CAPÍTULO
I
LOS
LIBROS DE HERMES - LÍMITES DE LAS CIENCIAS FÍSICAS - NÚMEROS PITAGÓRICOS -
COMENTADORES DE PLATÓN - EL SISTEMA HELIOCÉNTRICO EN LA INDIA - ANTIGUOS
CÓMPUTOS ASTRONÓMICOS - EL ALMA DE LOS ANIMALES - EL PROTOPLASMA Y EL "MÁS
ALLÁ" - DESCONOCIDOS, PERO PODEROSOS ADEPTOS - ANTIGÜEDAD DE LA MAGIA -
NADA HAY NUEVO BAJO EL SOL - INVESTIGACIONES GEOMÉTRICAS - SIGNIFICADO DE LOS
SÍMBOLOS - SABIDURÍA DE LOS ANTIGUOS - PRETENSIONES DE ROMA - EL CÉNTRICO SOL
ESPIRITUAL - NEROSOS, YUGAS Y KALPAS - EL AÑO MÁXIMO - TIPOS Y PROTOTIPOS - LA
NATURALEZA HUMANA - POSIBILIDADES DEL PORVENIR
CAPÍTULO
II
VALÍA
DE LAS PRUEBAS - JUICIO DE LOS CIENTÍFICOS - CONCLUSIONES DE CROOKES - LOS MONOS
DE LA CIENCIA - OPINIONES DE CROOKES - AUTENTICIDAD DEL ALKAHEST - ELOGIO DE
PARACELSO - EL ESPIRITISMO CLERICAL - NOMBRES NUEVOS PARA IDEAS VIEJAS - FUERZA
CONTRA FUERZA - OPINIONES DE SCHOPENHAUER - LAS MESAS ROTATORIAS - LA ENERGÍA
ATÓMICA - LA FUERZA MEDIUMNÍMICA - MILAGROS DE BACON - EL ESPECTRO SIN ALMA -
FORMAS MATERIALIZADAS - ESPÍRITUS ELEMENTARIOS
CAPÍTULO
III
EXPOSICIONES
ERRÓNEAS - LA RELIGIÓN DE COMTE - NEGACIONES DEL POSITIVISMO - OPINIÓN DE HARE
- FECUNDACIÓN ARTIFICIAL - LOS MONOS DE LA CIENCIA - EPIDEMIA DE NEGACIONES -
LA CIENCIA ULTRAMONTANA - PANACEAS Y ESPECÍFICOS - EL DEMIURGOS - EL LIRIO DE
GABRIEL - ACUSACIÓN CONTRA BRUNO - IDEAS PITAGÓRICAS DE BRUNO - ENSEÑANZAS
ORIENTALES
CAPÍTULO
IV
FENÓMENOS
PSÍQUICOS - LA ENCICLOPEDIA DEL DIABLO - LA CIENCIA CONTRA LA TEOLOGÍA - EL
VENTRILOQUISMO DE BABINET - EL METEORO FELINO - THURY CONTRA GASPARÍN -
CONTRADICCIONES DE GASPARÍN - LA FUERZA ECTÉNICA - ATEÍSMO CIENTÍFICO -
CONFUSIONES DE LOS CIENTÍFICOS - LOS CIENTÍFICOS RUSOS - LA GRUTA-GABINETE DE
LOURDES - HUXLEY DEFINE LA PRUEBA - PROTESTA DE UN PERIÓDICO CRISTIANO
CAPÍTULO
V
EL
TELÉFONO DE BELL - ETIMOLOGÍA DEL MAGNETISMO - EL PODER DE JESÚS - EMBLEMA DE
LA SERPIENTE - LEYENDAS COSMOGÓNICAS - TEORÍA DE LAS ONDULACIONES - SÍMBOLOS DE
LA FUERZA CIEGA - LOS PRODIGIOS DEL FAKIR - EL CRECIMIENTO DE LA PLANTA -
EXPERIMENTOS DE REGAZZONI - LA DOBLE VISTA - SÍMBOLOS DE LOS EVANGELISTAS - LA
SERPIENTE EGIPCIA - LAS TÚNICAS DE PIEL - EL ÁRBOL MUNDANAL - SÍMBOLO DE LAS
PIRÁMIDES - MITOS BISEXUALES - LA SERPIENTE SATÁNICA - LA CIUDAD SILENCIOSA -
EL RAYO DE THOR
CAPÍTULO
VI
EL
MAGNETISMO ANIMAL - FENÓMENOS HIPNÓTICOS - LA FUERZA SIDÉREA - OPINIONES DE VAN
HELMONT - LA ACADEMIA FRANCESA - OPINIÓN DE LAPLACE - INFORME SINCERO -
DECLARACIONES DE HARE - LA MEMORIA RETROACTIVA - ALMA Y ESPÍRITU - LA
PSICOMETRÍA - LO PRESENTE Y LO FUTURO - MODALIDADES ENERGÉTICAS - CONCEPTO DEL
ÉTER - PREJUICIOS CIENTÍFICOS - PRINCIPIOS ALQUÍMICOS - EL TESTIMONIO HUMANO -
HIPÓTESIS DE COX - EL CUERPO ASTRAL - FUERZA CIEGA O INTELIGENCIA - EL MÉDIUM
CONDUCTOR - EL LÁPIZ Y LA REGLA
CAPÍTULO
VII
OPINIÓN
DE DESCARTES - MAGNETISMO UNIVERSAL - INFLUENCIA DEL AMBIENTE - LA TRÍADA
MICROCÓSMICA - INFLUENCIA DE LA MÚSICA - INFLUENCIA DE LA MENTE - EL
FENOMENISMO - LAS COMUNICACIONES - OBSTINACIÓN ESCÉPTICA - LÁMPARAS ALQUÍMICAS
- DURACIÓN DE LAS LÁMPARAS - COMBUSTIBLES PERPETUOS - TELAS DE ASBESTO -
PABILOS DE AMIANTO - DIVERGENCIA DE OPINIONES - SINCERIDAD DE JOWETT -
FILOSOFÍA ANTIGUA - LA ÓPTICA DE LOS ANTIGUOS - CORRELACIÓN DE FUERZAS - MUTUAS
SIMPATÍAS - UNA SESIÓN ACADÉMICA - IDENTIDAD DE TRADICIONES - LOS PLAGIOS
MODERNOS - LA INMORTALIDAD DEL ALMA
CAPÍTULO
VIII
LA
FORMACIÓN DE LA TIERRA - LA TIERRA INVISIBLE - LA EVOLUCIÓN SEGÚN HERMES -
ASTROLOGÍA Y ASTRONOMÍA - ALEGORÍAS ASTRONÓMICAS - SÍMBOLOS DE LA LUNA - LAS
PIEDRAS PRECIOSAS -3
OBSERVATORIO DE BELO - NO HAY CASUALIDAD - NATURALEZA
DEL SOL - INFLUENCIAS LUNARES - MÚSICA DE LAS ESFERAS - EL HOMBRE DUAL -
FENÓMENOS HISTÉRICOS - EL PODER DEL ALMA - MAGNETISMO PLANETARIO - RIDICULECES
APARENTES - LOS ELEMENTALES - EL MORADOR DEL UMBRAL - LA MENTE UNIVERSAL - EL
NIRVANA - LA IMPERSONALIDAD
La
autora dedica esta obra a la
SOCIEDAD
TEOSÓFICA. Fundada
En
el año 1875, en Nueva York,
para
estudiar las materias de que se trata.
NOTA
DEL EDITOR
Isis
Velo es una obra que hemos deseado
editar hace años, pero que por circunstancias sobradamente conocidas por todos,
solamente ahora podemos realizar en España.
Consultada
la opinión de eruditos en Teosofía, estos han coincidido en que la edición
realizada en Barcelona en el año 1912, cuya traducción se debe a Federico
Climent Terrer, es la mejor versión en idioma español.
Haciendo
nuestras dichas opiniones, hemos aprovechado ese texto, que reproducimos
íntegra y fielmente en la presente edición.
Agradecemos
públicamente a la Sociedad Teosófica Española la gentileza de habernos
facilitado dicho ejemplar. Así como a los señores Eugenio V. Olivares y
Saturnino Torra Palá por la desinteresada colaboración prestada y por el
esforzado tesón que pusieron para mantener el fuego sagrado de la resurgida
Sociedad Teosófica Española.
PRÓLOGO
DEL TRADUCTOR
Siete
lustros hace que la cofundadora de la Sociedad Teosófica publicó esta obra, y
todavía exhalan sus páginas el aroma de sinceridad en que embebió su pluma.
Durante los treinta y cinco años transcurridos desde entonces, ha evolucionado
el pensamiento occidental hasta el extremo de confirmar gran número de los
vaticinios que con maravillosa intuición formuló Blavatsky respecto al porvenir
de la ciencia y de la teología. Por una parte, las academias y universidades
han cejado en sus empeños materialistas, y por otra, las iglesias de todas las
confesiones han mitigado no poco las crudezas de la intolerancia religiosa. Así
es que desde este punto de vista y en cuanto a su aspecto polemístico, resulta
hoy ISIS SIN VELO algún tanto anticuada, pero no por ello decrece su mérito,
antes bien se acrecienta al considerar el triunfo cada vez más decisivo de las
ideas sustentadas por la ilustre teósofa frente al escepticismo dominante en la
época en que se valió de su pluma como de ariete para batir brecha en las hasta
entonces inexpugnables murallas del materialismo científico. Con todo, hay en
esta obra pasajes enteros de inmarcesible frescura y perpetua actualidad que
entrañan copiosas enseñanzas, igualmente valederas para el teósofo convencido
que para el principiante ávido de conocimientos sobre qué fundamentar sus
orientaciones mentales.
La
prodigiosa erudición que en el transcurso de la obra alardea sin arrogancias ni
presunciones la abnegada apóstol del espiritualismo trascendental, nos ofrece
inagotable acopio de datos, fechas, citas, referencias, pruebas documentales y
demás elementos de razonadora investigación que sin hipérbole puede considerarse
como el arranque y punto inicial de la literatura teosófica contemporánea.
Elena
Blavatsky golpeó con su mágica pluma la dura roca del materialismo que
orgullosamente se erguía en el desierto de la ciencia atea, y de las entrañas
de tan árida peña brotaron las límpidas y salutíferas aguas del oculto
manantial en que, sin temor al fango de la superstición ni al cieno del
fanatismo, apagan sus ansias de verdad y su sed de conocimiento cuantos se
abrasaban entre las ascuas del dogmatismo a la par teológico y científico.
Los
descubrimientos realizados por las ciencias experimentales desde la primera
edición de esta obra, han corroborado plenamente la coexistencia del espíritu y
de la materia, de la vida y de la forma en odas las manifestaciones del
universo, tal como desde los orígenes de la raza humana enseñaron los iniciados
en la sabiduría esotérica. Precisamente, el tema dominante en ISIS SIN VELO es
el reiterado cotejo de la ciencia antigua con las especulaciones modernas para
demostrar, según demuestra cada día más incontrovertiblemente el progreso de
los tiempos, que toda teoría, toda hipótesis, toda novedad atribuida a los
modernos tuvo su precedente invención entre los antiguos.
La
arqueología, la lingüística y la mitología comparada aducen diariamente nuevas
y más que sobradas pruebas de los conocimientos científicos de aquellas
civilizaciones, cuyo espíritu siguió flotando en el ambiente de la humanidad
durante los prolongados períodos en que estuvo eclipsada la verdad por las tinieblas
de la ignorancia.
En
cuanto al ordenamiento de la obra, no la encontrará el lector sujeta al plan
rígidamente cuadriculado de los expositores, porque se escribió en días de
acerba lucha cuyos fragores no podían dar al ánimo la sosegada placidez que
requiere el eslabonado enlace de las materias. Pero entre la aparente
incoherencia de los temas, palpita la sinceridad de un espíritu crítico de
insuperable potencia que suaviza el rigor inflexible de la lógica con la dúctil
amenidad de la sátira, y arremetiendo gallardamente contra el adversario, le
hiere con sus propias armas.4
Por lo que atañe a la traducción, no hemos alterado en
lo más mínimo el pensamiento de la autora, cuyos conceptos quedan fielmente
vertidos con el mismo espíritu e intención del original, aunque acomodando la
forma a la índole peculiar de nuestro idioma, de modo que las ideas no
aparezcan envueltas en inútiles amplificaciones que dificultarían su
comprensión. Al efecto hemos libado, por decirlo así, en el texto inglés, el
pensamiento de la autora párrafo por párrafo, para expresarlo después lo más
clara y concisamente posible en el idioma de la versión, como si las ideas
asumieran nueva forma expresiva sin el más leve detrimento de su prístina
originalidad.
FEDERICO
CLIMENT TERRER.
PREFACIO
La
obra que sometemos al juicio público es fruto de nuestro trato con los Adeptos
orientales y del estudio de su ciencia. La dedicamos a cuantos estén dispuestos
a aceptar la Verdad, doquiera que la encuentren, y a defenderla sin temor a vulgares
preocupaciones. Su objeto es ayudar al estudiante a descubrir los principios
vitales que subyacen en los antiguos sistemas filosóficos.
Este
libro es sincero. Hemos procurado que en él resplandezca siempre la justicia,
junto a la verdad expuesta sin mala intención ni idea preconcebida. Nos
mostramos inexorables frente al error entronizado y no guardamos la más mínima
consideración a la autoridad usurpada. Reclamamos para el pasado el honor de
sus ejecutorias que se le negó desde hace mucho tiempo; exigimos la restitución
de prestadas vestiduras y vindicamos reputaciones tan calumniadas como
gloriosas. En este espíritu de crítica están considerados los cultos y credos
religiosos y las hipótesis científicas. Hombres, partidos, sectas y escuelas
son efémeras de un día. Tan sólo la VERDAD, asentada en diamantina roca, es
eterna y suprema.
No
creemos en magia alguna que trascienda a la capacidad de la mente humana, ni en
“milagro” alguno, divino o diabólico, si por tal se entiende la transgresión de
las eternas leyes naturales. No obstante, aceptamos la opinión del sabio autor
de Festus cuando dice que el corazón humano no se ha revelado todavía
completamente a sí mismo ni hemos abarcado ni siquiera comprendido la amplitud
de sus poderes. ¿Será exagerado creer que el hombre pueda desplegar nuevas
facultades sensitivas y relacionarse mucho más íntimamente con la naturaleza?
La lógica de la evolución nos lo dirá si la llevamos hasta sus legítimas
conclusiones. Si en la línea ascendente, desde el vegetal o el molusco hasta el
hombre más perfecto, ha evolucionado el alma y adquirido sus elevadas
facultades intelectuales, no será irrazonable inferir y creer que también en el
hombre se está desenvolviendo una facultad perceptiva que le permita indagar
hechos y verdades más allá de los límites de nuestra ordinaria percepción. Así
no vacilamos en admitir con Biffé, que “lo esencial es siempre lo mismo, ora
procedamos cercenando hacia dentro el mármol para descubrir la estatua oculta
en su masa, ora hacia fuera levantando piedra sobre piedra hasta terminar el
templo. Nuestro NUEVO resultado no es más que una idea antigua. La
última eternidad encontrará en la primera su alma gemela”.
Hace
años, cuando en mi primer viaje por Oriente visité sus desiertos santuarios, me
preocupaban dos cuestiones que sin cesar oprimían mi mente: ¿Dónde está,
QUIÉN y QUÉ es DIOS? ¿Quién vio jamás el ESPÍRITU inmortal del
hombre, para asegurar la inmortalidad humana?
Precisamente
cuando con más ansia pretendía resolver tan embarazosos problemas, trabé
conocimiento con ciertos hombres que por sus misteriosos poderes y profunda
ciencia merecen, sin disputa alguna, el calificativo de sabios de Oriente. Viva
atención presté a sus enseñanzas. Me dijeron que, combinando la ciencia con la
religión, pueden demostrarse la existencia de Dios y la inmortalidad del
espíritu humano tan fácilmente como un postulado de Euclides. Por vez primera
adquirí la seguridad de que la filosofía oriental sólo cabe en la fe absoluta e
inquebrantable en la omnipotencia del Yo inmortal del hombre. Aprendí que esta
omnipotencia procede del parentesco del espíritu del hombre con Dios o Alma
Universal. Éste, dicen ellos, sólo puede demostrarlo aquél. El espíritu del
hombre es prueba del Espíritu de Dios, como una gota de agua es prueba de la
fuente de donde procede. Si a un hombre que nunca haya visto agua, le decís que
existe el océano, deberá creerlo por la fe o rechazarlo por completo. Pero
dejad que caiga una gota de agua en su mano, y ya tendrá un hecho, del cual
infiera lo demás, y podrá luego comprender poco a poco la existencia de un
océano ilimitado e insondable. La fe ciega dejará de ser una necesidad para él,
pues la habrá sustituido con el CONOCIMIENTO. Cuando un hombre mortal despliega
facultades inmensas, domina las fuerzas de la naturaleza y dirige la vista al
mundo del espíritu, la inteligencia reflexiva queda abrumada por la convicción
de que si a tanto alcanza el Yo espiritual de un hombre, las facultades del
ESPÍRITU PADRE han de ser comparativamente tan inmensas en magnitud y potencia
como el océano respecto a una simple gota de agua. Ex nihilo nihil fit.
¡Demostrad la existencia del alma humana por sus maravillosas facultades y
demostraréis la existencia de Dios!
En
nuestros estudios, aprendimos que los misterios no son tales y nos cercioramos
de la realidad de nombres y lugares que los occidentales diputan por fabulosos.
Devotamente nos dirigíamos en espíritu al interior del templo de Isis, en Sais,
para levantar el velo de “la que fue, es y será”; para mirar a través de la
desgarrada cortina del Sancta Sanctorum en Jerusalem y a interrogar a la
misteriosa Bath-Kol en las criptas del sagrado edificio. La Filia-Vocis,
la hija de la voz divina, respondía tras el velo desde el propiciatorio (1), y
la ciencia, la teología y toda hipótesis humana nacida de conocimientos
imperfectos, perdían para siempre ante nuestros ojos su carácter autoritario.
El Dios vivo habló por medio del hombre su único oráculo. Estábamos
satisfechos. Semejante saber es inapreciable y sólo ha permanecido oculto para
quienes lo desdeñaban, ridiculizaban o negaban.5
De estos recibimos críticas, censuras y quizás
hostilidad, aunque ninguno de los obstáculos encontrados en nuestro camino
surge de la validez de las pruebas ni de la autenticidad de hechos históricos
ni de la falta de sentido común de aquellos a quienes nos hemos dirigido. El
pensamiento moderno va impelido hacia el liberalismo, tanto en religión como en
ciencia. Se acerca el día en que los reaccionarios resignen la despótica autoridad
que durante tanto tiempo disfrutaron y ejercieron sobre la conciencia pública.
Cuando el Papa anatematiza la libertad de la prensa y de la palabra, la
supremacía del poder civil y la enseñanza laica (2), el portavoz de la ciencia
del siglo diecinueve, Tyndall, le responde diciendo: “Las posiciones de la
ciencia son inexpugnables y hemos de libertar del dominio teológico las teorías
cosmológicas” (3). No es por lo tanto difícil de prever el final.
Siglos
de esclavitud no logran helar la sangre del hombre, alrededor del núcleo de la
fe ciega; y el siglo XIX es testigo de los esfuerzos del gigante para romper
las cuerdas de los liliputienses y andar por sus pies. Las mismas comuniones
protestantes de Inglaterra y América, ocupadas ahora en revisar el texto de sus
Oráculos, habrán de demostrar el origen y el valor de este texto. Acaban
ya los tiempos en que el dogma dominaba al hombre.
Esta
obra es, por lo tanto, un alegato en pro de que la filosofía hermética y la
antigua y universal Religión de la Sabiduría son la única clave posible de lo
Absoluto en ciencia y teología. En prueba de que no se nos oculta la dificultad
de nuestra empresa, decimos desde luego que no será extraño que los sectarios
arremetan contra nosotros.
Los
cristianos verán que ponemos en tela de juicio la pureza de su fe. Los
científicos advertirán que medimos sus presunciones con el mismo rasero que las
de la Iglesia romana, y que, en ciertos asuntos, preferimos a los sabios y
filósofos del mundo antiguo.
Los
sabios postizos nos atacarán furiosamente desde luego. Los clericales y
librepensadores verán que no admitimos sus conclusiones, sino que queremos el
completo reconocimiento de la Verdad.
También
tendremos enfrente a los literatos y autoridades que ocultan sus
creencias íntimas por respeto a vulgares preocupaciones.
Los
mercenarios y parásitos de la prensa, que prostituyen su poderosa eficacia y
deshonran tan noble profesión, se burlarán fácilmente de cosas demasiado
sorprendentes para su inteligencia, pues dan más valor a un párrafo que a la
sinceridad. Algunos criticarán honradamente; los más con hipocresía; pero
nosotros dirigimos la vista al porvenir.
La
lucha entre el partido de la conciencia pública y el de la reacción ha
desarrollado una saludable tónica de pensamiento, que en último resultado
determinará el triunfo de la verdad sobre el error. Lo repetimos de nuevo.
Trabajamos para el alboreante porvenir.
Y al
considerar la acerba oposición que ha de darnos en rostro, creemos que el mejor
mote para nuestro escudo, al entrar en el palenque, es la frase del gladiador
romano: ¡Ave César! Morituri te salutant.
Nueva
York, Septiembre de 1877.
ANTE
EL VELO
Juan.
Arbolemos en los muros nuestras ondulantes
Banderas.
Rey Enrique VI. Act. IV.
–He
consagrado mi vida
Al
estudio del hombre, de su destino y de su felicidad”.
J. R.
BUCHANAN, M. D., Bosques de Conferencias sobre Antropología.
Según
se nos dice, hace diecinueve siglos que la divina luz del cristianismo disipó
las tinieblas del paganismo, y dos siglos y medio que la refulgente lámpara de
la ciencia moderna empezó a iluminar la obscura ignorancia de los tiempos. Se
afirma que el verdadero progreso moral e intelectual de la raza se ha realizado
en estas dos épocas. Que los antiguos filósofos eran suficientemente sabios para
su tiempo, pero poco menos que iletrados en comparación de nuestros modernos
hombres de ciencia. La moral pagana bastó a las necesidades de la inculta
antigüedad, hasta que la luminosa “Estrella de Bethlehem” mostró el camino de
la perfección moral y allanó el de la salvación. En la Antigüedad, el
embrutecimiento era regla, la virtud y el espiritualismo excepción. Ahora, el
más empedernido puede conocer la voluntad de Dios en su palabra revelada; todos
los hombres desean ser buenos y mejoran constantemente.
Tal
es la proposición: ¿qué nos dicen los hechos? Por una parte, un clero
materializado, dogmático y con demasiada frecuencia corrompido; una hueste de
sectas y tres grandes religiones en guerra; discordia en lugar de unión; dogmas
sin pruebas; predicadores efectistas; sed placeres y riquezas en feligreses
solapados e hipócritas, por exigencias de la respetabilidad. Ésta es la regla
del día; la sinceridad y verdadera piedad la excepción. Por otra parte,
hipótesis científicas edificadas sobre arena; ni en la más sencilla cuestión,
acuerdo; rencorosas querellas y envidias; impulso general hacia el
materialismo; lucha a muerte entre la ciencia y la teología por la
infalibilidad: “Un conflicto de épocas”.
En
Roma, que a sí propia se llama centro de la cristiandad, el putativo sucesor de
Pedro mina el orden social con su invisible pero omnipotente red de astutos
agentes, y les incita a revolucionar la Europa a favor de su 6
supremacía de espiritual y temporal. Vemos al que se
llama Vicario de Cristo, fraternizar con los musulmanes, contra una
nación cristiana, invocando públicamente la bendición de Dios para las armas de
quienes por siglos resistieron a sangre y fuego las pretensiones del Cristo a
la Divinidad. En Berlín, uno de los mayores focos de cultura, eminentes
profesores de las modernas ciencias experimentales han vuelto la espalda a los
tan encomiados resultados del progreso en el período posterior a Galileo, y han
apagado tranquilamente la luz del gran florentino, con intento de probar que el
sistema heliocéntrico y la rotación de la tierra son sueños de sabios ilusos:
que Newton era un visionario y todos los astrónomos pasados y presentes,
hábiles calculadores de fenómenos improbables.
Entre
estos dos titanes en lucha, ciencia y teología, hay una muchedumbre extraviada
que pierde rápidamente la fe en la inmortalidad del hombre y en la Divinidad, y
que aceleradamente desciende al nivel de la existencia animal. ¡Tal es el
cuadro actual iluminado por la meridiana luz de esta era cristiana y
científica!
¿Fuera
de estricta justicia condenar a lapidación crítica al más humilde y modesto
autor, por rechazar enteramente la autoridad de ambos combatientes? ¿No
deberíamos más bien tomar como verdadero aforismo de este siglo, la declaración
de Horacio Greeley: “No acepto sin reserva la opinión de ningún hombre, vivo o
muerto” (1)? Suceda lo que suceda, ésta será nuestra divisa, y tomaremos este
principio por lema y guía constante en la presente obra.
Entre
los muchos frutos fenoménicos de nuestro siglo, la creencia de los llamados
espiritistas ha brotado de entre las vacilantes ruinas de la religión revelada
y de la filosofía materialista; porque al fin y al cabo es la única que depara
posible refugio, a manera de transacción entre ambas. No es maravilla que
nuestro soberbio y positivo siglo haya mal acogido a los inesperados espectros
de la época anterior al cristianismo. Los tiempos han cambiado de manera
extraña, y no ha mucho, un conocido predicador de Brroklyn, decía acertadamente
en un sermón que si de nuevo Jesús viniera y hablara en las calles de Nueva
York, como en las de Jerusalén, lo llevarían a la cárcel (2). ¿Qué acogida
había de esperar, pues, el espiritismo? Lo misterioso y extraño no atrae ni
seduce a primera vista. rAquítico como niño amamantado por siete nodrizas,
llegará a la adolescencia lisiado y mutilado. Sus enemigos son legión y sus
amigos puñado. ¿Por qué así? ¿Cuándo fue aceptada una verdad a priori?
Los campeones del espiritismo exageraron fanáticamente sus cualidades, y no
echaron de ver sus indudables imperfecciones. La falsificación es imposible sin
modelo que falsificar. El fanatismo de los espiritistas prueba la ingenuidad y
posibilidad de sus fenómenos. Nos dan hechos que debemos investigar; no afirmaciones
que debamos creer sin pruebas. Millones de personas razonables no sucumben
fácilmente a colectivas alucinaciones. Y así, mientras el clero interpreta
tendenciosamente la Biblia, y la ciencia promulga Códigos acerca
de lo posible en la naturaleza, sin dar oídos a nadie, la verdadera ciencia real
y la verdadera religión caminan con majestuoso silencio hacia su
futuro desarrollo.
Todo
lo referente a los fenómenos descansa en la correcta comprensión de la filosofía
antigua. ¿Adónde acudir en nuestra perplejidad sino a los antiguos sabios,
desde el momento en que, so pretexto de superchería, los modernos nos niegan
toda explicación? Preguntémosles qué conocen de la verdadera ciencia y
religión, no en lo concerniente a meros pormenores, sino respecto a los amplios
conceptos de estas dos gemelas, tan fuertes cuando unidas como débiles cuando
separadas. Además, mucho nos aprovechará comparar la tan encomiada ciencia
moderna con la antigua ignorancia, y la teología perfeccionada con la “Doctrina
Secreta” de la antigua religión universal. Quizás encontremos así un campo
neutral donde relacionarnos ventajosamente con ambas.
La
filosofía platónica es el más perfecto compendio de los abstrusos sistemas de
la antigua India, y la única que puede ofrecernos terreno neutral. Aunque
Platón murió hace veintidós siglos, los intelectuales todavía se ocupan de sus
obras. Platón fue, en la plena acepción de la palabra, el intérprete del mundo,
el filósofo más grande de la era precristiana, que reflejó fielmente en sus
obras el espiritualismo y la metafísica de los filósofos védicos, que le
precedieron millares de años. Vyasa, Jaimini, Kapila, Vrihaspati y Sumantu
influyeron indeleblemente al través de los siglos en Platón y su escuela. Con
esto probaremos que Platón y los sabios de la India tuvieron la misma
revelación de la verdad. ¿No prueba su pujanza, contra las injurias del tiempo,
que esta sabiduría es divina y eterna?
Platón
enseña que la justicia permanece en el alma de su poseedor, y que es su mayor
bien. “Los hombres admitieron sus derechos trascendentes en proporción de su
inteligencia”. Y sin embargo, los comentadores de Platón desdeñan casi
unánimemente los pasajes probatorios de que su metafísica tiene sólidos
cimientos y no se funda en especulaciones.
Platón
no podía aceptar una filosofía sin aspiración espiritual. Ambas cosas se
armonizan en él. El antiguo sabio griego tiene por único objeto de logro el
REAL CONOCIMIENTO. Sólo consideraba como filósofos sinceros, o estudiantes de
verdad, a quienes poseían la ciencia de las realidades en oposición a las
apariencias; de lo eterno en oposición a lo transitorio; de lo permanente
en oposición a cuanto alternativamente crece, mengua, nace y perece. “Más
allá de las existencias finitas y causas secundarias de las leyes, ideas y
principios, hay una INTELIGENCIA o MENTE (..., nous, el espíritu), principio de
los principios; Idea Suprema en que se apoyan las demás ideas; monarca y
legislador del universo; substancia primordial de que todas las cosas proceden
y a que deben su existencia; Causa primera y eficiente de todo orden, armonía,
belleza, excelencia y bondad, que hienche el universo, a la que llamamos el
Supremo Bien el Dios (...) de los dioses (... ... ...)” (3). No es la verdad ni
la inteligencia, sino “Padre de ambas”. Aunque nuestros sentidos corporales no
pueden percibir esta eterna esencia de las cosas, pueden comprenderla cuantos
por no ser completamente 7
obtusos quieran comprenderla. “A vosotros os es dado
saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos (...) no les es
dado... Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven y oyendo no oyen
ni entienden (4).
Asegura
el neoplatónico Porfirio, que en los MISTERIOS se enseñaba y comentaba la
filosofía de Platón. Muchos han puesto en tela de juicio y aun han negado los
misterios; y Lobeck, en su Aglaophomus, llega al extremo de decir que estas
sagradas ceremonias sólo servían para cautivar la imaginación. ¿Cómo Atenas y
Grecia hubieran acudido durante más de veinte siglos cada cinco años a Eleusis,
si los misterios fueran farsa religiosa? Agustín, obispo de Hipona, declara que
las doctrinas neoplatónicas son las esotéricas y originales doctrinas de los
primeros discípulos de Platón, y diputa a Plotino por un Platón resucitado.
También explica los motivos que tuvo el gran filósofo para encubrir el sentido
interno de sus enseñanzas (5).
Respecto
de los Mitos, declara Platón en el Gorgias y en el Phoedon que
son vehículos de grandes verdades muy dignas de aprender; pero los comentadores
conocen tan poco al gran filósofo que se ven obligados a confesar que no saben
dónde “termina lo doctrinal y empieza lo mítico”. Platón desvanecía la popular
superstición de la magia y los demonios, y enunciaba las exageradas ideas de su
tiempo en teorías racionales y concepciones metafísicas que tal vez no se
acomoden al método de raciocinio inductivo establecido por Aristóteles; pero
que satisfacen cumplidamente a cuantos se percatan de la elevada facultad del
hombre, llamada intuición, que nos da el criterio para conocer la Verdad.
Fundando
sus doctrinas en la Mente Suprema, enseña Platón que el nous, espíritu,
o alma racional del hombre, fue “engendrado por el Padre Divino”, y es de
naturaleza semejante y homogénea a la Divinidad, y, por lo tanto, capaz de
percibir las eternas realidades. La facultad de contemplar la realidad directa
e inmediatamente, sólo es propia de Dios, y la aspiración a este conocimiento
es la filosofía propiamente dicha, o amor a la sabiduría. El amor a la verdad
es inherentemente el amor al bien, y si predomina sobre todo deseo del alma y
la purifica por su asimilación con lo divino y dirige las acciones del hombre,
le eleva a participar de la Divinidad y le ensalza a semejanza de Dios. “Esta
ascensión” dice Platón en el Theoetetus “consiste en llegar a parecerse
a Dios, y la asimilación se efectúa cuando, por medio de la sabiduría, el
hombre es justo y santo”.
La
base de esta asimilación es siempre la preexistencia del espíritu o nous.
La alegoría del carro con caballos alados del Phoedrus, presenta a la
naturaleza psíquica doblemente compuesta del thumos o parte epithumética,
formada de substancias pertenecientes al mundo de los fenómenos, y el ......, thumoeides,
la esencia enlazada con el mundo eterno. La actual vida terrena es caída y
castigo. El alma habita en “la sepultura que llamamos cuerpo” y en su
estado de encarnación, antes de recibir la disciplina educativa, el elemento
espiritual o noético está “dormido”. La vida es más bien sueño que realidad.
Como los cautivos de la subterránea caverna descrita en La República,
percibimos únicamente, con la espalda vuelta a la luz, las sombras de los
objetos y creemos que son realidades actuales. ¿Acaso no es ésta la idea de Maya,
o ilusión de los sentidos durante la vida física, rasgo característico de la
filosofía budista? Si en la vida material no nos entregamos absolutamente a los
sentidos, estas ilusiones despiertan en nosotros la reminiscencia del mundo
superior en que ya hemos vivido. “El espíritu interno conserva un vago y
obscuro recuerdo del anterior estado de bienaventuranza de que gozara y anhela
instintivamente volver a él”. Incumbencia de la Filosofía es libertarle de la
esclavitud de los sentidos, por medio de la disciplina, y elevarle al empíreo
del puro pensamiento, a la visión de la verdad, bondad y belleza eternas. Dice
Platón en el Theoetetus que “el alma no puede encarnar en cuerpo humano,
si antes no ha contemplado la verdad o sea el conjunto de todo cuanto el alma
veía cuando habitaba en la Divinidad, con desprecio de las cosas que decimos
que son, y la mira puesta en lo que REALMENTE ES. Por lo tanto, sólo el nous,
o espíritu del filósofo (o amante de la suprema verdad) está dotado de alas,
porque con su elevada capacidad retiene estas cosas en su mente, y al
contemplarlas diviniza, por decirlo así, a la misma Divinidad. El debido uso de
las reminiscencias de la vida primera y el perfeccionamiento en los perfectos
misterios lleva al hombre a la verdadera perfección. Entonces está iniciado en
la sabiduría divina”.
Así
comprenderemos por qué las más sublimes escenas de los Misterios eran siempre
nocturnas. La vida del espíritu interno es la muerte de la naturaleza externa,
y la noche del mundo físico es el día del espiritual. Por esto se adoraba a
Dionisio, el sol nocturno, con preferencia a Helios, el sol diurno. Los
Misterios simbolizaban la preexistente condición del espíritu y del alma, la
caída de ésta en la vida terrena y en el Hades, las miserias de esta vida, la
purificación del alma y su restitución a la divina bienaventuranza o reunión
con el espíritu. Theón de Esmirna compara acertadamente la disciplina
filosófica con los ritos místicos: A este propósito, dice que podemos
considerar la filosofía como la iniciación en los verdaderos arcanos y la
instrucción en los genuinos Misterios. La iniciación abarca cinco grados: 1º,
la purificación previa; 2º, la admisión en los ritos secretos; 3º, la
revelación epóptica; 4º, la investidura o entronización; 5º, en consecuencia de
los anteriores, la amistad íntima, comunión con Dios y la felicidad dimanante
de la comunicación con seres divinos...
Platón
llama epopteia, o visión personal, la perfecta contemplación de lo
aprendido intuitivamente o sean las verdades e ideas absolutas. También considera
la coronación como símbolo de la autoridad recibida de los instructores para
conducir a otros a la misma contemplación. El quinto grado es la mayor
felicidad terrena y, según Platón, consiste en asimilarse a la Divinidad, tanto
como cabe en los seres humanos (6).
Tal
es el platonismo. Dice Emerson que “de Platón arranca cuanto los pensadores
escriben y discuten”. En él se resumía la ciencia de su época: la de Grecia, de
Filolao a Sócrates; la de Pitágoras en Italia; y la que derivó de Egipto y
Oriente. Era una inteligencia tan vasta, que toda la filosofía europea y
asiática está comprendida en sus doctrinas, y a su cultura y poder de
contemplación añadía temperamento y cualidades de poeta.8
Los discípulos de Platón aceptaron, en general, sus
teorías psicológicas. Algunos, como Xenócrates, aventuraron atrevidas
especulaciones. Espeusipo, sobrino y sucesor del eminente filósofo, fue autor
del Análisis numérico, o tratado de los números pitagóricos. Algunas de
sus especulaciones no están en los Diálogos escritos; pero como era
oyente de las conferencias orales de Platón, tiene mucha razón enfield al decir
que sus opiniones no debían diferenciarse de las de su maestro. Él es, sin
duda, el antagonista que Aristóteles critica sin nombrarlo cuando cita el argumento
de Platón contra la doctrina de Pitágoras, de que todas las cosas son en sí
mismas números, o, mejor dicho, inseparables de la idea de número. Insistía
especialmente en demostrar que la doctrina platónica de las ideas difería
esencialmente de la pitagórica en que los números y magnitudes existen
independientemente de las cosas. También aseguraba que Platón enseñó que no
puede existir conocimiento real, si el objeto de conocimiento no
trasciende a una región superior a lo sensible.
Pero
Aristóteles no es testimonio fidedigno, pues adulteró a Platón y casi puso en
ridículo las ideas de Pitágoras. Hay una regla de interpretación que debe
guiarnos en el examen de toda opinión filosófica. “La inteligencia humana, bajo
la necesaria acción de sus propias leyes, está impelida a mantener las mismas
ideas fundamentales, y el corazón del hombre a alimentar los mismos
sentimientos en toda época”. Cierto es que Pitágoras despertó la más profunda
simpatía intelectual de su tiempo y que sus doctrinas ejercieron poderosa
influencia en Platón. Su idea fundamental es que en las formas, mudanzas y
fenómenos del Universo subyace un principio permanente de unidad. Aristóteles
asegura que Pitágoras creía y enseñaba que “los números son los principios
primordiales de toda entidad”. Ritter opina que la fórmula de Pitágoras se ha
de tomar simbólicamente, y así es sin duda. Aristóteles trata de asociar estos
números a las “formas” e “ideas” de Platón y atribuye a éste la afirmación de
que “las formas son números, y las ideas existencias substanciales o entidades
reales”. Platón no enseñaba tal cosa. Decía que la causa final era la Bondad
Suprema (...) “Las ideas son objeto de pura concepción para la razón humana, y
atributos de la Razón Divina” (7). No decía que “las formas son números”, sino
que, como se lee en el Timeo: “Dios formó por primera vez las cosas,
según formas y números”.
Reconoce
la ciencia moderna que las leyes superiores de la naturaleza asumen la forma de
enunciado cuantitativo. Esto es quizás una más explícita afirmación de la
doctrina pitagórica. Los números se consideran como la mejor representación de
las leyes de armonía que regulan el Cosmos. Sabemos que la teoría atómica y las
leyes de combinación están hoy, por decirlo así, arbitrariamente definidas por
números. W. Archer Butler dice a este propósito: “El mundo es, en todas sus
partes, una aritmética viva en su desarrollo y una verdadera geometría en su
reposo”.
La
clave de los dogmas pitagóricos es la fórmula general de unidad en la variedad;
lo uno desenvuelve y por completo penetra lo múltiple. Tal es, en compendio, la
antigua doctrina de la emanación. El apóstol Pablo la aceptaba asimismo como
verdadera. “... ... ... ...”
De
Aquél, por Aquél y en Aquél son y están todas las cosas. Esto es puramente indo
y brahmánico.
“Cuando
la disolución (Pralaya) llega a su término, el Ser inmenso, Para-Atma, o
Para-Purusha, el Señor existente por sí mismo y del cual y por medio del cual
todas las cosas fueron son y serán..., quiso emanar de su propia substancia la
variedad de criaturas”. (Manava-Dharma-Shastra, libro I, dísticos 6 y
7).
La
Década mística 1 + 2 + 3 + 4 = 10 expresa esta idea. El 1 simboliza a Dios; el
2 la materia; el 3 la combinación de la Mónada y la Duada que participan de la
naturaleza de ambas en el mundo fenomenal; el 4, o forma de perfección,
simboliza el vacío; y el 10, o suma de todas las cosas, comprende la totalidad
del Cosmos. El universo es la combinación de miles de elementos, y sin embargo
es la expresión de un solo espíritu: un caos para los sentidos, un cosmos para
la razón.
Todo
es induísta en esta combinación y progresión de números en la idea de la
creación. Único es el Ser existente por sí mismo, Swayambhu o Swayambhuva, como
también se le llama. De sí mismo emana la facultad creadora, Brahmâ o
Purusha (varón divino), y el Uno se convierte en Dos; de esta
Duada, unión del principio puramente intelectual con el de la materia, procede
un tercero, Virdj, el mundo fenomenal. De esta invisible e incomprensible
trinidad, la Trimurti brahmánica, procede la segunda tríada, que representa las
tres facultades: creadora, conservadora y transformadora, representadas por
Brahmâ, Vishnu y Shiva, aunque siempre reunidas en una. Brahmâ, o Tridandin,
como se le llama en los Vedas, es la Unidad, el dios trino y
manifestado que da origen al simbólico Aum, o Trimurti compendiada. Sólo
por medio de esta trinidad, siempre activa y perceptible a nuestros sentidos,
puede la invisible y desconocida Mónada manifestarse en el mundo de los
mortales. Cuando se convierte en Sharira, esto es, cuando asume forma
visible, simboliza los principios de la materia y los gérmenes de vida.
Entonces es Purusha, el dios trifáceo, o del trino poder, la esencia de la
tríada Védica. “Conozcan los brahmanes la sagrada sílaba (Aum), las tres
palabras del Savitri, y lean diariamente los Vedas”. (Manu, libro
IV, dístico 125).
“Después
de crear el universo, Aquél cuyo poder es incomprensible, se desvaneció
absorbido en el Alma Suprema... Restituida a su primera obscuridad la gran
Alma, permanece en lo desconocido y carece de forma...
“Cuando
de nuevo reúne los sutiles principios elementarios y penetra en algfún germen
animal o vegetal, asume en cada uno nueva forma”.
“Así
es, que por alternativa de reposo y actividad, el Ser inmutable hace que
eternamente revivan y mueran todas las criaturas existentes, activas e
inertes”. (Manu, libro I, dístico 50 y siguientes).9
Quien haya estudiado a Pitágoras y sus teorías
respecto de la Mónada que, después de emanar la Duada, se restituye al silencio
y a la oscuridad y crea la Tríada, puede descubrir la fuente de donde manan la
filosofía del eminente filósofo de Samos, la de Sócrates y la de Platón.
Espeusipo
parece haber enseñado que el alma física o thumética era inmortal como el
espíritu o alma racional. Más adelante expondremos sus razones. También, como
Filolao y Aristóteles en sus disquisiciones sobre el alma, dice que el éter es
un elemento y supone cinco elementos principales, correspondientes a las cinco
figuras regulares geométricas. Esta enseñanza está tomada de la escuela
alejandrina (8). Hay en las doctrinas de los filaleteos mucho que no
aparece en las obras de los más antiguos platónicos, porque sin duda las
enseñaba el maestro con sigilosas reservas, como arcanos que no debían
publicarse. Espeusipo y Xenócrates sostuvieron después que el anima mundi o
(alma del mundo) no era la Divinidad, sino su manifestación. Estos filósofos
jamás atribuyeron al Uno naturaleza animada (9). El Uno originario
no existe en la acepción que damos a la palabra, pues hasta que se desdobló en
lo múltiple (existencias emanadas, la mónada y la duada), no tuvo existencia.
El ..., el algo manifestado mora igualmente en el centro que en la
circunferencia, pero sólo el Alma del Mundo es reflejo de la Divinidad
(10). En esta doctrina aletea el espíritu del budismo esotérico.
La
idea que tiene de Dios el hombre es la deslumbradora luz que ve reflejada en el
cóncavo espejo de su propia alma, pero esta imagen no en realidad la de Dios,
sino su reflejo. Su gloria está allí, pero el hombre ve a lo sumo la luz de su
propio espíritu, que es cuanto puede ver. Cuanto más limpio esté el espejo,
más resplandecerá la imagen divina. Pero el mundo exterior no puede
permanecer allí al mismo tiempo. Para el extático yogui, para el profeta
iluminado, el espíritu brilla como el sol del mediodía; para la viciosa víctima
de los atractivos terrenos, el resplandor desaparece, porque el grosero aliento
de la materia empaña el espejo. Tales hombres reniegan de Dios y quisieran de
un golpe privar de alma a la humanidad.
¿Ni
DIOS ni ALMA? ¡Horrible y aniquilador pensamiento! Delirante pesadilla del
lunático ateo, ante cuya alucinada vista pasa una horrible e incesante serie de
chispas de materia cósmica, por nadie creadas, que aparecen, existen y
se desenvuelven por sí mismas, es decir, por nada ni nadie y no
proceden de ninguna parte ni van a parte alguna, sin que ninguna
Causa las impela en un círculo eterno, ciego, inerte y SIN CAUSA. ¡Qué comparación
cabe con el erróneo concepto del nirvâna búdico! El nirvâna va precedido de
innumerables transformaciones espirituales y reencarnaciones durante las cuales
la entidad no pierde ni por un segundo el sentimiento de su propia
individualidad, que persiste durante millones de edades antes de llegar a la nada
final.
Aunque
muchos tienen a Espeusipo por inferior a Aristóteles, el mundo le debe la
definición de varios conceptos que Platón dejó confusos en su doctrina acerca
de lo sensible y lo ideal. Decía Espeusipo: “Conocemos lo inmaterial por medio
del pensamiento científico y lo material por la científica percepción” (11).
Xenócrates
expuso muchas teorías y enseñanzas no tratadas por su maestro. Tiene en gran
estima la doctrina pitagórica y su matemático sistema de números. Sólo admite
tres grados de conocimiento: pensamiento, percepción e intuición,
y dice que el pensamiento se emplea en lo que hay más allá de los
cielos; la percepción, en las cosas del cielo; y la intuición, en los cielos
mismos.
Vemos
estas teorías, y casi el mismo lenguaje, en el Manava-Dharma-Shastra,
cuando habla de la creación del hombre: “Él (el Supremo) exhaló su propia
esencia, el soplo inmortal, que no perece en el ser, y a esta alma del
ser, le dio el Ahankâra (conciencia del Ego) o guía soberano. Después
dio a aquella alma del ser (hombre), la inteligencia compuesta de tres cualidades
y cinco sentidos de percepción externa”.
Estas
tres cualidades son: entendimiento, conciencia y voluntad, análogas al
pensamiento, percepción e intuición de Xenócrates. Expuso más completamente que
Espeusipo la relación entre números e ideas, y aventajó a Platón en su doctrina
de las magnitudes indivisibles. Redujo a sus primitivos elementos
ideales las formas y figuras para demostrar que proceden de la indivisible
línea. Es evidente que Xenócrates sostiene las mismas teorías de Platón en lo
concerniente al alma humana (suponiéndola número), aunque Aristóteles
contradiga todas las enseñanzas de este filósofo (12). Esto nos demuestra que
Platón expuso oralmente la mayor parte de sus doctrinas y que Xenócrates, y no
Platón, fue el autor de la teoría de las magnitudes indivisibles. Deriva el
alma de la primera Duada y la llama número semoviente (13). Teofrasto dice que
Xenócrates aventajó a los demás platónicos en la exposición de la teoría del
alma, sobre la que se basa su doctrina cosmológica, demostrando la necesidad de
que en cada punto del espacio universal exista una serie progresiva de seres
espirituales animados e inteligentes (14). El alma humana es, según él, un
conjunto de las más espirituales propiedades de la Mónada y de la Duada con los
principios más elevados de ambas. Como Platón y Pródico, considera potestades
divinas a los elementos y los llama dioses, pero ni él ni otros suponen con
ello idea alguna antropomórfica. Observa Krische que Xenócrates llama dioses a
los elementos para no confundirlos con los demonios del mundo inferior (15) o
espíritus elementarios. Como el alma del Mundo penetra todo el Cosmos, los
animales han de tener algo divino (16). Lo mismo enseñan los budistas y los
herméticos, y Manu concede también alma a las plantas, aun a la más tenue hoja
de césped.
De
acuerdo con esta teoría, los demonios son seres intermedios entre la perfección
divina y la maldad humana (17). Los clasifica en diversas categorías y afirma
que el alma individual de cada hombre es su demonio protector y guía y que
ningún demonio tiene más poder sobre nosotros que nosotros mismos. Así, el
daimonion de Sócrates es la entidad divina que le inspiró durante toda su vida.
Del hombre únicamente depende el abrir o cerrar su percepción a la voz divina.
A semejanza de Espeusipo, concede inmortalidad al ..., cuerpo psíquico o alma
irracional; pero algunos filósofos herméticos han enseñado que el alma únicamente
tiene existencia separada y continua cuando, a su paso al través de las esferas
se le incorporan algunas 10
partículas terrenas y materiales que, luego de
purificada en absoluto, se aniquilan y la quintaesencia del alma se identifica
con el espíritu divino y racional.
Asegura
Zeller que Xenócrates proscribía la carne de animales, no porque en ellos
viese, en semejanza con el hombre, una vaga e imperfecta conciencia divina,
sino, al contrario, porque "la irracionalidad del alma animal podía
influir en el hombre" (18). Pero nosotros creemos que más bien era porque,
como Pitágoras, había tenido a los sabios indos por maestros y modelos. Cicerón
dice que Xenócrates lo desdeñaba todo, excepto la virtud más elevada (19), y
nos lo pinta como hombre de austero carácter (20). “Nuestro más arduo negocio
es redimirnos de la esclavitud de la vida senciente y vencer los titánicos
elementos de nuestra naturaleza carnal por medio de la divina”. Zeller cita
este pasaje (21): “El deber capital es mantenernos puros aun en los más íntimos
anhelos de nuestro corazón, y únicamente la filosofía y la iniciación en los
Misterios nos lo permitirán cumplir”.
Crantor,
otro filósofo de la primera época de la academia platónica, derivaba el alma
humana de la substancia raíz de todas las cosas, la Mónada o Uno, y la
Duada o Dos. Plutarco habla extensamente de este filósofo, quien, como
su maestro, creía que las almas encarnaban por castigo en los cuerpos.
Aunque
algunos críticos opinan que Heráclides no siguió del todo las doctrinas de
Platón (22), enseñaba la misma ética. Zeller dice que con Hicetas y Ecfanto
admitía la doctrina pitagórica de la rotación de la tierra alrededor de su eje
y la inmovilidad de las estrellas fijas, pero que ignoraba la revolución anual
de la tierra alrededor del sol y el sistema heliocéntrico (23). Sin embargo,
hay pruebas de que en los Misterios se enseñaba este sistema, y que Sócrates
fue condenado a muerte por divulgar estas santas enseñanzas, que sus
compatriotas tildaron de ateas. Heráclides opinaba lo mismo que Pitágoras y
Platón en lo concerniente a las facultades y potencias del alma humana, que
describe como esencia luminosa y en alto grado etérea, residente en la vía
láctea antes de descender a la generación o existencia sublunar. Los demonios o
espíritus son para él seres con cuerpos vaporosos y aéreos.
La
doctrina pitagórica de los números, en relación con las cosas creadas, está
plenamente expuesta en el Epinomis. Como buen platónico, su autor afirma
que sólo es posible alcanzar sabiduría por la sagaz investigación de la oculta
naturaleza de la creación, pues sólo así aseguraremos feliz existencia después
de la muerte. Trata extensamente de la inmortalidad del alma y dice que
únicamente podemos inferirla de la perfecta comprensión de los números. El
hombre incapaz de distinguir una línea recta de una curva, jamás tendrá el
necesario conocimiento para demostrar matemáticamente lo invisible, por
lo que debemos asegurarnos de la existencia objetiva de nuestro cuerpo astral,
antes de tener conciencia de que poseemos un espíritu divino e inmortal.
Jámblico declara lo mismo y añade que todo esto es un secreto de la más elevada
iniciación. “Al Poder-Divino, dice, le indignan todos cuantos revelan la
formación del icostagonus, o sea el método de inscribir un dodecaedro
(24) en una esfera.
La
idea de que los números por su gran virtud producen siempre el bien y nunca el
mal, se refiere a la justicia, ecuanimidad y armonía. Cuando el autor dice que
cada estrella es un alma individual, repite lo que los iniciados indos y los
herméticos enseñaron antes y después de él; o sea, que cada astro es un planeta
independiente, con alma propia, y que todos los átomos de materia están
henchidos del divino flujo del alma del mundo, de modo que respiran, viven,
sienten, sufren y gozan de la vida a su manera. ¿Qué físico puede negarlo con
pruebas? Por lo tanto, debemos considerar los cuerpos celestes como imágenes de
dioses que participan substancialmente de los poderes divinos; y aunque su
alma-entidad no es inmortal, su influencia en la economía del universo les da
derecho a honores divinos, tales como los que tributamos a los dioses menores.
La
idea es clara, y de mala fe procedería quien equivocadamente la expusiese. Si
el autor de Epinomis coloca a estos ígneos dioses muy por encima de los
animales, plantas y hombres a quienes, como criaturas terrenas, les señala
ínfimo lugar, ¿quién le probará lo contrario? Preciso es sumergirse en las
profundidades de la abstracta metafísica de la antigüedad, para comprender las
varias formas de sus conceptos que, después de todo, se fundan en la adecuada
comprensión de la naturaleza, atributos y método de la Causa Primera.
Además,
cuando el autor de Epinomis interpone entre los dioses superiores y los
inferiores (almas encarnadas) tres clases de demonios, y puebla el
universo de seres invisibles, es más racional que nuestros modernos sabios, que
colocan entre ambos extremos un vacío inmenso donde sólo operan las ciegas
fuerzas de la Naturaleza. De estas tres clases de demonios, la primera y la
segunda son invisibles y sus cuerpos están formados de puro éter y fuego (espíritus
planetarios); los de la tercera clase son generalmente invisibles, pero
algunas veces, al concentrarse en sí mismos, son visibles durante pocos
segundos. Estos son los espíritus terrenos, o nuestras almas astrales.
Estas
doctrinas, estudiadas analógicamente y por correspondencia, condjujeron paso a
paso a los antiguos, así como a los modernos filaleteos, a la comprensión de
los más grandes misterios. Al borde del negro abismo que separa el mundo
espiritual del material, está la ciencia moderna con los ojos cerrados y la
cabeza vuelta hacia atrás, pareciéndole infranqueable y sin fondo, aunque tiene
en la mano una antorcha que con sólo bajarla a sus profundidades, la sacaría de
su error. Pero el tenaz estudiante de filosofía hermética ha tendido un puente
a través del abismo.
En
sus Fragmentos de Ciencia, Tyndall confiesa tristemente: “Si me
preguntan si la ciencia ha resuelto, o si es probable que en nuestros días
resuelva el problema del universo, dudo al responder”. Y cuando impulsado por
un pensamiento posterior, se rectifica después, asegura que la prueba
experimental le ha conducido a descubrir en la vilmente calumniada materia, la
esperanza y la potencia de los atributos de la vida. Sería tan 11
difícil para Tyndall dar una prueba plena e
irrefutable de lo que asegura, como lo hubiera sido para Job clavar un anzuelo
en el hocico del liviatán.
Pocas
palabras bastarán para evitar al lector la confusión dimanante del uso
frecuente de ciertos términos en sentido diverso del acostumbrado. Deseamos no
dar lugar a error ni falsedad. La Magia puede tener para unos lectores una
significación y distinta para otros. Nosotros le daremos la significación que
tiene para los sabios y prácticos orientales, y lo mismo haremos respecto de
las palabras ciencia hermética, ocultismo, hierofante, adepto, brujo,
etc., que por otra parte son de fácil comprensión. Aunque las diferencias entre
los términos sean frecuentemente insignificantes, conviene saber su
significado, que vamos a dar por orden alfabético.
AKÂSA.
– Literalmente en sánscrito significa firmamento; pero en su místico
sentido, significa el cielo invisible, o, como dicen los brahmanes en el
sacrificio del Soma (Gyotishtoma Agnishtoma), el dios Akâsa, o dios
Firmamento. De los Vedas se infiere que los indos de cincuenta siglos atrás le
atribuían las mismas propiedades que los lamas tibetanos de hoy, quienes le
consideran como fuente de vida, depósito de toda energía y propulsor de todo
cambio en la materia. En estado latente, coincide el Akâsa con nuestra idea del
éter universal; en estado de actividad, es el Dios omnipotente y director de
todo. En los sacrificios y misterios brahmánicos desempeña el papel de Sadasya,
o presidente de los mágicos efectos de las ceremonias religiosas, y tiene su
sacerdote propio (Hotar) que toma su nombre. Los sacerdotes de la India y otros
países eran antiguamente representantes en la tierra de distintos dioses, y
cada uno de ellos tomaba el nombre de la divinidad en cuyo nombre obraba.
El
Akâsa es indispensable agente de toda krityâ u operación mágica, ya
religiosa, ya profana. La expresión brahmánica “excitar el Brahmâ” (Brahmâ
jinvati), significa despertar el poder latente en el fondo de las
operaciones mágicas, pues los sacrificios védicos son magia ceremonial. Este
poder del Akâsa o electricidad oculta, el alkahest de los
alquimistas o disolvente universal, la misma anima mundi, como luz
astral. En el momento del sacrificio está embebida en el espíritu de Brahmâ y
mientras aquél se lleva a cabo es el mismo Brahmâ. Éste es evidentemente el
origen del dogma cristiano de la transubstanciación. En lo que se refiere a los
efectos generales del Akâsa, el autor de una de las obras más modernas de
filosofía oculta: Arte Mágico, da por vez primera una muy inteligible e
interesante explicación del Akâsa, en conexión con los fenómenos atribuidos a
su influencia por fakires y lamas.
ALMA.
– Es el nephesh de la Biblia; el principio vital, el soplo de vida que
todos los animales, incluso los infusorios, comparten con el hombre. En las
traducciones de la Biblia se interpreta indistintamente por vida, sangre y
alma. El texto original del Génesis dice: “No matemos su nephesh” (25). Así en
los demás pasajes.
ALQUIMISTAS.
– De Al y Chemi, el fuego o dios Kham de que tomó nombre el
Egipto. Los rosacruces medioevales como Roberto Fludd, Paracelso, Tomás Vaughan
(Eugenio Filaleteo), Van-Helmont y otros, fueron alquimistas que buscaban el espíritu
oculto en la materia inorgánica. Muchos han acusado a los alquimistas de
charlatanería y presunción; pero no cabe tratar de impostores y mucho menos de
insensatos a hombres como Rogerio Bacon, Agrippa, Enrique Kunrath, y el árabe
Geber, el primero que reveló en Europa algunos secretos químicos. Los sabios de
hoy reedifican las ciencias físicas sobre la base de la teoría atómica de
Demócrito, restablecida por John Dalton, sin recordar que Demócrito de Abdera
era alquimista de talento bastante para profundizar los secretos de la
naturaleza y llegar a ser filósofo hermético. Olaus Borrichias dice que el
origen de la Alquimia se pierde en remotísimos tiempos.
ANTROPOLOGÍA.
– La ciencia del hombre, subdividida en:
Fisiología, que descubre los misterios de los órganos, y su
funcionamiento en el hombre, animales y plantas.
Psicología, que estudia el alma como entidad distinta del
espíritu, en sus relaciones con el espíritu y con el cuerpo. La ciencia moderna
relaciona generalmente el alma con las condiciones del sistema nervioso, sin
atender a su esencia y naturaleza psíquica. Los médicos llaman a la Psicología
ciencia de la locura, y en las escuelas de medicina dan el nombre de lunática
a la cátedra de esta ciencia.
CALDEOS
o kasdimos. – Al principio una tribu y después una casta de sabios
cabalistas. Eran los sabios y magos de Babilonia, astrólogos y adivinos. El
famoso Hillel, precursor de Jesús en filosofía y ética, era caldeo. Frank, en
su Kabbala, hace notar la estrecha semejanza de la “doctrina secreta”
del Avesta, con la metafísica religiosa de los caldeos.
DACTYLOS
(daktulos, dedo). – Nombre dado a los sacerdotes consagrados al culto de
Kybelê (Cibeles). Algunos arqueólogos derivan este nombre de ..., dedo,
porque los dactylos eran diez, como los dedos de las manos, pero no
consideramos correcta esta hipótesis.
DEMIURGOS
o Demiurgo. – Artífice; el Poder Supremo que ha construido el universo. Los
francmasones derivan de esta palabra su frase de “Gran Arquitecto”. El
magistrado principal de algunas ciudades griegas llevaba este título.
DEMONIOS.
– Nombre dado en los pueblos antiguos, y especialmente por los filósofos
alejandrinos, a toda clase de espíritus, buenos y malos, humanos o de otra
naturaleza. Con frecuencia este nombre es sinónimo de dioses o ángeles; pero
algunos filósofos distinguen entre las diversas clases.
DERVICHES,
o “encantadores danzantes”. – Aparte de la austeridad de vida y de las
prácticas de oración y meditación, los santones mahometanos se parecen muy poco
a los fakires indos. Estos pueden llegar a ser sannyasis o santos
mendicantes; los primeros jamás irán más allá de las fases secundarias de las
manifestaciones ocultas. El derviche puede ser también potente hipnotizador,
pero jamás se someterá voluntariamente a las abominables y casi increíbles
mortificaciones que el fakir se inflige con creciente avidez hasta morir entre
lentos y crueles tormentos. Las más horribles operaciones, como desollarse vivo,
cortarse los 12
dedos de pies y manos, amputarse las piernas, sacarse
los ojos, enterrarse hasta el cuello y pasar así muchos meses, son para ellos
juegos de niños. Uno de los tormentos más frecuentes es el tshiddy-parvâday (26).
Consiste en suspender al fakir de uno de los brazos movibles de una especie de
horca que suele verse en las cercanías de los templos. En el extremo de cada
uno de estos brazos, hay una polea a la que está arrollada una cuerda con un
garfio de hierro pendiente, que se clava en la desnuda espalda del fakir, cuya
sangre inunda el suelo, y levantado en alto se le hace girar alrededor de la
horca. Desde el primer momento de tan cruel operación, hasta que por su propio
peso el cuerpo cede rasgado por el garfio y cae sobre las cabezas de la
multitud, ni un solo músculo del rostro del fakir se contrae en lo más mínimo y
queda tan tranquilo, grave y reposado como si saliera de un refrigerante baño.
El fakir se goza en despreciar los mayores tormentos, porque está convencido de
que cuanto más mortifique su cuerpo material, más brillante y santo será en
cuerpo espiritual. El derviche no es capaz de infligirse tales torturas.
DIOSES
PAGANOS. – El vulgo confunde lastimosamente los dioses con los ídolos del
paganismo. Sin embargo, el verdadero concepto expresado en la palabra dioses,
nada tiene de objetivo ni antropomórfico, pues o bien se refiere a las
entidades planetarias y a los espíritus desencarnados de hombres puros, o bien
representa para los iniciados de todas las religiones y escuelas la
manifestación visible de una potestad ordinariamente invisible. Cada una de
estas ocultas potestades tenía por símbolo el dios bajo cuyo nombre se la
invocaba, de suerte que los múltiples dioses de los panteones indio, griego y
egipcio son sencillamente representaciones de las potestades invisibles del
universo. Cuando en los oficios religiosos invoca el brahmán a la diosa Aditya,
representación femenina del sol, actualiza la potencia del espíritu residente
en el sol mediante la palabra de poder (Vâch) contenida en el mantra
empleado en la invocación.
Las
potestades espirituales son los hotares o vicarios del supremo Ser,
mientras que a su vez el brahmán es, en el momento de oficiar, el vicario o
embajador en la tierra de la invocada potestad celestial.
DRUIDAS.
– Casta sacerdotal que floreció en las Galias y gran Bretaña.
ESENIOS.
– De asa, el que sana. Secta de judíos que, según Plinio, vivieron cerca
del mar Muerto per millia soeculorum, durante miles de siglos. Han
supuesto algunos si serían fariseos ultrarradicales, y otros, lo que parece más
cierto, los tienen por descendientes de los benim-nabim de la Biblia, o
sean los kenitas y nazaritas. Tenían muchas ideas y prácticas budistas, y es
digno de mención que los sacerdotes de la Gran Madre en Éfeso, la
Diana-Bhavanî de múltiples pechos, llevaban también este nombre. Eusebio y De
Quincey dicen que eran los cristianos primitivos y esto es muy probable. El
título de hermano, usado en la Iglesia primitiva, es de origen esenio.
Constituían una comunidad o koinobión análoga a la de los primeros
conventos. Conviene advertir que únicamente los saduceos o zadokitas, la casta
sacerdotal y sus partidarios, perseguían a los cristianos, pues los fariseos
eran por lo general indulgentes y con frecuencia se declaraban a favor de
aquéllos. Jaime el Justo fue fariseo hasta su muerte; pero Pablo, o Aher, fue
tenido por hereje.
ESPÍRITU.
– Mucha confusión ha producido la discrepancia de los escritores en el empleo
de esta palabra, que por regla general se considera sinónima de alma, sin que
los lexicógrafos se preocupen de separar su respectiva acepción. Esto es
consecuencia natural de la ignorancia orriente, y de haber desdeñado la
distinción adoptada por los antiguos. Más adelante dilucidaremos la
importantísima diferencia entre espíritu y alma. Baste decir, por
ahora, que el espíritu es el nous de Platón, el principio inmortal,
inmaterial, purísimo y divino del hombre, el coronamiento de la tríada humana.
ESPÍRITUS
ELEMENTALES. – Criaturas que evolucionan en los cuatro reinos elementales de:
tierra, aire, fuego y agua. Los cabalistas los llaman respectivamente: gnomos,
sílfides, salamandras y ondinas. Podemos llamarlos fuerzas de la naturaleza,
como agentes serviles de la ley general, y también suelen valerse de ellos los
espíritus desencarnados, ya puros o impuros, los Adeptos encarnados, ya
blancos, ya negros, para producir los fenómenos que deseen. Los espíritus
elementales nunca llegan a ser hombres (27).
Bajo
la denominación general de hadas y duendes, los espíritus de los elementos
aparecen en los mitos, fábulas, tradiciones y poesías de todas las naciones
antiguas y modernas. Sus nombres son muchísimos: peris, devas, dijinos,
silvanos, sátiros, faunos, elfos, enanos, trasgos, espectros, sombras, duendes,
ondinas, salamandras, damas blancas, etc. Han sido vistos, temidos, bendecidos,
exorcizados e invocados en todo el mundo y en toda época. ¿Será posible que
estuvieran alucinados cuantos los vieron?
Los
elementales son los principales agentes de los espíritus desencarnados, y
aunque nunca aparecen en las sesiones, producen todos los fenómenos objetivos.
ESPÍRITUS
ELEMENTARIOS. – Propiamente hablando, son las almas desencarnadas de los
depravados que poco antes de la muerte se separaron de su divino espíritu y no
pueden aspirar a la inmortalidad. Eliphas Levi y otros cabalistas, apenas
distinguen entre los espíritus elementarios que fueron hombres, y los demás
seres que pueblan los elementos y son fuerzas ciegas de la naturaleza. Una vez
separadas del cuerpo estas almas (también llamadas cuerpos astrales) de
personas materializadas, quedan irresistiblemente atraídas a la tierra, donde
experimentan una vida temporal y finita en las condiciones que más armonizan
con su naturaleza inferior; y como durante la vida no cultivaron su
espiritualidad, sino que la subordinaron a lo material y grosero, son incapaces
de seguir el elevado camino del ser puro y desencarnado que se aleja de la
sofocante y mefítica atmósfera de la tierra. Después de un período de tiempo
más o menos largo, estas almas materiales empiezan a desintegrarse, hasta que,
a semejanza de la niebla, se disuelven, átomo por átomo, en los elementos
circundantes.13
ETROBACIA. – Nombre griego, que significa pasear o
levantar en el aire; los espiritistas modernos la llaman levitación.
Puede ser consciente o inconsciente. En el primer caso es magia; en el segundo,
desequilibrio, enfermedad o un poder cuya significación se dilucida en pocas
palabras.
En
un manuscrito siríaco, traducido por Malchus, alquimista del siglo XV, se lee
una explicación simbólica de la etrobacia con respecto a Simón el Mago. Dice
así:
“Simón,
con el rostro en tierra, murmuró: “¡Oh madre Tierra, ruégote me concedas algo
de tu aliento, y yo te daré el mío! ¡Suéltame, oh madre, y llevaré tus
palabras a las estrellas y fielmente volveré después a ti!” y la tierra,
vigorizando sin detrimento su condición, envió a su genio a infundir algo de su
aliento en Simón, mientras él respiraba en ella; y las estrellas se
regocijaron a la vista del Potente”.
Para
comprender esto, es preciso recordar que las electricidades del mismo signo se
repelen y las de signo contrario se atraen. “El más elemental conocimiento de
la química”, dice el profesor Crooke, “nos enseña que mientras los cuerpos de
opuesta naturaleza se combinan enérgicamente, apenas hay afinidad entre dos
metales o dos metaloides de propiedades análogas”.
La
tierra es un cuerpo magnético o un gran imán, como afirmó ya Paracelso hace 300
años. Está cargada de electricidad positiva, que genera continua y
espontáneamente en su centro de movimiento. Los cuerpos humanos y todos los
objetos materiales están cargados de electricidad negativa, lo cual equivale a
decir que los cuerpos orgánicos e inorgánicos generan y se cargan constante e
involuntariamente por sí mismos de electricidad contraria a la de la tierra.
Ahora bien: ¿qué es el peso? Sencillamente la atracción de la tierra. “Sin la
atracción de la tierra nada pesarían nuestros cuerpos”, dice el profesor
Stewart (28), “y si pesáramos doble, experimentaríamos doble atracción”. ¿Cómo
podemos librarnos de esta atracción? Según la ley antes enunciada, la atracción
de nuestro planeta retiene a los cuerpos en la superficie terrestre; pero ¿cómo
explicar que la ley de gravitación haya sido infringida muchas veces por
levitaciones de personas y objetos inanimados? La condición de nuestro sistema
fisiológico, al decir de los filósofos teúrgicos, depende en gran parte de
nuestra voluntad, que bien regulada puede operar entre otros “milagros” el
cambio de polaridad eléctrica, de negativa en positiva, de modo que el
imán-tierra repela el objeto o cuerpo y no ejerza la gravedad acción ninguna.
Será entonces tan natural para el hombre lanzarse al espacio, hasta que la
fuerza repulsiva pierda su eficacia, como antes permanecer sobre la tierra. La
elevación de su vuelo dependerá de la mayor o menor habilidad en cargar su
cuerpo de electricidad positiva. Obtenido este dominio sobre las fuerzas
físicas, la levitación es cosa tan sencilla como el respirar.
El
estudio de las enfermedades nerviosas ha demostrado que, tanto en el
sonambulismo ordinario, como en el hipnótico, parece disminuir el peso del
cuerpo. El profesor Perty cita el caso del sonámbulo Kochler, que flotaba sobre
el agua. La vidente de Prevost no podía permanecer sentada en la bañera, porque
sobrenadaba en el agua del baño. Dice además que Ana Fleiser, enferma de
epilepsia, se mantenía con frecuencia en el aire, según la vio varias veces el
superintendente del hospital, y en otra ocasión se levantó hasta más de dos
metros por encima de su cama, en presencia de testigos fidefignos, entre los
cuales había dos eclesiásticos. En su Historia de las brujerías de Salem cita
Uphame el caso parecido de Margarita Rule. “La levitación, dice el profesor
Perty, ocurre con mayor frecuencia en los sujetos extáticos que en los
sonámbulos”. Estamos acostumbrados a considerar la gravitación como ley
absoluta e inalterable, y nos parece inadmisible la idea de una completa o
parcial levitación que la contraríe. Sin embargo, en estos fenómenos la
gravitación queda anulada por fuerzas materiales. En muchas enfermedades, como
por ejemplo en las calenturas nerviosas, el peso del cuerpo humano parece
aumentar, pero en los éxtasis disminuye. Por lo tanto, pueden haber fuerzas físicas
contrarias a la gravedad.
La
revista de Madrid: Criterio Espiritista cita el interesante caso de una
joven labradora de cerca de Santiago, que se suspendía en el aire al colocar
horizontalmente sobre ella, a una distancia de medio metro, dos barras de
hierro magnetizadas.
Si
los médicos observasen a estos individuos levitados, verían que están
electrizados en el mismo signo que el suelo, el cual, según la ley de gravedad,
debería atraerlos, o al menos evitar su levitación. Y si los desequilibrios físico-nerviosos
o los éxtasis espirituales producen inconscientemente los mismos efectos,
tendremos que esta fuerza puede ser dirigida y regulada a voluntad.
EVOLUCIÓN.
– Desarrollo de los órdenes de animales superiores procedentes de los
inferiores. La ciencia moderna sólo estudia la evolución física y nada sabe de
la espiritual, que obligaría a los contemporáneos a confesar su inferioridad
respecto de los antiguos filósofos y psicólogos. Los sabios de la antigüedad se
elevaban hasta el INCOGNOSCIBLE, para tomar por punto de partida la primera
manifestación del invisible, el inevitable, que por razonamiento estrictamente
lógico, es el Ser creador, necesario en absoluto, el Demiurgo del Universo. La
evolución comienza, según ellos, en el espíritu puro, que desciende
gradualmente hasta tomar forma visible y tangible de materia. Llegados a este
punto, discurren conforme a la teoría de Darwin, pero sobre más amplias y
extensas fases.
El Rig-Veda-Samhita
(29) el libro más antiguo del mundo, al que nuestros más prudentes eruditos
asignan dos o tres mil años de antigüedad sobre la era cristiana, dice en el
“Himno de los Marutes”:
“El
No Ser y el Ser están en el supremo cielo, en la cuna de Daksha, en el regazo
de Aditi”. (Mandala 1, versículo 166).
“En
la primera época de los dioses, el Ser (la Divinidad comprensible) nació del
No-ser (la Divinidad incomprensible). Después nacieron las Regiones invisibles
y de ellas, Uttânapada”.14
“De Uttânapada nació la Tierra, y de ella las Regiones
visibles. Daksha nació de Aditi, y Aditi de Daksha”. (Ídem).
Aditi
es el Infinito, y Daksha es daksha-pitarah, que significa literalmente
el padre de los dioses; pero Max-Müller y Roth dicen que significa padres
de la fuerza que “conservan, poseen y conceden las facultades”. De todos
modos, es fácil ver que “Daksha, nacido de Aditi, y Aditi de Daksha”, significa
lo que los modernos llaman “correlación de fuerzas”. Así se infiere del
siguiente párrafao traducido por Müller:
“Considero
a Agni como el origen de toda existencia, o padre de la fuerza” (III, 27, 2).
Esta misma idea, clara y evidente, prevaleció en las doctrinas de los
zoroastrianos, magos y filósofos del fuego de la Edad Media. Agni es el dios
del fuego, del Éter Espiritual, la verdadera substancia de la esencia divina, del
Dios Invisible presente en cada átomo de Su creación y llamado por los
Rosacruces “Fuego Celestial”. Si cuidadosamente comparamos los versos de este
mandala, uno de los cuales dice: “El Cielo es su padre, la Tierra su madre,
Soma su hermano y Aditi su hermana” (I, 191, 6) (30) con la Tabla
Esmeraldina de Hermes, hallaremos el mismo substrato metafísico y
filosófico en idéntica doctrina.
“Como
todas las cosas han sido producidas por medio de un Ser, así también todas las
cosas han sido producidas de esta única cosa por adaptación: “Su padre es el
sol; su madre la luna”... etc. Separa la tierra del fuego, lo sutil de lo
grosero... Lo que he dicho sobre la operación del sol es compelto”.
(Tabla Esmeraldina) (31).
El
Profesor Max-Müller ve en este mandala, “algo parecido a una teogonía,
aunque llena de contradicciones (32). Los alquimistas, cabalistas y estudiantes
de filosofía mística encontrarán una perfecta definición del sistema de
Evolución en esta cosmogonía de un pueblo que existió millares de años antes de
nuestra era. Advertirán, además, perfecta identidad de pensamiento entre la
filosofía hermética y las doctrinas de Pitágoras y Platón.
La
evolución, tal como ahora se entiende, supone en la materia un impulso para
tomar forma más elevada, y así lo manifestaron claramente Manu y otros
filósofos indos de la antigüedad. Ejemplo de ello nos da el árbol de los
filósofos en el caso de la disolución del cinc. La controversia entre los
partidarios de la evolución y los de la emanación, puede resumirse en que el
evolucionista detiene toda investigación en las fronteras del Incognoscible,
mientras que el emanacionista cree que nada puede evolucionar ni nacer, si
antes no ha sido involucionado por la potencia espiritual de la vida que
prevalece sobre todo.
FAKIRES.
– Devotos religiosos de la India. Están generalmente adscritos a las pagodas
brahmánicas y siguen las leyes de Manu. Van desnudos con sólo un faldellín de
lino, llamado dhoti, en la cintura. Llevan el pelo muy largo, y en él
guardan como si fuera bolsillo la pipa, la flauta llamada vagudah, cuyo
sonido entorpece catalépticamente a las serpientes, y el bambú de siete
nudos. Esta vara mágica la recibe el fakir de su gurú el día de la
iniciación, con los tres mantras que le comunica al oído. Ningún fakir
prescinde de esta poderosa insignia de su profesión, por cuya divina virtud
obran prodigiosos fenómenos (33). El fakir brahmánico es completamente distinto
de los mendigos musulmanes de la India, también llamados fakires en algunos
puntos del territorio británico.
HERMÉTICO.
– De Hermes, dios de la Sabiduría, adorado en Egipto, Siria y Fenicia con los
nombres de Thoth, Tat, Adad, Seth y Satán (34), y en Grecia con el de Kadmos.
Los kabalistas lo identifican con Adam Kadmon, primera manifestación del Poder
Divino, y con Enoch. Hubo dos Hermes: el Trismegistus, y el amigo e
instructor de Isis y Osiris, segunda emanación o “permutación” de sí mismo.
Hermes y Mazeo son los dioses de la sabiduría sacerdotal.
HIEROFANTE.
– Revelador de enseñanzas sagradas. Llevaba este título el jefe de los Adeptos,
que en las iniciaciones explicaba los arcanos a los neófitos. En hebreo y
caldeo se le llamaba Pedro, que significa el que abre o descubre. De
aquí que el Papa, como sucesor del hierofante de los antiguos misterios, ocupe
la pagana silla de “San Pedro”. El odio de la Iglesia católica a la alquimia y
ciencias ocultas y astrológicas, se explica porque tales conocimientos eran
antes prerrogativa del hierofante o representante de Pedro, quien guardaba los
misterios de vida y muerte. Bruno, Galileo, Kepler y Cagliostro se opusieron a
las pretensiones de la Iglesia y por ello perdieron la vida.
Toda
nación tuvo misterios y hierofantes. Los judíos tenían su Pedro, Tanaim o
Rabino, como Hillel, Akiba (35), y otros cabalistas famosos, únicos que podían
comunicar los terribles secretos de la Merkaba. En India hubo y hay
diseminados por las principales pagodas muchos hierofantes, conocidos con el
nombre de brahmatmas. En el Tíbet el principal hierofante es el Dalai o
Taley-Lama de Lha-ssa (36). Entre las naciones cristianas sólo los católicos
han conservado esta pagana costumbre en la persona del Papa, aunque han
desfigurado tristemente la majestuosa dignidad de tan sagrado cargo.
INICIADOS.
– Los que en la antigüedad aprendían en los Misterios los secretos
conocimientos de boca de los hierofantes. En nuestros días, los aleccionados
por los adeptos a la mística doctrina de las ciencias del misterio, que a pesar
de los siglos transcurridos, tienen pocos, pero verdaderos devotos.
KABALISTA.
– De ... (kabala). Tradición oral. El cabalista es el estudiante de la
“ciencia secreta”; el que interpreta el oculto y verdadero sentido de las
Escrituras, por medio de la simbólica kabala. Los tanaimes fueron los
primeros cabalistas judíos que florecieron en Jerusalén a principios del siglo
III antes de J. C. los libros de Ezequiel, Daniel, Enoch y el Apocalipsis son
genuinamente cabalísticos. La doctrina secreta de la Kabala es idéntica
a la de los caldeos y tiene mucho de magia o sabiduría de los parsis.15
LAMAS. – Monjes budistas que profesan la religión
lamaica dominante en el Tíbet, análogos a los frailes del catolicismo. Están
bajo la obediencia del Dalai-Lama o Sumo Pontífice budista tibetano, que reside
en Lhassa y es para los lamas una reencarnación del Buda.
LUZ
ASTRAL. – Es la luz sideral de Paracelso y de otros filósofos
herméticos. Físicamente es el éter de la ciencia moderna; y metafísicamente, en
su espiritual y oculto sentido, es algo más de lo que comúnmente se entiende
por éter. La física y alquimia ocultas demuestran que sus ilimitadas
ondulaciones abarcan, no sólo “la esperanza y potencia detoda cualidad de
vida”, según afirma Tyndall, sino también la actualización de la potencia de
cada una de las cualidades del espíritu. Los alquimistas y herméticos creen que
el éter astral o sideral, con las propiedades del azufre y las magnesias blanca
y roja o magnes, es, tanto espiritual como materialmente, el Anima
mundi, el laboratorio de la Naturaleza y del Cosmos. El “Gran Magisterio”
se manifiesta por sí mismo en los fenómenos del hipnotismo, en la levitación
del hombre y de objetos inertes, y puede llamarse éter en el aspecto
espiritual.
La
denominación astral es antigua, y ya la usaban algunos neoplatónicos.
Porfirio dice que el cuerpo celestial está siempre unido al alma y es “inmoral,
luminoso y semejante a una estrella”. La raíz de la palabra astral es tal vez
la voz escita aist-aer (estrella) o la asiria istar, que
significa lo mismo. Como los rosacruces consideraban lo real directamente
opuesto a lo aparente y enseñaban que la luz para la materia era
obscuridad para el espíritu, decían que éste moraba en el océano astral
de invisible fuego que rodea al mundo y pretendían haber descubierto el origen
del también invisible espíritu divino, que desde el trono del invisible y
desconocido Dios cobija a todo hombre y equivocadamente se le llama alma.
Como la Causa primera es invisible e imponderable, únicamente podían los
alquimistas probar sus afirmaciones por los efectos que, dimanantes del
universo invisible, se manifiestan en el mundo físico. Demuestran los
alquimistas que la luz astral penetra la totalidad del Cosmos y late hasta en
la más ínfima partícula de roca, diciendo que la chispa del pedernal es el
perturbado espíritu de esta piedra, que, al tiempo de brotar, desaparece
inmediatamente en las regiones de lo desconocido.
Paracelso
la llamaba luz sideral y consideraba los astros (incluso nuestra tierra)
como porciones condensadas de luz astral, “caídas en la generación y en
la materia”., pero cuyas emanaciones magnéticas o espirituales conservaban
incesante comunicación con el origen patrio de la luz astral. A este propósito
dice: “Los astros nos atraen hacia ellos; y nosotros los atraemos hacia
nosotros. Madera es el cuerpo y fuego la vida que, como la luz, viene de las
estrellas y los cielos. La magia es la filosofía de la alquimia” (37). Todo lo
del mundo espiritual, ha de llegarnos a través de las estrellas, y si estamos
en armonía con ellas, obtendremos inmensos efectos mágicos.
“Así
como el fuego pasa a través de una estufa de hierro, así también los astros
pasan a través del hombre y le comunican sus propiedades, del mismo modo que la
lluvia fertiliza la tierra en que penetra. Los astros rodean a la
tierra, como el cascarón al huevo. A través del cascarón pasa el aire y
penetra hasta el centro del mundo”. El cuerpo humano, lo mismo que la tierra,
los planetas y las estrellas, está sujeto a la doble ley de atracción y
repulsión y saturado del influjo doblemente magnético de la luz astral. Todo es
doble en la naturaleza: el magnetismo es positivo y negativo, activo y pasivo,
masculino y femenino. La noche descansa al hombre de la actividad del día y
restablece el equilibrio, tanto de la naturaleza humana como de la cósmica.
Cuando el hipnotizador aprenda el secreto de polarizar la acción y dar a su
fluido fuerza bisexual, será el mayor de los magos vivientes. Así, pues, la luz
astral es andrógina porque el equilibrio resulta de dos fuerzas que eternamente
actúan una sobre otra. El resultado de esta acción es la VIDA. Cuando las
dos fuerzas se gastan y permanecen largo tiempo inactivas, equilibrándose una
con otra en reposo completo, sobreviene la condición de MUERTE. Un ser
humano puede expirar aliento caliente o frío, e inspirar aire frío o caliente.
Todo niño sabe cómo regular la temperatura de su aliento; pero ningún fisiólogo
ha explicado satisfactoriamente la manera de protegerse uno mismo del aire frío
o caliente. La luz astral, principal agente de magia, puede únicamente
descubrirnos los secretos de la naturaleza. La luz astral es idéntica al akâsa
indo.
MÁGICO.
– Antiguamente era título de nombradía y distinción, pero hoy se corrompido su
verdadero significado. En otro tiempo fue sinónimo de honroso, respetable,
instruido y docto. El clero ha convertido este título en epíteto degradante que
el vulgo supersticioso aplica a los brujos embusteros, impostores y charlatanes
que “venden el alma al diablo” y abusan de sus facultades psíquicas, sin
advertir que Moisés fue mágico y al profeta Daniel se le llamó “príncipe de los
magos, de los encantadores y agoreros” (38).
La
palabra mágico se deriva etimológicamente de magh, mah o mahâ que
significa grande y se aplicó a los sacerdotes versados en la ciencia esotérica.
MAGO.
– Palabra derivada de Mag o Maha, que significa grande. El
Mahatma (gran alma) tenía en la India sacerdotes en los tiempos prevédicos.
Los
magos eran sacerdotes del fuego, en Asiria, Babilonia y Persia. Los tres reyes
magos que, según se dice, ofrecieron al niño Jesús oro, incienso y mirra,
adoraban al fuego y eran también astrólogos, pues vieron la estrella de Belén.
Al Sumo sacerdote parsi, residente en Surat, se le llama Mobed, palabra
que algunos derivan de Megh o Meh-ab y significa grande y noble.
Según Kleuker, a los discípulos de Zoroastro se les llamó meghestom.
MANTICISMO.
– Frenesí mántico o estado en que se actualiza el don de profecía, sinónimo de
manticismo, pues tan honroso es el título de mántico como el de profeta.
Pitágoras y Platón lo tuvieron en mucha estima y Sócrates aconsejó a sus
discípulos el estudio del manticismo. Los Padres de la Iglesia, que tan
severamente condenaron el frenesí mántico de los sacerdotes paganos y de las
pitonisas, no tuvieron reparo en 16
aprovecharse de él para sus fines particulares. Los
montanistas (39) emulaban a los manteis o profetas. El autor de la obra Profecías
antiguas y modernas, dice que Tertuliano, San Agustín y los mártires de
Cartago estuvieron dotados de frenesí mántico y que los montanistas se parecían
a las bacantes en el salvaje entusiasmo que caracterizaba sus orgías.
Mucho
discrepan las opiniones en lo concerniente al origen de la palabra manticismo.
En tiempos de Melampo, rey de Argos, floreció el famoso vidente Mantis de cuyo
nombre se derivaría la palabra, pero también pudo arrancar de la profetisa
Manto, hija del profeta de Tebas.
Cicerón
define el don de profecía o frenesí mántico, diciendo que en lo más recóndito
de la mente está ocultamente recluida la profecía divina, el divino impulso
cuya actuación parece furor, frenesí y locura.
Sin
embargo, es posible que la palabra mantis tenga mucho más antigua
etimología, no advertida por los filólogos, pues las dos copas empleadas en los
ritos del misterio Soma, denominadas conjuntamente grahâs, se llamaban
cada una de por sí sukra y manti (40). En esta copa manti se dice
que “despierta Brahmâ”. Al beber sobriamente un sorbo del sagrado zumo, el
“espíritu” de Brahmâ, personificado en el dios Soma, se infunde en el cuerpo
del iniciado y se posesiona de él. De aquí el éxtasis, la clarividencia y el
don de profecía. El Soma estimula dos linajes de adivinación: la natural y la
artificiosa. La copa sukra despierta las congénitas cualidades del
hombre, e identifica el alma con el espíritu que, por ser de naturaleza divina,
conoce lo futuro representado en sueños, visiones y presentimientos. El manti
o zumo contenido en la copa mantis “despierta a Brahmâ”, es decir,
comunica al alma no sólo con los dioses menores (41), sino también con la
suprema esencia divina. El alma recibe iluminación directamente irradiada de la
presencia de su “dios”; pero como queda ignorante de lo que únicamente saben
los cielos, le acomete al iniciado una especie de frenesí, del que, al
recobrarse, sólo recuerda cuanto se le permite recordar.
Respecto
a los adivinos o profetas que abusan de sus facultades para hacer de ellas un
modo de vivir, dícese que están poseídos de un gandharva, divinidad
escasamente venerada en la India.
MANTRA.
– Palabra sánscrita equivalente a “nombre inefable”. Cantados con la entonación
prescrita en el Atarva-Veda producen algunos mantras instantáneo y
maravilloso efecto. Generalmente, es el mantra una plegaria a los dioses y
potestades celestiales, según enseñan los libros brahmánicos de acuerdo con
Manú; pero también suele ser una fórmula mágica. En sentido esotérico, la frase
mística o palabra del mantra es el vâch de los brahmanes. En sentido
literal, significa el mantra la revelación directa y divina (sruti) de
los libros sagrados.
MARABUTO.
– Musulmán que ha cumplido la peregrinación a la Meca. Santo sepultado en un
sarcófago abierto de propósito en las calles o plazas de las ciudades populosas
de los países mahometanos. El cuerpo del marabuto se coloca en la única tumba o
hueco del sarcófago, y la devoción de los transeúntes mantiene perpetuamente
encendida una lámpara a la cabecera del enterramiento. En El Cairo se ven hoy
día muchos de estos sarcófagos, construidos de albañilería. Algunos sepulcros
de marabuto tienen entre los musulmanes muchísima fama por los milagros que se
atribuyen al santo allí enterrado.
MATERIALIZACIÓN.
– Palabra con que los espirtistas expresan el fenómeno por el cual “toma un
espíritu forma material”. Moisés Stainton propuso que a estos fenómenos se les
diese el nombre menos discutible de “manifestación formal”. Cuando se comprenda
mejor la verdadera naturaleza de las materializaciones, se les dará seguramente
un nombre más adecuado. No es propio llamarlas espíritus materializados, porque
tan sólo son fotografías o esculturas animadas.
MAZDEÍSTAS.
– De Ahura-Mazda (42). Nombre dado a los antiguos persas que adoraban a Ormazd
y prohibían el culto de las imágenes. De los mazdeístas tomaron los judíos el
horror que tuvieron a toda representación plástica de la Divinidad.
Según
parece, en tiempo de Herodoto prevalecieron contra ellos los magos y sus
prosélitos, entre quienes se cuentan con toda probabilidad los parsis y
geberines a que alude el Génesis (43). Por una extraña confusión etimológica
identifican algunos eruditos a Zoroastro con Zarathustra (44).
METEMPSÍCOSIS.
– El progreso del alma en los sucesivos grados de existencia. Para el vulgo era
el renacimiento en cuerpos de animales. Por regla general, aun muchos que se
precian de eruditos adulteran el significado de esta palabra. El Manava-Dharma-Shastra
y otros libros brahmánicos interpretan el axioma cabalístico que dice: “La
piedra se convierte en planta, la planta en animal, el animal en hombre, el
hombre en espíritu y el espíritu en dios”.
MISTERIOS.
– En griego teletai (perfección) y por analogía teleuteia (muerte).
Eran reglas secretas que desconocían los profanos y los no iniciados. Por medio
de representaciones dramáticas y otros procedimientos se enseñaba en los
misterios el origen de las cosas, la naturaleza del espíritu humano, sus
relaciones con el cuerpo y el modo de purificarse para alcanzar la vida
superior. Por el mismo método se enseñaban las ciencias naturales, la medicina,
la música y la adivinación. El juramento hipocrático no era más que una
obligación mística. Hipócrates fue sacerdote de Asclepios y algunas de sus
obras vieron fortuitamente la luz pública. Los asclepiadeos estaban iniciados
en el culto de la serpiente de Esculapio, como las bacantes en el de Dionisio,
y ambos ritos quedaron con el tiempo incorporados a los misterios de Eleusis. Más
adelante hablaremos con mayor extensión de los Misterios.
MÍSTICOS.
– Los iniciados. Sin embargo, desde la Edad Media se dio esta denominación a
cuantos, como el teósofo Böehme, el quietista Molinos, Nicolás de Basilea y
otros, creían en la directa comunicación del alma con Dios, análogamente a la
inspiración profética.17
NABIA. – Lo mismo que videncia y vaticinio. El más
antiguo y respetado fenómeno místico. La Biblia llama nabia a la
profecía, y sin reparo se puede incluir esta facultad espiritual entre las de
adivinación, visiones, éxtasis y oráculos. Pero así como los encantadores,
adivinos y aun los astrólogos están explícitamente condenados en los libros de
Moisés, la nabia o profecía y visión sobrenatural se consideran dones
especiales del cielo. En un principio, todas estas facultades se comprendían
colectivamente en el nombre de epoptai (profeta o vidente) y más tarde
se les llamó nebim, plural de Nebo, dios babilonio de la sabiduría. Los
cabalistas distinguen entre nebirah o vidente y nebipoel o mago.
El primero es pasivo y tan sólo ve claramente el porvenir; el segundo es activo
y posee facultades mágicas. Sabemos que Elijah y Apolonio se envolvían en un
manto de lana para aislarse de las perturbadoras influencias del ambiente, y
tal vez recurrían a este medio por ser la lana muy mala conductora de la
electricidad.
OCULTISTA.
– El que estudia las diversas ramas de la ciencia oculta. Es término empleado
por los cabalistas franceses, según se advierte en las obras de Eliphas Levi.
El ocultismo abarca todos los fenómenos psíquicos, biológicos, físicos,
cósmicos y espirituales. Es sinónimo de escondido o secreto y
comprende también el estudio de la cábala, astrología y alquimia.
PITRIS.
– Es opinión general que esta palabra sánscrita significa colectivamente los
espíritus de nuestros antepasados, y de aquí arguyen los espiritistas diciendo
que los fakires y otros taumaturgos orientales son sencillamente mediums,
pues ellos mismos confiesan que no podrían obrar tales prodigios sin el auxilio
de los pitris, de quienes son obedientes instrumentos. Esto es erróneo
en muchos aspectos. Los pitris no son los antepasados de la generación
viviente, sino de toda la raza adámica, es decir, los espíritus de los hombres
que constituyeron razas humanas muy superiores, tanto en lo físico como en lo
espiritual, a nuestra raza de pigmeos. El Manava-Dharma-Shastra los
llama pitris lunares.
PITONISA.
– Al definir Webster esta palabra, sale muy pronto del paso diciendo que era la
mujer que daba los oráculos en el templo de Delfos y, por extensión, toda mujer
que presuma de adivina, como por ejemplo las brujas y hechiceras. Esta
definición es inexacta, apasionada e injusta.
Según
Plutarco, Jámblico, Lamprías y otros filósofos, las pitonisas eran jóvenes
delicadamente sensibles, de costumbres puras y familia humilde, que estaban
adscritas a su respectivo templo, donde se les destinaba habitación
rigurosamente aislada del mundo, en la que sólo podían entrar los sacerdotes y
los videntes; de modo que la vida de las pitonisas superaba en ascetismo a la
de las actuales monjas de clausura. Para ejercer su ministerio se sentaba la
pitonisa en un trípode de bronce, colocado sobre una grieta del suelo que
comunicaba con un subterráneo, en donde se quemaban ciertas drogas cuyos vapores
subían por la grieta hasta envolver a la pitonisa en una atmósfera excitante
que determinaba el frenesí mántico; y en tal estado daba el oráculo.
También llamaban a la pitonisa ventrilocua vates o sea profetisa
ventrilocua (45).
Los
brahmanes colocaban la conciencia astral (...) en el ombligo, y lo mismo
creyeron Platón y otros filósofos. El versículo cuarto del segundo himno del Nâbhânedishtha
dice así: “Oíd, ¡oh hijos de los dioses!, al que habla por su ombligo (nâbhâ)
y os saluda en vuestras viviendas”. Muchos orientalists convienen en que ésta
es una de las más antiguas creencias induístas. Los modernos fakires, lo mismo
que los antiguos gimnósofos, concentran su pensamiento en el ombligo y
permanecen inmóviles en la contemplación para identificarse con Atman y unirse
a la Divinidad.
El
moderno sonambulismo también considera el ombligo como “el círculo del sol y
asiento de la divina luz interna” (46). Muchos sonámbulos ven, oyen y huelen
por el ombligo, y esto no es simple coincidencia con las primitivas prácticas,
sino prueba evidente de que los sabios antiguos superaban a los modernos
académicos en conocimientos de psicología y fisiología. Hoy día los
hipnotizadores persas, a quienes el vulgo sigue llamando magos, manipulan sobre
el ombligo para ponerse en estado de clarividencia y responder a las consultas
que las gentes les hacen sobre robos, objetos perdidos y asuntos de intrincada
resolución. Dice un traductor del Rig Veda que los modernos parsis creen
que los adeptos de su religión tienen en el ombligo una llama, cuyo resplandor
disipa toda obscuridad y les muestra las cosas lejanas del mundo físico y las
invisibles del mundo espiritual. Llaman a esta llama la lámpara del deshtur (sumo
sacerdote) y también la luz del dikshita (iniciado), con otras varias
denominaciones.
SAMANOS.
– Categoría sacerdotal de los budistas tártaros de Siberia, análogos, con toda
probabilidad, a los filósofos llamados antiguamente brachmanes, que
muchos han confundido con los brahmanes (47). Todos ellos era mágicos,
o, mejor dicho, mediums que desarrollaban artificiosamente sus
facultades. Hoy día los sacerdotes y sacerdotisas samanos de Siberia son muy
ignorantes y ni en cultura ni en saber pueden compararse con los fakires.
SAMOTRACIOS.
– Dioses adorados en los misterios de Samotracia. Eran idénticos a los
kabeiris, dioskuris y koribantes, y se les daban los nombres míticos de Plutón,
Ceres, Proserpina, Baco, Esculapio y Hermes.
SOMA.
– Bebida sagrada de la India, análoga en virtud y significado al néctar o
ambrosía de los griegos. En el acto de la iniciación de los misterios
eleusinos, el mista apuraba una copa de kikeón con intento de
alcanzar fácilmente el bradhna o región del esplendor (mundo celeste).
El
soma que han gustado los orientalistas europeos no es el auténtico, que sólo
pueden beber los sacerdotes iniciados, sino un brebaje sucedáneo que consumen
los no iniciados y los mismos rajás cuando sacrifican en aras de los dioses.
Confiesa Hang, en su Aitareya Brahmana, que la bebida cuyo sabor le fue
tan ingrato no era el Soma, sino el zumo de las raíces de un arbusto
llamado nyagradha, que medra en las colinas de Poona. Sabemos con toda
seguridad que la mayoría de los sacerdotes del Dekkan han olvidado la receta
del verdadero soma, cuya confección no señalan los libros ritualísticos ni es
posible adquirir por informe oral. 18
Quedan ya muy pocos induístas ortodoxos de la
primitiva religión védica que se consideren descendientes de los Rishis,
legítimos agnihôtris o iniciados en los misterios mayores. En el Panteón indio
se llama a esta bebida el Rey-Soma, porque quien la bebe se identifica con el
Rey celestial, de la propia suerte que los apóstoles cristianos estaban llenos
del Espíritu Santo por cuya virtud perdonaban los pecados. El Soma regenera al
iniciado y le transforma en otro hombre, como si naciera de nuevo; sobrepone la
naturaleza espiritual a la física; infunde el divino poder de la inspiración y
actualiza en grado máximo la clarividencia.
Según
la explicación exotérica, es el Soma a un tiempo planta y ángel, pues une
íntimamente el angélico Yo del hombre con su alma irracional o cuerpo astral,
por virtud de la mágica bebida, y así unidos prevalecen contra la naturaleza
física y beatíficamente participan, aun en vida, de la inefable gloria de los
cielos. Por lo tanto, bajo todos aspectos tiene el Soma indio la misma
significación mística que la Eucaristía de los cristianos. La palabra sagrada
de los mantras pronunciados en el acto del sacrificio, convierte el licor
contenido en la copa, en el verdadero Soma angélico, esto es, en el mismo
Brahmâ.
Muchos
misioneros se han indignado al presenciar esta ceremonia, porque, por regla
general, emplean los brahmanes en el sacrificio un licor espirituoso en
substitución del verdadero Soma, sin advertir que también los cristianos creen
en la transubstanciación del vino, más o menos espirituoso, en la sangre de
Cristo. ¿No es idéntico el símbolo? Sin embargo, dicen los misioneros que
Satanás etá oculto en la copa del sacrificio induísta y se regocija cuando el
sacerdote bebe el Soma (48).
TEÓSOFOS.
– nombre dado en el siglo XVI a los discípulos de Paracelso, que también se
llamaban philosophia per ignem (filósofos del fuego). Como los
platónicos, consideraban el alma (...) y el espíritu (...) partículas del gran
Archos, o chispas emitidas por el eterno océano de luz.
La
Sociedad Teosófica, a la que en prueba de cariñosa consideración está dedicada
esta obra, se fundó en Nueva York el año 1875 con objeto de estudiar
experimentalmente los poderes ocultos de la naturaleza y difundir por Occidente
el conocimiento de las religiones de Oriente al par que extender por los países
calificados de “gentiles e incultos” verídicos informes sobre el cristianismo,
sobre todo en las comarcas donde actúan los misioneros. A este propósito, la
Sociedad Teosófica se ha puesto en relación con varias asociaciones e
individuos de Oriente a quienes transmite informes auténticos de la conducta
del clero, cismas, herejías, controversias, disputas, revisiones e
interpretaciones de la Biblia, con otros datos publicados por la prensa
mundial. En los países cristianos se da por válido que el hinduismo, budismo y
sintoísmo han degradado y embrutecido a los pueblos orientales, y precisamente
en estos falsos informes se apoyan los misioneros para recabar pingües
subvenciones. La Sociedad Teosófica desea restablecer la justicia en este
punto, procurando que en todos los países de Oriente se conozca la verdad,
tergiversada y fingida por la parcialidad de los informes referentes a las
enseñanzas cristianas. También pudiéramos decir algo sobre la conducta de los
misioneros a cuantos contribuyen al sostenimiento de las misiones.
TEURGO.
– Palabra compuesta de ... (dios) y ... (obra). Jámblico fundó la primera
escuela experimental de teurgia entre los neoplatónicos alejandrinos, en los
albores del cristianismo; pero ya desde muy remotos tiempos se llamaban teurgos
los sacerdotes egipcios, asirios y babilonios que invocaban a los dioses en
los Misterios con propósito de dar manifestación visible a las entidades
espirituales. Los teurgos conocían las ciencias ocultas enseñadas en los
templos. A los discípulos de la escuela neoplatónica de Jámblico se les llamaba
teurgos, porque practicaban la magia ceremonial y evocaban los espíritus de los
héroes, dioses y demonios ... (49). Cuando era preciso que un espíritu se
manifestase visible y tangiblemente, el teurgo había de suministrar de
su propio cuerpo la materia suficiente para la materialización, por el
misterioso procedimiento llamado theopoea, que conocen perfectamente los
fakires modernos y los brahmanes iniciados. Esto mismo dice el Libro de las
Evocaciones que se conserva en las pagodas, como demostración de que los
ritos y ceremonias de la teurgia alejandrina eran idénticos a los de la
antiquísima teurgia brahmánica.
Del Libro
de las Evocaciones copiamos el siguiente pasaje:
“El grihastha
(brahmán evocador) ha de purificarse de toda mancha antes de evocar a los
pitris. Arregla el pebetero con sándalo, incienso y otros perfumes para trazar
los círculos mágicos que su maestro le enseñara, y ahuyenta a los espíritus
malignos. Hecho esto, detiene la respiración y solicita la ayuda del fuego para
que disgregue su cuerpo”. Después pronuncia cierto número de veces la palabra
sagrada y “su alma sale del cuerpo, el cuerpo desaparece y el alma del espíritu
evocado, se infunde en el doble y lo anima”. Vuelve luego el alma del grihastha
a entrar en su cuerpo cuyas partículas sutiles se han agregado nuevamente,
después de formar con sus emanaciones un cuerpo áereo para la manifestación del
evocado espíritu.
El
cuerpo del pitri queda constituido de este modo por las más puras y tenues
partículas del cuerpo del evocador, y entonces puede éste, una vez cumplidas
las ceremonias del sacrificio, comunicarse verbalmente con las almas de los
difuntos y de los pitris y preguntarles acerca de los misterios del Ser y de
las transformaciones del imperecedero.
Antes
de salir del santuario ha de apagar el pebetero y otra vez encenderlo para
poner en libertad a los espíritus malignos que ahuyentó al trazar los círculos
mágicos. La escuela neoplatónica de Jámblico discrepaba de la de Plotino y
Porfirio en que si bien estos creían en la teurgia, repugnaban su práctica por
peligrosa.
Dice
Bulwer Lytton: “Tanto la magia blanca o teurgia, como la negra o goética,
estuvieron en mucho predicamento durante el primer siglo de la era cristiana”
(50). Los filósofos cuya fama ha llegado hasta nuestros días sin la más tenue
mancha, nunca practicaron otra magia que la blanca o teúrgica.19
A este propósito, dice Porfirio: “El que conoce la
naturaleza de las divinas y luminosas apariciones (...) sabe cuánto
importa abstenerse de comer aves (alimentación animal), sobre todo para quienes
anhelan libertarse de las cosas terrenas y reunirse con los dioses celestiales
(51). Aunque Porfirio repugnaba las prácticas teúrgicas, nos cuenta, en su Vida
de Plotino, que un sacerdote egipcio materializó al demonio familiar, o
como ahora se dice, ángel custodio de Plotino, en presencia de éste y a
instancias de un amigo suyo que, según opina Taylor, sería tal vez el propio
Porfirio.
En
definitiva, podemos dejar sentado que los teurgos evocan los espíritus de los
héroes y los dioses y obran otros prodigios por virtud sobrenatural.
YAJNA.
– Dicen los brahmanes que el Yajna existe desde la eternidad y procede
del Ser Supremo (Brahmâ-Prajapati), en quien está latente “sin
principio”. Es el Yajna la clave de la traividya (ciencia tres
veces sagrada), que contiene los versículos del Rig Veda, donde se enseñan los yaajs
(misterios del sacrificio). “El Yajna existe en todo tiempo tan
invisible como la energía almacenada en un acumulador eléctrico, cuya
actualización requiere únicamente el debido manejo del aparato. Suponen los
brahmanes que el Yajna se dilata desde el ahavaniya (fuego del
sacrificio) hasta los cielos, en forma de puente o escala por la cual puede el
sacrificador comunicarse con el mundo espiritual y aun elevarse en vida hasta
las moradas de los dioses” (52).
El Yajna
es una modalidad del akâsa, y para actualizarla es preciso que el sacerdote
pronuncie mentalmente la Palabra perdida bajo el impulso del poder de
la voluntad.
------------------------------
ADVERTENCIA.
– Conviene anteponer a la conclusión de este capítulo preliminar, unas cuantas
palabras explicativas del plan de la obra, que en modo alguno lleva por objeto
revolucionar el mundo científico ni tampoco imbuir en la mente del lector las
opiniones y juicios personales de la autora, sino que más bien es un compendio
de las religiones, filosofías y tradiciones del género humano en toda época, y
su exégesis desde el punto de vista de las enseñanzas esotéricas, que los
países cristianos no conocen ni siquiera en fragmentos que atestigüen su valía.
Los infortunados filósofos de la Edad Media fueron los últimos que publicaron
tratados sobre la doctrina secreta cuyo conocimiento asumían, y desde entonces,
poquísimos autores se han atrevido en sus obras a ponerse enfrente de los
prejuicios y arrostrar las persecuciones, pues tuvieron por norma no escribir
para el público, sino tan sólo para quienes poseyeran la clave de su lenguaje.
Pero como la muchedumbre del vulgo no comprendía sus enseñanzas, los motejó a todos
ellos de charlatanes y visionarios. De aquí el creciente desdén con que se
ha venido mirando la nobilísima ciencia del espíritu.
En
lo tocante a la pretendida infabilidad de la ciencia y teología, la autora se
ha visto en la precisión, aun a riesgo de parecer difusa, de comparar
repetidamente las ideas, conclusiones y alegatos de los científicos y teólogos
modernos con las de los antiguos filósofos y sacerdotes, porque la única manera
de fijar con certeza la prioridad de los descubrimientos científicos y de las
enseñanzas religiosas es yuxtaponer paralelamente las ideas más alejadas en el
tiempo. Para el presente etudio nos han servido de base los fracasos de la
ciencia moderna en sus investigaciones experimentales y la facilidad con que
los científicos eluden la explicación de cuantos fenómenos no les consiente
comprender su ignorancia de las leyes del mundo causal.
Como
quiera que el estudio de la psicología ha estado tan descuidado en occidente
como atendido en oriente, donde dicha ciencia ha llegado a una altura que pocos
investigadores europeos podrían alcanzar aunque allá mismo fueren a estudiarla,
examinaremos también la actitud en que conspicuas autoridades científicas se
han colocado respecto de los modernos fenómenos psíquicos que, desde Rochester,
se han difundido por el mundo entero. Queremos demostrar cuán inevitables
fueron sus numerosos fracasos y que reincidirán en ellos mientras no recurran a
los brahmanes y lamas del lejano oriente, en solicitud de que les enseñen el
alfabeto de la verdadera ciencia. Ningún cargo hacemos a los científicos
que forzosamente no se infiera de sus propias opiniones; y si nuestras citas y
referencias de la antigua sabiduría les despojan de laureles que creyeron bien
ganados, no será culpa nuestra, sino de la verdad. Ningún filósofo digno de
este nombre es capaz de ufanarse con ajenos merecimientos.
La
titánica lucha, hoy más empeñada que nunca, entre el materialismo y el
espiritualismo, nos ha determinado con preocupación constante a recopilar en
los capítulos de esta obra, como armas en arsenal, el mayor número posible de
hechos favorables al triunfo del espiritualismo.
El
materialismo de hoy, niño enfermizo y deforme, ha nacido del brutal ayer, y si
no le atajamos los pasos, podría erigirse en nuestro dueño. Es el materialismo
la bastarda progenie de la Revolución francesa, promovida por la mojigatería,
la intolerancia y las persecuciones religiosas. Para evitar que se amortigüen
las aspiraciones espirituales, que se desvanezca toda esperanza y se disipe la
intuición que tenemos de Dios y la vida futura, es preciso dejar en completa
desnudez la falsedad de la teología moderna y distinguir escrupulosamente entre
la religión divina y los dogmas humanos.
Nuestra
voz se levanta en pro de la libertad espiritual y en contra de toda tiranía
científica o teológica.
Hemos de añadir ahora que en el transcurso de la obra
llamaremos arcaica la época anterior a Pitágoras; antigua la
comprendida entre Pitágoras y Mahoma; y medioeval la que transcurre
entre Mahoma y Lutero. Sin embargo, también llamaremos antigua la época prehistórica.
EL
VELO DE ISIS
CAPÍTULO
I
EGO
SUM QUI SUM.
Axioma
de la Filosofía hermética.
“Empezamos
las investigaciones en donde las modernas
conjeturas
pliegan sus engañosas alas. Y con nosotros están los
elementos
científicos que los sabios del día desdeñan por
quiméricos
o con prevención los miran como arcanos
insondables”.-BULWER,
ZANONI.
Hay
en un lugar de este mundo un libro de tan remota antigüedad que los arqueólogos
lo atribuirían a una época de incalculable cómputo y no acertarían a ponerse de
acuerdo sobre la materia de que está compuesto. Es el único ejemplar manuscrito
que de dicho libro se conserva. El más antiguo tratado hebreo de ciencia
oculta, el Siphra-Dzeniuta es una compilación de aquel manuscrito, hecha
en época en que ya se le consideraba como reliquia literaria. Uno de los
dibujos que lo ilustran representa la Esencia divina al emanar de Adam (1)
en traza de arco luminoso que tiende a cerrarse en circunferencia y, luego de
llegado al culminante punto de la gloria inefable, retrocede hacia la tierra,
envolviendo en su torbellino un tipo superior de humanidad. A medida que va
acercándose a nuestro planeta, la Emanación es más sombría y al tocar en él es
negra como la noche.
En
toda época han tenido los filósofos herméticos el convencimiento, basado en sesenta
mil años de experiencia (2), de que a través del tiempo, y por efecto del
pecado, fue densificándose más groseramente el cuerpo físico del hombre cuya
naturaleza era en un principio casi etérea y le permitía percibir claramente
las cosas hoy invisibles del universo. Desde la caída del género humano, la
materia es un espeso muro interpuesto entre el mundo terrestre y el mundo de
los espíritus.
Las
más antiguas tradiciones esotéricas enseñan asimismo que antes del Adam mítico
existieron sucesivamente varias razas humanas. ¿Eran tipos más perfectos?
¿Pertenecían a alguna de estas razas los hombres alados que menciona Platón en Fedro?
A la ciencia le incumbe resolver este problema, tomando por punto de partida
las cavernas de Francia y los restos de la edad de piedra.
A
medida que avanza el ciclo se van abriendo los ojos del hombre hasta conocer el
“bien y el mal” tan acabadamente como los mismos Elohim. Después de
alcanzar el punto culminante comienza a descender el ciclo. Cuando el arco
llega al punto situado al nivel de la línea fija del plano terrestre, la
naturaleza proporciona al hombre vestiduras de piel y el Señor Dios “le
viste con ellas”.
En
las más antiguas tradiciones de casi todos los pueblos se descubre la misma
creencia en una raza de espiritualidad superior a la actual. El manuscrito
quiché Popal Vuh, publicado por Brasseur de Bourbourg, dice que el
primer hombre pertenecía a una raza dotada de raciocinio y de habla, con vista
sin límites, que conocía todas las cosas a un tiempo. Según Filo Judeo, el aire
está poblado de multitud de invisibles espíritus, inmortales y libres de pecado
unos; y perniciosos y mortales otros. “De los hijos de ÉL descendemos, e hijos
de ÉL volveremos a ser”. La misma creencia se trasluce en el pasaje del Evangelio
de San Juan, escrito por un anónimo agnóstico, que dice: “Más a cuantos le
recibieron les dio poder de ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su
nombre” (3); es decir, que cuantos practicaran la doctrina esotérica de Jesús,
se convertirían en hijos de Dios. “¿No sabéis que sois dioses?”, dice Cristo a
sus discípulos. Platón describe admirablemente, en Fedro, el estado
primario del hombre al cual ha de volver de nuevo. “Antes de perder las alas
vivía entre los dioses y él mismo era un dios en el mundo aéreo”. Desde la más
remota antigüedad enseñó la filosofía religiosa que el universo está poblado de
divinos y espirituales seres de diversas razas. De una de éstas surgió con el
tiempo ADAM, el hombre primitivo.
Los
kalmucos y otros pueblos de Siberia describen también en sus leyendas, razas
anteriores a la nuestra y dicen que aquellos hombres poseían conocimientos casi
ilimitados, de lo que se engrieron hasta la audacia de rebelarse contra el Gran
Espíritu, quien, para humillar su presunción y castigar su arrogancia, los
encerró en cuerpos que limitaron sus facultades. Únicamente pueden salir
de este encierro por medio de un perseverante arrepentimiento, de la
purificación y desenvolvimiento interior. Creen que sus shamanos pueden
ejercer a veces las divinas facultades que un tiempo poseyeron todos los
hombres.
LOS
LIBROS DE HERMES
En
la biblioteca Astort, de Nueva York, hay el facsímil de un tratado egipcio de
medicina escrito en el año 1552 antes de J. C., cuando, según la cronología
corriente, contaba Moisés veintiún años de edad. Los caracteres están trazados
sobre una corteza interna del Cyperus papyrus, y el profesor Schenk, de
Leipzig, no sólo atestigua su autenticidad, sino que lo diputa por el más
perfecto de cuantos se conocen. Es una sola hoja de excelente papiro
amarillento obscuro, de tres decímetros de ancho y más de veinte metros de
largo, arrollado en ciento diez páginas cuidadosamente numeradas. Lo adquirió
en 1872 el arqueólogo Ebers de 21
manos de un árabe de Luxor. El periódico La Tribuna,
de Nueva York, dijo, a propósito de este asunto, que del examen del papiro se
infiere con toda probabilidad que es uno de los seis Libros herméticos de
Medicina citados por Clemente de Alejandría. Dice el mismo periódico: “El
año 363, en tiempo de Jámblico, los sacerdotes egipcios enseñaban cuarenta y
dos libros atribuidos a Hermes (Thuti). Según Jámblico, de estos libros,
treinta y seis trataban de todos los conocimientos humanos y los seis restantes
se ocupaban especialmente en anatomía, patología, oftalmología, quirúrgica y
terpéutica (4). El Papiro de Ebers es seguramente uno de estos tratados
herméticos”.
Si
el fortuito encuentro del arqueólogo alemán y del árabe de Luxor ha iluminado
con tan viva luz la antigua ciencia de los egipcios, no cabe duda de que si se
repitiera el caso con un egipcio tan servicial como el árabe, se esclarecerían
muchos puntos tenebrosos de la historia antigua.
Los
descubrimientos de la ciencia moderna no invalidan en modo alguno las
remotísimas tradiciones que atribuyen increíble antigüedad a la raza humana. La geología, que hasta hace pocos años no había
descubierto las huellas del hombre más allá de la época terciaria, tiene hoy
pruebas incontrovertibles de que el hombre existía ya sobre la tierra mucho
antes del último período glacial que se remonta a 250.000 años. Es un cómputo
muy duro de roer para los teólogos. Sin embargo, así lo creyeron los antiguos
filósofos.
Por
otra parte, junto con restos humanos se han encontrado utensilios, en prueba de
que en aquella remota época se ejercitaba ya el hombre en la caza y sabía
edificar chozas. Pero la ciencia se ha detenido en su investigadora marcha, sin
dar otro paso para descubrir el origen de la raza humana cuyas pruebas
ulteriores han de aducirse todavía. Desgraciadamente, los antropólogos y
psicólogos modernos son incapaces de reconstruir con los fósiles hasta ahora
descubiertos el trino hombre físico, mental y espiritual. El hecho de que
cuanto más hondas son las excavaciones arqueológicas, más toscos y groseros
resultan los utensilios prehistóricos, parece una prueba científica de que el
hombre es más salvaje y semejante a los brutos a medida que nos acercamos a su
origen. ¡Extraña lógica! ¿Acaso los restos hallados, por ejemplo, en la cueva
de Devon, demuestran que no existieran entonces otras razas superiormente
civilizadas?
Cuando
hayan desaparecido los actuales pobladores de la tierra y los arqueólogos de la
raza futura hallen en sus excavaciones los utensilios pertenecientes a los
indios o a las tribus de las islas de Andamán, ¿podrían afirmar con razón que
en el siglo XIX comenzaba la humanidad a salir de la Edad de piedra?
LÍMITES
DE LAS CIENCIAS FÍSICAS
Hasta
hace muy poco estaba de moda hablar de “los insostenibles conceptos de un
pasado inculto”, ¡como si fuera posible ocultar tras un epigrama las
canteras intelectuales en que se labraron tantas reputaciones científicas! Así
como Tyndall propende fácilmente a mofarse de los antiguos filósofos con cuyas
ideas se han pavoneado muchos sabios modernos, así también se inclinan de día
en día los geólogos a suponer que las razas arcaicas estaban sumidas en
profunda barbarie. Sin embargo, no todos los orientalistas son de esta opinión,
pues algunos sostienen lo contrario, como, por ejemplo, Max Müller que dice:
“Hay todavía muchas cosas incomprensibles para nosotros, y el lenguaje
jeroglífico de los antiguos tan sólo expresa la mitad de los pensamientos. Sin
embargo, la imagen del hombre se nos aparece cada vez más pura y noble en todos
los países, según nos acercamos a su origen y comprendemos sus errores e
interpretamos sus ensueños. Por lejanas que estén las huellas del hombre, aun
en los más apartados confines de la historia, descubrimos desde un principio el
divino don de la vigorosa y razonable inteligencia, de suerte que es imposible
sostener que la raza humana haya surgido lentamente de las profundidades de la
brutalidad animal" (5).
Como
se ha dicho que no es filosófico inquirir las causas primeras, los sabios se
ocupan tan sólo en estudiar los efectos físicos, y el campo de investigación
científica no va más allá de la naturaleza física, en cuyos límites se detienen
los investigadores para recomenzar su tarea y dar vueltas y más vueltas a la materia,
como ardillas enjauladas, dicho sea con todo el respeto debido a los eruditos.
Somos demasiado pigmeos para poner en tela de juicio la valía potencial de la
ciencia; pero los científicos no encarnan la ciencia, como tampoco los
habitantes del planeta son el planeta mismo. Ninguno de nosotros tiene
autoridad ni derecho para forzar a los modernos filósofos a que acepten sin
reparo la descripción geográfica del hemisferio de la luna oculto a las miradas
de los astrónomos; pero si un cataclismo lunar lanzase a alguno de sus
habitantes a la esfera de atracción de nuestro globo, de modo quesano y salvo
cayera ante la puerta del doctor Carpenter, no podría éste, sin mengua de sus
deberes profesionales, considerar el hecho más que desde el punto de vista físico.
Pero el investigador científico no debe rehuir el estudio de ningún nuevo
fenómeno, así fuera éste tan insólito como la caída de un hombre de la luna o
la aparición de un espectro en su alcoba. Tanto da investigar por el método
aristotélico como por el platónico; pero lo cierto es que los antiguos
antropólogos conocían perfectamente las dos naturalezas interna y externa del
hombre. A pesar de las vacilantes hipótesis de los geólogos empezamos a tener
casi diariamente pruebas de las aserciones de aquellos filósofos, quienes dividían
la existencia del hombre sobre la tierra en dilatados ciclos, durante cada uno
de los cuales alcanzaba gradualmente la humanidad el pináculo de la
civilización para ir sumiéndose paulatinamente en la más abyecta barbarie. De
los maravillosos monumentos de la antigüedad todavía existentes y de la
descripción que hace Herodoto de otros ya desaparecidos, puede inferirse,
aunque no por completo, el eminente grado de progreso a que llegó la humanidad
en cada uno de sus pasados ciclos. Ya en la época del célebre historiador
griego eran montones de ruinas muchos templos famosos y pirámides gigantescas a
que el padre de la historia llama “venerables testigos de las glorias de
nuestros remotors antepasados”. Elude Herodoto tratar de las cosas 22
divinas y se contrae a describir, según referencias
llegadas a sus oídos, los maravillosos subterráneos del Laberinto que sirvieron
de sepulcro a los reyes iniciados cuyos restos yacen todavía en lugares
ocultos.
Sin
embargo, los relatos hitóricos de la época de los Ptolomeos nos proporcionan
elementos bastantes para juzgar de las florecientes civilizaciones de la
antigüedad, pues ya entonces habían decaído las ciencias y las artes con
pérdida de muchos de sus secretos. En las excavaciones recientemente efectuadas
en Mariette-Bey, al pie mismo de las Pirámides, se han encontrado estatuas de
madera y otros objetos artísticos cuyo examen muestra que muchísimo antes de
las primeras dinastías habían llegado ya los egipcios al refinamiento de la perfección
artística, hasta el punto de maravillar a los más entusiastas partidarios del
arte helénico.
NÚMEROS
PITAGÓRICOS
En
una de sus obras describe Taylor dichas estatuas diciendo que es verdaderamente
inimitable la belleza plástica de aquellas testas con ojos de piedras preciosas
y párpados de cobre.
A
mucha mayor profundidad de la capa de arena en que yacían los objetos
existentes hoy en el Museo Británico y en las colecciones de Lepsius y Abbott
se encontraron posteriormente las pruebas tangibles de la ya referida doctrina
hermética de los ciclos.
El
entusiasta helenista doctor Schliemann halló en las excavaciones efectuadas no
ha mucho en el Asia menor, notorias huellas del progreso gradual de la barbarie
a la civilización y del también gradual regreso de la civilización a la
barbarie. Así, pues, si el hombre antediluviano era mucho más docto que
nosotros en ciencias profanas y mucho más hábil en ciertas artes que ya damos
por perdidas, ¿por qué no admitir que pudiera igualmente aventajarnos en el
conocimiento de la psicología? Esta hipótesis debe prevalecer mientras no se
aduzcan pruebas evidentes en contrario.
Todo
sabio digno de este nombre reconoce que muchas ramas de la ciencia están
todavía en mantillas. ¿Será porque nuestro ciclo haya principiado hace poco
tiempo? Sin embargo, según la filosofía caldea, los ciclos de evolución no
abarcan a un tiempo a toda la humanidad, y así lo corrobora espontáneamente
Draper al decir que los períodos en que a la geología le plugo dividir los progresos
del hombre, no son tan exabruptos que comprendan simultáneamente a toda la
humanidad, pues cabe poner por ejemplo los indios nómadas de América que en
nuestros días están trascendiendo la para ellos Edad de piedra.
Los
cabalistas versados en el sistema pitagórico de números y líneas saben
perfectamente que las doctrinas metafísicas de Platón se fundan en rigurosos
principios matemáticos. A este propósito, dice el Magicón: “Las
matemáticas sublimes están relacionadas con toda ciencia superior; pero las
matemáticas vulgares no son más que falaz fantasmagoría cuya encomiada
exactitud dimana del convencionalismo de sus fundamentos”.
Algunos
filósofos de nuestra época ponderan el aristotélico método inductivo en
perjuicio del deductivo de Platón, porque se figuran que aquél consiste tan
sólo en ir a rastras de lo particular a lo universal. Draper lamenta (6) que
los místicos especulativos como Amonio Saccas y Plotino suplantaran a los
rigurosos geómetras de las escuelas antiguas; pero no tiene en cuenta que la
geometría es entre todas las ciencias el más acabado modelo de síntesis y en
toda su trama procede de lo universal a lo particular o sea el método
platónico. Ciertamente que no fallarán las ciencias exactas mientras, recluidas
en las condiciones del mundo físico, se contraigan al método aristotélico; pero
como el mundo físico es limitado aunque nos parezca ilimitado, no podrán las
investigaciones meramente físicas trasponer la esfera del mundo material.
La
teoría cosmológica de los números, que Pitágoras aprendió de los hierofantes
egipcios, es la única capaz de conciliar la materia y el espíritu demostrando
matemáticamente la existencia de ambos principios por la de cada uno de ellos.
Las
combinaciones esotéricas de los números sagrados del universo resuelven el
arduo problema y explican la teoría de la irradiación y el ciclo de las
emanaciones. Los órdenes inferiores proceden de los espiritualmente superiores
y evolucionan en progresivo ascenso hasta que, llegados al punto de conversión,
se reabsorben en el infinito.
La
fisiología, como todas las ciencias, está sujeta a la ley de evolución cíclica,
y si en el actual ciclo va saliendo apenas del arco inferior, algún día
tendremos la prueba de que en época muy anterior a Pitágoras estuvo en el punto
culminante del ciclo. Por de pronto, Pitágoras aprendió fisiología y anatomía
de boca de los discípulos y sucesores del sidonio Mochus, que floreció
muchísimos años antes que el filósofo de Samos, cuya solicitud por conservar
las enseñanzas de la antigua ciencia del alma le hacen digno de vivir
eternamente en la memoria de los hombres.
COMENTADORES
DE PLATÓN
Las
ciencias enseñadas en los santuarios estaban veladas impenetrablemente por el
más sigiloso arcano. Ésta es la causa
del poco aprecio en que hoy se tiene a los filósofos antiguos, y más de un
comentador acusó de incongruentes a Platón y Filo Judeo, por no advertir el
propósito que se trasluce bajo el laberinto de contradicciones metafísicas cuya
aparente absurdidad tan perplejos deja a los lectores del Timeo. Pero
¿qué comentador de los clásicos supo leer a Platón? Esto nos mueve a preguntar
los juicios críticos que sobre el insigne filósofo encontramos en las obras de
Stalbaüm, Schleiermacher, Ficino, Heindorf, Sydenham, Buttmann, Taylor y
Burges, por no citar otros de menos autoridad. Las veladas alusiones de Platón
a las enseñanzas esotéricas han puesto en extrema confusión a sus comentadores,
cuya atrevida ignorancia llegó al 23
punto de alterar muchos pasajes del texto, creídos de
que estaban equivocadas las palabras. Así tenemos que respecto a la alusión
órfica en que el autor exclama:
Del
canto el orden de la sexta raza cierra,
cuya
interpretación sólo cabe dar en el sentido de la aparición de la sexta raza en
la consecutiva evolución de las esferas (7), opina erróneamente Burges que el
pasaje “está sin duda tomado de una cosmogonía, según la cual fue el hombre
el último ser creado” (8). El que edita una obra ¿no tiene la obligación de
por lo menos entender lo que dice el autor?
Es
opinión general, aun entre los críticos más serenos, que los sabios de la
antigüedad no tuvieron de las ciencias experimentales el profundo conocimiento
que tanto engríe a nuestro siglo.
Algunos
comentadores han sospechado que ignoraban el fundamental apotegma filosófico: ex
nihilo nihil fit, y dicen que si algo sabían de la indestructibilidad de la
materia, no era por deducción de principios firmemente establecidos, sino por
intuición y analogía. Sin embargo, nosotros opinamos lo contrario, pues aunque
las enseñanzas de los filósofos antiguos en lo concerniente a las cosas
materiales fuesen públicas y estén sujetas a la crítica, sus doctrinas sobre
las cosas espirituales fueron profundamente esotéricas, y movidos por el
juramento de mantener en absoluto sigilo cuanto se refiriese a las relaciones
entre el espíritu y la materia, rivalizaban unos con otros en ingeniosas trazas
para encubrir sus verdaderas opiniones.
La
doctrina de la metempsícosis, tan acerbamente ridiculizada por los científicos
y con no menos dureza combatida por los teólogos, es un concepto sublime para
quienes desentrañan su esotérica adecuación a la indestructibilidad de la
materia e inmortalidad del espíritu. ¿No sería justo mirar la cuestión desde el
punto de vista en que los antiguos se colocaron, antes de burlarnos de ellos?
Ni la superstición religiosa ni el escepticismo materialista pueden resolver el
magno problema de la eternidad. lA armónica variedad en la matemática
unidad de la dual evolución del espíritu y de la materia está comprendida tan
sólo en los números universales de Pitágoras, enteramente idénticos al
“lenguaje métrico” de los Vedas, según ha demostrado el celoso orientalista
Martín Haug en su por desgracia demasiado tardía traducción del Aitareya
Brâhmana del Rig Veda, hasta ahora desconocido de los occidentales.
Tanto el sistema pitagórico como el brahmánico entrañan en el número el
significado esotérico. En el primero depende de la mística relación entre los
números y las cosas asequibles a la mente humana; en el segundo, del número de
sílabas de cada versículo de los mantras.
Platón,
ferviente discípulo de Pitágoras, siguió con tal fidelidad las enseñanzas de su
maestro que sostuvo que el Demiurgos se valió del dodecaedro para construir el
universo.
Algunas
figuras geométricas tienen especial y profunda significación, como, por
ejemplo, el cuadrado, emblema de la moral perfecta y la justicia absoluta, pues
sus cuatro lados o límites son exactamente iguales. Todas las potestades y
armonías de la naturaleza están inscritas en el cuadrado perfecto cuyo número 4
es la tercera parte del número 12 del dodecaedro, de suerte que el inefable
nombre de Aquél se simboliza en la sagrada Tetractys, por quien juraban
solemnemente los antiguos místicos.
EL
SISTEMA HELIOCÉNTRICO EN LA INDIA
Si
después de estudiarla como es debido comparáramos las enseñanzas pitagóricas de
la metempsícosis con la moderna teoría de la evolución, hallaríamos en ella
todos los eslabones perdidos en esta última; pero ¿qué sabio se avendría a
desperdiciar el tiempo en lo que llaman quimeras de los antiguos? Porque, a
pesar de las pruebas en contrario, dicen que, no ya las naciones de las épocas
arcaicas, sino que ni siquiera los filósofos griegos tuvieron la más leve
noción del sistema heliocéntrico. San Agustín, Lactancio y el venerable Beda
desnaturalizaron con su ignorante dogmatismo las enseñanzas de los teólogos
precristianos; pero la filología, apoyada en el exacto conocimiento del
sánscrito, nos coloca en ventajosa situación para vindicarlos. Así, por ejemplo,
en los Vedas encontramos la prueba de que 2.000 años antes de J. C., los sabios
indos conocían la esfericidad de la tierra y el sistema heliocéntrico que
tampoco ignoraba Pitágoras, por haberlo aprendido en la India, ni su discípulo
Platón.
A
este propósito copiaremos dos pasajes del Aitareya Brâhmana (9):
“El Mantra-Serpiente
es uno de los que vio Sarparâjni (la reina de las serpientes).
Porque la tierra (iyam) es la reina de las serpientes puesto que es
madre y reina de todo cuanto se mueve (sarpat). En un principio, la
tierra era una enorme cabeza calva (10).
“Entonces
vio la tierra este Mantra que confiere a quien lo conoce la facultad de
asumir la forma que desee. La tierra “entonó el Mantra”, esto es, sacrificó a
los dioses y por ello tomó jaspeado aspecto y fue capaz de producir diversidad
de formas y mudarlas unas en otras.
“Este
Mantra comienza con las palabras: Ayam gaûh pris’nir akramît”
(X-189).
La
descripción de la tierra en forma de cabeza calva, al principio dura y después
blanda, cuando el dios del aire (Vayu) sopló en ella, demuestra que los autores
de los Vedas, no sólo conocían la esfericidad de la tierra, sino también que en
un principio era una masa gelatinosa que con el tiempo se fue enfriando por la
acción del aire. Veamos ahora la prueba de que los indos conocían perfectamente
el sistema heliocéntrico unos 2.000 años por lo menos antes de J. C.
El Aitareya
Brâhmana enseña cómo ha de recitar el sacerdote los shâstras y
explica el fenómeno de la salida y puesta del sol. A este propósito dice:
“Agnisthoma es el dios que abrasa. El sol no sale ni se pone. Las 24
gentes creen que el sol se pone, pero se engañan,
porque no hay tal, sino que llegado el fin del día, deja en noche lo que está
debajo y en día lo del lado opuesto. Cuando las gentes se figuran que sale el
sol, es que llegado el fin de la noche, deja en día lo que está debajo y en
noche lo del lado opuesto. Verdaderamente, nunca se pone el sol para quien esto
sabe” (11).
El
pasaje transcrito es tan concluyente, que el mismo traductor del Rig Veda llama
la atención sobre su texto diciendo que en él se niega la salida y la
puesta del sol, como si el autor estuviese convencido de que el astro conserva
constantemente su elevada posición (12).
En
uno de los nividas más antiguos, el rishi Kutsa, que floreció en muy remotos
tiempos, explica alegóricamente las leyes a que obedecen los cuerpos celestes.
Dice que “por hacer lo que no debió” fue condenada Anâhit (13) a girar
alrededor del sol. Los sattras, o sacrificios periódicos, prueban, sin dejar
duda, que diecinueve siglos antes de la era cristiana estaban ya los indos muy
adelantados en astronomía. Duraban estos sacrificios un año y correspondían a
la aparente carrera del sol.
Según
dice Haug “se dividían en dos períodos de seis meses de treinta días, con
intervalo de un día llamado vishuvan (ecuador o día central) que partía
el sattras en dos mitades” (14).
ANTIGUOS
CÓMPUTOS ASTRONÓMICOS
Aunque
Haug remonta la antigüedad de los Brâhmanas tan sólo a unos 1.200 ó
1.400 años antes de J. C., reconoce que los himnos más antiguos corresponden al
comienzo de la literatura védica, entre los años 2.400 y 2.000 antes de J. C.,
pues no ve razón para considerar los Vedas menos antiguos que las Escrituras
chinas. Sin embargo, como está probado de sobra que el Shu-King (Libro
de la Historia) y los cantos sacrificiales del Shi-King (Libro de las
Odas) datan de 2.200 años antes de J. C., los filólogos modernos se verán
forzados a confesar la superioridad de los indos en conocimientos astronómicos.
De
todos modos, estos hechos demuestran que ciertos cómputos astronómicos de los
caldeos eran tan exactos en tiempo de Julio César como puedan serlo en nuestros
días. Cuando el conquistador de las Galias reformó el calendario, las
estaciones habían perdido toda correspondencia con el año civil, pues el verano
se prolongaba a los meses de otoño y el otoño a los de invierno.
Las
operaciones científicas de la corrección estuvieron a cargo del astrónomo
caldeo Sosígenes, quien retrasó noventa días la fecha del 25 de Marzo para que
coincidiese con el equinoccio de primavera y dividió el año en los doce meses
distribuidos en días tal como aún subsisten.
El
calendario de los aztecas mexicanos dividía el año en meses de igual número de
días con tan escrupulosa exactitud calculados, que ningún error descubrieron
las comprobaciones efectuadas posteriormente en la época de Moctezuma, al paso
que al desembarcar los españoles el año 1519, advirtieron que el calendario
Juliano, por el cual se regían, adelantaba once días con relación al tiempo
exacto.
Gracias
a las inestimables y fieles traducciones de los libros védicos y a los trabajos
de investigación del doctor Haug, podemos corroborar las afirmaciones de los
filósofos herméticos y reconocer la indecible antigüedad de la época en que
floreció el primer Zoroastro. Los Brâhmanas, cuya fecha remonta Haug a
2.000 años, describen los combates entre los indos prevédicos simbolizados en
los devas y los iranios en los asuras. ¿En qué época levantaría
su voz el primer profeta iranio contra lo que llamaba la idolatría de los
brahmanes a quienes calificó de devas o, según él, demonios?
A
ello responde Haug que estas luchas debieron parecerles a los autores de los Brâhmanas
tan legendarias como les parecen las proezas del rey Arturo a los
historiadores ingleses del siglo XIX.
Los
más conspicuos filósofos reconocen que tanto los brahmanes como los budistas y
los pitagóricos enseñaron esotéricamente, en forma más o menos inteligible, la
doctrina de la metempsícosis, profesada asimismo por Clemente de Alejandría,
Orígenes, Sinesio, Calcidio y los agnósticos, a quienes la historia diputa por
los hombres más exquisitamente cultos de su tiempo (15). Pitágoras y Sócrates
sostuvieron las mismas ideas y ambos fueron condenados a muerte en pena de
enseñarlas, porque el vulgo ha sido igualmente brutal en todo tiempo y el
materialismo ofuscó siempre las verdades espirituales.
De
acuerdo con los brahmanes, enseñaron a Pitágoras y Sócrates que el espíritu de
Dios anima las partículas de la materia en que está infundido; que el hombre
tiene dos almas de distinta naturaleza, pues una (alma astral o cuerpo
fluidico) es corruptible y perecedera, mientras que la otra (augoeides o
partícula del Espíritu divino) es incorruptible e imperecedera. El alma astral,
aunque invisible para nuestros sentidos por ser de materia sublimada, perece y
se renueva en los umbrales de cada nueva esfera, de suerte que va purificándose
más y más en las sucesivas transmigraciones. Aristóteles, que por motivos políticos
se muestra muy reservado al tratar cuestiones de índole esotérica, declara
explícitamente su opinión en este punto, afirmando que el alma humana es
emanación de Dios y a Dios ha de volver en último término. Zenón, fundador de
la escuela estoica, distinguía en la naturaleza dos cualidades coeternas: una
activa, masculina, pura y sutil, el Espíritu divino; otra pasiva, femenina, la
materia que para actuar y vivir necesita del Espíritu, único principio
eficiente cuyo soplo crea el fuego, el agua, la tierra y el aire. También los
estoicos admitían como los indos la reabsorción final. San Justino creía en la
emanación divina del alma humana, y su discípulo Taciano afirma que “el hombre
es inmortal como el mismo Dios” (16).25
EL ALMA DE LOS ANIMALES
Es muy
importante advertir que el texto hebreo del Génesis, según saben los
hebraístas, dice así: “A todos los animales de la tierra y a todas las aves del
aire y a cuanto se arrastra por el suelo les di alma viviente” (17). Pero los
traductores han adulterado el original substituyendo la frase subrayada por la
de: “allí en donde hay vida”.
Demuestra
Drummond que los traductores de las Escrituras hebreas han tergiversado el
sentido del texto en todos los capítulos, falseando hasta la significación del
nombre de Dios que traducen por Él cuando el original dice ... Al que,
según Higgins, significa Mithra, el Sol conservador y salvador. Drummond prueba
también que la verdadera traducción de Beth-El es Casa del Sol y
no Casa de Dios, pues en la composición de estos nombres cananeos, la
palabra El no significa Dios, sino Sol (18).
De
esta manera ha desnaturalizado la teología a la teosofía antigua y la ciencia a
la filosofía (19).
El
desconocimiento de este capital principio filosófico invalida los métodos de la
ciencia moderna por seguros que parezcan, pues no sirven para demostrar el
origen y fin de las cosas. En lugar de deducir el efecto de la causa inducen la
causa del efecto. Enseña la ciencia que los tipos superiores proceden
evolutivamente de los inferiores, pero como en esta laberíntica escala va
guiada por el hilo de la materia, en cuanto se rompe no puede adelantar un paso
y retrocede con espanto, y se confiesa impotente ante el Incomprensible.
No procedían así Platón y sus discípulos, para quienes los tipos inferiores
eran imágenes concretas de los abstractos superiores. El alma inmortal
tiene un principio aritmético y el cuerpo lo tiene geométrico. Este principio,
como reflejo del Arqueos universal, es semoviente y desde el centro se
difunde por todo el cuerpo del microcosmos.
La
triste consideración de esta verdad mueve a Tyndall a confesar cuán impotente
es la ciencia aun en el mismo mundo de la materia, diciendo: “El primario
ordenamiento de los átomos a que toda acción subsiguiente está subordinada, escapa
a la penetración del más potente microscopio. Después de prolongadas y
complejas observaciones, sólo cabe afirmar que la inteligencia más privilegiada
y la más sutil imaginación retroceden confundidas ante la magnitud del
problema. no hay microscopio capaz de reponernos de nuestro asombro, y no
sólo dudamos de la valía de este instrumento, sino de si en verdad la mente
humana puede inquirir las más íntimas energías estructurales de la naturaleza”.
La
fundamental figura geométrica de la cábala, que según la tradición, de acuerdo
con las doctrinas esotéricas recibió Moisés en el monte Sinaí (20) encierra en
su grandiosamente sencilla combinación la clave del problema universal. Esta
figura contiene todas las demás y los capaces de comprenderla no necesitan
valerse de la imaginación ni del microcopio, porque ninguna lente óptica supera
en agudeza a la percepción espiritual. Para los versados en la magna ciencia,
la descripción que un niño psicómetra pueda dar de la génesis de un grano de
arena, de un pedazo de cristal o de otro objeto cualquiera, es mucho más
fidedigna que cuantas observaciones telescópicas y microscópicas aleguen las
ciencias experimentales.
Más
verdad encierra la atrevida pangenesia de Darwin, a quien llama Tyndall
“especulador sublime”, que las cautas y restringidas hipótesis de este otro
sabio, quien, como todos los de su linaje, recluyen su imaginación entre las,
según ellos, “firmes fronteras del raciocinio”. La hipótesis de un germen
microscópico con suficente vitalidad para contener un mundo de gérmenes
menores, parece como si se remontara a lo infinito y trascendiendo al mundo
material se internara en el espiritual.
Si
consideramos la darwiniana teoría del origen de las especies, advertiremos que
su punto de partida está situado como si dijéramos frente a una puerta abierta,
con libertad de atravesar o no el dintel a cuyo otro lado vislumbramos lo
infinito, lo incomprensible, o, por mejor decir, lo inefable. Si el
lenguaje humano es insuficiente para expresar lo que vislumbramos en el más
allá, algún día habrá de comprenderlo el hombre que ante sí tiene la
inacabable eternidad.
EL
PROTOPLASMA Y EL “MÁS ALLÁ”
No
sucede lo propio en la hipótesis de Huxley acerca de los fundamentos
fisiológicos de la vida. Contra las negaciones de sus colegas alemanes admite
un protoplasma universal que al formar las células origina la vida.
Este protoplasma es, según Huxley, idéntico en todo organismo viviente, y las
células que constituye entrañan el principio vital, pero excluye de ellas el
divino influjo y deja sin resolver el problema. Con habilísima táctica
convierte las leyes y hechos en centinelas cuyo santo y seña es la
palabra necesidad, aunque al fin y a la postre desbarata toda la hipótesis
calificándola de “vano fantasma de mi imaginación”. “Las doctrinas
fundamentales del espiritualismo, continúa diciendo Huxley, trascienden toda
investigación filosófica” (21). Sin embargo, nos atreveremos a contradecir esta
afirmación observando que mejor se avienen las doctrinas espiritualistas con
las investigaciones filosóficas que con el protoplasma de Huxley, pues al menos
ofrecen pruebas evidentes de la existencia del espíritu, mientras que una
vez muertas las células protoplásmicas, no se advierte en ellas indicio
alguno de que sean los orígenes de la vida, como pretende el eminente pensador
contemporáneo.
Los
cabalistas antiguos no formulaban hipótesis alguna hasta que podían
establecerla sobre la firmísima roca de comprobadas experiencias.
Pero
la exagerada subordinación a los hechos físicos ocasiona la pujanza del
materialismo y la decadencia del espiritualismo. Tal era la orientación
dominante del pensamiento humano en tiempos de Aristóteles, y 26
aunque el precepto délfico no se había borrado de la
mente de los filósofos griegos, pues todavía algunos afirmaban que para conocer
lo que es el hombre se necesita saber lo que fue, ya empezaba el
materialismo a corroer las raíces de la fe. Los mismos Misterios estaban
adulterados hasta el punto de ser especulaciones sacerdotales y fraudes religiosos.
Pocos eran los verdaderos adeptos e iniciados, legítimos sucesores de los que
dispersara la espada conquistadora del antiguo Egipto.
Ciertamente
había llegado ya la época vaticinada por el gran Hermes en su diálogo con
Esculapio; la época en que impíos extraqnjeros reconvinieran a los egipcios de
adorar monstruosos ídolos, sin que de ella quedara más que los jeroglíficos de
sus monumentos como increíbles enigmas para la posteridad. Los hierofantes
andaban dispersos por la faz de la tierra, buscando refugio en las comunidades
herméticas llamadas más tarde esenios, donde sepultaron a mayor hondura
que antes la ciencia esotérica. La triunfante espada del discípulo de
Aristóteles no dejó vestigio de la un tiempo pura religión, y el mismo
Aristóteles, típico hijo de su siglo, aunque instruido en la secreta ciencia de
los egipcios, sabía muy poco de los resultados dimanantes de milenarios
estudios esotéricos.
Lo
mismo que los que florecieron en los días de Psamético, los filósofos
contemporáneos “alzan el velo de Isis” porque Isis es el símbolo de la
naturaleza; pero sólo ven formas físicas y el alma interna escapa a su
penetración. La Divina Madre no les responde. Anatómicos hay que niegan la
existencia del alma, porque no la descubren bajo las masas de músculos y redes
de nervios y substancia gris que levantan con la punta del escalpelo. Tan
miopes son estos en sus sofismas como el estudiante que bajo la letra muerta de
la cábala no acierta a descubrir el vivificador espíritu. Para ver el hombre
real que habitó en el cadáver extendido sobre la mesa de disección, necesita el
anatómico ojos no corporales; y de la propia suerte, para descubrir la gloriosa
verdad, cifrada en las escrituras hieráticas de los papiros antiguos, es
preciso poseer la facultad de intuición, la vista del alma, como la razón lo es
de la mente.
La
ciencia moderna admite una fuerza suprema, un principio invisible, pero niega
la existencia de un Ser supremo, de un Dios personal (22). Lógicamente es muy
discutible la diferencia entre ambos conceptos, porque, en este caso, fuerza
y esencia son idénticas. La raxzón humana no puede concebir una fuerza
suprema e inteligente sin identificarla con un Ser también supremo e
inteligente. Jamás el vulgo tendrá idea de la omnipotencia y omnipresencia de
Dios sin atribuirle, en gigantescas proporciones, cualidades humanas; sin
embargo, para los cabalistas, siempre fue el invisible En-Soph una
Potestad.
DESCONOCIDOS,
PERO PODEROSOS ADEPTOS
Vemos,
por lo tanto, que los filósofos positivistas de nuestros días tuvieron sus
precursores hace miles de años. El adepto hermético proclama que el simple
sentido común excluye toda contingencia de que el universo sea obra del acaso,
pues equivaldría este absurdo a suponer que los postulados deEuclides los dedujo
un mono entretenido en jugar con figuras geométricas.
Muy
pocos cristianos comprenden la teología hebrea, si es que algo saben de ella.
El Talmud es profundamente enigmático, aún para la mayor parte de los
mismos judíos; pero los hebraístas que lo han descifrado, no se engríen de su
erudición. Los libros cabalísticos son todavía menos comprensibles para los
judíos, y a su estudio se dedican, con mayor asiduidad que estos, los
hebraístas cristianos. Sin embargo, ¡cuán menos conocida todavía es la cábala universal
de Oriente! Pocos son sus adeptos; pero estos privilegiados herederos de los
sabios que “descubrieron las deslumbradoras verdades que centellean en la gran
Shemaya del saber caldeos (23) han solucionado lo “absoluto” y descansan ahora
de su fatigosa tarea. No pueden ir más allá de la línea trazada por el dedo del
mismo Dios en este mundo, como límite del conocimiento humano. Sin darse
cuenta, han topado algunos viajeros con estos adeptos en las orillas del
sagrado Ganges, en las solitarias ruinas de Tebas, en los misteriosamente
abandonados aposentos de Luxor, en las cámaras de azules y doradas bóvedas
cuyos misteriosos signos atraen sin fruto posible la atención del vulgo. Por
doquiera se les encuentra, lo mismo en las desoladas llanuras del Sahara y en
las cavernas de Elefanta, que en los brillantes salones de la aristocracia
europea; pero sólo se dan a conocer a los desinteresados estudiantes cuya
perseverancia no les permite volver atrás. El insigne teólogo e historiador
judío Maimónides, a quien sus compatriotas casi divinizaron, para después
acusarle de herejía, afirma que lo en apariencia más absurdo y extravagante del
Talmud, encubre precisamente lo más sublime de su significado esotérico.
Este eruditísimo judío ha demostrado que la magia caldea profesada por Moisés y
otros taumaturgos, se fundaba en amplios y profundos conocimientos de diversas
y hoy olvidadas ramas de las ciencias naturales, pues conocían por completo los
recursos de los reinos mineral, vegetal y animal, aparte de los secretos de la
química y de la física, con añadidura de las verdades espirituales que les
daban tanta idoneidad en psicología como tuvieron en fisiología. No es
maravilla, pues, que los adeptos educados en los misteriosos santuarios de los
templos, obraran portentos en cuya explicación fracasaría la infatuada ciencia
contemporánea. Es denigrante para la dignidad humana motejar de imposturas la
magia y las ciencias ocultas, pues si hubiera sido posible que durante miles de
años fuesen unas gentes víctimas de los fraudes y supercherías amañados por
otras gentes, necesario sería confesar que la mitad de los hombres son idiotas
y la otra mitad bribones. ¿En qué país no se ha practicado la magia? ¿En qué
época se olvidó por completo?
Los
Vedas y las leyes de Manú, que son los documentos literarios más antiguos,
describen muchos ritos mágicos de lícita práctica entre los brahmanes (24). Hoy
mismo se enseña en el Japón y en China, sobre todo en el Tíbet, la magia
cladea, y los sacerdotes de estos países corroboran con el ejemplo las
enseñanzas 27
relativas al desenvolvimiento de la clarividencia y
actualización de las potencias espirituales, mediante la pureza y austeridad de
cuerpo y mente, de que dimana la mágica superioridad sobre las entidades
elementales, naturalmente inferiores al hombre. En los países occidentales es
la magia tan antigua como en los orientales. Los druidas de la Gran Bretaña y
de las Galias la ejercían en las reconditeces de sus profundas cavernas, donde
enseñaban ciencias naturales y psicológicas, la armonía del universo, el
movimiento de los astros, la formación de la tierra y la inmortalidad del alma
(25). En las naturales academias edificadas por mano del invisible arquitecto,
se congregaban los iniciados al filo de la media noche para meditar sobre lo
que es y lo que ha de ser el hombre (26). No necesitaban de iluminación
artificial en sus templos, porque la casta diosa de la noche hería con sus
rayos las cabezas coronadas de roble y los sagrados bardos de blancas
vestiduras sabían hablar con la solitaria reina de la bóveda estrellada (27).
ANTIGÜEDAD
DE LA MAGIA
Pero
aunque el ponzoñoso hálito del materialismo haya consumido las raíces de los
sagrados bosques y secado la savia de su espiritual simbolismo, todavía medran
con exuberante lozanía para el estudiante de ocultismo, que los sigue viendo
cargados del fruto de la verdad tan frondosamente como cuando el archidruida
sanaba mágicamente a los enfermos y tremolando el ramo de muérdago segaba con
su dorada segur la rama del materno roble. La magia es tan vieja como el
hombre y nadie acertaría en señalar su origen, de la propia suerte que no
cabe computar el nacimiento del primer hombre. Siempre que los eruditos
intentaron determinar históricamente los orígenes de la magia en algún país, desvanecieron
sus cálculos investigaciones posteriores. Suponen algunos que el sacerdote y
rey escandinavo Odín fue el fundador de la magia unos 70 años antes de J. C.;
pero hay pruebas evidentes de que los misteriosos ritos de las sacerdotisas valas
son muy anteriores a dicha época (28).
Otros
eruditos modernos atribuyen a Zoroastro las primicias de la magia apoyados en
que fue el fundador de la religión de los magos; pero Amiano Marcelino,
Arnobio, Plinio y otros historiadores antiguos, prueban concluyentemente que
tan sólo se le debe considerar como reformador de la magia, ya de muy antiguo
profesada por los caldeos y egipcios (29).
Los
más eminentes maestros de las cosas divinas convienen en que casi todos los
libros antiguos están escritos en lenguaje sólo entendido de los iniciados, y
ejemplo de ello nos da el bosquejo biográfico de Apolonio de Tyana, que, según
saben los cabalistas, es un verdadero compendio de filosofía hermética con
trasuntos de las tradiciones relativas al rey Salomón. Lo mismo que éstas,
parece el bosquejo biográfico de Apolonio fantástica quimera, porque los
acontecimientos históricos están cubiertos bajo el velo de la ficción. El viaje
a la India, allí descrito, simboliza las pruebas del neófito, y sus detenidas
conversaciones con los brahmanes, sus prudentes consejos y sus diálogos con el
corintio Menipo, equivalen en conjunto, debidamente interpretados, a un
catecismo esotérico. En su visita al país de los sabios, en la plática que
sostuvo con el rey Hiarkas y en el oráculo de Anfiarao, se simbolizan muchos
dogmas secretos de Hermes, cuya explicación revelaría no pocos misterios de la
naturaleza. Eliphas Levi indica la sorprendente analogía entre el rey Hiarkas y
el fabuloso Hiram, de quien recibió Salomón el cedro del Líbano y el oro de
Ofir. Curioso fuera averiguar si los modernos masones, por mucha que sea su
elocuencia y habilidad, saben quién es el Hiram cuya muerte juran
vengar.
NADA
HAY NUEVO BAJO EL SOL
Si
prescindiendo de las enseñanzas puramente metafísicas de la cábala,
atendiéramos tan sólo al ocultismo fisiológico, podríamos obtener resultados
beneficiosos para algunas ramas de la moderna ciencia experimental, tales como
la química y la medicina. A este propósito, dice Draper: “A menudo descubrimos ideas
que orgullosamente diputábamos por privativas de nuestra época”. Esta
observación a que dio pie el examen de los tratados científicos de los árabes,
puede aplicarse con mucho mayor motivo a las obras esotéricas de los antiguos.
La medicina moderna sabe de seguro más anatomía, fisiología y terpéutica, pero
ha perdido el verdadero conocimiento por su encogido criterio, inflexible
materialismo y dogmatismo sectario. Cada escuela médica desdeña saber lo que
otras opinan y todas ellas desconocen el grandioso concepto que de la
naturaleza y el hombre sugieren los fenómenos hipnóticos y los experimentos de
los norteamericanos sobre el cerebro, cuyos resultados son la más acabada
derrota del estúpido materialismo. Sería conveniente convocar a los médicos de
las distintas escuelas para demostrarles que muchas veces se estrella su
ciencia contra la rebeldía de enfermedades, vencidas después por saludadores
hipnóticos o mediumnímicos. Quienes estudien la antigua literatura médica,
desde Hipócrates a Paracelso y Van Helmont, hallarán multitud de casos
fisiológicos y psicológicos, perfectamente comprobados, con medicinas y
tratamientos terapéuticos cuyo empleo desdeñan los médicos contemporáneos (30).
De la propia manera, los cirujanos del día confiesan su inferioridad respecto
de la admirable destreza de los antiguos en el arte de vendar. Los más notables
cirujanos parisienses han examinado el vendaje de las momias egipcias, sin
verse capaces de imitar el modelo que ante sí tenían.
En
el museo Abbott, de Nueva York, hay numerosas pruebas de la habilidad de los
antiguos en varias artes, entre ellas, la de blondas y encajes y postizos
femeninos. El periódico de Nueva York, La Tribuna, en su crítica 28
del Papiro de Ebers, dice: “... verdaderamente
no hay nada nuevo bajo el sol... los capítulos 65, 66, 79 y 89 demuestran que
los regeneradores del cabello, los tintes y polvoreras eran ya necesarios hace
3.400 años”.
En
su obra Conflictos entre la religión y la ciencia, reconoce el eminente
filósofo Draper, que a los sabios antiguos corresponde legítimamente la
paternidad de la mayoría de descubrimientos que los modernos se atribuyen, y al
efecto cita unos cuantos hechos que admiraron a toda Grecia. Calístenes envió a
Aristóteles una serie de observaciones astronómicas computadas por los babilonios,
que se remontaban a mil novecientos tres años. Ptolomeo, rey de Egipto y
notable astrónomo, tenía una tabla de eclipses, también computada en Babilonia,
en la que se predecían los de más de siete siglos antes de la era cristiana. A
este propósito, dice muy oportunamente Draper: “Pacientes y precisas
observaciones se necesitaron para obtener estos resultados astronómicos, cuya
valía han corroborado nuestros tiempos. Los babilonios computaron el año
tropical con veintisiete segundos de error, y el sideral con dos minutos de
exceso. Conocieron la precesión de los equinoccios y predijeron y calcularon
los eclipses con auxilio de su ciclo llamado saros, que constaba de
6.585 día, con un error de diecinueve minutos y treinta segundos. Todos estos
cálculos son prueba incontrovertible de la paciente habilidad de los astrónomos
caldeos, pues con imperfectos instrumentos lograron tan precisos resultados.
Habían catalogado las estrellas y dividido el zodíaco en doce signos, el día en
doce horas y la noche en otras tantas. Durante mucho tiempo estudiaron las
ocultaciones de las estrellas detrás de la luna, según frase de Aristóteles,
conocieron la situación de los planetas respecto del sol, construyeron
cuadrantes, clepsidras, astrolabios y horarios y rectificaron los erróneos
conceptos que sobre la estructura del sistema solar predominaban por entonces.
El mundo permanente de las verdades eternas que interpenetra el transitorio
mundo de ilusiones y quimeras no ha de ser descubierto por las tradiciones de
los hombres que vivieron en los albores de la civilización ni por los ensueños
de los místicos que presumían de inspiración, sino que han de descubrirlo las
investigaciones de la geometría y la práctica interrogación de la naturaleza”.
Estamos
del todo conformes con esta conclusión que no podía inferirse más
acertadamente. Parte de la verdad nos dice Draper en el pasaje transcrito, pero
no toda, porque desconoce la índole y extensión de los conocimientos que
en los Misterios se enseñaban. Ningún pueblo tan profundamente versado en
geometría como los constructores de las Pirámides y otros titánicos monumentos
antediluvianos y postdiluvianos, y ninguno tampoco que tan prácticamente haya
interrogado a la naturaleza. Prueba de ello nos da el significado de sus innumerables
símbolos, cada uno de los cuales es plasmada idea que combina lo divino e
invisible con lo terreno y visible, de suerte que de lo visible se infiere
lo invisible por estricta analogía, según el aforismo hermético: “como lo de
abajo es lo de arriba”. Los símbolos egipcios denotan profundos conocimientos
en ciencias naturales y muy prácticos estudios de las fuerzas cósmicas.
INVESTIGACIONES
GEOMÉTRICAS
Respecto
a la eficacia de las investigaciones geométricas, ya no han de contraerse los
estudiantes de ocultismo a nuevas conjeturas, sino que pueden seguir la
orientación señalada en nuestros días por el insigne geómetra norteamericano
Jorge Felt, quien apoyado en los antecedentes sentados por los antiguos
egipcios, ha inferido las siguientes consecuencias:
1ª
Determinar el diagrama fundamental de la geometría plana y del espacio.
2ª
Establecer proporciones aritméticas en forma geométrica.
3ª
Inferir la norma geométrica que de tan maravillosa y exacta manera siguieron
los egipcios en todas sus construcciones arquitectónicas y escultóricas.
4ª
Comprobar que de esta misma norma geométrica se valieron los egipcios para los
cómputos astronómicos sobre que fundaron casi todo su simbolismo religioso.
5ª
Descubrir las huellas de la norma geométrica de los egipcios en el arte y
arquitectura de Grecia y en las Escrituras hebreas, cuya derivación egipcia
resulta de ello evidente.
6ª
Demostrar que después de investigar durante miles de años las leyes de la
naturaleza, llegaron los egipcios a conocer el sistema del universo.
7ª
Determinar con toda precisión problemas de fisiología, hasta hoy tan sólo
sospechados.
8ª
Que la primitiva ciencia y la primitiva religión, que serán también las
últimas, estuvieron comprendidas en la filosofía masónica.
A
esto podemos añadir por testimonio ocular que los escultores y arquitectos
egipcios no forjaban en el yunque de su fantasía las admirables estatuas de sus
templos, sino que de modelo les servían las “invisibles entidades del aire” y
otros reinos de la naturaleza, cuya visión atribuían ellos, como atribuye
también Felt, a la eficacia de alquímicos y cabalísticos procedimientos.
Schweigger demuestra el fundamento científico de todos los símbolos mitológicos
(31).
El
descubrimiento de las energías electromagnéticas ha permitido a hipnotólogos
tan eminentes como Ennemoser, Schweigger y Bart, en Alemania, Du Potet, en
Francia, y Regazzoni, en Italia, señalar casi exactamente la analogía entre los
mitos divinos y las energías naturales. El dedo ideico, que tanta
importancia tuvo en la magia médica, significa un dedo de hierro, atraído y
repelido alternativamente por las fuerzas magnéticas. En Samotracia se empleó
con admirables resultados en la curación de enfermedades orgánicas.
Bart
aventaja a Schweigger en la interpretación de los mitos antiguos que estudia
bajo el doble aspecto espiritual y físico. Trata extensamente de los teurgos,
cabires y dáctilos, de Frigia, que fueron magos saludadores. A este propósito,
dice: “Cuando tratamos de la estrecha relación entre los dáctilos y las fuerzas
29
magnéticas, no nos referimos tan sólo a la piedra imán
y a nuestro concepto de la naturaleza, sino que consideramos el magnetismo en
conjunto. Así se comprende cómo los iniciados que se dieron el nombre de
dáctilos asombraran a las gentes con sus artes mágicas y realizaran prodigiosas
curaciones. A esto añadieron la preceptuación del cultivo de la tierra, la
práctica de la moral, el fomento de las ciencias y de las artes, las enseñanzas
de los Misterios y las consagraciones secretas. Si todo esto llevaron a cabo
los sacerdotes cabires, ¿no recibirían auxilio y guía de los misteriosos
espíritus de la naturaleza? (32) De la misma opinión es Schweigger, quien
demuestra que los antiguos fenómenos teúrgicos derivaban de fuerzas magnéticas
“guiadas por los espíritus”.
SIGNIFICADO
DE LOS SÍMBOLOS
No
obstante su aparente politeísmo, los antiguos, por lo menos los de las clases
ilustradas, eran ya monoteístas muchísimos siglos antes de Moisés. Así lo
comprueba el siguiente pasaje entresacado de la primera hoja del Papiro de
Ebers: “De Heliópolis vine con los magnates de Hetaat, los Señores de
Protección, los dueños de la eternidad y de la salvación. De Sais vine con la
Diosa-Madre que me otorgó su protección. El Señor del Universo me enseñó
a librar a los dioses de toda enfermedad mortal”. Conviene advertir que los
antiguos daban título de dioses a los hombres eminentes, y por lo tanto, la
divinización de los mortales y considerarlos como dioses no prueba que fuesen
politeístas, de la propia suerte que tampoco sería justo calificar de
politeístas a los cristianos porque veneran las imágenes de sus santos. Los
norteamericanos de hoy día no merecen ciertamente que de aquí a tres mil años
les tilde la posteridad de idólatras, por haber levantado estatuas a
Washington. Tan secreta era la filosofía hermética, que a Volney le pareció que
los antiguos adoraban como divinidades los símbolos materiales y groseros,
siendo así que eran meras representaciones de principios esótericos. También
Dupuis, no obstante haber estudiado detenidamente este problema, equivoca la
significación de los símbolos religiosos y los atribuye exclusivamente a la
astronomía. Eberhart y otros autores alemanes de los siglos XVIII y XIX tratan
de la magia con menores escrúpulos y la derivan de los mitos platónicos del Timeo.
Pero ¿cómo era posible que estos eruditos, sin la agudísima intuición de un
Champollión, descubrieran el significado esotérico de cuanto el velo de Isis no
dejaba traslucir sino a los adeptos? Nadie regatea la valía de Champollión como
egiptólogo. A su juicio, todo comprueba que los antiguos egipcios fueron
esencialmente monoteístas, y gracias a sus indagaciones está demostrada en los
más nimios pormenores la exactitud de los escritos de Hermes Trismegisto, cuya
antigüedad se pierde en la noche de los tiempos. Sobre ello dice también
Ennemoser: “Herodoto, Tales, Parménides, Empédocles, Orfeo y Pitágoras
aprendieron en Egipto y demás países orientales filosofía natural y teología”.
Por nuestra parte recordaremos que en Egipto se instruyó Moisés y pasó Jesús
los años de su primera juventud.
En
aquel país se daban cita todos los estudiantes del mundo conocido antes de la
fundación de Alejandría. A este propósito, pregunta Ennemoser: ¿Por qué se sabe
tan poco de los Misterios al cabo de tanto tiempo y a través de tantos países?
Por el universal y riguroso sigilo de los iniciados, aunque igualmente puede
atribuirse a la pérdida de las obras esotéricas de la más remota antigüedad.
Los libros de Numa, encontrados en la tumba de este monarca y descritos por
Tito Livio, trataban de filosofía natural, pero se mantuvieron en secreto a fin
de no divulgar los misterios de la religión dominante. El senado romano y los
tribunos del pueblo mandaron quemarlos en público” (33).
La
magia era una ciencia divina cuyo conocimiento conducía a la participación en
los atributos de la misma Divinidad.
Dice Filo Judeo que “descubre los secretos de la naturaleza y facilita la
contemplación de los poderes celestes” (34). Con el tiempo degeneró por abuso
en hechicería y se atrajo la animadversión general; pero nosotros hemos de
considerarla tal como fue en los tiempos de su pureza, cuando las religiones se
fundaban en el conocimiento de las fuerzas ocultas de la naturaleza. En Persia
no introdujeron la magia los sacerdotes, como vulgarmente se cree, sino los
magos, cuyo nombre indica la procedencia. Los mobedos o sacerdotes parsis, los
antiguos géberes, se llaman hoy día magois en dialecto pehlvi (35). La
magia es coetánea de las primeras razas humanas. Casiano menciona un
tratado de magia muy conocido en los siglos IV y V que, según tradición, lo
recibió Cam, hijo de Noé, de manos de Jared, cuarto nieto de Seth, hijo de Adán
(36).
Moisés
fue deudor de sus conocimientos a la iniciada Batria, esposa del Faraón y madre
de la princesa egipcia Termutis, que lo salvó de las aguas del Nilo (37). De él
dicen las escrituras cristianas: “Y fue Moisés instruido en toda la sabiduría
de los egipcios y era poderoso en palabras y obras” (38). Justino Mártir,
apoyado en la autoridad de Trogo Pompeyo, afirma que José, hijo de Jacob,
aprendió muchas artes mágicas de los sacerdotes egipcios (39).
SABIDURÍA
DE LOS ANTIGUOS
En
determinadas ramas de la ciencia, sabían los antiguos más de lo que hasta ahora
han descubierto los modernos. Aunque
muchos repugnen confesarlo, así lo reconocen algunos sabios. El doctor A. Todd
Thomson, que publicó la obra Ciencias ocultas, escrita por Salverte,
dice a este propósito: “Los conocimientos científicos de los primitivos tiempos
de la sociedad humana eran mucho mayores de lo que los modernos suponen, pero
estaban cuidadosamente velados en los templos a los ojos del vulgo y tan sólo a
disposición de los 30
sacerdotes”. Al tratar de la cábala, dice Baader que
“no sólo debemos a los judíos la ciencia sagrada, sino también la profana”.
Orígenes,
discípulo de escuela platónica de Alejandría, afirma que además de la doctrina
enseñada por Moisés al pueblo en general, reveló a los setenta ancianos algunas
“verdades ocultas de la ley” con mandato de no transmitirlas más que a los
merecedores de conocerlas.
San
Jerónimo dice que los judíos de Tiberíades y Lida eran singulares maestros en
hermenéutica mística. Por último, Ennemoser se muestra firmemente convencido de
que las obras del areopagita Dionisio están inspiradas en la cábala hebrea, lo
cual nada tiene de extraño si consideramos que los agnósticos o cristianos
primitivos fueron continuadores, con distinto nombre, de la escuela de los
esenios. Molitor reivindica la cábala hebrea y dice sobre este punto: “Ha
pasado ya el tiempo en que la teología y las ciencias eran esclavas de la
vulgaridad y la incongruencia; pero como el racionalismo revolucionario no ha
dejado otro rastro que su propia ineficacia con estropeamiento de las verdades
positivas, hora es de reconvertir la mente a la misteriosa revelación de donde,
como de vivo manantial, brota nuestra salvación... los antiguos misterios de
Israel, que contienen todos los secretos de hoy, debieran servir para
establecer la teología sobre profundos principios teosóficos y dar base
firme a las ciencias especulativas. De esta suerte se abrirían nuevos
caminos en el laberinto de mitos, símbolos y organización política de las
sociedades primitivas. Las tradiciones antiguas encierran el método de
enseñanza seguido en las escuelas de profetas que Samuel no fundó, sino que tan
sólo restauró, y cuyo objeto era instruir a los candidatos en conocimientos que
les hicieran dignos de la iniciación en los Misterios mayores, una de cuyas
enseñanzas era la magia distintamente seprada en dos opuestos linajes: la
blanca o divina y la negra o diabólica. Cada una de estas ramas se subdivide a
su vez en dos modalidades: activa y contemplativa. Por la magia divina se
relaciona el hombre con el mundo para conocer las cosas ocultas y realizar
buenas obras. Por la magia diabólica se esfuerza el hombre en adquirir dominio
sobre los espíritus y perpetrar diabólicas fechorías y delitos de lesa
naturaleza” (40).
El
clero de las tres principales iglesias cristianas, lagriega, la romana y la
protestante, se desconcierta ante los fenómenos espiritistas producidos por los
médiums. Todavía no hace mucho tiempo, papistas y protestantes condenaban a la
hoguera y a la horca, o cuando no, mandaban asesinar a los infelices médiums
por cuyo organismo se comunicaban las entidades astrales y a veces las
desconocidas fuerzas de la naturaleza. En esta persecución sobresalía la
iglesia romana, cuyas manos están tintas en sangre de inocentes víctimas
sacrificadas a un Moloch implacable, que tal parece el Dios de sus creencias.
Ansía la iglesia romana reanudar tan cruenta labor, pero la ligan de pies y
manos el espíritu del siglo y el universal sentimiento de libertad religiosa
contra el que diariamente prorrumpe en invectivas. La iglesia griega es, por el
contrario, de benigna condición y más conforme con las enseñanzas de Cristo por
su sencilla aunque ciega fe; pero si bien hace muchos siglos que ocurrió el
cisma de Oriente y no hay relación alguna entre las iglesias griega y latina,
los pontífices romanos fingen ignorar este hecho y se arrogan audazmente la
jurisdicción en todos los países de religión griega o protestante. A este
propósito dice Draper: “La Iglesia insiste en que el Estado no debe inmiscuirse
en la jurisdicción eclesiástica, y como el protestantismo es una rebeldía, no
le cabe derecho alguno, ni siquiera en las diócesis de países protestantes
donde el prelado católico es el pastor legítimo y la única autoridad
espiritual" (41).
PRETENSIONES
DE ROMA
A
pesar de no haber hecho caso ninguno los protestantes de los decretos y
encíclicas del papa ni de las invitaciones a los concilios ecuménicos ni de las
excomuniones despectivamente recibidas, persiste la iglesia romana en su
temeraria conducta, que llegó a grado máximo de insensatez cuando en 1864
excomulgó Pío IX con público anatema al emperador de Rusia por cismático
indigno de pertenecer al gremio de la Iglesia católica (42). Sin embargo, desde
la conversión de los eslavos al cristianismo, no han consentido ni los zares ni
el pueblo ruso unirse a la iglesia de Roma. ¿Por qué no alega también el papa
jurisdicción eclesiástica sobre los budistas tibetanos o sobre los espectros de
los antiguos hyk-sos?
Los
fenómenos mediumnímicos ocurren en todas partes sin distinción de religiones,
nacionalidades e individuos, y la fuerza que los produce puede manifestarse,
igualmente en el monarca y en el mendigo. Ni siquiera el vicario de Dios, el
pontífice Pío IX, logró rehuir la visita del incómodo huésped, pues desde los
cincuenta años de su edad se vio acometido de frecuentes arrebatos y
transportes, que en el Vaticano atribuían a visiones divinas y los
médicos diagnosticaban de ataques epilépticos, no faltando entre el pueblo
quienes los achacasen a la obsesión espectral de Peruggia, Castelfidardo y
Mentana.
Se
le podía aplicar la famosa execración de Shakespeare:
Brillan
las azuladas luces. Ya es media noche y frío temblor estremece mis carnes.
Hacia mí llegan las almas de mis víctimas (43).
El
príncipe de Hohenlohe tuvo mucha fama a principios del siglo XIX por sus dotes
saludadoras, y era muy notable médium. Ciertamente, las aptitudes mediumnímicas
y los fenómenos por su virtud producidos, no son privativos de ninguna época ni
país, sino cualidades inherentes a la naturaleza psicológica del microcosmos.
Los
que en Rusia llaman klikuchy (energúmenos) y yourodevoy (semiidiotas)
se ven asaltados frecuentemente por perturbaciones nerviosas que el clero y el
populacho atribuyen a posesión diabólica. Estos 31
infelices se agolpan a las puertas de las catedrales
sin atreverse a entrar por temor de que el demonio que les posee no los derribe
al suelo. En Voroneg, Kiew, Kazan y en todas las poblaciones donde se veneran
reliquias de santos milagrosos, abundan este linaje de médiums inconscientes de
repugnante aspecto, que se agrupan en los vestíbulos y atrios de los templos.
Durante la celebración del oficio divino, en el acto de alzar, o cuando el coro
entona el Ejey Cheruvim, todos aquellos maniáticos empiezan a dar voces
semejantes a aullidos, cacareos, ladridos, rebuznos y rugidos entre espantosas
convulsiones. El clero y el vulgo explican piadosamente este fenómeno diciendo
que el espíritu inmundo no puede resistir la santidad de la oración.
Algunas almas caritativas acuden en socorro de aquellos infelices, con pócimas
calmantes y oportunas limosnas. A menudo solicita el público la intervención de
un sacerdote para exorcizar a los poseídos, y así lo hace aquél, unas veces por
caridad y otras mediante el estipendio de unas cuantas monedas de plata. Sin
embargo, entre los supuestos energúmenos hay tal o cual clarividente y
vaticinador, aunque por lo general trafican con sus aptitudes, sin que nadie
les moleste al ver el lastimero estado en que les pone el arrebato. mAs, por
otra parte, ¿qué razón habría para que el clero concitase contra ellos los
ánimos de las gentes diciendo que son brujos? Es de sentido común y al par de
justicia, que en todo caso el culpable no es la víctima poseída, sino el
demonio poseedor. Si el exorcismo no tiene otras consecuencias que proporcionar
al paciente un fuerte resfriado, entonces se le abandona en manos de Dios y de
la caridad pública. Sin embargo, por muy ciega y supersticiosa que sea la fe
conducente a semejantes extravíos, no entraña ofensa para el hombre ni para el verdadero
Dios. No sucede lo mismo en los cleros romano y protestante, de los que nos
ocuparemos en el transcurso de esta obra, con excepción de algunos eminentes
pensadores de ambas confesiones. Necesitamos saber en qué se fundan para tratar
como infieles predestinados al infierno eterno a los indos, chinos,
espiritistas y cabalistas.
EL
CÉNTRICO SOL ESPIRITUAL
Lejos
de nosotros el intento, no ya de blasfemia, sino ni siquiera de irreverencia
contra el divino Poder, por el que existen todas las cosas visibles e
invisibles y ante cuya majestad y perfección absoluta se abisma la mente. Nos
basta el convencimiento de que Él existe y que Él es la sabiduría infinita. Nos
basta tener como las demás criaturas una centella de su esencia. Reverenciamos
al supremo infinito e ilimitado poder, al céntrico SOL ESPIRITUAL, cuya
luz nos ilumina y cuya voluntad nos circunda. Es el Dios de los profetas
antiguos y de los profetas modernos; el Dios cuya naturaleza sólo cabe
vislumbrar en los mundos evocados a la existencia por su potente FIAT; el Dios
cuya revelación está cifrada por su propia mano en los imperecederos símbolos
de la armonía universal del Cosmos. Él es el único evangelio infalible.
Dice
Plutarco en el Teseo, que los geógrafos antiguos llenaban las márgenes
de sus mapas con el trazado de comarcas desconocidas cuyos epígrafes advertían
que más allá sólo había arenales poblados de fieras y quebrados por ciénagas
infranqueables. Poco menos hacen los modernos científicos y teólogos, pues
mientras estos pueblan el mundo invisible de ángeles y demonios, aquéllos
afirman sentenciosamente que nada hay más allá de la materia.
Sin
embargo, muchos de nuestros empedernidos escépticos pertenecen a las logias
masónicas. Todavía existen, aunque sólo de nombre, los rosacruces que tanto
sobresalieron en las artes curativas durante la Edad Media. Podrán derramar
lágrimas sobre la tumba de su respetable maestro Hiram Abiff, pero en vano
buscarán el sitio donde estuvo la rama de acacia. Sólo queda la letra muerta;
el espíritu se desvaneció. Parecen coristas ingleses o alemanes que en el
cuarto acto de Hernani bajan a la cripta de Carlomagno para entonar el
coro de la conspiración en lengua extraña. Así los modernos caballeros del
sagrado Arco, aunque bajen todas las noches “por los nueve arcos a las entrañas
de la tierra”, jamás descubrirán el sagrado delta de Enoch. Los caballeros del
Valle del Norte y del Valle del Sur, tal vez se figuren que la iluminación
despunta en su mente y que según adelanten en la masonería irá rasgándose el
velo de la superstición, la tiranía y el despotismo; pero todo esto serán vanas
palabras mientras renieguen de su madre la magia y desconozcan a su hermano
gemelo el espiritismo. En verdad que podéis dejar vuestros sitiales, ¡oh
Caballeros de Oriente!, y sentaros en el suelo con la cabeza entre las manos en
apostura triste, porque valor os sobra para deplorar vuestra suerte. Desde que
Felipe el Hermoso de Francia abolió la orden de los Templarios, nadie ha venido
a resolver vuestras dudas, no obstante tantas pretensiones en contrario.
Verdaderamente, venís errantes de Jerusalén en busca del perdido tesoro del lugar
santo. ¿Lo hallastéis? ¡Ay!, no; porque el lugar santo está profanado y
abatidas cayeron las columnas de sabiduría, fuerza y belleza. En adelante
vagaréis en tinieblas y caminaréis humildemente por selvas y montes en busca de
la palabra perdida. ¡Andad! No la encontraréis mientras reduzcáis vuestras
jornadas a siete ni aún a siete veces siete, porque camináis en
tinieblas que sólo puede disipar la fulgurante antorcha de la verdad, sostenida
por los legítimos descendientes de Ormazd. Tan sólo ellos pueden enseñaros a
pronunciar correctamente el nombre revelado a Enoch, Jacob y Moisés. ¡Pasad!
Hasta que vuestro R. S. W. Sepa multiplicar 333 de modo que resulten 666, el
número de la bestia apocalíptica, debéis ser prudentes y manteneros sub-rosa.
Para
demostrar que no estaban desprovistas de fundamento científico las nociones de
los antiguos respecto de los ciclos humanos, concluiremos este capítulo con una
de las más remotas tradiciones referentes a la evolución de nuestro planeta.32
NEROSOS, YUGAS Y KALPAS
Al
término de cada “año máximo”, como llamaron Censorino y Aristóteles al período
de siete saros (44), sufre nuestro planeta una total revolución física. Las
zonas glaciales y tórrida cambian gradualmente de sitio; las primeras se mueven
poco a poco hacia el Ecuador y la segunda con su exuberante vegetación y su
copiosa vida animal, reemplaza los helados desiertos polares. Esta alteración
de climas va necesariamente acompañada de cataclismos, terremotos y otras
perturbaciones cósmicas (45). Como quiera que cada diez milenios y cerca de un
nero, se altera el lecho del océano, sobreviene un diluvio análogo al del
tiempo de Noé. Los griegos daban a este año el sobrenombre de helíaco, pero
únicamente los iniciados conocían su duración y demás condiciones astronómicas.
Al invierno del año helíaco le llamaban cataclismo o diluvio, y
al verano le denominaban ecpirosis. Según tradición popular, la tierra
sufría alternativamente catástrofes plutónicas (por el agua) y volcánicas (por
el fuego) en estas dos estaciones del año helíaco. Así consta en los fragmentos
Astronómicos de Censorino y Séneca; pero tanta incertidumbre hay entre los
comentadores acerca de la duración del año helíaco, que ninguno se aproxima a
la verdad excepto Herodoto y Lino, quienes respectivamente lo computan en
10.800 y 13.984 años (46). En opinión de los sacerdotes babilonios, corroborada
por Eupolemo (47), la ciudad de Babilonia fue fundada por los que se salvaron
del diluvio, quienes eran hombres de gigantesca talla y edificaron la torre llamada
de Babel (48). Estos gigantes, que eran expertos astrónomos y además habían
recibido enseñanzas secretas de sus padres “los hijos del Dios”, instruyeron a
su vez a los sacerdotes y dejaron en los templos recuerdos del cataclismo que
habían presenciado. De este modo computaron los sacerdotes la duración de los
años máximos. Por otra parte, según dice Platón en el Timeo, los
sacerdotes helenos reconvinieron a Solón por ignorar que aparte del gran
diluvio de Ogyges habían ocurrido otros igualmente copiosos, lo cual demuestra
que en todos los países tenían los sacerdotes iniciados conocimiento del año
helíaco.
Los
períodos llamados yugas, kalpas, nerosos y vrihaspatis son arduos
problemas de cronología que ponen cejijuntos a eminentes matemáticos. El Sâtya-yuga
y los ciclos budistas nos asustan con sus cifras. El mahakalpa o edad
máxima se remonta mucho más allá de la época antediluviana y su duración es de
4.320.000.000 de años solares, que se distribuyen como vamos a ver:
En
primer lugar tenemos los cuatro yugas siguientes:
1º
Sâtya-yuga ..................................................................
1.728.000 años
2º
Trêtya-yuga .................................................................
1.296.000 “
3º
Dvâpa-yuga .................................................................
864.000 “
4º
Kali-yuga
...................................................................... 432.000
“
________
4.320.000
“
EL
AÑO MÁXIMO
Estos
cuatro yugas constituyen un mahâ-yuga o yuga máximo y setenta y un mahâ-yugas
comprenden, por lo tanto, 4.320.000 x 71 = 306.720.000 años. A este cómputo hay
que añadir un sandhyâ o duración de los crepúsculos matutino y
vespertino, en todo este tiempo, equivalente a un sâtya-yuga ó 1.728.000 años,
con los que tendremos: 306.720.000 + 1.728.000 = 308.448.000 años o sea el
período llamado manvántara (49). Catorce manvántaras componen
308.448.000 x 14 = 4.318.272.000 años y añadiendo un sandhya tendremos
4.318.272.000 + 1.728.000 = 4.320.000.000 años o sea el mahâkalpa o edad
máxima, según vimos al principio de este cómputo. Como quiera que nos hallamos
en el kali-yuga de la época vigésimo-octava del séptimo manvántara, aún nos
falta algún trecho que recorrer antes de llegar siquiera a la mitad de la vida
del planeta. Estos guarismos no son fantásticos, sino que, por el contrario,
derivan de cálculos astronómicos según ha demostrado Davis (50). Muchos
eruditos, entre ellos Higgins, no pudieron averiguar, no obstante sus
indagaciones cuál era el ciclo secreto. Bunsen ha demostrado que los
sacerdotes egipcios mantenían en el más profundo misterio las rotaciones
cíclicas (51). Tal vez provenga la dificultad de que los antiguos lo mismo
aplicaban el cálculo al progreso espiritual que al material de la humanidad, y
así no será difícil descubrir la íntima relación establecida por los antiguos
entre los ciclos cronológicos y los de la humanidad; si recordamos la suma
importancia que daban a la constante y omnipotente influencia de los planetas
en el destino de los hombres. Higgins acertó al suponer que el ciclo indo de
432.000 años es la verdadera clave del ciclo secreto, pero bien se echa de ver
que no fue capaz de descifrarlo, pues este ciclo es el más impenetrable de
todos, porque atañe al misterio de la creación. Está representado con guarismos
simbólicos en el Libro de los números de los caldeos, cuyo texto
original no se halla en biblioteca alguna, si acaso se conserva, ya que era uno
de los tantos libros de Hermes (52).
Algunos
cabalistas, matemáticos y arqueólogos, desconocedores de los cómputos secretos,
amplían de 21.000 a 24.000 años la duración del año máximo, pues estaban
creídos de que el último período de 6.000 años sólo debía aplicarse a la
renovación de nuestro globo. Explica Higgins este error de cómputo, diciendo que
la precesión de los equinoccios se efectuaba en 2.000 años y no en 2.160 para
cada signo, de lo que 33
suponían en 24.000 años la duración del año máximo
dividido en cuatro períodos de 6.000. de aquí debieron proceder, en opinión de
Higgins, los prolongadísimos ciclos de los antiguos astrónomos, porque el año
máximo, como el año común, estaba trazado por la circunferencia de un inmenso
círculo. Esto supuesto, computa Higgins los 24.000 años de la manera siguiente:
“Si el ángulo que el plano de la eclíptica forma con el plano del ecudor fue
decreciendo gradualmente, como se supone que ocurrió hasta hace poco, ambos
planos hubieron de haber coincidido al cabo de 6.000 años. Transcurridos otros
6.000 años, el sol hubiera estado situado respecto del hemisferio sur como
ahora lo está respecto del septentrional; después de 6.000 años más, volverían
a coincidir los dos planos, y al término de otros 6.000 años se situaría el eje
de la tierra en la posición actual. Todo este proceso representa un transcurso
de 24.000 años. Cuando el sol llegó al ecuador finalizaría el período de 6.000
años y el mundo quedaría destruido por el fuego, mientras que al llegar
al punto meridional, lo habría sido por el agua. De esta suerte tendríamos un
cataclismo total cada 6.000 años, o sean diez nerosos” (53).
Este
sistema de computación, prescindiendo del secreto en que los sacerdotes tenían
sus conocimientos, está expuesto a gravísimos errores y tal fue la causa de que
los judíos y algunos cristianos neoplatónicos vaticinaran el fin del mundo a
los 6.000 años. También se origina de ello que la ciencia moderna menosprecie
las hipótesis de los antiguos, y que se formen algunas sectas, que, como la de
los adventistas, viven en continua espera del fin del mundo.
Así
como el movimiento de rotación de la tierra determina cierto número de ciclos
comprendidos en el ciclo mayor del movimiento de traslación, análogamente cabe
considerar los ciclos menores comprendidos en el saros máximo. La rotación
cíclica del planeta es simultánea con las rotaciones intelectual y espiritual,
igualmente cíclicas. Así vemos en la historia de la humanidad un movimiento de
flujo y reflujo semejante a la marea del progreso. Los imperios políticos y
sociales al pináculo de su grandeza y poderlo para descender de acuerdo con la
misma ley de su ascensión, hasta que llegada la sociedad humana al punto ínfimo
de su decadencia, se afirma de nuevo para escalar las próximas alturas que por
ley progresiva de los ciclos son ya más elevadas que las que alcanzó en el
ciclo anterior.
TIPOS
Y PROTOTIPOS
Las
edades de oro, plata, cobre y hierro no son ficción poética. La misma ley rige
en la literatura de los diversos países. A una época de viva inspiración y
espontánea labor literaria, sigue otra de crítica y raciocinio. La primera
proporciona materiales al espíritu analítico de la segunda.
Así,
todos aquellos caracteres que gigantescamente despuntan en la historia de la
humanidad, como Buda y Jesús en el orden espiritual y Alejandro y Napoleón en
el material, son reflejadas imágenes de tipos humanos que existieron miles de
años antes, reproducidos por el misterioso poder regulador de los destinos del
mundo, y por ello no hay personaje histórico eminente sin su respectivo
antecesor en las tradiciones mitológicas y religiosas, entreveradas de ficción
y verdad, correspondientes a pasados tiempos. Las imágenes de los genios que
florecieron en épocas antediluvianas se reflejan en los períodos históricos,
como en las serenas aguas del lago la luz de la estrella que centellea en la insondable
profundidad del firmamento.
Como
lo de arriba es lo de abajo. Como en el cielo, así en la tierra. Lo que fue,
será.
Siempre
ha sido el mundo ingrato con sus hombres insignes. Florencia ha levantado una
estatua a Galileo, y apenas si se acuerda de Pitágoras. Al primero le sirvieron
de segura guía las obras de Copérnico, que hubo de luchar contra la general
preocupación del sistema de Ptolomeo; pero ni Galileo ni los astrónomos
modernos han descubierto la verdadera posición de los planetas, porque miles de
años antes la conocían los sabios del Asia central, de donde trajo Pitágoras el
definido conocimiento de esta verdad demostrada. Dice Porfirio que los números
de Pitágoras son símbolos jeroglíficos de que se valía el ilustre filósofo para
explicar las ideas relativas a la naturaleza de las cosas (54). De esto se
infiere que para investigar su origen, hemos de recurrir a la antigüedad. Así
lo corrobora acertadamente Hargrave Jennings en el siguiente pasaje:
“¿Sería
razonable deducir que los apenas creíbles fenómenos físicos llevados a
cabo por los egipcios fueron efecto del error en una época de tan floreciente
sabiduría y de facultades prodigiosas en comparación de las nuestras? ¿Acaso
cabe suponer que los numerosísimos pobladores de las márgenes del Nilo
laboraron estúpidamente en tinieblas, que la magia de sus hombres eminentes era
impostura y que sólo nosotros, los que, menospreciamos su poderío, somos los
sabios? ¡No por cierto! Hay en aquellas antiguas religiones mucho más de lo que
pudiera suponerse, a pesar de las audaces negaciones del escepticismo de estos
descreídos tiempos... Así vemos que es posible conciliar las enseñanzas paganas
con las clásicas, las de los gentiles con las de los hebreos y las cristianas
con las mitológicas en la común creencia basada en la Magia, cuya posibilidad
informa la moral de esta obra” (55).
Verdaderamente
es posible la conciliación. Hace treinta años que los primeros fenómenos
psíquicos de Rochester llamaron la dormida atención de las gentes hacia la
realidad del mundo invisible, y cuando la menuda lluvia de golpes se convirtió
en torrente cuya impetuosidad estremeció al mundo, los espiritistas hubieron de
contender con dos adversarios: la teología y la ciencia. Pero los teósofos han
de combatir con todas las preocupaciones del mundo, y más acerbamente todavía
con la de los espiritistas.34
Por una parte, los teólogos cristianos anatematizan a
quien no cree en la existencia del Dios personal y del diablo también
personal, mientras que para los materialistas no hay más Dios que la substancia
gris del cerebro, y tienen por tres veces idiotas a cuantos creen en el diablo.
Entretanto, los ocultistas y filósofos merecedores de este nombre perseveran en
su labor sin hacer caso de unos ni de otros. Ninguno de ellos tiene de Dios el
absurdo, pasional y veleidoso concepto que la superstición forjara, pero todos
distinguen entre el bien y el mal. La razón humana, emanada de nuestra finita
mente, no alcanza a comprender la infinita inteligencia de la ilimitada entidad
divina, y como lógicamente no puede existir para nosotros lo que cae más allá
de nuestro entendimiento, de aquí que la razón finita coincida con la ciencia
en negar a Dios. Pero por otra parte, el Ego que piensa, siente y
quyiere independientemente de la envoltura mortal en que alienta, no sólo cree,
sino además sabe que existe Dios, la vida de nuestras vidas en Quien
todos vivimos y Él vive en nosotros. Ni la fe dogmática es capaz de robustecer
este convencimiento, ni las demostraciones físicas logran quebrantarlo una vez
nacido en la recatada intimidad de la conciencia.
LA
NATURALEZA HUMANA
La
naturaleza humana tiene el mismo horror al vacío que los experimentadores del
Renacimiento supusieron en la naturaleza física. La humanidad advierte
instintivamente la presencia del Poder supremo, porque sin Dios poseería el
universo un cuerpo sin alma. Como quiera que las multitudes desconocían el
único camino donde hubieran podido hallar las huellas de Dios, llenaron el
desolador vacío con el personal Dios plasmado de propósito por la teología con
materiales exotéricamente entresacados de mitos y filosofías paganas. ¿Cómo, si
no, se hubieran derivado tantas sectas, de las cuales llegaron algunas al
último extremo del absurdo? El género humano anhela satisfacer sus necesidades
espirituales con una religión que pueda relevar ventajosamente a la dogmática e
indemostrable teología cristiana, y le dé pruebas de la inmortalidad del alma.
A este propósito dice Sir Thomas Browne: “El más ponzoñoso dardo con que el
escepticismo puede atravesar el corazón del hombre es decirle que no hay otra
vida más allá de la presente ni otro estado, con posibilidades de ulterior
progreso, que perfeccione su actual naturaleza”. La religión que probara
científicamente la inmortalidad del alma pondría a las dominantes en la
alternativa de reformar sus dogmas en este sentido, o de perder la adhesión de
sus prosélitos. Muchos teólogos cristianos se han visto en la precisión de
reconocer que no hay ninguna prueba auténtica de la vida futura; y sin embargo,
¿cómo se explica la continuidad de esta creencia a través de los siglos y en
todos los países civilizados o salvajes, sin pruebas que la demostraran?
¿Acaso la universalidad de esta creencia, no es ya por sí misma una prueba de
que tanto el eminente pensador como el inculto salvaje se han visto impulsados
a reconocer el testimonio de sus sentidos? Si los fenómenos espectrales
pudieron ser, en algunos casos aislados, ilusiones derivadas de causas físicas,
¿es justo achacar a mentes enfermizas los innumerables casos en que, no ya una
sola, sino varias personas a la vez, vieron y hablaron a los aparecidos?
Los
más eminentes pensadores de Grecia y Roma no dudaron de la realidad de las
apariciones que clasificaban en manes, ánima y umbra. Los manes descendían
al mundo inferior; el ánima o espíritu puro, subía a los cielos; y el umbra
vagaba alrededor del sepulcro, atraído por su afinidad con el cuerpo
físico.
“Terra
legit carnem tumulum circumvolet umbra,
Orcus
habet manes, spiritus astra petit”.
Así
dice Ovidio al tratar de la trina naturaleza del alma humana. Sin embargo,
todas estas definiciones han de someterse al escrupuloso análisis de la
filosofía, porque, por desgracia, muchos eruditos olvidan que la modificación
de los idiomas y la terminología simbólica empleada por los antiguos místicos
han inducido a error a gran número de traductores e intérpretes que leyeron
literalmente las frases de los alquimistas medioevales, del mismo modo que los
modernos eruditos no advierten el simbolismo de Platón. Algún día lo
comprenderán debidamente y echarán de ver que la filosofía antigua, como
también la moderna, se valió del método de extrema necesidad, y que desde los
orígenes de la especie humana estuvo la verdad bajo la salvaguarda de los
adeptos del santuario. Entonces se convencerán de que tan sólo eran aparentes
las diferencias de credos y ceremonias, pues los depositarios de la primitiva
revelación divina; que habían resuelto cuantos problemas caen bajo el dominio
de la mente humana, formaban una comunidad universal, científica y religiosa,
que en continua cadena circula el globo. A la filosofía y a la psicología les
toca buscar los eslabones extremos, y luego de hallados, siquiera uno solo,
seguir escrupulosamente el encadenamiento que nos eleve a desentrañar el
misterio de las antiguas religiones.
POSIBILIDADES
DEL PORVENIR
La
negligencia en el examen de estas pruebas condujo a hombres de tan preclaro
talento, como Hare y Wallace, al redil del moderno espiritismo, mientras que a
otros les llevó, por falta de espiritual intuición, a las diversas
modalidadesdel grosero materialismo. Pero ya no es necesario insistir en este
punto, porque ni valor ni esperanza han de faltarnos, aunque la mayoría de los
eruditos contemporáneos opinen que sólo ha habido en el mundo una época de
florecimiento intelectual, a cuyos albores pertenecen los filósofos antiguos y
en cuyo cenit brillan los modernos, y aunque los científicos del día pretendan
invalidar el testimonio de los pensadores 35
de otro tiempo, como si la humanidad hubiera empezado
a existir el primer año de la era cristiana y todo cuanto sabemos fuese de
época reciente. eL momento es más propicios que nunca para la restauración de
la filosofía antigua, pues arqueólogos, fisiólogos, astrónomos, químicos y naturalistas
se acercan al punto en que hayan de recurrir a ella. Las ciencias físicas tocan
ya los límites de la investigación, y la teología dogmática ve agotadas las
fuentes de que en otro tiempo bebiera. Si no mienten las señas, se acerca el
día en que el mundo tenga pruebas de que únicamente las religiones antiguas
estuvieron en armonía con la naturaleza, y de que la ciencia de los antiguos
abarcaba todo conocimiento asequible a la mente humana. Se revelarán secretos
durante largo tiempo velados; volverán a ver la luz del día olvidados libros de
épocas remotas y perdidas artes de tiempos pretéritos; los pergaminos y papiros
arrancados de las tumbas egipcias andarán en manos de intérpretes que los
descifren, junto con las inscripciones de columnas y planchas cuyo significado
aterrorice a los teólogos y confunda a los sabios. ¿Quién conoce las
posibilidades del porvenir?
Pronto ha de empezar, o mejor dicho, ha empezado ya la era
restauradora. El ciclo está por terminar su carrera, y vamos a entrar en el
siguiente. Las páginas de la historia futura contendrán pruebas evidentes de
que si en algo hemos de creer a los antiguos es en que los espíritus
descendieron de lo alto para conversar con los hombres y enseñarles los
secretos del mundo oculto.
CAPÍTULO
II
¡Orgullo!
Cuando la razón desfallezca, acude en nuestro
auxilio
y llena hasta los bordes el enorme vacío de la mente.
POPE
Pero
¿a qué alterar las obras de la naturaleza? La filosofía
Más
profunda será la que nos revele los secretos de la
Naturaleza
y nos permita penetrar en ella sin trastornarla.
BULWER
¿Le
basta al hombre con saber que existe? ¿Le basta tener forma humana para
engalanarse con el título de hombre? Estamos en la firme convicción de que para
llegar a ser una entidad genuinamente espiritual en el verdadero signficado de
esta palabra, debe el hombre regenerarse eliminando de su mente todda impureza
egoísta y con ellas la superstición y las preocupaciones, que conviene
distinguir de las simpatías y antipatías. Al principio nos vemos
arrastrados dentro del negro círculo de la poderosa oleada magnética que emana
así de los objetos materiales como de las ideas, y de esta suerte nos invaden
los respetos humanos y el temor a la opinión de las gentes.
Raramente
acepta el hombre una idea por la libre acción del propio juicio, sino que, al
contrario, se inclina a la opinión dominante en la colectividad. Así tenemos,
por ejemplo, que un devoto no pagará exorbitantemente un asiento cómodo en una
función religiosa, ni un materialista irá dos veces a escuchar las conferencias
de Huxley sobre la evolución porque tal sea su voluntad definida, sino porque
tanto a uno como a otro acto asisten personas distinguidas en sociedad, con las
que el buen ver exige alternar. Lo mismo sucede en todo lo demás. Si la
psicología hubiese tenido su Darwin, de seguro considerara la descendencia
moral del hombre invariablemente paralela a su descendencia orgánica, pues en
sus serviles manías de remedo ofrece el hombre más semejanza con el mono que en
los rasgos exteriores señalados por el insigne antropólogo. Las múltiples
variedades de cuadrumanos, burlescas imitaciones del hombre, parecen haber
evolucionado con objeto de proporcionar a las gentes de buena ropa los
materiales necesarios para el trazado de su árbol genealógico.
La
ciencia se enriquece de día en día con nuevos descubrimientos químicos,
físicos, fisiológicos y antropológicos. Los eruditos y doctos han de estar
libres de toda preocupación y prejuicio; pero no obstante la libertad que
actualmente disfrutan el pensamiento y las opiniones, los científicos no han
modificdo su temperamenteo intelectual. Utópico es presumir que el hombre
cambie por la evolución y desenvolvimiento de nuevas ideas. Podemos abonar un
campo para que cada año dé más copiosos y sazonados frutos; pero si cavamos en
lo hondo, encontraremos la misma clase de tierra que al abrir el primer surco.
No
hace todavía muchos años era anatematizado por hereje quien dudaba de los
dogmas teológicos. La ciencia ha vencido Vae victis!... Pero el vencedor
se atribuye a su vez la misma infalibilidad que develara en el vencido, si bien
tampoco puede probar su derecho a ella. Tempora mutantur et nos mutamur in
illis, dijo Lotario con apropiada aplicación a este caso. Sin embargo, nos
creemos con algún derecho para interrogar a los pontífices de la ciencia.
Durante
muchos años hemos seguido de cerca la marcha del espiritismo moderno,
familiarizándonos con sus dos literaturas, europea y norteamericana,
presenciando sus interminables controversias y comparando sus contradictorias
hipótesis. Muchos espiritistas disidentes, que quisieron profundizar las causas
de los fenómenos, llegaron a la conclusión de que, ya fuese por ineptitud de
los investigadores, ya por lo misterioso de las fuerzas actuantes, cuanto más
frecuentes y diversas eran las manifestaciones psíquicas, más impenetrablemente
oculta quedaba su causa.
VALÍA
DE LAS PRUEBAS36
Los fenómenos psíquicos, que erróneamente sin duda se
llaman espiritistas, están hoy perfectamente comprobados y fuera inútil
negarlos. Aun prescindiendo de los
casos de fraude e impostura, todavía queda mucho para las investigaciones de la
ciencia. No es necesario el valor de Galileo para lanzar al rostro de los
académicos el famoso e pur si muove, porque los fenómenos psíquicos han
tomado ya la ofensiva.
Opinan
los modernos científicos que, si bien son para ellos un misterio los fenómenos
mediumnímicos, nada prueba que no deriven de anormales condiciones nerviosas de
los médiums, y hasta tanto que no se dilucide esta cuestión, es inadmisible
atribuirlos a espíritus humanos. Verdaderamente, quienes afirman la
intervención de los espíritus han de probar su afirmación; pero si los
científicos quisieran estudiar el asunto de buena fe, con sincero deseo de
esclarecer tan hondo misterio, en vez de desdeñarlo, no habrían de temer
censura alguna. Ciertamente, la mayoría de las comunicaciones mediumnímicas
parecen dadas a propósito para despertar recelos en los investigadores menos
sagaces, porque, aun en los casos en que no hay impostura, suelen ser vulgares
y chabacanas. En los últimos veinte años vimos escritas, de mano de distintos
médiums, comunicaciones dictadas, al decir del comunicante, por Shakespeare,
Byron, Franklin, Pedro el Grande, Napoleón, Josefina y Voltaire; pero nos
causaron el efecto de que Napoleón y su esposa habían olvidado la ortografía,
de que Shakespeare y Byron eran unos fatuos y Voltaire un imbécil. Disculpable
es, por lo tanto, juzgar del aparente embaucamiento, que si tan palpable es el
fraude en la superficie, no será fácil hallar la verdad en el fondo. La
ridícula suplantación de personajes célebres,cuyos nombres aparecen al pie de
vulgarísimas comunicaciones, ha empachado de tal modo a los científicos, que no
pueden digerir la verdad subyacente en los fenómenos psíquicos, como si
juzgaran del fondo del océano por la superficie de las aguas cubiertas de
espuma y escorias. Pero si por una parte no cabe vituperar a quienes al primer
indicio de falsedad entran en recelo, tenemos el derecho de censurarlos por no
llevar adelante sus investigaciones. Tan neciamente proceden estos tales, como
si un buzo repugnara tomar una concha al verla sucia y viscosa, sin tener en
cuenta que con sólo abrirla encontraría la perla. Ni siquiera las negaciones de
las eminencias científicas valen en este caso, pues la repugnancia que sienten
hacia un asunto tan impopular, parece como si hubiera contagiado a la
generalidad de las gentes. Los fenómenos ahuyentan a los científicos y los
científicos rehuyen los fenómenos, dice Aksakof en un notable artículo
sobre mediumnidad, de acuerdo con la comisión científica de San petersburgo,
encargada de investigar los fenómenos psíquicos, cuyo informe estaba tan poco
meditado y lleno de prejuicios, que aun los mismos escépticos protestaron
despectivamente contra su notoria parcialidad.
El
profesor Fisk delata en su obra El Mundo invisible, la falta de lógica
de sus colegas científicos al criticar la filosofía genuinamente
espiritualista, diciendo que según las exactas definiciones de los conceptos de
materia y espíritu, la existencia del espíritu es indemostrable
por los sentidos, y que por lo tanto, no es posible fundamentar la filosofía
espiritualista en pruebas científicas. A este propósito transcribiremos
el siguiente pasaje de la citada obra:
“El
testimonio de la existencia del espíritu es inasequible en las condiciones de
la vida terrena, puesto que escapa a toda experimentación, y por numerosas que
sean sus pruebas, no cabe esperanza de hallarlas. Por lo tanto, nuestro fracaso
en este empeñao no es seguramente de valía contra la existencia del espíritu.
En este concepto, la creencia en la vida futura carece de base científica,
porque en manera alguna lo necesita ni es posible someterla a la crítica de los
científicos. Los adelantos de la ciencia física, por rápidos que sean, no
podrán en lo futuro impugnar esta creencia, que lejos de ser contraria a la
razón, en nada afecta a la mentalidad científica ni para nada influye en las
conclusiones de las ciencias experimentales.
JUICIO
DE LOS CIENTÍFICOS
“Si
los científicos reconocieran que el espíritu no es materia ni está regido por
las leyes de la materia, y refrenaran las especulaciones a que les mueve su
conocimiento de las cosas materiales, eliminarían la principal causa de
disgusto que solivianta los sentimientos religiosos de las gentes”.
Pero
no harán tal, seguramente, porque por una parte les ha exasperado la noble,
franca y leal rendición al espiritualismo de un hombre tan eminente como
Wallace, y por otra repugnan adoptar una conducta de prudente expectativa como
la de Crookes.
Contra
las opiniones expuestas en la presente obra, se levanta la única objeción de
que están basadas en el sostenido estudio de la magia antigua y de su moderna
forma el espiritismo. Aun ahora que
se han vulgarizado los fenómenos de análoga naturaleza, confunden muchos la
magia con la prestidigitación y el ilusionismo. En cuanto a los fenómenos
espiritistas, ya que no sea posible negarlos por su abrumadora evidencia, se
los tiene por alucinación de cuantos los presencian. Al cabo de muchos años de
fomentar el trato de magos, ocultistas, hipnotizadores y demás profesores del
arte en sus dos modalidades blanca y negra, nos creemos con sobrada idoneidad
en tan controvertido y complejo asunto. Nos hemos relacionado con los fakires
de la India y hemos presenciado sus comunicaciones con los pitris. Hemos
observado los procedimientos y actuaciones de los derviches de la danza
aullante; hemos tenido amistoso trato con los marabutos o santones musulmanes y
con los encantadores de serpientes de Damasco y Benares, cuyos secretos pudimos
sorprender. Por consiguiente, nos apena que científicos desconocedores de todos
estos fenómenos y sin oportunidad para estudiarlos, los achaquen a meras habilidades
de prestidigitación. Debieran suspender todo juicio hasta analizar por completo
las fuerzas de la naturaleza, pues resulta de manifiesta incongruencia, por no
37
decir mala fe, desdeñar asuntos que al fin y al cabo
son de índole psicológica o fisiológica y rechazar sin más ni más la
posibilidad de tan sorprendentes fenómenos.
No
cerjaremos en nuestro empeña, aunque hubiese de repetirse en nuestros días el
insulto lanzado por Faraday, al decir con más espontaneidad que cultura cívica:
“muchos perros aventajan en lógica a algunos espiritistas” (1). Los insultos no
son argumentos y mucho menos pruebas. Porque hombres como Huxley y Tyndall
califiquen el espiritismo de “creencia degradante” y la magia de
“prestidigitación”, no por ello dejará la verdad de serlo. El escepticismo, ya
dimane de un ignorante o de un erudito, es incapaz de invalidar la inmortalidad
del alma. “La razón está sujeta a error”, dice Aristóteles, y así puede ocurrir
que la opinión del más ilustre filósofo sea más equivocada que el vulgar
sentido común de su analfabeto cocinero. En los Cuentos del Califa impío,
el sabio, árabe Barrachias-Hassan-Oglu, dice prudentemente: “Guárdate, ¡oh hijo
mío!, de la alabanza propia, porque embriaga con deleite. Aprovéchate de tu
saber, pero respeta asimismo la sabiduría de tus padres. Y acuérdate, ¡oh amado
mío!, de que la luz divina de la verdad de Allah alumbra a veces más fácilmente
una mente rasa que otra que, por estar repleta de conocimientos, no da cabida
al argentino rayo... Tal es el caso de nuestro sapientísimo cadi”.
Cuando
Crookes emprendió en Londres la investigación de los fenómenos mediumnímicos,
recrudecieron las acritudes y desdenes de los científicos europeos y americanos
hacia tan misterioso problema. el insigne físico fue el primero en presentar al
público uno de aquellos supuestos centinelas que guardaban las puertas cuyo
dintel estaba prohibido atravesar. Después de Crookes, hubo otros científicos
que tuvieron el heroico valor, dada la impopularidad del asunto, de ocuparse en
serio de los fenómenos psíquicos.
Mas
por desgracia la flaqueza de la carne no correspondió a la voluntad del
espíritu, y retrocedieron ante la pesada carga del ridículo, que cayó por
entero sobre los hombros de Crookes. En cuanto al provecho obtenido por este
sabio de sus investigaciones y al agradecimiento de sus propios colegas, basta
leer las Investigaciones de los fenómenos espiritistas.
CONCLUSIONES
DE CROOKES
Al
cabo de algún tiempo, los individuos designados para comprobar los experimentos
de Crookes, hubieron de atestiguar, de acuerdo con éste, las siguientes
conclusiones:
1ª
Que los fenómenos presenciados personalmente por ellos mismos, eran auténticos
y de imposible simulación, por lo que no había más remedio que admitir la
actuación de una fuerza desconocida.
2ª
Que no les era posible afirmar si los fenómenos tenían por causa la acción de
espíritus desencarnados, o entidades análogas; pero que eran innegables y
contrariaban muchas hipótesis establecidas, así como también las leyes
naturales (2).
3ª
Que no obstante la combinación de esfuerzos para invalidar los fenómenos,
hubieron de cerciorarse de su indisputable realidad, vislumbrando en ellos una
fuerza natural, de ley todavía ignorada (3).
Esto
es precisamente lo que no satisfizo a los escépticos, porque antes de publicar
el informe se había vaticinado la derrota de los espiritistas, y tal confesión
por parte de los comisionados, hería en lo más vivo el amor propio de cuantos
rehuyeron timoratamente las investigaciones. Era ya demasiado que burlasen las
pesquisas de tan expertos físicos, unos vulgares y nefandos fenómenos tenidos
hasta entonces, en opinión general de los doctos, por consejas de ayas o
entretenimiento de criadas histéricas, y relegados al olvido por el Instituto
de Francia. Una oleada de indignación cubrió el informe de los comisionados,
según el mismo Crookes relata en su folleto La fuerza psíquica,
encabezado muy hábilmente con la siguiente cita de Galvani: “Dos opuestas
sectas me combaten: la de los que saben algo y la de los que no saben nada;
pero estoy seguro de haber descubierto una de las mayores fuerzas naturales”.
Después
dice Crookes:
“Tenían
por seguro que el resultado de mis experimentos coincidiría con sus prejuicios
y no deseaban la verdad, sino la corroboración de sus preconcebidas
afirmaciones; pero al ver que los hechos resultantes de mis experiencias
diferían de su opinión, se retractaron de sus anteriores excitaciones para la
investigación de los fenómenos, diciendo: “Home es un hábil hechicero que nos
ha engañado a todos”. “De la misma manera podía Crookes investigar las
artimañas de un prestidigitador indo”. “Crookes debiera presentar testigos más
fidedignos para que le creyéramos”. “La cosa es demasiado absurda para tomarla
en serio”. “Si es imposible, no puede ser”. (Nunca declaré yo que fuera
imposible, sino que era cierto). “A los investigadores se les ha sugestionado y
por ello imaginaron ver lo que jamás hubo”. Así otros subterfugios por el
estilo” (4).
Todos
cuantos de este modo se expresaron, redarguyeron además con hipótesis tan
pueriles como la “cerebración inconsciente”, la contracción muscular
involuntaria y la archiridícula del “chasquido de la rótula”, ansiosos de
quitar toda importancia a la aparición de la nueva fuerza, hasta que al cabo de
ignominiosos tropiezos se resolvieron al silencio, envueltos en el manto de la
dignidad, no sin sacrificar a sus colegas en el altar de la opinión pública;
pero al salir del palenque de la investigación, donde quedan campeones no tan temerosos,
es muy posible que no vuelvan a entrar en él estos infortunados
experimentadores (5).
Es
mucho más cómodo negar la realidad de los fenómenos psíquicos desde abrigadas
posiciones, que señalarles lugar apropiado entre los fenómenos naturalesclasificados
por las ciencias de observación. ¿Pero cómo podrán lograrlo si dichos fenómenos
corresponden a la psicología que con sus ocultas y misteriosas fuerzas es país
desconocido para la ciencia moderna? Así es que impotentes para explicar cuanto
directamente procede de la naturaleza del alma humana, cuya existencia niegan
los más de ellos, e incapaces 38
por otra parte de confesar su ignorancia, arremeten
vengativamente los científicos contra quienes sin presumir de sabios creen en
el testimonio de sus sentidos.
“Un
puntapié tuyo, ¡oh Júpiter!, es suave”, dice el poeta Tretiakowsky en una
antigua tragedia rusa. Lo mismo podemos decir respecto de los vastos
conocimientos de los dioses mayores de la ciencia, en cuestiones menos
abstrusas; mas aunque no imitemos su conducta, tampoco hemos de
desconceptuarlos ante la opinión pública. Pero por desgracia, no son los dioses
quienes más alto claman.
LOS
MONOS DE LA CIENCIA
El
elocuente Tertuliano llama a Satán y sus retoños “monos de Dios”, porque
remedan las obras del creador. Suerte tienen los filosofastros del día que no
haya un nuevo Tertuliano para inmortalizarlos despectivamente como los “monos
de la ciencia”.
Pero
volvamos a los verdaderos científicos. Dice Aksakof: “Los fenómenos de carácter
meramente objetivo demandan la investigación de científicos que los expliquen;
pero los pontífices de la ciencia quedan desconcertados ante una cuestión tan
sencilla a primera vista, pues parece como si al tratar de ella se vieran en la
precisión de faltar, no sólo a la suprema ley moral: la verdad, sino a la
suprema ley científica: la experimentación... Advierten que algo muy importante
hay en el fondo de todo ello, pues los casos de Hare, crookes, Morgan, Varley,
Wallace y Butleroff sembraron entre ellos el pánico y temen que, de retroceder
un paso, se vean precisados a abandonar todo el terreno. Los principios
consagrados por el tiempo, las especulativas contemplaciones de toda una vida,
de toda una generación, dependen de un sencillo vuelco de la suerte” (6). Ante
experimentos tales como los de Crookes, Wallace, Hare y de la Sociedad
Dialéctica, ¿qué cabe esperar de las lumbreras de erudición? La actitud
respecto de fenómenos innegables es ya, por sí misma, otro fenómeno
sencillamente incomprensible, a menos que admitamos una enfermedad psíquica tan
contagiosa como la hidrofobia que, sin exigir nada por el descubrimiento,
llamaríamos psicofobia científica. Deben de haber aprendido ya a estas
horas en la amarga escuela de la experiencia, que las ciencias experimentales
tienen su límite, pues mientras haya en la naturaleza un solo misterio
inexplicado, es muy peligroso pronunciar la palabra imposible.
En
su Investigación de los fenómenos del espiritismo, somete Crookes a sus
lectores las ocho hipótesis siguientes, respecto de los fenómenos observados:
1ª
Los fenómenos son resultado de tretas, fraudes, combinaciones mecánicas y
juegos de manos. Los médiums son impostores, y los concurrentes imbéciles.
2ª
Los concurrentes son víctimas de alucinación e imaginan presenciar fenómenos
sin realidad objetiva.
3ª
Los fenómenos son resultado de la acción cerebral, ya consciente, ya
inconsciente.
4ª
El espíritu del médium se compenetra con el de todos o parte de los
concurrentes.
5ª
El espíritu maligno asume la personalidad que le place, con propósito de
perjudicar a la religión y perder las almas de los hombres (7).
6ª
Los fenómenos resultan de la acción de entidades no pertenecientes a la especie
humana, pero que viven en la tierra y son capaces de manifestar su presencia en
algunas ocasiones. En todo tiempo, y según la época, recibieron estas entidades
los diversos nombres de gnomos, hadas, salamandras, sílfides, ondinas, ogros,
duendes, trasgos, genios, diablos, enanos, etc. (8).
7ª
Los fenómenos se deben a la acción de las almas de los difuntos (9).
8ª
La energía psíquica opera, por medio de las entidades aludidas, en las cuatro
hipótesis inmediatamente precedentes.
La
primera hipótesis sólo es válida en casos, por desgracia demasiado frecuentes,
pero no tiene importancia alguna con relación a los fenómenos de por sí. Las
segunda y tercera son los últimos reductos en que se guarecen los escépticos y
materialistas, a quienes puede aplicarse el aforismo jurídico: Adhuc sub
judice lis est. Por lo tanto, sólo hemos de analizar las otras cuatro
hipótesis en las que podremos incluir la octava.
En
prueba de lo muy expuesta a error que está toda opinión científica,
compararemos los diversos artículos que sobre los fenómenos espiritistas
escribió Crookes desde 1870 a 1875. De uno de ellos entresacamos el siguiente
pasaje:
OPINIONES
DE CROOKES
“El
perfeccionamiento y difusión de los métodos científicos facilitarán la
exactitud de las observaciones, con estímulos de mayores anhelos de verdad, en
los investigadores futuros, cuyos descubrimientos lanzarán los vanos residuos
del espiritismo al desconocido antro de la magia y de la nigromancia”.
Sin
embargo, en 1875 describía el mismo crookes, con profusión de pormenores, los
fenómenos producidos por el materializado espíritu llamado Catalina King (10).
No cabe suponer que durante dos o tres años seguidos estuviera Crookes sujeto a
algtuna sugestión extraña o alucinado por completo, pues la materializada forma
de Catalina King se le aparecía en su propio despacho en circunstancias incompatibles
con todo fraude, y la vieron y oyeron centenares de testigos. Sin embargo, dice
Crookes que jamás creyó que Catalina King fuera un espíritu desencarnado. Aun
admitiendo la afirmación de Crookes bajo su sola palabra, tendríamos que la
materializada forma había de ser forzosamente una de las entidades enumeradas
en la 39
sexta hipótesis, según opina el mismo Crookes (11). Y
por cierto, que tan sólo a un hada pudiera aplicarse la poética descripción del
insigne físico cuando de ella dice:
“Aparece
rodeada de un ambiente de vida, y sus dulces y serenos ojos, tan bellos como
los pensamientos celestiales, acrecientan con su mirada la diafanidad del aire.
Ante su avasalladora presencia, sentimos que no fuera idolatría hincarnos de
rodillas” (12). Así es que después de haber escrito en 1870 tan acerbas frases
contra el espiritismo y la magia, después de declarar que todo le parecía cosa
de superstición, o por lo menos de inexplicable fraude o alucinación de los
sentidos, dice Crookes cinco años más tarde:
“Mayor
repugnancia siente mi razón, por contrario al sentido común, a creer que la
Catalina King de estos tres pasados años, sea ilusorio efecto de fraudes e
imposturas, que creer que sea lo que ella misma afirma ser” (13).
Esta
observación demuestra concluyentemente:
1º
Que si bien Crookes tenía el pleno convencimiento de que la forma materializada
Catalina King era una entidad, no creía que fuese el médium, ni difunto alguno,
sino, por el contrario, una desconocida fuerza de la naturaleza, propensa a las
expansiones del amor y de la alegría retozona.
2º
Que a pesar de su absoluta certeza de la existencia de aquella nueva fuerza, no
variaba el eminente investigador su escéptica actitud respecto de la cuestión.
En una palabra: creía firmemente en el fenómeno, pero negaba que lo produjera
la acción del espíritu de un difunto.
Nos
parece que por lo concerniente a los prejuicios del vulgo, esclarece
Crookes un misterio para sumir a las gentes en otro todavía mayor, es decir,
que le resulta el obscurum per obscurius, pues al rechazar los
despreciables residuos del espiritismo, se sumerge temerariamente el audaz
científico en el desconocido limbo de la magia y la nigromancia.
Las
leyes hasta ahora conocidas de las ciencias físicas, apenas intervienen en los
fenómenos espiritistas, por muy objetivos que sean, y aunque de ellos se
infieran visiblemente los efectos de una fuerza desconocida, no han podido
todavía los científicos comprobarlos a su sabor ni descubrir las condiciones
necesarias y suficientes para su producción, porque ello requiere un estudio
tan profundo de la trina naturaleza física, psíquica y espiritual del hombre,
cual en otro tiempo lo hicieron los magos, teurgos y taumaturgos.
Hasta
ahora, aun los mismos que, a ejemplo de Crookes, han investigado atenta e
imparcialmente los fenómenos psíquicos, prescindieron de la causa como si de
antemano la diputaran por investigable y les conturbase lo mismo que la causa
primera de los fenómenos cósmicos, cuyos infinitos efectos tan cachazudamente
observan y clasifican. Sus procedimientos de investigación igualan en
insensatez a aquel que para encontrar las fuentes de un río, caminase hacia la
desembocadura. Tan mezquino concepto tienen de la posible acción de las leyes
naturales, que, o niegan aun las más sencillas modalidades de fenómenos
psíquicos, o han de atribuirlos a milagros que la ciencia rechaza por absurdos,
resultando de todo ello desprestigiados los científicos. Si estos hubieran
estudiado los llamados “milagros”, en vez de negarlos, de seguro que ya
conocerían muchas leyes naturales que los antiguos conocieron. Como dice Bacon:
“El convencimiento no dimana de los argumentos, sino de la experimientación”.
AUTENTICIDAD
DEL ALKAHEST
Los
antiguos, y sobre todo los magos y astrólogos caldeos, se distinguieron siempre
por su ardiente anhelo de inquirir la verdad en las diversas ramas de la
ciencia, pues se esforzaban en penetrar los secretos de la naturaleza, por los
mismos métodos de observación y experimentación a que recurren los modernos
investigadores; y si estos se resisten a creer que aquéllos ahondaran mucho más
en los misterios del universo, no por ello es justo negar que poseyeran vastos
conocimientos, ni tampoco acusarles de superstici`´on, pues lejos de haber
prueba de estas imputaciones, cada nuevo descubrimiento arqueológico es un
testimonio a su favor. Nadie les ha superado aún en conocimientos químicos, y a
este propósito dice Wendell en su famosa conferencia acerca de Las Artes
perdidas, que “la química llegó en tiempos antiguos a una altura no
alcanzada ni siquiera bordeada por nosotros”. Conocieron el vidrio maleable
que, suspendido de un extremo, se iba distendiendo por su propio peso, hasta
adelgazarse en forma de cinta flexible que podía arrollarse a la muñeca, y cuyo
secreto de fabricación fuera para nosotros tan difícil como volar hasta la
luna. Está históricamente comprobado, que un extranjero llevó a Roma, en tiempo
de Tiberio, una copa de cristal que al caer sobre el pavimento de mármol no se
rompía, sino que tan sólo se abollaba y era fácil restituirle su primitiva
forma a martillazos. Si los modernos dudan de ello es porque no saben hacerlo.
En Samarcanda y en algunos monasterios del Tíbet, pueden verse hoy día copas y
otros objetos de cristal maleable, con añadidura de haber allí quienes afirman
que pueden fabricarlos, gracias a su conocimiento del tan ridiculizado alkahest
o disolvente universal que, según Paracelso y Van Helmont, es un agente
natural “capaz de reducir todos los cuerpos sublunares, así homogéneos como
heterogéneos, a su ens primum o substancia primaria, convirtiéndolos en
un licor uniforme y potable, que aun mezclado con agua u otro zumo cualquiera
no pierde su virtud, y si otra vez se mezcla consigo mismo se convierte en agua
pura y elemental”. ¿Qué inconveniente hay en admitir la posibilidad de todo
esto? ¿Por qué ha de ser utópico este disolvente? ¿Acaso porque los químicos
modernos no lo han descubierto? Sin mucho esfuerzo podemos concebir que todos
los cuerpos dimanan de una substancia primaria que de acuerdo con la
astornomía, geología y física, debió de ser fluida en su originario estado.
¿Por qué no puede el oro, cuya génesis desconocen los químicos modernos, haber
sido primitivamente una substancia básica del oro, un fluido pesado que,
como dice Van Helmont, “por su propia naturaleza y por la 40
firme cohesión de sus partículas tomó el estado
sólido”? No es, por lo tanto, despropósito creer que haya una substancia
universal que reduzca todos los cuerpos a su genérica substancia.
Van Helmont la califica de “la sal más poderosa y principal que en su grado
máximo de simplicidad, pureza y sutilidad, no se altera al reaccionar sobre
otras materias, y tiene suficiente energía para disolver el cuarzo, las piedras
preciosas, el vidrio, la sílice, el azufre y los metales, formando una sal roja
de peso equivalente al de las materias disueltas con tanta facilidad como el
agua caliente disuelve la nieve”.
Éste
es el fluido que aún hoy se emplea para sumergir el vidrio común y darle
maleabilidad.
Tenemos
una prueba palpable de semejantes posibilidades. Un corresponsal extranjero de
la Sociedad Teosófica, famoso médico que hace más de treinta años se dedica al
estudio de las ciencias ocultas, ha obtenido el primario elemento del oro al
que llama legítimo aceite de oro, que analizado por muchos químicos, se
han visto precisados a confesar que no acertaban con el procedimiento de
obtención. No debe extrañarnos que este médico se resista a publicar su nombre,
pues el ridículo y las preocupaciones vulgares son a veces más peligrosas que
la Inquisición antigua. La tierra adámica es de linaje emparentado con
el alkahest y uno de los más importantes secretos alquímicos, que ningún
cabalista divulgará, pues como dice muy bien en lenguaje simbólico: “daría
explicación de las águilas de los alquimistas y las águilas tienen las
alas cortadas”. Es un secreto que Tomás Vaughan (Eugenio Filaleteo), tardó
veinte años en aprender.
ELOGIO
DE PARACELSO
A
medida que la aurora de las ciencias físicas fue acrecentándose en luz diurna,
las ciencias espirituales se sumergieron en cada vez más densas sombras, hasta
el punto de negarlas muchos muy rotundamente. A los eminentes psicólogos de
otras épocas se les tiene hoy por ignoprantes y supersticiosos, cuando no por
saltimbanquis y prestidigitadores, pues el sol de la ciencia brilla en nuestros
días con tal esplendor, que parece axiomático que los antiguos nada sabían y
estaban envueltos en las brumas de la superstición. Pero olvidan sus
detractores que el sol de nuestro tiempo será obscura noche en comparación del
luminar futuro, uy que así como los científicos de nuestro siglo tildan de
ignorantes a sus antepasados, tal vez sus descendientes digan de ellos que nada
sabían.
La
marcha del mundo es cíclica. Las razas futuras serán reproducción de otras hace
siglos desaparecidas, mientras que la nuestra acaso reproduce la existente diez
mil años atrás. Tiempo ha de llegar en que reciban su merecido cuantos hoy
detractan úblicamente a los herméticos, pero que en privado consultan sus
polvorientos volúmenes para plagiar sus ideas. A este propósito exclama
honradamente Pfaff: “¿Quién ha tenido tan claro concepto de la naturaleza como
Paracelso? Fue el audaz fundador de la química médica y de innovadoras
escuelas, victoriosas en la controversia, y uno de los pensadores que dieron
más acertada orientación al estudio de la naturaleza de las cosas. Lo que en
sus obras dice acerca de la piedra filosofal, de los pigmeos y gnomos, de los
homúnculos, del elixir de larga vida y demás temas hoy aducidos por sus
detractores para regatearle méritos, no pude debilitar nuestro agradecimiento y
admiración por sus obras y por su noble vida” (14).
Muchos
médicos, químicos y magnetizadores nutrieron su mente en las obras de
Paracelso. De él tomó Hufeland su teoría de las enfermedades infecciosas, a
pesar de que Sprengel le llama “el charlatán de la Edad Media”, si bien en
cambio reivindica Hemman la memoria del insigne filósofo diputándole noblemente
por el químico más ilustre de su época” (15). Lo mismo dicen Molitor (16) y el
eminente psicólogo alemán Ennemoser (17), de cuyos estudios sobre Paracelso se
infiere que este hermético fue “el más admirable talento de su tiempo”. Pero
las lumbreras modernas presumen de aventajarle en sabiduría, y han hundido en
el “limbo de la magia” las ideas de los rosacruces acerca de los espíritus
elementales, duendes y hadas como si fueran cuentos infantiles (18).
Concedemos
de buen grado a los escépticos que en la mitad y más de los fenómenos psíquicos
interviene el fraude más o menos hábilmente dispuesto, según prueban recientes
manifestaciones de médiums materializados; pero quedan todavía muchísimos otros
fenómenos perfectamente auténticos, en espera de comprobación por parte de los
científicos que se verán precisados a efectuarla con toda sinceridad, cuando
los espiritistas sean lo suficientemente razonables para no proporcionar armas
a sus adversarios.
EL
ESPIRITISMO CLERICAL
¿Qué
concepto formarán los espiritistas sensibles del espíritu guía que después de
haberse servido año tras año de un pobre médium, lo abandona de repente cuando
más necesita de su auxilio? Tan sólo seres sin alma ni conciencia pueden
hacerse reos de tamaña injusticia. ¿Es acaso por la fuerza de las
circunstancias? Mero sofisma. ¿Qué espíritus son esos que no convocan si es
necesario un ejército de espíritus amigos para salvar al inocente médium del
abismo abierto bajo sus plantas? Lo que sucedió en pasados tiempos puede
también suceder en los nuestros. Apariciones hubo antes del espiritismo
moderno y fenómenos análogos a los de hoy se produjeron en toda época. Si
las presentes manifestaciones psíquicas son ciertas e indudables, también
debieron serlo los milagros y proezas taumatúrgicas de la antigüedad, porque
los de ayer no tienen mejor testimonio que los de hoy. Pero aun cuando
admitamos la impostura de los dos tercios de manifestaciones psíquicas que
torrencialmente van derramándose de uno a otro extremo del globo, ¿qué decir de
las indudablemente auténticas? Entre los fenómenos comprobados, hay sublimes, magnas
y divinas 41
comunicaciones dadas por médiums, ya profesionales, ya
espontáneos. A veces son niños y personas sencillas de cuya boca recibimos
enseñanzas, máximas filosóficas, poesías, oraciones inspiradísimas,
composiciones musicales y obras pictóricas dignas de los comunicantes. Con
frecuencia se han cumplido sus vaticinios, y a veces se elevaron a
disquisiciones morales de positiva eficacia. ¿Quiénes son estos espíritus,
estas inteligentes potestades, externas sin duda alguna al médium, y con entidad
per se. Verdaderamente, son inteligencias tan distintas de los
trasgos y duendes, como el día de la noche.
Reconocemos
la gravedad del caso. Cada vez va generalizándose más la sujeción de los
médiums a esos “espíritus” falaces con apariencia, diabólica, cuyos
efectos se multiplican perniciosamente. Algunos de los mejores médiums se han
retirado de las sesiones públicas y el movimiento espiritista toma cariz de
iglesia. Nos atrevemos a pronosticar que si los espiritistas no aprenden en la
filosofía a distinguir de espíritus y precaverse de los de mala índole, antes
de veinticinco años se habrán refugiado en la iglesia romana huyendo de los
“guías y directores a que por tanto tiempo estuvieron aficionados”. Ya empiezan
a manifestarse las señales de esta catástrofe. En el reciente Congreso de
Filadelfia hubo quienes propusieron fundar una secta de espiritistas cristianos.
Esto se deriva de que, separados de la Iglesia e ignorantes de la filosofía de
los fenómenos y de la naturaleza de las entidades espirituales, están sumidos
en un mar de incertidumbres como buque sin timón ni brújula. No pueden
substraerse al dilema: o con Porfirio o con Pío IX.
Aunque
científicos tan legítimos como Wallace, Crookes, Wagner, Butlerof, Varley,
Buchanan, Hare, Reichenbach, Thury, Perty, Morgan, Hoffmann, Goldschmidt,
Gregory, Flammarion, Cox y algunos otros creen firmemente en los fenómenos
psíquicos, hay entre ellos quienes rechazan la hipótesis de que tengan por
causa los espíritus de los difuntos. Por lo tanto, es lógico suponer que si la
Catalina King, de Londres, de tan notoria autenticidad, no es el espíritu de un
difunto, había de ser forzosamente el condensado fantasma astral de alguna
entidad, o bien uno de los duendes de los rosacruces o, en último término, una
fuerza natural todavía desconocida. Pero poco importa que sea espíritu angélico
o maligno desde el momento en que, según rigurosas comprobaciones, no era una
forma sólida y densa, sino una aparición, un aliento, un espíritu. Es
una inteligencia que actúa externamente al organismo del médium y, por lo
tanto, forzoso es reconocerle existencia, aunque invisible. Pero ¿qué es este
alguien impalpable que piensa y habla, si no es persona humana?; ¿cómo
manifestaría emoción, remordimiento, temor, alegría y demás afectos anímicos si
de por sí no sintiese?; ¿por qué algunas de estas misteriosas manifestaciones
se gozan en burlar al investigador sincero y menosprecian los más nobles
sentimientos humanos? Tan sólo el verdadero psicólogo es capaz de desentrañar
este misterio si cuida de consultar las polvorientas obras de los desdeñados
herméticos y teurgos.
Dice
el famoso platonista (19) Enrique More al replicar a un escéptico de su época
llamado Webster, que negaba los fenómenos psíquicos:
“Respecto
a la opinión sustentada por la mayor parte de los predicadores reformados, de
que el demonio tomó la figura de Samuel al aparecerse a Saúl, no merece tenerla
en cuenta. Sin embargo, yo creo que en muchas de estas apariciones
nigrománticas intervienen espíritus burlones, pero de ningún modo se
aparecen las almas de los difuntos. Respecto de la aparición del alma de
Samuel, y lo mismo en otros casos de nigromancia, creo que pueden ser debidos a
espíritus como los que Porfirio describe, los cuales asumen las más variadas
formas y aspectos, de modo que unos aparecen en figura de demonios y otros en
la de ángel o en la de algún difunto. Un espíritu de este linaje pudo muy bien personificar
a Samuel, por más que Webster lo niegue con burdos y endebles argumentos”.
NOMBRES
NUEVOS PARA IDEAS VIEJAS
Cuando
tan insigne filósofo como Enrique More da semejante testimonio, bien vale decir
que fundamos sólidamente nuestra opinión. Investigadores muy eruditos, pero
también muy escépticos en lo referente a los espíritus en general y a los de los
difuntos en particular, se han devanado los sesos durante los últimos veinte
años para dar nombres nuevos a una idea antiquísima. Según Crookes, Sergeant y
Cox, la causa de los fenómenos es la “fuerza psíquica”; Thury la llama psícoda
o fuerza ectérnica; Balfour Stuart, fuerza electro-biológica;
Faraday, tan insigne físico como torpe psicólogo, “acción muscular
inconsciente” y “cerebración inconsciente”, con otras denominaciones por el
estilo; Hamilton, un pensamiento latente; Carpenter, “idea motora capital”.
Tantos científicos, tantos nombres.
Hace
años, el filósofo alemán Schopenhauer afirmó la coexistencia de la materia y de
la fuerza, diciendo que el universo es la voluntad manifestada en fuerzas cuyas
modalidades corresponden a los diferentes grados de objetividad. Esta doctrina
aceptó Vallace al convertirse al espiritualismo, y fue precisamente la expuesta
por Platón al decir que “todas las cosas visibles proceden de la invisible y
eterna voluntad que las modela, y que los cielos están plasmados en el eterno
modelo del “mundo ideal” contenido en el dodecaedro o arquetipo geométrico de
la Divinidad” (20). Según Platón, la substancia primaria emanó de la mente
demiúrgica (nous) donde desde la eternidad reside la idea del mundo
que ha de ser y que es en cuanto la idea emana de la divina mente
(21). Las leyes de la naturaleza no son ni más ni menos que las relaciones
entre la idea demiúrgica y sus diversas formas de manifestación (22) cuyo
número cambia de continuo dentro del tiempo y del espacio.
Sin
embargo, distan mucho de ser estas enseñanzas originales de Platón, pues en los
Oráculos caldeos se lee: “Las obras de la naturaleza coexisten con la
intelectual (...) y espiritual luz del Padre. Porque el alma (...) adorna el
inmenso cielo y lo embellece según voluntad del Padre” (23).42
Por su parte dice Filón, a quien erróneamente se le
supone discípulo de Platón: “El mundo incorpóreo estaba ya entonces
fundamentado en la mente divina” (24).
La
Teogonía de Mochus admite dos principios: el éter y el aire, de los que procede
el Dios manifestado (...) el dios Ulom o universo material y visible (25).
En
los Himnos Órficos, el Eros-Phanes nace del huevo espiritual
fecundado por el viento etéreo, símbolo del “espíritu de Dios” que desde toda
eternidad cobija la ideación divina (26).
En
el Kathopanishada, el Espíritu divino (Purusha) es preexistente a la
substancia primordial con la que se une para engendrar el Mahâ-Atmâ o Brahmâ,
es decir, el Espíritu de vida (27), el Anima Mundi, equivalente a
la Luz Astral de los teurgos y cabalistas.
Pitágoras
aprendió sus doctrinas en los santuarios de Oriente, encubriéndolas bajo
simbolismos numéricos; pero su discípulo Platón las expuso en forma más
inteligible, de modo que las comprendieran los no iniciados, aunque manteniendo
todavía las fórmulas esotéricas. Así dice que el Pensamiento divino es
el padre, la Materia la madre y el Cosmos el hijo (28).
Según
afirma Dunlap (29), en la religión egipcia había un Horus mayor, hermano de
Osiris, y un Horus menor, hijo de Osiris y de Isis. El primero simbolizaba la idea
del universo, contenida en la mente demiúrgica, la idea “surgida en la
obscuridad antes de la creación del mundo”; y el segundo era la misma idea ya
emanada del Logos, revestida de materia y actualizada en existencia (30).
FUERZA
CONTRA FUERZA
Dicen
los Oráculos caldeos: “El Dios del mundo es eterno, ilimitado, joven y
viejo y de forma sinuosa” (31).
La
frase “forma sinuosa” es símbolo de la vibración de la luz Astral que los
sacerdotes de la antigüedad conocían perfectamente, aunque no tuvieran del éter
el mismo concepto que los modernos, pues por éter significaban la Idea eterna,
compenetrada en el universo, es decir, la Voluntad que actualizada en energía
organiza la materia.
Dice
Van Helmont: “La voluntad es la potencia capital y superior de todas. La
voluntad del creador puso en movimiento todas las cosas. La voluntad es
atributo de todas las entidades espirituales y se desenvuelve con tanta mayor
actividad cuanto más libre está de la materia”.
Y
Paracelso, por sobrenombre “el divino”, añade: “La fe ha de ser la
corroboradora de la imaginación, pues por la fe se establece la voluntad... en
todas las obras mágicas, es requisito indispensable la firmeza de voluntad...
Las artes no tienen reglas fijas y ciertas, porque los hombres no saben
imaginar ni creer en el resultado eficaz de lo que imaginan”. La negativa
energía de la incredulidad y el escepticismo, aplicada en la misma dirección,
pero en sentido contrario y con igual intensidad, es la única potencia capaz de
resistir a la positiva energía del espiritualismo y de equilibrarla
dinámicamente. No les ha de maravillar, por lo tanto, a los espiritistas que la
presencia de escépticos empedernidos o de quienes asistan a las sesiones con
preconcebida animosidad, sea impedimento para la manifestación fenoménica, pues
si no hay en la tierra ningún poder consciente sin otro opuesto a su
acción, ¿qué tiene de extraño quje el poder inconsciente de un médium
quede paralizado de pronto por otro poder opuesto y también inconscientemente
ejercido? Tyndall y Faraday se engrieron de que no ocurriera fenómeno alguno
mientras estuvieron presentes en las sesiones. Sin embargo, esto debiera haber
demostrado a tan eminentes físicos la existencia de una fuerza merecedora de su
atención, pues si las manifestaciones hubiesen sido fraudulentas en grado
bastante para engañar a los concurrentes, no se librara del engaño ni el mismo
Tyndall, a pesar de su valía científica, no acorde por cierto con su falta de
maliciosa observación. Nadie ha superado en obras milagrosas a Jesús, y sin
embargo, la corriente de su voluntad tropezó a veces con el escepticismo de las
gentes, según corrobora aquel pasaje que dice: “Y no obró allí prodigios a
causa de la incredulidad de las gentes”.
En
la filosofía de Schopenhauer se vislumbran estos mismos conceptos, y no harían
mal los modernos investigadores si la estudiaran, pues en ella encontrarían
singulares hipótesis basadas en ideas antiguas, aparte de especulaciones acerca
de los nuevos fenómenos psíquicos que les ahorraran el trabajo de
pergeñar otras. Las fuerzas psíquica, ecténica y electro-biológica, el
pensamiento latente, la cerebración inconsciente y todas las hipótesis forjadas
por los modernos investigadores, pueden resumirse en dos palabras: la luz
astral de los cabalistas.
OPINIONES
DE SCHOPENHAUER
Los
valientes conceptos de Schopenhauer difieren completamente de los de la mayoría
de experimentadores. Dice el ilustre filósofo: “En realidad no cabe distinguir
entre materia y espíritu. La gravitación de una piedra es tan
inexplicable como el pensamiento en el cerebro humano. Si no sabemos por qué
cae al suelo un objeto material, tampoco sabremos si este objeto es o no
capaz de pensar... Aun en las mismas ciencias físicas, tan pronto como pasamos
de lo experimental a lo especulativo, de lo físico a los metafísico, nos atajan
el paso las enigmáticas fuerzas de cohesión, afinidad, gravitación, etc., cuyo
misterio es para nuestros sentidos tan profundo como la voluntad y el
pensamiento humanos. Entonces nos vemos frente a frente de las inescrutables
fuerzas de la naturaleza. ¿Dónde está, pues, esa materia que presumís de
conocer tan bien y con la que os creéis familiarizados hasta el punto de
deducir de ella todas vuestras teorías y de atribuirle cuanto os parece?
Nuestra razón y nuestros sentidos sólo son capaces de conocer lo superficial,
pero 43
jamás penetrarán en la íntima substancia de las cosas.
Tal era la opinión de Kant. Si admitís algo espiritual en el hombre,
forzosamente habéis de admitirlo también en la piedra. Si vuestra muerta y
pasiva materia tiene la propiedad de gravitar, atraer, repeler y fulgurar, no
es razón negarle la de pensar como piensa el cerebro. En suma: cada partícular
del llamado espíritu puede substituirse equivalentemente por otra de materia, y
cada partícula de materia, por otra de espíritu... Así resulta que la
cartesiana división de las cosas en materia y espíritu es filosóficamente
inexacta, y conviene diferenciarlas en voluntad y manifestación,
con la ventaja de espiritualizar todas las cosas, pues lo real y objetivo, los
cuerpos y la materia de la división cartesiana, los consideramos como
manifestación dimanante de la voluntad” (32).
Estas
opiniones corroboran lo que ya dijimos acerca de las diversas denominaciones
dadas a una misma cosa, como si los adversarios disputaran sobre palabras.
Llámese fuerza, energía, electricidad, magnetismo, voluntad o potencia
espiritual a la causa del fenómeno, siempre será la parcial manifestación del alma,
encarnada o desencarnada, de una partícula de la inteligente, omnipotente e
individual Voluntad que llena la naturaleza toda y a que, por
insuficiencia de lenguaje humano para expresar los conceptos psicológicos,
llamamos Dios.
Las
ideas que sobre este punto exponen algunos filósofos modernos son erróneas en
muchos aspectos, desde el punto de vista cabalístico. Hartmann califica sus
propias opiniones de prejuicio instintivo y afirma que la
experimentación no ha de tener por objeto la materia propiamente dicha, sino las
fuerzas que en ella actúan, de lo cual infiere que la llamada materia es tan
sólo agregación de fuerzas atómicas, pues de lo contrario sería la materia una
palabra sin sentido científico. Mas a pesar de su sincera confesión, de que
nada saben con seguridad acerca de ella (33), los experimentadores físicos,
fisiólogos y químicos divinizan la materia. Todo fenómeno con cuya
explicación no aciertan, sirve de incienso en el altar de la diosa predilecta
de la ciencia.
Nadie
trata tan magistralmente este asunto como Schopenhauer en su Parerga.
Estudia detenidamente el magnetismo animal, la terapéutica simpática, la
profecía, la magia, los agüeros, las apariciones espectrales y otros fenómenos
psíquicos, respecto de lo cual dice: “Todas estas manifestaciones son ramas del
mismo árbol y prueban irrefutablemente la existencia de una categoría de seres
pertenecientes a un orden de la naturaleza muy distinto del que se basa en las
leyes del espacio, del tiempo y de la adaptación. Este otro orden es mucho más
profundo porque es el originario y directo, y de nada valen las comunes leyes
de la naturaleza que tan sólo atañen a la forma. Por lo tanto, bajo el régimen
de este orden superior, ni el tiempo ni el espacio pueden separar a las
entidades individuales, y la separación determinada por las formas corpóreas no
son barreras infranqueables para el intercambio de pensamientos y la inmediata
acción de la voluntad. De este modo pueden ocurrir cambios por procedimientos
completamente diferentes de la causalidad física, es decir, mediante la
voluntad manifestada en acción, externamente al individuo. Así resulta que el
carácter peculiar de las antedichas manifestaciones es la visión y acción a
distancia, tanto respecto del tiempo como del espacio. Esta acción a
distancia es precisamente la característica fundamental de la llamada magia,
porque es la acción inmediata de nuestra voluntad, una acción independiente de
las condiciones causales de la acción física, es decir, del contacto material.
“Además,
estas manifestaciones contradicen lógica y esencialmente el materialismo, y aún
el naturalismo, porque de ellas se infiere que el orden de cosas consideradas
por estas dos últimas escuelas como absolutas y exclusivamente legítimas,
resultan, por el contrario, superficiales y fenoménicas, en cuyo fondo hay algo
aparte y del todo independiente de sus propias leyes. Por lo tanto,
estas manifestaciones psíquicas son las más importantes de cuantas se han
ofrecido al estudio de observación, por lo menos desde el punto de vista
puramente filosófico, y todo científico está obligado a conocerlas” (34).
La
comparación entre los filosóficos conceptos de Schopenhauer y las superficiales
generalidades de algunos académicos franceses, nos servirá tan sólo para
acreditar la valía intelectual de ambas escuelas. Ya hemos visto que la alemana
trata profundamente las cuestiones filosóficas y ahora podemos cotejarla con lo
mejor de cuanto el astrónomo Babinet y el químico Boussingault nos dicen de los
fenómenos psíquicos. En el curso de 1854 a 1855, presentaron estos dos
distinguidos intelectuales a la Academia de Ciencias de París, una memoria en
la que corroboraban y al mismo tiempo aclaraban la demasiado compleja hipótesis
con que el doctor Chevreuil explicaba el fenómeno de las mesas rotatorias, investigado
por la comisión científica de que formaba parte. Dice así:
LAS
MESAS ROTATORIAS
“Respecto
a los supuestos movimientos y oscilaciones de ciertas mesas, no puede
atribuírseles otra causa que las invisibles e involuntarias vibraciones
del sistema muscular del experimentador, de modo que la continuada contracción
de los músculos acaba por establecer una serie de vibraciones que determinan un
temblor visible cuyo efecto es la rotación de la mesa, con energía
bastante para acelerar el movimiento y para transmutarlo en resistencia cuando
se le quiere detener. De aquí que no ofrezca dificultad alguna la clara
explicación física del fenómeno” (35).
Ciertamente
que esta hipótesis resulta tan clara como una nebulosa de las observadas por el
astrónomo Babinet en noche de niebla. Pero, no obstante su claridad, le falta
la importantísima condición del sentido común. No sabemos si Babinet acepta o
no como último recurso la afirmación de Hartmann respecto a que “los
visibles efectos de la materia son efectos de la fuerza”, y que para
tener claro concepto de la materia debemos tenerlo previamente de la fuerza. La
escuela a que pertenece Harmann, cuyos principios aceptan en parte los 44
sabios alemanes, enseña que el problema de la materia
sólo puede resolverlo aquella fuerza a cuyo conocimiento llama Schopenhauer
“ciencia mágica” o “acción de la voluntad”. Por lo tanto, es preciso saber ante
todo si las “vibraciones involuntarias del sistema muscular del experimentador”
que al fin y al cabo son “efectos de la materia” están determinadas por una
voluntad externa al experimentador o propia de él. Si lo primero,
sería un epiléptico inconsciente, según Babinet; si lo segundo, atribuye las
respuestas inteligentes de la mesa parlante a un “ventriloquismo inconsciente”.
Sabemos que, según la escuela alemana, toda acción de la voluntad se manifiesta
en fuerza, y las manifestaciones de las fuerzas atómicas son acciones
individuales de la voluntad, que dan por resultado la espontánea precipitación
de los átomos en imágenes concretas, ya forjadas subjetivamente por la
voluntad. De acuerdo con su maestro Leucipo, enseñaba Demócrito que los átomos
en el vacío fueron el principio de todas las cosas existentes en el
universo, entendiendo por vacío, en sentido cabalístico, la Divinidad latente
cuya primera manifestación es la voluntad que comunica el primer
impulso a los átomos que, al cohesionarse, constituyen la materia. Sin embargo,
el nombre de vacío es menos apropiado que su sinónimo caos,
porque, según los peripatéticos, “la naturaleza tiene horror al vacío”.
Las
alegorías, aparte de otros elementos de juicio, demuestran que, mucho antes de
Demócrito, estaban yha familiarizados los antiguos con la idea de la
indestructibilidad de la materia. Movers define el concepto fenicio de la ideal
luz solar, diciendo que era la espiritual influencia emanada del supremo Dios, Iao,
la luz tan sólo concebible por la mente, el principio así físico como
espiritual de todas las cosas del cual emana el alma. Es la esencia masculina o
sabiduría, mientras que el caos es la esencia femenina. Así tenemos, que la
materia y el espíritu eran ya para los fenicios los dos principios coeternos e
infinitos. Esta teoría es tan antigua como el mundo, y no fue Demócrito su
autor, pues la intuición del hombre precedió al ulterior desenvolvimiento de su
razón. Las escuelas materialistas son incapaces de explicar los fenómenos
ocultos, porque niegan a Dios, en quien reside la Voluntad. Su desconocimiento
de los fenómenos psíquicos, y lo absurdo de las hipótesis con que pretenden
explicarlos, dimanan de que a priori desdeñan cuanto puede empujarles a
trasponer los límites de las ciencias experimentales y entrar en los dominios
de la psicología o de la que no fuera incongruente llamar fisiología
metafísica. Los filósofos antiguos afirmaban que todas las cosas visibles e
invisibles surgían a la existencia por manifestación de la Voluntad, a que
Platón llamó Idea divina, y que así como esta Idea da existencia
objetiva a la materia con sólo enfocar su voluntad en un centro de fuerzas
localizadas, así también el hombre, el microcosmos respecto del macrocosmos, da
forma objetiva a la materia en proporción del vigor de su voluntad. Los átomos
imaginarios (36) son como operarios movidos automáticamente a influjo de la
Voluntad universal que en ellos se enfoca y, manifestada en fuerza, los pone en
actividad. El proyecto del futuro edificio está en la mente del Arquitecto y es
reflejo de su voluntad que, abstracta desde el momento de concebirlo, se
concreta en cuanto los átomos imaginarios obedecen a los puntos, líneas y
formas trazadas en la mente del divino geómetra.
LA
ENERGÍA ATÓMICA
Como
Dios crea, así crea el hombre. Dadle voluntad lo suficientemente vigorosa y
subjetivará las formas mentales, que muchos llaman alucinaciones, aunque para
quien las forja sean tan reales como los objetos tangibles. Si aumenta el vigor
de la voluntad e inteligentemente la dirige, condensará las formas en objetos
visibles. Este es el secreto de los secretos, y quien lo aprende, merece el
título de mago.
Los
materialistas nada pueden argüir contra esto, desde el punto en que para ellos
es materia el pensamiento. Si tal supusiéramos, tendríamos que el ingenioso
mecanismo proyectado por el inventor, las encantadoras escenas surgidas de la
mente del poeta, los soberbios lienzos pintados por la viva imaginación del
artista, la incomparable estatua cincelada en el pensamiento del escultor, los
palacios y castillos planeados por el arquitecto, debieran existir
objetivamente, a pesar de ser subjetivos e invisibles, porque el pensamiento,
según los materialistas, es materia plasmada en forma. ¿Cómo negar entonces que
haya hombres de voluntad lo bastante potente para transportar al mundo visible
estas creaciones mentales y revestirlas de materia tangible?
Si
los científicos franceses no han cosechado laureles en el nuevo campo de
investigación, tampoco los cosecharon los científicos ingleses hasta que
Crookes se ofreció en holocausto por los pecados del mundo científico. Al cabo
de veinte años de desdenes, consiente Faraday en hablar un par de veces de este
asunto, no obstante servir su nombre de conjuro contra los hechizos del
espiritismo entre cuantos discuten los fenómenos psíquicos, y de ser ya notorio
que en su vida vio una mesa giratoria el ilustre físico, que se avergonzaba de
haber publicado sus investigaciones sobre tan degradante creencia. No tenemos
más que desdoblar unos cuantos olvidados números del Journal des Debats,
correspondientes a la época en que actuaba en Inglaterra un notable médium escocés,
para restituir a pasados acontecimientos su primitiva lozanía. En uno de dichos
números se erige Foucault en campeón del famoso físico inglés, diciendo: “No
vaya a creerse que el insigne físico se ha olvidado de sí mismo hasta el
extremo de sentarse prosaicamente junto a una mesa rotatorias. Entonces, ¿de
qué se avergonzaba el caudillo de la filosofía experimental? Aprovecharemos
esta coyuntura para hablar del indicador de Faraday, el famoso aparato que
inventó para atrapar a los médiums, es decir, para sorprender los
fraudes mediumnímicos, según describe el marqués de Mirville, en La cuestión
de los espíritus, esta complicada máquina cuyo recuerdo turba el sueño de
los médiums impostores.45
LA FUERZA MEDIUMNÍMICA
Para
comprobar la impulsión del médium, colocaba Faraday varios discos de cartón
adheridos tangencialmente uno con otro por medio de cola, que se desprendían
por efecto de una presión continuada. Ahora bien: luego de girar la mesa, si es
que a tanto se había atrevido en presencia de Faraday, lo cual no deja de ser
significativo, se examinaban los discos, y al ver que habían resbalado en la
misma dirección que el giro de la mesa, resultaba de ello la prueba
incontrovertible de que el médium había empujado el mueble.
Otro
aparato de comprobación de los fenómenos psíquicos consistía en un pequeño
dinamómetro que delataba el más leve impulso del médium, o, según decía el
mismo Faraday, “indicaba el paso del estado pasivo al activo”. Este
dinamómetro, indicador del impulso, demostraba tan sólo la acción de una fuerza
que emanaba de los observadores o los dominaba. Pero ¿quién ha negado jamás la
existencia de una fuerza en estos fenómenos? Todos admitimos que esta fuerza
pasa a través del médium, como generalmente sucede, o actúa con entera independencia
del mismo, según ocurre bastantes veces. A este propósito, dice de Mirville:
“El verdadero misterio está en la desproporción entre la fuerza desplegada por
los médiums (que empujaban porque a ello se veían forzados) y los efectos de
rotación cuya índole es realmente prodigiosa. En presencia de tan pasmosos
efectos, ¿cómo suponer que las liliputienses experiencias de esta índole tengan
valor alguno en la tierra de gigantes hace poco descubierta?” (37).
Con
mayor mala fe procedió el profesor Agassiz, cuya reputación científica corría
parejas en América con la de Faraday en Inglaterra. El notable antropólogo
Buchanan, que ha tratado mejor que nadie en América del espiritismo, habla de
Agassiz con justa indignación, pues no tenía motivo para escarnecer los
fenómenos que en sí mismo había experimentado. Pero como Faraday y Agassiz
están ya desencarnados, vale más ocuparnos de los vivos que de los
muertos.
Resulta,
por lo tanto, que los modernos escépticos niegan una fuerza del todo familiar a
los antiguos tiempos. En épocas antediluvianas tal vez jugarían con esta fuerza
los chiquillos, como los que describe Bulwer Lytton en La raza futura,
juegan con el tremendo vril o agua de Phtha. Los antiguos
llamaron a la antedicha fuerza Anima mundi y los herméticos medioevales
le dieron los nombres de luz sidérea, leche de la Virgen, magnes y otros
varios. Pero los modernos eruditos repudian tales denominaciones, porque tienen
sabor de magia, que, según ellos, es grosera superstición.
Apolonio
y Jámblico afirman que el poderío del hombre que anhela superar a los demás,
“no consiste en el conocimiento de las cosas externas, sino en la
perfección del alma interna” (38).
Así
llegaron ellos al conocimiento de sus almas divinas cuyos poderes emplearon con
toda la sabiduría alcanzada por el estudio esotérico del hermético saber
heredado de sus antecesores. Pero los filósofos del día no pueden o no se
atreven a llevar sus tímidas miradas más allá de lo comprensible. Para
ellos no hay vida futura ni divinos ensueños, que desdeñan por contrarios a la
ciencia. Para ellos los antiguos son “ignorantes antepasados”, y miran con
despectiva compasión a todo autor que crea inherentes al ser humano las
misteriosas ansias de ciencia espiritual.
Dice
un proverbio persa: “Cuanto más oscuro está el cielo, más brillan las
estrellas”. Así, en el negro firmamento de la Edad Media aparecieron los
misteriosos Hermanos de la Rosa Cruz, que no organizaron asociaciones ni
instituyeron colegios, porque, acosados por todas partes como fieras, los tostaba
sin escrúpulo la iglesia católica en cuanto caían en sus manos. A este
propósito dice Bayle: “Como la religión prohibe el derramamiento de sangre en
su máxima Ecclesia non novit sanguinem, quemaban a las víctimas, cual si
al quemarlas no vertiesen su sangre”.
Varios
de estos místicos, guiados por las enseñanzas aprendidas en manuscritos
secretamente conservados de generación en generación, llevaron a cabo
descubrimientos que no desdeñarían hoy las ciencias experimentales. El monje
Rogerio Bacon, vituperado de charlatán y tenido por aprendiz de artes mágicas,
pertenece de derecho, sino de hecho, a la Fraternidad de los estudiantes de
ocultismo. Floreció en el siglo XIII con Alberto el Magno y Tomás de Aquino, y
sus descubrimientos de la pólvora, de las lentes ópticas y varios mecanismos,
fueron atribuidos a hechicería por pacto demoníaco, y de ellos se aprovechan
hoy mismo quienes más le escarnecen.
MILAGROS
DE BACON
En
un drama de la época de Isabel de Inglaterra, escrito por Roberto Green y
basado en la historia legendaria de Rogerio Bacon, se dice, que habiendo sido
presentado al rey, le pidió éste que demostrase algo de su saber ante la reina,
y que él entonces movió la mano y oy´ñose al punto una música tan armoniosa
como jamás la oyera ninguno de cuantos la escuchaban. Fue la música en
crescendo y de pronto aparecieron cuatro figuras que danzaron un buen espacio,
hasta desvanecerse en el aire. Movió de nuevo el monje la mano y súbitamente se
difundió por la estancia tan exquisito perfume que parecía hábilmente preparado
con los más finos y delicados aromas del mundo. Aseguró después Bacon a uno de
los caballeros allí presentes, que iba a presentarle la mujer de quien andaba
enamorado, y descorriendo las cortinas de la cámara regia, apareció a los ojos
de los circunstantes una cocinera cucharón en mano que desapareció con igual
presteza. Encolerizado el orgulloso caballero por aquella humillación, amenazó
al monje con su venganza, pero él repuso 46
tranquilamente: “No me amenace vuestra gracia, porque
mayor pudiera ser su vergüenza, y ande alerta en decir otra vez que los
letrados mienten”.
Un
historiador moderno (39) comenta esta relato, diciendo: “Puede considerarse
esto como ejemplo de la clase de manifestaciones resultantes, sin duda, de un conocimiento
profundo de las ciencias naturales”. Nadie ha dudado nunca que resultaran
de semejantes conocimientos, y no otra cosa dijeron los herméticos, magos,
astrólogos y alquimistas. A la verdad, no es culpa suya que las masas
ignorantes, excitadas sin escrúpulo por el clero fanático, hayan atribuido a
diabólicas influencias los fenómenos psíquicos; y por otra parte, las terribles
torturas inquisitoriales retrajeron de la manifestación de sus facultades a los
filósofos ocultistas, quienes dijeron en sus obras esotéricas, que “la magia es
la aplicación de causas naturales y activas a las cosas pasivas, para
determinar efectos prodigiosos, pero completamente naturales”.
El
fenómeno de la música y de los aromas que Rogerio Bacon opero en la corte de
Inglaterra, se ha repetido con frecuencia en nuestra época. Prescindiendo de
nuestras personales experiencias, diremos que, según informes de los
corresponsables ingleses de la Sociedad Teosófica, hubo casos en que oyeron
músicas y percibieron fragancias, sin que nada señalase su procedencia, por
cual motivo atribuyeron el fenómeno a la influencia de los espíritus. Uno de
dichos corresponsales informó diciendo, que en cierta ocasión la casa donde se
celebraban reuniones espiritistas de carácter íntimo quedó impregnada durante
muchas semanas de intenso aroma de sándalo. Otro corresponsal describe el
fenómeno que llama toque musical. Las mismas potencias capaces de
producir hoy estos fenómenos debieron existir y tener idénticas facultades en
la época de Bacon. Respecto a las apariciones espectrales, baste decir que
también hoy ocurren en las sesiones espiritistas y, por lo tanto, no cabe dudar
de los prodigios atribuidos a Bacon en este punto.
En
su tratado de Magia Natural, enumera Bautista Porta un catálogo de fórmulas
secretas para obtener extraordinarios efectos de las fuerzas ocultas de la
naturaleza, pues aunque los magos creían tan firmemente como los espiritistas
de hoy en los espíritus invisibles, no fiaban las operaciones mágicas a su
entera dirección y auxilio, pues de sobre sabían cuán difícil es ahuyentar a
los elementales una vez que se les hayan abierto las puertas de par en par. Aun
la misma magia de los antiguos caldeos consistía tan sólo en el profundo
onocimiento de las propiedades químicas de las substancias minerales, y
únicamente se comunicaban, mediante ceremonias religiosas, con las puras
entidades espirituales, cuando el teurgo requería el divino auxilio en asuntos
de moral o material interés. Pero tan sólo subjetivamente y por efecto
de su pureza de vida y continuadas oraciones podían evocar los espíritus
invisibles que despiertan los extáticos sentidos de clarividencia y
clariaudiencia. Producían los fenómenos psíquicos mediante la aplicación de las
fuerzas naturales y en modo alguno por las artes de prestidigitación de que se
valen hoy día los hechiceros.
Quienes
conocen las secretas fuerzas naturales y emplean con paciente parsimonia las
facultades dimanantes de tal conocimiento, laboran por algo superior a la
deleznable gloria de una fama efímera, pues sin apetecerla logran la
inmortalidad reservada a cuantos olvidándose de sí mismos se entregan por
entero al bien del género humano. Iluminados por la luz de la verdad eterna,
aquellos rico-pobres alquimistas iban más allá de la común penetración, y sólo
diputaban por inescrutable la Causa primera. Su norma constante estaba trazada
de consuno por la intrepidez, el deseo de saber, la firme voluntad y el absoluto
sigilo. Sus espontáneos impulsos eran la beneficencia, el altruismo y la
moderación. La sabiduría era para ellos de mayor estima que el logro mercantil,
el lujo, riqueza, pompa y poderío mundano, al paso que no les asustaban ni
hambres ni pobrezas ni fatigas ni desprecios humanos, con tal de llevar a cabo
su tarea. Pudieron haber reposado en blandos lechos de aterciopeladas colchas,
y prefirieron morir en los hospitales y en las márgenes de los caminos, antes
que envilecer sus almas cediendo a la nefanda concupiscencia de quienes
intentaban hacerles quebrantar sus sagrados votos. Ejemplo de ello nos dan las
vidas de Paracelso, Cornelio Agripa y Filaleteo.
EL
ESPECTRO SIN ALMA
Si
los espiritistas quieren mantener la recta noción del mundo espiritual, no
deben consentir que los científicos investiguen fenómenos con estricto
propósito de experimentación, pues seguramente daría por resultado un parcial
redescubrimiento de la magia de Moisés y Paracelso. Bajo la engañosa belleza de
sus apariciones espectrales, podrían encubrirse las sílfides y ondinas de los
rosacruces, jugueteando en las corrientes de fuerza psíquica y de fuerza
ódica.
Crookes
reconoce que la aparición espectral de Catalina King es una entidad,
pero recela que no tenga alma y esté animada aquella figura de hermoso
cutis por el médium y los concurrentes. También los eruditos autores de El
universo invisible dan de mano a su hipótesis electrobiológica y vislumbran
la posibilidad de que el éter universal sea el álbum fotográfico de En-Soph,
el infinito Ser.
Muy
lejos estamos de asegurar que todos los espíritus comunicantes de las sesiones
espiritistas pertenezcan a los órdenes de elementales y elementarios, pues
muchos de ellos, sobre todo los que hablan por boca y escriben por mano del
médium, aparte de otras operaciones, son espíritus de difuntos cuya bondad o
malicia depende del carácter moral del médium, del ambiente colectivo de los
circunstantes y, mucho más todavía, de la intensidad e índole del propósito.
Nada serio puede esperarse cuando la sesión no tiene otro objeto que satisfacer
la curiosidad y pasar el tiempo; pero tampoco crea nadie que un espíritu sea
capaz de materializarse en carne y hueso, pues lo más que pueden hacer es
proyectar su imagen etérea en las ondas atmosféricas, de modo que tanto el
cuerpo como el traje causarán al tacto una sensación semejante a la brisa y no
la de un objeto densamente material. Es inútil atribuir naturaleza humana a los
“espíritus materializados en 47
quienes se advertían los latidos del corazón, y que
hablaban con voz sonora, unas veces valiéndose de trompetilla y otras sin haber
de recurrir a este instrumento. Difícilmente se olvidan una vez oídas las
voces, si cabe darles este nombre, de las apariciones espectrales. La voz de
los espíritus puros semeja el trémulo murmullo de una lejana arpa eólica. La
voz de un espíritu en pena, y por lo tanto impuro, si no maligno, puede
compararse a la voz humana que saliese del fondo de un tonel vacío.
Esta
filosofía no es nuestra, sino la de muchísimas generaciones de magos y teurgos
que la fundaron en la experiencia. El testimonio de la antigüedad es
irrecusable en este punto: ... ... ... (40). Las voces de los espíritus son
inarticuladas. La voz de los espíritus consiste en una serie de sonidos de
efecto semejante al de una columna de aire comprimido que, ascendiendo de abajo
arriba, se derramara en torno del oyente. En el caso de Isabel Eslinger, todos
cuantos presenciaron la aparición (41), atestiguaron que habían visto como
una columna de nubes. Durante once semanas seguidas observaron diariamente
esta aparición, el doctor Kerner y sus hijos, varios sacerdotes luteranos, el
abogado Fraas, el grabador Düttenhöfer, los dos médicos Siefer y Sicherer, el
juez Heyd, el barón de Hugel y muchas otras personas. Mientras se manifestaba
el espectro, permanecía Isabel en su celda orando sin cesar en voz alta, y como
al propio tiempo hablaba la aparición, no podía ser un caso de ventriloquismo,
aparte que, según los testigos, nada tenía aquella voz de humana ni nadie era
capaz de imitar su timbre.
FORMAS
MATERIALIZADAS
Más
adelante daremos copiosas pruebas entresacadas de autores antiguos acerca de
esta evidente verdad. Por ahora repetiremos que ningún espíritu de los llamados
humanos por los espiritistas ha demostrado suficientemente su condición. Los
espíritus desencarnados pueden comunicar su influencia subjetivamente
a los médiums y producir manifestaciones objetivas a través de
estos, pero no por sí mismos. Pueden disponer del cuerpo del médium y expresar
sus conceptos y deseos por los diversos procedimientos del fenomenalismo psíquico,
pero no materializar lo inmaterial, es decir, su divina esencia.
Así es que toda materialización genuina está determinada o por la voluntad del
espíritu aparecido, o por los espíritus duendísticos que son generalmente
demasiado groseros para merecer el nombre de diablos. Rara vez son capaces los
espíritus de dominar a estos seres sin alma, siempre dispuestos a tomar nombres
pomposos; pero cuando los dominan, quedan sujetos como polichinelas a cuanto
les dicta el alma inmortal. Sin embargo, este dominio requiere condiciones
generalmente desconocidas aún de los espiritistas más asiduos concurrentes a
las sesiones, pues no a todo el que quiere le es dable evocar espíritus
humanos. Uno de los más poderosos estímulos de los difuntos, es el intenso amor
a sus deudos en la tierra, que irresistiblemente los empuja hacia la corriente
de luz astral, cuyas vibraciones enlazan el alma del ser amado con el alma
universal. Otro requisito importantísimo es la armonía y pureza mental de los
circunstantes.
Si
este razonamiento es erróneo, si las formas materializadas que aparecen en
oscuros aposentos, salidas de estancias aún más oscuras, fuesen espíritus de
difuntos, ¿a qué establecer diferencias entre ellas y los fantasmas que de
súbito aparecen sin gabinete de preparación ni médium comunicante? ¿Quién no ha
oído hablar de las almas en pena que vagan por los lugares donde se
perpetró algún crimen o vuelven movidas de irresistibles ansias de necesidad no
satisfecha y cuyas manos tienen el tacto de la carne viva de modo que
apenas cabe distinguirlas de los vivos?
Conocemos
casos auténticos de súbitas apariciones espectrales, sin analogía alguna con
las incipientes materializaciones de nuestros días. El periódico Medium and
Day Break, del 8 de Septiembre de 1876, publicó una carta de una señora que
durante sus viajes por el continente presenció un fenómeno en una casa
encantada. Dice uno de sus párrafos: “En el oscuro rincón de la biblioteca
resonó un extraño ruido y al volver la vista eché de ver una nube de vapor luminoso...
el espíritu apegado a la tierra vagaba por el lugar maldito de sus fechorías”.
Este
espíritu era indudablemente un elemental auténtico que por espontánea
determinación se hizo visible, como lo son todos los espectros, pero
impalpable, o, a lo sumo, dando al tacto una sensación como si se metiera de
pronto la mano en el agua o se palpara una nube de vapor acuoso. Según la
descripción, era luminoso y vaporoso, por lo que bien podemos colegir
que sería la sombra personal del espíritu apegado a la tierra por el
remordimiento de crímenes propios, o a consecuencia de los ajenos. La muerte
encierra profundos misterios y las modernas materializaciones sólo sirven para
ridiculizarlos a los ojos de los indiferentes. A esto pueden replicar los
espiritistas diciendo que, por declaración explícitamente pública, hemos
presenciado personalmente dichas formas materializadas. No tenemos
reparo en reiterar el testimonio y decir que en tales formas reconocimos la
representación visible de conocidos, amigos y aun parientes, y escuchamos de
ellos palabras en idiomas orientales desconocidos del médium y de todos los
circunstantes, excepto de nosotros mismos. Nadie dejó de considerar este hecho
como prueba concluyente de las facultades del médium, un zafio labriego llamado
Vermont; pero aquellas formas no eran de las personalidades que aparentaban
ser, sino sencillamente simulaciones suyas, plasmadas vívidamente por espíritus
elementales y elementarios. No habíamos tocado hasta ahora este punto, porque
la masa general de espiritistas no estaba preparada ni para escuchar siquiera,
cuanto menos para creer en los espíritus elementales y elementarios. Desde
entonces se ha discutido públicamente este punto y ya no resulta tan aventurado
entregar a la voracidad de la crítica la canosa filosofía de los antiguos,
porque la cultura general ha evolucionado lo bastante para tomarla en
consideración y 48
estudiarla sin apasionamiento. Dos años de agitación
mental han mejorado notablemente la mentalidad colectiva.
Asegura
Pausanias que cuatro siglos después de la batalla de Maratón, se oían en el
campo los relinchos de los caballos y el vocerío de los combatientes.
Suponiendo que vagasen por aquel lugar los espíritus de los soldados muertos en
la batalla, resultaría que aparecieron en figura espectral o fantástica, y no
en forma materializada. Pero ¿qué causa tenían los relinchos? ¿Eran los
espíritus de los caballos? Si admitimos, contra toda verdad, que los caballos
tienen alma, habremos de confesar que el alma inmortal de los soldados muertos
relinchaba para reproducir con mayor y más dramática viveza la bélica escena.
Repetidas veces se han visto aparecer fantasmas de animales domésticos, y el
testimonio en este caso es tan fidedigno como el referente a las apariciones de
espectros humanos. ¿Quién simula entonces la figura espectral de estos
animales? ¿Los espíritus humanos? La cuestión está encerrada en un dilema: o
los animales tienen alma y espíritu como el hombre, o forzosamente hemos de
aceptar con Porfirio la existencia en el mundo invisible de una especie de
demonios maliciosos y embusteros, una clase de seres intermedios entre el
hombre y los dioses, que se complacen en asumir cuantas formas les viene bien
remedar, desde la del hombre a la de los animales (42).
ESPÍRITUS
ELEMENTARIOS
Pero
antes de resolver la cuestión de si los espectros zoóticos, con tanta
frecuencia aparecidos, están animados por el espíritu del animal, conviene
examinar cuidadosamente su manera de conducirse. ¿Proceden estos espectros en
armonía con las costumbres, instintos y características de sus congéneres en
vida? ¿Muestran los fieros su natural acometividad y los mansos su peculiar
timidez, o bien se descubre en estos contrariamente a su índole la maligna
disposición de molestar al hombre en vez de rehuir su presencia? Muchas
víctimas de estas obsesiones, como por ejemplo en el caso de Salem y otros
hechizos igualmente comprobados, afirmaron haber visto entrar en sus aposentos
fantasmasde perros, gatos, cerdos y otros animales, que se les subían a la cama
y les hablaban incitándoles al suicidio y otros crímenes. En el
auténtico caso de Isabel Eslinger, descrito por Kerner, el espectro del cura de
Wimmenthal ( 43) iba acompañado de un enorme perro negro, que, según
declaración de numerosos testigos, saltaba a las camas de los presos. En cierta
ocasión se apareció el cura con un cordero y en otra con dos. Además, la mayor
parte de los acusados en el proceso de Salem confesaron que por encargo de la
hechicera habían hecho sortilegios y maquinado maldades valiéndose de unos
pájaros amarillos que se les posaban en los hombros y en las vigas del techo
(44).
Por
lo tanto, so pena de invalidar los múltiples testimonios de todo país y época y
atribuir el monopolio de la clarividencia a los modernos médiums, hemos de reconocer
que los espectros de animales denotan los peores rasgos de la más depravada
naturaleza humana, a pesar de no ser en modo alguno humanos. ¿Qué serán,
entonces, sino elementales? Descartes fue uno de los pocos que se atrevieron a
decir que a la medicina oculta se le deberían descubrimientos destinados a
dilatar los dominios de la filosofía; y Brierre de Boismont, no sólo compartía
esta esperanza, sino que explícitamente manifestaba sus simpatías por el
supernaturalismo a que llamaba el “magno credo universal”. Dice a este
propósito: “Creo, de acuerdo con Guizot, que la existencia de la sociedad está
íntimamente ligada a lo sobrenatural y es inútil que el racionalismo moderno lo
rechace por no saber explicar las íntimas causas de los fenómenos a pesar del positivismo
de que alardea. Lo sobrenatural está universalmente arraigado en el fondo
de todos los corazones. Los hombres de mayor talento son sus más ardorosos
discípulos (45).
Colón
descubrió el continente americano, y Américo Vespucio le usurpó la nombradía
del descubrimiento. Paracelso redescubrió las secretas propiedades del imán (el
hueso de Horus, como le llamaban los antiguos, que doce siglos atrás se valían
de él en los Misterios teúrgicos) y fundó la escuela teúrgico-magnética de la
Edad Media. Sin embargo, Mesmer, que tres siglos después de Paracelso continuó
su escuela, usurpó la fama al insigne filósofo ígneo, que acabó sus días en un
hospital. Tal es el mundo. Los nuevos descubrimientos son hijos de la ciencia
antigua. Los hombres se suceden sin alteración de la naturaleza humana.
CAPÍTULO
III
El
espejo del alma no puede reflejar a la vez la tierra
Y el
cielo. La tierra desaparece de la superficie tan luego
Como
el cielo se retrata en el fondo.- ZANONI.
¿Quién
te dio el encargo de anunciar al pueblo que no
hay
Dios? ¿Qué ventaja hallas en convencer a las gentes de
que
una fuerza ciega preside sus destinos y al azar igualmente
flagela
el crimen y la virtud?
ROBESPIERRE.-Discurso
del 7 de Mayo de 1794.
Creemos
que muy pocos de estos fenómenos, cuando son auténticos, pueden atribuirse a
espíritus humanos, y aun los derivados de las ocultas fuerzas naturales a
través de verdaderos médiums y de los fakires de la India y Egipto, requieren
cuidadosa y detenida comprobación científica, sobre todo desde que respetables
49
autoridades atestiguan la imposibilidad de fraude en
muchos casos. Nadie niega que haya hechiceros de oficio cuya destreza alcance a
producir fenómenos más estupendos que todos los “John King” habidos y por
haber. Sirva de ejemplo Roberto Houdin, que tenía habilidad para ello y, no
obstante, se burlaba luego en la misma cara de los académicos, porque le
instaban a declarar con su firma en los periódicos que para hacer girar una
mesa o que respondiera sin contacto de manos, era indispensble
prepararla convenientemente para ello con la debida antelación (1). Prueba del
erróneo juicio que atribuye a impostura todo fenómeno psíquico, nos la da el no
haber aceptado un famoso prestidigitador londinense la apuesta de mil libras
esterlinas con que Algernón Joy (2) le incitó a producir los fenómenos
psíquicos en las mismas condiciones que los médiums, bajo la vigilancia de una
comisión nombrada al efecto. Por hábil que sea un prestidigitador no podrá
llevar a cabo en igualdad de circunstancias los fenómenos operados por
los ma´s vulgares fakires indos. Entre los requisitos de prueba habrían de
constar indispensablemente: por una parte, que la comisión investigadora
designase el lugar del experimento, en el mismo instante de empezar el acto,
sin que el fakir tuviera el más leve indicio de la designación; y por otra, que
el experimento se efectuase en pleno día, sin otro ayudante que un chiquillo en
cueros vivos, cuyo traje sería también, o poco más, el del fakir. En estas
condiciones escogeríamos las tres suertes más repetidas por los fakires y
presenciadas no hace mucho por varios personajes del séquito del príncipe de
Gales, conviene a saber:
1º
Convertir en serpiente cobra, de mordedura mortal, una rupia fuertemente
retenida en la mano cerrada, por un circunstante escéptico.
2º
Lograr que en menos de quince minutos brote, crezca, fructifique y madure una
simiente escogida arbitrariamente por los espectadores y plantada en el tiesto
que ellos mismos proporcionen.
3º
Tenderse el fakir sobre tres espadas hincadas por el puño en el suelo, punta
arriba, y al deshincarlas una tras otra, quedarse el fakir tendido en el aire a
un metro del suelo. Cuando hagan lo mismo los prestidigitadores, empezando por
Houdin y acabando por el último impostor que recabó éxitos con sus ataques al
espiritismo, entonces, y sólo entonces, creeremos que el género humano procede
la pezuña del orohippus eocénico de Huxley.
EXPOSICIONES
ERRÓNEAS
Nuevamente
afirmamos con entera seguridad que no hay en los otros tres puntos cardinales
hechicero profesional capaz de emular a los desastrados e incultos fakires de
Oriente, que no necesitan estancias egipcias ni preparación ni ensauyo para
realizar sus experimentos, pues siempre están prontos a invocar en su auxilio a
las ocultas fuerzas de la naturaleza, que son libro de siete sellos tanto para
los prestidigitadores como para los científicos europeos. Acertadamente dice
Elihu: “No siempre son sabios los hombres eminentes, ni la edad es prueba de
discernimiento” (3). Repetiremos a este propósito lo que dice el teólogo inglés
More: “A la verdad, si los hombres no hubiesen perdido la modestia, los relatos
bíblicos les probarían plenamente la existencia de espíritus y ángeles... Me
parece providencial que los recientes casos de apariciones despierten en
nuestras entorpecidas y aletargadas mentes el convencimiento de que hay otros
seres inteligentes, además de los revestidos de grosera arcilla... Porque si
estas pruebas nos demuestran la existencia de espíritus malignos, forzosamente
hemos de creer en los espíritus buenos, y por lo tanto en Dios”. El ejemplo ya
citado entraña una lección moral, no sólo para los científicos, sino también
para los teólogos. Tanto los predicadores como los catedráticos delatan
continuamente su incompetencia en psicología, menospreciando las coyunturas de
estudio que se les ofrecen y poniéndose en ridículo a los ojos del estudiante
sincero. La opinión pública, en este punto, está amañada por impostores e
ignorantes indignos de consideración.
Tardíamente
ha evolucionado la psicología, más bien por el ridículo en que se pusieron sus
profesores, que por dificultades propias de su estudio. El huero desdén de los
sabios en mantillas y de los necios a la moda ha contribuido a mantener al
hombre en la ignorancia de sus latentes facultades, con mayor fuerza que las
tenebrosidades, riesgos e impedimentos propios del asunto. Éste es precisamente
el caso de los fenómenos espiritistas cuya investigación ha estado hasta ahora
en manos profanas, a causa del temor que los científicos tenían de las burlas,
dicterios y preocupaciones de gentes indignas de atarles la correa del zapato,
pues también anida la poquedad de ánimo en las universidades.
La
vitalidad del espiritismo moderno resiste victoriosamente al desprecio de la
ciencia y a la bulliciosa jactancia de sus presumidos expositores. Desde los
padres graves de la ciencia, como Faraday y Brewster, hasta los informes del
afortunado imitador de los fenómenos de Londres, no encontramos ni el más leve
argumento sólido contra la autenticidad de los fenómenos espiritistas. El
imitador aludido dice en su titulado informe: “Mi opinión es que Williams
simulaba las personalidades de John King y Peter. Nadie podrá demostrar lo
contrario”. A pesar de la arrogancia de la afirmación, no pasa de ser una
hipótesis, por lo que los espiritistas pueden exigir a su vez del informante la
prueba de cuanto dice.
Pero
los más inveterados y acerbos enemigos del espiritismo pertenecen a una clase
por fortuna poco numerosa, pero que alzan mucho la voz para publicar sus
opiniones con estrépito digno de mejor causa. Son los eruditos a la violeta
que, en la América del Norte, presumen de sabios por tener una máquina
eléctrica en su despacho o haber publicado tal o cual memoria pueril sobre la
locura y la mediummanía. Se creen estos hombres pensadores profundos y
fisiólogos eminentes, y desdeñan la para ellos absurda metafísica, porque son
positivistas de la escuela de Augusto Comte, cuyo más vivo anhelo es levantar a
la ilusa humanidad del negro abismo en que la superstición la tiene sumida, y
reconstruir el Cosmos sobre mejores fundamentos. Su 50
irascible psicofobia llega al extremo de considerar
imperdonable ofensa que les supongan dotados de espíritu inmortal, y si les
hubiéramos de hacer caso, los hombres sólo pueden tener alma científica o
alma anticientífica, según su grado de mentalidad (4).
LA
RELIGIÓN DE COMTE
Unos
treinta o cuarenta años atrás, Augusto Comte, alumno de la Escuela
Politécnica de París y auxiliar de las cátedras de Cálculo diferencial e
integral y Mecánica racional en el mismo establecimiento docente, se despertó
una mañana con la ventolera de ser profeta. En los Estados Unidos se encuentra
un profeta en cada esquina, y en Europa escasean como cisnes negros; pero
Francia es país de novedades y Comte fue profeta con tanto éxito, que aun la
grave Inglaterra lo diputó durante algún tiempo por el Newton del siglo XIX.
Difundióse el contagio mental hasta invadir cual devorador incendio Alemania,
Inglaterra y Estados Unidos. La flamante filosofía ganó algunos prosélitos en
Francia, cuyo entusiasmo no fue duradero, porque se negaron a proporcionar los
recursos que necesitaba el profeta, y el fervoroso entusiasmo despertado en un
principio por aquella religión sin Dios se entibió con rapidez igual a su
enfervoramiento. De los ardientes apóstoles del profeta sólo quedó uno notable:
el famoso filólogo Littré, miembro del Instituto de Francia y candidato
perpetuo a la Academia Imperial de Ciencias, cuya entrada le obstruía
maliciosamente el obispo de Orleáns (5).
El
matemático-filósofo, el sumo pontífice de la “religión” del porvenir, predicaba
su doctrina al estilo de todos los profetas contemporáneos. Divinizaba a la
mujer y la ponía sobre un altar, pero la “diosa” quedaba en la obligación de
pagarse la peana. Los racionalistas que tanto se burlaron de las extravagancias
de Fourier y de Saint Simón y con tanto desprecio ridiculizaron el espiritismo,
se vieron presos como inacutos gorriones en la liga retórica del nuevo profeta.
Como ni los más empedernidos ateos son extraños al anhelo congénito en el
hombre de reconocer una Divinidad, al ansia de lo desconocido, los discípulos
de Comte le siguieron atraídos por el aparente brillo de este fuego fatuo,
hasta hundirse en un pantano sin fondo. Encubiertos bajo la máscara de una
falsa erudición, los positivistas se propusieron acabar con el espiritismo,
mientras por otra parte alardeaban de investigar sin prejuicio alguno los
fenómenos psíquicos. Demasiado sin prejuicio alguno los fenómenos psíquicos.
Demasiado tímidos para arremeter contra las iglesias cristianas, procuraron
minar la fe del hombre en Dios y en la inmortalidad del alma, principios
fundamentales de toda religión. Su táctica consiste en ridiculizar el
espiritsmo fenoménico, que tantas pruebas suministra de la supervivencia del
alma, y para atacarlo en su punto más flaco, se apoyan por un lado en la falta
de método inductivo y en las exageraciones de las doctrinas espiritistas, y por
otro en la prevención con que las gentes miran el fenomenalismo. De esta suerte
se muestran quijotescos y benéficos debeladores de la tan, según el vulgo,
monstruosa superstición.
Veamos
hasta qué punto aventaja al espiritismo la ponderada religión del porvenir
instituida por Comte, y nos percataremos de que con mayor motivo merecen sus
prosélitos el manicomio, donde aconsejaban recluir a los médiums con quienes se
habían mostrado tan solícitos. Ante todo conviene advertir que por lo menos las
tres cuartas partes de los rasgos repulsivos del espiritismo moderno derivan de
los materialistas que aventureramente se pasaron al campo contrario. Comte ha
descrito repugnantemente la fecundación aritifical de la mujer del porvenir,
hermana mayor del venusto ideal de los partidarios del amor libre. Las
futuristas enseñanzas de los lunáticos discípulos de Comte han contagiado a
algunos pseudo-espiritistas hasta el punto de inducirles a formar comunidades
societarias, aunque ninguna duradera, pues su carácter distintivo era una
especie de animismo materialista recubierto de una tenue capa de filosofía
similor, esmaltada de enrevesados nombres griegos.
Propuso
Platón (6) que para mejorar la especie humana se eliminaran los individuos
enfermizos y deformes, y se fomentasen los matrimonios entre los más robustos
ejemplares de la raza. No era de esperar que el “genio de nuestro siglo”, no
obstante sus presunciones de profeta, forjase nuevos planes en su cerebro y,
como buen matemático, combinó hábilmente unas cuantas utopías antiguas, dióles matiz
plástico, y apoyado en el pensamiento de Platón, engendró la mayor
monstruosidad nacida de cerebro humano.
Es
preciso advertir que no atacamos a Comte como filósofo, sino tan sólo como
innovador. En la notoria confusión de sus ideas sociales, filosóficas y
religiosas, resplandecen con frecuencia algunas observaciones y juicios tan
lógicos en el fondo, como brillantes en la forma, cuyo fulgor, parecido al del
relámpago en noche tenebrosa, acrecienta las tinieblas luego de extinguido. De
sus obras podría entresacarse un volumen de aforismos verdaderamente
originales, que definen con sumo acierto la mayor parte de los males de la
sociedad; pero ni en su pesado Curso de filosofía positiva ni en su
paródico Catecismo de la religión positivista se encuentra la ma´s
ligera insinuación del posible remedio. Los discípulos de Comte vienen a
suponer que las doctrinas de su maestro son demasiado sublimes para que las
comprenda el vulgo; pero comparando los dogmas del positivismo con la
interpretación que les dan sus apóstoles, se echan de ver las contradicciones
del fondo, pues mientras el pontífice dice que “la mujer ha de dejar de ser la hembra
del hombre” (7) y los legisladores positivistas afirman que en el
matrimonio y en la familia debe ser la mujer “consocia del hombre, dispensada
de toda función materna” (8), a cuyo efecto proyectan una futura institución en
que las funciones proyectan una futura institución en que las funciones de la
maternidad queden substituidas por “la aplicación a la casta esposa de una
fuerza latente” (9), no faltan sacerdotes laicos del positivismo que preconizan
la poligamia y aseguran que sus doctrinas contienen la quinta esencia de la
filosofía espiritualista.51
NEGACIONES DEL POSITIVISMO
Según
los teólogos católicos cuya eterna pesadilla es el demonio, la mujer futura,
descrita por Comte, caerá en poder de los íncubos (10); pero a juicio de más
zumbones autores, la Divinidad del positivismo será una yegua de dos
patas. También Littré hace prudentes restricciones al aceptar el apostolado de
tan maravillosa religión. Decía así en 1859:
“Asegura
Comte que no sólo ha establecido los principios, trazado los perfiles y
descubierto el método, sino también las consecuencias necesarias para levantar
el edificio social y religioso del porvenir. En esta segunda parte nos
reservamos la opinión, al propio tiempo que aceptamos sin reparo en herencia el
conjunto de la primera” (11).
Pero
más adelante añade:
“En
su magistral obra: Sistema de filosofía positiva, establece Comte las
bases de una filosofía que, con el tiempo, ha de suceder a la teología y a la
metafísica. En esta obra expone, como no podía menos, su directa aplicación al
gobierno de las sociedades. Como quiera que no advierto nada arbitrario en
estas doctrinas, y en cambio encuentro verdadera ciencia, mi adhesión a los
principios se extiende a sus esenciales consecuencias”.
Littré
se ha mostrado digno discípulo del profeta, pues todo el sistema de Comte nos
parece basado sobre equívocos. Donde dice positivismo se ha de leer nihilismo;
donde castidad, leed impudicia, y así de lo demás. Como quiera
que es una religión fundada sobre bases negativas, difícilmente pueden llevarla
sus prosélitos a la práctica, sin decir que lo negro es blanco. Sigue Littré:
“La filosofía positiva no acepta el ateísmo, porque el ateo no tiene la mente
emancipada, sino que, a su modo, es un teólogo que explica como le place la
esencia de las cosas, y presume conocer su origen... El ateísmo es sinónimo de
panteísmo y este sistema también es todavía enteramente teológico y pertenece a
la escuela antigua” (12).
Perderíamos
el tiempo si prosiguiéramos citando más pasajes de estas paradójicas
disertaciones. Comte llegó al colmo del absurdo al dar el nombre de religión a
su nueva filosofía y, como suele acontecer en estos casos, sus discípulos
sobrepujaron el absurdo. Filósofos postizos que brillan en las academias
positivistas de Norte América, como una luciérnaga en comparación de una
estrella, delatan con toda amplitud sus opiniones al cotejar “el sistema de
pensamiento y vida” planeado por el apóstol francés con “las necedades del
espiritismo” que, por supuesto, sale malparado del cotejo. “Para destruir es
necesario reedificar”, exclama Comte citando a Cassaudiere, sin conformarse con
su pensamiento; y sus discípulos explanan el aborrecible sistema con que
pretenden sustituir el cristianismo, el espiritismo y aun los métodos
científicos. Uno de ellos dice: “El positivismo es una doctrina integral que
repudia por completo toda creencia teológica y metafísica, toda modalidad
sobrenatural y, por consiguiente, el espiritismo. El verdadero criterio
positivista sustituye el estudio de las leyes invariables de los fenómenos por
el de sus causas inmediatas. En este concepto también repudia el ateísmo, porque
al fin y al cabo el ateo es un teólogo en el fondo, pues no difiere de
los teólogos en el planteamiento, sino en la solución del problema, y por lo
tanto, es inconsecuente. Los positivistas rechazamos todo problema inaccesible
a la mente humana, pues de lo contrario malgastaríamos nuestras fuerzas en la
imposible indagación de las causas primeras. Por lo tanto, el positivismo da
satisfactoria explicación del mundo y de los deberes y destino del hombre"
(13).
OPINIÓN
DE HARE
Mitiguemos
el brillo de este programa con el juicio crítico del insigne Hare, quien dice a
este propósito: “La filosofía positivista de Comte es, en último término,
puramente negativa, pues afirma la inutilidad de perder tiempo en indagar los
inescrutables orígenes de las leyes de la naturaleza. Por considguiente, esta
doctrina se funda en la ignorancia de las causas y medios de las leyes en que
forzosamente ha de permanecer el hombre, a pesar de las pruebas referentes al
mundo espiritual. Así es que, mientras el ateísmo queda recluido en los
dominios de la materia, el espiritismo se mueve en un campo de tan dilatado
espacio como la eternidad con relación a una vida humana y como las insondables
regiones sidéreas respecto al área habitable de nuestro planeta” (14).
En
suma, el positivismo arremete igualmente contra la teología, la metafísica, el
espiritismo, el ateísmo, el materialismo y la ciencia, con amenaza de
invalidarse a sí mismo. Opina De Mirville que, según la filosofía positivista,
“la mente humana no logrará equilibrarse hasta que la psicología se considere
como un laxante cerebral y la historia como un laxante social”.
El Mahoma moderno empieza por despojar al hombre del alma y de la fe en Dios,
para hundir después inadvertidamente en las entrañas de su propia doctrina la
afiladísima espada de la metafísica, cuyos golpes presumiera evitar. De este
modo no quedan en su sistema ni vestigios de filosofía.
De
un discurso pronunciado en 1864 por Pablo Janet, miembro del Instituto de
Francia, sobre el positivismo, entresacamos el siguiente párrafo:
“Hay
algunos talentos educados y nutridos en las ciencias exactas y experimentales,
que sienten instintiva inclinación a la filosofía, pero sin que puedan
satisfacerla más que con elementos ajenos, y su ignorancia de las ciencias psicológicas
les lleva precisamente a combatirlas, con lo cual presumen haber fundado una
nueva filosofía positiva que, bien mirada, no es ni más ni menos que una
incompleta y mutilada hipótesis metafísica. Se arrogan la infalible autoridad,
propia tan sólo de las ciencias de experimentación y cálculo, siendo así que 52
su defectuoso sistema es del mismo orden mental que
los que combaten. De aquí lo deleznable de su posición y el descrédito de sus
ideas, que muy luego serán esparcidas a cuatro vientos” (15).
Los
positivistas norteamericanos se han esforzado incesantemente en derrumbar el
espiritismo. Para que se vea hasta dónde llega su imparcialidad, recordaremos
que preguntan si los dogmas de la Inmaculada Concepción, de la Trinidad y la
Eucaristía, resisten al examen de la fisiología, de las matemáticas y de la
química, para decir después que más absurdas todavía son las quimeras del
espiritismo. Perfectamente. Pero ¿hay absurdo teológico ni quimera espiritista
que aventaje en depravada imbecilidad al positivista concepto de la fecundación
artificial? Por una parte declaran incognoscibles las causas primeras, y por
otra suplantan en el porvenir la vívida e inmortal compañera del hombre con un
tipo de mujer imposible, semejante al fetiche indio de Obeah, día tras día
repleto de huevos de serpiente para que el sol los empolle.
En
nombre del sentido común cabe preguntar por qué ha de motejar de supersticiosos
a los místicos cristianos y de orates a los espiritistas una titulada religión
que con tan repulsivos absurdos tiene partidarios entre los mismos académicos y
pone en boca de su propio fundador, para admiración de sus discípulos,
rapsodias tan extravagantes como la siguiente:
“Me
admira cada día más la creciente coincidencia entre el advenimiento social del misterio
femenino y la disminución de la fe en el sacramento de la Eucaristía. La
Virgen ha suplantado a Dios en la mente de los católicos meridionales. El
positivismo realizará la utopía medioeval que consideraba la raza humana nacida
de una virgen madre”. Después de exponer el modus operandi, prosigue
Comte diciendo: “La difusión del nuevo procedimiento produciría muy luego una
raza sin los inconvenientes de la herencia y más a propósito que la procreación
vulgar para el nacimiento de caudillos espirituales y aun temporales, cuya
autoridad dimanara de un origen verdaderamente superior que no retrocedería
ante ninguna investigación” (16).
FECUNDACIÓN
ARTIFICIAL
Cabe
preguntar, después de leído esto, si en las “quimeras” del espiritismo, o en
los “misterios” del cristianismo, hay algo tan descabellado como esa
descripción de la humanidad futura. Si los positivistas que predican
públicamente la poligamia no desmienten con su conducta la tendencia de la
escuela al materialismo, mucho tememos que, haya o no haya una estirpe
sacerdotal así engendrada, no veamos los vástagos de las vírgenes madres.
Natural
es que una filosofía entre cuyos ideales está la procreación de semejante casta
de doctores íncubos, mueva la pluma de uno de sus más gárrulos tratadistas, para
escribir lo siguiente: “Estamos en una muy triste época abundante en creencias
muertas o moribundas, y llena de frívolos devotos que en vano ruegan a los
caídos dioses. Pero también es una época gloriosamente iluminada por los áureos
rayos del naciente sol de la ciencia. ¿Qué tenemos que ver con quienes, perdida
la fe y extraviado el entendimiento, se refugian en el espejuelo del
espiritismo, en los engaños del trascendentalismo o en las abulias del
hipnotismo”? (17).
El fuego
fatuo, como se complacen hoy en llamar los filósofos pigmeos al
fenomenalismo psíquico, ha tenido que luchar para darse a conocer. No hace
mucho tiempo, los ya familiares fenómenos psíquicos tuvieron enérgica negativa
en boca de un corresponsal de The Times, de Londres, cuya opinión
subsistió como valedera hasta que dirimió la cuestión la obra de Phipson,
apoyada en el testimonio de Beccaria y Humboldt (18).
Los
positivistas debieron exigir otro símil más feliz y al mismo tiempo estar mejor
enterados de los descubrimientos científicos, pues en cuanto al hipnotismo lo
practican con éxito, en algunos hospitales de Alemania, eminencias médicas cuya
fama y sabiduría está muy lejos de igualar el presuntuoso conferenciante sobre
la mediumnidad y la locura. Pocas palabras diremos antes de acabar este enojoso
asunto. Hay positivistas que se vanaglorian de contar por correligionarios a
los más ilustres científicos de Europa. Sin embargo, no entran en este número
Huxley ni Mausley, de nombradía universal. Por lo que toca a Huxley, en una conferencia
dada en 1868 en Edimburgo, sobre Los fundamentos fisiológicos de la vida,
se muestra muy sorprendido de la ligereza con que el arzobispo de York le
atribuyó filiación positivista, y dice: “Por lo que a mí toca, bien pudiera el
respetable prelado desmenuzar polémicamente a Comte como un nuevo Agag, sin que
yo le detenga la mano. Mi examen de la filosofía positivista me ha convencido
de que poco o nada tiene de valía científica, pues en su mayor parte es tan
opuesta a la verdadera ciencia, como pueda serlo el catolicismo ultramontano.
En la práctica, la filosofía positivista es un catolicismo despojado del
espíritu del cristianismo”. Más adelante se indigna Huxley con los
filósofos escoceses, y les reconviene por haber consentido que el arzobispo de
York atribuyese a Comte la fundación de la escuela filosófica de Hume, y a este
propósito exclama: “Bastaba para remover en su tumba los huesos de David Hume,
que, no lejos de ella, un auditorio parcial escuchara sin protesta cómo se
atribuían sus doctrinas a un escritor francés de hace cincuenta años, en cuyas
verbosas y áridas páginas se echa de menos el vigor de pensamiento y la
claridad de expresión” (19).
¡Pobre
Comte! Ahora resulta que, por lo menos en los Estados Unidos, sus más
conspicuos discípulos quedan reducidos a un físico, un médico y un abogado, a
quienes un crítico socarrón motejó de “triunvirato anómalo cuyas arduas tareas
no les dejan tiempo para aprender a escribir” (20).
Los
positivistas no perdonan medio de combatir al espiritismo en provecho de su
religión. Sus prelados soplan sin cesar las trompetas como si a su estrépito
hubieran de caer los muros de la nueva Jericó; pero ni con sus singularísimas
paradojas ni con sus deleznables ataques al espiritismo lograrán su propósito.
Para 53
muestra de estos ataques, basta entresacar de una
reciente conferencia (21) el párrafo que sigue: “La exclusiva satisfacción del
instinto religioso es incentivo de lujuria. Sacerdotes, frailes, monjas,
santos, médiums, místicos y devotos han sido siempre famosos por sus
concupiscencias”.
LOS
MONOS DE LA CIENCIA
Nos
complacemos en observar que mientras el positivismo se erige alborozadamente en
religión, el espiritismo no ha pretendido jamás ser otra cosa que una ciencia,
una filosofía incipiente o, más bien, el estudio indagativo de las fuerzas
naturales. Los verdaderos científicos reconocen la realidad de los fenómenos
psíquicos, que sólo se atreven a negar los monos remedadores de la ciencia. Los
positivistas se burlan del fenomenalismo psíquico y en cambio no saben abrir la
boca sin que, como el retórico Butler, no se les escape un tropo. Quisiéramos
contraer las censuras al círculo de necios y pedantes que usurpan el título de
científicos; pero es innegable que cuando las eminencias tratan algún nuevo punto,
pasan sus decisiones sin réplica, aun cuando la merezcan. La cautela propia de
los hábitos de investigación experimental, los prejuicios establecidos y el
peso de la autoridad científica contribuyen paralelamente a petrificar el
pensamiento en dogmas intangibles, y con demasiada frecuencia la ciencia
progresa a costa del martirio o del ostracismo del innovador. Los
experimentadores de laboratorio deben, por decirlo así, tomar a la bayoneta el
reducto de la preocupación y la rutina, pues no será fácil que una mano amiga
deje entornada la poterna. No han de hacer caso de las ruidosas protestas y la
impertinente crítica de los publicistas de quinta fila que se arremolinan en la
antesala de la ciencia, pues deben reservar sus fuerzas para dar en rostro a la
hostilidad de los conspicuos y vencerla. La ciencia progresa rápidamente, pero
los científicos no se percatan del progreso, pues casi siempre arremeten contra
los nuevos inventos. El triunfo es de quien valerosa y perseverantemente
resiste la embestida parapetado en su intuición. Pocas son las leyes naturales
cuya primera enunciación no suscitara burlas y fuera generalmente tenida por
absurdamente contraria a la ciencia. Pero no obstante el orgullo de quienes
nada descubren, no es posible desoír por mucho tiempo el clamoreo de los
innovadores que, desgraciadamente para la pobre y egoísta humanidad, se
convierten a su vez en rémoras de cuantos indagan nuevamente la acción de las
leyes naturales. Así, poco a poco, va pasando la humanidad por sucesivos ciclos
de conocimientos cuyos errores corrige de continuo la ciencia para rehabilitar
hoy las hipótesis desechadas por erróneas ayer. Esto ha sucedido no sólo en
cuestiones psicológicas, tales como el hipnotismo desde el doble punto de vista
fisiológico y psíquico, sino también en descubrimientos relativos a las
ciencias de observación.
¿Qué
hemos de hacer? ¿Evocar un pasado desagradable? ¿Decir que los científicos
medioevales negaban con el clero el sistema heliocéntrico por temor de oponerse
a las enseñanzas de la Iglesia? ¿Recordaremos que algunos naturalistas del
siglo XVIII negaron autenticidad zoológica a las conchas fósiles, diciendo que
tan sólo eran simulaciones artificiosas, mientras otros sostenían
acaloradamente lo contrario en discusiones salpicadas de insultos, hasta que
Buffón sentenció el pleito con pureba plena a favor de los segundos?
Seguramente que si tan discordes andan los científicos respecto al origen y
naturaleza de las conchas fósiles, tan fácilmente observables, a duras penas
cabe esperar que crean en las formas espectrales de las sesiones espiritistas,
cuando el médium es genuinamente sincero.
Los
escépticos podrían entretener provechosamente los ratos de ocio en la lectura
de la obra de Flourens, secretario perpetuo de la Academia francesa, titulada: Historia
de las investigaciones de Buffón, en la que describe cómo el insigne
naturalista desbarató la hipótesis de la simulación artificial, cuyos
partidarios persistieron en negar todo cuanto no comprendían y se mofaron
sarcásticamente de los experimentos eléctricos de Franklin, de las tentativas
de Fulton, de los proyectos ferroviarios de Perdonnet, de las nuevas
orientaciones de Harvey y de las heroicas pruebas de Palissy.
EPIDEMIA
DE NEGACIONES
En
la ya citada obra: Conflictos entre la religión y la ciencia, se muestra
Draper algo distanciado de la justicia, al achacar tan sólo al clero los
impedimentos con que tropieza el progreso de las ciencias; pero sin menoscabo
de la admiración debida al insigne escritor, observaremos que, aparte de la
enemiga mostrada por el clero a los descubrimientos enumerados en la obra, no
debió pasar por alto la oposición de todo inventor hubo de encontrar en los
científicos. Dice bien Draper en pro de la ciencia, que “saber es poder”; pero
los abusos del poder son igualmente perniciosos, ya provengan del extravío de
la sabiduría, ya de las obcecaciones de la ignorancia. Además, el clero no
tiene hoy la fuerza que tuvo en otras épocas, y sus protestas no harían mella
en el mundo científico. Sin embargo, mientras los teólogos se mantienen tras
cortina, los científicos han empuñado a dos manos el cetro del despotismo y lo
blanden como espada del querubín puesto a la entrada del Edén, para alejar a
los hombres del árbol de vida mortal, y retenerlos en el mundo de perecedera
materia.
El
periódico londinense El Espiritista, en su réplica a la crítica de Gully
sobre la hipótesis de Tyndall, llamada de la neblina ígnea, dice que, gracias a
la ciencia, no mueren hoy todos los espiritistas en las hogueras inquisitoriales.
Admitamos esta gracia, aun teniendo en cuenta que ya pasaron de moda los autos
de fe, y preguntemos si en el caso de que Faraday, Tryndall, Huxley, Agassiz y
otros dispusieran del poder de la Inquisición, se encontrarían los espiritistas
tan seguros como están hoy día; pues mueve a preguntarlo la actitud de dichos
científicos respecto del espiritismo, ya que a falta de hogueras donde abrasar
a quienes creen 54
en el mundo de los espíritus, les llaman locos,
maniáticos, alucinados, fetichistas y demás vituperios por el estilo.
A la
verdad, no acertamos a descubrir las razones que habrá tenido el director de El
Espiritista, de Londres, para mostrarse tan agradecido a la benevolencia de
los científicos, pues el reciente proceso Lankester-Donkin-Slade, seguido en
Londres, debiera haber abierto los ojos a los espiritistas demasiado confiados,
para darles a entender que el materialismo pertinaz es mucho más refractario a
la razón que el fanatismo religioso. Uno de los mejores escritos de Tyndall es
el folleto titulado: Martineau y el Materialismo, aunque tal vez con el
tiempo enmiende el autor algunos excesos de lenguaje. Pero dejando por de
pronto esto aparte, fijémonos en lo que dice sobre la ciencia. En boca de
Martineau pone la pregunta siguiente: “Cuando un hombre piensa, siente y
quiere, ¿cómo actúa la conciencia?” Y responde: “No es posible concebir el
transporte del funcionamiento cerebral a los correspondientes hechos de
conciencia. Suponiendo que un pensamiento definido coincida simultáneamente con
una acción molecular en el cerebro, no poseemos, ni rudimentariamente siquiera,
el órgano intelectual que nos permita descubrir por el raciocinio el enlace
entre el pensamiento y la acción cerebral que coinciden sin que sepamos por
qué. Aun cuando nuestra mente y nuestros sentidos fuesen capaces de
percibir las moléculas cerebrales, de atisbar todos sus movimientos,
agrupaciones y descargas eléctricas, si acaso las hay; aunque conociéramos
perfectamente su correspondencia con los pensamientos y emociones, no podríamos
resolver el problema de cómo el proceso fisiológico se enlaza con los hechos de
conciencia. La hondonada entre ambos fenómenos quedaría tan intelectualmente
infranqueable como antes” (22).
LA
CIENCIA ULTRAMONTANA
Esta
hondonada, que a Tyndall le parece tan infranqueable como la neblina ígnea en
que envuelve la causa agnoscible, no es obstáculo alguno para la intuición
espiritual. El profesor Buchanan, en sus Bosquejos de conferencias sobre el
sistema neurológico en Antropología, escritos en 1854, señala el modo de
echar un puente sobre tan temerosa hondonada. Aquí tenemos una de aquellos
trojes donde se almacena parcamente la semilla mental de futuras y copiosas
cosechas. Pero el edificio del materialismo se basa enteramente sobre los
toscos sótanos de la razón. Cuando los maestros de la ciencia hayan llegado
al límite extemo de su capacidad, podrán a lo sumo revelarnos un mundo de
moléculas animadas por secreto impulso. El más acertado diagnóstico de la
enfermedad que aqueja a los científicos, lo encontraremos con sólo una ligera
substitución de palabras, en la crítica a que Tyndall somete la mentalidad del
clero ultramontano. En vez de “sacerdotes” pongamos “científicos”; en lugar de
“pasado precientífico” leamos “presente materialista”, y reemplacemos “ciencia”
por “espíritu”. El pasaje siguiente nos traza un vivo retrato, pintado por mano
maestra, del científico moderno:
“...
Sus sacerdotes viven tan apegados al precientífico pasado, que aun los más
poderosos talentos son refractarios a las verdades recientes. Tienen ojos y no
ven, oídos y no oyen; porque ojos y oídos se convierten a visiones y sonidos de
otros tiempos. Desde el punto de vista científico, el cerebro de los
ultramontanos es poco menos que infantil. Pero no obstante ser tan niños en
conocimiento científico, tienen suficiente poderío espiritual entre los
ignorantes para inducirles a prácticas que sonrojan a los de más claro juicio”
(23).
El
ocultista les dice a los científicos que se miren en este espejo.
Desde
los albores de la historia, todos los pueblos exigieron en su legislación el
testimonio de, por lo menos, dos testigos para aplicar la pena de muerte. “Por
boca de dos o tres testigos sea condenado el reo de muerte” (24) dice el
legislador del pueblo hebreo. “Las leyes que condenan a un hombre a muerte por
la declaración de un solo testigo son contrarias a la libertad. La razón exige,
por lo menos, dos testigos” (25). Todos los pueblos han aceptado, por lo tanto,
el valor de la prueba, pero los científicos rechazarían un millón de
testimonios contra uno. En vano doscientos mil testigos dan fe de los hechos.
Los científicos tienen ojos y no ven, como si persistieran en ceguedad y
sordera. Treinta años de pruebas irrecusables y el testimonio de algunos
millones de creyentes en Europa y América tienen derecho a que se les considere
y respete, sobre todo cuando el veredicto de un jurado compuesto de doce
espiritistas, influido por las pruebas aducidas por los testigos, pudiera
condenar a muerte a un científico que hubiere perpetrado un crimen por efecto
de la conmoción de las moléculas cerebrales, no refrenadas por el
convencimiento de una futura retribución moral.
La
ciencia, en síntesis considerada como divina meta, es digna de que el mundo
entero la respete y venere, porque sólo por la ciencia podemos comprender a
Dios en sus obras.
Según
Webster, “la ciencia es la comprensión de la verdad ante los hechos, la
investigación de la verdad en sí misma, la adquisición del conocimiento puro”.
Si la definición es exacta, tendremos que la mayoría de los científicos
modernos han falseado a su diosa. ¡La verdad en sí misma! ¿Pues dónde hemos de
buscar la clave de las verdades de la naturaleza sino en los inescrutados
misterios de la psicología? Desgraciadamente muchos experimentadores sólo
escogen los hechos más apropósito para cohonestar sus prejuicios.
La
psicología no tiene peores enemigos que los médicos de la escuela alopática. No
es preciso recordar que, entre las ciencias de experimentación, es la medicina
la menos merecedora de este calificativo, pues prescinde del estudio de la
psicología, que debiera ocupar gran parte de su atención para que el ejercicio
de la medicina no degenere en tanteador empirismo de dudoso éxito. Todo cuanto
discrepa de las doctrinas establecidas, se repudia por herético, y aunque un
nuevo sistema terapéutico haya salvado miles de vidas, se 55
aferran a las prescripciones tradicionales para
condenar al innovador y la innovación, hasta que les place darle sello oficial.
Entretanto, pueden morir miles de enfermos, con tal de que el honor profesional
quede a salvo.
Teóricamente
parece la medicina la ciencia más benéfica, pero ninguna otra ha dado tantas
muestras de materialismo y obstinada preocupación. Pocas veces han patrocinado
los médicos famosos un descubrimiento útil. La sangría, las ventosas y la
lanceta tuvieron su época de popularidad, hasta caer en desuso. A los
calenturientos se les deja beber hoy el agua que antes se les negara, los baños
fríos han suplantado a los calientes, y durante algún tiempo fue la
hidroterapia una verdadera manía. La corteza de quina que Warring, el defensor
de la autoridad de la Biblia, identifica con el paradisíaco “árbol de la vida”,
fue importada en España el año 1632 y estuvo en olvido durante mucho tiempo. La
Iglesia demostró, por una vez al menos, más penetración que la ciencia, pues a
instancias del cardenal de Lugo, patrocinó Inocencio X el nuevo medicamento.
PANACEAS
Y ESPECÍFICOS
El
autor de una obra antigua titulada: Demonología, cita muchas medicinas
que volvieron a emplearse después de largos años de olvido, de suerte que la
mayor parte de los descubrimientos terapéuticos vienen a ser sencillamente la
rehabilitación de antiguos remedios. En el siglo XVIII, una curandera llamada Nouffleur
encomiaba las virtudes que para la expulsión de la tenia posee la raíz del
helecho macho, y vendió el secreto a Luis XV por una cuantiosa suma; pero los
médicos averiguaron que ya lo había empleado Galeno en el tratamiento de la
misma enfermedad. Los famosos polvos del duque de Portland, contra la gota,
eran el diacentaureón de Celio Aureliano, y luego se vio que ya lo
mencionaron los primitivos médicos en sus obras, tomándolo de los autores
griegos. Lo mismo sucede con el agua medicinal de Husson, famoso remedio de la
gota, que, no obstante su nuevo disfraz, es el Colchicum autumnale, o
villorita, muy semejante a una planta llamada Hermodactylus, cuyas
propiedades antigotosas ponderaron Oribario, famoso médico del siglo IV y Etio
Amideno, que floreció en el siglo V. Después cayó en desuso tan sólo porque era
medicamento demasiado antiguo para ser tenido en cuenta por los médicos
del siglo XVIII.
El
sabio fisiólogo Magendie no descubrió nada que ya no conocieran los médicos de
la antigüedad. Su específico contra la tisis, en que entraba como ingrediente
el ácido prúsico, está descrito en las obras de Lumeo (26), donde afirma que la
infusión de laurel se empleaba con excelentes resultados en el tratamiento de
tan terrible enfermedad. Plinio asegura que el extracto de almendras y huesos
de cereza curaba las toses más pertinaces. Concluye diciendo el autor de Demonología,
que puede afirmarse con toda seguridad, que las diversas preparaciones secretas
a base de opio, tenidas por descubrimientos de la moderna farmacopea, están
descritas en las obras de los autores antiguos, tan desdeñados en nuestros
días.
Nadie
niega ya que, desde tiempo inmemorial, estuvo concentrada en el lejano Oriente
la sabiduría humana, hasta el punto de que ni en Egipto se cultivaban las
ciencias naturales tan asiduamente como en el Asia central. El mismo Sprengel,
no obstante su cautelosa prevención contra todo indicio, lo reconoce así en su Historia
de la Medicina, y cuando discute los puntos relacionados con la magia, deja
a salvo la de la India por menos conocida que la de cualquier otro país de la
antigüedad, pues entre los indios era más esotérica, si cabe, que entre los
egipcios, y por tan sagrada se la tenía que el vulgo apenas sospechaba su
existencia y sólo se ejercía públicamente en las graves crisis nacionales o en
circunstancias de temerosa trascendencia. Era la magia una ciencia divina que
más intensamente resplandecía en los ascetas gimnósofos, cuya austeridd de
vida, pureza de costumbres y desprendimiento de las cosas mundanas aventajaba a
la de los más ejemplares hierofantes egipcios y era tenidos en mayor veneración
que los magos caldeos. Vivían solitarios (27) en yermo, mientras que los
sacerdotes egipcios formaban comunidades y, no obstante las preocupaciones
históricas contra magos y adivinos, poseían valiosos secretos médicos y
sobresalían insuperablemente en el arte de curar, según se infiere de los
numerosos tratados que todavía se conservan en los monasterios de la India. No
nos detendremos a dilucidar si los gimnósofos fueron los primeros magos de la
India o si recibieron este conocimiento en herencia de los rishis (28),
porque los científicos experimentales lo tendrían por estéril especulación.
Un
autor moderno dice al hablar de los gimnósofos: “Les honra sobremanera el celo
con que educaban a los jóvenes en la virtud, despertando en sus corazones
generosos sentimientos; y sus máximas y pláticas, transmitidas por los
historiadores, demuestran lo muy versados que estaban en filosofía, astronomía,
religión y moral. Mantuviéronse dignamente independientes de la soberanía
temporal de los príncipes más poderosos, cuyo favor jamás solicitaban ni
tampoco iban a lisonjearles con visitas de adulación, y cuando el príncipe
necesitaba de sus oraciones o de consejos, no tenía más remedio que ir en
persona a consultarles o enviar mensajeros en su busca. Conocían las
propiedades útiles de minerales y plantas, pues estaban familiarizados con los
secretos de la naturaleza, y tanto la fisiología como la psicología eran para
ellos libros abiertos en que libaban la ciencia mágica llamada entonces machagiotia.
EL
DEMIURGOS
Es
muy extraño que los cristianos estén obligados a creer como artículo de fe los
milagros bíblicos, y no sólo no crean, sino que se mofen de los prodigios
relatados en el Atharva Veda y los atribuyan al demonio. Sin embargo,
contra la malévola opinión de algunos sanscritistas, podemos demostrar, bajo
varios aspectos, la 56
identidad esencial entre ambas taumaturgias, con la
particularidad de que no pueden haber plagiado los Vedas a la Biblia, puesto
que las escrituras hebreas son muy posteriores a las indas.
Primeramente,
la cosmogonía induísta desvanece el error, durante tanto tiempo sustentado por
los occidentales, de que Brahmâ era la divinidad suprema de los indos, cuando
tan sólo es un aspecto inferior, análogo al Jehovah hebreo, “el espíritu
semoviente sobre las aguas”, el dios creador, el demiurgos, el arquitecto del
mundo, cuya imagen simbólica tiene cuatro rostros correspondientes a los cuatro
puntos cardinales.
A
este propósito dice Poler:
“En
el principio, el embrionario universo reposaba sumergido en las aguas, en el
seno del Eterno. De las caóticas tinieblas surgió Brahmâ, el arquitecto del
universo, y sobre una hoja de loto flotaba entre las aguas y las tinieblas”
(29).
Idéntico
es el relato de la cosmogonía egipcia, en que Athor, la Madre Noche,
símbolo de las tinieblas, cubría en un principio la inmensidad del abismo de
las aguas sobre las que flotaba el espíritu del Eterno. También las Escrituras hebreas
hablan del espíritu de Dios, y de su emanación creadora simbolizada en otra
divinidad (30).
Pero
continuemos el relato de la cosmogonía inda: “Al ver el caótico estado de las
cosas, se pregunta Brahmâ a sí mismo lleno de consternación: ¿Quién soy? ¿De
dónde vengo? Entonces oye una voz que le dice: “Eleva tus plegarias a Bhagavad”
(31). Brahmâ se sentó en la hoja de loto en actitud contemplativa, con la mente
enfocada en el Eterno, quien, complacido de aquella muestra de piedad, disipa
las tinieblas y descorre el velo de su mente. Al punto surge el radiante Brahmâ
del huevo del universo, y henchido del divino espíritu que le ha despertado la
mente, empieza a actuar y se mueve sobre las aguas. Es Narayana”.
El
loto, la flor sagrada de indos y egipcios, simboliza a Brahmâ entre los
primeros y a Horus entre los segundos. Todos los templos del Tíbet y del Nepal
ostentan la flor de loto, cuyo sugestivo significado es idéntico al del lirio
que el arcángel Gabriel ofrece a María en las representaciones pictóricas de la
Anunciación (32). Para los indos es el loto emblema de la potencia creadora de
la naturaleza, por la compenetración del fuego (espíritu) con el agua
(materia). Un versículo del Bhagavad Gîtâ, dice: “¡Oh Eterno!
Entronizado en ti veo al creador Brahmâ sobre el loto”. Según Jones, la
simiente del loto contiene ya antes de germinar el embrión de las futuras
hojas; y como dice Gross (33), la naturaleza nos da en el loto un ejemplo de la
anteformación de sus productos, pues la simiente de todas las plantas
fanerógamas contiene la futura planta con su propia configuración.
Lo
mismo significa el loto para los budistas. El Bodhisat (Espíritu del Buddha) se
aparece con el loto en la mano junto al lecho de Mahâmayâ o Mahâdeva, la madre
de Gautama Buddha, y le anuncia el nacimiento de su hijo. De la propia suerte,
la flor de loto estaba invariablemente unida en Egipto a todas las
representaciones de Osiris y Horus.
EL
LIRIO DE GABRIEL
Todo
esto demuestra el común parentesco del símbolo en las religiones induísta,
egipcia y judía, pues en todas ellas la flor de loto o lirio de agua simboliza
el tránsito de lo subjetivo a lo objetivo, del pensamiento abstracto de la
Divinidad desconocida a las formas concretas y visibles de la creación.
Disipadas las tinieblas, surgió la luz y Brahmâ vio en el mundo ideal, hasta
entonces sumido en la mente divina, los arquetipos de las coasas que habían de
tomar forma visible en la manifestación del universo. Porque, como arquitecto
del universo, ha de dar existencia objetiva a los tipos ideales ocultos en el
seno del Eterno, del mismo modo que en la simiente del loto se ocultan las
futuras hojas de la planta. A esto se refiere el versículo del génesis que
dice: “Produzca la tierra árbol de fruto que dé fruto, según su especie, y cuya
semilla esté en él”. En todas las religiones antiguas el “Hijo del Padre”
es el Dios creador, es decir, su manifiesto y visible pensamiento. Antes de la
era cristiana, desde la Trimurti inda hasta la tríada de las Escrituras
hebreas, según la interpretación cabalística, todas las naciones velaron
simbólicamente la trina naturaleza de su Divinidad suprema. En la religión
cristiana, el misterio de la trinidad no es ni más ni menos que el artificioso
injerto de una rama nueva en tronco viejo, y el mismo significado simbólico que
el loto tiene el lirio de la Anunciación en las iglesias latina y griega.
Por
otra parte, como el loto se cría en el agua al calor del sol, los antiguos lo
consideraron hijo del fuego y del agua; de aquí que simbolice también la
dualidad de espíritu y materia. Brahmâ, Jehovah, Adam-Kadmon y Osiris o más
bien Pymander, representan la segunda persona de la Trinidad. Por esta razón es
Pymander, en la teogonía egipcia, el progenitor de todos los dioses solares. El
Eterno es el espíritu ígneo que educe, plasma y desenvuelve todo cuanto al
calor de Brahmâ nace en las aguas, de suerte que Brahmâ es el universo y el
universo es Brahmâ. Tal es la filosofía de Spinoza aprendida de Pitágoras y también
la de Giordano Bruno que, por sostenerla, murió en la hoguera. Para demostrar
los extravíos de la teología cristiana, baste advertir que Giordano Bruno murió
a manos del fanatismo intolerante por la explicación del mismo símbolo que
expusieron los apóstoles y aceptaron los primitivos cristianos. El lirio del
Bodhisat y de Gabriel, que simboliza el agua y el fuego o el concepto de la
creación, se pone de manifiesto en el primitivo sacramento del bautismo.
ACUSACIÓN
CONTRA BRUNO57
Las doctrinas de Bruno y Spinoza son virtualmente
idénticas, aunque éste las exponga de un modo más cauto y velado que el autor
de Causa Principio et Uno o sea Infinito Universo e Mondi. Pero
tanto Bruno, que declara haberse inspirado en Pitágoras, como Spinoza, que sin
declararlo lo deja traslucir, tienen el mismo concepto de la Causa primera.
Según ellos, Dios es entidad per se, el infinito Espíritu, el único Ser
independiente de toda otra causa y efecto, que por su voluntad produjo todas
las cosas y estableció las leyes del universo cuya ordenada existencia mantiene
perpetuamente. De acuerdo con los swâbhâvikas indos, erróneamente
tildados de ateos, quienes dicen que todas las cosas y todos los seres, hombres
dioses y espíritus proceden del Swabhâva o su propia naturaleza (34),
Spinoza y Bruno afirman que es preciso buscar a Dios en la naturaleza y no
fuera de ella. Porque siendo la creación proporcional al poder del creador,
el universo ha de ser tan infinito y eterno como el creador, y cada forma
engendra de su propia esencia otra forma. Los críticos modernos afirman que
Giordano Bruno prefirió dar la vida a ceder en sus convicciones, porque no
le sostenía la esperanza en otro mundo mejor, de lo que parece inferirse
que Giordano Bruno no creía en la inmortalidad del alma, y así lo asegura
Draper al decir con referencia a la multitud de víctimas de la intolerancia
clerical: “El tránsito de esta vida a la otra, aun en circunstancias
aflictivas, era entonces el paso de temporánea pena a eterna felicidad... El
mártir cree que una mano invisible le conduce a través del tenebroso valle...
Bruno no cree en semejante auxilio. Las opiniones filosóficas de por qué
sacrificó su vida no podían prestarle consuelo alguno” (35). Sin embargo,
Draper demuestra conocer muy superficialmente la doctrina de Bruno, dejando de
lado a Spinoza cuya cautelosa exposición de ideas las encubre a quien no sepa
descifrar la metafísica pitagórica. Pero desde el momento en que Bruno
declaraba explícitamente su conformidad con las doctrinas pitagóricas, por fuerza
había de creer en la inmortalidad del alma y no verse privado de la consoladora
esperanza de mejor vida. Su proceso, referido por Berti en la Vida de Bruno,
en vista de documentos originales recientemente publicados, no deja duda
respecto de las verdaderas doctrinas del ilustre filósofo. De conformidad con
los neoplatónicos y los cabalistas, sostenía que Jesús era mago, en el sentido
que Porfirio, Cicerón y Filo Judeo dan a la palabra magia, o sea de sabiduría
divina, capaz de investigar los secretos de la naturaleza. Según Filo Judeo,
los magos son hombres de santidad que, apartados de las cosas de este mundo,
contemplan las virtudes divinas, comprenden claramente la naturaleza de los
dioses y los espíritus e inician a otros hombres en los misterios cuyo
conocimiento les permite relacionarse continuamente en vida con los seres
invisibles.
Pero
mejor se inferirán las ideas de Giordano Bruno de la acusación entablada contra
él por Mocenigo, que dice así:
“Yo,
Zuanio Mocenigo, hijo del muy ilustre señor Marco Antonio, pongo en vuestro
conocimiento, reverendísimos padres, por impulso de mi conciencia y mandato de
mi confesor, que oí decir muchas veces a Giordano, conversando con él en mi
casa, que era blasfemia afirmar la transubstanciación del pan en carne; que no
le satisfacía ninguna religión; que era contrario a la misa; que Cristo era un
pobre hombre cuyas perversas obras para seducir a las gentes justificaban su
crucifixión; que en Dios no puede haber distinción de personas, so pena de
tenerle por imperfecto; que el mundo es eterno y que hay infinitos mundos que
Dios crea continuamente, porque puede hacer cuanto quiere; que Cristo hizo
milagros tan sólo aparentes, pues era mago como lo fueron los apóstoles, y que
él, es decir, Bruno, tiene poder sobrado para hacer más de cuanto ellos
hicieron; que Cristo repugnaba la muerte e hizo cuanto pudo para evitarla; que
no hay castigo para los pecados, y que las almas creadas por obra de la
naturaleza pasan de un animal a otro; y que así como los brutos animales han
nacido de la corrupción, así también los hombres han de nacer otra vez después
de morir (36).
Ha
expresado Bruno su deseo de propagar una secta con el título de Nueva
Filosofía. Dice que la Virgen no pudo haber parido sin dejar de serlo y que
la fe católica está llena de blasfemias contra la majestad de Dios; que los
frailes han de ser despojados de sus bienes y del derecho de controversia,
porque corrompen el mundo y son unos borricos en todas sus opiniones; que los
católicos no tenemos prueba alguna de que nuestra fe sea meritoria a los ojos
de Dios; que el no querer para los demás lo que no queremos para nosotros es
suficiente a la buena conducta, y que se ríe de los demás pecados y se admira
de que Dios consienta tantas herejías en los católicos. Dice que quiere
dedicarse al arte de la adivinación y lograr que todo el mundo le siga; que
Santo Tomás y todos los doctores de la Iglesia, nada saben comparados con él,
pues podría preguntar a los más insignes teólogos del mundo cosas a que ninguno
fuera capaz de responder”.
A
esta acusación respondió Giordano Bruno con la siguiente profesión de fe,
idéntica a la de los antiguos maestros:
“Creo
que el universo es infinito como obra del divino e infinito poder, porque
hubiera sido indigno de la omnipotencia y de la bondad de Dios crear un solo
mundo finito pudiendo crear, además de este mundo, infinitos otros. Por lo
tanto, declaro que hay infinitos mundos parecidos al nuestro, el cual, de
acuerdo con el sentir de Pitágoras, creo que es una estrella de naturaleza
análoga a la luna, a los otros planetas y demás astros, cuyo número es
infinito, y que todos estos cuerpos celestes son mundos innumerables que
constityen el universo infinito en el espacio infinito, y esto es lo que llamo
universo infinito con innumerables mundos; y así tenemos dos linajes de
grandeza infinita en el universo y una multitud de mundos. Esto parece a
primera vista contrario a la verdad, si se compulsa con la fe ortodoxa.
IDEAS
PITAGÓRICAS DE BRUNO58
“Además, en este universo hay una providencia
universal por cuya virtud todos los seres viven, se mueven y perseveran en su
perfeccionamiento. Esto lo entiendo en dos sentidos: primero, a la manera como
el alma está en todo el cuerpo y en cada una de sus partes, a lo que llamo la
naturaleza, sombra o huella de la Divinidad; y segundo, a la manera como está
Dios en todo y sobre todo, por esencia, presencia y potencia, no como parte ni
como alma, sino de modo inefable.
“Además,
creo que todos los atributos de Dios son uno solo y el mismo. De acuerdo con
los más eminentes teólogos y filósofos concibo tres atributos principales:
poder, sabiduría y bondad, o, mejor dicho, voluntad, conocimiento y amor. La
voluntad engendra todas las cosas; el conocimiento las ordena; y el amor las
concierta y armoniza. Así comprendo la existencia de todas las cosas, pues nada
hay que no participe de la existencia ni ésta es posible sin esencia, de la
propia manera que nada es bello sin belleza, y por lo tanto nada puedeescapar a
la divina presencia. Así es que por raciocinio y no por verdad substancial
entiendo distinción en Dios.
“Creo
que el universo con todos sus seres procede de una Causa primera, por lo que no
debe desecharse el nombre de creación a que, según colijo, se refiere
Aristóteles al decir que Dios es aquello de que el universo y la naturaleza
dependen. Así es que, según el sentir de Santo Tomás sea o no eterno el
universo, considerado en razón de sus seres, depende de una Causa primera y
nada hay en él independiente.
“Con
respecto a la verdadera fe, prescindiendo de la filosofía, ha de creerse en la
individualidad de las divinas personas, y que la sabiduría, el Hijo de la
Mente, llamada por los filósofos inteligencia y por los teólogos Verbo, tomó
carne humana. Pero a la luz de la filosofía, dudo de estas enseñanzas
ortodoxas, aunque no recuerdo haberlo dado a entender explícitamente, ni de
palabra ni por escrito, sino de un modo indirecto, al hablar de otras cosas que
con toda sinceridad creo que pueden demostrarse por natural juicio. Así, en lo referente
al Espíritu Santo o tercera persona, no lo comprendo de otra manera que como lo
entendieron Salomón y Pitágoras, es decir, como Alma del universo compenetrado
con el universo, pues según Salomón: “El espíritu de Dios llena toda la tierra
y contiene todas las cosas”. Y esto concuerda asimismo con la doctrina
pitagórica expuesta por Virgilio en el texto de la Eneida, cuando dice:
Principio
coelum ac terras camposque liquentes,
Lucentemque
globum Lunae, Titaniaque astra
Spiritus
intus alit, totamque infusa per artus
Mens
agitat molem...
“De
este Espíritu, vida del universo, procede, a mi entender, la vida y el alma de
todo cuanto tiene alma y vida. Además, creo en la inmortalidad del alma lo
mismo que en la del cuerpo, pues en lo que a su substancia se refiere también
el cuerpo es inmortal, ya que no hay otra muerte que la disgregación, según
parece inferirse de la sentencia del Ecclesiastes, que dice: “Nada hay
nuevo bajo el sol. Lo que es será”.
Tenemos,
por lo tanto, que Bruno no comprende el dogma de la Trinidad ni el de la
Encarnación, según la fe ortodoxa, pero cree firmemente en los milagros de
Cristo, de conformidad con las enseñanzas pitagóricas. Si bajo la implacable
férula de la Inquisición se retractó como Galileo, implorando clemencia de sus
verdugos, hemos de considerar que la naturaleza física flaquea en el tormento
ante la perspectiva de la hoguera.
ENSEÑANZAS
ORIENTALES
Sin
la oportuna publicación del valioso trabajo de Berti, hubiésemos seguido
venerando a Giordano Bruno como un mártir, cuyo busto, coronado de laureles por
mano de Draper, había de ocupar preferente lugar en el panteón de la ciencia
experimental; pero bien vemos que el héroe de una hora no fue ateo ni
materialista ni positivista, sino sencillamente un filósofo de la escuela
pitagórica, que profesaba las doctrinas del Asia Central y poseía las
facultades mágicas tan menospreciadas por la escuela de Draper. Es
verdaderamente jocoso que les haya sobrevenido a los científicos este
contratiempo, después de haber descubierto arqueólogos poco reverentes, que la
estatua de San Pedro era nada menos que la de Júpiter Capiolino, y que el
Josafat de los católicos es el mismo Buda. Resulta, por lo tanto, que ni aun
escudriñando los escondrijos de la historia, encontraremos ni un ápice de
filosofía moderna, sea de Newton, Descartes o Huxley, que no esté entresacado
de las antiguas enseñanzas orientales. El positivismo y el nihilismo tienen su
prototipo en la filosofía exotérica de Kapila, según observa Max Müller. La
inspiración de los sabios indos desentrañó los misterios del Prajnâ Paramitâ
(perfecta sabiduría), y sus manos mecieron la cuna del progenitor de ese
débil, pero bullicioso niño, a que llamamos ciencia moderna.
CAPÍTULO
IV
Prefiero
la noble conducta de Emerson cuando tras varios
desengaños
exclama: “Anhelo la verdad”. Quien realmente
es
capaz de hablar así, siente en su corazón el gozo del
verdadero
heroísmo.
TYNDALL.59
Para que un testimonio sea suficiente se requieren
las
siguientes condiciones:
1ª
Gran número de testigos muy perspicaces que
convengan
en haber visto bien lo que han visto.
2ª
Que los testigos estén sanos de cuerpo y
mente.
3ª
Que sean imparciales y desinteresados.
4ª
Que haya entre ellos asentimiento unánime.
5ª
Que solemnemente atestigüen el hecho.
VOLTAIRE.
– Diccionario filosófico.
El
fervoroso protestante Agenor de Gasparín ha sostenido larga y porfiada lucha
con Des Mousseaux, De Mirville y otros fanáticos que atribuyen todos los
fenómenos espiritistas a la influencia de Satanás. El resultado de esta
contienda han sido dos volúmenes de más de mil quinientas páginas, en que se
prueban los efectos y se niega la causa de los fenómenos, tras
sobrehumanos esfuerzos para explicarlos.
Toda
Europa leyó la severa réplica enviada por Gasparín al Journal des Débats (1)
cuando este periódico motejó de locos rematados a cuantos después de leer el
estudio sobre las “alucinaciones espiritistas” publicado por Faraday,
persistiesen en dar crédito a los fenómenos que Gasparín había descrito
minuciosamente como testtigo presencial. Dice Gasparín en su réplica: “Hay que
andar con cuidado, porque los representantes de las ciencias de experimentación
van en camino de convertirse en inquisidores modernos. Los hechos son
más poderosos que las academias y no dejan de ser hechos, aunque se les
menosprecie, niegue y ridiculice” (2).
FENÓMENOS
PSÍQUICOS
Además,
en la misma obra da Gasparín la siguiente descripción de los fenómenos por él
observados en compañía del profesor Thury. Dice así:
“Vimos
con frecuencia que los pies de la mesa quedaban fuertemente pegados al suelo,
sin que bastaran a levantarla los esfuerzos aunados de todos los circunstantes.
En otras ocaciones presenciamos un fenómeno de vigorosa y perfectamente
definida levitación, así como hemos oído golpes unas veces tan violentos que
amenazaban romper la mesa en pedazos y otras tan tenues que era preciso
escuchar con cuidado para percibirlos... Respecto a las levitaciones sin
contacto hubo medio de obtenerlas fácilmente, con buen éxito, y no en casos
aislados, sino unas treinta veces (3).
“En
cierta ocasión la mesa continuó volteando y levantando los pies a pesar de
haberse sentado encima un hombre que pesaba ochenta y siete kilogramos. Otra
vez la mesa quedó inmóvil, sin que nadie la pudiera menear, no obstante el poco
peso de la persona, que apenas llegaba a dieciséis kilogramos (4). Un día
volteó del revés con los pies al aire sin que nadie la tocara” (5).
A
este propósito, dice De Mirville:
“Ciertamente
que un hombre que repetidas veces ha presenciado el fenómeno, no puede aceptar
el sutil análisis del físico inglés” (6).
Desde
al año 1850, Des Mousseaux y De Mirville, católicos a macha martillo, han
publicado muchas obras de títulos muy a propósito para llamar la atención
pública, que revelan la no disimulada alarma de sus autores, pues si los
fenómenos no hubiesen sido auténticos no se tomara de seguro la iglesia romana
la pena de combatirlos.
La
opinión pública, escépticos aparte, se dividió en la manera de apreciar los
fenómenos. El solo hecho de que la teología temiese mucho más a las posibles
revelaciones obtenidas por medio de este misterioso agente, que a cuantos
conflictos pudieran suscitarle las negaciones de la ciencia, debiera haber
abierto los ojos a los más escépticos. La iglesia romana no ha sido nunca
crédula ni cobarde, como de sobras lo prueba el maquiavelismo peculiar de su
política. Además, nunca le han preocupado los prestidigitadores, porque sabe
hasta dónde pueden llegar sus artimañas, y así deja dormir tranquilos a Roberto
Houdin, Comte, Hamilton y Bosco, mientras que persigue a los filósofos
herméticos, a los místicos, a Paracelso, Cagliostro y Mesmer, y se deshace de
los médiums para entorpecer manifestaciones que considera peligrosas.
Los
incapaces de creer en Satanás y en los dognmas de la Iglesia deben recordar que
el clero es lo suficientemente astuto para no comprometer su reputación
ocupándose de manifestaciones fraudulentas. Pero uno de los más valiosos
testimonios de la realidad de los fenómenos psíquicos es el del famoso
pretidigitador Roberto Houdin, quien nombrado perito por la Academia de
Ciencias para informar sobre las maravillosas facultades clarividentes que,
entremezcladas de ocasionales equivocaciones, demostraban los movimientos de
una mesa, dijo: “Los prestidigitadores no nos equivocamos nunca y hasta ahora
no ha fallado mi segunda vista”.
El
distinguido astrónomo Babinet no tuvo mejor fortuna al elegir al célebre
ventrílocuo Comte como perito para informar sobre un caso de voces y golpes,
pues se echó a reír delante del mismo Babinet por haber éste supuesto que el
fenómeno tenía por causa el ventriloquismo inconsciente, hipótesis
dignamente gemela de la cerebración inconsciente que, por lo
evidentemente absurda, sonrojó a académicos más escépticos.
A
este propósito dice Gasparín:60
“Nadie niega la suma importancia y magnitud del
problema de lo sobrenatural, según se planteó en la Edad Media y está planteado
hoy día... Todo en él es profundamente serio: el mal, el remedio, la
recrudescencia de la superstición y el fenómeno físico que ha de extirparla”
(7).
LA
ENCICLOPEDIA DEL DIABLO
Más
adelante expone su definición sobre la materia, convencido por las
manifestaciones presenciadas, según él mismo afirma. Dice así:
“Son
ya tan numerosos los hechos sacados a la luz de la verdad, que de hoy más se ha
de dilatar el campo de las ciencias naturales o se extenderá el de lo
sobrenatural más allá de todo límite” (8).
De
las muchas obras escritas por los autores católicos y protestantes en contra
del espiritismo, ningunas causaron tan tremeno efecto como las de De Mirville y
Des Mousseaux (9) que constituyen una verdadera enciclopedia biográfica del
diablo y sus retoños, para íntima delectación de los buenos católicos desde los
tiempos medioevales. Según estos dos autores, “el espíritu maligno, embustero y
asesino desde un principio, es el instigador de los fenómenos espiritstas, que
después de haber presidido durante miles de años la teurgia pagana, ha
reaparecido en nuestro siglo a favor del incremento de las herejías, de la
incredulidad y del ateísmo”. La Academia francesa lanzó al oír esto un grito de
indignación y Gasparín lo tuvo por insulto personal, diciendo:
“Esto
es una declaración de guerra, un llamamiento a las armas. La obra de De
Mirville es un verdadero manifiesto. Me hubiera alegrado de ver en ella la
expresión estricta de personales opiniones; pero es imposible, porque el éxito
de la obra, las explícitas adhesiones recibidas por el autor, la reproducción
de su tesis en los periódicos católicos, la solidaridad de los ultramontanos en
esta materia, todo contribuye a dar a la obra el carácter de un acto y de una
labor colectiva. Por consiguiente, me considero en el deber de recoger el
guante e izar la bandera del protestantismo contra el estandarte ultramontano”
(10).
Como
era de esperar, los médicos, asumiendo el papel de los coros griegos, asentían
a cuantas reconvenciones se lanzaban contra los dos escritores demonólogos. La
revista Anales Médico-Psicológicos, dirigida por Brierre de Boismont y Cerise,
publicó un artículo en el que se leía el siguiente párrafo: “Dejando aparte las
luchas políticas, jamás se había atrevido un escritor en nuestro país a tan
agresivas acometividades contra el sentido común. Entre ruidosas carcajadas por
una parte y encogimiento de hombros por otra, el autor se presenta
resueltamente ante los miembros de la Academia para entregarles lo que
modestamente titula: Memoria sobre el Diablo (11).
No
cabe duda de que esta Memoria era un punzante insulto a los académicos,
ya acostumbrados desde 1850 a excesivas humillaciones. ¡Peregrina idea fue
llamar la atención de los inmortales sobre las travesuras del diablo! Juraron
vengarse unánimemente forjando una hipótesis que aventajase, en lo absurda, a
la misma demonología de De Mirville. Dos médicos famosos, Royer y Jobart de
Lamballe, presentaron al Instituto un alemán cuyas habilidades daban la clave
de los fenómenos psíquicos.
A
este propósito dice De Mirville:
“Nos
sonroja decir que todo el fraude consistía en la dislocación de uno de los
tendones de la pierna, según se demostró ante el Instituto de Francia en pleno,
cuyos miembros agradecieron tan interesante comunicación, y pocos días después
un catedrático de la Facultad de Medicina daba públicas seguridades (12) de
que, puesto que los académicos habían expuesto su opinión, ya estaba
descubierto el misterio (13).
Pero
estas científicas explicaciones no entorpecían el curso de los fenómenos
psíquicos ni embarazaban la pluma de los dos escritores católicos en la
exposición de sus ortodoxas teorías demonológicas. Des Mousseaux dijo que la
Iglesia nada tenía que ver con sus libros, y al propio tiempo presentaba a la
Academia un trabajo (14) del que entresacamos el siguiente párrafo:
“El
diablo es la principal columna de la fe. Su historia está íntimamente
relacionada con la de la Iglesia y seguramente no hubiese caído el hombre sin
las sugestivas palabras que pronunció por boca de su medianera la serpiente. De
modo que a no ser por el diablo, el Salvador, el Redentor, el Crucificado,
hubiese sido un ente ridículo y la cruz un agravio al sentido común”.
LA
CIENCIA CONTRA LA TEOLOGÍA
Conviene
advertir que este autor es eco fiel de la Iglesia, que igualmente anatematiza a
quien niega la existencia de Dios que la del diablo.
Pero
el marqués De Mirville lleva más allá las relaciones entre Dios y el diablo,
considerándolas como una sociedad mercantil en que Dios accede resignadamente a
cuanto el diablo le propone con miras de exclusivo provecho. Así parece
inferirse del siguiente pasaje:
“Al
sobrevenir la irrupción espiritista de 1853, con tanta indiferencia mirada, nos
atrevemos a decir que era síntoma amenazador de una catástrofe. Bien es verdad
que el mundo está en paz, pero no todos los desastres tienen los mismos
antecedentes, y presentimos el cumplimiento de la ley expresada por Goërres al
decir que “estas misteriosas apariciones han precedido invariablemente a los
castigos de Dios” (15).
Estas
escaramuzas entre los campeones del clero y la materialista Academia de
Ciencias demuestran la poca eficacia de los esfuerzos de la docta corporación
para desarraigar el fanatismo, aun de los mismos que presumen de cultos. La
ciencia no ha vencido, ni siquiera ha refrenado a la teología, y tan sólo
prevalecerá 61
contra ella cuando reconozca en los fenómenos
psíquicos algo más que alucinación y charlatanería. Pero ¿cómo lograrlo si no
se los investiga? Si por ejemplo, hubiese padecido Oersted de psicofobia y
receloso de que las gentes supersticiosas empleaban las agujas magnéticas para
hablar con los espíritus, no se hubiera detenido a observar las variaciones de
dichas agujas en sentido perpendicular a la corriente eléctrica que pasaba por
un alambre colocado junto a ella, de seguro que no enriqueciera el sabio danés
las ciencias experimentales con los principios referentes al
electro-magnetismo. Babinet, Royer y Jobert de Lamballe son los tres miembros
del Instituto que más se han distinguido, aunque sin lauro, en la contienda
entre el escepticismo y el supernaturalismo. Babinet, el famoso astrónomo, se
aventuró imprecavidamente en el campo de los fenómenos y quiso explicarlos
científicamente; pero aferrado a la vana opinión, tan general en los
científicos, de que las manifestaciones psíquicas no resistirían más allá de un
año a un examen minucioso, cometió la imprudencia de exponerlo así en los
artículos que, como acertadamente observa De Mirville, apenas llamaron la
atención de sus colegas y en modo alguno la del público.
EL
VENTRILOQUISMO DE BABINET
Babinet
admite desde luego sin dudar en lo más mínimo la rotación de las mesas, que
según dice “es capaz de manifestarse enérgicamente con movimiento velocísimo,
que ofrece vigorosa resistencia cuando se intenta detenerlo” (16).
El
insigne astrónomo explica el hecho del modo siguiente: “Los débiles y
concordados impulsos de las manos puestas encima de la mesa la empujan
suavemente hasta oscilar de derecha a izquierda... Cuando al cabo de un rato se
inicia en las manos un estremecimiento nervioso y se armonizan los impulsos
individuales de los experimentadores, empieza la mesa a moverse” (17).
Babinet
considera esta explicación muy sencilla, “porque el esfuerzo muscular obra como
en las palancas de tercer orden, en que el punto de apoyo está muy cerca de la
potencia que comunica gran velocidad al objeto, a causa de la corta distancia
que ha de recorrer la fuerza motora... Algunos se maravillan de que una mesa
sujeta a la acción de varios individuos sea capaz de vencer poderosos
obstáculos y que se rompan las patas cuando se la detiene bruscamente; pero
esto nada de particular tiene en comparación de la energía desarrollada por la armonía
y concordancia de los impulsos individuales... Repetimos que no ofrece
dificultad alguna la explicación física del fenómeno” (18).
De
este informe se infieren claramente dos conclusiones: la realidad del fenómeno
y lo ridículo de su explicación. Babinet dio con ello motivo a que alguien se
riera de él, pero como buen astrónomo sabe que también el sol tiene manchas.
Además,
aunque Babinet lo niegue, hemos de tener en cuenta la levitación de la mesa sin
contacto. De Mirville dice que la tal levitación es “sencillamente imposible,
tan imposible como el movimiento continuo” (19). impo
¿Quién
se atreverá después de esto a creer en las imposibilidades científicas?
Pero
las mesas no se contentan con oscilar, bailar y voltear, sino que también
resuenan con golpes, a veces tan fuertes como pistoletazos. Sin embargo, la
explicación científica no llega más que a suponer ventrílocuos a los
testigos y a los investigadores.
Babinet
publicó a este propósito, en la Revista de Ambos Mundos, un soliloquio
dialogado a la manera del En Soph de los cabalistas. Dice así:
-¿Qué
podemos inferir en definitiva de los fenómenos sometidos a nuestra observación?
¿Se producen tales golpes?
-Sí.
-¿Responden
a preguntas?
-Sí.
-¿Quién
produce estos golpes?
-Los
médiums.
-¿Cómo?
-Por
el ordinario método acústico del ventriloquismo.
-¿Pero
no podrían proceder estos golpes del crujido de los dedos de manos y pies?
-No,
porque entonces procederían siempre del mismo punto, y no sucede así (20).
A
este propósito dice De Mirville:
“Ahora
bien, ¿qué pensar de los norteamericanos y de sus millares de médiums,
que producen los mismos golpes ante millares de testigos? De seguro que Babinet
lo achará a ventriloquismo. Pero ¿cómo explicar semejante imposibilidad?
Oigamos a Babinet, para quien es la cosa más fácil del mundo: “La primera
manifestación observada en los Estados Unidos, se debió en resumen a un
muchacho callejero que golpeó la puerta de un vecino, atraído tal vez por una
bala de plomo pendiente de un hilo; y si el señor Weekman, el primer creyente
de América, al notar por tercera vez los golpes, no oyó risas en la calle, fue
por la esencial diferencia entre un francés medio árabe y un inglés aquejado de
lo que llamamos alegría fúnebre” (21)
en
su famosa réplica a los ataques de Gasparín, Babinet y otros escritores, dice
De Mirville: “Según los insignes físicos que han informado sobre el particular,
las mesas voltean rápida y vigorosamente, ofrecen resistencia y, como ha
demostrado Gasparín, se levantan sin que nadie las toque. Así como un
juez decía que le bastaban tres palabras de puño y letra de un hombre para
condenarlo a muerte, del mismo modo con las 62
anteriores líneas nos empeñamos en confundir a los más
famosos físicos del mundo y aun a revolucionar el globo, a menos que Babinet no
hubiese tomado la precaución de indicar, como Gasparín, alguna ley o fuerza
todavía desconocida. Porque esto zanjaría definitivamente la cuestión” (22).
Pero
en las notas relativas a los fenómenos e hipótesis físicas llega a su colmo la
insuficiencia de Babinet para explorar el campo del espiritismo.
Parece
que De Mirville se muestra muy sorprendido de la maravillosa índole del
fenómeno ocurrido en el Presbiterio de Cideville (23) hasta el punto de
rehusar la responsabilidad de su publicación, no obstante haber sido
presenciado por jueces y testigos. Consistió dicho fenómeno en que en el
preciso instante pronosticado por un hechicero, se oyó un ruidoso trueno encima
de la casa rectoral, y al punto penetró en ella un fluido a manera de rayo que
derribó por el suelo a cuantos allí estaban al amor de la lumbre, tanto a los
que creían como a los que no en el poder del hechicero. Después de llenar el
aposento de animales fantásticos, subió por la chimenea y desapareció, no sin
producir un estruendo tan espantoso como el primero. Sin embargo, añade De
Mirville que como ya tenía sobradas pruebas de los fenómenos psíquicos, no
quiso añadir esta nueva enormidad a otras tantas” (24).
Pero
Babinet, que con sus eruditos colegas tanto se había mofado de los dos
demonólogos, y que por otra parte estaba resuelto a demostrar la falsedad de
semejantes relatos, no puiso dar crédito al fenómeno de Cideville y en cambio
relató otro mucho más inverosímil, según comunicación dirigida a la Acadamia de
Ciencias, el 5 de Julio de 1852, reproducida sin comentario alguno y tan sólo
como ejemplo de rayo esferoidal, en las obras de Arago (26).
EL
METEORO FELINO
Dice
así literalmente:
“Un
aprendiz de sastre, que vivía en la calle de Saint-Jacques, estaba acabando de
comer cuando oyó un fortísimo trueno y poco después vio que caía la pantalla de
la chimenea como empujada por el viento, e inmediatamente salió pausadamente
del interior de la chimenea un globo de fuego del tamaño de la cabeza de un
niño, que dio la vuelta por la habitación sin tocar al suelo. El aspecto de
este globo era como de un gato que anduviese sin patas, y parecía más bien
brillante y luminoso que caliente e inflamado, porque el aprendiz no notaba
sensación de calor. Se aproximó el globo a los pies del muchacho, a manera de
los gatos cuando se restriegan contra las piernas de una persona; pero el aprendiz
se apartó para evitar el contacto con aquel meteoro, aunque pudo examinarlo a
su sabor mientras se fue moviendo alrededor de sus pies. Después de vacilar en
opuestas direcciones, desde el centro de la habitación se elevó el globo hasta
la altura de la cabeza del aprendiz, quien se echó hacia atrás para que no le
diese en la cara. Al llegar a cosa de un metro del suelo, se dilató el globo
ligeramente, tomando una dirección oblicua hacia un agujero de la pared, a un
metro de altura sobre la campana de la chimenea, con la particularidad de que
este agujero se había practicado para dar paso al cañón de la estufa en
invierno, y como estaba entonces empapelado como el resto de la pared no
podía verlo el globo, según dijo ingenuamente el aprendiz. Sin embargo, el
globo se dirigió directamente al agujero, despegó el papel sin estropearlo y
salióse por la chimenea, hasta que al cabo de buen rato llegó al extemo
superior del tiro, a una altura de dieciocho metros sobre el nivel del suelo, y
produjo un estallido todavía más espantoso que el primero, que derribó parte de
la chimenea”.
A
este propósito, observa De Mirville en su crítica: “Podemos aplicar a Babinet
lo que cierta señora muy mordaz le dijo en una ocasión a Raynal: Si no es usted
cristiano no será por falta de fe” (26).
Aparte
de los polemistas católicos, el doctor Boudin se maravillaba de la credulidad
de Babinet en lo tocante al llamado meteoro que cita con toda seriedad en un
estudio que sobre el rayo publicaba a la sazón, donde dice: “Si estos pormenores
son exactos como parecen serlo, desde el momento en que los admiten Babinet y
Arago, difícilmente podremos seguir llamando a dicho fenómeno rayo esférico.
Sin embargo, dejaremos que otros expliquen, si pueden, la naturaleza de un
globo de fuego que no da calor y tiene aspecto de un gato que se pasea
tranquilamente por la habitación y halla medios de escapar por el tubo de la
chimenea a través de un agujero tapado con el papel de la pared que despega sin
estropearlo” (27).
Añade
De Mirville: “Somos de la misma opinión que el erudito médico, en cuanto a la
dificultad de definir exactamente el fenómeno, pues de la misma manera
podríamos ver algún día rayos en forma de perro o de mono. Verdaderamente
espeluzna la idea de toda una meteorológica colección de fieras que, gracias al
rayo, se metieran sin más ni más en nuestras habitaciones para pasearse a su
antojo”.
Dice
Gasparín en su enorme volumen de refutaciones: “En cuestiones de testimonio no
puede haber certidumbre desde que atravesamos los límites de lo sobrenatural”
(28).
Como
quiera que no están suficientemente determinados estos límites, ¿cuál de ambos
antagonistas reúne mejores condiciones para emprender tan difícil tarea?; ¿cuál
de los dos ostenta mayores títulos para erigirse en árbitro público?; ¿no será
acaso el bando de la llamada superstición, que cuenta con el apoyo de miles de
testigos que durante dos años presenciaron los prodigiosos fenómenos de
Cideville? ¿Daremos crédito a este múltiple testimonio o asentiremos a lo que
dice la ciencia, representada por Babinet, quien, por el único testimonio del
aprendiz de sastre, admite el rayo esférico, o meteoro felino, y lo
considera como uno de tantos fenómenos naturales?63
THURY CONTRA GASPARÍN
En
un artículo periodístico (29), cita Crookes la obra de Gasparín titulada: La
ciencia hacia el espiritismo, y dice a este propósito: “El autor concluye
por afirmar que todos estos fenómenos derivan de causas naturales, sin que haya
en ellos milagro alguno ni tampoco intervención de espíritus ni diabólicas
influencias. Gasparín considera comprobado por sus experimentos, que en
determinadas condiciones fisiológicas la voluntad puede actuar a distancia
sobre la inerte materia, y la mayor parte de su obra está dedicada a determinar
las leyes y condiciones bajo las cuales se manifiesta dicha acción
Ciertamente
es así; pero en cambio, hay en la obra de Gasparín muchos otros puntos, como
contestaciones, réplicas y memorias demostrativas de que, aunque pío
calvinista, no cede en fanatismo religioso a Des Mousseaux ni a De Mirville,
católicos ultramontanos. El mismo Gasparín denota su espíritu de partido al
decir: “Me considero en el deber de izar la bandera protestante frente al
estandarte ultramontano"”(30). eN lo tocante a los fenómenos psíquicos,
sólo pueden ser válidos los testigos serenos e imparciales y el dictamen de los
científicos que no tengan determinado interés en el asunto. La verdad es una, e
innumerables las sectas religiosas que presumen de poseerla por entero; y si
para los ultramontanos el diablo es el más firme sostén de la iglesia católica,
para Gasparín ya no ha vuelto a haber milagros desde el tiempo de los
apóstoles. Pero Crookes cita asimismo a Thury, profesor de Historia Natural en
la Universidad de Ginebra y colaborador de Gasparín en la investigación de los
fenómenos de Valleyres, aunque contradice terminantemente las afirmaciones de
su colega. Dice Gasparín que “la principal y más necesaria condición para
producir el fenómeno es la voluntad del experimentador, pues sin voluntad nada podrá
lograrse, aunque se mantenga formada la cadena durante veinticuatro horas
seguidas” (31). Esto demuestra que Gasparín no distingue entre los fenómenos
psíquicos y los simplemente magnéticos, dimanantes de la persistente voluntad
de los experimentadores, entre quienes tal vez no haya uno solo con aptitudes
mediumnísticas desenvueltas ni latentes. Los fenómenos magnéticos resultan
siempre de la acción conscientemente voluntaria de quienes se esfuercen en
obtenerlos, al paso que los fenómenos psíquicos obran sobre el sujeto receptivo
independientemente de él y muchas veces contra su propia voluntad. El
hipnotizador logra cuanto está al alcance de su fuerza volitiva. El médium, por
el contrario, será instrumento tanto más a propósito para la producción del fenómeno
cuanto menos ejercite su voluntad, y las probabilidades de logro estarán en
razón inversa del ansia que sienta de producirlo. El hipnotizador requiere
temperamento activo y el médium pasivo. Esto es el abecé del espiritismo y lo
saben todos los médiums. Dijimos que Thury discrepaba de Gasparín en lo
referente a la hipótesis de la voluntad, y así lo demuestra la siguiente carta
dirigida a su colega en respuesta a la súplica que éste le hizo para que
rectificara la última parte de su informe. Dice así: “Comprendo la justicia de
vuestras observaciones referentes a la última parte de mi informe, que acaso
concite contra mí la animadversión de los científicos; pero no obstante lo
mucho que deploro que mi resolución le haya disgustado tanto, persisto en ella
porque la considero hija del deber a que sin traición no puedo faltar.
Por
lo que a la ciencia se refiere, declaro que todavía no está demostrada
científicamente la imposibilidad de la intevención de los espíritus en estos
fenómenos, pues tal es la conclusión de mi informe, y si así no lo dijese
me expondría a empujar por vías de múltiples y equívocas salidas, en el caso de
que contra toda esperanza hubiese algo de verdad en el espiritismo, a cuantos
después de leído mi informe quisieren estudiar estos fenómenos.
CONTRADICCIONES
DE GASPARÍN
Sin
salirme de los fenómenos de la ciencia, según yo la entiendo, cumpliré mi deber
por completo sin segundas intenciones de amor propio, y como a vuestro juicio
puede ocasionar esto un escándalo mayúsculo, no quiero avergonzarme de ello.
Además, insisto en que mi opinión es tan científica como otra cualquiera.
Aunque quisiera demostrar la hipótesis de la intervención de espíritus
desencarnados no podría hacerlo por insuficiencia de los fenómenos observados;
pero estoy en situación de resistir victoriosamente todas las objeciones.
Quieran o no, han de aprender los científicos por experiencia propia y por sus
propios errores a suspender su juicio en cosas que no hayan examinado
suficientemente. Conviene que no se pierda la lección que les disteis sobre
este particular”.
Ginebra,
21 de Diciembre de 1854.
Analicemos
esta carta para ver si descubrimos, no precisamente lo que el autor opina, sino
lo que no opina acerca de la nueva fuerza. Por lo menos es indudable que el distinguido
físico y naturalista demuestra científicamente la realidad de algunas
manifestaciones psíquicas; pero, de acuerdo con Crookes, no las atribuye a los
espíritus de los difuntos, pues no ve demostración de esta hipótesis, ni
tampoco cree en los diablos del catolicismo (32).
Pena
nos causa decir que Gasparín cae en muchas contradicciones y absurdos, pues
mientras por una parte vitupera acerbamente a los adictos a Faraday, por otra
atribuye a causas naturales fenómenos que llama mágicos. Dice a este propósito:
“Si no hubiéramos de tener en cuenta otros fenómenos que los explicados por el
ilustre físico, cerraríamos los labios; pero nosotros hemos ido aún más allá, y
¿de qué han de servirnos esos aparatos que todo lo explican por la presión
inconsciente? Sin embargo, la mesa resiste a la presión y al 64
impulso, y a pesar de que nadie la toca, sigue el
movimiento de los dedos que hacia ella señalan, se levanta sin contacto alguno
y gira de arriba abajo” (33).
Pasa
después Gasparín a explicar los fenómenos por su cuenta y dice: “Las gentes los
atribuirán a milagro y no faltará quien los crea obra de magia. Cada nueva ley
les parece un prodigio. Pero yo me encargo de calmar los ánimos, porque en
presencia de semejantes fenómenos no hemos de trasponer los límites de las
leyes naturales” (34).
Por
nuestra parte no los hemos traspuesto. ¿Pero están seguros los científicos de
poseer la clave de estas leyes? Gasparín presume poseerla, como vamos a ver.
Dice así:
“No
me arriesgo a dar explicación alguna, porque no es asunto de mi incumbencia. Mi
propósito no va más allá de atestiguar los hechos y sostener una verdad que la
ciencia intenta sofocar. Sin embargo, no puedo resistir a la tentación de
manifestar a quienes nos confunden con los iluminados o con los brujos, que las
manifestaciones en cuestión pueden explicarse de acuerdo con los principios
generales de la ciencia.
En
efecto; si suponemos que de los experimentadores, y más particularmente de
algunos de ellos, emana un fluido cuya dirección esté determinada por la
voluntad del individuo, no será difícil comprender cómo gira o se levanta la
mesa por la acción del fluido acumulado sobre ella. Supongamos también que el
vidrio es mal conductor de dicho fluido y tendremos explicado el por qué un
vaso puesto en medio de la mesa interrumpe la rotación, mientras que si lo
ponemos a un lado, se acumula todo el fluido en el opuesto, que por esta razón
la levanta en alto”.
Aparte
de algunos pormenores no desdeñables, podríamos aceptar esta explicación si
todos los circunsantes fuesen hábiles hpnotizadores, y mucho también pudiéramos
admitir respecto a la intervención de la voluntad, de acuerdo con el erudito
ministro de Luis Felipe; pero ¿qué decir de la inteligencia denotada por la
mesa en sus respuestas? Con seguridad que estas respuestas no podían ser
colectivo reflejo cerebral de los circunstantes, según opina Gasparín, porque
las ideas de ellos discrepaban no poco de la en extremo liberal filosofía
expuesta por la maravillosa mesa. Sobre esto nada dice Gasparín, como si a
cualquier explicación recurriera con tal de no admitir la influencia de los
espíritus, ni humanos, ni satánicos, ni elementales.
Resulta,
por lo tanto, que la “simultánea concentración del pensamiento” y “la
acumulación de fluidos” no son más satisfactorias explicaciones que la “fuerza
psíquica” de otros científicos. Preciso es buscar nuevas soluciones que de
antemano calificamos de insuficientes, por numerosas que sean, hasta que la
ciencia reconozca por causa de los fenómenos psíquicos una fuerza externa a los
circunstantes y más inteligente que todos ellos.
LA
FUERZA ECTÉNICA
El
profesor Thury rechaza a un tiempo la hipótesis de los espíritus desencarnados,
la de las influencias diabólicas y la de los teurgos y herméticos sintetizada
en la sexta de Crookes (35) y expone otra, a su entender, más prudente, con
desconfianza respecto de las demás, si bien admite hasta cierto punto “la
acción inconsciente de la voluntad”, de acuerdo con Gasparín. A este propósito
dice Thury: “Respecto a los fenómenos de levitación sin contacto y el empuje de
la mesa de un sitio a otro por manos invisibles, no cabe demostrar a priori su
imposibilidad, y en consecuencia, nadie tiene derecho a calificar de absurdas
las pruebas efectuadas”.
Por
lo que toca a la hipótesis de Gasparín, la juzga Thury muy severamente, según
puede colegirse del siguiente pasaje de De Mirville: “Admite Thury que en los
fenómenos de Valleyres estaba la fuerza en el individuo, mientras
que nosotros decimos que era a un tiempo intrínseca y extrínseca y que, por
regla general, es precisa la acción de la voluntad. Después de todo repite
Thury lo que ya había dicho en el prefacio de su obra, conviene a saber: “El
barón de Gasparín nos presenta hechos escuetos de cuyas explicaciones no
responde, tal vez por ser tan endebles que se desvanecen de un soplo sin
que apenas quede nada de ellas. Respecto a los hechos no es posible dudar en
delante de su autenticidad”.
Según
nos dice Cookes, el profesor Thury “refuta las explicaciones de Gasparín y
atribuye los fenómenos psíquicos a una substancia fluídica, a un agente que,
como el éter lumínico de los científicos, interpenetra todos los cuerpos
materiales orgánicos e inorgánicos. A este agente le llama psícodo, y
después de discutir las propiedades de este estado o forma de materia, propone
que se denomine fuerza ecténica a la ejercida cuando la mente actúa a
distancia por influencia del psícodo” (36). Más adelante observa Crookes que la
fuerza ecténica de Thury es idéntica a la fuerza psíquica por él apuntada.
Fácilmente
podríamos demostrar que tanto la fuerza ecténica como la fuerza psíquica,
además de ser iguales entre sí, lo son a la luz astral o sidérea de los
alquimistas (37) y al akâsha o principio de vida, la omnipenetrnte
fuerza que desde hace miles de años conocieron los gimnósofos, los magos indos
y los adeptos de todos los países, y aun hoy se valen de ella los lamas del
Tíbet, los fakires taumaturgos y algunos prestidigitadores indos.
En
muchos casos de rapto provocado artificialmente por sugestión hipnótica, es
posible y aun probable que el “espíritu” del sujeto actúe influido por la
voluntad del hipnotizador; pero cuando el médium permanece consciente mientras
se producen fenómenos psíquicofísicos que denoten una dirección inteligente, el
agotamiento físico se traducirá en postración nerviosa, a menos que el médium
sea mago capaz de proyectar su doble. Por lo tanto, parece concluyente la
prueba de que el médium es pasivo instrumento de entidades invisibles que
disponen de fuerzas ocultas. Pero no obstante la identidad de la fuerza ecténica
de Thury y la 65
psíquica de Crookes, sus respectivos mantenedores
discrepan en cuanto a las propiedades que les atribuyen, pues mientras Thury
admite que los fenómenos son producidos con frecuencia por voluntades no
humanas, corroborando con ello la sexta hipótesis de Crookes, éste se reserva
su opinión respecto a la causa de los fenómenos, cuya autenticidad no pone en
duda. Así vemos que ni Gasparín y Thury, que investigaron los fenómenos psíquicos
en 1854, ni Crookes, que se convenció de su realidad en 1874, les han dado
explicación definitiva, a pesar de sus conocimientos en ciencias
físico-químicas y de haber dedicado toda su atención a tan arduo problema. el
resultado es que en veinte años ningún científico ha dado ni un paso en la
solución del enigma que sigue tan inexpugnable como castillo de hadas.
ATEÍSMO
CIENTÍFICO
¿Sería
impertinencia sospechar que los científicos modernos se mueven en un círculo
vicioso? Agobiados sin duda por la pesadumbre del materialismo y la
insuficiencia de las llamadas ciencias experimentales para demostrar
tangiblemente la existencia del mundo espiritual, mucho más poblado que el
visible, no tienen otro remedio que arrastrarse por el interior del círculo vicioso,
sin querer, más bien que sin poder, salir del hechizado recinto para explorar
lo que fuera de él existe. Sus preocupaciones son el único embarazo que les
impide reconocer la causa de hechos innegables y relacionarse con
hipnotizadores tan expertos como Du Potet y Regazzoni.
Preguntaba
Sócrates: “¿Qué engendra la muerte? –La vida –le respondieron (38)... ¿Puede el
alma, puesto que es inmortal, dejar de ser imperecedera?” (39). El profesor
Lecomte dice: “La semilla no puede germinar sin que en parte consuma”. Y San
Pablo exclama: “Para que la simiente se avive es preciso que muera”.
Se
abre la flor, se marchita y muere; pero deja tras sí el aroma que perdura en el
ambiente cuando ya sus pétalos están hechos polvo. Nuestros sentidos corporales
no lo advierten y sin embargo existe. El eco de la nota emitida por un
instrumento perdura eternamente. Jamás se extingue por completo la vibración de
las invisibles ondas del mar sin orillas del espacio. Siempre viven las
energías transportadas del mundo de la materia al mundo del espíritu. Y el
hombre, preguntamos nosotros, el hombre, entidad que vive, piensa y razona, la
divinidad residente en la obra maestra de la naturaleza, ¿habría de abandonar
su estuche para no vivir jamás? ¿Cómo negar al hombre cuyas cualidades
fundamentales son la conciencia, la mente y el amor, el principio de
continuidad que reconocemos en la llamada inorgánica materia del flotante
átomo? No cabe más descabellada idea. Cuanto mayor es nuestro conocimiento,
mayor es también la dificultad de concebir el ateísmo científico. Se comprende
que un hombre ignorante de las leyes de la naturaleza, sin noción alguna de las
ciencias físico-químicas, pueda caer funestamente en el materialismo, empujado
por la ignorancia o por la incapacidad de comprender la filosofía de la
ciencia, ni de colegir ninguna analogía entre lo visible y lo invisible. Un
metafísico por naturaleza, un soñador ignorante, pueden despertar bruscamente y
atribuir a ilusión y ensueño todo cuanto imaginaron sin pruebas tangibles; pero
un científico familiarizado con las modalidades de la energía universal no
puede sostener que la vida es tan sólo un fenómeno de la materia, so pena de
confesar su incapacidad para analizar y debidamente comprender el alfa y el
omega de la misma materia.
El
escepticismo sincero respecto a la inmortalidad del alma es una enfermedad, una
deformación cerebral, que ha existido en toda época. Así como algunas criaturas
nacen envueltas en el omento, así también hay hombres incapaces de desprenderse
durante toda su vida de la membrana que embota sus espirituales sentidos. Pero
la vanidad es el verdadero sentimiento que les mueve a rechazar los
fenómenos mágicos y espirituales, sin otro argumento que el siguiente:
“Nosotros no podemos producir ni explicar estos fenómenos; por lo tanto, no
existen ni nunca han existido. Hace unos treinta años, Salverte
sorpendió a los “crédulos” con su obra: Filosofía de la magia, en la que
pretendía explicar la causa operante de los milagros bíblicos y de los
santuarios paganos. En resumen, los atribuye a largos años de observación,
aparte de un profundo conocimiento de las ciencias físicas y metafísicas, en
cuanto lo permitía la ignorancia de la época, con su secuela de imposturas,
prestidigitación, ilusiones ópticas y fantasmagoría, que a fin de cuentas,
convierten, según el autor, a los taumaturgos, profetas y magos, en pícaros y
bribones, y al resto de los mortales en necios y bobos.
De
la índole y valía de las pruebas podrá colegir el lector por la que aduce el
pasaje siguiente: “Aseguraban los entusiastas discípulos de Jámblico, que al
orar se levantaba a diez codos del suelo, y engañados por esta metáfora han
tenido los cristianos la candidez de atribuir el mismo milagro a Santa Clara y
a San Francisco de Asís” (40). Según Salverte, los centenares de viajeros que
atestiguan haber visto idéntico fenómeno en los fakires, serían todos unos
embusteros o estarían alucinados. Sin embargo, hace poco tiempo, el eminente
Crookes atestiguó un fenómeno de esta índole en condiciones que imposibilitaban
todo fraude; y de la propia suerte habían aseverado lo mismo mucho tiempo antes
infinidad de testigos, a quienes sistemáticamente se les niega crédito.
CONFUSIONES
DE LOS CIENTÍFICOS
Paz
a tus científicas cenizas ¡oh crédulo Salverte! ¿Quién sabe si antes de
concluir el presente siglo la sabiduría popular habrá inventado este nuevo
proverbio: “Tan increíblemente crédulo como un científico”.
¿Por
qué ha de parecer imposible que una vez separado el espíritu del cuerpo pueda
animar una forma imperceptible, creada por la fuerza mágica, psíquica, ecténica
o etérea, como quiera llamársela, con el auxilio 66
de entidades elementarias que al efecto proporcionen
la sublimada materia de un cuerpo? La única dificultad está en no darse cuenta
de que el espacio no está vacío, sino repleto de los arquetipos de cuanto fue,
es y será, y poblado de seres pertenecientes a diversas estirpes distintas de
la nuestra.
Muchos
científicos han reconocido la autenticidad de fenómenos en apariencia
sobrenaturales, porque como el citado caso de levitación, contrarían la ley de
la gravedad; pero al investigarlos, se enredaron en inextricables dificultades
por su desgraciado intento de darles explicación con hipótesis basadas en las
leyes conocidas de la naturaleza.
En
el resumen de su obra, concreta De Mirville la argumentación de los científicos
adversarios del espiritismo en cinco paradojas a que llama confusiones,
conviene a saber:
Primera
confusión. – La de Faraday, quien
explica el fenómeno de la mesa diciendo que ésta empuja al
experimentador a causa de la resistencia que la hace retroceder.
Segunda
confusión. – La de Babinet, quien
explica los golpes diciendo que de buena fe y con perfecta conciencia los
producen ventrílocuos, cuya facultad implica necesariamente mala fe.
Tercera
confusión. – La de Chevreuil, quien
explica la facultad de mover los muebles sin tocarlos, por la previa
adquisición de esta facultad.
Cuarta
confusión. – La del Instituto de
Francia, cuyos miembros aceptan los milagros con tal que no caontraríen las
conocidas leyes de la naturaleza.
Quinta
confusión. – La de Gasparín, que
supone fenómenos sencillos y elementales, los que todos niegan porque nadie vio
otros iguales (41).
Mientras
los científicos de fama admiten tan fantásticas hipótesis, algunos neurópatas
de menor cuantía explican los fenómenos psíquicos por medio de un efluvio
anormal, dimanante de la epilepsia (42). Otro hay que quisiera tratar a los
médiums (y suponemos que también a los poetas) con asafétida y amoníaco (43), y
califica de lunáticos o de místicos alucindados a cuantos creen en las
manifestaciones psíquicas. A este médico y conferenciante, se le podría aplicar
la frase del Nuevo Testamento: “Sánate a ti mismo”; porque, en verdad, ningún
hombre de cabal juicio se atrevería a tachar de locos a los cuatrocientos
cuarenta y seis millones de personas que en las cinco partes del mundo creen en
las relaciones de los espíritus con los hombres.
Considerando
todo esto, maravilla la osadía de los presumidos pontífices de la ciencia al
clasificar fenómenos que en absoluto desconocen. Seguramente, los millones de
compatriotas a quienes de tal manera engañan, les merecen tanta consideración
como si fueran gorgojos de patata o cigarrones, porque el Congreso
norteamericano, a instancia de la Asociación americana para el progreso de las
ciencias, promulga estatutos constituyentes de comisiones nacionales para el
estudio de los insectos; los químicos se ocupan en cocer ranas y chinches; los
geólogos entretienen el ocio en la observación de ganoides cónquidos y en
discutir el sistema dentario de las diversas especies de dinictios; y los
entomólogos llevan su entusiasmo hasta el extremo de cenarse saltamontes
cocidos, fritos y en salsa (44). Entretanto, millones de americanos quedan abandonados
“a la confusión de locas ilusiones”, según frase de los ilustres
enciclopedistas, o sucumben a los “desórdenes nerviosos” dimanantes de la
“diatesis” mediumnística”.
LOS
CIENTÍFICOS RUSOS
Tiempo
hubo en que cabía esperar que los científicos rusos en que cabía esperar que
los científicos rusos se tomaran el trabajo de estudiar atenta e imparcialmente
los fenómenos psíquicos. La Universidad de San Petersburgo nombró una comisión
presidida por el insigne físico Mendeleyeff, con objeto de poner a prueba en
cuarenta sesiones consecutivas a los médiums que quisieran someterse a
experimentación. La mayor parte rehusaron la invitación temerosos de alguna
celada, y al cabo de ocho sesiones, cuando los fenómenos iban siendo más
interesantes, la comisión prejuzgó el caso con frívolos pretextos y dio informe
contrario a los médiums. En vez de proceder digna y científicamente, se
valieron de espías que atisbaban por los ojos de las cerraduras. El presidente
de la comisión declaró en una conferencia pública que el espiritismo, como
cualquiera otra creencia en la inmortalidad del alma, era una mezcolanza de
superstición, alucinaciones e imposturas, y que las manifestaciones de esta
índole, tales como la adivinación del pensamiento, el rapto y otros fenómenos
psíquicos, se producían con el auxilio de ingeniosos aparatos y mecanismos que
los médiums llevaban ocultos entre las ropas. Ante semejante prueba de
ignorancia y prejuicio, el doctor Butlerof, catedrático de química de la
Universidad de San Petersburgo, y el señor Aksakof, consejero de Estado, que
habían sido invitados a las sesiones, evidenciaron su disgusto en la protesta
publicada bajo su firma en los periódicos, cuya mayoría se puso en contra de
Mendeleyeff y de su oficiosa comisión, al paso que más de ciento treinta
personas de la aristocracia sanpetersburguense, sin determinada filiación
espiritista, avaloraron con su firma la protesta.
El
resultado fue que la atención pública se convirtiera hacia el espiritismo,
constituyéndose en todo el imperio numerosos círculos. La prensa liberal empezó
a discutir el asunto, y se nombró otra comisión encargada de proseguir las
interrumpidas investigaciones.
Pero
tampoco es fácil que la nueva comisión cumpla con su deber, pues tiene
oportunísimo pretexto en el informe dado por el profesor Lankester, de Londres,
acerca del médium Slade, quien, contra las prejuiciosas y circunstanciales
aseveraciones de Lankester y de un amigo de éste llamado Donkin, opuso el
testimonio de gran número de investigadores entre los que se contaban Wallace y
Crookes. A este propósito, el London Spectator publicó un artículo del
que extractamos los siguientes párrafos:67
“Es pura superstición el presumir de tan completo
conocimiento de las leyes de la naturaleza, que hayamos de repudiar por falsos
unos fenómenos cuidadosamente examinados por detenidas observaciones, sin otro
fundamento que su aparente discrepancia con principios ya establecidos.
Asegurar, como según parece asegura el profesor Lankester, que porque en
algunos casos haya habido fraude y credulidad en estos fenómenos, como también
los hay en las enfermedades nerviosas, forzosamente haya de haberlos contra
toda escrupulosidad de las investigaciones, equivale a aserrar las ramas del
árbol del conocimiento en que arraigan las ciencias inductivas y demoler toda
la fábrica del edificio científico”.
Pero
¿qué les importa esto a los doctores? El torrente de superstición que, a su
decir, arrastra a millones de inteligencias claras, no puede alcanzarles; el
nuevo diluvio llamado espiritismo, no es capaz de anegar sus robustas mentes; y
las cenagosas oleadas de la corriente han de romper la furia sin ni siquiera
mojar la correa de su zapato. Tal vez la tradicional terquedad del creador les
impide confesar el poco éxito que sus milagros tienen en nuestros días contra
la ceguera de los profesionales de la ciencia, aunque de seguro sabe que desde
hace tiempo resolvieron poner en el frontispicio de sus colegios y
universidades, el siguiente aviso:
De
orden de la ciencia se le prohibe a Dios hacer milagros en este sitio (45).
LA
GRUTA-GABINETE DE LOURDES
Espiritistas
y católicos parecen haberse coligado contra los iconoclásticos intentos del materialismo,
y al incremento del número de escépticos ha correspondido otro incremento
proporcional del número de creyentes. Los campeones de los milagros “divinos”
de la Biblia emulan a los panegiristas de los fenómenos psíquicos, y la Edad
Media revive en el siglo XIX. De nuevo vemos a la Virgen María ponerse en
correspondencia epistolar con los fieles hijos de su iglesia, mientras que por
conducto de los médiums garrapatean mensajes los espíritus amigos. El santuario
de Lourdes se ha convertido en gabinete de materializaciones espiritistas, al
paso que los gabinetes de los más famosos médiums norteamericanos parecen
santuarios a donde Mahoma, el obispo Polk, Juana de Arco y otros espíritus de
nota acuden desde la “negra orilla”, para materializarse a la luz del día. Y si
a la Virgen María se la ha visto pasear cotidianamente por las cercanías de
Lourdes, ¿por qué no creer también al fundador del islamismo y al difunto
prelado de la Luisiana? No cabe otro remedio que admitir o rechazar por igual
la posibilidad o la impostura de entrambas manifestaciones milagrosas: las
divinas y las espiritistas. Al tiempo ponemos por testigo. Pero mientras la
ciencia no quiera alumbrar con su mágica lámpara la obscuridad del misterio,
irán las gentes dando tropezones con riesgo de caer en el lodo.
A
consecuencia de la desfavorable opinión sustentada por la prensa londinense
acerca de los recientes “milagros” de Lourdes, monseñor Capel publicó en The
Times el criterio de la Iglesia romana sobre el particular, en los
siguientes términos:
“Por
lo que toca a las curaciones milagrosas, pueden consultar los lectores la
juiciosa obra: La Gruta de Lourdes, escrita por el doctor Dozous,
eminente facultativo de la localidad, inspector de higiene del distrito y
médico forense, quien enumera al pormenor varios casos de curaciones milagrosas
estudiadas por él con cuidados detención, para concluir diciendo: “Declaro que
todo hombre de buena fe ha reconocido el carácter sobrenatural de las
curaciones logradas en el santuario de Lourdes, sin otra medicina que el agua
de la fuente. Debo confesar que mi entendimiento, nada propenso a la credulidad
en milagros deninguna clase, difícilmente se hubiese convencido de la verdad de
una aparición tan notable bajo varios aspectos, a no ser por las curaciones que
presencié personalmente y me dieron luz bastante para estimar la importancia de
las visitas de Bernardita a la Gruta y la realidad de las apariciones con que
se vio favorecida”.
“Digno
de respetuosa consideración, por lo menos, es el testimonio del distinguido
médico que desde un principio observó cuidadosamente a Bernardita y tuvo
ocasión de presenciar las curaciones. A esto he de añadir que acuden a la gruta
infinidad de gentes para arrepentirse de sus culpas, acrecentar su piedad,
rogar por la regeneración de su patria y dar público testimonio de su fe en el
Hijo de Dios y en su inmaculada Madre. Muchos van a curarse de sus dolencias
corporales, y algunos vuelven curados según aseveran testigos oculares. El
achacar falta de fe, como hace vuestro artículo, a los que después se van a
tomar las aguas de los Pirineos, es tan poco razonable como si tacháramos de
incrédulos a los magistrados que penen la negligencia en la prestación de
auxilios médicos. Quebrantos de salud me forzaron a pasar en Pau el invierno
durante los años de 1860 a 1867, y con ello tuve coyunturas de investigar
minuciosamente cuanto se relacionaba con las apariciones de Lourdes. Después de
haber observado con todo detenimiento a Bernardita y de estudiar algunos de los
milagros ocurridos, me he convencido de que si el testimonio humano es
válido para comprobar la realidad de un hecho, forzosamente se ha de admitir la
autenticidad de las apariciones de Lourdes. Al fin y al cabo no es dogma de
fe este punto, que cualquier católico puede aceptar o negar sin esperanza de
elogio ni temor de censura”.
HUXLEY
DEFINE LA PRUEBA
Si
el lector se fija en las frases subrayadas, advertirá como al clero católico, a
pesar de la infabilidad pontificia y de su franquicia postal con el cielo, le
satisface el testimonio humano parra avalar los milagros divinos. Ahora
bien, si atendemos a las conferencias dadas recientemente por Huxley, en Nueva
York, acerca de la evolución, oiremos que dice: “La mayor parte de nuestro
conocimiento de los hechos pasados se basa en 68
las pruebas históricas del testimonio humano”. Y en
otra conferencia sobre biología añade: “Todo hombre que de corazón anhele la
verdad, no ha de temer, sino desear la crítica serena y justa; pero es esencial
que el crítico sepa de qué habla”. Esto mismo debiera tener en cuenta su autor
al tratar de asuntos psicológicos, pues si lo añadiese a sus antedichos
conceptos ¿qué mejor pedestal sobre que alzarlo?
Vemos
como el materialista Huxley y el prelado católico coinciden en considerar suficiente
el testimonio humano para la comprobación de hechos que cada cual puede o no
creer según sean sus preocupaciones. Por lo tanto, ¿no es razón que así el
ocultista como el espiritista se encastillen en el argumento tan
perseverantemente sostenido de que no cabe negar la autenticidad de los
fenómenos psíquicos de los antiguos taumaturgos probados de sobra por el
testimonio humano? Si la Iglesia y las Academicas han aducido pruebas humanas,
no pueden negar a los demás el mismo derecho. Uno de los frutos de la reciente
agitación notada en Londres, con motivo de los fenómenos mediumnímicos, es que
la prensa seglar ha expuesto ideas liberales. El Daily News, de Londres,
decía en 1876: “En todo caso, nos parece que debemos considerar el espiritismo
como una de tantas creencias tolerables, y dejarle, por lo tanto, en paz, pues
tiene muchos prosélitos tan inteligentes como quien más, que hace tiempo
hubiesen echado de ver cualquier superchería palpable y notoria. Algunos
hombres eminentes por su sabiduría han creído en las apariciones y
continuarían creyendo, aunque unos cuantos se entretuvieran en amedrentar a las
gentes con fingidos fantasmas.
No
es la primera vez en la historia que el mundo invisible ha tenido que luchar
contra el materialista escepticismo de la cegueraespiritual de los saduceos.
Platón deplora en sus obras y alude más de una vez a la incredulidad de ciertas
gentes. Desde Kapila, el filósofo indo que muchos siglos antes de J. C. dudaba
ya de que los yoguis en éxtasis pudiesen ver a Dios cara a cara y conversar con
las más elevadas entidades, hasta los volterianos del siglo XVIII que se
burlaban de lo más sagrado, en toda época hubo Tomases incrédulos. Pero ¿han
conseguido atajar los pasos de la verdad? Tanto como los ignorantes e
hipócritas jueces de Galileo lograron detener el movimiento de la tierra. No
hay teoría capaz de influir decisivamente en la estabilidad e inestabilidad de
una creencia heredada de las razas primitivas que, si tenemos en cuenta el
paralelismo entre las evoluciones espiritual y física del hombre, recibieron la
verdad de labios de sus antepasados, los dioses de sus padres que
“estaban al otro lado de las aguas”. Algún día se demostrará la identidad de
los relatos bíblicos con las leyendas indas y la cosmogonía de distintos
países, para ver cómo las fábulas de las edades míticas son alegorías de los
fundamentales principios geológicos y antropológicos. A esas fábulas de tan
ridícula expresión habrá de recurrir la ciencia para encontrar los “eslabones
perdidos”.
Por
otra parte, ¿qué denotan las raras coincidencias observadas en la historia
respectiva de pueblos tan distantes? ¿De dónde proviene la identidad de los conceptos
primitivos que se advierten en las llamadas fábulas y leyendas, donde se
encierra el meollo de los sucesos históricos, de una verdad profundamente
encubierta bajo la capa de poéticas ficciones populares, pero que no deja de
ser verdad? Comparemos, por ejemplo, el Génesis con los Vedas en los pasajes
siguientes:
Y
habiendo comenzado los hombres a multiplicarse sobre la tierra y engendrado
hijas, viendo los hijos de Dios las hijas de los hombres que eran hermosas,
tomáronse mujeres, las que escogieron entre todas... Y había gigantes sobre
la tierra en aquellos días (46)...
“El
primer brahmán se queja de estar solo y sin mujer entre sus hermanos. A
pesar de que el Eterno le aconseja que dedique sus días al estudio de la
ciencia sagrada, el primer nacido insiste en la queja. Enojado por tamaña
ingratitud, el Eterno da al brahmán una mujer de la estirpe de los daityas o
gigantes, de quien todos los brahmanes descienden por generación
materna"” así es que la casta sacerdotal desciende por una línea de las entidades
superiores, los hijos de Dios, y por otra, de Daintany, la hija
de los gigantes de la tierra, los hombres primitivos (47). "“ ellas les
dieron hijos a ellos y llegaron a ser hombres poderosos del tiempo viejo;
varones de nombradía"”(48).
La
misma alegoría encierra el pasaje análogo de la cosmogonía del Edda escandinavo.
Har, compañero de Jafuhar y Tredi, describe a Gangler la formación del primer
hombre llamado Bur, padre de Bör, quien tomó por mujer a Besla, hija del
gigante Bölthara, de la estirpe de los primitivos gigantes (49).
El
mismo fundamento tienen las fábulas griegas de los titanes y la leyenda
mexicana de las cuatro estirpes sucesivas del Popol-Vuh. Esta alegoría
de los gigantes es uno de los cabos de la enredada y al parecer inextricable
madeja de la psicología del género humano, pues de otro modo no cupiera
explicar la creencia en lo sobrenatural, ya que decir que ha brotado, crecido y
desarrollado a través de las edades sin base de sustentación, cual frívola
fantasía, fuera equiparable al absurdo teológico de que Dios creó el mundo de
la nada.
PROTESTA
DE UN PERIÓDICO CRISTIANO
Es
demasiado tarde para negar la evidencia que se manifiesta con luz meridiana.
Los periódicos, así religiosos como seglares, protestan ya unánimemente contra
el dogmatismo y los estrechos prejuicios de la erudición apócrifa. El Christian
World une su voz a la de sus escépticos colegs y dice:
“Aun
cuando pudiera demostrarse que todos los médiums son impostores, todavía
censuraríamos la propensión de algunas autoridades científicas a mofarse y
estorbar las investigaciones de índole semejante a 69
las expuestas por Barrett ante la Asociación
Británica. Si los espiritistas han caído en muchos absurdos, no por ello deben
diputarse por indignos de examen sus fenómenos. Sean hipnóticos, clarividentes
o como quiera, que digan los científicos qué son en vez de tratarnos como a
muchachos preguntones a quienes se les da la cómoda pero poco satisfactoria
respuesta: “los niños no preguntan nada” (50).
Parece
que en nuestra época no le cuadra a ningún científico aquel verso de Milton:
“Oh! Tú que por atestiguar la verdad sufriste universal vituperio!” La
decadencia presente trae a la memoria las palabras de aquel físico que después
de escuchar la historia del tambor de Tedworth y de Ana Walker, exclamó: “Si
eso es cierto, estuve hasta ahora engañado y he de abrirme cuenta nueva (51)
Pero
en nuestro siglo, a pesar de la valía reconocida por Huxley al testimonio
humano, hasta el mismo Enrique More se ha convertido en entusiasta visionario,
cualidades que fuera desvarío ver reunidas en una persona (52).
No han faltado hechos, pues los hay en abundancia, para que
la psicología pudiera dar a comprender sus misteriosas leyes y aplicarlas a los
casos ordinarios y extraordinarios de la vida. Hubiera sido necesario que
idóneos observadores científicos los ordenaran analíticamente. Desgracia fue
para las gentes y baldón para la ciencia que el error prevaleciese y la
superstición anduviera desenfrenada entre los pueblos cristianos durante tantos
siglos. Las generaciones se suceden unas a otras con su tributo de mártires de
la conciencia y del denuedo moral, de modo que ya se comprende la psicología
algo mejor que cuando el férreo guante del vaticano sentenciaba inicuamente a
los desgraciados héroes cuya memoria infamaba con el estigma de nigrománticos y
herejes.
CAPÍTULO
V
Yo
soy el espíritu que siempre niega.
Mefistófeles, en FAUSTO.
El
Espíritu de verdad a quien el mundo no pudo
recibir
porque no le vio ni conoció.
SAN
JUAN, XIV-17.
Millones
de seres espirituales recorren la tierra y no los vemos
ni
cuando estamos dormidos ni cuando despiertos.
MILTON.
La
mente no basta por sí sola para abarcar lo espiritual.
De la
propia manera que el sol ofusca la luz de una llama,
así
el espíritu ofusca la luz de la mente.
W.
HOWITT.
Infinidad
de nombres se han dado a las manifestaciones o efectos de la misteriosa energía
que anima la materia. Es el caos de los antiguos; el antusbyrum o
fuego sagrado de los parsis; el fuego de Hermes; el elmes de los
aniguos germanos; el rayo de Cibeles; la antorcha de Apolo; el fuego
sagrado de los altares de Pan y Vesta; la centella (...) del yelmo
de Plutón, del capacete de Dioscuri, de la cabeza de Gorgona, del casco de
Palas y del caduceo de Mercurio; el phtha o ra egipcio; el (...)
y el Zeus cataibates (el que desciende) (1) de los griegos; las lenguas
de fuego de la Pentecostés; la zarza ardiente de Moisés; la columna
de fuego del Éxodo; la lámpara ardiente de Abraham; el fuego
eterno del abismo sin fondo; los vapores del oráculo délfico; la luz
sidérea de los rosacruces; el akâsha de los adeptos indos; la luz
astral de los cabalistas; el fluido nervioso de los magnetizadores;
el od de Reichenbach; el globo ígneo de Babinet; el psicodo y
la fuerza étnica de Thury; la fuerza psíquica de Cox y Crookes;
el magnetismo atmosférico de algunos físicos; el galvanismo; y
finalmente la electricidad.
Bulwer
Lytton en su Raza futura le llama vril (2) y supone ficciosamente
que se valían de ella las poblaciones subterráneas. Dice, al efecto, que estas
gentes creen que el vril unifica y resume la energía de todos los agentes
naturales y demuestra después como Faraday presintió ya la unidad de las
fuerzas en el siguiente pasaje:
“Hace
mucho tiempo que estoy convencido, y conmigo muchos otros amantes de la
naturaleza, de que las diversas modalidades de las fuerzas de la materia tienen
origen común, es decir, que están relacionadas con tan directa
interdependencia que pueden transmutarse una en otra con equivalente potencia
de actuación”.
Por
absurdo y anticientífico que parezca, sólo cabe, en verdadera definición de la
energía primaria de Faraday y del vril de Lytton, identificarlos con la luz
astral de los cabalistas, según van corroborando uno tras otro los
descubrimientos de la ciencia.
Hace
poco tiempo anunciaron los periódicos que Edison había descubierto una fuerza
de modalidad distinta a la eléctrica, excepto en la conductibilidad. Si la
noticia se confirma veremos cómo, no obstante las denominaciones científicas
que se le den, resultará al fin y al cabo uno de tantos hijos engendrados desde
el origen del tiempo por nuestra cabalística madre la Virgen Astral. En
efecto, el descubridor asegura que la nueva fuerza es tan distinta y obedece a
tan regulares leyes como el calor, el magnetismo y la electricidad. El 70
periódico que primeramente publicó la noticia añade
que Édison supone la nueva fuerza relacionada con el calor, aunque también
pudiera generarse por medios independientes y no conocidos todavía.
EL
TELÉFONO DE BELL
Otro
reciente y admirable descubrimiento es la posibilidad de hablar desde muy lejos
por medio de un aparato llamado teléfono que acaba de inventar Graham
Bell. La nueva invención tuvo por precedente los tubos acústicos, consistentes
en dos pequeñas bocinas de estaño recubiertas de terciopelo y enlazadas por un
bramante. Entre Boston y Cambridgeport se ha sostenido por teléfono una
conversación durante la cual se oyeron distintamente todas las palabras con la
peculiar modulación de voz. Las ondas sonoras recibidas por un imán, se
transmiten eléctricamente a lo largo del alambre en cooperación con dicho imán.
El buen funcionamiento dela aparato depende de la regularidad de la corriente
eléctrica y de la potencia del imán que ha de cooperar a su acción.
“El
aparato –dice un periódico- consiste en una especie de bocina con una membrana
muy delicada en la que repercuten las ondas sonoras cuando se aplica el habla a
la bocina. Al otro lado de la membrana hay una pieza metálica que al vibrar
aquélla se pone en contacto con un imán y éste con el circuito eléctrico
gobernado por el operador. No se sabe cómo, pero lo cierto es que la corriente
eléctrica transmite con toda exactitud de uno a otro aparato la voz del que
habla sin pérdida de la más leve modulación”.
Ante
los prodigiosos descubrimientos de nuestra época, tales como la nueva fuerza de
Édison y el teléfono de Graham Bell, aparte de las psibilidades todavía
latentes en el reino sin límites de la naturaleza, no será exagerado suplicar a
cuantos intenten combatir nuestra afirmación que esperen a ver si los nuevos
descubrimientos la invalidan o la corroboran.
La
invención del teléfono dará tal vez alguna insinuación tocante a lo que las
historias antiguas dicen del secreto poseído por los sacerdotes egipcios,
quienes durante la celebración de los misterios podían comunicarse
instantáneamente de un templo a otro, aunque fuese de ciudad distinta. La
leyenda atribuye estos mensajes a las “invisibles tribus del aire”. El autor de
El hombre preadámico cita un ejemplo que no sabe a punto fijo si lo da
Macrino u otro autor, pero que podemos considerar por lo que valga. Dice que
“durante su estancia en Egipto, una de las Cleopatras mandó noticias por un
alambre a todas las ciudades del alto Nilo, desde Heliópolis a Elefantina” (3).
No
hace mucho tiempo nos reveló Tyndall un nuevo mundo poblado de hermosísimas
figuras aéreas. Según dice, el descubrimiento consiste en “someter los vapores
de ciertos líquidos volátiles a la concentrada acción de la luz solar o a los
enfocados rayos de la eléctrica”. Los vapores de algunos yoduros, nitratos y
ciertos ácidos se sujetan a la acción de la luz en un tubo de ensayo colocado
horizontalmente, de modo que su eje coincida con los rayos paralelos dimanantes
de la lámpara. Los vapores forman nubes de soberbios matices y se agrupan en
forma de vasos, botellas, conos, conchas, tulipanes, rosas, girasoles, hojas y
volutas. Dice Tyndall que”la nubecita toma en breve rato la forma de cabeza de
sierpe con su boca y lengua”.
Por
último, como remate de tantas maravillas, dice que en cierta ocasión tomaron
los vapores figura de pez, con sus ojos, aletas y escamas, tan estrictamente
simétrico que no había señal en un lado que no estuviese también en el otro.
Este
fenómeno puede explicarse en parte por la acción de los rayos lumínicos, según
Crookes ha demostrado recientemente, pues cabe suponer que el haz horizontal de
rayos luminosos disgregue las moléculas de los vapores y vuelva a agruparlos en
forma de globos y husos. Pero ¿cómo explicar la formación de vasos, flores y
conchas? Esto es para la ciencia tan enigmático como el meteoro felino de
Babinet, aunque no sospechamos que Tyndall dé a aquel fenómeno la absurda
explicación que Babinet al suyo.
Quienes
no hayan estudiado el asunto, tal vez se sorprendan de ver lo mucho que en la
antigüedad se conocía del omnipenetrante y sutilísimo principio hace poco
bautizado con el nombre de éter universal.
ETIMOLOGÍA
DEL MAGNETISMO
Pero
antes de pasar adelante, conviene enunciar, según insinuamos ya, dos
categóricas proposiciones, que para los antiguos teurgos fueron leyes
demostradas.
1.ª
Los llamados milagros, empezando por los de Moisés y acabando por lo de
Cagliostro, estuvieron en perfecta concordancia con las leyes naturales, como
acertadamente dice Gasparín, y por lo tanto, no fueron tales milagros. La
electricdad y el magnetismo intervinieron sin duda alguna en muchos de estos
prodigios; pero tanto ahora como entonces cabe admitir que las personas
suficientemente sensitivas sirvan de conductores inconscientes y actúen
en virtud de estos fluidos tan poco conocidos todavía por las ciencias. Esta
fuerza posee infinidad de atributos y propiedades en su mayor parte ignoradas
de los físicos.
2.ª
Los fenómenos de magia natural, presenciados en Siam, India, Egipto y otros
países de Oriente, no tienen nada de común con la prestidigitación, pues los
primeros son efecto de fuerzas naturales ocultas, y la segunda es artificio
ilusionante obtenido por medio de hábiles manipulaciones en connivencia con
otras personas (4).
Los
taumaturgos de toda época obraban prodigios por estar familiarizados con las
ondulaciones imponderables en sus efectos, pero perfectamente tangibles, de la
luz astral, cuya corrientes guiaban con la fuerza de su voluntad. Los prodigios
tenían doble carácter físico y psíquico, con sus correspondientes efectos 71
materiales y mentales. Estos últimos son de índole
análoga a los producidos por Mesmer y sus sucesores, entre quienes se cuentan
en nuestros días dos hombres de no común cultura, Du Potet y Regazzoni, cuyas
maravillosas facultades les dieron bien atestiguada nombradía en Francia y
otros países. El hipnotismo es la más importante modalidad de la magia, cuyos
efectos tienen por causa el agente universal propio de las obras mágicas que en
todo tiempo se denominaron milagros.
Los
antiguos llamaron caos a este agente; Platón y los pitagóricos el alma del
mundo, y según los indos la Divinidad en forma de éter penetra todas las
cosas. Es un fluido invisible, y sin embargo, sumamente tangible. A este
universal Proteo, a que De Mirville llama burlonamente el omnipotente
nebuloso, lo denominaron los teurgos fuego viviente (5), espíritu
de luz y magnes, cuya denominación denota sus propiedades magnéticas y
naturaleza mágica, porque, como dice uno de nuestros adversarios, (...) y (...)
son dos ramas de un mismo tronco que dan iguales frutos.
Para
averiguar la etimología de la palabra magnetismo, hemos de remontarnos a época
inconcebiblemente remota. Muchos creen que la piedra imán deriva su nombre del
de la ciudad de Magnesia, en Tesalia, donde abunda en extremo; pero diputamos
por única acertada la opinión de los herméticos. La palabra mago se deriva del
sánscrito mahaji, que significa grande o sabio, el ungido
con la sabiduría divina. A este propósito dice Dunlap: “Eumolpo es el mítico
fundador de los enmólpidos o sacerdotes que atribuían su saber a la
inteligencia divina” (6). Las cosmogonías de los diversos pueblos identificaban
el alma árquea universal con la mente del Demiurgos, la Sophia de
los agnósticos o el Espíritu Santo en su aspecto fenoménico; y como los
magos derivaban su nombre de este principio, se llamó a la piedra imán magnes,
en honor de los que primeramente descubrieron sus maravillosas propiedades.
Los templos de los magos abundaban en todas partes y entre ellos había algunos
dedicados a Hércules (7), por cual razón se le dio a la piedra imán el nombre
de magnesiana o heráclea, cuando se supo que los sacerdotes la empleaban en sus
operaciones terapéuticas y mágicas. Sobre este particular dice Sócrates:
“Eurípides la denomina piedra magnesiana, pero el vulgo la llama heráclea” (8).
De modo que los magos dieron nombre a la comarca tesaloniense de Magnesia y a
la piedra imán que allí abundaba y no al contrario. Plinio dice que los
sacerdotes romanos magnetizaban el anillo nupcial antes de la ceremonia. Los
historiadores paganos guardan cuidadoso silencio acerca de los misterios
mágicos, y Pausanias declara que en sueños le conminaron a no revelar los
sagrados ritos del templo de Demetrio y Perséfona en Atenas (9).
EL
PODER DE JESÚS
La
ciencia moderna no ha tenido más remedio que admitir el magnetismo animal
después de negarlo durante mucho tiempo; pero aunque nadie lo pone en duda como
propiedad del organismo animal, todavía lo combaten las Academias más
encarnizadamente que nunca, en cuanto a su secreta influencia psicológica. Es
deplorablemente asombroso que las ciencias experimentales no acierten a dar una
hipótesis razonable sobre la potencia magnética. Diariamente aparecen pruebas
de que esta modalidad energética intervenía en los misterios teúrgicos y por su
influencia se explican fácilmente las secretas facultades de los taumaturgos
para realizar tantos prodigios. De esta índole fueron los dones otorgados por
Jesús a sus discípulos, pues en el momento del milagro sentía el Nazareno una
fuerza dimanante de él. En su diálogo con Theages (10), habla Sócrates de su daimon
o dios familiar y de la facultad que poseía de transmitir o retener los
conocimientos y virtudes de modo que las gentes de su trato recibiesen o no
beneficio de su compañía, y al efecto cita el siguiente ejemplo, para
corroborar sus palabras, con estas otras puestas en boca de Arístides: “He de
declararte, Sócrates, una cosa increíble, pero que por los dioses te aseguro
cierta. Allego mucho beneficio cuando estoy contigo en la misma casa; y el
beneficio es todavía mayor si estamos en el mismo aposento y todavía más
si te veo a mi lado, pero sube de punto cuando me pongo en toque
contigo”.
Éste
es el moderno magnetismo e hipnotismo de Du Potet y otros experimentadores, que
luego de someter al sujeto a su influencia fluídica pueden transmitirle el
pensamiento desde cualquier distancia y moverle irresistiblemente a obedecer
sus mandatos mentales. Sin embargo, los antiguos filósofos conocían mucho mejor
esta energía psíquica, según se infiere de los informes bebidos sobre el
particular en las primitivas fuentes. Pitágoras enseñaba que la Mente divina
está difundida e infundida en todas las cosas, de modo que por su universalidad
cabe transportarla de un obeto a otro y servir de instrumento a la voluntad
para formar todas las cosas. Según Platón, la Mente divina o Nous es el Kurios
de los griegos. A este propósito, dice: “Kurios simboliza la pura y simple
naturaleza de la mente, la sabiduría” (11). Así tenemos que Kurios es Mercurio
o sabiduría divina y Mercurio es el Sol (12), de quien Thot o Hermes recibió la
sabiduría transmitida al mundo por mediación de sus obras. Hércules es también
el Sol, considerado como depósito celeste del magnetismo universal (13) o,
mejor dicho, Hércules es la luz magnética que transmitida a través del “ojo
abierto en los cielos” penetra en las regiones de nuestro planeta para
convertirse en el creador. El valeroso titán Hércules ha de sufrir doce
pruebas. Se le llama “Padre de todas las cosas” “el nacido por sí mismo”
(autophues) (14). El diablo Tifón (15) mata a Hércules, identificado en este
caso con Osiris, padre y hermano de Horus (16). Se le da el epíteto de Invicto
cuando desciende al Hades (jardín subterráneo) y después de arrancar las
“manzanas de oro” del “árbol de la vida”, mata al dragón (17). El rudo poder
titánico, bajo el que se encubre el dios solar, se opone en forma de materia
ciega al divino y magnético espíritu que propende a la armonía de la
naturaleza.72
Los dioses solares simbolizados en el sol visible son
los creadores de la naturaleza física, pues la naturaleza espiritual es
obra del Supremo Dios, del oculto y céntrico Sol espiritual, por mediación de
su Demiurgo, la Mente divina de Platón, la Sabiduría divina de Hermes
Trismegisto (18), la sabiduría dimanante de Ulom o Kronos. Según dice Anthon
(19), en los Misterios de Samotracia, después de la distribución del fuego
puro, empezaba una nueva vida. Éste era el nuevo nacimiento a que Jesús aludía
en su plática con Nicodemo. Y sobre lo mismo, dice Platón: “Iniciaos en el más
bendito misterio y sed puros... para llegar a ser justos y santos con
sabiduría” (20). A lo cual añade el Evangelista: “Y dichas estas palabras,
sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (21).
EMBLEMA
DE LA SERPIENTE
Este
simple acto de la voluntad bastaba para transmitir el don de profecía en su más
alta modalidad, si tanto el iniciador como el iniciado eran dignos de ello. A
este propósito dice el reverendo Gross: “Sería tan injusto como antifilosófico
menospreciar este don, cual si en su presente modalidad fuese corrompido retoño
o consumida reliquia de una época de ignorante superstición. En todo tiempo
intentó el hombre levantar el velo que oculta a sus ojos lo futuro y, por lo
tanto, siempre se tuvo la profecía por don concedido por Dios a la mente
humana... Zwinglio, el reformador suizo, daba por fundamento a su fe en la
providencia del Ser Supremo, la cosmopolita enseñanza de que el Espíritu Santo
inspiraba también a la más digna porción del mundo pagano. Admitida esta
verdad, no es posible suponer que los paganos dignos de él no pudieran recibir
el don de profecía” (22).
Ahora
bien; ¿qué es esta mística y primordial substancia? El Génesis la simboliza en
“la haz de las aguas sobre que flotaba el espíritu de Dios”. El libro de Job
(23), dice que “debajo de las aguas fueron formadas las cosas sin alma que
habitan allí”; pero en el texto original, en vez de “cosas inanimadas” se lee
los “muertos rephaim” (24). En la mitología egipcia el Absoluto está
simbolizado por una serpiente enroscada alrededor de una vasija, sobre cuyas
aguas planea la cabeza en actitud de fecundarlas con su aliento. La serpiente
es, en este caso, emblema de la eternidad y representa a Agathodaimon o
espíritu del bien, cuyo opuesto aspecto es Kakothodaimon o espíritu del
mal. Los Eddas escandinavos dicen que durante la noche, cuando el
ambiente está impregnado de humedad, cae el rocío de miel, alimento de los
dioses y de las creadoras abejas yggdrasillas. Esto simboliza el pasivo
principio de la creación del universo sacado de las aguas, y el rocío de
miel es una modalidad de la luz astral con propiedades creadoras y
destructoras. En la leyenda caldea de Berosio, el hombre-pez, Oännes o Dagón,
instruye a las gentes y les muestra el niño-mundo recién salido de las aguas
con todos los seres procedentes de esta primera substancia. Moisés enseña
que sólo la tierra y el agua pueden engendrar alma viviente, y en las
Escrituras hebreas leemos que las hierbas no crecieron hasta que el Eterno
derramó lluvia sobre la tierra. En el Popol-Vuh de los americanos, se
dice que el hombre fue formado del limo de las aguas. Según los Vedas, Brahmâ
sentado en el loto forma a Lomus (el gran muni o primer hombre) de agua, aire y
tierra, después de dar existencia los espíritus que, por lo tanto,
tienen prelación sobre los mortales. Los alquimistas enseñaban que la tierra
primordial o preadámica (alkahest) (25) es como el agua clara, en la
segunda etapa de su transmutación en substancia primaria, que contiene todos
los elementos constitutivos del hombre, no sólo por lo que atañe a su
naturaleza orgánica, sino también el latente “soplo de vida” dispuesto a la
actuación vital o, lo que es lo mismo, “el Espíritu de Dios flotante sobre las
aguas” o “el caos”, que de este modo se identifica con la substancia primaria. Por
esta razón aseguraba Paracelso que era capaz de formar homúnculos, y el insigne
filósofo Tales decía que el agua es el principio de todas las cosas de la
naturaleza.
¿Qué
es el caos primordial sino el éter de los físicos modernos tal como lo
conocieron los filósofos antiguos mucho antes de Moisés? El caos es el éter de
ocultas y misteriosas propiedades que contiene en sí mismo los gérmenes de la
creación universal; el éter es la virgen celeste, madre espiritual de todas las
formas y seres existentes, de cuyo seno, fecundado por el Espíritu Santo,
surgen a la existencia la materia y la fuerza, la vida y la acción.a pesar de
los recientes descubrimientos que van ensanchando los límites del saber humano,
todavía se conocen muy incompletamente la electricidad, el magnetismo, el
calor, la luz y la afinidad química. ¿Quién presume dónde termina la potencia o
cuál es el origen de ese proteico gigante llamado éter? ¿Quién no echará de ver
el espíritu que en él actúa y de él arranca las formas visibles?
LEYENDAS
COSMOGÓNICAS
Fácil
tarea es demostrar que todas las cosmogonías se fundan en los conocimientos de
nuestros antepasados, en las ciencias que hoy día parecen haberse coligado en
pro de la doctrina de la evolución; y tampoco es difícil demostrar que los
antiguos conocían mucho mejor que nosotros la evolución en sus dos órdenes,
físico y espiritual. Para los antiguos filósofos, la evolución era una doctrina
axiomática, un principio que abarcaba el conjunto del universo, mientras que
los científicos modernos aceptan la evolución bajo hipótesis especulativas de
carácter particular cuando no negativo. Es inútil que los jerarcas de la
ciencia moderna rehuyan el debate diciendo que la enigmática fraseología del
relato mosaico no concuerda con la definida exégesis de las ciencias
experimentales.
Por
lo menos está fuera de duda que todas las cosmogonías contienen el símbolo de
las aguas y del espíritu que las fecunda, cuyo significado está de acuerdo con
el concepto científico de que el mundo no ha 73
podido ser creado de la nada. Todas las leyendas
cosmogónicas dicen que en el principio los vapores nacientes y las tinieblas
cimerianas reposaban sobre las aguas dispuestas a ponerse en actividad apenas
recibido el soplo del Irrevelado, a quien los sabios primitivos presentían,
aunque no viesen, porque su espiritual intuición no estaba tan entenebrecida
como ahora, por sutiles sofismas. Si no determinaban con toda precisión el
tránsito del período silúrico al de los mamíferos, pongamos por caso, y si la
época cenozoica estaba representada por las diversas alegorías del hombre
primitivo, del Adán de nuestra raza, no por ello hemos de inferir que los
sabios de entonces y los caudillos de pueblos no supieran tan bien como
nosotros la sucesión de las épocas geológicas.
En
los días de Demócrito y aristóteles, ya había comenzado el descenso del ciclo,
por lo que si estos dos filósofos expusieron tan acertadamente la teoría
atómica, y fijaron el punto físico del átomo, bien pudieron llegar sus
antecesores más olejos todavía, y trasponer en la génesis del átomo los límites
donde Tyndall y otros parecen haberse atascado sin atreverse a cruzar la
frontera de lo incomprensible. Las artes perdidas prueban
suficientemente que si cabe hoy duda respecto a los progresos de nuestros
primitivos antepasados en ciencias naturales, a causa de lo deficiente de sus
tratados, eran mucho más expertos que nosotros en el aprovechamiento útil de
plantas y minerales. Además, es probable que en aquellos tiempos de misterios
religiosos conocieran a fondo la física del globo y no divulgaran su saber
entre las ignorantes muchedumbres.
Sin
embargo, no sólo de los libros mosaicos podemos extraer pruebas en apoyo de
ulteriores argumentos, porque los judíos tomaron su ciencia sagrada y profana
de los pueblos con quienes desde un principio estuvieron en contacto. Su más
antigua ciencia, la cábala o doctrina secreta, descubre en todos los pormenores
su origen de la primitiva fuente del Turkestán, donde ya se cultivaba mucho
antes de la época en que se deslindaron las naciones arias de las semitas. El
rey Salomón, tan celebrado por su sabiduría y ciencia mágica (26), recibió este
saber de la India por conducto de Hiram rey de Ofir y de la reina de Saba.
Igualmente de origen indio es el anillo o “sello de Salomón”, al que las
leyendas populares atribuyen potísima influencia en los genios y demonios.
El
reverendo Samuel Mateer, individuo de la “Sociedad Misionera de Londres”, al
tratar de la presuntuosa y abominable habilidad de los “adoradores del diablo”,
de Travancore, dice que posee un antiquísimo manuscrito en lengua malaya con
infinidad de fórmulas e invocaciones mágicas para obtener gran variedad de
resultados, en su mayoría de tenebrosa maldad. En la misma obra publica Mateer
el facsímil de varios amuletos con trazos y figuras mágicas, uno de los cuales
lleva inscrita la siguiente fórmula:
Para
quitar el temblor de la posesión diabólica, dibuja esta figura en una planta
que tenga jugo lechoso, atraviésale un clavo y cesará el temblor (27).
TEORÍA
DE LAS ONDULACIONES
La
figura de que se habla es idéntica al sello de Salomón o doble triángulo de los
cabalistas, por lo que cabe preguntar si estos lo recibieron en herencia de
Salomón, quien a su vez lo tomó de los indos, o si estos se lo apropiaron de
los judíos cabalistas (28). Pero no emprendamos esta frívola discusión y
continuemos tratando de la luz astral cuyas desconocidas propiedades revisten
mucho mayor interés.
Admitiendo
que este mítico agente es el éter, veamos que sabe de él la ciencia moderna.
Roberto
Hunt, de la “Sociedad Real de Londres”, dice a propósito de la acción de los
rayos solares: “Los rayos amarillos y anaranjados, que son los de mayor potencia
lumínica, no alteran el cloruro argéntico, mientras que los rayos azules y
violetas, cuya potencia lumínica es menor, alteran dicha sal en poco
tiempo... El cristal amarillo apenas se opone al paso de la luz; pero el azul,
si la intensidad de color es mucha, sólo admite muy corta cantidad de rayos
lumínicos” (29). Además, vemos que la vida se manifiesta lozana bajo la
influencia de los rayos azules y languidece bajo la de los amarillos. Por lo
tanto, no cabe explicar estos fenómenos sino por la hipótesis de que la vida
orgánica queda diversametne modificada bajo la influencia electro-magnética,
cuya índole aún desconoce la ciencia.
Hunt
echa de ver que la teoría de las ondulaciones no concuerda con el resultado de
sus experimentos. Sir David Brewster demuestra (30) que los colores de las
plantas se deben a la específica atracción ejercida por las partículas del
vegetal sobre los diversos rayos lumínicos y que la luz solar elabora los
coloreados jugos de las plantas, así como también determina el cambio de color
de los cuerpos. Al propio tiempo expone el mismo autor que no es fácil admitir
que estos efectos provengan tan sólo de las vibraciones del éter, y por lo
tanto, se ve precisado a creer que la luz es materia. El profesor Cooke,
de la Universidad de Harvard, disiente de los que aceptan definitivamente la
teoría de las ondulaciones (31). Si es cierto el principio de Herschel, según
el cual la intensidad de la luz en cada ondulación está en razón inversa del
cuadrado de las distancias, contraría si acaso no invalida la teoría de las
ondulaciones. La verdad de este principio se ha demostrado repetidas veces por
medio del fotómetro, y sin embargo todavía subsiste la teoría de las
ondulaciones, aunque algún tanto quebrantada.
El
general Pleasanton, de Filadelfia, es uno de los más resueltos adversarios de
esta anti-pitagórica teoría, según puede ver el lector en su obra De los
rayos azules, contra cuya argumentación habrá de defenderse Tomás Young,
quien, según refiere Tyndall, consideraba inmutablemente establecida la teoría
de las ondulaciones.74
Eliphas Levi, el mago moderno, concreta el concepto de
la luz astral en la siguiente frase: “Para adquirir facultades mágicas se
necesitan dos cosas: redimir la voluntad de toda servidumbre y ejercitarse en
regularlas.
SÍMBOLOS
DE LA FUERZA CIEGA
La
voluntad soberana está simbolizada por la mujer que aplasta la cabeza de la
serpiente y por el arcángel que mata bajo sus pies al dragón infernal. Las
antiguas teogonías representaron en figura de serpiente con cabeza de toro,
carnero o perro, el agente mágico, la doble corriente lumínica, el fuego viviente
y astral de la tierra, cuyos símbolos diversos son: la doble serpiente del
caduceo; la serpiente del paraíso; la serpiente de bronce de Moisés enroscada
en el tau o lingam generador; el macho cabrío de los aquelarres
sabatinos; el bafomete de los templarios; el hylé de los
agnósticos; la doble cola de serpiente del gallo solar de Abraxas; y finalmente
el diablo de los católicos. Pero en su verdadero significado es la fuerza ciega
contra la cual ha de prevalecer el alma para libertarse de las ligaduras
terrenas, porque si su voluntad no las libra de “esta fatal atracción,
quedarán absorbidas en la corriente de fuerza que las produjo y volverán al
fuego central y eterno”.
Esta
cabalística figura de dicción, no obstante su extraño lenguaje, es la misma que
empleaba Jesús, para quien no podía tener significado distinto del que le daban
agnósticos y cabalistas; pero los teólogos cristianos lo desvirtuaron para
forjar el dogma del infierno. Literalmente significa dicho fuego la luz astral
o principio generador y destructor de las formas. A este propósito dice Levi:
“Todas
las operaciones mágicas consisten en desprenderse de los anillos de la
serpiente y ponerle el pie encima de la cabeza para dominarla a voluntad. En el
mito evangélico dice la serpiente: “Te daré todos los reinos de la tierra si
postrado me adoras”. A lo que responde el iniciado: “No me postraré, antes bien
tú caerás a mis pies. Nada puedes darme y haré de ti lo que me plazca. Porque
yo soy tu señor y dueño”. Éste es el verdadero significado de la ambigua
respuesta de Jesús al tentador... Así, pues, el diablo no es una entidad, sino
una fuerza errática como su nombre indica; una corriente ódica o magnética
formada por una cadena de voluntades malignas, productora del espíritu
diabólico, llamado legión en el Evangelio, que animaba a la piara de
cerdos precipitados en el mar. Este pasaje es una alegoría de cómo las fuerzas
ciegas del error y el pecado arrastran precipitadamente a la naturaleza
inferior” (32).
El
filósofo y naturalista alemán Maximiliano Perty ha dedicado a las modernas
formas de la magia un capítulo entero de su extensa obra acerca de las
manifestaciones místicas de la naturaleza humana. Dice en el prefacio: “Las
manifestaciones de la magia tienen parcial fundamento en un orden de cosas
completamente distinto del que conocemos por el tiempo, espacio y causalidad.
Estas manifestaciones apenas pueden someterse a experimentación, ni cabe
provocarlas arbitrariamente, pero sí es posible observarlas con cuidadosa
atención, siempre que ocurran en presencia nuestra, para agruparlas por
analogía en determinadas clases e inducir de ellas sus leyes y principios
generales.
LOS
PRODIGIOS DEL FAKIR
Tenemos,
por lo tanto, que para el profesor Perty, afiliado sin duda a la escuela de
Schopenhauer, son perfectamente posibles y naturales, por ejemplo, los
fenómenos producidos por el fakir Kavindasami y descritos por el orientalista
Jacolliot. Este fakir era hombre que por el completo dominio de su naturaleza
inferior había llegado a purificarse hasta aquel punto en que casi del todo
libre de su prisión puede el espíritu obrar verdaderas maravillas (33). Su
voluntad y aun su solo anhelo eran potencia creadora capaz de gobernar los
elementos y fuerzas de la naturaleza. El cuerpo no le servía ya de estorbo para
hablar de “espíritu a espíritu” y alentar de “vida a vida”. Este fakir, con
sólo extender las manos hizo germinar una semilla (34), de la que brotó una
planta que en menos de dos horas creció prodigiosamente en presencia de
Jacolliot, contra todas las aceptadas leyes fitológicas, hasta una altura que
en circunstancias ordinarias hubiese requerido algunas semanas. ¿Fue milagro?
Ciertamente lo fuera con arreglo a la definición de Webster, según la cual es
milagro todo suceso contrario a la establecida constitución y marcha de
las cosas, en pugna con las leyes conocidas de la naturaleza. ¿Pero
están seguros los naturalistas de que lo establecido por la observación
es inmutable o de que conocen todas las leyes de la naturaleza? El caso del
fakir resulta algo más notablemente milagroso que los experimentos llevados a
cabo en Filadelfia por el general Pleasanton, pues si éste lograba acrecentar
la lozanía y fertilidad de sus viñas hasta puntos increíbles, por los rayos
violetas de luz artificial, el fluido magnético que emanaba de las manos del
fakir estimuló el más rápido crecimiento de la semilla índica, concentrando en
ella el akâsa o principio vital (35) cuya corriente pasaba en flujo
continuo de las manos del fakir a la planta, cuyas células avivaba con
estupenda actividad, hasta terminar su crecimiento.
El
principio de vida es una fuerza ciega y sumisa a la influencia capaz de
dominarla. Con arreglo al ordinario curso del crecimiento vegetal, el
protoplasma hubiera concentrado este principio para desenvolverse, según la
norma establecida, con sujeción a las circunstancias atmosféricas (luz, calor,
humedad), de las cuales hubiesen dependido su más o menos rápido crecimiento y
su mayor o menor altura. Pero el fakir, con su poderosa voluntad y su espíritu
purificado de los contactos materiales (36), auxilia la acción de la naturaleza
y condensando, por decirlo así, en el germen el principio de vida vegetal
acelera su desenvolvimiento. Esta fuerza vital obedece ciegamente a la voluntad
del fakir, quien hubiera podido convertir la planta en un monstruo con sólo
forjarlo mentalmente, pues la forma plástica y concreta se ajusta con
invariable exactitud al tipo subjetivamente trazado en la mente del fakir, de
la propia suerte que la mano y el pincel del pintor reproducen 75
la imagen ideada por el arista. La voluntad del fakir
en éxtasis delinea una matriz invisible, pero perfectamente objetivsa, que
sirve de necesario molde a la materia vegetal de la planta. La voluntad crea,
porque, puesta en actuación, es fuerza que engendra materia.
Si
alguien objetara diciendo que el fakir no podría trazar en su mente el modelo
de la planta, pues ignoraba la especie de semilla escogida por Jacolliot,
responderíamos que el espíritu humano es semejante al del Creador en
omnisciencia. Por lo tanto, si bien el fakir en estado de vigilia no podía
saber qué especie de semilla era, en estado de trance, o sea muerto
corporalmente con relación al mundo exterior, no tuvo su espíritu dificultad
alguna de espacio ni de tiempo para conocer la especie de simiente plantada en
la maceta o reflejada en la mente de Jacolliot. Las visiones, prodigios y demás
fenómenos psíquicos existentes en la naturaleza corroboran nuestra afirmación.
Tal
vez se arguya en otro sentido, contra el hecho de referencia, diciendo que lo
mismo, y tan bien como el fakir, hacen los prestidigitadores indos, si hemos de
creer a los informes de la prensa y a los relatos de los viajeros.
Indudablemente hacen lo mismo los vagabundos prestidigitadores a pesar de sus licensiosas
costumbres que no les dan reputación de santidad ni entre los naturales ni
entre los extranjeros, antes al contrario, sus compatriotas les temen y
menosprecian porque los miran como brujos y nigrománticos. Pero estos llaman en
su auxilio a los espíritus elementales, mientras que los hombres de la santidad
de Kavindasami tienen bastante con la valía de su espiritu divino, íntimamente
unido al alma astral, para recibir auxilio de los puros y etéreos pitris que
asisten a su encarnado hermano. Cada ser atrae a su semejante, y la sed de
riquezas, los impuros deseos y las ambiciones egoístas sólo pueden atraer a los
espíritus que los cabalistas hebreos llaman klippoth, pobladores del
cuarto mundo (Asiah); y los magos orientales designaban con el nombre de
afrites o deus, es decir, los espíritus elementarios del error.
EL
CRECIMIENTO DE LA PLANTA
Oigamos
cómo describe un periódico inglés la prodigiosa suerte del rápido crecimiento
de una planta, llevada a cabo por los prestidigitadores indos:
“El
prestidigitador colocó en el suelo una maceta vacía y pidió permiso para que su
secretario fuese a buscar tierra de jardín. Volvió a poco el secretario con una
porción de tierra envuelta en la punta de su capote, que puso en el tiesto
comprimiéndola ligeramente. Tomó entonces una pepita de mango y, después de
enseñarla a los circunstantes, la plantó en el tiesto cubriéndola
cuidadosamente de tierra y regándola con un poco de agua. Hecho esto, tapó el
tiesto con un lienzo tendido sobre un pequeño triángulo, y al poco rato, entre
vocerío y redobles de tambor germinó la simiente, según pudieron ver los
circunstantes al descorrer el lienzo, notando que habían brotado dos hojas de
color gris oscuro. Vuelta a tapar la maceta con la sábana y levantada por
segunda vez al cabo de poco, vieron todos que a las dos primeras hojas habían
sucedido varias otras de color verde, de unos veinticinco centímetros de alto.
La tercera vez apareció la planta con más frondoso follaje, hasta doble altura,
y a la cuarta operación llevaba ya pendientes de sus ramas una docena de
mangos, tamaños como nueces, con altura total de cuarenta y cinco centímetros.
Al destapar por última vez la maceta aparecieron los frutos en completo
desarrollo y cercanos a la madurez, pues muchos espectadores probaron su sabor
agridulce”.
A
esto añadiremos que hemos presenciado el mismo experimento en la India y en el
Tíbet, con la particularidad de haber proporcionado un bote vacío de estracto
de carne Liebig, que sirvió de maceta rellena de tierra con nuestras propias
manos, en nuestra misma habitación, para plantar una raicilla que el
fakir nos había dado al efecto, sin que apartáramos ni un instante la vista del
bote idéntico al ya descrito. ¿Sería capaz un prestidigitador de hacer lo mismo
en igualdad de circunstancias?
El
ilustrado Orioli, miembro correspondiente del Instituto de Francia, cita muchos
ejemplos en demostración de los maravillosos efectos de la voluntad cuando
actúa sobre el invisible Proteo de los hipnotizadores. Dice a este propósito:
“He visto algunas personas que con sólo pronunciar ciertas palabras paraban en
seco la precipitada carrera de toros y caballos y detenían en su trayectoria la
flecha que hendía los aires”. Lo mismo afirma Tomás Bartholini. Y Du Potet,
dice: “Cuando trazo en el suelo un yeso o carbón esta figura..., se fija allí
algo como un fuego o una luz que atrae a la persona que se acerca
y la detiene fascinada hasta el extremo de impedirle cruzar la línea. Un poder mágico
la fuerza a quedarse parada hasta que al fin retrocede entre sollozos. La
causa no está en mí, sino toda por completo en el signo cabalístico,
contra el cual de nada vale la violencia” (37).
EXPERIMENTOS
DE REGAZZONI
El
18 de Mayo de 1856 efectuó Regazzoni una serie de notables experimentos ante
muy famosos médicos franceses. Trazó con el dedo en el pavimento de la estancia
una imaginaria línea cabalística sobre la cual dio algunos pases. Se había
convenido en que los mismos médicos escogerían los sujetos de experimentación y
los introducirían en la estancia con los ojos vendados, guiándolos hacia la
línea sin decirles ni una palabra de lo que de ellos se esperaba. Los sujetos
echaron a andar sin el menor recelo, hasta que llegados a la invisible barrera
quedaron como clavados en el suelo, mientras que por efecto del impulso
adquirido caían de bruces sobre el pavimento, con rigidez semejante a si
estuvieran helados (38).76
En otro experimento se convino en que a una señal dada
por uno de los médicos, el sujeto, que era una muchacha e iba vendada de ojos,
debía caer al suelo como herida por un rayo en cuanto sintiea el fluido
magnético emitido por la voluntad del magnetizador. Así ocurrió, apenas el
médico guiñó el ojo, que era la señal convenida, y al ir uno de los
circunstantes a sostener a la muchacha exclamó Regazzoni con voz de trueno: “No
la toquéis, dejad que caiga, porque un sujeto magnetizado jamás se lastima en
la caída”. Des Mousseaux, al relatar este experimento, dice: “No es tan rígido
el mármol como lo era su cuerpo; la cabeza no tocaba al suelo; tenía un brazo
extendido al aire, una pierna levantada y la otra horizontal. En esta posición
violenta permaneció indefinidamente como estatua de bronce (39).
Todos
los resultados obtenidos en las sesiones públicas de hipnotismo, los producía
Regazzoni a la perfección, sin pronunciar palabra para prevenir al sujeto de lo
que había de hacer, pues silenciosamente determinaba con su voluntad pasmosos
efectos en el organismo de personas que le eran del todo desconocidas. Las
órdenes que los circunstantes comunicaban en voz baja al oído de Regazzoni
tenían inmediato cumplimiento por parte de sujetos con los oídos algodonados y
vendas en los ojos, y en algunas ocasiones ni siquiera era necesaria esta
comunicación, porque las preguntas mentales de los propios circunstantes
hallaban cumplida respuesta.
En
Inglaterra llevó a cabo Regazzoni análogos experimentos a trescientos pasos de
distancia del sujeto que al efecto se le proporcionaba.
El
mal de ojo no es más que la emisión del fluido magnético cargado de odiosa malevolencia
y dirigido con malignas intenciones a otra persona, aunque también puede
dirigirse con buen propósito. En el primer caso es hechicería y en el
segundo magia.
¿Qué
es la voluntad? ¿Pueden responder a esta pregunta las ciencias
experimentales? ¿Cuál es la naturaleza de ese algo inteligente, incoercible y
poderoso que prevalece con augusta soberanía sobre la materia inerte? La Idea
universal quiso y el Cosmos brotó a la existencia. Yo quiero, y mis
miembros obedecen. Yo quiero, y mi pensamiento atraviesa el espacio que
para él no existe, envuelve el cuerpo de otro individuo, que no es parte de mí
mismo, penetra en sus poros y cohibiendo sus facultades, si son flacas, le
determina a una acción preconcebida. Actúa de modo semejante al fluido de una batería
galvánica sobre un cadáver. Los misteriosos efectos de atracción y repulsión
son los agentes inconscientes de la voluntad. La fascinación, tal como
la ejercen las serpientes con los pájaros, es una acción consciente que
dimana del pensamiento. El lacre, el vidrio y el ámbar atraen por el roce
cuerpos ligeros y actualizan de este modo, aunque inconscientemente, la voluntad,
porque tanto la materia organizada como la inorgánica, poseen una partícula de
la esencia divina por indefinidamente pequeña que sea. ¿Y cómo no? Desde el
momento en que, durante el proceso de su evolución, ha pasado del principio al
fin por millones de formas diversas, debe retener el punto germinal de la materia
preexistente, emanada en primera manifestación de la misma Divinidad. ¿Qué
ha de ser entonces esta inexplicable fuerza atractiva sino una porción del akâsa,
de aquella esencia en que tanto los sabios como los cabalistas reconocieron el
“principio de vida”? Admitamos que la atracción ejercida por los cuerpos
inorgánicos es ciega; pero según ascendemos en la escala de los seres, vemos
que este principio de vida se desenvuelve a cada paso en más determinados
atributos y facultades. El hombre, como ser más perfecto, en quien la materia y
el espíritu, o sea la voluntad, alcanzan mayor desenvolvimiento, es el
único capaz de comunicar impulso consciente al principio de vida que de él
emana. Sólo el hombre puede comunicar al fluido magnético varios y opuestos
impulsos de ilimitada dirección. Como dice Du Potet: “El hombre quiere y la
materia organizada obedece. En él no hay polos”.
Brierre
de Boismont, en su tratado sobre Alucinaciones, examina una prodigiosa
variedad de visiones, éxtasis y apariciones a que vulgarmente se llaman
alucinaciones. Dice a este propósito: “No podemos negar que en ciertas
enfermedades se sobreexcita extraordinariamente la sensibilidad que da
prodigiosa agudeza de percepción a los sentidos, hasta el punto de que algunos
individuos ven desde considerable distancia y otros anuncian la llegada de
personas antes de que nadie pueda verlas ni oírlas” (40).
LA
DOBLE VISTA
Bierre
de Boismont llama alucinación a la facultad que algunos enfermos lúcidos
tienen de ver a través de las paredes y anunciar la llegada de una
persona cuya venida se desconoce. Nosotros creíamos cándidamente, tal vez por
ignorancia, que las alucinaciones han de ser subjetivas y de quimérica
existencia en el delirante cerebro del enfermo; pero si éste anuncia la llegada
de una persona que se halla muy lejos, y la persona llega en el preciso momento
vaticinado por el profeta, su visión no es subjetiva, sino
perfectamente objetiva, puesto que ve como va viniendo la persona. Por
lo tanto, resulta incontrovertible que para ver un objeto a través de cuerpos
opacos y de distancias inaccesibles a la vista corporal, es preciso la visión
espiritual, pues no cabe suponer coincidencia alguna de la casualidad.
Cabanis
dice que en ciertos desórdenes nerviosos, los enfermos distinguen a simple
vista los infusorios y microbios que las personas sanas no pueden ver sin
auxilio del microscopio. Algunas personas, añade el mismo autor (41), entre
ellas un respetable miembro del Congreso Legislativo de Nueva York, eran
capaces de ver en las tinieblas tan distintamente como en un aposento
iluminado; y otras seguían por el olfato el rastro de las gentes y acertaban
quién había siquiera tocado un objeto con sólo lerlo. Así es en efecto; porque
la razón, que según dice Cabanis, se vigoriza a expensas del instinto natural,
es una especie de muralla de la China, lefvantada sobre sofismas, que acaba por
embotar en el hombre la percepción espiritual cuya más importante 77
modalidad es el instinto. Al llegar a cierto grado de
debilidad orgánica, cuando las facultades mentales flaquean a causa de la
depauperización corporal, el instinto, o sea la espiritual unidad que
resume los cinco sentidos corporales, no halla obstáculo alguno, ni en tiempo
ni en espacio. ¿Conocemos acaso los límites de la actividad mental? ¿Cómo es
posible que un médico distinga las percepciones reales de las quiméricas en un
enfermo cuyo enflaquecido y exhausto cuerpo deje escapar al alma de su cárcel
para vivir tan sólo espiritualmente?
La
divina luz que a despecho de la materia enfoca sus rayos de modo que el alma ve
como en un espejo lo pasado, lo presente y lo futuro; la mortífera flecha
disparada por la cólera o el odio reconcentrados; la bendición salida de
benévolos y agradecidos corazones; la maldición lanzada contra quienquiera que
sea, víctima o verdugo; todo tiene su vibración en el agente universal que en
determinada modalidad es el aliento de Dios y bajo la opuesta, la ponzoña del
diablo (42).
El
lector tal vez pregunte: ¿Qué es ese invisible todo? ¿Por qué los
científicos, a pesar del perfeccionamiento de sus métodos, no han descubierto
ninguna de sus propiedades mágicas? Responderemos a esto que si los científicos
lo desconocen no es razón bastante para negar las propiedades reconocidas en
dicho agente universal por los sabios antiguos. La ciencia repudia hoy muchas
cosas que mañana se verá en la precisión de aceptar. Poco menos de un siglo ha
transcurrido desde que el Instituto de Francia negaba posibilidad científica a
los experimentos eléctricos de Franklin, y apenas hay hoy edificio de
importancia sin su correspondiente pararrayos. Los modernos científicos,
gracias a su pertinaz escepticismo, escupen muchas veces al cielo y así les cae
la saliva en la cara.
Dice
la cosmogonía egipcia:
“Emepht,
el principio supremo engendró un huevo y después de incubarlo impregnándolo
de su propia esencia, se desenvolvió el germen del cual nació Phtha, el activo
y creador principio que dio comienzo a su obra. De esta ilimitada expansión de
materia cósmica (43), que Él mismo había engendrado con su soplo (voluntad),
puso en actividad las potencias latentes y formó los soles, planetas y
satélites en armónica e inmutable ordenación y los pobló de todas y cada una de
las formas y cualidades de vida”.
El
mito de las cosmogonías orientales dice que en el principio sólo había agua (el
padre) y limo prolífico (Ilus o Hylé, la madre), del que surgió
la mundana serpiente (materia), símbolo del dios Phanes, el manifestado,
la Palabra o Logos.
SÍMBOLOS
DE LOS EVANGELISTAS
Veamos
ahora cuán fácilmente remedaron este mito los compiladores del Nuevo
Testamento. Phanes, el dios manifiesto, está representado en el símbolo
de la serpiente en forma de protogonos, es decir, con cuatro cabezas
respectivas de hombre, águila, toro y león, y alas en ambos costados. Las
cabezas aluden al zodíaco y simbolizan las cuatro estaciones, pues la serpiente
mundanal es el año terrestre, mientras que la serpiente por sí misma simboliza
a Kneph, el Dios inmanifestado, el Padre. La serpiente es alada como el
tiempo, y todo este simbolismo nos explica la razón de que las iglesias latina
y griega acostumbren a representar a los cuatro evangelistas con los
respectivos animales simbólicos cuyas cabezas lleva el protogonos, así
como también se ven dichos animales agrupados junto al sello de Salomón, en el
pentágono de Ezequiel y en los querubines del Arca de la Alianza. También se
explica la insistencia de Irenero, obispo de Lyon, en que necsariamente había
de haber un cuarto evangelio, pues cuatro eran las zonas del mundo y cuatro los
puntos cardinales (44). Dice un mito egipcio que la fantástica configuración de
la isla de Chemmis (45), que flota en las etéreas ondas del empíreo, fue puesta
en existencia por obra de Horus-Apolo, el dios-sol que la sacó del huevo del
mundo.
En
el poema cosmogónico de Völuspa (cántico de la profetisa), que contiene las
leyendas escandinavas relativas a la aurora de los tiempos, el fantástico
germen del universo yace en la ginnungagap (copa de ilusión), símbolo
del abismo vacuo y sin límites, el nebelheim o paraje de las tinieblas.
En esta tenebrosa y desolada matriz del mundo cae un rayo de cálida luz (éter),
que llena la copa hasta los bordes y en ella se congela. Entonces el Invisible
levantó con un soplo un viento abrasador que derribó las heladas aguas y disipó
la niebla. Las aguas (corrientes de Elivâgar), cayeron en vivificantes
gotas de que surgió la tierra con el gigante Imir (principio masculino), quien
sólo tenía “semejanza de hombre”. Al mismo tiempo nació la vaca Audhumla (46)
(principio femenino) de cuyas ubres fluyeron cuatro ríos de leche que se
derramaron por el espacio (¡) (emanación pura de luz astral). La vaca Audhumla
engendra un potente y bello ser superior, llamado Bur, que lamía las
piedras cubiertas de sales minerales.
Comprenderemos
con mayor facilidad el oculto sentido de la alegoría de la creación del hombre,
si tenemos en cuenta que los antiguos filósofos consideraban universalmente la
sal como uno de los más importantes principios constituyentes de la creación
orgánica, y que los alquimistas la tenían por el ménstruo universal extraído del
agua, aparte de que tanto la ciencia moderna como el concepto pupular la
diputan por elemento indispensable para el hombre y los animales. Paracelso
llama a la sal “centro de agua en quee han de morir los metales”; y Van Helmont
dice que el alkahest es summum et felicissimum omnium salium (la sal más
superior y afortunada).
Cuando
Jesús dijo a sus discípulos:
Vosotros
sois la sal de la tierra. Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?...
Vosotros sois la luz del mundo. (San Mateo, v. 14).78
Con estas palabras significaba directa e
inequívocamente la doble naturaleza del hombre físico y espiritual, demostrando
por otra parte su conocimiento de la doctrina secreta cuyos vestigios se
descubren en las más antiguas y populares tradiciones de ambos Testamentos, así
como en las obras de los místicos y filósofos antiguos y medioevales. Pero
volvamos a la cosmogonía escandinava expuesta en los Eddas. El gigante
Imir se queda dormido y suda copiosamente. La transpiración engendra de su
sobaco izquierdo un hombre y una mujer, a quienes del pie del gigante les nace
un hijo. Así tenemos que mientras la mítica “vaca” produce una raza de hombres
superiores y espirituales, el gigante Imir engendra una raza de hombres malos y
depravados, los hrimthursen (gigantes helados. Salvo ligeras
modificaciones, vemos la misma leyenda cosmogónica en los Vedas de la
India. Tan luego como Brahmâ recibe de Bhagavâd, el Supremo dios, la potestad
creadora, engendra seres animados puramente espirituales, los dejotas,
que por residir en el Svarga (región celeste), no están dispuestos a morar en
la tierra, y en consecuencia engendra Brahmâ a los daityas, de
gigantesca estatura, que habitan en el Pâtala (región inferior del espacio) y
tampoco están en condiciones de poblar el Mirtloka (la tierra). Para
remediar este mal, Brahmâ engendra de su boca al primer brahmán,
progenitor de nuestra raza; de su brazo derecho engendra a Raettris, el primer
guerrero; de su brazo izquierdo a Shaterany, esposa de Raettris; del pie
derecho nace su hijo Bais y del izquierdo su mujer Basany. Así como en la
leyenda escandinava, Bur, el espiritual hijo de la vaca Audhumla, se casa con
Besla, de la depravada estirpe de los gigantes, también en la leyenda inda el
primer brahmán se casa con Daintary, de raza de gigantes. Igualmente nos dice
el Génesis que los hijos de Dios tomaron por esposas a las hijas de los
hombres, de cuya unión nacieron poderosos linajes. Resulta de ello evidente la
originaria identidad entre el Génesis y las leyendas de la Escandinavia y el
Indostán, a pesar de que se les niega a estos la inspiración atribuida al
primero. Examinadas detenidamente, conducen a idéntico resultado las
tradiciones de casi todos los demás países.
LA
SERPIENTE EGIPCIA
¿Qué
cosmólogo moderno sería capaz de resumir en símbolo tan sencillo como la
serpiente egipcia tal cúmulo de significados? En la serpiente se compendia toda
la filosofía del universo. La materia está vivificada por el espíritu y ambos
elementos desenvuelven del caos (energía) cuanto ha de existir. El nudo en
la cola de la serpiente simboliza la íntima latencia de los elementos en la
materia cósmica.
LAS
TÚNICAS DE PIEL
Otro
símbolo aún más importante es la muda de la piel de la serpiente, que según se
nos alcanza no han acertado hasta ahora a interpretar los simbolistas. Así como
el reptil al despojarse de la piel se libra de una envoltura de grosera
materia, demasiado enojosa ya para su cuerpo, y entra en un nuevo período de
actividad, así también el hombre al desprenderse de su cuerpo grosero y
material pasa a un nuevo estado de existencia con mayores facultades y más
enérgica vitalidad. Por el contrario, los cabalistas caldeos dicen que
cuando el hombre primitivo (47) se despiritualizó por su contacto con la
materia, le fue dado por vez primera cuerpo carnal, y así lo simboliza
aquel significativo versículo: “Hizo también el señor Dios a Adán y a su mujer
unas túnicas de pieles y los vistió” (48). A menos que los intérpretes quieran
convertir a Dios en sastre celeste, ¿qué otra cosa significan estas frases
aparentemente absurdas, sino que el hombre espiritual en el curso de su
involución había llegado al punto en que el predominio de la materia le
transformó en hombre de carne? (49).
Esta
cabalística doctrina está más acabadamente expuesta en el Libro de Jasher (50),
donde se dice que Noé heredó estas túnicas de Matusalem y Enoch, quien a su vez
las había recibido de manos de Adán y su mujer. Cam se las hurtó a su padre que
las había puesto en el arca y las dio secretamente a Cus, quien, a escondidas
de sus hermanos e hijos, las transmitió a Nemrod.
Algunos
cabalistas y aun arqueólogos dicen que Adán, Enoch y Noé son nombres distintos
de un mismo personaje (51); pero otros sostienen que entre Adán y Noé
transcurrieron varios ciclos, lo que equivale a decir que cada patriarca
antediluviano representaba una raza existente en la sucesión de los ciclos, y
que cada una de estas razas fue menos espiritual que la precedente. Así
tenemos, que si bien Noé fue varón justo, no podía parigualarse en bondad con
su ascendiente Enoch, que fue arrebatado al cielo en vida. De aquí la alegoría
de que Noé heredó del segundo Adán y de Enoch la túnica de piel, aunque no la
llevaba puesta, pues de lo contrario no se la hurtara su hijo Cam. Pero como
Noé y sus hijos se salvaron del diluvio, resulta que el primero pertenecía a la
antediluviana raza espiritual y fue escogido de entre todos los hombres por su
pureza, mientras que sus descendientes fueron postdiluvianos. La túnica de piel
que Cus llevó en secreto, es decir, cuando la materia contaminó su naturaleza
espiritual, pasó a Nemrod, el hombre más poderoso y fuerte de los posteriores
al diluvio y último vástago de los gigantes antediluvianos (52).
Veamos
de entresacar el oculto significado de la leyenda diluviana.
En
la cosmogonía escandinava, los hijos de Bur matan al gigante Imir, y tan
caudalosos ríos de sangre brotaron de sus heridas, que sumergieron a toda la
raza de fríos y helados gigantes, salvándose únicamente Bergelmir y su mujer,
refugiados en una barca, por lo que fueron padres de una nueva raza de
gigantes, nacida del mismo tronco. Todos los hijos de Bur se salvaron del
diluvio (53).
El
gigante Imir simboliza la primitiva y ruda materia orgánica, las ciegas fuerzas
cósmicas en estado caótico, antes de recibir el inteligente impulso del divino
Espíritu que reguló su movimiento en leyes inmutables. La progenie de Bur son
los “hijos de Dios” o los dioses menores a que alude Platón en su Timeo,
a los cuales 79
fue encomendada la creación del hombre, pues sacan del
caótico abismo (el ginnungagap) los mutilados restos del gigante Imir y
se sirven de ellos para crear el mundo. Su sangre forma los ríos y los mares;
sus huesos las montañas; sus dientes las rocas y peñascos; sus cabellos los
árboles; su cráneo la bóveda celeste sustentada en las cuatro columnas de los
puntos cardinales, y sus cejas formaron el Edén, la futura morada del hombre.
Para tener correcta idea de esta morada (la tierra), dicen los Eddas que
es preciso concebirla redonda como un anillo o como un disco flotante en
la neblina del océano celeste (éter). Está circuída por Yörmungand, el
gigantesco Midgard o serpiente que se muerde la cola, la culebra mundanal,
símbolo de la materia dimanante de Imir, compenetrada con el espíritu de los
hijos de Dios, que produjeron y modelaron todas las formas. Esta emanación es
la luz astral de los cabalistas y el hipotético éter de los físicos modernos.
La
misma leyenda escandinava de la creación del hombre nos da a entender cuán
convencidos estaban los antiguos de la trínica naturaleza humana. Según el Völuspa,
Odin, Hönir y Lodur, los progenitores de nuestra raza, mientras paseaban por la
orilla del mar vieron dos palos que, inertes y sin utilidad alguna, flotaban en
el agua. Odin les infundió el soplo de vida. Hönir dióles alma y movimiento.
Lodur les dotó de belleza, palabra, vista y oído. Al hombre le llamaron Askr
(fresno) (54) y a la mujer Embla (aliso). Pusieron a esta primera
pareja en el Edén y recibieron de sus creadores materia o vida inorgánica,
mente o alma y espíritu puro. La primera procedía de los restos del gigante
Imir; la segunda de los AEsire (dioses descendientes de Bur) y el
tercero de Vanr (representación del puro espíritu).
EL
ÁRBOL MUNDANAL
Según
otra versión del Edda, el universo visible surgió del centro de las
frondosas ramas del Iggdrasill (árbol mundanal de tres raíces). Por
debajo de la primera raíz corre el manantial de vida (Urdar) y debajo de
la segunda está el famoso pozo de Mimer, en cuyo fondo se ocultan la
inteligencia y la sabiduría. Odin pide un vaso de agua de este pozo y lo
consigue con la condición de dejar un ojo en prenda. Este ojo es el símbolo de
la Divinidad, porque Odin lo deja en el fondo del pozo. Del árbol mundanal cuidan
tres doncellas (normas o parcas), llamadas, Urdhr, Verdandi y Skuld, símbolos
del pasado, el presente y el futuro. Todas las mañanas, mientras computan la
duración de las vidas humanas, sacan agua de la fuente de Urdar para regar las
raíces del árbol mundanal. Las emanaciones del fresno (Iggdrasill), al
condensarse y caer en suelo, dan existencia y forma a la materia inanimada.
Este árbol simboliza la vida universal, así orgánica como inorgánica; sus
emanaciones significan el espíritu que vivifica las formas de la creación; y de
sus tres raíces, una se extiende hacia el cielo, otra hacia la morada de los
magos (gigantes de las altas montañas), y la otra, bajo la cual mana la fuente
Hvergelmir, la roe el monstruo Nidhögg, que constantemente induce a los hombres
al mal.
También
los tibetanos tienen su árbol mundanal en la antiquísima leyenda cosmogónica de
su país. Le llaman Zampun, y tiene asimismo tres raíces, de las cuales
la primera se extiende hacia el cielo hasta la cima de las más altas montañas,
la segunda hacia las regiones inferiores y la tercera llega a Oriente.
Los
indos llaman Ashvatta (55) al árbol mundanal. Sus ramas son los
componentes del mundo visible, y sus hojas los himnos védicos que tanto bajo el
aspecto intelectual como del moral simbolizan el universo.
Quien
cuidadosamente estudie los mitos cosmogónicos de las religiones antiguas
advertirá, sin duda, la sorprendente similitud de concepto esotérico y de forma
exotérica, hasta el punto de que no puede resultar de meras coincidencias, sino
de un plan único en demostración de que en aquellos primitivos tiempos, velados
por la densa niebla de las tradiciones, el pensamiento religioso de la
humanidad se desenvolvía acordemente en todas las comarcas del globo. Los
cristianos llaman panteísmo a la veneración que inspiran las recónditas
verdades de la naturaleza; pero entre el panteísmo adorador de Dios en la
naturaleza que, como única manifestación objetiva de la divinidd, la revela y
recuerda sin cesar al hombre, y una religión dogmática que encubre y vela el
verdadero concepto de Dios, no es difícil discernir cuál de los dos satisface
más cumplidamente las necesidades del género humano.
La
ciencia moderna acepta la teoría de la evolución, de acuerdo en este punto con
la doctrina secreta y el significado oculto de los mitos cosmogónicos de la
antigüedad, sin excluir la Biblia. Lentamente brota de la semilla el tallo y
del tallo el capullo y del capullo la flor; pero ¿qué fueza espiritual preside
todas estas transformaciones que acaban por dar a a la flor su forma, colores y
perfume?
A
esto responde la palabra evolución. El germen de la actual raza humana
debió preexistir en su progenitor, como la semilla en que late la futura flor
existe oculta en el ovario materno. La nueva planta podrá tener mucha semejanza
con su progenitora, pero será algo distinta de ella. Si los antediluvianos
predecesores del elefante y del lagarto fueron el mamut y el plesiosaurio, ¿por
qué no ser progenitores de nuestra raza los gigantes a que aluden los Vedas,
el Völuspa y el Génesis?
La
transformación de las especies, tal como la exponen los materialistas, es tan
absurda como lógica resulta la evolución sucesiva de las formas animales de un
originario tipo inferior. Aun concediendo que las especies animales procedan
tan sólo de cuatro o cinco tipos (56), y aunque todos los seres orgánicos que
viven o han vivido en la tierra procedan de una forma primaria (57), no parece
sino que únicamente los empedernidos materialistas y los faltos de intuición
sean capaces de prever “el futuroestablecimiento de la psicología sobre las
nuevas bases de la evolución gradual de las facultades y fuerzas mentales”
(58).
El
origen físico del hombre y todo cuanto se refiere a su evolución orgánica cae
bajo el dominio de las ciencias experimentales; pero negamos a los
materialistas toda competencia en lo concerniente a la evolución psíquica y
espiritual del hombre, porque no hay ni mucho menos pruebas evidentes de que
las facultades 80
superiores del ser humano procedan de la evolución como
la planta más humilde y el más miserable gusano (59).
Veamos
ahora la teoría evolucionista de los antiguos brahmanes simbolizada en el árbol
mundanal llamado Ashvatta, aunque de distinto modo que los escandinavos. El
Ashvatta tiene las ramas hacia abajo y las raíces hacia arriba. Las raíces
simbolizan el mundo físico, el universo vivisble, y las segundas el invisible
mundo espiritual, porque las raíces arrancan de las celestes regiones en donde
desde la creación del mundo colocó la humanidad a su invidisible Dios. Los
símbolos religiosos de todo país son corroboraciones diversas de la doctrina,
según la cual, la energía creadora emanó de un punto primario, y así lo
enseñaron Pitágoras, Platón y otros filósofos. A este propósito, dice Filón:
“Los caldeos opinaban que el Kosmos es punto entre las cosas existentes, bien
que este punto sea el mismo Dios (Theos) o bien que en él esté Dios
abarcando el alma de todas las cosas (60).
SÍMBOLO
DE LAS PIRÁMIDES
Las
pirámides de Egipto simbolizan la misma idea que el árbol mundanal. El vértice
es el místico eslabón entre cielo y tierra, análogo a la raíz del árbol,
mientras que la base representa las ramas extendidas hacia los cuatro puntos
cardinales del universo material. La idea simbólica de las pirámides es que
todas las cosas dimanan del espíritu por evolución descendente (al contrario de
lo que supone la teoría darwiniana), es decir, que las formas han ido
materializándose gradualmente hasta llegar al máximo de materialización. En
este punto entra la moderna teoría evolutiva en el palenque de las hipótesis
especulativas y no causa extrañeza que Haeckel trace en su Antropogenia la
genealogía del hombre “desde la raíz protoplásmica existente en el limo
oceánico, mucho antes de sedimentar las más antiguas rocas fosilíferas”, según
expone Huxley. Podemos creer que el hombre descienda de un mamífero semejante
al mono, sobre todo cuando, según afirma Berosio, esta misma teoría enseño,
sino tan elegante, más comprensiblemente, el hombre pez, Oannes o Dagón, el semidemonio
de Babilonia (61). Conviene advertir que esta antigua teoría de la evolución,
no sólo se encierra en los símbolos y leyendas, sino que también se ve
representada en pinturas murales de los templos indos y se han encontrado
fragmentos descriptivos en los templos egipcios y en las losas de Nimrod y
Nínive excavadas por Layard. Pero ¿qué hay tras la descendencia del hombre
según Darwin? Por muy allá que vaya nuestro examen, sólo encontramos hipótesis
de imposible demostración, porque el famoso naturalista dice que “todas las
especies descienden en línea recta de unos cuantos individuos existentes mucho
tiempo antes de formarse la primera capa silúrica” (62). Aunque Darwin no se
toma el trabajo de decirnos quiénes fueron estos “unos cuantos individuos”,
basta que para admitir su existencia haya de solicitar la corroboración de los
antiguos, de modo que el concepto tenga carácter científico. En efecto, sería
verdaderamente temerario afirmar que la ciencia moderna contradice la antigua
hipótesis del hombre antediluviano, después de las modificaciones sufridas por
nuestro globo en cuanto a temperatura, clima, suelo y aun nos atrevemos a decir
que en sus condiciones electro-magnéticas. Las hachas de pedernal encontradas
por Boucher de Perthes en el valle de Sômme son prueba de que la antigüedad del
hombre sobre la tierra excede a todo cómputo. Según Büchner, el hombre existía
ya en el período glacial correspondiente a la época cuaternaria y probablemente
más allá todavía. Pero ¿quién es capaz de sospechar lo que nos tienen reservado
los futuros descubrimientos?
Si
hay pruebas incontrovertibles de que el hombre existió en tan remota
antigüedad, forzosamente se ha de haber alterado su organismo de modo
admirable, por razón de las mudanzas atmósfericas y climatológicas.
En
consecuencia, también cabe suponer por analogía, remontándonos a esas
lejanísimas épocas, que el organismo de los remotos ascendientes de los
“helados gigantes”, les permitiera convivir con los peces devónicos y los
moluscos silúricos. Verdad que no han dejado sus huesos ni sus hachas de sílex
en las cavernas; pero sí es fidedigno el testimonio de los antiguos, en los
primitivos tiempos no sólo hubo gigantes u “hombres de famoso poderío”, sino
también “hijos de Dios”. Si a cuantos creemos en la evolución del espíritu,
tan firmemente como los materialistas en la de la materia, se nos acusa
de sostener “hipótesis indemostrables”, bien podemos echar en cara a los
acusadores que, según ellos mismos confiesa, su teoría de la evolución física
no está demostrada y tal vez sea indemostrable (63). Nosotros podemos por lo
menos inferir pruebas de los mitos cosmogónicos cuya pasmosa antigüedad
reconocen filólogos y arqueólogos, mientras que nuestros adversarios en nada
pueden apoyarse, a no ser que recurran a parte de las antiguas inscripciones
con caracteres ideográficos y supriman el resto.
Afortunadamente,
mientras las obras de algunos reputados científicos parecen contradecir
nuestras teorías, las corroboran por completo otros no menos eminentes, como Wallace,
quien defiende la idea del “lento proceso evolutivo” de las especies a partir
de una época remotísima en innumerable sucesión de ciclos (64). Y si esto
admite en los animales, ¿por qué no admitirlo en el hombre cuyos lejanísimos
ascendientes fueron los seres puramente espirituales llamados hijos de Dios?
MITOS
BISEXUALES
Volvamos
ahora al simbolismo antiguo con su mitología físico-religiosa. Más adelante
esperamos demostar la íntima relación de estos mitos con los adelantos de las
ciencias naturales, pues las emblemáticas imágenes y la peculiar fraseología de
los sacerdotes antiguos encubren conocimientos todavía ignorados en nuestro
ciclo.81
Por muy experto que sea un erudito en las escrituras
hierática y jeroglífica de los egipcios, ha de analizar cuidadosamente las
inscripciones y no aventurarse a interpretarlas sin estar antes seguro, compás
y regla en mano, de que el jeroglífico se ajusta a las figuras y líneas
geométricas que dan la clave.
Sin
embargo, hay mitos de espontánea interpretación, como por ejemplo los
bisexuales creadores en todas las cosmogonías. El griego Zeus-Zën (Éter) con
sus esposas Chthonia (tierra caótica) y Metis (agua); Osiris (también el Éter)
primera emanación de Amun, la Suprema Deidad y primaria fuente de luz, con Isis-Latona
(tierra y agua); Mithras (65), el dios nacido de la roca, símbolo del fuego
mundanal masculino o personificación de la luz primaria, y su a la par esposa y
madre Mithra, la diosa del fuego, que representaban el puro elemento ígneo
(principio activo masculino), considerado como luz y calor, en conjunción con
la tierra y el agua (principios pasivos femeninos de la generación cósmica).
Mithras es hijo de Bordj (la montaña mundanal de los persas) (66) de la que
surge como resplandeciente rayo de luz. La cosmogonía inda nos habla de Brahmâ,
el dios del fuego, y de su prolífica consorte Unghi, la refulgente deidad de
cuyo cuerpo brotan mil rayos de gloria y siete lenguas de fuego (67). Siva,
personificado en el Meru (los Himalayas o montaña mundanal de los indos),
descendió del cielo, como el Jehovah judío, en una columna de fuego. Todas
estas divinidades y otras tantas de ambos sexos que pudiéramos citar revelan
claramente su significación esotérica. Y ¿qué otra cosa sino el principio
físico-químico de la creación primordial significarían estos mitos duales? Son
símbolo de la primera y trina manifestación de la Causa Suprema en espíritu,
fuerza y materia; de la divina correlatividad en el punto inicial de la
evolución representada por la cópula del fuego y del agua o unión del principio
activo masculino con el pasivo femenino, emanados ambos del electrizante
espíritu y procreadores de su telúrico hijo, la materia cósmica o substancia
primaria, vivificada por el éter o luz astral.
Tenemos,
por lo tanto, que las montañas, huevos, árboles, serpientes, columnas y demás
símbolos mundanales encubren verdades de filosofía natural científicamente
demostradas. Las montañas simbólicas describen con ligeras variantes la
creación primaria; los árboles mundanales denotan la evolución del espíritu y
de la materia; la serpiente y las columnas aluden a los diversos atributos de
esta doble evolución en su interminable correlatividad de fuerzas cósmicas. En
los misteriosos repliegues de la montaña, matriz del universo, las divinas
potestades disponen los atómicos gérmenes de la vida orgánica y el licor de
vida que despierta el espíritu humano en la materia humana.
Este
sagrado licor es el Soma, la bebida sacrificial de los indos; porque las
partículas más densas de la substancia primera formaron el mundo físico,
y las más sutiles lo envolvieron en sus etéreas e invisibles ondulaciones, como
a niño recién nacido, estimulando su actividad a medida que surgía lentamente
del eterno caos.
LA
SERPIENTE SATÁNICA
Los
mitos cosmogónicos pasaron de la idea poéticamente abstracta al simbolismo
plástico, tal como los halla hoy la arqueología. La serpiente, que tan
importante papel representa en la pintura y escultura antiguas, perdió después
su verdadera significación a causa de las absurdas interpretaciones del Génesis,
que la identifican con Satanás, cuando por el contrario es el mito de más
diversos e ingeniosos emblemas. Entre ellos se cuenta el de agathodaimon (arte
de curar e inmortalidad del alma) y, por esta razón, es obligado atributo de
todas las divinidades patronímicas de la salud y de la higiene. En los
Misterios egipcios la copa de la salud estaba rodeada de serpientes. También es
este reptil emblema de la materia, pues como el mal es la oposición al bien,
cuanto más se aparte la materia de su espiritual fuente, tanto más quedará
sujeta al mal. En las más antiguas imágenes de los egipcios y en las alegorías
cosmogónicas de Kneph simboliza la materia una serpiente dentro de un círculo
hemisférico cuyo ecuador cruxza en línea recta para dar a entender que si el
universo de luz astral envuelve al mundo físico que de él emanó, queda a su vez
envuelto y limitado por Emepht (Causa Primera). Phtha engendra a Ra
con las miríadas de formas que vivifica, y ambos salen del huevo mundanal
porque el huevo es la más común modalidad generativa de los seres vivientes. La
eternidad del tiempo y la inmortalidad del espíritu están simbolizadas en la
serpiente que circuye el mundo y se muerde la cola sin dejar solución de
continuidad. También simboliza entonces la luz astral.
Los
filósofos de la escuela de Ferécides enseñaban que el éter (Zeus o Zën) es el
cielo superior o empíreo donde está el mundo superior cuya luz (astral) es la
concentración de la substancia primaria.
Tal
es el símbolo de la serpiente identificada más tarde con Satán por los
cristianos. Es el Od, Ob y Aûr de Moisés y de los cabalistas.
Cuando la luz astral en estado pasivo actúa sobre quienes sin darse cuenta se
ven arrastrados por su corriente es el Ob o pitón. Moisés se resolvió al
exterminio de cuantos cedían a la influencia de las siniestras entidades que
por todas partes nos rodean y se mueven en las ondas astrales como el pez en el
agua, a las que Lytton llama “moradores del umbral”. Pero se transmuta en Od
tan pronto como la vivifica el flujo consciente de un alma inmortal,
porque entonces las corrientes astrales actúan bajo la dirección de un adepto o
un hipnotizador cuya espiritual pureza les capacite para dominar las fuerzas
ciegas. En este caso, desciende temporáneamente a nuestra esfera una elevada
entidad planetaria de las que nunca encarnaron (aunque entre ellas las haya que
han vivido en nuestro mundo) y purificando el ambiente circundante abre los
ojos espirituales del sujeto y le infunde el don de profecía. Por lo que atañe
al Aûr designa ciertas propiedades ocultas del agente universal, que
únicamente interesan a los alquimistas y en modo alguno al público en
general.82
Anaxágoras de Clazomene, fundador del sistema
filosófico homoiomeriano, creía firmemente que los elementos y arquetipos
espirituales de todas las cosas procedían del éter sin límites, al cual se
restituían desde la tierra. Los indos divinizaron el éter (akâsha) y los
griegos y latinos lo identificaron con Zeus o Magnus, a quien Virgilio (68)
llama pater omnipotens aeter.
Las
entidades astrales o habitantes del umbral a que hemos aludido son los
espíritus elementarios de los cabalistas (69) o los diablos de la iglesia
cristiana.
Dice
Des Mousseaux muy gravemente, al tratar de los diablos, que ya Tertuliano
descubrió a las claras el secreto de sus astucias. ¡Precioso descubrimiento!
Pero ahora que tanto conocemos de las tareas mentales de los Padres de la
Iglesia y de sus descubrimientos en antropología astral, ¿habremos de extrañar
que en su afán de exploraciones espirituales se hayan olvidado de nuestro
planeta hasta el punto de negarle, no sólo movimiento, sino también
esferoicidad?
Dice
Langhorne en su traducción de Plutarco: “Opina Dionisio de Halicarnaso que Numa
mandó edificar el templo de Vesta en forma de rotonda para representar la
redondez de la tierra simbolizada en dicha diosa”. Además, Filolao, de acuerdo
con los pitagóricos, sostiene que el elemento fuego está en el centro de la
tierra; y Plutarco, al tratar de este asunto, atribuye a los pitagóricos la
opinión de que “la tierra no está quieta ni situada en el centro del universo,
sino que gira en torno de la esfera de fuego, sin ser la más valiosa ni la
principal parte de la gran máquina”. De la misma manera opinaba Platón. Por lo
tanto, no cabe duda de que los pitagóricos se anticiparon al descubrimiento de
Galileo.
LA
CIUDAD SILENCIOSA
Muchos
fenómenos, hasta ahora misteriosos e inexplicables, serán fáciles de comprender
una vez admitida la existencia del universo invisible (70) que satura el
organismo de los sujetos hipnotizados, ya por la poderosa voluntad de un
magnetizador, ya por entidades invisibles cuya acción produce el mismo
resultado. Una vez hipnotizado el sujeto, sale su cuerpo astral de la
paralizada envoltura de carne y cruzando el espacio sin límites se detiene en
el borde de la misteriosa frontera. Pero las puertas de entrada a la “ciudad
silenciosa” tan sólo están entornadas y no se le abrirán de par en par hasta el
día en que su alma, unida a la sublime e inmortal esencia, deje su cuerpo de
carne. Entretanto, el vidente sólo puede atisbar por la mirilla, y de su
agudeza perceptiva dependerá la extensión del campo visual.
Todas
las religiones antiguas tuvieron el mismo concepto de la trinidad en la unidad
simbolizada en los tres Dejotas de la Trimurti inda y en las tres cabezas de la
cábala judía esculpidas una en otra y encima una de otra (71). La Trinidad de
los egipcios y la de los griegos simbolizaban análogamente la emanación
primaria y trina con sus dos principios: masculino y femenino. La unión del Logos
(sabiduría, principio masculino, Dios manifestado) con el Aura (principio
femenino, Anima mundi, Espíritu Santo, Sefira de los cabalistas y Sofía de los
agnósticos) engendra todas las cosas visibles e invisibles. La verdadera
interpretación metafísica de este dogma universal quedó reservada en el recinto
de los santuarios; pero los griegos la personificaron en poéticos mitos. En las
Dionysíacas de Nonnus aparece Baco enamorado de la suave y juguetona
brisa Aura Plácida (Espíritu Santo o céfiro plácido). A este propósito
dice Higgins: “El céfiro plácido dio origen a dos santos del calendario
compuesto por los ignorantes Padres de la Iglesia: Santa Aura y San
Plácido, con añadidura de convertir al jovial dios en San Baco, cuyo sepulcro y
reliquias se enseñan todavía en Roma. La fiesta de San Aura y San Plácido se
celebra el 5 de Octubre, poco antes de la de San Baco” (72). Mucho más sublime
y poético es el espíritu religioso del mito escandinavo. En el insondable
abismo del mundo (Ginnungagap) luchan con ciega y rabiosa furia la
materia cósmica y las fuerzas primarias, cuando el Dios inmanifestado envía el
benéfico soplo del deshielo desde la ígnea esfera del empíreo (Muspellheim),
entre cuyos refulgentes rayos mora mucho más allá de los límites del mundo. El
alma del Invisible, el Espíritu flotante sobre las negras aguas del abismo,
hace surgir del caos el orden y después de dar el impulso a la creación toda,
queda la CAUSA PRIMERA instatu abscondito (73).
EL
RAYO DE THOR
La
religión y la ciencia se hermanan en los cantos del paganismo escandinavo.
Cuando Thor, el Hércules del Norte, hijo de Odin, ha de empuñar la terible maza
de donde brota el rayo, se calza guanteletes de hierro. Lleva además el cinto
de fuerza o cinturón mágico que acrecienta su celeste poderío. Monta un
carro con lanza de hierro, cuyas ruedas giran sobre nubes preñadas de rayos,
tirado por dos carneros con frenos de plata y su temerosa frente está coronada
de estrellas. Esgrime Thor su clava con fuerza irresistible contra los rebeldes
gigantes helados a fuerza irresistible contra los rebeldes gigantes helados a
quienes vence, derrite y aniquila. Cuando los dioses han de celebrar asamblea
en la fuente de Urdar para decidir los destinos de la humanidad, todos se
encaminan allá montados menos Thor, que va por su pie, temeroso de que al
atravesar el Bifrost (arco-iris) o puente AEsir de variados colores, lo incendie
con su fulgurante carro y hiervan las aguas de Urdar.
Lisa
y llanamente ¿qué interpretación cabe dar a este mito sino que el autor de la
leyenda conocía no poco la electricidad? Thor, personificación de la energía
eléctrica, para manejar el fluido se pone guantelestes de hierro, es decir, del
metal conductor. El cinturón de fuerza es el circuito cerrado por donde fluye
la corriente eléctrica. El carro cuyas chispeantes ruedas giran sobre las
cargadas nubes simboliza la electricidad en actuación. La puntiaguda lanza
sugiere la idea del pararrayos y el tiro de carneros representan el principio
83
masculino con el femenino en los frenos de plata,
puesto que éste es el metal de Astarté o Diana (la luna). En el carnero y el
freno vemos combinados en oposición los principios activo y pasivo de la
naturaleza. El carnero impulsa y el freno retiene, pero ambos están sujetos a
la omnipenetrante energía eléctrica que los mueve. De esta energía primaria y
de las múltiples y sucesivas combinaciones de ambos principios masculino y
femenino dimana la evolución del mundo visible, gloriosamente cifrado en el
sistema planetario que simboliza el círculo de estrellas que ornan su frente.
Los terribles rayos de Thor (electricidad activa) prevalecen contra las fuerzas
titánicas representadas en los gigantes; pero al reunirse con los dioses
menores, ha de atravesar a pie el Bifrost o puente del arco iris y bajar del
carro (pasar al estado latente), pues de otro modo aniquilaría todas las cosas
con su fuego. Respecto a que Thor teme poner en ebullición las aguas de la
fuente Urdar, no comprenderán los físicos modernos el significado de este mito
hasta que se determinen completamente las recíprocas relaciones
electromagnéticas de los elementos del sistema planetario, que ahora tan sólo
se presumen, según vemos en los recientes ensayos de Mayer y Hunt. Los
filósofos antiguos creían que los volcanes y los manantiales de agua termal
dimanaban de subterráneas corrientes eléctricas, que también eran causa de los
sedimentos minerales de diversa índole que originan las fuentes medicinales. Si
se objeta que los autores antiguos no expresan claramente estos hechos porque,
según los modernos, nada sabían de electricidad, redargüiremos diciendo que
nuestra época no conoce todas las obras de la sabiduría antigua. Las claras y
frescas aguas de Urdar regaban diariamente el místico árbol del mundo, y si las
hubiese enturbiado Thor (electricidad activa), las convirtiera de seguro en
aguas minerales ineficaces para el riego.
Estos
ejemplos corroboran la antigua afirmación de los filósofos de en todo mito
hay un Logos y un fondo de verdad en toda ficción.
CAPÍTULO
VI
Hermes,
el portador de mis órdenes, tomó la varilla
con
que a su arbitrio cierra los párpados de los mortales
Y a
su arbitrio también despierta a los dormidos.
-Odisea,
Libro V.
Yo vi
saltar los anillos samotracios y bullir las
limaduras
de acero en un plato de bronce,
apenas
pusieron debajo la piedra imán. Y
con
pánico terror parecía huir de ella el hierro
con
acerbo odio.-LUCRECIO, Libro VI.
Pero
lo que especialmente distingue a la Fraternidad,
es su
maravilloso conocimiento de los recursos del arte
médico.
Operan por medio de simples y no por hechizos.
-Manuscrito.
Informe sobre el origen y atributos de los
verdaderos
rosacruces).
Pocas
verdades tan profundas han dicho los científicos como la expuesta por Cooke en
su obra Nueva Química, al decir: “La historia de la ciencia nos
demuestra que para arraigar y desarrollarse una verdad científica, es preciso
que la época esté debidamente dispuesta a recibirla, pues muchas ideas no
dieron fruto por haber caído en suelo estéril; pero tan luego como el tiempo
puso el abono, la simiente echó raíces y más tarde frutos...
“Todo
estudiante se sorprende al ver el escaso número de verdades que aun los más
preclaros talentos añadieron al acopio científico”. La transformación operada
recientemente en la química es muy a propósito para llamar la atención de los
químicos sobre el particular, que no causaría extrañeza si antelativamente se hubiesen
estudiado con imparcial criterio las enseñanzas alquímicas. El puente que salva
el abismo abierto entre la nueva química y la vieja alquimia es
pequeño en comparación del tendido más audazamente al pasar de la teoría
dualística a la unitaria.
Así
como Ampère fue fiador de Avogadro entre los químicos modernos, así también se
verá algún día que la hipótesis del od, sustentada por Reichenbach, abre camino
para estimar la valía de Paracelso. Hace tan sólo cincuenta años, se
consideraba la molécula como el tipo unitario de las combinaciones químicas, y
acaso no transcurra tanto tiempo sin que se reconozca el eminente mérito del
místico suizo, quien dice en una de sus obras: “Conviene tener en cuenta que el
imán es aquel espíritu de vida en el hombre sano, a quien el enfermo busca, y
ambos están unidos al caos externo. De esta suerte, el enfermo inficiona al
sano por atracción magnética”.
Las
obras de Paracelso describen las causas de las enfermedades que afligen a la
humanidad, las ocultas relaciones entre la fisiología y la psicología, que en
vano se esfuerza en descubrir especulativamente la ciencia moderna, y los
específicos y remedios de cada una de las dolencias corporales. También conoció
Paracelso el electro-magnetismo tres siglos antes de que OErsted presumiera
haberlo descubierto, según puede inferirse del examen crítico de su peculiar
terapéutica. En cuanto a sus descubrimientos químicos, no hay necesidad de 84
enumerarlos, puesto que muchos autores imparciales le
tienen por uno de los más insignes químicos de su época (1). Brierre de
Boismont le llama genio, y de acuerdo con Deleuze dice que abrió una nueva era
en la historia de la medicina. El secreto de sus felices y mágicas curaciones
(como las llamaron entonces), consistía en el soberano menosprecio con que
miraba a las tituladas autoridades científicas de su tiempo. A este propósito,
dice: “Al investigar la verdad, me he preguntado que de no haber en este mundo
maestros de medicina, ¿cómo me las hubiera yo arreglado para aprender este
arte? Pues en ningún otro libro que en el siempre abierto de la naturaleza,
escrito por el dedo de Dios... Me acusan de no haber entrado en el templo del
arte por la puerta principal; pero ¿quién tiene razón? ¿Galeno, Avicena, Mesue,
Rhasis o la honrada naturaleza? Yo creo que la naturaleza, y por sus puertas
entre guiado por la luz de la naturaleza sin necesidad de candiles de
boticario”.
EL
MAGNETISMO ANIMAL
Su
desdén por la rutina docente y el formulismo científico, el anhelo de
identificarse con el espíritu de la naturaleza, que era para él la única fuente
de salud, el único sostén y luz de la verdad, concitaron contra el alquimista y
filósofo del fuego, las implacables iras de los pigmeos de la época. No debe
maravillarnos de que le acusaran de charlatán y aun de beodo, si bien Hemmann
le defiende denodadamente de esta última imputación, demostrando que fue
calumnia de un tal Oporino, quien estuvo con él durante algún tiempo para
sorpender sus secretos, y al no lograr su intento, se desataron las malas lenguas
de sus despechados discípulos, coreadas por los boticarios. Fundó Paracelso la
escuela del magnetismo animal, y descubrió las propiedades del imán. Sus
contemporáneos menoscabaron su reputación tachándole de hechicero, en vista de
las maravillosas curas que obtenía, como tres siglos después se vio también
acusado el barón Du Potet, de brujería y demonolatría, por la Iglesia romana, y
de charlatanería por los académicos de Europa.
Según
dijeron los filósofos del fuego, no hay químico capaz de considerar el “fuego
viviente” distintamente de sus colegas, y a este propósito dice Fludd:
“Olvidaste lo que tus padres te enseñaron sobre ello, o mejor dicho, nunca lo
supiste porque es demasiado elevado para ti” (2).
Quedaría
incompleta esta obra si no relatáramos, siquiera brevemente, la historia del
magnetismo animal desde que Paracelso asombró con sus experimentos a los sabios
de la segunda mitad del siglo XVI. Sucintamente expondremos algo relativo a los
trabajos de Antonio Mesmer, que importó de Alemania el magnetismo animal, y al
desvío con que lo recibieron los académicos, después de haber rechazado
consecutivamente cuantos descubrimientos se hicieron de Galileo acá, según
consta en los documentos casi convertidos en polvo de la Academia de Ciencias
de París, cuyos miembros cerraban las puertas de entrada a los sublimes
misterios de los mundos físico y psíquico. A su alcance estaba el alkahest, el
gran disolvente universal, y lo menospreciaron para confesar al cabo de un
siglo que, “más allá de los límites de la observación no es infalible la
química, y aunque nuestras hipótesis y teorías puedan contener un fondo de
verdad, sufren frecuentes alteraciones, que las revolucionan por completo” (3).
No
es lícito afirmar sin pruebas que el magnetismo animal y el hipnotismo sean
puras alucinaciones. Pero ¿en dónde están las pruebas que den el único valor
posible a la afirmación? Miles de ocasiones desaprovechadas tuvieron los
académicos para cerciorarse de la verdad, y en vano magnetizadores e
hipnotizadores invocan el testimonio de los sordos, lisiados, enfermos y
moribundos a quienes devolvieron la salud sin otra medicina que sencillísimas
manipulaciones y la apostólica imposición de manos. Cuando el hecho es
innegable por lo evidente, lo achacan a mera coincidencia, sino dicen nuestros
numerosos Tomases que todo son visiones, charlatanería y exageración. El
célebre saludador norteamericano Newton ha efectuado más curas instantáneas que
enfermos tendrán en toda su vida los más famosos médicos neoyorkinos, y el
mismo éxito ha tenido en Francia el zuavo Jacobo. ¿Será posible entonces tachar
de alucinaciones o de confabulación de charlatanes y lunáticos los testimonios
acopiados durante los últimos cuarenta años? Quien tal hiciera se confesaría
mentecato.
FENÓMENOS
HIPNÓTICOS
A
pesar de la reciente condena de Leymarie, de las mofas de los escépticos y de
muchos médicos y científicos, de la impopularidad del asunto y de la tenaz
persecución del clero romano que combate en el magnetismo al tradicional
enemigo de la mujer, es tan evidente la verdad de los fenómenos psíquicos, que
hasta los mismos tribunales franceses, si bien con repugnancia, no han tenido
más remedio que reconocerlos. La famosa clarividente, señora Roger, y su
hipnotizador el doctor Fortin, fueron acusados de estafa. La sujeto compareció
el 18 de Mayo de 1876 ante el tribunal correccional del Sena, acompañada del
barón Du Potet, en calidad de testigo, y del famoso abogado Julio Favre, en la
de defensor. Por una vez al menos prevaleció la verdad, quedando desestimada la
acusación. ¿Se debió este resultado a la vibrante elocuencia del defensor o a
las incontrovertibles pruebas aducidas? Sin embargo, también Leymarie, editor
de la Revue Spirite, adujo pruebas favorables, aparte de las
declaraciones de un centenar de respetables testigos, entre los que se contaban
reputaciones europeas de primer orden. Esta incongruencia no tiene otra
explicación sino que los magistrados no se atrevieron a discutir los fenómenos
hipnóticos. En las fotografías espiritistas, golpes, escrituras, levitaciones,
voces y materializaciones, cabe simulación y difícilmente se hallará un
fenómeno espiritista que no pueda remedar un hábil prestidigitador con sus
artificios; pero las maravillas del hipnotismo y 85
los fenómenos psíquicos de índole subjetiva desafían
las imposturas de los médiums farsantes, las burlas de los escépticos y los
rigorismos de la ciencia. No es posible fingir la catalepsia. Los espiritistas
que anhelan ver sus ideas científicamente reconocidas, se dedican al fenomenismo
hipnótico. Si colocamos en el tablado de la Sala Egipcia a un sujeto
hipnotizado, el hipnotizador podrá transportarle el libre espíritu a cuantos
parajes indique el público y poner a prueba su clarividencia y clariaudiencia.
En las partes del cuerpo afectadas por los pases del hipnotizador, se le podrán
clavar alfileres y agujas aunque sea en sitio tan delicado como los párpados,
cauterizar sus carnes y herirle con armas de filo, sin que se le cause el menor
daño ni siente el más leve dolor. Bien dicen Regazzoni, Du Potet, Teste,
Pierrard, Puysegur y Dolgoruky, que no es posible dañar a un sujeto
hipnotizado. Después de esto invitemos a someterse al mismo experimento a
cualquier hechicero vulgar de los que rabian por cobrar celebridad y rpresumen
de hábiles en el remedo de los fenómenos espiritistas. De seguro que rehusará
poner su cuerpo en semejantes pruebas (4).
Cuentan
que el alegato de Julio Favre mantuvo en suspenso durante hora y media a los
magistrados y al público; pero sin regatearle méritos, que por haberle oído en
otras ocasiones reconocemos, valga señalar que el último párrafo de su defensa
encerraba una afirmación prematura y al propio tiempo errónea. Dijo así:
“Estamos en presencia de fenómenos que la ciencia admite, aunque sin
explicarlos. El vulgo podrá reírse de ellos, pero son la preocupación de
físicos ilustres. La justicia no debe ignorar por más tiempo lo que la
ciencia reconoce”.
El
vulgo no se hubiera reído del hipnotismo si la gratuita afirmación del defensor
se basara en numerosas investigaciones científicas de imparciales
experimentadores, en vez de limitarse a una exigua minoría verdaderamente
anhelosa de interrogar a la naturaleza. El vulgo es dócil y sumiso como un niño
que va fácilmente adonde su aya le lleva. Escoge para la adoración los ídolos y
fetiches que más le deslumbran y después se vuelve en redondo por ver con
aduladora mirada si está satisfecha esa vieja aya que se llama opinión pública.
Aseguraba
Lactancio, que ningún escéptico de su época se hubiera atrevido a negar la
inmortalidad del alma delante de un mago, “porque éste le hubiera demostrado al
punto lo contrario, evocando las almas de los muertos para que se manifestasen
visiblemente a los vivos y predijesen acontecimientos futuros” (5). Cosa
parecida ocurrió en la causa de la señora Roger, pues los magistrados se
amedrentaron al ver que el barón Du Potet la hipnotizaba en su presencia, como
prueba testifical a favor de la acusada.
Volviendo
ahora a Paracelso, diremos que sus obras escritas en estilo enigmático, aunque
vigoroso, han de leerse como los rollos de Ezequiel, por dentro y por fuera.
Había en aquellos tiempos mucho riesgo en exponer doctrinas heterodoxas, pues
la Iglesia estaba en toda su pujanza y menudeaban los autos de fe. Por esta
razón vemos que Paracelso, Agrippa y Filaletes fueron tan notables por la
piedad de sus declaraciones públicas, como famosos por sus hazañas alquímicas y
mágicas. La opinión de Paracelso sobre las propiedades ocultas del imán se
halla expuesta en sus obras: Archidaxarum, De Ente Dei y De Ente
Astrorum, en la primera de las cuales describe la maravillosa tintura
medicinal extraída del imán y denominada magisterium magnetis. Sin
embargo, la exposición está en lenguaje no entendido de los profanos y a este
propósito dice: “Cualquier campesino echa de ver que el imán atrae al hierro;
pero el sabio debe preguntarse por qué... Yo he descubierto que además de esta
notoria propiedad de atraer al hierro, tiene el imán otra propiedad oculta”.
LA
FUERZA SIDÉREA
Más
adelante demuestra Paracelso que en el hombre late una “fuerza sidérea” emanada
de los astros, que constituye su forma astral. Esta fuerza sidérea, que
pudiéramos llamar espíritu de la materia cometaria, permanece directamente
relacionada con los astros de que procede y así quedan los hombres en mutua
atracción magnética. Considera también Paracelso, que el cuerpo humano tiene la
misma composición química que la tierra y los demás astros, y dice así: “El
cuerpo procede de los elementos y el alma de los astros... De los elementos
saca el hombre en comida y bebida lo necesario para sustentar su carne y
sangre; pero de las estrellas le viene el sustento de la mente y pensamientos
de su alma”. Vemos corroboradas hoy estas afirmaciones de Paracelso, por cuanto
el espectroscopio demuestra la identidad química entre el cuerpo humano y el
sistema planetario, y los físicos enseñan desde la cátedra la magnética
atracción del sol y de los planetas (6).
Entre
los elementos constitutivos del cuerpo humano, se han descubierto ya en el sol,
el hidrógeno, sodio, calcio, magnesio y hierro; y en los centenares de
estrellas observadas se ha encontrado el hidrógeno, excepto en dos. Por lo
tanto, si el espectroscopio ha confirmado al menos una de las afirmaciones de
Paracelso, es de esperar que con el tiempo queden corroboradas las demás, no
obstante el menosprecio en que le han tenido astrónomos y químicos por sus
teorías sobre la idéntica composición química del hombre y los astros, y por
sus ideas acerca de las afinidades y atracciones entre unos y otros.
Pero
ocurre preguntar: ¿cómo pudo Paracelso presumir la constitución de los astros,
cuando hasta el descubrimiento del espectroscopio nada supieron las academias
de química sidérea? Aún hoy día, a pesar de los novísimos procedimientos de observación,
sólo se ha logrado indicar la presencia en el sol de unos cuantos elementos y
de una cromoesfera hipotética, pues todo lo demás continúa en el misterio.
¿Hubiese podido Paracelso estar tan seguro de la constitución natural de los
astros, si no dispusiera de medios como la filosofía hermética y la alquimia,
no sólo desconocidos, sino menospreciados por la ciencia?86
Además, conviene tener en cuenta que Paracelso
descubrió el hidrógeno y conocía perfectamente su naturaleza y propiedades,
mucho tiempo antes de que los científicos ortodoxos sospecharan su existencia;
que había estudiado astrología y astronomía, como todos los filósofos del
fuego, y no se equivocaba al asegurar la directa afinidad del hombre con los
astros.
También
expuso Paracelso, y a los fisiólogos toca comprobarlo, que el cuerpo no sólo se
alimenta por medio del estómago, “sino también, aunque imperceptiblemente, de
la natural fuerza magnética de que cada individuo extrae su nutrición
específica...; pues de los elementos en equilibrio atrae el hombre la salud y
de los perturbados la enfermedad”. La ciencia admite que los organismos
vivientes están sujetos a leyes de afinidad química, y la propiedad más notable
de los tejidos orgánicos, según los fisiólogos, es la absorción. Por lo tanto,
nada de extraño tiene la afirmación de Paracelso de que el cuerpo humano, a
causa de su naturaleza química y magnética, absorbe las influencias siderales.
¿Qué puede objetar la ciencia a la afirmación de que los astros nos atraen y a
nuestra vez los atraemos? Así lo prueba el descubrimiento del barón de
Reichenbach, de que las emanaciones ódicas del hombre son idénticas a las de
los minerales y vegetales.
Paracelso
afirmó la unidad constitutiva del universo, al decir, que “el cuerpo humano
contiene materia cósmica”, pues el espectroscopio no sólo ha demostrado la
existencia en el sol y demás estrellas fijas de los mismos elementos químicos
de la tierra, sino también que cada estrella es un sol de constitución similar
al nuestro (7). Según Mayer (8), las condiciones magnéticas de la tierra
dependen de las variaciones que sufre la superficie solar a cuyas emanaciones
está sujeta, por lo que si las estrellas son soles, también han de influir
proporcionalmente en la tierra
Sigue
diciendo Paracelso: “Durante el sueño nos parecemos a las plantas que también
tienen cuerpo elementario y vital, pero no espíritu. Entonces el cuerpo astral
queda libre y gracias a su elástica índole puede vagar en torno del vehículo
dormido o lanzarse al espacio y conversar con sus padres astrales y con sus
hermanos, desde lejanas distancias. Los sueños proféticos, la presciencia y los
presentimientos son facultades del cuerpo astral negadas al grosero cuerpo
físico, que al morir se restituye a los elementos de la tierra, mientras que
los distintos espíritus vuelven a los astros. También los animales tienen
presentimientos, porque asimismo poseen cuerpo astral"”
OPINIONES
DE VAN HELMONT
Van
Helmont, discípulo de Paracelso, repite en gran parte los conceptos de su
maestro, aunque expone más acabadamente las teorías del magnetismo y atribuye
el magnale magnum o propiedad de mutuo afecto entre dos personas a la
simpatía universal entre todas las cosas de la naturaleza. La causa produce el
efecto, el efecto reacciona sobre la causa y ambos se influyen recíprocamente.
A este propósito dice: “El magnetismo es una fuerza desconocida, de naturaleza
celeste, sumamente semejante a la de los astros, que no está impedida por
límite alguno de espacio o tiempo... Toda criatura tiene su peculiar potencia
celeste y está íntimamente relacionada con el cielo. Esta mágica potencia del
hombre permanece latente en el interior hasta que se actualiza en el exterior.
Esta sabiduría y poder mágicos están dormidos, pero la sugestión los pone en
actividad y se acrecientan a medida que se reprimen las tenebrosas pasiones de
la carne... Esto lo consigue el arte cabalístico, que devuelve al alma aquella
mágica y sin embargo natural energía y la despierta del sueño en que se hallaba
sumida” (9)
Paracelso
y Van Helmont reconocen el gran poder de la voluntad durante los éxtasis y
dicen que “el espíritu es el medio del magnetismo y está difundido por todas
partes”, por lo que la pura y primieval magia no ha de consistir en prácticas
supersticiosas ni ceremonias vanas, sino en la imperiosa voluntad del hombre;
pues "el alma y el espíritu que en él se ocultan, como el fuego en el
pedernal, y no los espíritus celestes ni infernales, dominan la naturaleza
física".
Todos
los filósofos medioevales profesaron la teoría de la influencia sidérea en el
hombre. A este propósito, dice Cornelio Agrippa: “Las estrellas constan de los
mismos elementos que los cuerpos terrestres y por esta razón se atraen
recíprocamente las ideas... Las influencias se ejercen tan sólo con auxilio del
espíritu difundido por todo el universo en armonía con los espíritus humanos.
El que anhele adquirir facultades sobrenaturales debe tener fe, esperanza y
amor... En todas las cosas hay un oculto y secreto poder de que dependen
las maravillosas facultades mágicas”.
Las
modernas teorías del general Pleasanton (10) coinciden con las opiniones de los
filósofos del fuego; sobre todo la referente a las electricidades positiva y
negativa del hombre y de la mujer y a la atracción y repulsión mutuas de todas
las cosas de la naturaleza, que parece tomada de Roberto Fludd, gran maestre de
los rosacruces ingleses, quien dice a este propósito: “Cuando dos hombres se
acercan uno a otro, su magnetismo es pasivo-negativo o activo-positivo. Si las
emanaciones de ambos chocan y se repelen, nace la antipatía; pero cuando se
interpenetran sin chocar, el magnetismo es positivo, porque los rayos proceden
del centro de la circunferencia, y en este caso, no sólo influyen en las
enfermedades, sino también en los sentimientos. Este magnetismo simpático se
establece, además de entre los animales, entre estos y las plantas” (11).
LA
ACADEMIA FRANCESA87
Veamos ahora cómo acogieron los físicos el gran
descubrimiento psicológico y fisiológico del magnetismo orgánico, cuando Mesmer
llevó a Francia su sistema de cubeta, fundado totalmente en las doctrinas
paracélsicas. Esto demostrará cuánta ignorancia, superficialidad y prejuicios
puede haber en una corporación científica apegada a sus tradicionales teorías.
Conviene insistir en el asunto porque a la negligencia de los académicos
franceses de 1784, se debe la actual orientación materialista de las gentes y
también los lunares que, según confiesan sus más fervorosos maestros, existen
en la teoría atómica. La Junta académicaz encargada en 1784 de examinar los
fenómenos mesméricos estaba constituida por eminencias tales como Borie,
Sallin, D’Arcet, Guillotin, Franklin, Leroi, Bailly, De Borg y Lavoisier. Por
muerte de Borie le sucedió Magault. No cabe duda de que la Junta estaba
dominada de hondos prejuicios al comenzar sus tareas por apremiantes órdenes de
Luis XVI, y que se colocó en actitud mezquina y parcial para el examen. En su
informe, redactado por Bailly, se trataba de dar el golpe de gracia a la nueva
teoría, y al efecto se repartió profusamente por los establecimientos de
enseñanza y entre el público en general, logrando concitar contra Mesmer la
animosidad de gran parte de la nobleza y de ricos comerciantes que antes le
patrocinaban por haber presenciado sus admirables curaciones. El Distinguido
académico Jussieu, que con el ilustre D’Eslon, médico de cámara, había
observado cuidadosamente los fenómenos, publicó un minucioso contrainforme en
que abogaba por la conveniencia de que la Facultad de Medicina estudiara los
efectos terapéuticos del fluido magnético y publicase su parecer sobre el
asunto. Esta moción determinó la salida de numerosas memorias, folletos,
tratados didácticos y obras polémicas en que se exponían nuevos hechos, y entre
todas aquellas publicaciones sobresalió la muy erudita obra de Thouret
titulada: Dudas e investigaciones sobre el magnetismo animal, cuya
lectura fue estímulo para la rebusca de antecedentes en la historia de todos
los países, cuyos fenómenos magnéticos, desde la más remota antigüedad,
llegaron a conocimiento del público.
Las
teorías de Mesmer eran sencillamente las mismas de Paracelso, Van Helmont,
Santanelli y Maxwell, hasta el punto de que no faltó quien acusara al famoso
médico de haber plagiado trozos enteros de una obra de Bertrand (12). El
profesor Stewart dice (13) que el universo está compuesto de átomos conectados
entre sí como los órganos de una máquina accionada por las leyes de la energía,
y aunque el profesor Youmans califique de “moderno” este concepto, lo vemos
expuesto ya un siglo antes por Mesmer en sus Cartas a un médico extranjero,
que entre otras proposiciones contienen las que siguen:
1.ª
Hay recíproca influencia entre los astros, la tierra y los seres vivientes.
2.ª
El medio transmisor de esta influencia es un fluido universal unitónicamente
difundido por todas partes, de modo que no consiente vacío alguno, cuya
sutilidad excede a toda ponderación y que por su naturaleza es capaz de
recibir, propagar y transmitir todas las vibraciones de movimiento.
3.ª
Esta influencia recíproca está sujeta a leyes dinámicas desconocidas por ahora.
Resulta,
en consecuencia, que Stewart no dijo nada nuevo al decir que el universo era
semejante a una enorme máquina.
El
profesor Mayer corrobora la opinión de Gilbert acerca de que la tierra es un
gigantesco imán, y supone que su potencial depende de las emanaciones del sol,
pues varía misteriosamente en función de los movimientos terrestres de rotación
y traslación y en simpatía con las inmensas oleadas ígneas que agitan la
superficie del astro solar, añadiendo que entre el sol y la tierra hay un
sucesivo flujo y reflujo de influencias.
Pero
la obra citada nos da los mismos conceptos en las siguientes proposiciones de
Mesmer:
4.ª
De esta acción dimanan alternados efectos que pueden considerarse como flujo y
reflujo.
6.ª
Por este medio operante, el más universal de cuantos la naturaleza nos
presenta, se establecen las relaciones de actividad entre los astros, la tierra
y sus partes constituyentes.
7.ª
De esta operación dependen las propiedades de la materia así inorgánica como
organizada.
8.ª
El cuerpo animal experimenta los alternados efectos de este agente por conducto
de la substancia nerviosa que transmite su acción (14).
OPINIÓN
DE LAPLACE
El
eminente astrónomo Laplace, miembro del Instituto, que estudió por su cuenta
los fenómenos mesméricos, dice a este propósito:
“Los
nervios sobre todo cuando excepcionales influencias acrecientan su
sensibilidad, son los más delicados instrumentos para conocer los
imperceptibles agentes de la naturaleza... Los singulares fenómenos resultantes
de la extraordinaria excitación nerviosa de ciertos individuos han suscitado
diversas opiniones acerca de la existencia de un nuevo agente, al que se le
denomina magnetismo animal... Estamos tan lejos de conocer todos los agentes
naturales, que fuera ilógico negar sus fenómenos por la sola consideración de
ser inexplicables en el actual estado de nuestros conocimientos. Tenemos el
deber de examinarlos con tanta mayor escrupulosidad cuanto mayores dificultades
se opongan a su admisión” (15).
El
marqués de Puysegur realizó experimentos muy superiores a los de Mesmer, sin
necesidad de aparato alguno, y llevó a cabo admirables curaciones entre los
labriegos de sus tierras de Busancy. La fama de estos hechos estimuló a otros
hombres ilustrados a la repetición de los experimentos con parecido éxito, y en
1825 propuso Foissac a la Academia de Medicina otra investigación sobre el
particular. Se comisionó al efecto a los académicos Adelon, Parisey, Marc,
Burdin y Husson en calidad de ponente, quienes confesaron que “en cuestiones
científicas no es posible dictar sentencias irrevocables” y reconocieron la
escasa valía del informe de la comisión de 1784 al decir que “los experimentos
de prueba en aquel entonces se llevaron a cabo sin estar 88
presentes todos los comisionados y con cierta
predisposición de ánimo, que, dada la índole de los fenómenos sometidos a
su examen, había de motivar el fracaso”.
INFORME
SINCERO
Respecto
a las propiedades terapéuticas del magnetismo informó la comisión diciendo: “La
Academia tiene el deber de estudiar experimentalmente el magnetismo y prohibir
su empleo a personas que, por extrañas al arte, abusan de él y lo convierten en
materia de especulación y lucro”. Igual criterio han sustentado los más
respetables tratadistas del moderno espiritismo.
El
informe de la Comisión promovió largos debates en el seno de la Academia, que
dieron por resultado el nombramiento (Mayo 1826) de otra compuesta de médicos
tan ilustres como Leroux, Bourdois de la Motte, Double, Magendie, Guersant,
Husson, Thilaye, Marc, Itard, Fouquier y Guénau de Mussy. Durante cinco años
prosiguió esta nueva comisión sus tareas, resumidas en un informe redactado por
Husson. Decía el informe: “Ni el contacto de manos ni el roce ni los pases son
necesarios en absoluto, pues bastan a veces la voluntad y la fijeza de mirada
para producir el fenómeno magnético, aun sin el consentimiento de la persona
magnetizada... Hemos comprobado que ciertos efectos terapéuticos dependen
exclusivamente del magnetismo y no pueden obtenerse sin él... El estado
sonambúlico es indudable y desenvuelve las nuevas facultades llamadas
clarividencia, intuición y previsión íntima... El sueño magnético ha
sobrevenido en circunstancias tales, que los magnetizados no podían ver
absolutamente nada e ignoraban por completo los medios empleados para
provocarlo... El magnetizador puede poner al sujeto en estado sonambúlico sin
que lo sepa ni le vea, a determinada distancia y a través de puertas
cerradas... Parece como si se embotaran los sentidos corporales del magnetizado
y que actuara una segunda entidad... Los sujetos dormidos no se dan cuenta de
los ruidos externos, aunque resuenen junto a ellos insólitamente y de tanto
estrépito como el golpeteo de vasijas de cobre, caída de objetos pesados y
golpes fortísimos... También se les puede inhalar ácido clorhídrico o amoníaco,
sin daño alguno y sin que se percaten de ello... Pudimos cosquillearles con una
pluma las plantas de los pies, las ventanas de la nariz y los ojos, sin la
menor señal de sensación y fue posible, además, pellizcarles hasta acardenalar
la piel y meterles astillas entre uña y carne sin el más leve estremecimiento.
Cierto sujeto permaneció insensible a una dolorosa operación quirúrgica, sin
que se le descompusiera el semblante ni se alterasen el pulso ni la
respiración... Mientras el sujeto se halla en estado sonmbúlico conserva las
mismas facultades que en el de vigilia y aun la memoria parece más fiel y
amplia... Vimos dos sonámbulos que con los ojos cerrados distinguían cuantos
objetos se les ponían delante y acertar sin tacto alguno el palo y valor de los
naipes, leer palabras manuscritas y líneas enteras de libros abiertos al acaso,
aun cuando para mejor comprobación se les oprimiesen los párpados con la
mano... Uno predijo, con algunos meses de anticipación, el día, hora y minuto en
que le sobrevendrían los ataques epilépticos y cuando habían de cesar; y otro
vaticinó la época de su curación. Ambas previsiones tuvieron exacto
cumplimiento... Hemos reunido y comunicado pruebas suficientes para que la
Academia estimule las investigaciones sobre el magnetismo con rama curiosísima
de la psicología y de las ciencias naturales... Los fenómenos son tan
extraordinarios que tal vez la Academia repugne admitirlos, pero nos han
guiado exclusivamente impulsos de tan elevado carácter como el amor a la
ciencia y la necesidad de corresponder a las esperanzas que la Academia había
fundado en nuestro celo y diligencia” (16).
Estos
temores se vieron confirmados en parte, pues un individuo de la comisión, el
fisiólogo Magendie, que no había presenciado los experimentos, se negó a firmar
el informe y expuso una especie de voto particular en su tratado de Fisiología
Humana, en que después de resumir los fenómenos a su manera, dice: “El
respeto propio y la dignidad de la profesión demandan que se proceda muy
circunspectamente en estos asuntos. Los médicos ilustrados recordarán con
cuánta facilidad degenera lo misterioso en charlatanería y cuán propensa es la
profesión a degradarse aun en manos de respetables titulares”. Nada deja
traslucir, en las cuatro páginas de su obra dedicadas al mesmerismo que
Magendie formase parte de la comisión elegida por la Academia en 1826 ni que se
hubiera excusado de asistir a sus reuniones, faltando así a su deber, pues no
quiso inquirir la verdad de los fenómenos mesméricos, y, sin embargo, dio
particular informe sobre ellos. El “respeto propio y la dignidad profesional”
exigían por lo menos su silencio.
Treinta
y ocho años más tarde, el ilustre físico Tyndall, cuya reputación iguala si no
supera a la de Magendie, repugnó imitar tan insidiosa conducta y no quiso
aprovechar la oportunidad de investigar los fenómenos espiritistas y
arrebatarlos de entre manos de ignorantes o poco escrupulosos indagadores,
aunque en su obra Fragmentos de ciencia incurre en las descortesías a
que ya nos referimos. Sin embargo, algo intentó Tyndall, y ello basta. Dice en
la citada obra que cierta noche se metió debajo del trípode para observar el
fenómeno de los golpes y salió de allí con un sentimiento de compasión hacia la
humanidad cual nunca hasta entonces lo sintiera. Para apreciar el valor del
insigne físico al buscar a tientas la verdad en esta ocasión recurriremos al
ejemplo de Israel Putnam, que se desliza a gatas para sorprender a la loba en
su madriguera y matarla; pero Tyndall cayó entre los dietnes de su loba y bien
pudiera ostentar por mote de su escudo: Sub mensa desperatio.
El
doctor Alfonso Teste, distinguido científico contemporáneo, al tratar de la
comisión de 1824, dice que su informe conmovió profundamente a todos los
académicos, aunque pocos quedaron convencidos, y añade: “Nadie podía dudar de
la veracidad de los comisionados cuya competencia y buena fe eran innegables,
pero se sospechaba de que les hubieran engañado. Realmente hay verdades tan
infortunadas que comprometen a 89
quien las cre y más todavía a quien cándidamente las
confiesa en público”. Así lo corrobora la historia desde los tiempos más
remotos hasta nuestros días.
DECLARACIONES
DE HARE
Cuando
Hare publicó los primeros resultados de su investigación de los fenómenos
espiritistas, todos le tuvieron por víctima de un engaño, aunque era uno de los
más insignes físico-químicos de su tiempo, y al demostrar que no había
semejante engaño le calificaron los profesores de Harvard de “chocha y
visionariamente adherido a la enorme patraña del espiritismo”.
Al
iniciar Hare sus investigaciones en 1853, declaró que le movía a ello el
humanitario deber de oponerse con todas sus fuerzas al flujo de insanía popular
que, a despecho de la razón y de la ciencia, acrecentaba rápidamente la grosera
ilusión llamada espiritismo; y aunque esta declaración estaba en completa
coincidencia con la hipótesis de la mesa giratoria de Faraday, tuvo la grandeza
propia de los príncipes de la ciencia para investigar la cuestión y decir
después toda la verdad. En una memoria publicada en Nueva York refiere el mismo
Hare qué premio le dieron sus compañeros de profesión. Dice así: “Durante más
de medio siglo me dediqué a investigaciones científicas cuya exactitud y
precisión nadie puso en duda hasta que me convertí al espiritismo, y nadie
tampoco atacó mi personal integridad hasta que los profesores de Harvard se
declararon en contra de lo que yo sabía que era verdad y ellos no
sabían que no lo fuese”.
¡Cuán
patética amargura encierran estas palabras! ¡Un anciano de setenta y seis años,
con medio siglo de labor científica, vituperado por decir la verdad! Aún hoy
mismo se trata con despectiva compasión al ilustre sabio inglés Wallace, por
haberse manifestado favorable al espiritismo. También los científicos rusos
menosprecian ofensivamente al eximio zoólogo Nicolás Wagner, de San
Petersburgo, por la candorosa declaración de sus ideas psicológicas. Pero
preciso es distinguir entre los sabios y los científicos, pues si las ciencias
ocultas, y entre ellas el moderno espiritismo, sufren maliciosa persecución de
los segundos, tienen y han tenido en toda época leales defensores entre los
primeros. Ejemplo de ello nos da Newton, antorcha de la ciencia, que creía en
el magnetismo según lo enseñaron Paracelso, Van Helmont y demás filósofos del
fuego. Nadie negará que la teoría newtoniana de la gravitación universal tiene
su raíz en el magnetismo, pues él mismo nos dice que fundaba todas sus
especulaciones científicas en el “alma del mundo”, en el universal y magnético
agente a que denominó divinum sensorium. A este propósito añade: “Hay un
espíritu sutilísimo que penetra todas las cosas, aun los cuerpos más duros, y
está oculto en su substancia. Por virtud de la actividad y energía de este
espíritu, se atraen recíprocamente los cuerpos y se adhieren al ponerse en
contacto. Por él los cuerpos eléctricos se atraen y repelen desde lejanas
distancias, y la luz se difunde, refleja, refracta y colora los cuerpos. Por él
se mueven los animales y se excitan los sentidos. Pero esto no puede explicarse
en pocas palabras, porque nos falta la necesaria experiencia para determinar
las leyes que rigen la actividad operante de este agente” (17).
Dos
linajes hay de magnetización: la simplemente animal y la trascendente.
Esta última depende, por una parte, de la voluntad y aptitud del magnetizador,
y por otra, de las cualidades espirituales del sujeto y de su receptabilidad a
las vibraciones de la luz astral. Pero no se tardará en reconocer que la
clarividencia requiere mucha mayor voluntad en el magnetizador que receptividad
en el sujeto, ya que éste, por positivo que sea, habrá de rendirse al poder de
un adepto (18).
Si
el magnetizador, mago o entidad espiritual dirige hábilmente la vista del
sujeto, la luz astral iluminará sus más hondos arcanos, pues si bien es libro
cerrado para quienes miran y no ven, está en cambio siempre abierto para los
que quieran leer en él. Allí está anotado cuanto fue, es y será, y aun
los más insignificantes actos de nuestra vida y nuestros más escondidos pensamientos
quedan fotografiados en sus páginas eternas. Es el libro abierto por mano del
ángel del Apocalipsis, el “libro de la vida” que sirve para juzgar a los
muertos según sus obras. Es la memoria de Dios.
Dice
Zoroastro, que en el éter están figuradas las cosas sin figura y aparecen
impresos los pensamientos y caracteres los hombres, con otras visiones divinas
(19).
LA
MEMORIA RETROACTIVA
Vemos,
por lo tanto, que así la antigua como la moderna sabiduría, los vaticinios y la
ciencia corroboran unánimemente las enseñanzas cabalísticas. En las indelebles
páginas de la luz astral se estampan nuestros pensamientos y acciones y
aparecen delineados con pictórica vividez, a los ojos del profeta y del
vidente, los acontecimientos futuros y los efectos de causas echadas hace
tiempo en olvido. La memoria, cuya naturaleza funcional es desesperación del
materialista, enigma para el psicólogo y esfinge para el científico, es para el
estudiante de filosofía antigua la potencia compartida con muchos animales
inferiores, mediante la cual, inconscientemente, ve en su interior iluminadas
por la luz astral las imágenes de pasados pensamientos, actos y sensaciones. El
estudiante de ocultismo no ve en los ganglios cerebrales “micrógrafos de lo
vivo y de lo muerto, de lugares en que hemos estado y de sucesos en que hemos
intervenido” (20), sino que acude al vasto receptáculo donde por toda la
eternidad se almacenan las vibraciones del cosmos y los anales de las vidas
humanas.90
La ráfaga de memoria que según tradición representa a
los náufragos las escenas de su vida pasadda, como el fulgor del relámpago
descubre momentáneamente el paisaje a los ojos del viajero, no es más que la
súbita ojeada que el alma, en lucha con el peligro, da a las silenciosas
galerías en que está pintada su historia con impalidecibles colores.
Por
la misma causa suelen sernos familiares ciertos parajes y comarcas en que hasta
entonces no habíamos estado y recordar conversaciones que por vez primera oímos
o escenas acabadas de ocurrir, según de ello hay noventa por ciento de
testimonios. Los que creen en la reencarnación aducen estos hechos como otras
tantas pruebas de anteriores existencias, cuya memoria se aviva repentinamente
en semejantes circunstancias. Sin embargo, los filósofos de la antigüedad y de
la Edad Media opinaban que si bien este fenómeno psicológico es uno de los más
valiosos argumentos a favor de la inmortalidad y preexistencia del alma, no lo
es en pro de la reencarnación, por cuanto la memoria anímica es distinta de la
cerebral. Como elegantemente dice Eliphas Levi: “la naturaleza cierra las
puertas después de pasar una cosa e impele la vida hacia delante”, en más
perfeccionadas formas. La crisálida se metamorfosea en mariposa, pero jamás
vuelve a ser oruga. En el silencio de la noche, cuando el sueño embarga los
corporales sentidos y reposa nuestro cuerpo físico, “queda libre el astral,
según dice Paracelso, y deslizándose de su terrena cárcel, se encamina hacia
sus progenitores y platica con las estrellas”. Los sueños, presentimientos,
pronósticos, presagios y vaticinios son las impresiones del cuerpo astral en el
cerebro físico, que las recibe más o menos profundamente, según la intensidad
del riego sanguíneo durante el sueño. Cuanto más débil esté el cuerpo físico,
más vívida será la memoria anímica y de mayor libertad gozará el espíritu.
Cuando después de profundo y reposado sueño sin ensueños se restituye el hombre
al estado de vigilia, no conserva recuerdo alguno de su existencia nocturna y,
sin embargo, en su cerebro están grabadas, aunque latentes bajo la presión de
la materia, las escenas y paisajes que vio durante su peregrinación en el
cuerpo astral. Estas latentes imágenes pueden revelarse por los relámpagos de
anímica memoria que establecen momentáneos intercambios de energía entre el
universo vivible y el invisible, es decir, entre los ganglios micrográficos
cerebrales y las películas escenográficas de la luz astral. Por lo tanto, un
hombre que nunca haya estado personalmetne en un paraje ni visto a determinada
persona, puede asegurar que ha estado y la ha visto, porque adquirió el
conocimiento mientras actuaba en “espíritu”. Los fisiólogos sólo pueden objetar
a esto diciendo que en el sueño natural y profundo está la voluntad inerte y es
incapaz de actuar, tanto más cuanto no creen en el cuerpo astral y el alma les
parece poco menos que un mito poético. Blumenbach afirma que durante el sueño
queda en suspenso toda comunicación entre cuerpo y mente; pero Richardson, de
la Sociedad Real de Londres, redarguye acertadametne al fisiólogo alemán,
diciéndole que se ha excedido en sus afirmaciones, pues no se conocen todavía a
punto fijo las relaciones entre cuerpo y mente. Añadamos a esta opinión la del
fisiólogo francés Fournié y la del eminente médico inglés Allchin, quien confiesa
con entera franqueza que no hay profesión científica de tan insegura base como
la medicina, y veremos que no sin justicia deben oponerse las ideas de los
sabios antiguos frente a las de la ciencia moderna.
ALMA
Y ESPÍRITU
Nadie,
por grosero y material que sea, deja de vivir en el universo invisible al par
que en el visible. El principio vital que anima su organismo físico reside
principalmente en el cuerpo astral, cuyas partículas densas quedan inertes,
mientras las sutiles no reconocen límite ni obstáculo. Bien sabemos que tanto
los sabios como los ignorantes preferirán mantenerse en el prejuicio de que no
es posible saber de donde dimana el agente vital, antes de conceder ni un
momento de atención a lo que llaman rancias y desprestigiadas teorías. Algunos
objetarán desde el punto de vista teológico que el alma de los brutos no es
inmortal, pues tanto teólogos como legos confunden erróneamente el alma con
el espíritu. Pero si estudiamos a Platón y otros filósofos antiguos,
advertiremos que mientras el cuerpo astral (21) no pasa de tener una existencia
más o menos larga después de la muerte física, el espíritu divino
(impropiamente llamado alma por los teólogos) es esencialmente inmortal
(22). Si el principio vital fuese algo independiente del cuerpo astral, no
estaría de seguro la clarividencia en tan directa relación con la debilidad
física del sujeto. Cuanto más profundo sea el sueño hipnótico y menos signos de
vida se noten en el cuerpo físico, tanto más clara será la percepción
espiritual, y tanto más penetrante la vista del alma que desprendida de los
sentidos corporales actúa con incomparablemente mayor potencia que cuando le
sirve de vehículo un cuerpo sano y vigoroso. Brierre de Boismont nos da
repetidos ejemplos de ello en demostración de que los cinco sentidos son mucho
más agudos en estado hipnótico que en el de vigilia. Estos fenómenos prueban
incontrovertiblemente la continuidad de la vida siquiera por algún tiempo
después de muerto el cuerpo físico.
Aunque
durante nuestra breve estancia en la tierra pueda compararse el alma a una luz
puesta debajo del celemín, no deja de brillar por ello y de recibir la
influencia de espíritus afines, de modo que todo pensamiento bueno o malo atrae
vibraciones de su misma naturaleza, tan irresistiblemente como el imán atrae
las limaduras de hierro, en proporción a la intensidad de las vibraciones
etéreas del pensamiento; y así se explica que un hombre se sobreponga
imperiosamente a su tiempo y que su influencia se transmita de una a otra época
por medio de las recíprocas corrientes de energía entre los mundos visible e
invisible, hasta afectar a gran parte del género humano. Difícil sería
determinar las lindes que en este punto han puesto a su pensamiento los autores
de la famosa obra El Universo invisible, pero del siguiente pasaje
podemos inferir que no dijeron todo cuanto pensaban. Dice así:91
“Sea como quiera, no cabe duda de que las propiedades
del éter son en el campo de la naturaleza muy superiores a las de la materia
tangible. Y como la índole de ésta, salvo en algunos pormenores de poca
importancia, se halla mucho más allá de la penetración de las lumbreras
científicas, no llevaremos adelante nuestras disertaciones. Basta a nuestro
propósito conocer los efectos del éter cuya potencialidad supera a cuanto nadie
ha osado decir”.
LA
PSICOMETRÍA
Uno
de los más notables descubrimientos de los tiempos modernos, es la facultad que
algunas personas receptivas poseen de describir el carácter y aspecto de una
persona o los sucesos ocurridos, con tal de retener en la mano y pasárselo por
la frente un objeto cualquiera relacionado con la persona o el suceso, por
mucho que sea el tiempo transcurrido. Así, una piedra ruinosa le representará
la historia del edificio a que perteneciera, con las escenas ocurridas en su interior
y alrededores; un pedazo de mineral despertará en su alma la visión
retrospectiva de la época de su formación. Esta facultad fue descubierta por el
profesor Buchanan de Louisville (Kentucky), quien le dio el nombre de
psicometría. A este sabio debe el mundo tan importante complemento de las
ciencias psicológicas, y de seguro que merecerá ser honrado en estatua cuando
la frecuencia de los experimentos psicométricos acaben de una vez con el
escepticismo. Al publicar su descubrimiento se contrajo Buchanan a la utilidad
de la psicometría para bosquejar el carácter de las personas, y dice a este
propósito: “Parece que es indeleble la influencia mental y fisiológica que
recibe un manuscrito, pues los más antiguos ejemplares de que me valí en las
experiencias revelaban precisa y vigorosamente sus impresiones, apenas
debilitadas por el tiempo. Por virtud de la psicometría fue posible leer, sin
dificultad alguna, manuscritos antiguos cuya ordinaria interpretación hubiese
requerido el auxilio de los paleólogos. Pero no únicamente los manuscritos
retienen las impresiones mentales, sino que también los dibujos, pinturas y
cualquier otro objeto que haya recibido el contacto mental y volitivo de una
persona, le pueden servir a otra de medio de descripción psicométrica... Este
descubrimiento tendrá incalculables consecuencias en su aplicación a las artes
y a la historia” (23).
Los
primeros experimentos de psicometría se llevaron a cabo en 1841, y desde
entonces los han repetido muchísimos psicómetras en todo el mundo, demostrando
con ellos que cuanto ocurre en la naturaleza mental, por mínimo e
insignificante que sea, queda indeleblemente impreso en la naturaleza física, y
como no se advierte alteración molecular en ella, forzosamente se infiere que
las imágenes psicométricas provienen del éter o luz astral.
En
su hermosa obra: El alma de las cosas, trata de esta cuestión el geólogo
Denton y cita multitud de ejemplos de las notables facultades psicométricas de
su esposa. Entre ellos refiere que, puesto sobre la frente un pedazo de piedra
de la casa de Cicerón en Túsculo, pero sin saber de donde procedía, describió
no sólo el ambiente físico del gran orador romano, sino el del dictador Sila, a
quien antes había pertenecido aquella casa. Un trozo de mármol del primitivo templo
cristiano de Smirna, le representó a los fieles en oración y a los sacerdotes
oficiantes. Otros fragmentos de objetos procedentes de Asiria, Palestina,
Grecia, el monte Ararat y otros puntos, le permitieron describir sucesos de la
vida de personajes muertos miles de años antes. Un hueso o un diente de
animales antediluvianos le daban a la psicómetra, por breves momentos, la
visión del animal vivo con todas sus sensaciones. En muchos de estos casos,
comprobó Denton las descripciones de su esposa, cotejándolas con los relatos
históricos. La psicometría descubre los más recónditos secretos de la
naturaleza y los acontecimientos remotos se reproducen con tan vívida impresión
como los de ayer.
Añade
Denton en la misma obra: “No se mueve una hoja ni se levanta una onda ni se
arrastra un insecto, sin que registren sus movimientos mil fieles escribanos en
infalibles e indelebles escrituras. Así ocurre con lo sucedido en pasados
tiempos. Continuamente ha estado la naturaleza fotografiándolo todo, desde que
brilló la luz sobre la tierra, cuando sobre la cuna del recién nacido planeta
flotaban vaporosas cortinas, hasta el momento actual. ¡Y qué fotografías!”
Nos
parece el colmo de la imposibilidad que en la materia atómica hayan quedado
grabados los hechos ocurridos en la antigua Tebas o en algún templo
prehistórico. Sin embargo, las imágenes de estos hechos están saturadas de
aquel agente universal que todo lo penetra y todo lo retiene, llamado por los
filósofos “alma del mundo” y por el geólogo Denton el “alma de las cosas”. Al
aplicarse el psicómetra a la frente un objeto determinado, relaciona su yo
interno con el alma del objeto (24) y se pone en contacto con la corriente de
luz astral que, relacionada con dicho objeto, retiene las descrpciones de los
sucesos concernientes a su historia los cuales, según Denton, pasan ante la
vista del psicómetra con la velocidad del rayo, en vertiginosa sucesión de
escenas que tan sólo con mucha fuerza de voluntad es posible detenerlas en el
campo visual para describirlas.
El
psicómetra es clarividente, pues ve con la vista interna; pero su visión de
personas, lugares y sucesos resultará confusa, a menos que con potente fuerza
de voluntad haya educado la percepción visual. Sin embargo, en los casos de
hipnotismo, la clarividencia del sujeto depende de la voluntad del
hipnotizador, quien, por lo tanto, puede detener la atención de aquél en
determinada imagen todo el tiempo necesario para describirlo en sus más
prolijos pormenores. Por otra parte, el sujeto sometido a la influencia de un
hábil hipnotizador aventaja al psicómetra espontáneo en la clara y distinta
predicción del porvenir.92
LO PRESENTE Y LO FUTURO
Si
alguien objeta diciendo que no es posible ver lo que “todavía no existe”, le
responderemos que tan posible es ver lo futuro como se ve lo pasado, que ya no
existe. Según las enseñanzas cabalísticas, lo futuro está en embrión en la luz
astral, como también lo presente estaba en embrión antes de serlo. El hombre es
libre de obrar a su albedrío, pero desde el origen de los tiempos está previsto
el uso que hará de este albedrío, sin que tal previsión suponga fatalismo ni
hado, sino que resulta de la inmutable armonía del universo, así como de
antemano se conocen las vibraciones peculiares de cada nota que se haya de
pulsar. Además, la eternidad del tiempo no tiene pasado ni futuro, sino tan
sólo presente, de la propia manera que la inmensidad del espacio no tiene en
rigor puntos cercanos ni lejanos. En el mezquino campo de nuestras experiencias,
nos esforzamos en concebir, si no el fin, por lo menos el principio del tiempo
y del espacio, que en realidad no tienen principio ni fin, pues de tenerlo, ni
el tiempo sería eterno ni ilimitado el espacio. Como hemos dicho, no hay pasado
ni futuro; pero nuestra memoria refleja las imágenes grabadas en la luz astral,
como el psicómetra las emanaciones astrales de los objetos palpados. Al tratar
de la influencia de la luz en los cuerpos y de la formación de imágenes
fotográficas, dice el profesor Hitchcock: “Parece como si esta influencia
interpenetrara la naturaleza toda sin detenerse en puntos definidos. No sabemos
si la luz puede retratar en los objetos circundantes nuestras facciones
demudadas por la emoción y dejar de esta suerte fotografiadas en la naturaleza
nuestras acciones... posible es también que haya procedimientos superiores a
los del más hábil fotógrafo, por cuyo medio revele y fije la naturaleza estas
fotografías de modo que, con sentidos más agudos que los nuestros, se
vean como en un inmenso lienzo extentido sobre el universo material. Quizás no
se borren nunca estas fotografías del lienzo, sino que perduren en el vasto
museo pictórico de la eternidad (25).
La
duda manifestada en el quizás de Hitchcock se ha trocado en triunfadora
certeza por valimiento de la psicometría. Sin embargo, cuantos hayan observado
la cualidad psíquica de clarividencia advertirán que Hitchcock no debiera haber
supuesto la necesidad de más agudos sentidos para ver las imágenes, sino decir
que habían de superar en penetración a los corporales, porque para el
esíritu humano, dimanante del inmortal y divino Espíritu, no hay pasado ni
futuro, sino que todo lo tiene presente (26).
De
algún tiempo a esta parte han comenzado los científicos a estudiar este asunto
hasta hoy difamado con nota de superstición. Discurrieron primero acerca de los
hipotéticos mundos invisibles y a todos se adelantaron los autores de la obra El
Universo invisible, a quienes siguió el profesor Fiske con la suya El
mundo invisible. Esto prueba que el terreno del materialismo se hunde bajo
los pies de los científicos, quienes se disponen a capitular honrosamente en
caso de derrota. Jevons corrobora las opiniones de Babbage y ambos afirman que
los pensamientos ponen en vibración las partículas del cerebro y las difunden
por el univeso, de suerte que “cada partícula material es una placa
registradora de cuanto ha sucedido” (27). Por otra parte el doctor Young, en
sus conferencias sobre filosofía natural, apunta “la posibilidad de que haya
mundos invisibles y desconocidos en aislada independencia unos, en recíproca
interpretación otros, y algunos cuya existencia no requiera por modalidad
el espacio”.
Si
los científicos discurren de esta suerte, partiendo del principio de
continuidad según el cual la energía se transmite al universo invisible, no se
les ha de negar el mismo discurso a los ocultistas y espiritualistas. La
ciencia admite hoy que las imágenes especulares quedan impresas indefinidamente
sobre una superficie pulimentada, y a este propósito dice Draper: “La sombra
proyectada sobre una pared deja allí una huella que puede revelarse mediante
manipulaciones convenientes... Los retratos de nuestros amigos o las imágenes
de la campiña quedan ocultos bajo la superficie sensible de nuestros ojos,
hasta que las revelamos por adecuados medios. Una imagen espectral está
encubierta bajo una superficie de plata bruñida o de cristal pulido, hasta que
la nigromancia la revela al mundo visible. En las paredes de nuestros más
retirados aposentos, al abrigo de indiscretas miradas, en la soledad de nuestro
apartamiento inaccesible a los extraños, están las huellas de nuestros actos y
las siluetas de cuanto hicimos” (28).
MODALIDADES
ENERGÉTICAS
Si
tan indelebles impresiones puede recibir la materia inorgánica y nada se
aniquila en el universo, no cabe rechazar la hipótesis de que “el pensamiento
actúe en la materia de otro universo al par que en la del nuestro y prever de
esta suerte lo futuro” (29).
A
nuestro entender, si la psicometría es valiosa prueba de la indestructibilidad
de la materia, que retiene eternamente las impresiones recibidas, también es la
clarividencia psicométrica no menos valiosa prueba de la inmortalidad del
espíritu humano. Puesto que la facultad psicométrica es capaz de describir
sucesos ocurridos hace centenares de miles de años, ¿por qué no aplicar la
misma facultad al conocimiento de un porvenir sumido en la eternidad, que no
tiene pasado ni futuro, sino tan sólo el presente sin límites?
No
obstante haber confesado los científicos su ignorancia en muchas cuestiones,
todavía niegan la misteriosa fuerza espiritual que escapa a las leyes físicas y
pretenden aplicar a los seres vivos las mismas que rigen la materia muerta. Han
descubierto las energías de la luz, calor, electricidad y movimiento (30),
cuyas vibraciones contaron en las vibraciones del espectro solar y engreídos
con tan próspera fortuna, se niegan a seguir adelante. Algunos reflexionaron
sobre la índole de este proteico agente que no podían pesar ni medir 93
con sus aparatos, y dijeron que era “un medio hipotético
sumamente elástico y sutil que se supone ocupa los espacios intersiderales
e interatómicos y sirve de medio transmisor del calor y de la luz”.
CONCEPTO
DEL ÉTER
Otros,
a quienes llamaríamos los fuegos fatuos o hijos espurios de la ciencia, se
tomaron la molestia de observar el éter con lentes de mucho alcance, según nos
dicen; pero al no ver espíritus ni espectros, ni descubrir entre sus aleves
ondulaciones nada de más científica índole, viraron en redondo para tachar con
lastimero acento de “mentecatos y lunáticos visionarios” (31), no sólo a los
espiritistas en particular, sino a cuantos creen en la inmortalidad. Dicen
sobre este particular los autores de El Universo invisible: “Han
estudiado en el universo objetivo ese misterio que llamamos vida. El
error consiste en creer que todo cuanto desaparece de la observación,
desaparece también del universo. Sin embargo, no hay tal, porque únicamente
desaparece del pequeño círculo de luz a que podemos llamar universo de observsación
científica. Es un trínico misterio en la materia, en la vida y en Dios;
pero los tres misterios son uno solo” (32). En otro pasaje añaden: “El
universo visible debe seguramente tener un límite de energía transformable y
probablemente el mismo límite en su materia; pero como el principio de
continuidad repugna toda limitación, ha de haber sin duda algo más allá de
lo visible, de modo que el mundo visible no es el universo total sino tan sólo
una pequeña parte de él” (33). Además, atendiendo los autores al concepto del
origen y fin del universo visible, dicen que si fuese todo cuanto
existe, habría ruptura de continuidad tanto en la súbita manifestación primaria
de él como en su ruina final... (34). Ahora bien; ¿no es lógico suponer que el
universo invisible, en cuya existencia razonablemente creemos, esté en
condiciones de recibir la energía del visible?... Cabe, por lo tanto,
considerar el éter o medio transmisor como un puente (35) entre ambos
universos, que de esta manera quedan conglomerados en uno solo. En fin, lo que
generalmente se llama éter puede ser, además de un medio transmisor, el
orden de cosas invisibles, de modo que los movimientos del universo visible se
comunican al éter y éste los transmite como por un puente al invisible, que los
recibe, transforma y almacena. Podemos decir, por lo tanto, que cuando la
energía se transmite de la materia al éter, pasa del mundo visible al invisible
y cuando del éter va a la materia se transfiere del mundo invisible al visible”
(36).
Precisamente
es así. Cuando la ciencia adelante algunos pasos más en este camino y estudie
detenidamente el “hipotético medio transmisor” podrá salvar sin peligro el
abismo que Tyndall ve abierto entre el cerebro físico y la conciencia.
Algunos
años antes, en 1856, el por entonces famoso doctor Jobard de París expuso
acerca del éter el mismo concepto sustentado después por los autores de El
Universo invisible. Con asombro del mundo científico, dijo el doctor Jobard
a este propósito: “Acabo de hacer un descubrimiento que me asusta. Hay dos
modalidades de electricidad: una ciega y ruda, dimanante del contacto de los
metales con los ácidos (purga grosera), y otra racional y clarividente.
La electricidad se ha bifurcado en manos de Galvani, Nobili y Matteuci. La
corriente ruda tomó la dirección señalada por Jacobi, Bonelli y Moncal,
mientras que la corriente lúcida quedó en manos de Bois-Robert, Thilorier y
Duplanty. La esfera eléctrica o electricidad globular entraña un pensamiento
que desobedece a Newton y a Mariotte para moverse a su antojo... En los anales
de la Academia hay mil pruebas de la inteligencia del rayo eléctrico...
Pero noto que voy siendo en demasía indiscreto. A poco más doy la clave que ha
de llevarnos al descubrimiento del espíritu universal” (37).
Todas
las citas iluminan con nueva luz la sabiduría de los antiguos. Ya vimos que los
Oráculos caldeos (38) exponen en parecido lenguaje el mismo concepto del
éter que los autores de El Universo invisible, pues dicen que “del éter
proceden todas las cosas y a él han de volver y que en él están indeleblemente
grabadas las imágenes de todas las cosas, porque es almacén de ideas y troj de
los gérmenes y de los residuos de las formas visibles”. Esto corrobora nuestra
afirmación de que todo descubrimiento moderno tuvo su parigual hace miles de
años entre nuestros cándidos antepasados. Vista, en el punto en que
estamos, la actitud de los escépticos respecto de los fenómenos psíquicos, cabe
asegurar que aunque la clave referida por Jobard estuviera en el borde del
“abismo”, no habría ningún Tyndall capaz de agacharse a recogerla.
¡Cuán
limitadas han de parecerles a algunos cabalistas estas tentativas para escrutar
el hondo misterio del éter universal! Porque por muy superiores que respecto a
las de la ciencia contemporánea sean las ideas de los autores de El Universo
invisible, resultan por demás familiares para los maestros de la filosofía
hermética, quienes no sólo consideraban el éter como el puente tendido entre el
universo vivisble y el invisible, sino que osadamente recorrían todos sus
tramos hasta llegar a las misteriosas puertas que los científicos no quieren o
tal vez no pueden abrir.
Cuanto
más ahondan los investigadores modernos en sus observaciones, tanto más
frecuentemente les dan en rostro los descubrimientos antiguos. Expone el
geólogo francés Beaumont una teoría sobre los movimientos internos del globo en
relación con la corteza terrestre, y echa de ver que se le habían adelantado
los antiguos en la exposición. Preguntamos cuál es la más novísima hipótesis acerca
de la formación de los yacimientos minerales, y nos dice Hunt que el agua es el
disolvente universal, según ya afirmó Tales de Mileto veinticuatro
siglos atrás al enseñar que el agua es el originario elemento de todas las
cosas. El mismo Hunt, apoyado en la autoridad de Beaumont, trata de los
movimientos del globo y de los fenómenos psíquicos del mundo material, diciendo
por una parte que “no está dispuesto a conceder que los espiritualistas posean el
secreto de la vida orgánica”, mientras que por otra confiesa, a nuestra
completa satisfacción, lo que leemos en el pasaje siguiente: “Bajo muy diversos
aspectos están relacionados los fenómenos del reino orgánico y los del 94
reino mineral, cuya recíproca dependencia ofrece tan
vivo interés que nos concita a vislumbrar la verdad subyacente en las opiniones
de los filósofos antiguos que atribuían fuerza vital a los minerales y
consideraban el globo terráqueo como organismo vivo, cuyo proceso biológico se
manifestaba en las alteraciones de la atmósfera, de las aguas y de las rocas”.
PREJUICIOS
CIENTÍFICOS
Todo
es empezar. Los prejuicios científicos han llegado últimamente a tales extremos
que parece imposible la justicia hecha a la sabiduría antigua en el anterior
pasaje. Hace tiempo que se arrinconaron los cuatro elementos, y los químicos
del día acuden desolados en busca de nuevos cuerpos simples con que alargar la
lista de los ya descubiertos, como polluelo aumentado a la cría pronta a salir
del nido. Por su parte el químico Cooke (39) niega la denominación de elementos
a los cuerpos simples, porque “no son principios primordiales o substancias
existentes por sí mismas y distintas de la de que fue formado el universo... La
antigua filosofía griega pudo tener el concepto que de los elementos tuvo, pero
las ciencias experimentales no han de admitir otros elementos que los que pueda
ver, oler o gustar”. Según esto, la ciencia sólo acepta lo que le entra por
ojos, narices y boca. Lo demás, para los metafísicos.
Así
es que habríamos de tachar a Van Helmont de ignorante o por lo menos de
estacionario discípulo de las escuelas griegas, porque nos dice que si
artificialmente cabe convertir una porción de tierra en agua, no es posible que
esta alteración la produzca la naturaleza por sí sola, pues los elementos permanecen
siempre los mismos. Si Van Helmont y su maestro Paracelso vivieron y murieron
en la bendita ignorancia de los futuros sesenta y tres cuerpos simples ¿qué
podían hacer, según los científicos del día, sino ocuparse en metafísicas y
quiméricas especulaciones expuestas en la ininteligible jerigonza de los
alquimistas medioevales? Sin embargo, en su ya citada obra, dice Cooke: “El
estudio de la química ha revelado cierto número de substancias de las cuales no
ha sido posible extraer otras distintas por ninguno de los procedimientos
conocidos. Así, por ejemplo, del hierro no es posible extraer más que hierro...
Hace tres cuartos de siglo, no distinguían los químicos entre cuerpos simples y
compuestos, porque los antiguos alquimistas no concibieron que el peso es la
medida de la materia y que la materia no se aniquila en peso; antes al
contrario, creyeron que en las manipulaciones se transformaban misteriosamente
las substancias... En suma, se desperdiciaron algunos siglos en vanas
tentativas para transmutar en oro los metales viles” (40).
No
tenemos ni de mucho la seguridad de que el profesor Cooke, tan versado en
química, lo esté igualmente en cuanto supieron o dejaron de saber los
alquimistas, ni tampoco en la interpretación de su simbólico lenguaje. Pero
comparemos sus anteriores opiniones con las de Paracelso y Van Helmont, según
las traducciones inglesas de sus obras. Dicen que el alkahest determina
los efectos siguientes:
1.º
“Nunca extingue las propiedades virtuales de los cuerpos disueltos en él. Por
ejemplo, si el oro se trata por el alkahest se forma una sal de oro; si
el antimonio, una sal de antimonio, etc.
2.º
El cuerpo manipulado se descompone en tres principios: sal, azufre y mercurio;
pero después queda únicamente la sal volátil, que por último se convierte en
agua clara.
3.º
Todo cuanto el alkahest disuelve se puede convertir en volátil mediante
el baño de arena, y si luego de volatilizado el disolvente se destila la
substancia soluble, se convierte en agua pura e insípida, pero siempre en cantidad
equivalente al original”.
Por
su parte dice Van Helmont que el alkahest disuelve los cuerpos más
rebeldes en substancias de las mismas propiedades virtuales de peso idéntico
al cuerpo disuelto... Destilada repetidas veces esta sal (a que Paracelso
llama sal circulatum), pierde toda su fijeza y acaba por convertirse en
un agua insípida en cantidad equivalente a la sal de que procede” (41).
PRINCIPIOS
ALQUÍMICOS
Las
alegaciones de Cooke en pro de la ciencia moderrna con respecto a la fraseología
hermética, podrían aplicarse también a la escritura hierática de Egipto que
encubre todo cuanto convenía encubrir. Si Cooke trata de aprovecharse de la
labor del pasado, ha de de recurrir a la criptografía y no a la sátira.
Paracelso, como los demás alquimistas, exprimía su ingenio en la transposición
literal y abreviatura de palabras y frases; y así, por ejemplo, escribe sufratur
en vez de tártaro, mutrin por nitro, etcétera. Son innumerables las
interpretaciones supuestas de la palabra alkahest. Unos creen que era
una doble sal de tártaro; otros le daban la misma significación que a la voz
alemana antigua algeist, equivalente a espirituoso. Paracelso
llama a la sal “centro de agua donde han de morir los metales”; de lo que
algunos, como por ejemplo, Glauber, infieren que el alkahest era
espíritu de sal. Se necesita mucha osadía para decir que Paracelso y sus
colegas ignoraban la distinción entre los cuerpos simples y sus combinaciones,
pues aunque no les diesen los mismos nombres que hoy les dan los químicos,
obtenían resultados imposibles de lograr sin conocer la índole de las
substancias manipuladas. Nada importa el nombre que Paracelso dio al gas
resultante de la reacción del hierro y el ácido sulfúrico, si las autoridades
en química reconocen que descurbió el hidrógeno (42). Su mérito es el mismo. Y
nada tampoco importa que Van Helmont encubriera bajo la denominación de
“virtudes seminales” las propiedades inherentes a los elementos químicos que,
al combinarse, las modifican temporáneamente sin perderlas en modo alguno, pues
no por su enigmático lenguaje dejó de ser el químico más ilustre de su época en
parigualdad de mérito con los del día. Afirmaba Van Helmont, que el aurum
potabile podía obtenerse por 95
medio del alkahest, salificando el oro de suerte
que sin perder sus “virtudes seminales” se disolviera en el agua. Cuando los
químicos sepan, no lo que Van Helmont decía que entendía, ni lo que se supone
entendía, sino lo que en realidad entendía por aurum potabile, alkahest,
sal y virtudes seminales, podrán definir su actitud respecto a los filósofos
del fuego y a los antiguos maestros cuyas místicas enseñanzas respetuosamente
siguieron. De todos modos, este lenguaje de Van Helmont, aun tomado en sentido
exotérico, demuestra que conocía la solubilidad de las combinaciones metálicas
en el agua, en lo que basa Hunt su hipótesis acerca de los yacimientos
metalíferos. A este propósito dice en una de sus conferencias: “Los alquimistas
buscaron en vano el disolvente unviersal; pero nosotros sabemos hoy que el
agua, a favor de la presión y la temperatura, y en presencia de ciertos cuerpos
muy abundantes en la naturaleza, tales como el ácido carbónico y los carbonatos
y sulfatos alcalinos, disuelve las substancias al parecer más insolubles y obra
como el alkahest o menstruo universal durante tanto tiempo buscado” (43).
Esto
tiene todo el aire de una paráfrasis de Van Helmont o Paracelso, pues ambos
alquimistas conocían las propiedades disolventes del agua tan bien como los
químicos modernos, y ni siquiera velaban esotéricamente este conocimiento, de
lo cual se infiere que no era el agua el disolvente universal a que aludían.
Entre las muchas obras de comentario y crítica que sobre la alquimia se
conservan todavía, hay una de tonos satíricos de la que entresacamos el
siguiente pasaje: “Podrá darnos alguna luz sobre esto la observación de que,
para Van Helmont y Paracelso, el agua era el instrumento universal de la
química y la filosofía natural, y diputaban el fuego por causa eficiente de
todas las cosas. Creían, además, que la tierra entrañaba virtudes seminales, y
que el agua, al disolver y fermentar las substancias térreas, como sucede con
el fuego, produce todas las cosas y origina los reinos mineral, vegetal y
animal” (44).
Los
alquimistas conocían por completo la universal potencia disolvente del agua, y
en las obras de Paracelso, Van Helmont, Filaleteo, Pantatem, Taquenio y Boyle,
se establece explícitamente la propiedad por excelencia del alkahest, ésta es,
la de “disolver y transmutar todos los cuerpos sublunares excepto el agua”.
No cabe suponer, por lo tanto, que hombre de tan irreprensible conducta y de
tan vasto saber como Van Helmont, asegurara formalmente poseer el secreto si
únicamente hubiese sido mera presunción de poseerlo (45).
EL
TESTIMONIO HUMANO
Acerca
de la validez del testimonio humano, que podremos aplicar a este caso, dijo
Huxley en una conferencia dada no ha mucho en Nashville: “Forzosamente ha de
estar nuestra conducta más o menos influida por las opiniones que nos sugiere
el estudio de la historia. Una de estas influencias es el testimonio humano en
sus varias modalidades de ocular, tradicional y escrito... Al leer, por
ejemplo, los Comentarios de Julio César, daremos crédito a los relatos
de sus batallas contra los galos y aceptaremos su testimonio en este punto,
pues comprendemos que César no hubiera hecho tales afirmaciones de no ser
ciertas”. En consecuencia, es lógico aplicar esta regla de investigación a los
casos en que César habla de los augures, adivinos y otros fenómenos psíquicos.
Lo mismo debemos decir de Herodoto y demás historiadores antiguos, pues si no
fueron espontáneamente verídicos, tampoco se les ha de creer en asuntos
meramente profanos, porque falsus in uno, falsus in omnibus. Y por igual
razón, si se les da crédito en los asuntos mundanos, también se lo hemos de dar
en los espirituales, pues, según dice Huxley, la naturaleza humana fue en la
antigüedad lo mismo que es ahora. Los hombres de honrado talento no mienten por
el placer de engañar o pervertir a la posteridad.
Una
vez determinadas por Huxley las probabilidades de error en el testimonio
humano, ya no hay necesidad de discutir la cuestión con respecto a Van Helmont
y a su ilustre y calumniado maestro Paracelso. Su comentador Deleuze dice que
las obras de Van Helmont tienen mucho de mítico e ilusorio (acaso porque no las
entendió debidametne), pero en cambio reconoce que fue hombre de vasta cultura,
penetrante juicio y descubridor de grandes verdades, pues dio por vez primera
el nombre de gases a los fluidos aeriformes y dejó abierto el camino
para las futuras aplicaciones del acero (46). No es posible, por lo tanto,
suponer que los experimentadores al quimistas desconociesen los cuerpos simples
desde el momento en que combinaban, recombinaba, disolvían y descomponían los
ingredientes químicos tal como hoy día se sigue efectuando en los laboratorios.
Si tan sólo hubiesen tenido fama de teóricos, nada valdrían nuestros
argumentos; pero como ni sus mismos enemigos se atreven a negar los
descubrimientos que hicieron, todavía cupiera emplear más enérgico lenguaje si
no lo impidiera la imparcialidad. Y como quiera que las facultades morales e
intelectuales del hombre han de aquilatarse psicológicamente, puesto que
creemos en la elevada naturaleza espiritual, no vacilamos en afirmar que si Van
Helmont aseguró formalmente que poseía el secreto del alkahest, nadie
tiene derecho a tacharle de farsante ni de visionario sin saber cuál era su
verdadero concepto del menstruo universal.
Habla
Wallace (47) de la “obstinación de los hechos” y, por lo tanto, en los hechos
hemos de apoyarnos para exponer los “milagros” de ayer y los de hoy. Los
autores de El Universo invisible han demostrado científicamente la
posibilidad de ciertos fenómenos psíquicos mediante la acción del éter universal;
y Wallace por su parte ha refutado con estricta lógica las objeciones que Hume,
entre otros, levantó contra la posibilidad de dichos fenómenos (48). Crookes
ofreció a los escépticos sus experiencias continuadas durante tres años, hasta
que se convenció de la verdad por sí mismo. Flammarión, el popular astrónomo
francés, añade su testimonio al de Wallace, Crookes y Hare, y corrobora
nuestros asertos en el siguiente pasaje:96
“Tengo la firme convicción, basada en personales
experiencias, de que no saben de qué hablan cuantos niegan la posibilidad de
los fenómenos magnéticos, sonambúlicos, mediumnímicos y otros no explicados
todavía por la ciencia, pues todo científico habituado a la observación puede
cerciorarse absolutamente de la realidad de dichos fenómenos, con tal de que su
mente no esté velada por el prejuicio ni sumida en el engaño demasiado
frecuente de que conocemos todas las leyes de la naturaleza y es
imposible trasponer los límites actualmente establecidos”.
HIPÓTESIS
DE COX
Crookes
nos refiere la explicación (49) que en los siguientes términos da Sergeant Cox
de la fuerza psíquica: “Puesto que el organismo corporal está animado
interiormente por una fuerza supeditada o no al espíritu, alma, mente o lo que
quiera que constituya el ser individual llamado hombre, es lógico inferir que
todo movimiento externo al cuerpo tiene por causa la misma fuerza que
produce el movimiento en el interior del cuerpo. Y así como esta fuerza externa
suele estar dirigida por la inteligencia, también esta inteligencia dirige la
fuerza interna”.
Para
mejor comprender el pensamiento de Sergeant Cox en esta hipótesis, la
dividiremos en cuatro proposiciones:
1.ª
La fuerza productora de los fenómenos psíquicos procede del médium y por
consiguiente dimana de él.
2.ª
La inteligencia que dirige la fuerza productora del fenómeno podría ser
distinta de la inteligencia del médium; pero como no hay prueba suficiente de
ello, es muy probable que la inteligencia directora sea la del médium (50).
3.ª
La fuerza que mueve la mesa es idéntica a la que mueve el cuerpo del médium.
4.ª
Los espíritus de los difuntos para nada intervienen en la producción de los
fenómenos psíquicos.
Antes
de examinar estas opiniones de Cox conviene advertir que nos vemos situados
entre dos opuestas parcialidades: los que creen y los que no creen en la
intervención de los espíritus de los difuntos, pues mientras la masa vulgar de
espiritistas atribuye con enormes tragaderas a los espíritus desencarnados el
más leve ruido y el más ligero movimiento que notan en las sesiones del centro,
los escépticos niegan toda manifestación de los espíritus, por la sencilla
razón de que no creen en ellos. Así, pues, ni unos ni otros están dispuestos a
estudiar el asunto con la serenidad que su importancia requiere.
Ciertamente,
la fuerza productora de los movimientos internos es la misma que la productora
de los movimientos externos; pero la identidad no pasa de aquí, como se
advierte considerando, por ejemplo, que el principio vital que anima el cuerpo
de Cox es el mismo que anima el del médium, y sin embargo, ni éste es aquél ni
aquél es éste.
Esta
fuerza que lo mismo da llamar psíquica como quieren Cox y Crookes, o darle
cualquier otro nombre, no procede del médium, sino que se actualiza por
mediación de él. Es imposible que dimane del médium en los casos de levitación
sin contacto y demás fenómenos que denotan actuación inteligente. Saben los
espiritistas que cuanto más pasivo es el médium más activas son las
manifestaciones, y por lo tanto no cabe negar la intervención de una deliberada
y consciente voluntad en los casos en que la fuerza psíquica levanta del suelo
masas inertes, las mueve en determinadas direcciones por el aire y las vuelve a
dejar en el suelo, evitando todo obstáculo. Esta fuerza no puede dimanar del
médium, que permanece en pasividad durante el experimento, pues si dimanase de
él, sería éste un mago consciente y no pasivo instrumento de invisibles
entidades inteligentes. Tan absurdo es suponer que la fuerza psíquica dimana
del médium, como que el vapor encerrado en una marmita fuese capaz de
levantarla, a menos de estallar, o que la electricidad acumulada en una botella
de Leyden, la moviese de sitio. Todo indica que la fuerza operante sobre los
objetos externos en presencia del médium tiene su fuente más allá de él.
Podemos compararla con el hidrógeno que vence la inercia del aerostato. El gas
acumulado en el interior del globo, por la inteligente dirección del aeronauta,
llega a prevalecer sobre la gravedad de su masa. Análogamente produce la fuerza
psíquica de los fenómenos de levitación, y aunque de naturaleza idéntica a la
materia astral del médium, no es su misma materia astral, porque durante el
experimento permanece aquél en sopor cataléptico, si tiene verdaderas
facultades mediumnímicas. Por lo tanto, el primer extremo de la hipótesis de
Cox es erróneo, porque se funda en un falso principio de mecánica, al paso que
nuestros argumentos se apoyan en la observación de los fenómenos levitantes.
Para
admitir la hipótesis de la fuerza psíquica, es preciso que explique
satisfactoriamente los movimientos y levitaciones de los cuerpos sólidos.
Acerca
del segundo extremo, negamos que no haya prueba suficiente de que la fuerza
productora de los fenómenos esté dirigida algunas veces por inteligencia distinta
de la del médium. Al contrario, hay multitud de testimonios comprobatorios de
que en la mayoría de los casos ninguna influencia tiene la mente del médium en
los fenómenos, por lo que no puede pasar sin reparo la temeraria afirmación de
Cox en este punto.
También
nos parece ilógico el tercer extremo; porque si el cuerpo del médium no genera,
sino que tan sólo transmite la fuerza productora de los fenómenos dirigida por
su espíritu, alma o mente (cuestión que no han dilucidado ni mucho menos las
investigaciones de Cox), no hay razón para inferir que este mismo espíritu,
alma o mente deba también levantar muebles y golpear el alfabeto. Del cuarto
extremo, o sea que si los espíritus de los difuntos intervienen o no en las
manifestaciones psíquicas, trataremos más extensamente en otro capítulo.97
EL CUERPO ASTRAL
Los
filósofos iniciados en los Misterios decían que el alma astral es el
incoercible duplicado del cuerpo denso, el periespíritu de los
espiritistas kardecianos, o la forma-espíritu de los no reencarnacionistas.
Sobre este duplicado o molde interno, se cierne el espíritu divino que lo
ilumina como el sol a la tierra y fecunda el germen de las cualidades latentes.
El cuerpo astral está contenido en el físico, como el éter en una botella o el
magnetismo en el imán. Es un mecanismo alimentado por el depósito universal de
fuerza y sujeto a las mismas leyes que rigen todos los fenómenos de la
naturaleza. Su inherente actividad produce las incesantes operaciones
biológicas del organismo carnal, y cuando éste se desgasta por el uso, sale de
él, porque es prisionero y no voluntario morador del cuerpo físico. La univesal
fuerza externa le atrae tan poderosamente que al gastarse la cáscara escapa de
ella. Cuanto más robusto, denso y grosero es el cuerpo físico, más largo es el
encarcelamiento del astral; pero algunos nacen con organización a propósito
para abrir la puerta que comunica con la luz astral, de modo que su alma se
asome al mundo astral y se restituya después a su encierro. Los conscientes y
voluntariamente capaces de ello, se llaman magos, hierofantes, videntes,
profetas y adeptos, y los que sin voluntad ni conciencia propia tienen
predisposición a actuar en el mundo astral por la influencia de un hipnotizador
o de una entidad espírita se llaman medianeros o médiums. Cuando el cuerpo
astral se libra de obstáculos, queda tan poderosamente atraído por la imánica
fuerza universal, que a veces levanta consigo el estuche de carne y lo mantiene
suspendido en el aire hasta que recobra su acción la gravedad de la materia.
Todo
movimiento, sea de un cuerpo vivo o de un cuerpo inorgánico, requiere tres
condiciones: voluntad, fuerza y materia, que pueden transmutarse de conformidad
con el principio de la conservación de la energía dirigida, o mejor dicho,
cobijada por la Mente divina de que tan insidiosamente se empeñan los
escépticos en prescindir, pero sin cuya presidencia no se moverían los
gusanillos en la tierra ni al beso de la brisa las hojas del árbol. Los
científicos llaman leyes cósmicas a las modalidades de energía y de materia y
las consideran inmutables e invariables en su acción; pero más allá de estas
leyes hemos de inquirir la causa inteligente que al establecer el régimen
infundió en ellas su conciencia. nO es posible concebir una causa primera, una
voluntad universal, Dios en suma, si no le atribuimos inteligencia.
Ahora
bien: ¿cómo se manifestaría la voluntad a un tiempo consciente o
inconscientemente, es decir, con inteligencia y sin ella? La mente no puede
estar separada de la conciencia, entendiendo por tal, no la conciencia física,
sino una cualidad del principio senciente del alma, que puede actuar aun cuando
el cuerpo físico esté dormido o paralizado. Si, por ejemplo, levantamos
mquinalmente el brazo, creemos que el movimiento es inconsciente porque los
sentidos corporales no aprecian el intervalo entre el propósito y la ejecución.
Sin embargo, la vigilante voluntad generó fuerza y puso el brazo en movimiento.
Nada hay, ni siquiera en los más vulgares fenómenos mediumnímicos, que confirme
la hipótesis de Cox; pues si la inteligencia denotada por la fuerza no prueba
que lo sea de un espíritu desencarnado, menos todavía podrá serlo del
inconsciente médium. Crookes refiere algunos casos en que la itneligencia
manifestada en el fenómeno, no podía atribuirse a ninguno de los circunstantes.
Por ejemplo, cuando después de tapar con el dedo una palabra impresa que ni él
mismo sabía cuál era, apareció correctamente escrita en la tablilla (51). Si
negamos la intervención de una entidad espírita, no cabe explicareste caso de
otro modo que por clarividencia; pero como los científicos niegan esta
facultad, han de verse cogidos en el otro término del dilema, so pena de
admitir la clarividencia, según la entienden los cabalistas, a no ser que
prefieran entercarse en el hasta hoy vano empeño de forjar una hipótesis que
explique satisfactoriamente el fenómeno. Pero aun admitiendo que la palabra en
cuestión hubiese sido leída por clarividencia, ¿cómo explicar las
comunicaciones mediumnímicas de tan adivinatorio carácter? ¿Qué hipótesis
esclarece el misterio de las facultades proféticas del médium que vaticina
sucesos ignorados de él y de cuantos le escuchan? Verdaderamente habrá de
recomenzar Cox sus investigaciones
FUERZA
CIEGA O INTELIGENCIA
Según
ya dijimos, la fuerza psíquica de los modernos, de naturaleza idéntica al
fluido terrestre o sidéreo de los antiguos oráculos, es en sí una fuerza ciega.
Cuando, por ejemplo, dos interlocutores sostienen un diálogo, su voz se
transmite por las vibraciones de la misma masa de aire y en esto se conoce que
están hablando. De la propia suerte, cuando el médium y la entidad espírita se
comunican a través de un mismo agente, inferimos que hay allí una itneligencia
en actuación, pues así como el aire es necesario para la transmisión del
sonido, así también se necesitan corrientes etéreas o de luz astral,
inteligentemente dirigidas, para la producción de los fenómenos psíquicos. En
el vacío pneumático no podrían los interlocutores comunicarse sus pensamientos
de viva voz, porque allí no hay aire que vibre. Análogamente tampoco podrá
producirse manifestación alguna cuando un experto y potente hipnotizador haga
el vacío psíquico en torno del médium, a no ser que otra inteligente voluntad,
más poderosa todavía, venza la inercia astral establecida por el hipnotizador.
Los antiguos acertaron a distinguir entre la actuación ciega y la actuación
itneligente de una misma fuerza.
Plutarco,
sacerdote de Apolo, insinúa la dual modalidad del fluido oracular (gas subterráneo
mezclado con substancias intoxicantes de propiedades magnéticas), en el
siguiente apóstrofe: “¿Quién eres tú? Sin que Dios te hubiese creado y puesto
en vigor; sin el espíritu que por orden de Dios te rige y gobierna serías
impotente. 98
Nada podrías hacer porque por ti mismo eres vano
soplo” (52). Así también, sin la inteligencia dominante fuera vano soplo la
fuerza psíquica.
Afirma
Aristóteles, que las emanaciones astrales del interior de la tierra son causa
suficiente para vivificar por intususcepción plantas y animales. A este
mismo propósito, movido Cicerón de justa cólera contra los escépticos de su
tiempo, les redarguye diciendo: “Hay algo más divino que las exhalaciones de la
tierra, que conmueven el alma humana hasta el punto de consentirle la
predicción del porvenir. ¿Podrá la mano del tiempo desvanecer tal virtud?
¿Creéis que os hablo de algún vino exquisito o de algún manar sabroso”? (53).
No creemos que los modernos investigadores presuman de más sabios que Cicerón y
aseguren que se ha desvanecido la fuerza eterna y agotado las funetes de la
profecía.
Según
parece, los profetas de la antigüedad explayaban su inspirada sensibilidad por
el directo efluvio de la emanación astral, o bien por una especie de flujo
húmedo que surgía de la tierra, con el que se daba a entender la materia astral
de que en esta luz forman las almas su temporánea envoltura. El mismo concepto
expresa Cornelio Agripa cuando dice que los fantasmas son de naturaleza
vaporosa y húmeda: “in spirito turbido humidoque” (54).
Hay
dos linajes de profecía: la consciente, propia de los magos, capaces de ver en
la luz astral, y la inconsciente, debida a la inspiración. A esta segunda clase
pertenecen los profetas bíblicos y los mediumnímicos. Sobre el parituclar dice
Platón: “Ningún hombre tiene inspiración profética cuando está en sus propios
sentidos, sino que es necesario para ello que su mente se halle poseída por
algún espíritu... hay quien presume de profeta y no es más que repetidor, por
lo que de ningún modo se le debe llamar profeta, sino transmirsor de visiones y
profecías” (55).
Insistiendo
en sus argumentos, dice Cox: “Los más ardientes espiritistas admiten la fuerza
`síquica bajo la impropia denominación de magnetismo (con el cual no tiene
analogía alguna), porque afirman que los espíritus de los difuntos sólo pueden
realizar los actos que se atribuyen valiéndose del magnetismo (fuerza psíquica)
del médium” (56).
EL
MÉDIUM CONDUCTOR
Con
otra mala inteligencia tropezamos aquí al dar nombres distintos a la misma
energía. Si hasta el siglo XVIII no formaron cuerpo de ciencia los estudios
sobre la electricidad, ¿diremos que esta energía no existió antes de entonces,
cuando bien pudiera demostrarse que ya la conocieron los hebreos? Pues de la
propia suerte han sido siempre idénticos el magnetismo y la electricidad, por
más que las ciencias experimentales no advirtieran esta identidad hasta el año
1819. Si una barra de acero puede imanarse por la acción de una corriente
eléctrica, cabe admitir también que en las sesiones espiritistas es el médium
el conductor de una corriente, de modo que la inteligencia directora de
la fuerza psíquica determina flujos eléctricos en las ondas etéreas, y
valiéndose del médium, como conductor, actualiza el magnetismo latente en la
atmósfera del salón de sesiones. La palabra magnetismo es tan propia
como otra cualquiera, mientras la ciencia descubre algo más que un agente
hipotético dotado de propiedades problemáticas.
A
este propósito dice Cox: “La diferencia entre los partidarios de la fuerza psíquica
y los espiritistas, consiste en que para nosotros no hay todavía suficiente
prueba de un agente director distinto de la inteligencia del médium, ni hay
tampoco prueba alguna de la actuación de los espíritus de los muertos” (57).
De
completo acuerdo estamos con Cox en uanto a la falta de pruebas de la
intervención de los espíritus de los muertos, pero en lo que al otro extremo
atañe no deja de ser extraña la negativa desde el momento en que abogan por la
contraria un caudal de hechos, según se infiere de las siguientes palabras de
Crookes: “En mis notas hallo tal superabundancia de pruebas y un sin fin de
testimonios tan aplastantes, que podría llenar con ellos varios números de la
revista trimestral” (58).
Pero
veamos alguna de esas pruebas abrumadoras:
1.ª
El movimiento de cuerpos muy pesados, sin contacto ni esfuerzo mecánico.
2.ª
La percusión y otros sonidos.
3.ª
Alteración del peso de los cuerpos.
4.ª
Movimiento de los cuerpos pesados a distancia del médium.
5.ª
Levitación de muebles sin contacto.
6.ª
Levitación de personas (59).
7.ª
Apariciones luminosas (60).
8.ª
Aparición de manos luminosas o visibles a la luz astral.
9.ª
Escritura directa por manos luminosas, aisladas y movidas inteligentemente.
10.ª
Apariciones y figuras espectrales (61).
Todos
estos fenómenos presenció y comprobó Crookes en su propia casa, con la
suficiente escrupulosidad de observación para dar cuenta de ellos a la Sociedad
Real de Londres, sin que el resultado correspondiera a sus convicciones, según
confiesa en la citada obra.
Además
de los fenómenos enumerados, refiere Crookes otros especiales en que le parece
advertir la intervención de una inteligencia externa.
EL
LÁPIZ Y LA REGLA99
Dice a este propósito: “He visto a la médium, señorita
Fox, dar una comunicación escrita y simultáneamente otra por golpes
alfabéticos, mientras conversaba con un tercero sobre asuntos del todo
distintos de los anteriores... En otra sesión en que médium era Home, estando
la sala a toda luz, atravesó por el aire una regla de escritorio que se vino
hacia mi derecha para darme una comunicación. Iba yo pronunciando una tras otra
las letras del alfabeto y al llegar a la necesaria para componer la palabra, me
golpeaba la regla en la mano sin que el médium pudiera moverla, pues se hallaba
a bastante distancia. Entonces pregunté si la misma regla podría golpearme la
mano para dar la comunicación según el alfabeto Morse, y en efecto, así lo
hizo, con la particularidad de que nadie había allí que conociese el alfabeto
Morse y aun yo no lo dominaba por completo. Esto me convenció de que
forzosamente daba la comunicación un experto manipulador del aparato Morse,
quienquiera que fuese... Poco después, en mi propio aposento y a plena luz,
manifesté el deseo de que la misma regla diese otra comunicación. Había sobre
la mesa un lápiz, una regla de madera y varias hojas de papel. De pronto, se
mueve el lápiz a saltos inseguros hacia el papel y cae sobre éste. Nuevamente
vuelve a levantarse y a caer por tres veces, hasta que la regla de madera se levantó
unos cuantos centímetros sobre lamesa y se movió hacia el lápiz, que entonces
se levantó de nuevo y advertí que regla y lápiz en recíproco apoyo se
esforzaban en escribir sobre el papel sin conseguirlo; pero tras dos
infructuosas tentativas, observé que la regla regresaba a su sitio y el lápiz
caía sobre la mesa. Acto continuo recibí una comunicación alfabética que decía:
“Hemos intentado hacer lo que pedíais, pero se nos han agotado las fuerzas”. El
plural hemos se refería evidentemente a los aliados esfuerzos
inteligentes del lápiz y la regla, de lo que se infiere la intervención de dos
fuerzas psíquicas”.
En
este caso, nada denota que el agente director fuese la inteligencia del médium,
antes al contrario, hay indicios de que espíritus de difuntos, o entidades
inteligentes e invisibles, movían la regla y el lápiz. Ciertamente que tan
impropio es llamar magnetismo como fuerza psíquica a la causa de este fenómeno,
pero es más aplicable la primera denominación, porque los fenómenos del
magnetismo o hipnotismo trascendental son de la misma índole que los espírtas.
El círculo encantado del barón Du Potet y de Regazzoni está tan en pugna
con la fisiología, como la levitación de objetos sin contacto pueda estarlo con
la mecánica. En el círculo encantado, los experimentadores, entre los cuales
había algunos académicos, no pudieron atravesar la curva trazada con yeso en el
pavimento por el barón Du Potet; y un general ruso, famoso por su escepticismo,
que quiso atravesarla, cayó presa de violentas convulsiones. Este fenómeno es
análogo al de la mesa de poco peso que no pueden levantar varios hombres
fornidos, y antes la rompen con sus esfuerzos. En ambos casos, el fluido
magnético o fuerza psíquica de Cox opone resistencia a la incursión en el
círculo limitado por la circunferencia de yeso, y comunica extraordinaria
pesantez a la endeble mesa. Por lo tanto, de la analogía de efectos se infiere
lógicamente la analogía de causas, sin que en buen juicio valga objeción alguna
contra ello, pues aunque se negaran los hechos, subsistiría la verdad del
principio. Tiempo hubo en que todas las corporaciones académicas de la
cristiandad negaban la existencia de las montañas lunares, y de loco tacharan
los académicos a quien se hubiese atrevido a decir que la vida alienta con mayor
profusión en las profundidades oceánicas que en las alturas atmosféricas.
El piadoso abate Almignana solía decir en presencia de las
mesas semovientes: “si el diablo afirma, de seguro miente”. Tal vez podamos
parafrasear el aforismo diciendo: “si los científicos niegan, verdad segura”.
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