el Dragón de los
paganos demuestra con toda evidencia que la India ha sido la cuna común de los
mitos religiosos surgidos al calor del misticismo. En sus comentarios a los Vedas
dice Ramatsariar:
El mundo principió con la lucha entre el
Espíritu del bien y el Espíritu del Mal y en lucha ha de acabar. Tras de la
desintegración de la materia el mal dejará de serlo, porque se restituirá al
caos.
Tertuliano adulter evidentemente en su Apología
las doctrinas y creencias sustentadas por los paganos respecto a los
oráculos y a los dioses, pues llama a estos demonios y diablos y les inculpa de
obsesionar aun a las aves del aire. Ningún cristiano pondrá en tela de juicio
la autoridad de Tertuliano al verla previamente corroborada por el rey David,
cuando dice que son ídolos todos los dioses de los gentiles; y el mismo
Ángel de las escuelas identifica los ídolos con los demonios,
según éstas sus palabras:
Se acercan a los hombres y les incitan a que
los adoren; para lo cual se valen de ciertas obras que parecen milagrosas
(157).
Los teólogos han procedido con refinada
astucia en sus amaños, pues después de haber forjado al diablo se creyeron
obligados a modelar santos. Ejemplo de ello nos da Baronio, que al leer en una
obra del Crisóstomo lo que este Padre de la Iglesia dice acerca del santo xenoris
(158), lo tomó por entidad personal de la que hizo un mártir de Antioquía,
cuya fingida biografía compuso con muchos pormenores que le daban visos de
autenticidad. Otros teólogos han supuesto que el Anticristo (159) y por
consiguiente el demonio, es el Apollyon en que Platón simboliza la
divinidad que purifica, lava y redime del pecado.
POÉTICAS FIGURAS DE LUZBEL
Según Max Müller, la serpiente paradisíaca
entraña un concepto originario al parecer de los hebreos, sin que sea posible
compararla con las terribles entidades Vritra y Ahriman de los Vedas y
el Avesta. Pero recordemos que para los cabalistas era el diablo el
invertido aspecto de Dios y por esto le ha llamado Eliphas Levi: embriaguez
astral, considerándole como una fuerza parecida a la electricidad, según se
infiere de aquellas alegóricas palabras en que Jesús dice cómo “vio a Satán
cual si fuese un rayo caído del cielo”.
Aseguran los dogmatizantes que la tarea del
diablo consiste en tentar continuamente al género humano por permisión de Dios,
cuyo amor a los hombres no quedara muy bien parado si fuese cierta la
aseveración, pues 72
denotaría en Dios una
perfidia incompatible con su augusta paternidad y se hiciera digno de que tan
sólo le adorase un clero capaz de entonar el Tedeum después de la matanza de
San Bartolomé y de bendecir las armas templadas por los musulmanes para
exterminar a los cristianos de Grecia (160).
Verdaderamente ridículas y pueriles son las
diferencias que se advierten entre las distintas representaciones del diablo.
Los fanáticos lo pintan con cuernos y rabo y se lo imaginan de figura horrible
y hedor pestilente (161); pero en cambio, Milton, Byron, Göethe y Lermontoff
(162) han poetizado la figura de Luzbel hasta darle en el Satán de Milton y en
el Mefistófeles de Göethe más vigoroso relieve que a las de los santos y ángeles
representados en las prosaicas leyendas de los mojigatos.
Ejemplo de estas descripciones del diablo nos
da Des Mousseaux al relatar el caso de una bruja confabulada con un íncubo,
según vemos en el siguiente pasaje:
Una vez vio esta bruja cerca de sí durante
media hora a un sujeto negrísimo, de espantable aspecto, con enormes manos
cuyos dedos parecían garfios. Los sentidos de la vista, tacto y olfato fueron
corroborados por el del oído (163).
¡Cuán distinto de este mal oliente
galanteador es el majestuoso Satán de Milton! No cabe concebir la soberbia
figura del ángel rebelde, personificación del orgullo, encerrado en la piel de
un reptil repulsivo, tal como nos lo representa el dogmatismo cristiano al
decir que el demonio tomó la insinuante y fascinadora figura de serpiente para
tentar a Eva en el paraíso. Dios maldice a la serpiente y la condena a
arrastrarse sobre su vientre y a comer tierra todos los días de su vida (164),
lo que, según observa Levi, en nada se parece a las tradicionales llamas del infierno.
Por otra parte, también se le daba el título
de Dominus a Ophión o aspecto demoníaco de la dualidad manifestada, como
vemos no sólo en Hércules (165), hijo de Júpiter y Alcmena y personificación
del Logos, sino en los demás dioses solares, todos ellos de doble naturaleza
(166). La palabra dios se deriva del sánscrito deva que significa
divinidad refulgente, y la palabra diablo proviene de la persa daeva que
en la religión mazdeísta significaba espíritu maligno, pero que originariamente
fue el deva induísta (167).
El Agathodemon o demonio benéfico (168), al
que los ofitas denominaban Logos o Sabiduría divina, estaba representado en los
misterios báquicos por una serpiente empinada sobre una pértiga. Análogamente,
según dice Deane, la serpiente con cabeza de halcón es uno de los más antiguos
emblemas egipcios de la mente divina (169). Por otra parte, expone Movers (170)
la identidad entre Moloch y Samael o Azazel, lo cual explica que Aarón, hermano
de Moisés, ofreciese igualmente sacrificios a Jehovah y Azazel, como vemos en
este pasaje:
Hará estar los dos machos de cabrío delante
del Señor a la entrada del tabernáculo... Y echando suertes sobre los dos, la
una para el Señor y la otra para el macho de cabrío emisario (Azazel,
(171).
El Antiguo Testamento nos muestra a
Jehovah con todos los atributos de Saturno (172), no obstante las
transmutaciones de Adonai en Eloi, y en Dios de dioses y Señor de señores
(173).
Satanás tienta a Jesús en el desierto y le
promete los reinos de la tierra si postrado le adora (174). De la propia suerte
el demonio Wasawarthi tienta a Gautama en el momento de salir del palacio de su
padre, diciéndole que no se vaya, pues allí le aguardan la gloria, la riqueza y
el poderío; pero Gautama resiste a la tentación y el demonio rechina los
dientes de ira y promete vengarse. Como Buda, también triunfa Cristo del
demonio (175).
EL CÁLIZ DE AGATHODEMON
En los misterios báquicos se pasaban los
fieles de mano en mano el cáliz consgrado que llamaban del Agathodemon (176), y
de estos misterios tomaron indudablemente los ofitas la misma ceremonia, pues
la comunión en las dos especies de pan y vino se conoció en el culto de las
principales divinidades (177).
Respecto al sacramento casi mítrico que
adoptaron los gnósticos marcosianos, también cabalistas y teurgos, nos cuenta
Epifanio una curiosa leyenda en demostración de las artimañas del demonio.
Dice así:
En la fiesta congregacional de la Eucaristía
llenaban los marcosainos de vino blanco tres grandes vasos de finísimo y
transparente cristal. Durante la ceremonia tomaba el vino a la vista de todos
los fieles un color rojo de sangre, que cambiaba después en púrpura y por
último en azul celeste. Entonces el celebrante entregaba uno de los tres vasos
a una mujer de la congregación para que lo bendijera, y esto hecho trasegaba el
celebrante su contenido a otro vaso mucho mayor diciendo: “Que la gracia de
Dios inconcebible e inexplicable, que domina todas las cosas, llene tu interno
ser y acreciente el conocimiento del que está dentro de ti, sembrando la
simiente de mostaza en tierra fértil (178).
Terminada esta plegaria, el licor del vaso se
embravece hasta rebosar (179).
EL DESCENSO A LOS INFIERNOS73
El descenso de Cristo
a los infiernos tiene su punto de comparación en las antiguas religiones (180).
El Credo cristiano, cuya composición atribuye San Agustín (181) a los
doce apóstoles, cada uno de los cuales interpuso una de las doce proposiciones
o artículos en que se divide, contiene la de: “descendió a los infiernos y al
tercer día resucitó de entre los muertos”. Este artículo corresponde a Santo
tomás en el orden de atribución, sin duda como en penitencia de su
incredulidad; pero no obstante, lo más probable es que fuera interpolado
posteriormente, pues nada prueba que los apóstoles compusieran el Credo ni que
en la época apostólica se conociese tal como está hoy redactado (182). En
cambio, hay fundados motivos para afirmar que este artículo se interpoló hacia
el año 600 (183), porque Teodoreto, Epifanio, Eusebio, Ireneo, Orígenes, Tertuliano
y Sócrates no lo conocieron (184) ni constaba en los antiguos textos del
símbolo de la fe, según dice el obispo Parsons (185), ni lo mencionan los
concilios anteriores al siglo VII, ni el Credo de San Agustín (186). Por otra
parte, Rufino (187) afirma que en su tiempo no aparecía este artículo ni en el
Credo latino ni en el griego.
Sin embargo, se disipa toda duda al saber que
hace muchos siglos le habló Hermes al encadenado Prometeo, diciendo:
No cesará tu tormento hasta que un dios lo
padezca en tu lugar y descienda a los tenebrosos abismos del Tártaro (188).
En la mitología griega este dios era
Heracles, el unigénito, el Salvador (189), a quien tomaron por modelo los
Padres de la Iglesia y de quien dice Luciano:
Heracles no dominó a las naciones por la
fuerza, sino por persuasión y sabiduría divina. Heracles mejoró a los hombres,
estableció una religión suave y desbarató la doctrina de la condenación eterna
expulsando del mundo inferior al Cerbero (190).
Del mismo modo que de Cristo se nos dice, se
ofreció Heracles voluntariamente en sacrificio por los pecados del mundo y puso
fin a los tormentos de Prometeo (191), descendiendo a los dos lugares
inferiores: el Hades y el Tártaro.
Dice Bart sobre el particular:
Su voluntario sacrificio auguró el nuevo
nacimiento etéreo de los hombres... Al libertar a Prometeo y erigir altares se
constituyó en mediador entre las creencias antiguas y modernas... Abolió los
sacrificios humanos... Descendió en espectro al sombrío reino de Plutón y
ascendió en espíritu al Olimpo para reunirse con su padre Zeus.
Tan difundida estaba en la antigüedad la
leyenda de Heracles y por tan de fe se tenía, que hasta los mismos hebreos,
erróneamente diputados por monoteístas, la copiaron en sus alegorías; pues así
como de Heracles se dice que quiso robar el oráculo délfico, así también, según
el Sepher Toldoth Jeschu, sustrajo Jesús del santuario el Nombre
inefable. No es, por lo tanto, extraño que de la propia suerte se haya copiado
su descenso a los infiernos. El Evangelio de Nicodemus, que hasta estos
últimos tiempos no se ha declarado apócrifo, excede en plagios y falsedades a
todo atrevimiento, como se colige de su examen. El capítulo XVI de este
Evangelio presenta en amigable plática a Satanás y al Príncipe del infierno, quienes
de pronto se ven sobrecogidos por una voz tonante como el trueno y rugiente
como el huracán, que les manda abrir las puertas de sus dominios porque ha de
entrar por ellas el Rey de la Gloria. El Príncipe del infierno
reconviene entonces a Satanás por no haberse prevenido para impedir semejante
visita, y después de fuerte altercado expulsa el Príncipe a Satanás del
infierno y ordena a sus impíos oficiales que cierren las broncíneas puertas de
crueldad y luchen denodadamente para no caer prisioneros. Pero al oír esto, los
santos (192) le dijeron con encolerizada voz al Príncipe de las tinieblas:
“Abre las puertas de tu reino para que entre por ellas el Rey de la Gloria”
(193). Y el profeta David exclamó diciendo: “¿Acaso no profeticé yo verdad
cuando estaba en la tierra?”. Y el santo profeta Isaías habló y dijo: “¿No
profeticé yo verdad?”. Los santos se levantan entonces contra el Príncipe del
infierno, quien replica fingiéndose ignorante: “Nunca se habían portado tan
insolentemente los muertos. ¿Quién es el Rey de la Gloria?”. A esto responde
David que conoce bien su voz y comprende sus palabras porque le habla al
espíritu; pero viendo que a pesar de todo no quiere el Príncipe del infierno
abrir las broncíneas puertas de la iniquidad, le replica airadamente: “Y ahora,
¡oh tú, inmundo y hediondo Príncipe del infierno!, abre las puertas... El Rey
de la Gloria viene... Déjale entrar”. Todavía estaban en esta querella cuando
apareció el poderoso Señor en forma humana, cuya presencia atemorizó a la impía
muerte y a sus crueles ministros, que temblorosos halagan a Cristo y le hablan
interrogativamente, de modo que cada pregunta entraña el mismo concepto que los
artículos del credo. Así le dicen: “¿Quién eres tú, de tal poder y grandeza que
rompes las cadenas del pecado original?... ¿Eres tú aquel Jesús de quien hace
poco nos decía Satán que por la muerte en cruz mereciste recibir poder sobre la
muerte?”. Pero el Rey de la Gloria no responde: huella a la muerte, prende al
Príncipe del infierno y le despoja de su poder.
LA DERROTA DE SATANÁS74
Entonces se promueve
en el infierno un alboroto, magistralmente descrito por Homero y Hesíodo, según
nos demuestra su intérprete Preller (194) en el relato de Hércules invicto y de
las fiestas de Tiro, Tarsis y Sardia.
Luego de iniciado en los misterios eleusinos
desciende Hércules al Hades, y a su presencia huyen aterrorizados los muertos
(195) y todo es confusión, horror y lamentos. Al ver la batalla perdida, el
Príncipe del infierno encoge prudentemente el rabo y se pone del lado del más
fuerte. El pobre Satán contra quien, según los apóstoles Pedro y Judas, no se
había atrevido ni el mismísimo arcángel San Miguel a levantar ante el Señor una
sola queja, se ve ignominiosamente tratado por el Príncipe del infierno, a quien
el rey de la Gloria le dice: “¡Oh Beelzebub, príncipe del infierno! Desde ahora
y para siempre quedará Satán sujeto a tu dominio en vez de estarlo Adán y su
linaje, que ya es mío... Venid a mí ¡oh mis santos!, que fuisteis creados a mi
imagen y condenados por el fruto prohibido a la esclavitud de la muerte y el
demonio. Vivid ahora por el leño de mi cruz, pues el diablo, rey de este mundo,
está sojuzgado y vencida la muerte. Dicho esto, el Señor toma a Adán por la
mano derecha, a David por la izquierda, y seguido de Enoch, Elías, el buen
ladrón y los santos patriarcas, sube del infierno al cielo (196).
Otra analogía de este mito nos ofrece el Código
de los nazarenos, donde Tobo, el libertador del alma de Adán, la
conduce del Orco (197) al asiento de Vida. Es Tobo lo mismo que Tobadonías,
uno de los nueve levitas enviados por Josafat a predicar el Libro de la ley por
las ciudades de Judá (198). Según los cabalistas, los levitas, discípulos o
magos enfocaban los rayos solares para iluminar el mundo intermedio (199) y
mostrar al alma de Adán (200) el camino que se aparta de las tinieblas de la
ignorancia.
En el Libro de los muertos dice
Osiris:
Yo brillo como el sol cuando celebra su
fiesta en la mansión estrellada (201).
También a Cristo se le llama “Sol de
Justicia” y “Helios de Justicia” (202) como reminiscencia de las alegorías
paganas; lo que no deja de ser blasfemia en boca de quienes presumen describir
con ello un episodio de la peregrinación terrena de su Dios.
Por otra parte tenemos los siguientes
pasajes:
Heracles ha salido de las cámaras de la
tierra, de la subterránea morada de Plutón (203).
Ante Ti tembló la laguna Estigia y se
atemorizó el portero del Orco. No pudo amedrentarte ni aun el mismo tiphón.
¡Salve verdadero hijo de Jove! ¡Gloria a los dioses! (204).
Más de cuatro siglos antes del nacimiento de
Jesucristo había ya escrito Aristófanes (205) su inmortal parodia del descenso
de Heracles a los infiernos con el coro de bienaventurados, los Campos Elíseos,
la llegada de Heracles en compañía de Baco (206), a quienes reciben con
antorchas encendidas, emblema de la resurrección a nueva y luminosa vida desde
las tinieblas de la muerte. Nada falta en la aristofanesca comedia: Las
ranas, de cuanto sobre el descenso a los infiernos relata el Evangelio
de Nicodemo. De ella son los siguientes versos:
Despierta, enciende las antorchas..., porque
tú llegas ¡oh Iaccho! y en tus manos las blandes ¡oh fosforescente astro del
nocturno rito!
Los cristianos aceptan como artículo de fe el
aventurero descenso de Cristo a los infiernos, sin advertir la amalgama de esta
creencia con el mito pagano, tan donosamente ridiculizado por Aristófanes. El
Evangelio de Nicodemo, con todos sus absurdos, se leyó durante muchísimo tiempo
en las iglesias, lo mismo que el Pastor de Hermas, puesto por Ireneo entre los
libros auténticos de las Escrituras reveladas.
Los teólogos cristianos, entre ellos Eusebio,
Atanasio y Jerónimo, insisten en la necesidad de que ambos libros se lean en
las iglesias, pues los Padres recomiendan su lectura, a fin de confrirmar a los
fieles en la fe y en la piedad. Sin embargo, tuvo posteriormente su reverso
esta hermosa medalla, porque el mismo San Jerónimo, que encomia el Evangelio
de Nicodemo en su catálogo de autores eclesiásticos, lo repudia en sus
comentarios por apócrifo e insulso. Y Tertuliano, que mientras profesó el
catolicismo se deshizo en elogios del Pastor de Hermas, revolvióse
contra él al abrazar la herejía de Montano (207).
CARINO Y LENCIO
El mismo Evangelio de Nicodemo nos da
el relato de las almas de Carino y Lencio, los resucitados hijos de aquel
Simeón que, según el evangelista San Lucas, tomó al niño Jesús en brazos y
bendijo a Dios diciendo:
Ahora, Señor, despides a tu siervo, según tu
palabra, en paz. Porque han visto mis ojos tu salud (208).
Carino y Lencio se levantaron de la tumba
para declarar los misterios que habían presenciado en el infierno, y resucitan
a ruegos de Anás, Caifás, Nicodemo, José de Arimatea y Gamaliel, deseosos de
conocer los importantes secretos que ambas almas revelan después de jurar, a
intimación de Anás y Caifás (conductor de almas a la Sinagoga), sobre el Libro
de la ley, POR Adonai y el Dios de Israel, que dirán verdad en lo que
declaren. Acto seguido hacen la señal de la cruz (209) sobre sus lenguas y
piden papiro en que apuntar sus 75
revelaciones (210),
según las cuales, mientras estaban en el infierno sumidos en tinieblas vieron
súbitamente una intensa y purpúrea luz que iluminaba aquel lugar. Al punto se
regocijaron las almas de Adán, de los patriarcas y profetas, entre quienes se
hallaba Isaías, que se ufanó de haber profetizado en su tiempo todo cuanto a la
sazón acaecía. Entonces llega Simeón, el padre de los resucitados, y dice que
el niño a quien había tenido en sus brazos en el templo iba a libertarles. A
esto aparece un eremita que declara ser Juan el Bautista (211), y sin acordarse
de las dudas puestas en su boca por el evangelista San Mateo (212) acerca de si
Jesús era o no el Mesías, lo reconoce como tal diciendo: “Y yo, Juan, henchido
de Espíritu Santo, al ver que hacia mí venía Jesús, exclamé: “He aquí el
Cordero de Dios que quita los pecados del mundo...”. y la bauticé y vi que el
Espíritu Santo descendía sobre Él, al par que de lo alto clamaba una voz: “Éste
es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas todas mis complacencias” (213).
Entonces aparece en escena Adán, quien receloso de no ser creído por las
cohortes infernales, llama a su hijo Seth para que repita lo que el arcángel
San Miguel le había dicho en las puertas del Paraíso cuando fue a suplicar a
Dios que ungiera la cabeza de él, su padre, a la sazón enfermo (214).
Requerido por Adán, declara Seth que Miguel
le aconsejó que parra ungir a su padre enfermo no le pidiera a Dios el aceite
del árbol de la misericordia, pues no le sería posible recibirlo hasta la plenitud
de los tiempos, pasados 5.500 años.
Esta plática entre Miguel y Seth fue
indudablemente interpolada para cohonestar la cronología de los Padres de la
Iglesia y dar algún fundamento al mesianismo de Jesús. Pero los primitivos
teólogos se equivocaron al derrocar las imágenes paganas y perseguir a los
sacerdotes gentiles en vez de demoler los monumentos egipcios por los cuales
saben hoy los arqueólogos que el rey Menes y sus arquitectos florecieron cinco
mil años antes de que, según la Biblia, crease Dios el universo de la
nada y formase al padre Adán del barro de la tierra (215).
EVANGELIO DE NICODEMO
Sigue diciendo el Evangelio de Nicodemo (216)
que mientras los santos andaban alborozados por la buena nueva, Satán, el
caudillo de la muerte, le dice al Príncipe del Averno: “Disponte a recibir a
Jesús de Nazareth, que se vanaglorió de ser Hijo de Dios y era un hombre
temeroso de la muerte, pues dijo: “Triste está mi alma hasta la muerte”.
Los teólogos griegos se quejan de que algunos
herejes (acaso Celso) hayan argüido sobre este punto contra los ortodoxos,
diciendo que si Jesús hubiese sido Dios no se lamentara como lo hizo ni tampoco
exclamara con lastimera voz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”.
A esta objeción redarguye el Evangelio de Nicodemo por boca del Príncipe
del Infierno, quien responde a la intimación de Satán diciendo: “¿Cómo un tan
poderoso príncipe ha de ser temeroso de la muerte? Te aseguro que quiso
engañarte al decir que temía a la muerte. Por lo tanto, desgraciado serás
por toda la eternidad”.
Es muy significativo que Nicodemo se ciña
todo lo posible en su Evangelio al Nuevo Testamento, y más estrechamente
al cuarto evangelista, para cohonestar, mediante diálogos inocentes al parecer,
los pasajes más sospechosos de los Evangelios canónicos que los gnósticos
analizaron detenidamente con su delicada hermenéutica, por lo que tuvieron los
Padres de la Iglesia mayor cuidado en destruir los tratados gnósticos que en
refutar las que llamaban herejías. Ejemplo de la tendencia observada en el Evangelio
de Nicodemo nos da el diálogo entre Satán y el Príncipe del infierno, en
que éste pregunta ingenuamente:
¿Quién es ese Jesús de Nazareth que sin rogar
a Dios, con sólo su palabra me arrebata los muertos? (217).
A lo que responde Satán con malicia
jesuítica:
Tal vez sea el mismo que me arrebató a Lázaro
después de cuatro días de muerto, cuando ya hedía... Es el mismo Jesús de
Nazareth.
Y el Príncipe del infierno le replica:
Yo te conjuro por nuestra común potestad, que
no me traigas a Jesús de Nazareth, pues cuando oí hablar del poder de su
palabra entróme miedo y mis impíos ministros se conturbaron. Y no pudimos
detener a Lázaro, pues maliciosamente se nos escapó de entre manos con violenta
sacudida, y la tierra en cuyo seno reposaba lo restituyó sano y vivo. Ahora
reconozco que Él es el Dios omnipotente, poderoso en sus dominios y en
su naturaleza humana, pues es el Salvador de la humanidad. No me lo
traigas acá, porque libertaría a cuantos tengo presos por incrédulos y los conduciría
a la vida eterna (218).
Hasta aquí lo apuntado en las escritas
declaraciones de Carino y Lencio. El primero las entrega a Anás, Caifás y
Gamaliel; el segundo a José y Nicodemo. Después se convirtieron los dos en
blancos espectros que, desvanecidos, no se les volvió a ver más.
Para demostrar que ambas almas estuvieron
durante todo aquel tiempo en estrictas “condiciones de comprobación”, como
dirían los modernos espiritistas, añade Nocedemo que lo escrito por ambos
coincidía tan exactamente que no había en lo de uno ni más ni menos letras que
en lo del otro.76
Sigue diciendo el
mismo Evangelio que todas aquellas voces se derramaron por las sinagogas, y en
vista de ello aconsejó Nicodemo a Pilatos que reuniese a los judíos en el
templo, donde Anás y Caifás confiesan que el Jesús a quien ellos crucificaron
es Jesucrito, Hijo de Dios y el verdadero Dios omnipotente. Pero no obastante
esta confesión, ni Anás ni Caifás ni Pilatos ni judío alguno de suposición y
arraigo se convierte al cristianismo, lo cual excusa todo comentario.
El Evangelio de Nicodemo termina como
sigue:
En nombre de la Santísima Trinidad (219) así
concluyen los hechos de nuestro Salvador Jesucristo, que el emperador Teodosio
el Grande encontró en los archivos del palacio de Pilatos en Jerusalén, y que
según refiere la historia escribió Nicodemo en lengua hebrea. Ocurrieron estas
cosas el año décimonono del reinado de Tiberio César, emperador de los romanos,
y en el décimo séptimo del gobierno de Herodes, hijo de Herodes, rey de
Galilea, el octavo día de las calendas de abril...
Ésta es la más atrevida impostura de cuantas
se forjaron desde que con el primer obispo de Roma se inició la era de piadosas
ficciones.
El burdo amañador de este Evangelio echó
en olvido que el dogma de la Trinidad no se promulgó hasta cinco siglos
después, y que ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento aparece
la palabra “Trinidad” ni hay la más leve alusión a esta doctrina. No hay
pretexto bastante a justificar la publicación de este Evangelio cuyos capitales
conceptos son hoy dogmas de la Iglesia, no obstante haberlo ésta declarado
apócrifo, pues los hermenéuticos sinceros advirtieron desde un principio que
todo él era impostura, y al fin no tuvo la Iglesia más remedio que reconocer
avergonzada su yerro.
EL CREDO DE TAYLOR
Por lo tanto, no estará de más copiar el Credo
cristiano según lo enmendó roberto Taylor, y dice así:
Creo en Zeus, padre omnipotente, y en su hijo
Iasios Cristo nuestro Señor, que fue concebido por el Espíritu Santo y nació de
la virgen Electra. Muerto por un rayo fue sepultado y descendió a los
infiernos, subió a los cielos y desde allí ha de volver a juzgar a los vivos y
a los muertos. Creo en el santo Nous, en el santo círculo de los dioses
mayores, en la comunión de las divinidades, en el perdón de los pecados, en la
inmortalidad del alma y en la vida perdurable.
Se ha demostrado que los israelitas adoraban
a Baal (220) y a la serpiente sabaciana de Esculapio y que celebraban los
misterios báquicos; pero todavía hallaremos mayores pruebas de ello al
considerar la identidad entre el sobrenombre de Seth (221) dado a
Tiphón; el nombre de Seth (222), hijo de Adán, y el nombre de Seth,
divinidad adorada por los heteos. Además, el historiador Apión dice que en
tiempo de los Macabeos tenían los judíos en el templo una cabeza dorada de asno
que, cuando el saqueo de Jerusalén, se llevó Antíoco Epifanes. Y según refiere
la Escritura, el profeta Zacarías se queda mudo a consecuencia del susto que le
dio la aparición de una divinidad en figura de asno (223).
Dice Pleyté que la divinidad solar denominada
El por los asirios, egipcios y semitas es idéntica a Set o Seth
y a Saturno o Israel (224), que por otra parte equivale al
Siva etíope, al caldeo Baal o Bel y al Kiyun o Chium del profeta Amós, pudiendo
resumirse todas estas divinidades en el destructor Tiphón. Cuando la teogonía
definió más claramente sus conceptos, quedó Tiphón desdoblado de su buen aspecto
y cayó en la degradación de potestad ininteligente.
No es raro ver estas alteraciones en el
pensamiento religioso de un país. En sus primitivos tiempos adoraron los judíos
a Baal, Moloch y Hércules (225), de modo que los profetas hubieron de
reconvenirles por su idolatría. Además, el Jehovah bíblico ofrece en sus rasgos
característicos mayores semejanzas con Siva que con una divinidad benévola e
indulgente, aunque al fin y al cabo no pierde nada Jehovah en su parecido con
Siva, dios de la sabiduría, que según Wilkinson es el más inteligente dios del
panteón indo. Tiene tres ojos, y como Jehovah es terrible en sus venganzas e
irresistible en su cólera; y si bien destruye, también regenera con
perfecta sabiduría (226). Es el tipo de aquella Divinidad que según San Agustín
condena a los tormentos del infierno a quienes osan escudriñar sus arcanos, y
pone a prueba la razón humana forzándola a someterse por igual a sus buenas o
malas acciones.
SACRIFICIOS HUMANOS EN ISRAEL
Los israelitas lograron disfrazar la verdad,
hoy abundosamente comprobada, de que adoraban a diversas divinidades y aun
ofrecían sacrificios humanos el año 169 antes de J. C., pues Antioco Epifanes
al entrar en el templo de Jerusalén halló un hombre dispuesto al sacrificio; y
en época en que los paganos habían ya sustituido las víctimas humanas por reses
de ganado (227), aparece Jefté sacrificando a su hija en holocausto del señor.
Bastan las admoniciones de los profetas para
demostrar que los israelitas adoraban a dioses ajenos, que los altares erigidos
en las cumbres de los montes eran de la misma condición que los de las naciones
gentiles, y las profetisas hebreas remedo de las pitonisas y bacantes. Dice
Pausanias que había comunidades femeninas 77
al cuidado del culto
de Baco, y alude además a las dieciseis matronas de Elis (228); pero también
tenemos en el pueblo de Israel análogos ejemplos, según denotan los siguientes
pasajes:
Había una profetisa llamada Débora..., la
cual en aquel tiempo juzgaba al pueblo (229).
Fueron, pues, Helcías el sacerdote..., a
buscar a Holda profetisa, la cual habitaba en el estudio (230).
... hizo venir de allí una mujer sagaz (231).
Mas una mujer sabia de la ciudad dijo a
voces: Pues qué, ¿no soy yo la que doy respuestas verdaderas en Israel? (232).
Todo esto a pesar de que Moisés había prohibido
la adivinación y los augurios.
En cuanto a los sacrificios humanos y a la
analogía del culto de Jehovah con el de Moloch, nos da de ello vehementes
indicios este otro pasaje:
Todo lo que es consagrado al Señor, sea
hombre, animal o campo, no se venderá ni podrá rescatarse..., será cosa
santísima. Y toda consagración que ofrece un hombre no se rescatará, sino que
morirá de muerte (233).
La dualidad, cuando no la pluralidad de los
dioses adorados por los israelitas, está manifiesta en las predicaciones de los
profetas contra el rito de los sacrificios, que ninguno de ellos sancionó sino
que todos vituperaron, según nos dan ejemplo Samuel y Jeremías en estos
pasajes:
Y dijo Samuel: ¿Pues qué quiere el Señor,
holocaustos y víctimas o no más bien que se obedezca la voz del Señor? Porque
mejor es la obediencia que las víctimas (234).
Porque no hablé con vuestros padres ni les
mandé el día que los saqué de tierra de Egipto, de asunto de holocaustos y de
víctimas (235).
Los profetas anatematizadores de los
sacrificios humanos eran sin excepción nazares o iniciados y
acaudillaban el partido anticlerical, es decir, a los hombres de claro
entendimiento que se rebelaban contra la tiranía de los sacerdotes, como
posteriormente habían de luchar los gnósticos contra los Padres de la Iglesia.
Cuando a la muerte de Salomón se dividió la monarquía hebrea, quedaron los
sacerdotes en el reino de Judá, cuya capital era Jerusalén, donde estaba el
templo, y los profetas quedaron en Samaria, capital del reino de Israel, sin
religión cultualmente definida. En el reino de Judá no aparecieron profetas de
importancia hasta Isaías, cuando ya había perecido el reino de Israel.
Elías y Eliseo no tuvieron reparo en ponerse
en trato y prestar auxilio al rey Acab de Israel, que estableció el culto de
Baal y las divinidades asirias. Eliseo ungió por rey a Jehú, con propósito de
que exterminase a las familias reales de ambos reinos y los uniera en una misma
corona ceñida a sus sienes. eN cuanto al templo de Salomón, ningún profeta
hebreo le dio la menor importancia ni jamás pusieron los pies en él, pues como
estaban iniciados en la doctrina secreta de Moisés iban cuidadosos de no confundirse
con los sacerdotes que mantenían al pueblo en la idolatría y le inculcaban el
exotérico concepto de Jehovah, que después adoptaron los teólogos cristianos.
PERSEVERANCIA DE LOS JUDÍOS
Ahora bien; si según hemos visto, el
dogmatismo romanista es una mezcolanza de las mitologías paganas, ¿cómo
relacionarlo con la religión mosaica, cuando el apóstol San Pablo y los
gnósticos distinguían esencialmente entre el cristianismo y el judaísmo? Les
decía Esteban a los judíos: “Vosotros recibisteis la Ley por ministerio de los
ángeles (236) y no de las propias manos del Altísimo”. Y los gnósticos
identificaban a Jehovah con Ilda-Baoth, hijo del caos (bohu) y
adversario de la divina sabiduría.
Pero toda duda se desvanece al considerar que
la llamada ley de Moisés, con su inherente monoteísmo, no puede remontarse más
allá de tres siglos antes de J. C., pues el Pentateuco fue escrito
después de la cautividad de Babilonia, cuando los reyes de Persia ordenaron la
colonización de Palestina. El embrollo deriva de que empeñados los Padres de la
Iglesia en ensamblar con el judaísmo su recién forjado sistema religioso, para
mejor combatir de esta suerte al paganismo, huyeron de Escila y sin advertirlo
cayeron en Caribdis, pues bajo el superficial barniz de monoteísmo se echó
luego de ver la fibra de los mitos paganos.
A pesar de todo, no hemos de zaherir a los
actuales judíos porque sus padres adoraran a Moloch según hicieron sus
circunvecinos, ya que desde la vuelta del cautiverio no quebrantaron la ley
monoteística ni desobedecieron a sus profetas, sin que les hayan arredrado las
más violentas persecuciones. Mientras el cristianismo se ha dividido en
infinidad de sectas hostiles, el pueblo hebreo, aunque disperso por el haz de
la tierra, se mantiene indisgregablemente unido por el espiritual lazo de la
fe.
Las hermosas virtudes predicadas por Jesús en
el Sermón de la Montaña no resplandecen cual debieran en el mundo cristiano, y
en cambio las practican los ascetas budistas y los fakires induístas; al paso
que los vicios achacados por viperinas lenguas al paganismo, corroen al clero y
demuelen la sociedad cristiana.
Puramente imaginario es el abismo que,
apoyada en la autoridad de Pablo, ve abierto la exageración religiosa entre el
cristianismo y el judaísmo, pues los occidentales no somos ni más ni menos que
los herederos intolerantes del fanatismo de los antiguos israelitas que
adoraban a Baco-Osiris, el Dio-Nyssos, el 78
Jove de Nyssa, la
divinidad sinaítica de Moisés, a diferencia de los del tiempo de Herodes y de
la época romana, que a pesar de toso sus defectos se mantenían en la más
rigurosa ortodoxia monoteísta.
Los llamados demonios cabalísticos se
tuvieron por entidades objetivas, sin parar mientes en su profundo significado
alegórico, y en ello encontraron los demonólogos pretexto bastante para forjar
toda una jerarquía diabólica.
El famoso mote de los rosacruces: Igne
natura renovatur integra (237) se adulteró en el célebre inri de Iesus
Nazarenus rex Iudoeorum, tomando al pie de la letra el sarcasmo de Pilatos, contra
el que protestaron enérgicamente losj judíos por no reconocer por su rey a
Jesús.
El triagrama I. H. S. suele interpretarse Iesus
Hominum Salvator o bien In hoc signo, siendo así que IHE es
uno de los más antiguos nombres de Baco.
A la luz de la teología comparada descubrimos
que el principal propósito de Jesús, iniciado en la doctrina secreta, fue
mostrar a los ojos del vulgo la diferencia entre la suprema Divinidad (238) y
el Jehovah del dogmatismo hebreo. Por esta razón, uno de los más graves cargos
que los católicos imputan a los rosacruces es que estos atribuyen a Jesús la
abrogación del culto de Jehovah. Mejor fuera que así lo hubiera logrado, pues
no se encontraría el mundo sumido en tinieblas al cabo de diecinueve siglos de
cruenta y mortífera lucha entre las trescientas sectas cristianas que parecen
dominadas por el diablo personal.
Apoyados en la declaración de David (239)
para quien eran “ídolos todas las divinidades gentílicas, transmutaron los
teólogos cristianos en diablo al dios Baco, que en la teogonía órfica era el
Unigénito (Monógenes) del padre Zeus y su esposa Koré. Pero los doctores de la
Iglesia, cuyo fanático celo corría parejas con su ignorancia, no sospechaban
que de esta suerte iban a proporcionar pruebas contra ellos mismos y facilitar
la solución del enigma a los modernos escudriñadores de la ciencia y la
religión.
OPINIÓN DE WILDER
El mito de Baco mantuvo oculto durante largos
y tenebrosos siglos el futuro desquite de las divinidades gentílicas y la clave
del enigma concerniente a la extraña dualidad humano-divina que tan
definidamente caracteriza al Dios del Sinaí y cuya explicación tan clara va
apareciendo a las escrutadoras miradas de los modernos investigadores, según
demuestra el siguiente extracto final del estudio de Wilder sobre la materia:
Tal era el Jove de Nysa para sus adoradores,
que veían en él la doble representación del mundo objetivo y del mundo mental.
Era el “Sol de Justicia” que en sus rayos traía la salud a los mortales,
alegraba su corazón y les infundía la esperanza en la vida eterna. Nació de
madre humana a quien por la alteza de su dignidad elevó desde el mundo de la
muerte a las regiones etéreas para que recibiese adoración y reverencia. Era el
Jove de Nysa a la par Señor y Salvador de los mundos.
Tal era Baco, el dios profeta. Pero el cambio
de religión decretado a instancias de Ambrosio, obispo de Milán, por aquel
imperial asesino llamado Teodosio el Grande, le atribuyó inicuamente caracteres
demoníacos. El culto de Baco, hasta entonces universal, quedó estancado en las
comarcas rurales llamadas pagos, y se tuvieron sus ritos por
abominaciones de hechicería y por aquelarres sus misterios, y su preferente
emblema de la pezuña hendida se trocó en atributo corporal del diablo.
Un tiempo recibió Baco el sobrenombre de
Padre de familia (Beelzebub); pero desde entonces, sobre cuantos a su
servicio estaban, recayó la acusación de servir a las potestades tenebrosas. Se
levantaron cruzadas contra ellos, y poblaciones enteras sufrieron los horroes
de la matanza. El verdadero y hondo saber fue condenado como magia y
hechicería, y la ignorancia quedó convertida en madre de la devoción mojigata.
Galileo penó largos años en un calabozo por enseñar que el sol era el centro de
nuestro sistema planetario. Bruno murió en la hoguera por su intento de
restaurar la filosofía antigua. Mas a pesar de todo, la liberalia o fiesta
religiosa de Baco se convirtió en fiesta de la Iglesia (240), y el dios en un
santo cuatro veces repetido en los calendarios y representado en los altares en
brazos de su divinizada madre. Cambiaron los nombres; pero han perdurado
inalterables los conceptos (241).
Demostrada la quimera del diablo y de los
ángeles rebeldes, pasaremos a tratar acerca de la divinidad de Jesús y de su
obra redentora, que según la teología cristiana consistió en arrancarnos de las
garras del mítico Satán.
Para ello será preciso cotejar paralelamente
las vidas, doctrinas y milagros de Krishna, Gautama y Jesús.
CAPÍTULO IV
No pecar, hacer el bien y purificar la mente.
Tal es la
enseñanza de quien ha despertado.
Más valioso que la soberanía de la tierra y
que la gloria
del cielo y que el dominio de los mundos es
el premio de
quien da el primer paso en el sendero de la
santidad.
Dhammapada, 178 y 183.
Creador, ¿en dónde están los tribunales, en
dónde juzgan 79
las audiencias y se
reúnen los jurados a quienes el mortal ha
de dar cuenta de su alma?- Vendidad,
XIX, 89.
¡Salve oh humano! que desde la región de lo
transitorio
te elevaste a la de lo imperecedero.-Vendidad,
VII, 136.
El verdadero creyente acoge la verdad
doquiera la
halla, y ninguna doctrina le parece menos
aceptable
ni menos verdadera porque la hayan expuesto
Moisés
o Cristo, Buda o Lao Tse.-MAX MÜLLER.
Quienes desearon vindicar a la filosofía
religiosa de Oriente no tuvieron feliz ocasión para ello, pues no parece sino
que de algún tiempo a esta parte estén en secreta connivencia los eruditos del
mundo oficial y los misioneros cristianos en países infieles, para desfigurar
cautelosamente toda verdad que pugne con sus congruas. Además, es muy fácil
acallar las voces de la conciencia cuando los gobiernos se apoyan en la
religión del Estado, que cualquiera que sea tan útilmente explotan en su
provecho. Tal es la diplomacia de la ciencia oficial.
En su Historia de Grecia compara Grote
a los pitagóricos con los jesuitas, y dice que se prevalían de su
confraternidad para fines políticos. Algunos historiadores se han apresurado a
presentar a Pitágoras según le pinta la maledicencia de Heráclito y otros
autores antiguos, esto es, como hombre astuto y hábil para el mal y de juicio
desequilibrado, aunque de muy vasta erudición. El satírico Timón dice de
Pitágoras que fue hombre de agradable elocuencia a propósito para cazar
incautos; y si los detractores de la filosofía antigua no reparan en dar
crédito a esta opinión, ¿cómo negárselo a lo que de Jesús nos dice Celso? La
imparcialidad del historiador ha de sobreponerse a sus personales creencias, y
tanta exige la posteridad respecto de unas como de otras doctrinas. La vida y
hechos de Jesús no están apoyados en las pruebas de histórica valía que
atestiguan la vida y hechos de Pitágoras; porque seguramente que nadie negará
la autenticidad de los escritos de Celso, mientras que de los evangelistas
dudan muchos si escribieron ni una línea de los relatos que respectivamente se
les atribuyen. Además, Celso es un testimonio por lo menos tan valioso como
Heráclito, y algunos Padres de la Iglesia reconocen que fue un neoplatónico de
mucha erudición, mientras que la existencia de los cuatro evangelistas tiene
por principal apoyo la ciega fe. Si Timón llamó farsante al ilustre filósofo de
Samos, lo mismo dijo Celso de Jesús o más bien de quienes se abroquelaban tras
su nombre. En una de sus obras apostrofa Celso a Jesús con estas palabras: “Aun
concediento que obraras las maravillas que de ti se cuentan, ¿no hicieron otras
tantas los juglares egipcios que en la plaza pública pedían el óbolo de las
gentes?”.
Por otra parte, la acusación levantada contra
Pitágoras de que era varón de grave palabra con propósito de “pescar hombres”,
puede también recaer sobre Jesús si consideramos aquel pasaje que dice:
Venid en pos de mí y haré que vosotros seais
pescadores de hombres (1).
No se vea en todo esto ni la más leve ofensa
a los sentimientos religiosos, siempre respetables cuando sinceros, de quienes
creen en la divinidad de Jesucristo, pues aunque por nuestra parte no le
adoremos como Dios, le veneramos como hombre, y de este modo estamos
seguros de tributarle mayor honra que si le reconociéramos la misma
individualidad del supremio Dios y creyésemos que vino al mundo a representar
el desairado papel que el fanatismo piadoso le señala, pues si bien se mira, la
supuesta misión que trajo no ha tenido los resultados correspondientes a su
dignidad, ya que al cabo de veinte siglos no forman los cristianos ni la quinta
parte de la total población del globo ni es fácil que en el porvenir se
propague a mayor número de gentes. Nuestro exclusivo ideal es la justicia
estricta sin preferencias por determinada personalidad. nUestras reconvenciones
van dirigidas a los que sin creer en Jesús ni en Pitágoras ni en Apolonio
mueven los labios en oraciones que no nacen del corazón; a los que hablan del
“Salvador” y de “Nuestro Señor” como si tuvieran más fe en el Cristo teológico
que en el fabuloso Fo de la China.
IMPUTACIONES DE ATEÍSMO
Antiguamente no había ateos, incrédulos ni
materialistas en el moderno concepto de estas denominaciones, así como tampoco
había mojigatos de lengua detractora. Mala prueba de buen sentido crítico daría
quien juzgase a algunos filósofos antiguos por el matiz aparentemente ateo de
ciertas frases cuyo significado interno es preciso desentrañar para estimarlas
en su verdadero valor. Así, por ejemplo, la doctrina de Pirro, que los
comentadores superficiales diputan por inconcusamente racionalista, ha de
interpretarse en cotejo y comparación con la primitiva filosofía índica que,
desde Manú hasta el último esvabavica, tuvo por principal característica la
afirmación de la realidad del espíritu prevaleciente contra el mundo objetivo
de mudables, ilusorias y perecederas formas. Las numerosas escuelas fundadas
por Kapila enseñaron las mismas doctrinas que más tarde había de exponer Timón,
a quien Sexto Empírico llama el precursor de Pirro. Las ideas de este filósofo
acerca del divino reposo del espíritu, la firmeza con que mantenía sus
opiniones frente a las ajenas y su aversión al sofisma, denotan que estudió
detenidamente a los gimnósofos y vaibasicas de la India. No es posible
calificar de ateos a Pirro y sus discípulos por el solo hecho de que resumieron
todas sus especulaciones en los puntos suspensivos de la perplejidad y la duda
(2), como tampoco es justo tachar de 80
ateos a filósofos
como Vedavyasa (3), Kapila, Giordano Bruno y Spinoza. Estas enseñanzas
filosóficas predominaban entre los pensadores del mundo precristiano, y a
despecho de la enemiga concitada contra ellas por los dogmatizantes y de las
deplorables tergiversaciones de mal intencionados expositores, todavía son la
piedra angular de todas las religiones excepto el cristianismo (4).
La teología comparada es arma de dos filos.
Por una parte, los apologistas del cristianismo dogmático, sin hacer caso de
las pruebas en contrario, acusan de politeísta al induísmo y de ateo al
budismo, en tanto que reservan exclusivamente para el cristianismo la creencia
en un solo y único Dios omnipotente, de bondad infinita, representado en
Jehovah, cuyos profetas son para los católicos el romano pontífice y para los
protestantes Martín Lutero. Mas si miramos el arma por el otro filo, veremos
que, no obstante las predicaciones de los misioneros y la influencia que en
Oriente ejerció el cristianismo por las guerras y el comercio, nada descubren
los llamados “idólatras y paganos” en las enseñanzas de Jesús, a pesar de lo
sublime de algunas de ellas, que no les hayan dicho ya las de Krishna y
Gautama. Así es que para mejor prosperar en su apostolado y mantener fieles a
los pocos convertidos, no tienen los misioneros otro remedio que vestirse a la
usanza de los sacerdotes del país y practicar los mismo ritos y ceremonias que
tanto denigran en los indígenas.
ARTIMAÑAS DE LOS MISIONEROS
Según ya dijimos en otro lugar, los
misioneros católicos de Siam y Birmania han adoptado el aspecto de los
talapines, aunque no imitan sus virtudes. En la India meridional fueron
acusados de superchería por su propio colega el abate Dubois (5), y aunque hubo
quien le desmintió después, hay otros testimonios de la acusación, entre ellos
el capitán O’Grady, quien dice a este propósito:
Los misioneros toman fingidas apariencias de
mendicantes y simulan sentir repugnancia por los manjares de carne y bebidas
espirituosas para predisponer a su favor al vulgo induísta... Pero un misionero
a quien convidé, o mejor dicho que se convidó a comer en mi casa repetidas
veces, no hizo remilgos a las lonjas de carne asada ni se abstuvo de beber
copiosamente (6).
El mismo autor habla de los “Cristos de
rostro negro”, de “Vírgenes con ruedas” y de las procesiones según el ritual
romano, que “más tienen de diabólico que religioso”. Por nuestra parte hemos
visto estas procesiones, que acompañadas de orquestas cingalesas con mucho
bombo y platillos, resultaban por la variedad de colores y lo pintoresco de los
trajes y lo aparatoso de la escena, mucho más solemnes y grandiosas que las
saturnales cristianas. Los misioneros, con sus prelados al frente, aprovechan
estas procesiones para recoger limosnas destinadas al dinero de San Pedro (7) y
lucrar con el remedo de los brahmanes y bonzos. Entre los adoradores de Krishna
y Cristo y los de Avany y María no hay tanta diferencia como entre vishnuístas
y sivitas, pues para los conversos es Cristo el mismo Krishna con leves
modificaciones (8). Tan serviles son los misioneros en la copia y tanto cuidado
ponen en no lastimar las costumbres del país, que mantienen, aun entre los
conversos, la distinción de castas, hasta el punto de que los de inferior no
pueden entrar en las iglesias a que asisten los de superior (9).
Pocos escritores hay cuya valerosa
sinceridad, de que tan hermoso ejemplo nos da Inman, les lleve a coincidir con
éste en que tanto el induísmo como el budismo son filosóficamente superiores al
cristianismo teológico, sin que nadie tenga fundado motivo de tildar al primero
de fetichista y al segundo de ateo. Sobre el particular dice Inman:
A mi entender es de todo punto gratuita la
afirmación de que Sakya no creía en Dios. Por el contrario, todo su sistema
filosófico descansa en la creencia de que hay entidades superiores con potestad
para castigar las culpas de los hombres, y aunque no le llamara Elohim ni Jah
ni Jehovah ni Jahveh ni Adonai ni Ehieh ni Baalim ni Ashtoreth, creía en la
existencia del Ser supremo (10).
El budismo cuenta con cuatro escuelas
teológicas, una de ellas panteísta y las otras tres francamente monoteístas.
Los investigadores modernos sólo tratan de la primera, y en cuanto a las otras
tres, difieren únicamente en las externas modalidades de exposición.
Oigamos lo que un racionalista escéptico dice
sobre el tantas veces comentado concepto del nirvana:
En las puertas de las pagodas interrogué a
centenares de budistas, y todos sin excepción me respondieron que por medio de
la austeridad de vida esperaban alcanzar la inmortalidad. Ninguno habló de la
aniquilación final. Hay más de trescientos millones de budistas que ayunan,
oran y se sujetan a toda clase de privaciones. Verdaderamente estarían locos o
fueran imbéciles si tal hiciesen convencidos de antemano de que al fin había de
aniquilarse su ser (11).
También por nuestra parte hemos inquirido
entre induístas y budistas el verdadero espíritu de la filosofía oriental, y
nos hemos convencido de que el concepto del apavarga es del todo opuesto
al de aniquilación, pues entraña la identidad final con Dios, de cuya increada
luz es refulgente chispa el espíritu del hombre. Todo budista, por ignorante
que sea, alienta la esperanza de no perder jamás su individualidad,
pues, como decía 81
muy bien un amigo
nuestro, si así no fuese parecería la vida terrena un divertido sainete para
Dios y una mortal tragedia para el hombre.
RITO FUNERARIO DE LOS VEDAS
Otro tanto cabe decir de la doctrina de la
metempsícosis, deplorablemente tergiversada por los orientalistas europeos;
pero según vayan adelantando las investigaciones, se descubrirán nuevas
bellezas metafísicas en las antiguas religiones.
Whitney (12) ha puesto de relieve en su
traducción de los Vedas la mucha importancia que el rito funerario de
los induístas concedía a los cadáveres de sus fieles, según denotan los
siguientes pasajes de los himnos fúnebres:
¡Levántate y anda! Reúne todos los miembros
de tu cuerpo (13) y no los dejes en abandono.
Partió tu espíritu. Síguele ahora. Doquiera
te deleite él, ve allí.
Reúne todos tus miembros y con auxilio de los
ritos yo te los modelaré.
Si Agni olvidó algún miembro al enviarte
desde aquí al mundo de tus padres, yo te lo daré de nuevo para que con todos
tus miembros te regocijes en el cielo entre tus padres (14).
La creencia en la inmortalidad del alma está
expuesta en este otro pasaje del ritual funerario:
Los que permanecen estacionados en la esfera
de la tierra; los que moran en los reinos de la dicha; los padres que por
mansión tienen la tierra, la atmósfera y los cielos. Antecielo se llama el
tercer cielo donde está el solio de los padres (15).
Visto el alto concepto que de Dios y de la
inmortalidad del alma tiene el induísmo, no es extraño que resulten victoriosos
los Vedas y el Código de Manú de su comparación con el mezquino e
inespiritual Pentateuco, en cuyo texto no descubren los investigadores
exotéricos prueba alguna de que los judíos creyeran en la eterna vida del
espíritu ni que Moisés les enseñara esta doctrina. Sin embargo, algunos
orientalistas eminentes apuntan la sospecha de que la letra muerta del Pentateuco
encubre el vivificante significado. Así dice Whitney:
A medida que nos fijamos más detenidamente en
los formulismos del moderno ritual induísta, aparece más definida la
correspondencia entre la doctrina y la observancia, de suerte que no es posible
explicar una sin la otra... Preciso es reconocer o que la India copió su ritual
de algún otro pueblo y lo ha seguido practicando ciegamente sin darse cuenta de
su verdadero significado, o que dicho ritual expresó desde un principio una antiquísima
doctrina, y al degenerar ésta siguió incorporado a las tradiciones religiosas
del pueblo (16).
Pero no se ha perdido esta antiquísima
doctrina que los iniciados comprenden hoy tan filosóficamente como los de diez
mil años atrás, aunque no han de esperar los científicos que se les revele a la
primera intimación ni tampoco ha de serles posible descubrirla en el exotérico
ritual de las religiones cultuales.
Los teólogos induístas y budistas no negarán
en redondo el misterio de la Encarnación; pero en vez de entenderlo según el
dogma cristiano, lo explicarán de conformidad con sus enseñanzas religiosas,
cuya piedra angular es precisamente la creencia en los avatares o encarnaciones
periódicas de la Divinidad, cada vez que el género humano se pervierte de modo
que necesita el auxilio de una poderosa Entidad descendida a la terrena forma
que elige por morada. El “Mensajero del Altísimo” se une a la dualidad
cuerpo-alma y constituye la trina individualidad del Salvador que encamina al
género humano por el sendero de la verdad y de la virtud.
Esta misma creencia predominó entre los
primitivos cristianos cuya mente estaba embebida en las doctrinas religiosas de
Oriente, pues de otro modo no hubieran definido en dogma de fe el segundo
advenimiento de Cristo ni hubiesen forjado la fábula del Anticristo como astuta
precaución contra las encarnaciones venideras. No se percataron los
teólogos cristianos de que Melquisedek fue un avatar de Cristo ni advirtieron
que Krishna le dice a Arjuna:
Cuando quiera que la rectitud desmaya, ¡oh
Bhârata!, y cobra bríos la iniquidad, entonces renazco para proteger a los
buenos, confundir a los malos y restaurar firmemente la justicia. De edad en
edad renazco Yo con este intento (17).
LOS INSTRUCTORES DEL MUNDO
No es posible desdeñar la doctrina de los
avatares al ver que de tiempo en tiempo han aparecido en el mundo personajes
tan extraordinarios como Krishna, Sakya y Jesús, que fueron seres reales
divinizados por sus adoradores con arreglo al sistema religioso de su respectiva
época.
El redentor indo precede de algunos miles de
años al redentor cristiano, y entre ambos se interpone Gautama, que por una
parte es reflejo de Krishna y por otra ilumina la lejana figura de Jesús en que
encarna el Cristo histórico. La misma leyenda ha engalanado con su poético
ropaje a tres figuras de humana realidad, divinizadas por el instinto popular
que presintió en ellas el místico carácter de su individualidad. Vox populi,
vox 82
Dei fue verdadero
aforismo en otros tiempos, por falible que nos parezca en una época como la
nuestra en que la plebe está dominada por el clero.
Kapila, Orfeo, Pitágoras, Platón, Bas-ilides,
Marciano, Amonio y Plotino fundaron escuelas donde germinó la semilla de altos
pensamientos y al desaparecer del mundo dejaron tras sí la refulgente estela de
los semidioses; pero Krishna, Gautama y Jesús aparecieron en su respectiva
época como verdaderos dioses y legaron a la humanidad tres religiones fundadas
sobre la indestructible roca del tiempo. Ninguna culpa les cabe a estos tres
nobilísimos reformadores que el fanatismo adulterara posteriormente sus
enseñanzas, y más aún la cristiana, que está casi desconocida en nuestra época.
La culpa recae en los clérigos que se titulan cultivadores de la viña del
Señor. Si de los tres sistemas religiosos eliminamos la escoria de los humanos
dogmas, hallaremos en los tres identidad de esencia. Aun el mismo San pablo, el
honrado y sincero apóstol, o se dejó llevar del entusiasmo para torcer algún
tanto la doctrina de su Maestro, o se han tergiversado sus escritos hasta el
punto de no parecerse apenas al original. El Talmud reconoce los
relevantes méritos de San Pablo como filósofo y teólogo, no obstante haber
apostado del judaísmo (18), y dice en el Yerushalmi que corrompió la doctrina
de aquel hombre (19).
Pero entretanto la ciencia imparcial y las
generaciones futuras concilian estas tres grandes religiones, demos una ojeada
a su respectivo desenvolvimiento.
LOS TRES SALVADORES
LEYENDA DE LOS TRES SALVADORES KRISHNA
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GAUTAMA
|
JESÚS
|
Aunque la ciencia europea no se atreve a
computar el nacimiento de Krishna, la cronología induísta lo remonta a unos
5.000 años antes de J. C. Nace Krishna de estirpe real, pero le educan unos
pastores que le dan el sobrenombre de Dios Pastor. Temerosos de las
iras del rey Kansa, mantienen en secreto el nacimiento y origen de Krishna.
Se le consideró como encarnación de Vishnú,
la segunda persona de la Trimurti. Fue adorado en Madura, situada a orillas
del Jumna (20). Kansa, tirano de Madura, persigue a Krishna, quien se salva
milagrosamente. Con propósito de matar al niño manda el rey degollar a todos
los de su misma edad.
La madre de Krishna fue la inmaculada
Virgen Devaki (23).
Desde el instante de su nacimiento es
Krishna omnisciente, omnipotente y perfectamente bello. Opera milagros, sana
a los para- líticos, da vista a los ciegos y expele demonios. Lava los pies a
los brahmanes y desciende a los infiernos para libertar a los muertos y
asciende al Vaicontha (30).
Es Krishna la encarnación de Vishnú.
Convierte los becerros en niños y los niños
en becerros, y aplasta la cabeza de la serpiente (31).
Predica Krishna la unidad de Dios y la
inmortalidad del alma.
|
Según los cálculos de la ciencia europea y
los cómputos ceilaneses, nació Gautama hace 2.540 años.
Fue hijo de un rey, y eligió sus primeros
discípulos entre mendigos y pastores.
Unos le consideran como encarnación de
Vishnú, otros como la de uno de los Budas y algunos como la de la Sabiduría
suprema (Ad’Buddha).
La leyenda cristiana presenta a Gautama
bajo el nombre de San Josafat, hijo del rey de Kapilavastu, que asesinó a
multitud de jóvenes cristianos (24).
La madre de Gautama fue Maya o Mayadeva,
que no obstante su matrimonio, se mantuvo virgen inmaculada.
Está dotado Gautama de los mismos poderes y
cualidades y opera prodigios análogos a los de Krishna. Pasa la vida
acompañado de mendicantes. Dicen los budistas que Gautama fue distinto de los
demás avatares, pues en estos sólo se infundió parte (ansa) de la
Divinidad, al paso que en él se encarnó enteramente el espíritu de Buddha.
Gautama aplasta la cabeza de la serpiente,
cuyo culto fetichista abroga en todas partes; pero como Jesús, da a la
serpiente el emblema de la sabiduría divina.
Abole la idolatría, divulga los misterios
de la unidad de Dios y del nirvana, cuyo verdadero
|
Se supone que Jesús nació hace 1.877 años.
es de la estirpe real de David. Los pastores le adoran al nacer y se le da el
sobrenombre de Buen Pastor (21).
Se mantienen secretos su nacimiento y
alcurnia para despistar al tirano Herodes.
Es la encarnación del Verbo por obra del
Espíritu Santo (22).
Fugitivos de la persecución de Herodes,
tetrarca de Jerusalén, le llevan sus padres por aviso de un ángel a Matarea o
Madura de Egipto donde obra sus primeros milagros (25). Con propósito de
matarle, ordena Herodes la degollación de los inocentes, cuyo número se
calcula
La madre de Jesús fue Mariam o Miriam, que
no obstante su matrimonio con José se mantuvo virgen, aunque concibió otros
hijos.
Está dotado de las mismas cualidades y
poderes que Krishna y Gautama (28).
Frecuenta el trato de publicanos y
pecadores y expele demonios (29). Lava los pies a sus discípulos y después de
su muerte desciende a los infiernos para sacar a las almas de los santos
padres y sube a los cielos.
Aplasta la cabeza de la serpiente (33),
transforma a los cabritos en niños y en niños a los cabritos (34).
Acusa Jesús de hipócritas y dogmatizantes a
los rabinos, escribas y fariseos. Quebranta el
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