CAPÍTULO I
CRISTIANOS NOMINALES - FALICISMO CRISTIANO -
DICTERIOS PONTIFICIOS - EL CULTO DE LA VIRGEN - LO CRISTIANO - HIPOTÉTICA
SITUACIÓN DEL INFIERNO - LOS BIÓGRAFOS DE SATANÁS - MILAGROS APÓCRIFOS - LA
MAGIA CLERICAL - MILAGROS LAICOS - LA SILLA DE SAN PEDRO - LAS GALERÍAS DE
ISHMONIA - LAS LLAVES DE SAN PEDRO - VIRTUDES PAGANAS – ASTUCIA CLERICAL - LA
TETRAKTYS - LA CIENCIA DE LAS CIENCIAS - LOS SEPHIROTES CABALÍSTICOS - EL DOGMA
DE LA REDENCIÓN - ANTIGÜEDAD DE LA EUCARISTÍA - LOS SANSCRITISTAS - LA TRINIDAD
EN LAS RELIGIONES - TRINIDAD MEXICANA - DISPERSIÓN DE LOS NEOPLATÓNICOS
CAPÍTULO II
HECHICERÍAS CLERICALES - PROCESOS
INQUISITORIALES - PALABRAS DE JESÚS - LAS SIETE ABOMINACIONES - HECHICERÍA EN
LA INDIA - RELIQUIAS APÓCRIFAS - SANTO DOMINGO Y LOS DEMONIOS - MÉDIUMS Y
SANTOS - LA LEYENDA DE ORO - EL PAPA Y LOS MUSULMANES - DOCTRINAS DE PABLO -
ORIGEN PAGANO DEL RITUAL CATÓLICO - INFLUENCIA DE SAN AGUSTÍN - EL MAESTRO
CONSTRUCTOR - SIGNIFICADO DE "PETRUM" - RITOS PAGANOS Y CRISTIANOS -
ICONOGRAFÍA CRISTIANA - TAUMATURGIA PAGANA - EL SECRETO DE LA INICIACIÓN -
GRADOS DE INICIACIÓN - SINCERIDAD DE LOS FAKIRES - CARACTERÍSTICAS DE LOS
FAKIRES - NATURALEZA DE LOS PITRIS - EL DOGMA DE LA INMACULADA - CAÍDA DEL ALMA
- SUBLIMIDAD DE LA EPOPTEIA - GRADOS DE COMUNICACIÓN - ÍNDOLE DE LAS VISIONES -
LOS TANAÍMES DEL TALMUD - LOS SÍMBOLOS DEL CRISTIANISMO - OPINIÓN DE INMAN
CAPÍTULO III
LA SUCESIÓN APOSTÓLICA - ADULTERACIÓN DE LOS
EVANGELIOS - LA PALABRA NAZARENO - LA FÁBULA DE EURÍDICE - NAZARENOS Y NAZARES
- ERRORES BÍBLICOS - MODALIDADES DEL BAUTISMO - EL NAZARENO REFORMADOR - LA
SECTA NAZARENA - EL NOMBRE DE ZOROASTRO - AFINIDAD DE DOCTRINAS - FRASES
PITAGÓRICAS - CABALISMO DEL APOCALIPSIS - LA FIGURA DE JESÚS - TRANSMIGRACIONES
DEL ALMA - EL HOMBRE DIVINO - EL CREDO DE BASÍLIDES - EL UNIVERSO ILUSORIO - EL
NOBLE HERESIARCA MARCIÓN - DUALIDAD DEL CRISTIANISMO PRIMITIVO - JESÚS NO
ALUDÍA A JEHOVAH - JEHOVAH Y BACO - EL EMMANUEL DE ISAÍAS
CAPÍTULO IV
CONTRADICCIONES BÍBLICAS - TEOGONÍA COMPARADA
- EL TERCER PRINCIPIO - EQUIVALENCIAS TEOGÓNICAS - LOS PRIMITIVOS CRISTIANOS -
VERSÍCULO APÓCRIFO - ANTAGONISMO ENTRE PEDRO Y PABLO - JESÚS Y LOS EBIONITAS -
PRIMITIVA COSMOGONÍA CRISTIANA - TIPOS DUALÍSTICOS - TEOGONÍA OFITA -
TERTULIANO CONTRA BASÍLIDES - ESOTERISMO CRISTIANO - HUMANIDAD DE JESÚS - LA
REENCARNACIÓN SEGÚN LAS HOMILÍAS - LOS NABATEANOS DE AYER Y DE HOY -
DEGOLLACIÓN DE LOS INOCENTES - JESÚS SEGÚN LAS TRADICIONES HEBREAS - CONCEPTOS
DEL APÓSTOL SANTIAGO - ANTONOMASÍAS DEL LOGOS - PRINCIPADOS Y POTESTADES - LOS
GNÓSTICOS Y LOS APÓSTOLES - LETANÍAS COMPARADAS - PLAGIOS DEL CRISTIANISMO
CAPÍTULO V
LA ESENCIA SUPREMA - IDENTIDAD DE TODAS LAS
RELIGIONES - LAS RELIGIONES CULTUALES - PASAJES DE SALOMÓN - TEOGONÍA
ZOROASTRIANA - LA TRINIDAD CABALÍSTICA - LA CABALÍSTICA SHEKINAH - COTEJO DE
SISTEMAS - TRINIDADES COMPARADAS - ALEGORÍAS APOCALÍPTICAS - QUERUBINES Y
SERAFINES - LOS SEPHIROTES Y EL MONTE MERU - LOS ATRIBUTOS DE SIVA - EL SOSIOSH
ZOROASTRIANO - JESÚS HABLA COMO HOMBRE -CRISTIANOS Y BUDISTAS - RESURRECCIÓN DE
KALAVATTI - IDENTIDAD DE ALEGORÍAS - LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS - CURIOSAS
TERGIVERSACIONES - EL FANATISMO SUPERSTICIOSO
CAPÍTULO VI
HIPATIA Y CIRILO - LA CRUZ TAU - EMBLEMAS
CRISTIANOS - LA BALLENA DE JONÁS - DARWIN Y VYASA - CONFESIÓN DE JACOLLIOT -
RELIGIÓN Y CIENCIA - EXPIRACIÓN E INSPIRACIÓN - LAS ÉPOCAS DIVINAS - LA NOCHE
DE BRAHMA - LAS CUATRO EDADES - CAÍDA DE ADAM - TRANSFORMACIÓN DE LAS ESPECIES
- LA LEY DE NECESIDAD - CUERPO, ALMA Y ESPÍRITU -IDEAS DE LOS FILÓSOFOS GRIEGOS
- EL ALMA SEGÚN PLATÓN - LA CONDICIÓN DE DHYANA - EL ESFUERZO PROPIO
CAPÍTULO VII
SECTAS CRISTIANAS - MODERNOS NAZARENOS -
SISTEMA OFITA - SISTEMAS COMPARADOS - EL NOMBRE DE IAO - EL NÚMERO DIEZ -
IMÁGENES SIMBÓLICAS - EL CABALLO DEL SOL - LA INVENCIÓN DE LA CRUZ - LOS MAGOS
DE PERSIA - CONFRATERNIDAD MISTERIOSA - CANDELABRO DRUSO - MÁXIMAS DE LOS
DRUSOS - CARTA DE RAWSON - LA LOGIA MADRE - EL ATMAN - EL BUDISMO ESOTÉRICO -
CASTIDAD 3
BUDISTA - JAINOS Y BUDISTAS
- CELSO Y SPRENGEL - FALSEDAD DE EUSEBIO - EL PÁRRAFO DE JOSEFO - VIRGINIDAD Y
MATRIMONIO - TOLERANCIAS INMORALES - SAN JUAN Y LOS HEREJES - JESÚS IGNORADO DE
SUS COETÁNEOS - LAS IDEAS DE JESÚS - JESÚS Y GAUTAMA - JESÚS Y APOLONIO - EL
ESPÍRITU DE LA VERDAD - OPINIONES DE PLATÓN - SUBTERFUGIOS CLERICALES
PREFACIO
Si en nuestra mano estuviese, impediríamos
que leyeran este libro los cristianos de pura y sincera fe e intachable
conducta en quienes resplandece el glorioso ejemplo del profeta de Nazareth,
por cuya boca habló tan alto a los hombres el Espíritu de Verdad. No lo
escribimos para ellos. Siempre hubo creyentes de profunda fe a quienes la
historia venera como héroes, filósofos, filántropos, mártires y santos; pero,
aparte de los nombres perpetuados por la fama, ¡cuántos y cuántos vivieron y
murieron ignorados del mundo y conocidos tan sólo de sus amigos íntimos y
bendecidos únicamente por quienes de sus manos recibieron beneficio! Los que
con su virtud glorificaron el cristianismo hubieran también sido, de seguro,
ornamento de cualquiera otra fe que hubiesen profesado, porque su
espiritualidad prevalecía sobre sus creencias. La bondad de Pedro Cooper e
Isabel Thompson que no comulgan en la religión cristiana es, sin embargo, tan
cristiana como la de la baronesa de Burdett-Coutts que pertenece a ella.
Pero los verdaderos cristianos fueron siempre
exigua minoría entre los millones que nominalmente ostentan este título, y
todavía los podemos descubrir en los púlpitos y en los bancos de las iglesias,
en los palacios y en las chozas, aunque por la pujanza del materialismo, los
intereses mundanos y la hipocresía social decrezca su número de día en día.
La ingenua fe con que el cristiano devoto
cree en la infalibilidad de la Biblia, en los dogmas religiosos y en las
predicaciones sacerdotales actualiza en toda su plenitud las virtudes que laten
en lo íntimo de la naturaleza humana. Hemos conocido personalmente a clérigos
temerosos de Dios, y siempre eludimos toda discusión con ellos por no lastimar
sus sentimientos religiosos, ni tampoco quisiéramos quebrantar la ciega fe de
un solo laico si le basta para vivir y morir santamente con ánimo sereno. Vamos
a analizar todas las creencias religiosas en general, pero más particularmente
la cristiana teología dogmática, que es el principal enemigo de la libertad del
pensamiento. No diremos ni una sola palabra contraria a las puras doctrinas de
Jesús, pero combatiremos inexorablemente su adulteración en perniciosos
sistemas eclesiásticos que rompen todo freno moral y extinguen la fe en Dios y
en la inmortalidad.
Arrojamos el guante a los dogmatizantes
teólogos que pretenden esclavizar la historia y la ciencia. Arrojamos el guante
con más firme determinación al Vaticano, cuyas despóticas arrogancias repugnan
a la mayoría de cristianos cultos.
Aparte de los clérigos, sólo los polemistas e
investigadores debieran leer este libro, porque, como zapadores de la verdad,
tienen el valor de sus opiniones.
CAPÍTULO I
Y aun llegará tiempo en que cualquiera que os
matare crea
servir a Dios.- SAN JUAN, XVI, 2.
Anatema sea quien diga que las verdades
científicas han de
admitirse con entero espíritu de libertad,
aunque se opongan a
la verdad revelada.- Concilio Ecuménico
del Vaticano.
¡La Iglesia! ¿En dónde está?
GLOUC: Rey Enrique VI, acto I, escena
I.
En los Estados Unidos de América hay sesenta
mil clérigos que reciben estipendio por enseñar la ciencia de Dios y sus
relaciones con la criatura. A estos hombres está encomendada la tarea de
definir la existencia, carácter y atributos del Creador, las leyes y gobierno
del mundo, las doctrinas en que hemos de creer y los deberes que hemos de
cumplir. Hay cinco mil profesores de teología que con mil doscientos setenta y
tres auxiliares (1) enseñan esta ciencia a cinco millones de personas, según la
fórmula prescrita por el obispo de Roma. cincuenta y cinco mil pastores y
misioneros de quince sectas distintas (2), en contradicción unas con otras
respecto a puntos teológicos de mayor o menor importancia, instruyen en sus
respectivas doctrinas a treinta y tres millones de fieles.
Aparte de estas sectas, se cuentan centenares
de miles de judíos, algunos millares de fieles de diversas religiones
orientales y escaso número de cismáticos griegos. Los mormones, noventa mil,
tan politeístas como polígamos, creen que el jefe supremo de todos los dioses
reside en un planeta llamado Colob, y reconocen por legislador espiritual a una
especie de pontífice asentado en la ciudad del Lago Salado, a quien suponen en
frecuente comunicación con los dioses, no obstante sus diecinueve mujeres y más
de cien hijos y nietos.
El Dios de los hermanos unitarios es célibe;
el de los presbiterianos, metodistas, congregacionistas y otras sectas
cristianas es un Padre sin esposa y con un Hijo idéntico a Él. Todo esto sin
contar la infinidad de sectas 4
menores y comunidades
extravagantemente heréticas que brotan como hongos y mueren apenas nacidas.
Tampoco nos detendremos a considerar los millones de espiritistas que hay,
según se dice, porque la mayoría no tienen valor para romper con su secta
religiosa. Estos son los Nicodemus de puerta trasera.
Y ahora, preguntemos con Pilatos: ¿Qué es la
verdad? ¿Dónde hallarla entre tan diversas y opuestas sectas? Todas pretenden
fundarse en la revelación divina y poseer las llaves del cielo. ¿Cuál de ellas
asume la verdad? ¿O acaso habremos de confesar con el filósofo budista, que la
única e inmutable verdad en la tierra es que la verdad no está en la
tierra?
Aunque no intentamos merodear en el campo ya
escrupulosamente espigado por los eruditos que demostraron la filiación pagana
de los dogmas cristianos, bueno será exponer nuevamente los hechos investigados
desde la emancipación de la ciencia, con objeto de analizarlos desde el
distinto o más bien nuevo punto de vista de las antiguas filosofías esotéricas,
que hasta ahora tan sólo hemos ojeado rápidamente, y de ellas nos serviremos de
tipo para comparar los dogmas y milagros del cristianismo con las doctrinas y
fenómenos de la magia antigua y del espiritismo moderno. Por lo tanto, el
estudio de los antiguos teurgos nos ayudará a esclarecer tan obscuro asunto
desde el momento en que los materialistas niegan de plano los fenómenos sin
tomarse la molestia de investigarlos, y que los teólogos, si bien los admiten,
contraen su explicación a la desmedrada y absurda alternativa del milagro o el
diablo.
Dice Butlerof a este propósito:
No es de nuestra incumbencia que los
fenómenos espiritistas sean o no verdaderos ni de índole idéntica a los que en
otro tiempo se atribuyeron a los sacerdotes egipcios y a los augures romanos, y
que hoy operan los hechiceros samanos de Siberia. Lo cierto es que todo
fenómeno natural cae bajo el dominio de la ciencia, que con su examen se
enriquece en vez de empobrecerse. Si la humanidad aceptó en algún tiempo una
verdad para después negarla obcecadamente, no es retroceso sino progreso el
volver a reconocerla y aceptarla (3).
CRISTIANOS NOMINALES
Desde que la ciencia hirió mortalmente a la
teología diciendo que la religión se basa en el misterio y que el misterio es
incompatible con la ciencia, ha variado en curioso aspecto la mentalidad de las
clases cultas, que parece como si se sostuviesen sobre un pie en una maroma
tendida del universo visible al invisible, con el continuo temor de que el cabo
prendido en la fe se soltara de pronto y cayeran todos en el abismo de la
aniquilación.
La muchedumbre de cristianos nominales se
puede clasificar en tres grupos: materialistas, espiritistas y clericales. Los
dos primeros se oponen conjuntamente a las pretensiones dogmáticas del clero,
que en desquite combate a unos y a otros con la misma acritud.
Los materialistas están en tan poca armonía
como las sectas cristianas, pues los positivistas (4) se ven atacados acerbamente
por la escuela inglesa de Maudsley, quien dice de ellos lo que se lee en el
siguiente pasaje:
No es maravilla que los científicos rechacen
enérgicamente la autoridad de Comte, que los entusiastas discípulos de este
filósofo tratan de imponerles infaliblemente, hasta el punto de que la opinión
común calificaba ya de positivista a todo científico, sin advertir que Comte
adulteró en muchos puntos el espíritu y la finalidad de la ciencia. Hacen muy
bien los científicos en afirmar desde luego su independencia, porque más tarde
les sería muy difícil obtenerla (5).
Cuando dos materialistas tan conspicuos como
Huxley y Maudsley rechazan con tal firmeza el positivismo de Comte, ciertamente
hemos de tenerlo por absurdo.
Más hondas todavía son las disensiones entre
los cristianos, cuyas diversas sectas nos muestran todos los grados de la fe
religiosa, desde la omnívora credulidad de la fe ciega hasta la devoción
elegante, que accede a creer en Dios por encubrir de algún modo su presunción
de sabiduría. Todas las sectas creen en la inmortalidad del alma humana;
algunas admiten la real comunicación entre los mundos visible e invisible;
otras restringen esta comunicación al sentimiento; las más la niegan en
absoluto; y unas cuantas se mantienen, respecto de esta creencia, en dudosa
expectación.
La Iglesia romana, en su afán de censura y en
su anhelo por la vuelta del obscurantismo, frunce el ceño ante los fenómenos
que califica de diabólicos, y da a entender lo que haría con sus
patrocinadores si tuviese el poderío de otro tiempo; pues a no ser porque se ve
maniatada bajo el juicio de la ciencia, repetiría en el siglo XIX las
irritantes y escandalosas escenas de pasados siglos. En cuanto al clero
protestante, odia tan vivamente el espiritismo que, como dice un periódico
profano, “socavaría gustoso la fe del pueblo en los milagros bíblicos, con tal
de extirpar la pestilente herejía espiritista” (6).
FALICISMO CRISTIANO
La Iglesia romana reverdece el recuerdo de la
hace largo tiempo olvidada ley mosaica, y se declara su legítima y directa
heredera para monopolizar los milagros y discernir su autenticidad. El Antiguo
Testamento, desterrado por Colenso, sus predecesores y coetáneos, vuelve
del ostracismo y se desempolvan y limpian los profetas, a quienes el Papa ha consentido
ponerse, si no a su mismo nivel, por lo menos a respetuosa distancia (7). De
nuevo se renueva la memoria de los diabólicos abracadabras y se equiparan los
fenómenos psíquicos a 5
los impíos
horrores del paganismo con su culto fálico, sus satánicos prodigios,
sacrificios humanos, encantos, hechicerías y magias. Sin embargo, los modernos
demonólogos descuidan algunos leves pormenores, entre los cuales se cuenta la
presencia del falicismo pagano en los símbolos del cristianismo, como por
ejemplo, en el misterio de la Encarnación que entraña un elemento fálico
espiritual, así como el elemento fálico material aparece en el fetichista culto
de los santos miembros de San Cosme y san Damián en Isernia, cerca de
Nápoles (8).
No proceden muy cuerdamente los autores
católicos al vaciar sus redomas de cólera sobre la antigüedad, diciendo que “en
multitud de pagodas, la piedra fálica, a semejanza del batylos griego,
toma la forma brutalmente obscena del lingham o mahadeva” (9). Antes de
desprestigiar un símbolo cuyo profundo significado metafísico no alcanzan a
comprender, debieran los modernos campeones de la religión sensual por
excelencia (el catolicismo romano), destruir sus iglesias y modificar las
cúpulas de sus templos. El Mahody de Elefanta, la Torre redonda de Bhangulpore,
los minaretes musulmanes, romos o puntiagudos, sirvieron de modelo al Campanile
de Venecia, la catedral de Rochester y el Duomo de Milán. Los
campanarios y cúpulas de los templos cristianos son diversificados remedos del
primitivo lithos o falo erecto y, como dice Jennings, “la torre
occidental de la catedral de San Pablo en Londres es uno de los dobles lithos
que siempre fue costumbre colocar delante de todos los templos, así paganos
como cristianos” (10). Además, en todos los templos cristianos, y más
visiblemente en las capillas protestantes, aparecen las tablas de la ley
mosaica sobre el altar dispuestas en díptico de bordes redondeados. La piedra
de la derecha es masculina, y la de la izquierda, femenina. Por
lo tanto, ni católicos ni protestantes pueden tachar de obscena la
configuración arquitectónica de los templos paganos mientras adornen los suyos
con los símbolos del lingham y del yoni y ostenten en ellos las
tablas de Moisés.
Otro desdoro del clero cristiano es el
recuerdo del Santo Oficio, que vertió torrentes de sangre en sacrificios
humanos sin igual en los anales del paganismo. Tampoco habla muy en honor del
clero el ejercicio de la magia negra, que en ningún templo gentil fue tan
amplio como en el Vaticano (11). Sin embargo, la iglesia ha anatematizado
públicamente toda manifestación de la naturaleza oculta, que atribuyó a
influencias diabólicas y artimañas de Stanás y de los ángeles caídos que se
revuelven en el “abismo sin fondo”, del que, según el Apocalipsis de San
Juan, “se levanta un humo como el de un enorme horno”.
Así dice Des Mousseaux (12), que en
“embriagados por este humo se congregan diariamente millones de espiritistas en
torno del abismo para tributar culto a Baal”. Pero aunque la iglesia latina
haya aparentado tener la magia tan en poco como a los paganos, conservó la
práctica ritual del exorcismo por el pingüe lucro que le allegaba.
A pesar del vigoroso empuje con que las
investigaciones modernas han tambaleado a la iglesia romana, se muestra más
arrogante, obstinada y despótica que nunca y, no atreviéndose con los
esforzados campeones de la ciencia, arremete en desquite contra los fenómenos
espiritistas, porque el verdugo no lo es sin víctima ni puede mantener su
prestigio quien no lo asegura con estudiados efectos. La iglesia romana se
resiste a caer en el olvido en que cayeron los mitos antiguos, y no consiente
que se discuta muy de cerca su autoridad. De aquí que persista, en cuanto se lo
consienten los tiempos, en su política tradicional y deplore la forzosa
extinción del Santo Oficio, haciendo de la necesidad virtud. Las únicas
víctimas que hoy tiene a su alcance son los espiritistas franceses (13) por la
influencia solapadamente ejercida en los tribunales, que no tuvieron reparo en
deshonrarse a favor de ella. Las mesas giratorias y los lápices semovientes del
profano espiritismo sirven de púlpito a la iglesia para exhortar al mundo
cristiano a que vuelva la vista hacia los “milagros” de Lourdes, y, entretanto,
las autoridades eclesiásticas preparan más fáciles éxitos con que sorberles el
sentido a los supersticiosos. Obedientes a órdenes superiores, los obispos
anatematizan, excomulgan y maldicen; pero al ver que el efecto de sus rayos en
las testas coronadas es tan nulo como el de los que fulmina Júpiter en el Calchas
de Offenbach, se revuelve Roma en imptente furia contra los infortunados
búlgaros y servios, protegidas víctimas del emperador de Rusia. Sin que
le conturben razones ni sarcasmos, el “cordero del Vaticano” reparte
equitativamente sus iras entre los liberales italianos (“esos impíos de aliento
hediondo como un sepulcro”) (14), los cismáticos griegos, los herejes y los
espiritistas que “practican su culto junto al abismo sin fondo en donde acecha
el Dragón”.
DICTERIOS PONTIFICIOS
El reverendo Gladstone se tomó el trabajo de
enmanojar las “flores retóricas” diseminadas en las alocuciones del vicario de
Aquél que dijo: “Quien te llamare loco estará en peligro de caer en el
fuego del infierno”. Veamos algunas de ellas. Los adversarios del Papado son
“lobos, fariseos, ladrones, embusteros, hipócritas, engendros hidrópicos de
Satanás, hijos de perdición y del pecado, sicarios del demonio, monstruos del
averno, demonios en carne y hueso, cadáveres pestilentes, abortos del infierno,
traidores, Judas endemoniados, etc.” (15).
Puesto que Su Santidad el papa dispone de tan
rico arsenal de dicterios, no es extraño que el obispo de Tolosa se desate sin
escrúpulo en falsedades contra protestantes y espiritistas en las pastorales
dirigidas a sus diocesanos, según vemos en este pasaje:
Nada más propio de una época de incredulidad
que la falsa revelación suplante a la verdadera, y que los detractores
de las enseñanzas de la Iglesia se entreguen a la práctica de la adivinación y
al estudio de las ciencias ocultas... El espiritismo ha motivado en los Estados
Unidos la sexta parte de casos de suicidio y locura... (16), pues no es posible
que de los mentirosos demonios
salga palabra de verdad ni que enseñen ciencia de provecho, porque toda palabra
de Satán es estéril como el mismo Satán.
Está prohibida la lectura de todo escrito en
defensa del espiritismo y quien frecuenta los círculos espiritistas con
intención de aceptar semejantes doctrinas apostata de la santa Iglesia e
incurre en excomunión... Las enseñanzas de los espíritus no prevalecerán contra
la cátedra de San Pedro, que expone las verdades reveladas por el mismo Dios.
Sin embargo, las muchas falsas enseñanzas que
la Iglesia romana atribuye a palabra de Dios invalidan esta última aserción de
la extractada pastoral. El famoso teólogo católico Tillemont asegura que “los
paganos ilustres de la antigüedad están en el infierno, porque vivieron antes
de la venida de Cristo y no pudo alcanzarles el beneficio de la redención”.
También afirma dicho autor que la misma Virgen María corroboró esta verdad en
una carta dirigida de su propia letra y firma a un santo. ¿Habremos de
considerar también esto como enseñanza revelada por el mismo Dios?
Igualmente sugestiva es la descripción
topográfica que del infierno y purgatorio explana, favorecido por visión
divina, el cardenal Belarmino, de quien dice un crítico que “parece un experto
agrimensor al deslindar los ocultos senderos y formidables estancias del
“insondable abismo”.
En una de sus obras, se aventuró San Justino
mártir a opinar que Sócrates no podía estar en el infierno; pero un benedictino
comentador suyo le vitupera severamente por su excesiva benevolencia (17).
En la primera parte de esta obra procuramos
demostrar con ejemplos históricos que los científicos, según decía de ellos el
profesor Morgan, “se han puesto las vestiduras de que despojaron a los
sacerdotes, pero tiñéndolas antes de otro color”. Análogamente, el clero
cristiano se ha revestido con el ropaje de que despojó al sacerdocio pagano, y
aunque su conducta es diametralmente opuesta a la ley de Dios, se ha erigido en
tribunal competente para juzgar al mundo entero.
EL CULTO DE LA VIRGEN
El “Varón de las tristezas” perdonó desde la
cruz a sus verdugos y enseñó a sus discípulos el amor al enemigo; pero los
sucesores de San Pedro, que se arrogan en la tierra la representación del dulce
Jesús, maldicen sin reparo a cuantos se resisten a sus despóticos caprichos.
Además, desde hace mucho tiempo han pospuesto el Hijo a la Madre porque, según
enseñanzas también reveladas por “el mismo Dios”, es la única mediadora entre
cielo y tierra (18).
Bien pudiéramos afirmar que con el último
apóstol de Jesús murió el último cristiano verdadero. Pregunta a este punto
Max Müller:
¿Cómo podrá un misionero desvanecer las dudas
de sus catecúmenos a no ser que les represente el verdadero espíritu del
cristianismo y les diga que, como las demás religiones, también tiene su
historia, y que el del siglo XIX no es el de la Edad Media, y que el de la Edad
Media no fue el de los primeros concilios, y que el de los concilios no fue
tampoco el de los apóstoles, y que únicamente lo que Cristo dijo estuvo bien
dicho? (19).
De esto cabe inferir que entre el
cristianismo moderno y el paganismo antiguo no hay otra característica
diferencial que la creencia en el diablo y en el infierno, imbuidas por el
dogma cristiano.
Y añade Müller:
Las naciones arias no tienen diablo. Plutón,
aunque de carácter sombrío, era personaje muy respetable, y el escandinavo Loki
no era divinidad infernal, a pesar de su maligno temperamento. La diosa teutona
Hell, como su equivalente Proserpina, vieron mejores días. Así es que cuando a
los germanos se les hablaba del semítico Seth, Satán o el diablo, no les
infundía temor ninguno.
EL INFIERNO CRISTIANO
Lo mismo cabe decir del infierno. El hades
pagano era un lugar completamente distinto del infierno cristiano, pues lo
consideraban los antiguos como un estado intermedio de purificación. El hela
o hel tampoco era entre los escandinavos un lugar de eterno castigo
(20).
Tampoco pueden equipararse con el infierno
cristiano el amenti egipcio, que era lugar de juicio y purificación, ni
el onderâh o abismo de tinieblas de los indos, porque a los rebeldes
ángeles sumidos en él por Siva les ofrece Parabrahma la posibilidad de
redimirse por el arrepentimiento y la purificación.
El gehenna a que repetidas veces alude
el Nuevo Testamento era un paraje extramuros de Jerusalén (21), al que Jesús se
refería valiéndose de una metáfora muy corriente entre los judíos de aquella
época. ¿Cuál es, pues, el origen del terrorífico dogma del infierno, de esa
arquímeda palanca de la teología cristiana que durante diecinueve siglos ha
esclavizado el ánimo de millones de millones de cristianos? Seguramente no
deriva de las Escrituras hebreas, como podría corroborar cualquier
hebraísta idóneo. Conocen tan bien los teólogos las condiciones y
circunstancias del infierno, que han clasificado las penas allí sufridas en dos
clases: pena de daño o privación de la beatífica vista de Dios y pena de
sentido o tormento eterno en un hirviente lago de azufre.
Tal vez aduzcan los teólogos en pro de este
dogma aquel pasaje de San Juan que dice:7
Y el diablo que les
engañó fue precipitado en un lago de fuego y azufre, en donde la bestia y el
falso profeta son y serán atormentados por los siglos de los siglos (22).
Pero aun prescindiendo de que el diablo o
demonio tentador simboliza esotéricamente nuestro propio cuerpo físico, que
después de la muerte se desintegrará en los elementos ígneos o etéreos
(23), tenemos que en lengua hebrea no hay palabra de significado equivalente a eternidad
en el sentido de por los siglos de los siglos que le dan los teólogos, pues
la voz ... (ulam), según afirma Le Clerc, expresa tan sólo un período de
tiempo sin principio ni fin conocidos. El arzobispo Tillotson confiesa por una
parte que la palabra ulam no significa duración infinita, y que
la frase por siempre jamás del Antiguo Testamento indica tan sólo
un larguísimo período; pero por otra parte ha adulterado su verdadero sentido
con respecto a la idea de los tormentos eternos, pues, en su opinión, si bien
cuando decimos que Sodoma y Gomorra ardieron en fuego eterno, se sobreentiende
que este fuego no se extinguió hasta consumir ambas ciudades, cuando nos
referimos al fuego del infierno, tiene la palabra “eterno” el significado de
perdurable, pues la pena del malvado ha de durar lo que dure el gozo del justo.
Así lo ha dispuesto el sabio teólogo (24).
El reverendo Surnden (25) comenta las teorías
de sus predecesores y aduce argumentos, según él irrefutables, en demostración
de que el infierno está situado en el sol. Esto nos lleva a sospechar que el
reverendo Surnden habrá leído el Apocalipsis en la cama y le ocasionaría una
pesadilla que distrajo de su mente la pitagórica y cabalística alegoría que
entraña el siguiente pasaje:
Y el cuarto ángel derramó su redoma sobre el
sol y le fue dado afligir a los hombres con ardor de fuego. Y los hombres
estaban enardecidos por el gran calor y blasfemaban del nombre de Dios (26).
La idea no es original del apóstol San Juan
ni del reverendo Surnden, pues ya Pitágoras situaba la “esfera de purificación”
en el sol, centro del universo (27). Esta alegoría tiene doble significado. Por
una parte, el sol físico simboliza la Divinidad suprema o céntrico sol
espiritual; y en consecuencia, al llegar a esta región quedan las almas
purificadas de sus culpas y se unen para siempre con el espíritu después de los
sufrimientos pasados a través de las esferas inferiores. Por otra parte, al
fijar Pitágoras la situación del sol visible en el centro del universo,
insinuaba la enseñanza del sistema heliocéntrico, que era privativa de los
Misterios y sólo se comunicaba en el grado superior de iniciación. El apóstol
San Juan tiene del Verbo un concepto puramente cabalístico, que sólo
comprendieron los Padres de la Iglesia versados en las doctrinas neoplatónicas.
Orígenes lo comprendió perfectamente por haber sido discípulo de Ammonio
Saccas, y así niega en absoluto la eternidad de los tormentos del infierno,
diciendo que no sólo los pecadores, sino también los diablos (28) alcanzarán
remisión después de un castigo más o menos largo (29).
HIPOTÉTICA SITUACIÓN DEL INFIERNO
Muchas y muy ingeniosas hipótesis se han
expuesto sobre la situación del infierno, pero la más conocida es la que lo
coloca en el centro de la tierra. Sin embargo, la intromisión de los
científicos en este punto suscitó algunas dudas que turbaron la plácida fe en
tan consoladora creencia, pues, como advierte Swinden, contra ella se oponen
tres principales razones, conviene a saber:
1.ª Que no es posible que en el centro de la
tierra haya suficiente combustible para mantener un fuego siempre vivo.
2.ª Que se necesitaría abundancia de oxígeno
para alimentar la combustión.
3.ª Que puesto la tierra ha de tener fin como
astro, no puede ser eterno el fuego que ha de consumirla (30).
Pero tal vez Swinden ha olvidado en su
escepticismo, que hace siglos resolvió San Agustín esta dificultad diciendo
que, no obstante las apariencias en contra, el infierno está situado en el
centro de la tierra, pues Dios provee milagrosamente el aire necesario
para mantener el fuego siempre vivo (31).
Los cristianos fueron los primeros en dar
carácter de dogma religioso a la creencia en el diablo, y desde entonces se ha
visto precisada la Iglesia a luchar contra la misteriosa fuerza que, por
conveniencia propia, achacaba al diablo. Pero las manifestaciones de esta
fuerza propenden a quebrantar la creencia en el diablo, gracias a la
incompatibilidad entre los efectos y la supuesta causa, porque si el clero no
ha podido medir debidamente el verdadero poder del diablo, forzoso es confesar
que este archienemigo de Dios encubre muy hábilmente su carácter de príncipe de
las tinieblas, cuya perpetua ocupación es poner asechanzas a los hombres (32).
No obstante, lo que más teme el clero es
verse precisado a soltar la argolla con que viene agarrotando a la humanidad.
No consiente que por el fruto se conozca el árbol, porque habría de someterse a
enojosos dilemas, ni tampoco quiere confesar, como confiesan las mentes libres
de prejuicios, que los fenómenos psíquicos han convertido y mejorado a más de
un escéptico empedernido. Pero, según el mismo clero reconoce, ¿de qué serviría
el Papa si no existiera el diablo?
Sin duda, por esto envía Roma a sus más
hábiles plumas y lenguas en socorro de los que están en peligro de hundirse en
el “insondable abismo”, aunque nadie declara explícitamente el mandato (33).
LOS BIÓGRAFOS DE SATANÁS
Sin percatarse de que trabajaba a favor de
sus enemigos, los espiritualistas y espiritistas, permitió la Iglesia unos
veinte años atrás que Des Mousseaux y De Mirville hiciesen la biografía del
diablo, confesando 8
tácitamente con ello
su colaboración en la tarea (34). Sin embargo, los espiritistas franceses han
de quedar eternamente agradecidos por una parte a estos dos escritores
católicos que, tomando por prueba los fenómenos psíquicos, tratan de demostrar
la existencia del diablo, y por otra parte al ex ministro de Luis Felipe, el
conde de Gasparin, que basado en las mismas pruebas se propone evidenciar lo
contrario. Con ello tendremos demostrada por unos y otros, sin lugar a duda, la
existencia de un invisible universo espiritual poblado también de invisibles
entidades. De los documentos históricos escudriñados en las bibliotecas,
destiló la quinta esencia de las pruebas incontrovertibles. Desde Homero hasta
nuestros días, todas las épocas han brindado selectos materiales de
investigación a estos infatigables escritores que, al afirmar la autenticidad
de los prodigios operados por Satán inmediatamente antes de la era cristiana y
durante la Edad Media, dieron sólida base al estudio de los fenómenos psíquicos
en los tiempos modernos.
A pesar de su apasionado e irreductible
entusiasmo, representa Des Mousseaux el papel de demonio tentador o “serpiente
del Génesis”, como gusta de llamar al diablo, pues en su afán de achacar al
espíritu maligno toda manifestación psíquica, concluye por demostrar que el
espiritismo y la magia no son nuevos en el mundo, sino antiquísimos gemelos,
cuya cuna mecieron los primitivos tiempos de India, Caldea, Babilonia, Egipto,
Persia y Grecia. Demuestra Des Mousseaux la existencia de los espíritus
angélicos y diabólicos con tan auténticas e irrefutables pruebas históricas,
que muy pocas podrán añadir los autores que le sucedan (35). Seguramente que
Des Mousseaux y De Mirville tuvieron a su libre disposición los inagotables
recursos literarios de la biblioteca del Vaticano y otras no menos nutridas
(36), donde se conservan centenares de valiosísimos tratados de ciencias
ocultas, que tan sólo pueden consultar los privilegiados concurrentes a la
biblioteca del Vaticano. De todos modos, las leyes de la Naturaleza lo mismo
rigen para el hechicero pagano que para el taumaturgo católico, quienes, sin la
menor intervención de Dios ni del diablo pueden operar los llamados “milagros”.
Apenas empezaron los fenómenos psíquicos a
llamar la atención de Europa, cuando el clero clamó diciendo que el eterno
enemigo reaparecía en ellos con nombre distinto. Al propio tiempo, se oía
hablar también de milagros o fenómenos “divinos” en oposición a los diabólicos.
Al principio, los milagros fueron obra de individuos de condición humilde, que
a su decir los efectuaban por obra de la Virgen María, de los santos o de los
ángeles. En cambio, también hubo quienes, según el clero, quedaron obsesos y
poseídos del demonio, con quien, por lo visto, ha de compartir Dios la
fama de su poder. Pero al advertir que, no obstante todas estas precauciones,
iban en aumento los fenómenos psíquicos con amenaza de quebrantar los tan
cuidadosamente forjados dogmas teológicos, quedaron las gentes sobrecogidas de
asombro (37).
MILAGROS APÓCRIFOS
Por extraño que parezca, repetidas veces han
preguntado los observadores: “¿Por qué, desde la Reforma acá, no ha ocurrido ni
un solo milagro en los países protestantes?”. Tal vez respondan los clericales
que Dios ha dejado de su mano a los herejes; pero ¿por qué tampoco ocurren
milagros en Rusia que no es hereje, sino tan sólo cismática? (38). ¿No es
lógico suponer que si en Rusia es posible prohibir los milagros por decreto
imperial y jamás ocurren en otros países, han de atribuirse los fenómenos
taumatúrgicos a causas naturales y en modo alguno a Dios ni al diablo? A
nuestro entender, todo el secreto de la respuesta se reduce a que el clero ruso
sabe muy bien cuán fácilmente quebrantarían los milagros apócrifos la sincera
piedad y robusta fe del campesino ruso, en cuyo ánimo cualquier desengaño
despertaría primero la desconfianza y después la duda y el ateísmo. Además, ni
el clima del país ni el carácter de las gentes, positivo y sano, son
propicios a la operación de fenómenos fraudulentos. En cuanto al clero de las
otras naciones no católicas, como Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos, no
puede disponer de las obras secretamente conservadas en la biblioteca del
Vaticano, y por este motivo nada saben de la magia de Alberto el Magno.
Por lo referente a la infinidad de médiums y
sensitivos que hay en la América del Norte, cabe atribuirla a la influencia del
clima y a la idiosincrasia de la población. Desde la época de las brujerías de
Salem, cuando los inmigrantes conservaban pura su sangre, hace dos siglos,
hasta el año 1840, apenas se oyó hablar de “espíritus” ni de “médiums” en los
Estados Unidos (39). Los primeros fenómenos se observaron en individuos de la
secta llamada de los temblones, cuyo entusiasmo religioso, género de vida,
pureza de alma y castidad de cuerpo favorecían la operación de fenómenos
psíquico-físicos. Desde 1692, millones de inmigrantes de diversas razas,
países, temperamento y costumbres, han invadido la América del Norte y
determinado por el cruce la alteración del primitivo tipo étnico (40).
Permítasenos aducir otro argumento en pro de
nuestra opinión. ¿En qué países abundaron más y causaron mayor asombro los
milagros? Sin duda, que en la católica España y en la Italia pontificia. ¿Y qué
otra nación, aparte de estas dos, tuvo mejores coyunturas de iniciarse en las
letras antiguas? Famosas fueron las bibliotecas españolas y de gran celebridad
gozaron los árabes por sus profundos conocimientos en alquimia y otras
ciencias. Por su parte, el Vaticano archiva incalculable número de manuscritos
antiguos que, durante cerca de mil quinientos años, fueron acopiando los
pontífices por confiscación de los bienes de las víctimas sentenciadas (41).
LA MAGIA CLERICAL9
Los anales de la
magia señalan en las misteriosas soledades del claustro los más hábiles
hechiceros, como Alberto el Magno, obispo de Ratisbona, insuperable en este
arte, y su discípulo Tomás de Aquino, el franciscano Rogerio Bacon y el
benedictino Trithemio, abad del monasterio de Spenheim y maestro, amigo y
confidente de Cornelio Agrippa. Durante la época en que por toda Alemania
florecieron las mancomunadas hermandades de teósofos, con el fin de adquirir
conocimientos esotéricos, bastaba captarse el favor de ciertos monjes para
adelantar en las más importantes ciencias ocultas.
Todo esto nos lo dice la historia y no puede
negarse fácilmente. Hasta la época de la Reforma practicó el clero sin mucho
rebozo las diversas modalidades de la magia, y aun también fue cabalista y
ocultista el famoso Juan Reuchlin (42). Tanto el clero regular como el secular
practicaron extensamente el sortilegio de que ahora abominan (43).
Refiere Gregorio de Tours que para practicar
los sortilegios ponía el sacerdote la Biblia sobre el altar, y suplicaba
al Señor que se dignase descubrir su voluntad y revelar lo futuro por medio de
un versículo del texto. Gilberto de Nogent, autor del siglo XII, dice que en su
época era costumbre recurrir al sortilegio de sortes sanctorum en la
consagración de los obispos para conocer el porvenir del consagrado. En cambio,
según otros escritores, el concilio de Agda, celebrado el año 506, condenó el
sortilegio de sortes sanctorum, con lo que vemos quebrantado el
infalible magisterio de la Iglesia; pues no se sabe si erró al prohibir una
práctica ejercida nada menos que por San Agustín, o si el error estuvo en
practicar públicamente el sortilegio en la consagración de los obispos, a no
ser que en ambos casos, a pesar de lo contradictorio, recibiera el Vaticano la
inspiración directa de Dios.
En prueba de que Gregorio de Topurs practicó
el sortilegio, entresacamos el siguiente pasaje de su Vida:
Noticioso de que Lendasto, conde de Tours,
empeñado en indisponerme con la reina Fredegunda, venía a la ciudad con malas
intenciones respecto de mi persona, me encerré en mi oratorio con el ánimo
inquieto, y al abrir los Salmos tropezó mi vista con el versículo del
LXXVII, que dice: “El Señor hizo que marcharan confiados, mientras el mar se
tragaba a sus enemigos”. De acuerdo con el espíritu del texto, nada resolvió
contra mí el conde al entrar en la ciudad, de la que salió el mismo día para un
puerto de embarque. La nave en que iba naufragó durante una tempestad; pero el
conde salvó la vida a nado.
Confiesa el santo obispo en este pasaje haber
practicado algún tanto la hechicería, y como todo hipnotizador sabe cuán
poderosa es la voluntad concentrada en determinado propósito, el versículo
del Salmo le sugirió el deseo de que su enemigo muriese ahogado. Poseído de
este deseo, lo enfocó, acaso inconscientemente, sobre la persona del conde que
a duras penas salvó la vida. Si, como por error creía el santo, hubiese sido
voluntad de Dios el percance, de seguro que se ahogara el conde; pues un
sencillo baño no podía modificar su animosidad contra San Gregorio si tan
malévola fuese.
A mayor abundamiento, vemos que el concilio
de Varres prohibe a todos los eclesiásticos, bajo pena de excomunión, las
suertes adivinatorias por medio de libros o escritos de cualquier índole. La
misma prohibición decretaron los concilios de Agda (506), Orleáns (511),
Auxerre (595) y por último el de Aenham (1110), que anatematizaba a los brujos,
hechiceros y adivinos que ocasionaban la muerte por medio de operaciones
mágicas y vaticinaban el porvenir sobre pasajes de la Escritura señalados a la
suerte. Además, el clero de la diócesis de Orleáns elevó al pontífice Alejandro
III una queja contra su obispo Garlande, que terminaba como sigue:
Que vuestras apostólicas manos tengan fuerza
para poner de manifiesto la iniquidad de este hombre, de modo que le alcance la
desgracia pronosticada el día de su consagración, cuando al abrir las
Escrituras, según costumbre, salió por suerte aquel pasaje que dice: ...y
despojándose el joven de sus vestiduras de lino se les escapó desnudo (44).
MILAGROS LAICOS
¿Por qué, pues, achicharraba la Iglesia a los
seglares que ejercían el sortilegio y canonizaba a los eclesiásticos con igual
ejercicio? Sencillamente, porque todo fenómeno psíquico, sea cual sea su método
operante, rebate por una parte la afirmación católica de que únicamente los
santos pueden obrar milagros en nombre de Dios y por mediación de los ángeles;
y por otra parte, la aserción protestante de que desde los tiempos apostólicos
no han vuelto a operarse milagros. Pero tanto si son como si no son de la misma
naturaleza, los modernos fenómenos psíquicos denotan íntimo parentesco con los
milagros bíblicos, hasta el punto de que los hipnotizadores y saludadores de
nuestra época emulan francamente a los apóstoles del cristianismo. El zuavo
Jacob ha sobrepujado al profeta Elías en la resurrección de personas difuntas
en apariencia, y el sonámbulo Alexis (45) demostraba incomparablemente mayor
lucidez que los apóstoles, profetas y sibilas de la antigüedad. Desde la quema
del último brujo, la grandiosa revolución francesa, cuidadosamente preparada
por los agentes de la liga de sociedades secretas, sembró el terror en el seno
de la clerecía europea, y cual devastador huracán arrastró en su empuje a la
católica aristocracia romana, el más valioso aliado de la Iglesia, dejando
firmemente establecida la individual libertad de opiniones contra la derrocada
tiranía eclesiástica, y abriendo desembarazado paso a Napoléon el Magno, que
dio el golpe de gracia a la Inquisición, aquel vasto matadero en que la Iglesia
cristiana degollaba en nombre del Cordero a cuantas ovejas le parecían
antojadizamente sarnosas. Desde entonces, quedó la Iglesia abandonada a su
responsabilidad y sus recursos.10
Mientras los
fenómenos aparecieron esporádicamente, se sintió la Iglesia con fuerzas bastantes
para reprimir las consecuencias. La supersticiosa creencia en el diablo estaba
por entonces tan arraigada como siempre, y la ciencia no se había atrevido aún
a medir públicamente sus fuerzas con la teología, que, entretanto, iba ganando
terreno de un modo lento y seguro, hasta que, de repente, se manifestó con
inopinada violencia. De su mística reclusión empezaron a salir los “milagros” a
plena luz diurna, en donde la profana mano de la ciencia, sostenida por las
leyes naturales, se disponía a arrancarles su clerical antifaz. Por algún
tiempo se mantuvo la Iglesia todavía en sus posiciones, y con el potente
auxilio del terror supersticioso logró detener los progresos del invasor; pero
cuando más tarde reprodujeron hipnotizadores y sonámbulos el fenómeno
psicofísico del éxtasis, hasta entonces atribuido exclusivamente a los santos;
cuando las mesas giratorias exaltaron la curiosidad del mundo entero y la
psicolgrafía, tenida por espiritual, se convirtió de aliciente de curiosidad en
misticismo religioso; cuando el eco de los golpes de Rochester repercutió a
través de los mares por todos los ámbitos del mundo; entonces, y sólo entonces
despertó la Iglesia latina al advertir la cercanía del peligro. Se derramó la
voz de prodigios ocurridos en los círculos espiritistas y en los salones de los
hipnotizadores. Sanaban los enfermos, veían los ciegos, andaban los lisiados y
oían los sordos. En América J. R. Newton y en Francia el barón Du Potet curaban
a las gentes sin haber recurso a la intervención divina. El gran descubrimiento
de Mesmer reveló a los solícitos investigadores el mecanismo de la naturaleza y
dominó como por mágico poder la materia inorgánica y orgánica.
Pero no fue esto lo peor, porque una
adversidad más calamitosa todavía cayó sobre la Iglesia con la evocación de
multitud de espíritus, tanto del mundo superior como del inferior, cuyas
comunicaciones y procedimientos desmentían las más intencionadas y lucrativas
enseñanas de la Iglesia. Estos espíritus se manifestaban como las desencarnadas
personalidades de parientes, amigos y conocidos de los concurrentes a las
sesiones, desvaneciendo de esta suerte la existencia objetiva del diablo, con
hondo quebranto de los cimientos de la cátedra de San Pedro (46).
LA SILLA DE SAN PEDRO
Ninguna entidad psíquica, a no ser los
llamados espíritus burlones, se manifestarán en relación con Satanás ni
concederán a este mito ni un palmo de soberanía. El clero siente quebrantado de
día en día su prestigio y ve que las gentes rasgan la venda que durante tantos
siglos les cegara. La fortuna se ha pasado al bando enemigo en el conflicto
entre la teología y la ciencia. Pero si la ciencia ha contribuido
inadvertidamente a la comprensión de los fenómenos psíquicos, estos, por su
parte, han favorecido los progresos de la ciencia, pues hasta que la renovada
filosofía reclamó su lugar en el mundo, muy pocos científicos acometieron el
difícil estudio de la teología comparada, en cuyos dominios han penetrado
escasos exploradores por la necesidad de conocer para ello muy a fondo las
lenguas muertas. Además, no se sentía imperiosamente la utilidad de este
estudio, porque no era posible por entonces substituir la ortodoxia cristiana
con más satisfactorias doctrinas; pues, según demuestra innegablemente la
psicología, la generalidad de las gentes no pueden vivir sin religión formal,
sea la que fuere, como no puede vivir el pez fuera del agua. Pero la verdad,
con voz más poderosa que el trueno, habla al hombre de nuestro siglo como habló
al del siglo XIX antes de Cristo. Entre la vida futura y la nada después de la
muerte, no vacila la humanidad en la elección. Quienes, movidos de su amor al
progreso humano, quisieran expurgar la fe de toda maleza supersticiosa y
dogmática, han de repetir aquellas palabras de Josué:
Pero si os parece malo servir al Señor, se os
da a escoger. Elegid hoy lo que os agrada, a quien principalmente debáis
servir: si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres en la Mesopotamia,
o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; que yo y mi casa serviremos
al señor (47).
El orientalista Max Müller escribía en 1860:
LIBROS ANTIGUOS
La ciencia de la religión apenas está en su
infancia... Durante los últimos cincuenta años se han descubierto, de extraordinaria
y casi milagrosa manera, documentos auténticos de las principales
religiones del mundo (48). Tenemos ya los libros canónicos del budismo, el
Zend-Avesta de Zoroastro y los himnos del Rig-veda, que han revelado la
existencia de religiones anteriores a la mitología que en Homero y Hesíodo
aparece como desmoronada ruina (49).
En su vehemente deseo de dilatar los dominios
de la fe ciega, los primeros teólogos cristianos ocultaron tanto como les fue
posible las fuentes de su ciencia, y al efecto se dice que entregaron a las
llamas cuantos tratados de cábala, magia y ocultismo hallaban a mano, creyendo
equivocadamente que con los últimos gnósticos habían desaparecido los
manuscritos más peligrosos de esta índole; pero algún día se echará de ver el
error, y de “extraordinaria y casi milagrosa manera” aparecerán otros
importantes documentos auténticos.
Los monjes de algunos puntos de Oriente, como
por ejemplo los del monte Athos y del desierto de Nitria, así como los rabinos
que en Palestina se pasan la vida comentando el Talmud, conservan una curiosa
tradición, según la cual de los tres incendios de la biblioteca de Alejandría
(el de Julio César, el de las turbas 11
cristianas y el del
general árabe Omar) se salvaron muchísimo volúmenes, como puede inferirse del
siguiente relato:
En el año 51 antes de J. C., cuando se
disputaban el trono la princesa Cleopatra y su hermano Dionisio Ptolomeo,
estalló fortuitamente en la biblioteca de Alejandría un incendio que consumió
unos cuantos volúmenes, por lo que fue preciso hacer algunas reparaciones en el
edificio (Bruckión), que a la sazón contenía unos 700.000 volúmenes,
encuadernados en madera o pergamino a prueba de fuego. Con motivo de las
reparaciones, fueron trasladados a casa de un empleado de la biblioteca los más
valiosos manuscritos de ejemplar único que afortunadamente se libraron de las
llamas. Cuando después de la batalla de Farsalia, quiso César deponer del trono
de Egipto a Ptolomeo y colocar en él a Cleopatra, hubo de sitiar a Alejandría y
durante el sitio mandó incendiar la flota egipcia fondeada en el puerto. El
incendio se propagó a los edificios vecinos al muelle, y de allí a la parte de
la ciudad donde estaba la famosa biblioteca. Pero como el fuego tardó algunas
horas en prender en este edificio, pudieron entretanto los bibliotecarios, con
ayuda de centenares de esclavos, poner en lugar seguro los más valiosos
volúmenes. Además se salvaron de las llamas muchos manuscritos encuadernados en
pergamino incombustible, al paso que se quemaron casi todos los encuadernados
en madera. Un erudito oficinista de la biblioteca, llamado Theodas, dejó
escritos en griego, latín y caldeo-siriaco todos los pormenores del suceso. Se
dice que todavía se conserva en un monasterio griego una copia de este
manuscrito, según pudo comprobar por sí misma la persona que nos refirió esta
tradición, quien asegura, además, que cuando se cumpla cierta profecía, otros
muchos podrán ver dicha copia y enterarse por ella de en dónde hallar
importantísimos documentos de la antigüedad, que la mayor parte se conservan en
Tartaria e India (50).
Un monje del referido monasterio griego nos
enseñó una copia del manuscrito, que apenas entendimos por no estar muy fuertes
en lenguas muertas; pero el monje nos lo tradujo con tal fidelidad que
recordamos perfectamente el siguiente pasaje: “Cuando la reina del sol
(Cleopatra) regresó a la casi destruida ciudad donde el fuego había devorado la
gloria del mundo y vio los montones de volúmenes de carbonizado foliaje
e intacta encuadernación, lloró de rabiosa furia y maldijo la mezquindad de sus
antepasados, que escatimaron en el texto de los manuscritos el pergamino que
tan sólo emplearon en las encuadernaciones”. Más adelante se burla
delicadamente de la reina porque cree que se han quemado casi todos los
volúmenes de la biblioteca, siendo así que cientos y aun miles de los más
valiosos estaban seguros en casa de los empleados, bibliotecarios, estudiantes
y filósofos.
Muchos y muy ilustrados coptos que residen en
el Asia Menor, Egipto y Palestina están seguros de que tampoco se han perdido
los volúmenes de otras bibliotecas posteriores a la famosa de Alejandría, y
dicen sobre ello que se salvaron todos los de la de Atalo III de Pérgamo,
regalada por Antonio a Cleopatra. Afirman también que cuando en el siglo IV
empezaron los cristianos a preponderar en Alejandría, y Anatolio, obispo de
Laodicea, se desató en invectivas contra la religión del país, los filósofos
paganos y los teurgos expertos tomaron exquisitas precauciones para conservar
el depósito de la sabiduría sagrada. El famoso teurgo y filósofo Antonino acusó
al obispo Teófilo (hombre de villana y miserable reputación) de sobornar a los
esclavos del Serapión (51) para que substrajeran volúmenes que él vendía
después muy caros a los forasteros. La historia nos enseña que en el año 389
este obispo Teófilo prevaleció contra los filósofos paganos, y que su no menos
indigno sucesor Cirilo mandó asesinar a Hypatia.
Aunque el historiador Suidas da algunos
pormenores acerca de Antonino (a quien llama Antonio) y de su elocuente amigo
Olimpio, el defensor del serapión, es muy deficiente la historia en lo tocante
a los poquísimos libros que de siglo en siglo han llegado hasta el nuestro, ni
tampoco se muestra explícita por lo que se refiere a lo acaecido durante los
cinco primeros siglos del cristianismo, según relatan numerosas tradiciones
populares de Oriente, que, no obstante su aparente inverosimilitud, descubren
mucho y buen grano entre la paja del relato. No es extraño que los naturales
repugnen comunicar estas tradiciones, pues fácilmente se revuelven contra ellos
los viajeros, tanto escépticos como fanáticos.
LAS GALERÍAS DE ISHMONIA
Cuando algún arqueólogo que supo captarse la
confianza de los indígenas adquirió documentos de inestimable valor,
atribuyeron los comentadores el caso a pura “coincidencia”. Sin embargo, es
tradición muy generalizada que en las cercanías de Ishmonia (la ciudad
petrificada) hay vastas galerías subterráneas donde se conservan infinidad de
manuscritos antiguos. Ni por todo el oro del mundo se acercaría un árabe a
aquel paraje, pues dicen que de las grietas y hendeduras de aquellas desoladas
ruinas sepultadas entre la arena del desierto, se ven salir por la noche luces
que de un lado a otro llevan manos no humanas. Creen los árabes que los afrites
ocupados en el estudio de la literatura antediluviana, y los dijinos que en los
antiquísimos manuscritos aprenden la lección del porvenir (52).
A imitación de los fanáticos adoradores de la
Virgen en el siglo IV, los modernos clericales, en su afán de perseguir el
liberalismo y cuantas llaman herejías, encerrarían a todos los herejes con sus
libros en algún moderno Serapión para quemarlos vivos (53).
Este odio es muy natural desde que las
investigaciones científicas han revelado muchos secretos. Hace algunos años
dijo ya el obispo Newton:12
La adoración de los
ángeles y santos es actualmente en todos conceptos de igual índole que la
adoración de los demonios en tiempos primitivos. El nombre difiere, pero la
cosa es exactamente la misma, con los mismos templos y las mismas imágenes que
en otro tiempo fueron de Júpiter y demás demonios y son de la Virgen y los
santos. El paganismo se metamorfoseó en papismo.
A fuer de imparciales, hemos de añadir a esto
que las sectas protestantes han conservado también buena parte de ritos y
ceremonias paganas.
El apostólico nombre de Pedro deriva
de los Misterios, cuyo hierofante llevaba el título caldeo de Peter (...),
que significa intérprete (54). Jesús dijo:
Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia
y las puertas del infierno (55) no prevalecerán contra ella.
Con la palabra piedra o petra significaba
metafóricamente los Misterios cristianos, cuyos oponentes eran los dioses del
mundo inferior adorados en los misterios de Isis, Adonis, Atys, Sabazio,
Dionisio y Eleusis. El apóstol Pedro no estuvo nunca en Roma; pero los papas
cristianos tomaron el cetro del pontifex maximus, las llaves de Jano y
Kubelé y la tiara de la Magna Mater (56), convirtiéndose de esta suerte
en sucesores del sumo sacerdote pagano llamado Petroma o sea Pedro
Roma.
Enemigos más poderosos de la Iglesia romana
que los “infieles” y “herejes” son la mitología y filología comparadas (57). El
cúmulo de pruebas ha ido aumentando recientemente de tal modo que no da ocasión
a nuevas controversias. El juicio de los críticos es demasiado concluyente para
dudar de que la India es la cuna no sólo de la civilización, del arte y de la
ciencia, sino también de las principales religiones de la antigüedad, incluso
el judaísmo y, por consiguiente, el cristianismo. Herder afirma que la India es
la casa solariega del género humano y que Moisés fue un hábil y relativamente
moderno compilador de las tradiciones brahmánicas. Dice a este propósito:
El sagrado Ganges que baña la India es para
Asia entera el río paradisíaco. También allí fluye el bíblico Gihon, que no es
ni más ni menos que el Indo. Los árabes le llaman así en nuestros días; y los
nombres de las comarcas regadas por sus aguas se conservan todavía entre los
indos.
LAS LLAVES DE SAN PEDRO
Jacolliot tradujo los antiguos manuscritos de
hojas de palmera que por fortuna le permitieron examinar los brahmanes de las
pagodas; y una de dichas traducciones nos revela el indudable origen de las
llaves de San Pedro y su simbólica adopción por los romanos pontífices.
Apoyado en la autoridad del Agruchada Parikshai (Libro de los Pitris)
demuestra Jacolliot que siglos antes de nuestra era los iniciados del templo
elegían un Consejo Supremo presidido por el brahmâtma, cuya dignidad recaía tan
sólo en los brahmanes mayores de ochenta años (58) y estaba encargado de
custodiar la mística fórmula:
A
U M
en que se cifraba toda la ciencia y
significaba
CREACIÓN
CONSERVACIÓN TRANSFORMACIÓN
Únicamente el brahmâtma podía revelar esta fórmula
a los iniciados del tercero y superior grado, y si alguno de estos comunicaba a
un profano el más insignificante secreto era condenado a muerte junto con quien
había recibido la revelación.
Por último dice Jacolliot:
Coronaba tan hábil sistema una palabra
todavía superior al misterioso monosílabo AUM, y quien poseía su clave llegaba
casi a igualarse con el mismo Brahma. Pero esta clave sólo la conocía el
brahmâtma, quien al morir la legaba en una caja sellada a su sucesor.
Esta desconocida palabra, cuya revelación
ningún poder humano fuera capaz de arrancar ni aun hoy día en que, a pesar de
que la autoridad brahmánica padece bajo la dominación inglesa, cada pagoda
tiene su brahmâtma (59), estaba grabada en un triángulo de oro y se conservaba
en el sagrario del templo de Asgartha, cuyo brahmâtma tenía las llaves. Por
esta razón este brahmâtma llevaba en la tiara dos llaves entrecruzadas, que de
rodillas sostenían dos brahmanes, como símbolo del precioso depósito confiado a
su custodia... Triángulo y palabra aparecían reproducidos en la piedra del
anillo que el brahmâtma llevaba en insignia de su autoridad, y también estaban
grabados en un sol de oro puesto sobre el altar donde todas las mañanas ofrecía
el brahmâtma el sarvameda o sacrificio en honor de las fuerzas de la
naturaleza (60).13
Este pasaje es
bastante claro para que los tratadistas católicos se atrevan todavía a sostener
que los brahmanes de cuatro mil años atrás remedaron el ritual, símbolos y
vestiduras de los romanos pontífices. Sin embargo, no nos sorprendería que
persistieran en su error.
Sin ir muy atrás en las comparaciones, basta
detenernos en los siglos IV y V de nuestra era para establecer entre el llamado
paganismo de la tercera escuela neoplatónica y el entonces ya creciente cristianismo
un paralelo del que no saldría muy bien librado este último, pues aun en
aquellos primeros tiempos sobrepujaban los cristianos a los paganos en crueldad
e intolerancia, a pesar de que, por una parte, la nueva religión no había
definido aún sus vacilantes dogmas ni los discípulos del sanguinario Cirilo
sabían si adorar a María como “madre de Dioa” o abominar de ella como demonio
compañero de Isis; y por otra parte subsistía amorosamente en todo corazón de
veras cristiano el recuerdo del dulce y humilde Jesús, cuyas palabras de
misericordia y compasión vibraban todavía en los oídos de las gentes.
VIRTUDES PAGANAS
Pero si buscamos ejemplos de verdadero cristismo
en tiempos más remotos, cuando el budismo apenas prevalecía contra el
induismo y el nombre de Jesús había de tardar aún tres siglos en pronunciarse,
encontraremos paganos cuya hermosa tolerancia y noble sencillez aventaja
incomparablemente a los más famosos ornamentos de la iglesia. Comparemos al
indo Asoka, que floreció 400 años a. J. C., con el cartaginés San Agustín, que
vivió en el siglo III de J. C.
He aquí la inscripción que, según descubrió
Max Müller, está grabada en las rocas de Girnar, Dhanli y Kapurdigiri:
Piyadasi, el rey amado de los dioses, desea
que los ascetas de toda creencia puedan residir libremente por doquiera;
pues, como todo hombre debiera conseguir, se dominan a sí mismos con pureza de
alma. Pero el vulgo de las gentes tienen distintas opiniones y gustos diversos.
En cambio, veamos lo que San agustín escribió
después de su conversión:
¡Oh mi Dios! Maravillosa es la profundidad de
esas tus palabras con que invitas a los humildes. Me amedrenta tanta honra y me
estremezco de amor ante profundidad tan maravillosa. A tus enemigos (61), ¡oh
mi Dios!, les odio vehementemente. Dígnate atravesarlos con tu espada de
dos filos para que dejen de ser tus enemigos, porque me complacería su
muerte (62).
No cabe mayor contradicción entre el espíritu
del cristianismo y el que en el precedente pasaje denota un maniqueo convertido
a la religión de quien desde la cruz perdonó a sus verdugos. Desde luego que
para los cristianos al estilo de San agustín eran enemigos de Dios cuantos no
profesaban la fe de los que como nuevos hijos predilectos habían suplantado en
el afecto del Señor al pueblo escogido. El resto de la humanidad era, según
ellos, combustible del infierno, al paso que los pocos fieles de la comunión
cristiana eran los únicos “herederos del cielo”.
Pero si era justo abominar de los paganos,
cuya sangre “olía suavemente en presencia del Señor”, ¿por qué no abominar
también de sus ritos y enseñanzas, en vez de beber en los pozos de sabiduría
que abrieron y hasta el brocal llenaron los gentiles? ¿Acaso los Padres de la
Iglesia, en su afán de imitar al pueblo escogido, cuyas gastadas sandalias se
calzaban, se proponían repetir las expoliaciones del Éxodo y llevarse al
salir del paganismo la rica simbología religiosa, como al salir de Egipto se
llevó el pueblo escogido los ornamentos de oro y plata?
Verdaderamente, parece como si los primeros
siglos del cristianismo reflejaran los sucesos relatados en el Éxodo.
Durante los borrascosos tiempos de Ireneo, la filosofía platónica, con su
mística absorción en la Divinidad, no se opuso a la nueva doctrina hasta el
punto de impedir que los cristianos aceptaran en todos respectos su abstrusa
metafísica; pues en unión de los ascetas saludadores (63) fundaron en
Alejandría la escuela neoplatónica trinitaria, a que sucedió la neoplatónica
filoniana, tal como ha llegado a nuestros días. Platón consideraba la
naturaleza divina en el trino aspecto de Causa primera, Logos y Anima mundi,
y como dice Gibbon (64): “la filosofía platónica simbolizaba los tres
principios primarios en tres dioses, procedentes uno de otro por misteriosa e
inefable generación”. Los cristianos entremezclaron este concepto de la
Trinidad con el cabalístico que Filón expuso del Logos, considerándolo
como Mesías, Enviado de Dios, Verbo encarnado y Medianero,
individualmente distinto del Anciano de los Días (65). Los cristianos
invistieron con la mítica representación de mediador o redentor de la caída
estirpe de Adán a Jesús, hijo de María, cuya personalidad desapareció casi por
completo bajo este inopinado aspecto. El moderno Jesús de la Iglesia cristiana
es figura forjada por la viva imaginación de Ireneo, pero no es el adepto
esenio ni el obscuro reformador de Galilea. Ven los cristianos hoy a Jesús bajo
el desfigurante disfraz filoniano; no como sus discípulos le oyeron predicar en
la montaña.
ASTUCIA CLERICAL14
Tenemos, pues, que de
la filosofía pagana derivó el dogma fundamental del cristianismo; pero cuando
abolidos los antiguos Misterios quisieron los teurgos de la tercera escuela
neoplatónica conciliar las doctrinas de Platón y las de Aristóteles con
añadidura de la cábala oriental, los cristianos se convirtieron de rivales en
perseguidores. Porque en cuanto las místicas alegorías de Platón se hubiesen
puesto a pública controversia bajo la dialéctica propia de los griegos, quedara
seguramente desbaratada la sutil trama del dogma cristiano de la Trinidad, con
notorio quebranto de los prestigios divinos. La escuela ecléctica substituyó el
método inductivo al deductivo, y esto precisamente fue su mortaja, pues la
nueva religión del misterio, odiaba sobre todo los razonamientos lógicos que
amenazaban descorrer el velo de la Trinidad y revelar a las gentes la doctrina
de las emanaciones. No era posible consentirlo, y no se consintió. La historia
refiere los cristianos medios de que para ello se valieron los Padres de
la Iglesia al ver que la doctrina de las emanaciones, aceptada por las escuelas
cabalística, neoplatónica y oriental, amenazaba destruir la unidad del sistema
filosófico cristiano. En aquellos días de lucha contra la agonizante escuela
neoplatónica, surgió el jesuítico espíritu de astucia clerical, que siglos
después indujo a Parkhurst a suprimir en su Léxicon hebreo el verdadero
significado de las primeras palabras del Génesis. Los Padres de la
Iglesia resolvieron adulterar el sentido de las palabras daimon (66),
rait y asdt (67), por temor de que en cuanto las gentes llegasen a
comprender su verdadero significado se derrumbara el misterio de la Trinidad,
arrastrando en su caída a la nueva religión y arrinconándola junto a los
antiguos Misterios. Tal es el motivo de que la teología cristiana haya mirado
siempre con malos ojos a los dialécticos, sin excepción del mismo Aristóteles,
el filósofo observador que siglos después se atrajo también la aversión de
Lutero, no obstante haber este reformista reducido los dogmas a su más sencilla
expresión (68). Por supuesto, que el clero cristiano jamás podrá aceptar una
doctrina basada en razonamientos rigurosamente lógicos, y es incalculable el
número de clérigos que por esta razón dieron de mano a la teología, pues no se
les toleraba objeción alguna, y de aquí las abjuraciones que precipitaban a
algunos en la sima del ateísmo.
De la propia suerte fueron condenadas las
enseñ-anzas órficas que consideraban el éter como el principal medianero entre
Dios y la materia objetivada, pues el éter órfico se parecía demasiado al arqueo
o anima mundi, que a su vez denotaba mucha semejanza con las
emanaciones, ya que Sephira o Luz divina fue la primera
emanación. ¿Y cuándo más temible que entonces la divina Luz?
Orígenes, Clemente de Alejandría, Calcidio,
Methodio y Maimónides, apoyados en la mayor autoridad del Targum de Jerusalén,
sostienen que las dos primeras palabras del Génesis: B-RASIT significan
o sabiduría o principio; pero Beausobre y Godofredo Higgins han
demostrado que la acepción de en el principio quedó para los profanos, a
quienes no les fue permitido desentrañar el esotérico sentido de la frase.
Dice la Kábala:
Todas las cosas proceden del gran Principio,
de la Divinidad desconocida e invisible. De Dios procede inmediatamente
el poder substancial, imagen Suya y fuente de todas las demás emanaciones. De
este principio subalterno emanan por energía o voluntad otras
naturalezas más o menos perfectas, según el peldaño que ocupan en la escala de
la emanación, a partir de la Fuente primaria de existencia, y las cuales
constituyen diversos mundos o jerarquías de seres relacionados con la eterna
Potestad de que proceden. Así, pues, la materia es el último término de la
serie de emanaciones energéticas de la Divinidad. El mundo material está
modelado en formas por obra de Potestades muy inferiores a la Causa primera
(69).
Beausobre (70) cita el siguiente pasaje de
San Agustín:
Si entendemos por rasit el principio
activo de la creación, resulta claramente que Moisés jamás quiso significar
con ello que los cielos y la tierra fuesen la primera obra de Dios, sino que
Dios creó los cielos y la tierra por medio del Principio, o sea su Hijo.
Por lo tanto, no se refiere allí Moisés al tiempo, sino al inmediato
autor de la creación.
Según San Agustín, los ángeles fueron creados
antes que el firmamento y según la interpretación esotérica, los cielos y la
tierra, posteriores al firmamento, se desenvolvieron del Principio secundario,
Logos o Creador.
A este propósito dice Beausobre:
La palabra principio no significa que
los cielos y la tierra fuesen creados con anterioridad a cosa alguna, pues
precedieron los ángeles, sino que Dios lo hizo todo por medio de su Sabiduría,
de su Verbo, que la Biblia llama Principio (71).
Tanto la Kábala oriental como la
hebrea enseñan que de la Causa primera o primer Principio emanaron cierto
número de principios secundarios (72) presididos por la Sabiduría (73).
Por lo tanto, no hubieron de torturar mucho su imaginación los Padres de la
Iglesia para apropiarse una doctrina ya enseñada por todas las teogonías desde
miles de años antes de nuestra era. La Trinidad cristiana es idéntica a los
tres Sephirotes de los hebreos o a las tres Luces de los
cabalistas (74).
El primero y eterno número es el Padre (75)
ininteligible, de quien emana por desdoblamiento el Hijo inteligible
(76), y de esta dual entidad emana ternariamente la Mente o Binah (77).15
LA TETRAKTYS
Así, pues, tenemos en rigor la Tetraktys o
cuaternario constituido por la agnoscible Causa o Mónada primera y las
tres emanaciones componentes de la Trinidad simbólica. De esto se infiere,
desde luego, que si los Padres de la Iglesia no hubiesen traducido e
interpretado tendenciosamente el texto del Génesis, carecerían de
fundamento, ni siquiera ficticio, los dogmas prevalecientes en la religión
cristiana. Porque sabido que la palabra rasit significa principio en
la acepción de eficiencia y no de tiempo, y comprendida también
la anatematizada doctrina de las emanaciones, se desvanece el falso concepto
que de la segunda Persona de la Trinidad expone la teología cristiana; porque
si los ángeles fuesen las primeras emanaciones de la Esencia
divina y hubieran existido antes del segundo Principio, tendríamos
que el antropomorfizado Hijo fuera a los sumo una emanación como los ángeles y
no podría ser hipostáticamente Dios, de la propia suerte que nuestras
obras visibles no son nosotros mismos.
Por supuesto que las metafísicas sutilezas
del dogma cristiano jamás rindieron la honrada mente del sincero Pablo, quien,
como todos los judíos cultos, conocía la doctrina de las emanaciones sin pensar
en adulterarla. No cabe que Pablo identificase al Hijo con el Padre,
pues dice que Dios hizo a Jesús “algo inferior a los ángeles” (78) y algo
superior Moisés: “Porque este HOMBRE ha sido estimado digno de más gloria que
Moisés” (79). Ignoramos el número y calidad de las falsedades interpoladas
posteriormente por los Padres de la Iglesia; pero es evidente que Pablo consideró
siempre a Jesús como un hombre “lleno del espíritu de Dios”. “En el Arqueo era
el Logos y el Logos era consanguíneo del Theos”.
Tenemos, por lo tanto, que la palabra rasit
(...) del Génesis significa la Sabiduría (80) o primera emanación
de En Soph. Así, debidamente interpretada, esta palabra cambia por
completo, según hemos dicho, el artificioso sistema de la teología cristiana,
pues se demuestra con ello que el Creador es el agente ejecutivo, la Potestad
delegada por la Suprema Divinidad, que trazó arquitectónicamente el
plan de la Creación. Sin embargo, los teólogos cristianos persiguieron a los
gnósticos, asesinaron a filósofos y quemaron a cabalistas y masones. Pero
cuando suene la hora de las supremas justicias y la luz disipe las tinieblas, ¿qué
responderán al Creador esos supuestos monoteístas, falsos siervos y adoradores
del único Dios vivo? ¿Cómo cohonestarán el haber perseguido durante tanto
tiempo a los verdaderos discípulos del Megalistor o gran Maestro de los
rsacruces y jerarca supremo de los masones? “Porque él es el Constructor y
Arquitecto del templo del Universo. El Verbum Sapienti” (81).
Dice Fausto, el conspicuo maniqueo del siglo
III:
Sabido es que ni Jesús ni los apóstoles
escribieron los Evangelios, sino que mucho tiempo después de su tiempo llevaron
a cabo esta tarea algunos autores desconocidos que, recelosos con motivo del
escaso crédito que iban a dar las gentes a relatos no presenciados por ellos,
los encabezaron con el nombre de un apóstol o de un discípulo coetáneo de Jesucristo.
LA CIENCIA DE LAS CIENCIAS
El erudito hebraísta Franck, miembro del
Instituto y traductor de la Kábala, comenta en análogo sentido esta
cuestión y dice:
Hay poderosas razones para considerar la
Kábala como valioso resto de la filosofía religiosa de Oriente, cuya
entremezcla en Alejandría con la neoplatónica formó un sistema que, atribuido
fraudulentamente al areopagita Dionisio, obispo de Atenas, convertido y
consagrado por San Pablo, influyó poderosamente en el misticismo medioeval
(82).
Por su parte dice Jacolliot:
¿Qué es, entonces, esa filosofía religiosa de
Oriente que nutrió el místico simbolismo cristiano? A esto responderemos que
esta filosofía religiosa, cuyas huellas descubrimos entre los parsis, caldeos,
egipcios, hebreos y cristianos, es la de los brahmanes de la India, discípulos
de los Pitris o espíritus residentes en los invisibles mundos que nos
rodean (83).
Pero si las persecuciones acabaron con los
gnósticos, todavía perdura la Gnosis, fundada en la secreta ciencia de
las ciencias, y que como la simbólica mujer apoyada en la tierra, ha de abrir
algún día las fauces para devorar al cristianismo medioeval, usurpador y
falsario de las enseñanzas del gran Maestro. La antigua Kábala, Gnosis o
tradicional doctrina secreta, ha tenido sus representantes en todo
tiempo y época (84).
Nadie que haya estudiado las filosofías
antiguas y comprenda por intuición el grandioso y sublime concepto que tuvieron
de la desconocida Divinidad, titubeará ni un instante en preferirlas a la
enmarañada, dogmatizante y contradictoria teología de las cien ramas desgajadas
del cristianismo. Quien haya leído a Platón y reflexionado sobre su concepto
del ..... (a quien nadie ha visto sino el Hijo), no puede dudar de que Jesús
compartía los secretos conocimientos de Platón derivados de las mismas
enseñanzas (85). Como los demás iniciados, se esfuerza Platón en encubrir el
verdadero significado de sus alegorías, y recurre a enigmáticas expresiones
siempre que trata de asuntos relacionados con los secretos cabalísticos acerca
de la verdadera 16
constitución del
universo y del preexistente mundo de las ideas. El texto del Timeo es
tan sumamente confuso, que sólo pueden comprenderlo los iniciados (86).
Pero ¿de dónde derivan el concepto de la
Trinidad y la doctrina de las emanaciones? Pues disponemos de todas las
pruebas, fácil es responder que de la más sublime y profunda filosofía, de la
universal “Religión de la sabiduría”, cuyas primeras huellas descubre hoy la
investigación histórica en las creencias prevédicas de la India (87).
Dice Manú:
La sagrada y primaria sílaba compuesta de las
tres letras A-U-M en que cifra la Trimurti védica, ha de mantenerse tan secreta
como los tres Vedas (88).
LOS SEPHIROTES CABALÍSTICOS
Swayambhuva es la Divinidad inmanifestada, el
Ser existente por Sí mismo y de Sí mismo, el germen céntrico e
inmortal de todo cuanto en el universo existe. De Swayambhuva emanan tres
tríadas (la trina Trimurti) que en Él forman la suprema Unidad, y son:
1.ª Tríada inicial: Nara, Nari y Viradyi.
2.ª Tríada manifestada: Agni, Vaya y Surya.
3.ª Tríada creadora: Brahma, Vishnu y Siva.
El concepto de cada una de estas tríadas va
siendo sucesivamente menos metafísico y más asequible a la comprensión vulgar,
de modo que la tercera es la más concreta y necesaria expresión del símbolo.
Emanaciones de Swayambhuva son los diez Sephirotes de la cábala hebrea,
equiv alentes a los diez Prajâpatis induistas (89).
Dice Franck, el traductor de la Kábala:
Los diez Sephirotes se clasifican en tres
categorías que respectivamente representan un aspecto distinto de la Divinidad,
aunque en conjunto formen la indivisible Trinidad.
Los tres primeros Sephirotes son metafísicamente
intelectuales, representan la absoluta identidad de la existencia y el
pensamiento y forman lo que los modernos cabalistas llaman el mundo intelectual
o primera manifestación de Dios.
El segundo grupo o categoría de Sephirotes
representa en un aspecto la identidad del bien y de la sabiduría y en otro
aspecto nos muestran la magnificente belleza de la Creación. Por esto se les
llama virtudes y constituyen el mundo sensible.
El tercer grupo de Sephirotes identifica la Providencia
universal del supremo Artífice con la Fuerza absoluta que genera
cuanto existe. Constituye este grupo el mundo natural, o sea la
naturaleza en su esencia y principio activo. Natura naturans.
Vemos, pues, que este concepto cabalístico es
idéntico al de la filosofía induista, y quien lea el Timeo de Platón
advertirá que este filósofo repite el mismo concepto (90).
Verdaderamente, pendió de un hilo el destino
de la posteridad durante los siglos III y IV; porque si el año 389 no hubiese
el emperador Teodosio publicado un edicto (a instigación de los cristianos)
ordenando la destrucción de todos los ídolos de la ciudad de Alejandría, no
hubiese tenido el Occidente su propio panteón mitológico cristiano. Jamás había
alcanzado la escuela neoplatónica tanto esplendor como en sus postrimerías,
pues armonizaba la mística teosofía del antiguo Egipto y la Kábala oriental con
la exquisita filosofía griega; de modo que nunca como entonces estuvieron los
neoplatónicos tan cercanos a los misterios de Tebas y Menfis por su excelencia
en la profecía, adivinación y terpéutica, aparte de sus amistosas relaciones
con los judíos más eminentes que conocían muy a los hondo las doctrinas de
Zoroastro (91).
Si el conocimiento de las fuerzas ocultas de
la Naturaleza despierta la percepción espiritual del hombre, educe sus
facultades intelectuales y le infunde más profunda veneración hacia el Creador,
en cambio la ignorancia, el dogmatismo y el pueril temor de ahondar en las
cosas, engendra inevitablemente el fetichismo y la superstición. Cuando Cirilo,
obispo de Alejandría, transmutó la Isis egipcia en la Virgen María y empezaron
las polémicas sobre el concepto de la Trinidad, dieron los cristianos mil
interpretaciones a la doctrina egipcia según la cual el Creador era la primera
emanación de Emepht (92), hasta que los concilios definieron el dogma en
su concepto actual, que viene a ser la adulterada tríada cabalística de Salomón
y dieron el nombre de Cristo al Hombre celeste, al Adam Kadmón,
al Verbo, al Logos, identificándole en esencia y existencia con
el Padre o Anciano de los Días. La oculta SABIDURÍA fue,
según el dogma cristiano, idéntica y coeterna con su emanación la Mente
divina.
EL DOGMA DE LA REDENCIÓN
Con la misma facilidad podemos descubrir en
el paganismo la raíz del dogma cristiano de la redención, pues las últimas
investigaciones científicas declaran el origen gnóstico de esta fundamental
enseñanza de una Iglesia que durante siglos se creyó edificada sobre
inconmovible roca. Sin embargo, aunque Draper (93) afirme 17
que el dogma de la
redención apenas se conocía en tiempo de Tertuliano, pues lo definieron los
herejes gnósticos, conviene advertir que no fue éste su primitivo origen, como
tampoco cabe atribuirles la paternidad de los conceptos de Christos y Sophia,
ya que el primero lo copiaron del Rey Mesías (94) y la segunda del
tercer sephirote de la Kábala caldea (95). Además, los gnósticos
compartían muchas ideas de los esenios, quienes tuvieron sus Misterios mayores
y menores dos siglos por lo menos antes de nuestra era. Se denominaban también
los esenios isarim (iniciados), y descendían de los hierofantes de
Egipto, donde florecieron durante algunos siglos hasta que los misioneros del
rey Asoka les persuadieron a adoptar el monaquismo budista. Últimamente se
incorporaron a los primitivos cristianos; pero sin duda fueron anteriores a la
profanación y ruina de los templos egipcios en las sucesivas invasiones de
persas y griegos. Ahora bien; muchos siglos antes de los gnósticos y aun de los
esenios, profesaban los hierofantes egipcios el dogma de la redención,
simbolizada en el bautismo de sangre, cuya virtud no consistía en
reparar la “caída del hombre” en el Edén, sino que era sencillamente expiatorio
de las culpas pasadas, presentes y futuras de la ignorante y, sin embargo,
mancillada humanidad. Al arbitrio del hierofante estaba ofrecerse él mismo en
holocausto por la raza humana en el altar de los dioses con quienes esperaba
reunirse, o bien sacrificar una víctima animal. En el primer caso, dependiente
por completo de la libérrima voluntad del hierofante, transmitía éste en el
supremo trance del ¡nuevo nacimiento” la “palabra sagrada” al iniciado, quien
al recibirla había de herir con su espada de sacrificador al hierofante
(96). Tal es el origen del dogma cristiano de la redención.
En verdad que muchos Cristos hubo antes del
que recibió este nombre; pero murieron desconocidos del mundo tan sigilosamente
como Moisés en la cumbre del Nebo (sabiduría oracular) después de la imposición
de manos en Josué, que de este modo quedó “henchido del espíritu de sabiduría”
o, lo que es lo mismo, iniciado.
ANTIGÜEDAD DE LA EUCARISTÍA
Tampoco es privativo del cristianismo el
dogma de la Eucaristía, pues, según demuestra Higgins, es anterior de muchos
siglos a la “Cena pascual”, ya que las naciones antiguas practicaron el
sacrificio de pan y vino (97) que Cicerón menciona en sus obras como rito cuya
extrañeza le maravilla. En efecto, la Eucaristía es una de las más primitivas
ceremonias de la antigüedad, pues desde el establecimiento de los Misterios
tuvo su simbolismo, muy semejante al que posteriormente le dieron los
cristianos. Ceres era el pan, símbolo de la vida regenerada en la
simiente, y Baco era el vino, la acumulación de conocimiento simbolizada
en el racimo, con la fuerza y vigor que el conocimiento daba luego de la
fermentación mental, alegorizada en la del vino. Este misterio estaba
relacionado con el drama del Edén, y según se dice, lo enseñó por vez primera
Jano, quien también introdujo en los templos el sacrificio de pan y vino en
memoria de la “caída en la generación” como símbolo de la “semilla” (98).
Las fiestas de los Misterios eleusinos
duraban siete días (99), del 15 al 22 del mes de Boedromion (Septiembre), en la
época de la vendimia. La fiesta hebrea de los Tabernáculos duraba del 15 al 22
del mes de Ethanim (100), y el Éxodo (101) la llamada también fiesta
de las mieses o de las cabañuelas. Plutarco opina que la fiesta de
los Tabernáculos pertenecía al rito báquico y no al eleusino, porque dice que
“se invocaba directamente a Baco” (102).
Dice el rey David:
¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Quién
permanecerá en el lugar de su kadesh (103)?
La danza de David delante del arca era la
“danza cíclica” que, según se dice, establecieron las amazonas en los
Misterios, y también la de las hijas de Silo (104), así como los saltos de los
sacerdotes de Baal (105). Era esta danza un rito característico del culto
sabeísta, pues simbolizaba el movimiento de los planetas alrededor del sol y
tenía evidentes trazas de frenesí báquico (106); porque como David había vivido
entre los sirios y los filisteos, cuyos ritos religiosos eran comunes, y en su
empresa de conquistar el trono de Israel le ayudaron mercenarios de aquellos
países, parece muy natural que introdujera en su reino el pagano rito de la
danza. No tuvo en cuenta David la legislación mosaica, segfún se desprende de
su conducta, sino que para él fue Jehovah una divinidad tutelar preferida, sin
carácter monoteísta, a los demás dioses de las naciones vecinas.
Volviendo al juicio crítico del dogma
cristiano de la Trinidad, que tan violentas polémicas suscitó hasta su
definición, descubrimos sus huellas en las comarcas del Nordeste del río Indo y
en todos los pueblos que profesaron religión estatuida. Las más antiguas escuelas
caldeas reconocían la naturaleza trina de Mithra, su dios solar, y la tomaron
de los acadios a cuya raza pertenecían, según afirma Rawlinson, aunque otros
autores les dan filiación turania. Pero los acadios, sea cual sea su origen
(107), instruyeron a los babilonios en los Misterios, cuyo lenguaje sagrado les
enseñaron. Los acadios eran una tribu aria de la casta de los brahmanes que
hablaban el sáscrito védico (108), y empleaban en los Misterios el mismo idioma
sagrado que hoy usan los fakires e iniciados indos en sus evocaciones mágicas
(109).
Este es el idioma que, desde tiempo
inmemorial y aun hoy en día, emplearon los iniciados de todos los países (110).
Dice sobre ello Jacoliot:
Aseguran también los brahmanes, sin que nos
haya sido posible comprobar la aserción, que las evocaciones mágicas se
pronunciaban en un idioma secreto que estaba prohibido traducir a las lenguas
vulgares. Pudimos 18
tomar al vuelo
algunas palabras, tales como l’rhom, h’hom, sh’hrúm, que son en efecto
muy raras y no descubren parentesco con ningún idioma conocido (111).
Quienes han visto a los fakires y lamas en el
rezo de himnos y evocaciones, saben que no se les entiende ni siquiera la
pronunciación de lo que dicen, sobre todo cuando se disponen a realizar algún
fenómeno. Se les ve mover los labios sin oír palabra, y aun en el interior de
los templos tan sólo dejan escapar un cauteloso cuchicheo (112).
LOS SANSCRITISTAS
No están de acuerdo los sanscritistas en la
interpretación del texto védico (113). El eminente orientalista americano
Whitney dice que las observaciones de Müller sobre el Rig Veda Sânhita “distan
mucho del profundo, equilibrado y sobrio juicio que debe resplandecer en todo
exégetta”. En cambio, Müller se revuelve airado contra sus censores,
diciéndoles que “el egoísmo, la malicia y aun la falsedad, no sólo acibaran el
goce de toda obra llevada a cabo de buena fe, sino que entorpecen el verdadero
progreso de las ciencias”. Müller discrepa de la acepción que en su Diccionario
sánscrito da Roth a muchas palabras sánscritas, y por su parte opina
Whitney que “el tiempo enmendará el significado que uno y otro orientalista dan
a buen número de frases y palabras”.
Müller (114) califica los Vedas (excepto
el Rig) de logomaquia teológica, mientras que Whitney encomia sobremanera
el Atharva y lo coloca en mérito inmediatamente después del Rig.
Respecto a Jacolliot, se vio acusado por
Whitney de embustero y falsario con asentimiento general de los críticos; pero
el orientalista Ravisi juzgó favorablemente La Biblia en la India (115).
Basta con este juicio para que Jacolliot goce del beneficio de la duda, sobre
todo cuando tan conspicuas autoridades se declaran unas a otras incompetentes e
ineptas (116).
Babilonia estaba situada en plena vía de la
copiosa corriente emigratoria de la India, y por ello recibieron los babilonios
las primicias del saber ario (117). Aquellos caldeos (khaldi) adoraban a
la Luna (Deus Lunus), y de esto cabe inferir que los acadios eran de la
estirpe de los reyes de la Luna que, según tradición, reinaron en Pruyay, hoy
Allhabad. Simbolizaban la naturaleza trina del Deus Lunus en las tres
primeras fases lunares, y completaban el cuaternario con la cuarta fase. El
intervalo comprendido entre el cuarto menguante y el nuevo ciclo lunar
simbolizaba la muerte del dios Luna, ocasionada por el prevalecimiento del
genio del mal contra el dios de la Luz (118).
LA TRINIDAD EN LAS RELIGIONES
Los Oráculos caldeos tratan explícita
y acabadamente de la Trinidad, diciendo a este propósito:
Desde esta Tríada, en los profundos senos,
están gobernadas todas las cosas.
El reverendo Maurice admite la expresión
oracular, según la que “la divina Tríada, cuya cabeza es la Mónada, brilla en
toda la extensión del mundo”. El Phos, Pur y Phlox a que alude
Sanchoniathon (119), significan Luz, Fuego y Llama. La Trinidad
caldea está formada por Bel-Saturno, Bel-Júpiter y Bel-Chom, tres
manifestaciones de Bel o el Sol uno y trino (120). Por su parte, dice Dunlap:
Los caldeos consideraban al dios Bel en el
trínico aspecto de Belitan, Bel-Zeus (mediador) y Bel-Chom (Apolo chomeo). Éste
era el trínico aspecto del supremo Dios, el Padre (121).
En el templo de Gharipuri se ven
representaciones de Brahma, Vishnu y Siva (122) correspondientes al Poder,
Sabiduría y Justicia, que a su vez se relacionan con el Espíritu, la Materia y
el Tiempo y con el Pasado, Presente y Futuro. Millares de bahmanes adoran estos
atributos de la Divinidad védica, mientras que los austeros monjes y monjas
budistas del Tíbet reconocen tan sólo la sagrada trinidad de las tres virtudes
monásticas: pobreza, castidad y obediencia (123).
Las personas del Trinidad persa son: Ormazd,
Mithra y Ahriman. Sobre esto, dice Porfirio que es “aquel principio al que,
según el autor del Sumario caldeo, llaman los parsis principio de
todas las cosas y le declaran uno y bueno” (124).
El dios chino Sanpao está representado en
triple imagen idolátrica (125), y los peruanos, según dice Faber (126), creían
que su dios Tanga-tanga era uno en tres y tres en uno. La Trinidad egipcia
constaba de las tres personas Emepht, Eicton y Phta (127).
De todos los dogmas teológicos que en estos
últimos años hubieron de quebrantarse a los golpes de la crítica orientalista,
ninguno quedó tan al ddescubierto como el de la Trinidad, pues conocidos sus
precursores y antecedentes, no cabe ya en modo alguno creer que fuese
exclusivamente revelado a los cristianos por voluntad divina. Los orientalistas
han señalado, mucho más precisamente de lo que convenía al Vaticano, las
semejanzas entre el induismo, budismo y cristianismo. De día en día se va
comprobando cuanto Draper dice en el pasaje siguiente:19
El paganismo quedó
modificado por el cristianismo y éste por aquél en mutua influencia. Los dioses
del Olimpo tomaron distintos nombres y las provincias más poderosas del imperio
recabaron de Constantino la intangibilidad de los tradicionales principios
religiosos. Así aceptó el cristianismo el dogma de la Trinidad según el
concepto egipcio, y prosiguió el culto de Isis, metamorfoseada su imagen de pie
sobre la media luna y con el niño Horus en brazos, en la conocida imagen de la
Virgen y el Niño, que ha servido de asunto a tantas y tan hermosas creaciones
artísticas (128).
Pero la figura de la Virgen como madre de
Dios y reina del cielo tiene origen todavía más antiguo que el egipcio y
caldeo, pues aunque también Isis era reina del cielo y se la representa
generalmente con la cruz ansata (129) en la mano, es muy posterior a Neith, la
virgen celeste (130).
En el Libro de Hermes, expone Pymander
inequívocamente el dogma cristiano de la Trinidad, según puede inferirse
del siguiente pasaje:
Yo soy la luz; el pensamiento divino. Yo soy
el Nous; la mente. Yo soy tu Dios. Soy muy anterior al principio humano
que elude la sombra. Soy el germen del pensamiento; el Verbo resplandeciente;
el Hijo de Dios. Sabe que lo que así ves y oyes en ti es la Palabra del
Maestro, es el Pensamiento, es el Dios Padre... El AETHER, océano celestial que
fluye de Oriente a Occidente, es el aliento del Padre, el Principio donador de
vida, el Espíritu Santo... Porque no están separados en modo alguno y su
unión es VIDA.
Mas, por muy remoto que sea el origen de
Hermes, cuyo nombre se pierde entre las brumas de la colonización de Egipto,
tenemos otra profecía mucho más antigua en el Khristna indo. Resulta sumamente
curioso que los cristianos fundamenten su religión en la supuesta promesa que
de enviar un Salvador del género humano hizo Dios a Adán y Eva (131), pues en
el pasaje anotado, ni la más aguda penetración es capaz de encontrar el más
leve asomo de lo que han supuesto los cristianos. En cambio, según las
tradiciones indas y los Libros de Manú, Brahma prometió a la primera
pareja humana que les enviaría un Redentor para mostrarles el camino de
salvación, según se declara en este pasaje:
Un mensajero de Brahma anunció que en
Kurukshetra, en el país de Pantchola llamado también Kanya-Cubja (132), nacería
Matsya, de quien todos los hombres aprenderán a cumplir con su deber (133).
TRINIDAD MEXICANA
Según Kingsborough (134), las personas de la
Trinidad mexicana son: Izona (Padre); Bacab (Hijo), y Echvah (Espíritu
Santo). Añade el mismo autor que los mexicanos declaran haber recibido esta
doctrina de sus antepasados.
En las naciones semíticas se remonta el dogma
de la Trinidad a los fabulosos tiempos de Sesostris, que algunos asiriólogos
identifican con Nemrod, el “esforzado cazador”. A este propósito refiere
Manetho que el rey Sesostris consultó al oráculo, preguntándole:
Dime, Tú, ¡oh poderoso en el fuego! ¿Quién
antes de mí subyugó todas las cosas y quyién las subyugará después de mí?
Y el oráculo respondió:
Primero Dios; luego el Verbo, y
después el Espíritu (135)
En las citas que hasta aquí hemos ido
entresacando, se trasluce el motivo del enconado odio con que desde un principio
miraron los teólogos cristianos a los teurgos y paganos, pues todos sus dogmas
derivan de las antiguas religiones y de la escuela neoplatónica, hasta el punto
de que durante muchos siglos anduvo en esto muy perpleja la crítica. Si no
hubiesen quedado tan pronto olvidadas las antiguas creencias, de seguro que
fuera imposible dar a la religión cristiana el carácter de nueva Ley revelada
por el Padre mediante el Hijo y al influjo del Espíritu Santo.
Por conveniencias sociales transmutaron los
Padres de la Iglesia en festividad cristiana la pagana del dios Pan (divinidad
de los campos) con las mismas ceremonias hasta entonces celebradas, pues tal
fue el deseo de los patricios conversos (136). Pero llegó el tiempo de romper
todo miramiento al paganismo y abrogarlo para siempre con la teurgia
neoplatónica, so pena de que los cristianos acabaran por identificarse con los
neoplatónicos. No hay necesidad de insistir, por demasiado conocidas, en las
violentísimas polémicas entre Ireneo y los gnósticos, que prosiguieron hasta
dos siglos después de haber proferido el desahogado obispo de Lyón su última
paradoja teológica. El neoplatónico Celso sembró la discordia entre los
cristianos y aun les detuvo durante algún tiempo los pasos, demostrando que el
concepto metafísico de sus dogmas estaba tomado de la filosofía platónica. Por
otra parte, les acusaba Celso de admitir las más groseras supersticiones
paganas y de interpolar en sus obras pasajes enteros de los libros sibilinos
sin comprender su significado. Tan contundentes eran las acusaciones y tan
notorios los hechos, que ningún autor cristiano se aventuró a la 20
réplica hasta que
apremiado Orígenes por las reiteradas instancias de su amigo Ambrosio, se
encargó de la defensa como el más a propósito para ella, por haber pertenecido
a la escuela neoplatónica. Sin embargo, la elocuencia de Orígenes fracasó en el
empeño, y entonces no vieron los cristianos otro recurso que destruir las obras
de Celso (137), aunque ya entonces eran muchísimos los que las habían leído y
estudiado (138).
DISPERSIÓN DE LOS NEOPLATÓNICOS
Los cristianos anhelaban vehementemente la
dispersión de la escuela neoplatónica, que por fin lograron los obispos de
Alejandría Teófilo y su sobrino Cirilo, el asesino de la erudita e inocente
joven Hipatia (139). Muerta la hija del matemático Theon, no pudieron los
neoplatónicos mantener su escuela en Alejandría, pues perdieron la influencia
que la mártir gozaba con Orestes, el gobernador de la ciudad, quien por ello
les había protegido contra sus encarnizados enemigos (140).
No hay en el mundo religión de tan
sangrientos anales como el cristianismo. Aun las mismas luchas intestinas del
“pueblo escogido” palidecen ante el cruel fanatismo de los supuestos discípulos
de Jesús. La rápida propagación del islamismo debióse al fin y al cabo a las
enconadas luchas entre ortodoxos y nestorianos, pues en el monasterio de Bozrah
sembró el monje nestoriano Bahira la simiente que más tarde había de germinar y
convertirse en árbol que regado por ríos de sangre cobija a doscientos millones
de creyentes (141).
Como repulsivos ejemplos de la justicia
humana, vemos glorificado con aureola de santidad al astuto, cruel e intrigante
obispo de Alejandría, y en cambio proscritos y perseguidos a los gnósticos. Por
una parte impetra el clero cristiano la maldición divina contra la teurgia y
por otra practica durante siglos la nigromancia y hechicería (142). Vemos a
Hipatia, la gloriosa filósofa, despedazada por las turbas cristianas, y frente
a ella se alza triunfante el fanatismo o la impudicia de Catalina de Médicis,
Lucrecia Borgia, Juana de Nápoles e Isabel de España, presentadas a la vista
del mundo como fieles hijas de la Iglesia (143). Verdaderamente impío es el
idolátrico culto de María como diosa inmaculada cuando le acompañan semejantes
ejemplos. Más valiera abolir el culto idolátrico y fomentar en su vez el de la
virtud.
CAPÍTULO II
Quieren señalar a medida los límites,
extensión y capacidad
del infierno, donde las entumecidas almas
cuelgan de tenebrosa
mazmorra como jamones de Westfalia o lenguas
de vaca,
en espera de misas y responsos que las
rediman.
OLDHAM: Sátiras contra los jesuitas.
YORK.-¡Pero sois diez veces más inhumanos y
crueles
que un tigre de Hircania!-SHAKESPEARE: Rey
Enrique VI.
Parte tercera, acto I, escena IV.
WAR.-Escuchad, señores. Puesto que es
doncella, no
escatiméis los haces de leña. Que haya
bastantes. Y poned
barriles de pez en la fatal hoguera.
SHAKESPEARE Rey Enrique VI. Parte primera, acto V, escena IV.
Refiere Bodin (1) un espantoso sucedido de
que fue protagonista Catalina de Médicis, la piadosa cristiana que tantos
méritos había contraído a los ojos de la Inglesia con la horrenda e inolvidable
matanza de San Bartolomé. Tenía esta reina a su servicio un apóstata ex dominico,
que por lo muy versado en nigromancia se aquistó el favor de su señora, en cuyo
provecho practicaba el nefando arte contra las víctimas a que desde lejos
mataba, valido de imágenes de cera (2). Estaba a la sazón gravemente enfermo el
rey Carlos IX, hijo de Catalina, y temía ésta perder su influencia de reina
madre si moría su hijo, por lo que determinóse a consultar el oráculo de la
“cabeza cortada” (3).
HECHICERÍAS CLERICALES
Sabido es que el cardenal Benno inculpó
públicamente de hechicería al papa Silvestre II por haber mandado construir una
cabeza parlante por el estilo de la que poseyó Alberto el Magno e hizo pedazos
Tomás de Aquino (4). Se comprobó la acusación, así como también que siempre
andaba en compañía de entidades diabólicas (5).
Demasiado conocidos son los fenómenos
operados por el obispo de Ratisbona y el “doctor angélico” Tomás de aquino para
que nos detengamos a describirlos. Baste decir que si el prelado católico tuvo
suficiente habilidad para sugerir en cruda noche de invierno la sensación de un
caluroso día de verano y la idea de que los carámbanos
colgantes de los árboles del jardín eran frutos tropicales, también los magos
indos operan hoy en día parecidos portentos sin necesidad de auxilio divino ni
ayuda diabólica, pues tanto unos como otros son actualización de la potencia
inherente a todos los hombres.
Poco antes de estallar la Reforma se
promovieron entre el clero escandalosos incidentes con motivo de su mucha
afición a las prácticas mágicas y alquímicas. El cardenal Wolsey fue procesado
por complicidad con el hechicero Wood, quien declaró explícitamente contra él
(6).
El sacerdote Guillermo Stapleton fue
procesado por hechicería en el reinado de Enrique VIII (7).
Bienvenido Cellini alude a un sacerdote
nigromántico, natural de Sicilia, que cobró fama por sus afortunadas
hechicerías, sin que nadie le molestara en el ejercicio de este arte; y según
saben los eruditos, refiere Cellini a este propósito que dicho sacerdote
conjuró a toda una legión de diablos en el coliseo de Roma; y además, tuvo
exacto cumplimiento el vaticinio de que pronto encontraría a su amante en el
tiempo y lugar prefijados (8).
A últimos del siglo XVI apenas había clérigo
que no se aficionara al estudio de la magia y alquimia, movidos por el deseo de
imitar a Cristo en el exorcismo contra los malignos espíritus (9), de modo que
consideraron “sagradas” sus prácticas, al paso que acusaban de nigromancia a
los magos laicos. Los ocultos conocimientos espigados siglos atrás en los
feraces campos de la teurgia, se los reservaba la Iglesia romana como por
privilegio exclusivo y enviaba al suplicio a cuantos se atrevían a cazar
furtivamente en el coto de la teología, para ellos la scientia scientiarum (la
ciencia de las ciencias), o bien a cuantos no podían encubrir sus culpas bajo
el hábito monacal (10).
La historia nos ofrece en prueba varios datos
estadísticos, pues, según dice Tomás Wright (11), en los quince años
transcurridos entre 1580 y 1595, el inquisidor Remigio, presidente del tribunal
de Lorena, sentenció a la hoguera a novecientos brujos (12).
Así es que mientras el clero practicaba la
hechicería y el arte de evocar legiones de “demonios” sin que el poder civil le
molestase en lo más mínimo, se perseguía cruelmente a infelices extraviados y
monomaníacos (13). Ecclesia non novit sanguinem, exclaman melosamente
los teólogos, y en justificación de este aforismo se instituyó sin duda la
Santa Inquisición, bajo cuyo estandarte (14) el asesor de la reina Isabel I de
Castilla e inquisidor general Tomás de Torquemada sentenció a la hoguera a diez
mil reos y puso en el tormento a ochenta mil (15). En ningún país como en
España y Portugal estuvieron tan difundidas entre el clero las artes de magia y
hechicería, tal vez porque los árabes eran muy entendidos en ciencias ocultas,
y en Toledo, Sevilla y Salamanca hubo escuelas superiores de magia. Los
cabalistas salmantinos sobresalían en el dominio del saber abstruso, pues
conocían las virtudes de las piedras preciosas y otros minerales y los más
hondos secretos de la alquimia.
PROCESOS INQUISITORIALES
Entresaquemos ahora algunos casos
demostrativos de la conducta del Santo Oficio en aquellos tiempos:
De los documentos originales del proceso
incoado contra la mariscala D’Ancre, durante la regencia de María de Médicis,
se infiere que murió en la hoguera por culpa de los clérigos, cuya compañía
deseaba como buena italiana. En la iglesia de los agustinos de París se
exorcisó a sí misma por creerse embrujada, y como se sintiera con mucho
quebranto de salud y violentos dolores de cabeza, le aconsejaron los clérigos
italianos y el médico judío de la reina que se aplicara al cuerpo un gallo
blanco recién matado. Por todo esto el pueblo de París la acusó de hechicera, y
como a tal la procesaron y sentenciaron.
El párroco de Barjota, diócesis de Calahorra
(España), que vivió en el siglo XVI, fue maravilla de todo el mundo por sus
mágicos poderes, y, según aseguraba la voz pública, llegó a trasladarse a
lejanos países para presenciar acontecimientos de importancia que sabía que
iban a ocurrir y luego los vaticinaba en el pueblo. Cuentan las crónicas de
este caso que el cura de Barjota tuvo muchos años a su servicio un demonio
familiar, con quien últimamente se mostró ingrato y falaz, pues habiéndole
revelado una conjuración que se estaba tramando contra la vida del papa, a
consecuencia de una aventura de éste con cierta hermosa dama, transportóse el
cura a Roma (en cuerpo astral, por supuesto) y descubrió la trama, salvando así
la vida del pontífice. Arrepintióse entonces de cuanto hasta allí hiciera y
confesóse con el galante papa, que le absolvió de toda culpa. De vuelta
en su curato, fue preso por pura fórmula en la cárcel de la Inquisición de
Logroño, de la que salió rehabilitado al poco tiempo.
En los archivos de la Inquisición de Cuenca
está el proceso seguido en el siglo XIV contra el famoso doctor Eugenio
Torralba, médico de la casa del almirante de Castilla. Del proceso resulta que
un dominico llamado fray Pedro regaló al doctor un demonio llamado
Zequiel, a quien vieron y hablaron los cardenales Volterra y Santa Cruz,
pudiendo convencerse de que el tal demonio era un benéfico elemental que sirvió
fielmente a Torralba hasta la muerte de éste. El tribunal de la Inquisición
tuvo en cuenta todas estas circunstancias, y absolvió a Torralba en la vista
del proceso, celebrada en Cuenca el 29 de Enero de 1530.
En Alemania, el odio entre católicos y
protestantes motivó numerosas acusaciones de hechicería contra estos últimos,
sin otro fundamento muchas veces que la enemistad personal o política. En
Bamberg y Wurzburgo, donde predominaban los jesuitas, eran más frecuentes los
casos de hechicería, y los dignos hijos de Loyola mostraron su astuta labor en
aquellas sangrientas tragedias, entre cuyas víctimas se contaron niños de edad
temprana (16).22
Sobre este asunto
dice Wright:
El crimen de muchos de los sentenciados a la
hoguera en Alemania por inculpación de hechicería, durante la primera mitad del
siglo XVII, no fue otro que su adhesión a las doctrinas de Lutero... Los
príncipes alemanes aprovechaban cualquier pretexto para procesar a gente rica,
cuyos bienes confiscaban en personal provecho... Los obispos de Bamberg y
Wurzburgo eran al propio tiempo soberanos temporales de sus diócesis. El de
Bamberg, llamado Juan Jorge II, después de infructuosas tentativas para
desarraigar el luteranismo, deshonró su reinado con una serie de sangrientos
procesos por hechicería, de cuya sustanciación estuvo encargado el vicario
general y canciller Federico Forner (17). Entre los años 1625 y 1630 los
tribunales de Bamberg y de Zeil vieron unos novecientos procesos, y según las
estadísticas oficiales, en la sola ciudad de Wurzburgo murieron en la hoguera
seiscientas personas acusadas de hechicería.
Había entre los hechiceros niñas de siete a
diez años, de las que veintisiete murieron en la hoguera. Tantos fueron
los reos y tan escasa consideración merecían al tribunal, que en vez de por sus
nombres los designaban por números. Los jesuitas recibían en secreto las
declaraciones de los acusados (18).
PALABRAS DE JESÚS
Mal se concilian con semejantes abominaciones
perpetradas para satisfacer los apetitos del clero, aquellas dulces palabras de
Jesús:
“Dejad a los niños y no los estorbéis de
venir a mí, porque de ellos es el reino de los cielos”.-“Y el que escandalizare
a uno de estos pequeñitos que en mí creen, mejor fuera que le colgasen del
cuello una piedra de molino y lo echasen al mar”.-“Así no es la voluntad de
vuestro Padre que está en los cielos que perezca uno de estos pequeñitos” (19).
Pero aquellos sacrificios en el altar de su
Moloch no eran obstáculo para que los codiciosos de riquezas practicasen el
negro arte, pues en ninguna clase social abundaron tanto como entre el clero
los consultores de “espíritus familiares” durante los siglos XV, XVI y XVII.
Cierto es que entre las víctimas se contaron algunos sacerdotes católicos; pero
si bien se les acusaba de “prácticas nefandas” (20), no había tal, sino que,
según testimonio de los cronistas de la época, consistía su culpa en herejía
anatematizable y, por lo tanto, más punible que el crimen de hechicería (21).
Eliphas Levi, en su Dogma y ritual de la
alta magia, tan menospreciado por Des Mousseaux, sólo revela de las
ceremonias secretas lo que los clérigos medioevales practicaban con el
consentimiento tácito, ya que no expreso, de la Iglesia. El exorcista penetraba
en el círculo de actuación a media noche, revestido de sobrepelliz nuevo,
estola sembrada de caracteres sagrados y gorro puntiagudo, en cuyo frente
estaba escrito en hebreo, con una pluma nueva mojada en la sangre de una paloma
blanca, el inefable nombre Tetragrámmaton.
Anheloso el exorcista de ahuyentar a los
miserables espíritus que frecuentan los lugares donde hay tesoros escondidos,
rocía el círculo de actuación con las sangres de un cordero negro y de un
pichón blanco, y después conjura a las potestades infernales (22) y almas
condenadas, en los poderosos nombres de Jehovah, Adonai, Elohah y Sabaoth (23).
Los malignos espíritus se resistían al conjuro, diciéndole al exorcista que era
pecador y por lo tanto no podía contar con ellos para apoderarse del tesoro;
pero él replicaba que, como “la sangre de Cristo había lavado todas sus culpas”
(24), les conjuraba de nuevo a salir de allí, porque eran fantasmas malditos y
ángeles protervos. Una vez ahuyentados los espíritus malignos, el exorcista
confortaba a la pobre alma en nombre del Salvador y la dejaba al cuidado de los
ángeles buenos que, según parece, eran menos poderosos que el exorcista,
pues el rescatado tesoro quedaba en manos del clero. Añade Howit que el
calendario eclesiástico señalaba los días más favorables para la práctica del
exorcismo, y en caso de que los demonios se resistiesen al conjuro, recurría el
exorcista a sahumerios de azufre, asafétida, ruda y hiel de oso (25).
LAS SIETE ABOMINACIONES
Tal es el clero y tal la Iglesia que en el
siglo XIX sostiene en los Estados Unidos cinco mil sacerdotes para enseñar a
las gentes la falibilidad de la ciencia y la infalibilidad del obispo de Roma.
ya dijimos que, según confesión de un eminente prelado, no es posible eliminar
de los dogmas teológicos el concepto de Satanás, sin menoscabo de la
perpetuidad de la Iglesia, pero aunque desapareciera el príncipe del pecado no
desaparecería el pecado, pues quedarían la Biblia y los Artículos de
la fe, es decir, la supuesta revelación divina y la necesidad de
intérpretes que presuman de inspirados. Conviene, por lo tanto, investigar la
autenticidad de la Biblia y analizar sus páginas, por ver si en efecto
contienen la palabra de Dios o si son simple compendio de antiguas tradiciones
y rancios mitos. Hemos de interpretarlas con nuestro propio criterio, a ser
posible, y aplicar a los presuntuosos maestros de hermenéutica aquellas palabras
de Salomón:
Seis cosas aborrece el Señor y la séptima la
detesta su alma: ojos altivos, lengua mentirosa, manos que derraman sangre
inocente, corazón que maquina designios pésimos, pies ligeros para correr al
mal, testigo falso que profiere mentiras y aquel que siembra discordias entre
los hermanos (26).23
¿Cuál de estas
acusaciones pueden rechazar los hombres que dejaron sus huellas en el Vaticano?
Dice San Agustín:
Cuando los demonios quieren insinuarse en las
criaturas, comienzan por ceder a los deseos de ellas, pues con propósito de
atraer a los hombres les fingen obediencia para seducirlos... Porque ¿cómo es
posible saber, si los mismos demonios no lo dicen, qué les gusta y qué les
disgusta, y qué evocación puede reducirlos a la obediencia; en una palabra,
toda esa ciencia de los magos (27).
A esta expresiva disertación replicaremos que
ningún mago negó jamás que hubiese aprendido su arte de los “espíritus”, ya
fuera un agente por cuyo medio actuaran, ya por haber sido iniciado en la
ciencia por quienes la conocieron antes de él. Pero ¿de quién aprendía el
exorcista?, ¿de quién aprende el sacerdote que autocráticamente se inviste de
autoridad, no sólo sobre los magos sino también sobre los “espíritus”, a
quienes califica de demonios o diablos cuando obedecen a otro? En alguna parte
debe de haber aprendido el arte de exorcizar, y de alguien recibido los poderes
de que alardea. Sin duda responderán los teólogos que, en cuanto se refiere a
los seglares, es preciso convenir con San Agustín que los mismos demonios han
de enseñarles la evocación a propósito para someterlos a obediencia; pero que
en cuanto a los clérigos, reciben el conocimiento por revelación y por el don
del Espíritu Santo que descendió sobre los apóstoles en forma de lenguas de
fuego, infundiéndoles a ellos y a sus sucesores la virtud del exorcismo, aunque
lo practiquen por anhelo de fama o apetencia de lucro (28).
HECHICERÍA EN LA INDIA
Sin embargo, el concepto que de la hechicería
difundieron los romanos pontífices por los países cristianos de tan ponderada
cultura, no es ni más ni menos que el vulgar en la India, donde la gente
inculta cree firmemente en las diabólicas artes de los brujos (kangalines) y
hechiceros (juglares), quienes no obstante les inspiran profundo terror (29).
Sobre esto, observa con mucho acierto
Jacolliot:
En la India vemos la magia vulgar extendida
por el opuesto extremo de las nobilísimas creencias de los adoradores de los pitris.
Este linaje de magia fue un tiempo ejercicio favorito del ínfimo clero, que de
este modo mantenía al pueblo en perpetuo temor. Así ocurre que en toda época y
en todo país, se contrapone la religión de la chusma a los más elevados
conceptos filosóficos (30).
En la India era la hechicería oficio del ínfimo
clero, y en Roma lo fue de los sumos pontífices. De todos modos,
para cohonestar las prácticas nigrománticas pueden alegar la autoridad de San
Agustín, cuando dice que “quien no cree en los espíritus malignos, tampoco cree
en la Sagrada Escritura” (31).
Alentado Des Mousseaux por la aprobación
eclesiástica (32), discurre acerca de la necesidad del exorcismo sacerdotal, y apoyándose
en la fe, como de costumbre, intenta demostrar que el poder de los
espíritus malignos depende de ciertos ritos, fórmulas y signos externos. Dice
sobre esto:
En el catolicismo diabólico, como en el
catolicismo divino, la eficacia potencial depende de ciertos signos... El
diablo no se atreve a mentir ante los santos ministros de Dios, y se ve
forzado a someterse (33).
Parece con esto como si los poderes del sacerdote
católico viniesen de Dios y los del pagano del diablo. Sin embargo, si nos
fijamos en la frase subrayada veremos que hay multitud de casos, debidamente
comprobados y de autenticidad reconocida por la misma Iglesia romana, en que
los “espíritus” mintieron del principio al fin en cuestiones relativas a dogmas
de capital importancia. Por otra parte, tenemos las apócrifas reliquias que se
suponen legimitadas por apariciones de la Virgen y de los santos (34).
Dice Stephens:
Durante su estancia en Jerusalén vio un monje
de San Antonio varias reliquias, entre las cuales había: un pedazo de dedo
del Espíritu Santo que se conservaba incorrupto; la jeta del serafín que se
le apareció a San Francisco; una uña de querubín; una costilla del Verbo
hecho carne; unos cuantos rayos de la estrella de Belén; una redoma llena
del sudor de San Miguel en su lucha con el diablo. Todo lo cual, dijo el monje
que se lo había llevado a su hospedaje muy devotamente.
RELIQUIAS APÓCRIFAS
Y si por acaso alguien supusiera esto invenciones
de protestantes, la historia de Inglaterra nos demostrará documentalmente la
existencia de reliquias no menos apócrifas. El gran maestre de los templarios
dio a Enrique III una redoma con sangre de Cristo, cuya autenticidad declaraban
los sellos del patriarca de Jerusalén, que fue trasladada procesionalmente
desde la catedral de San Pablo a la abadía de Westminster, 24
donde, según refiere
el historiador, “la recibieron dos monjes y desde entonces resplandeció de
gloria la nación inglesa, dedicada a Dios y a San Eduardo”.
Conocida es la historia del príncipe
Radzivil, el noble polaco que, al verse engañado por los frailes y monjas que
le rodeaban, así como por su propio confesor, se convirtió a la fe luterana, no
obstante haber sido uno de los personajes que más se indignaron contra la
difusión de la Reforma por la Lituania, hasta el punto de trasladarse a Roma
con objeto de rendir homenaje de simpatía y veneración al papa, quien le regaló
una preciosa caja de reliquias. De vuelta en Polonia, su confesor le dijo que
en sueños había visto cómo la Virgen bajaba del cielo para bendecir aquellas
reliquias, en prueba de que eran auténticas. El prior de un monasterio vecino y
la abadesa de otro tuvieron la misma visión, con añadidura de varios santos que,
llenos del “Espíritu Santo”, surgían de la caja de reliquias para proteger al
príncipe. Con propósito de evidenciar la virtud de las reliquias, el clero
exorcizó a un endemoniado, que apenas hubo tocado la caja quedó libre de la
posesión y dio por ello gracias al Espíritu Santo y al papa. Pero al terminar
la ceremonia, el tesorero del príncipe le confesó que al volver de Roma había
perdido la caja de reliquias regalada por el papa, substituyéndola por otra
semejante en que puso unos cuantos huesos de perro y gato, sin atreverse a
decir nada, hasta entonces que prefería confesar su descuido antes de consentir
que siguiesen engañando a su amo de tan burda manera. Por de pronto disimuló el
príncipe, pues quiso ver en qué paraba aquella farsa, y convencido al fin de
las groseras imposturas de los frailes y las monjas, se convirtió a la Iglesia
reformada. Así lo relata la historia.
Dice Bayle que para cohonestar la Iglesia
romana la existencia de reliquias apócrifas, recurre al sofisma, diciendo que
estas reliquias pueden haber obrado milagros por virtud de la buena intención
de los fieles, cuya fe premiaba Dios de esta suerte. El mismo Bayle demuestra
con numerosos ejemplos que la Iglesia tiene por legítimos los múltiples brazos,
piernas y cabezas que de un mismo santo se veneran en distintos puntos, pues
asegura que Dios los multiplicaba milagrosamente para gloria de su santa
Iglesia. Esto equivale a creer que el cuerpo de un santo adquiere después de la
muerte las características fisiológicas del cangrejo.
Difícil fuera probar que las visiones y
profecías de los santos han sido alguna vez más dignas de crédito que las de
los modernos médiums. Las visiones de Andrés Jackson Davis, aunque los críticos
escépticos se rían de ellas, son incomparablemente más lógicas y verosímiles
que las especulaciones de San Agustín; y por otra parte, las visiones de
Swedenborg, el más lúcido de los iluminados modernos, tienen mayor parentesco
con la teología en los puntos en que más se apartan de la verdad científica. En
modo alguno son las visiones de los seglares más inútiles a la ciencia y a la
humanidad que las de los santos del catolicismo (35), por lo que debemos
inferir que la mayor parte de las visiones referidas por los hagiógrafos, y los
mismo puede afirmarse de las de los perseguidos videntes, son obra de
ignorantes y poco evolucionados espíritus, pero con desmedida afición a simular
personajes históricos. Estamos de acuerdo con Des Mousseaux y demás adversarios
de la magia y el espiritsmo, en que las entidades comunicantes son con
frecuencia espíritus mendaces, siempre dispuestos a lisonjear falazmente los
gustos e ideas de los concurrentes a las sesiones; pero ¿cabe creer que Dios
haya concedido al sacerdote los exorcizantes poderes divinos de que
alardea? ¿Cómo admitir por cierto que al conjuro del exorcista se rinda el
diablo, no para declarar la verdad, sino únicamente lo que convenga a
la comunión religiosa del exorcista? Y esto es lo que sucede siempre.
SANTO DOMINGO Y LOS DEMONIOS
Compárense, por ejemplo, las respuestas que
el diablo dio a Lutero con las que dio a Santo Domingo de Guzmán, y se verá que
mientras en las primeras arguye contra la misa rezada y reconviene al
reformador por haber antepuesto la Virgen y los santos a Cristo, postergando
así al Hijo de Dios (36), los demonios exorcizados por Santo Domingo, al ver a
la Virgen que había acudido en auxilio del santo, exclaman rugientes:
¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh nuestra condenadora!
¿Por qué bajas del cielo para atormentarnos? ¿Por qué eres tan poderosa
intercesora con los pecadores? ¡Oh tú, el más seguro camino del cielo!.
Tú mandas, y nos vemos forzados a confesar que no se condena quien persevera en
tu santa devoción (36)...
Por otra parte, Satán le dice a Lutero que
había estado adorando pan y vino mientras creyó en la transubstanciación; al
paso que los diablos que se aparecen a los santos, aseguran la condenación
eterna de quienes tan siquiera duden de ese dogma.
Pudiéramos llenar tomos enteros con pruebas
innegables de la confabulación de exorcistas y demonios, cuya verdadera
naturaleza descubre el engaño; pues en vez de ser independientes y astutas
entidades que sólo se ocupan en perder a los hombres, son sencillamente los
elementales de los cabalistas o criaturas sin mente, pero que reflejan el
pensamiento y voluntad de quienes los evocan, dominan y dirigen.
No dejaremos este asunto sin extractar de la Leyenda
de Oro (38), plenamente aceptada por la Iglesia, el caso ocurrido a Santo
Domingo de Guzmán, uno de los principales santos del catolicismo y fundador de
la orden dominica, una de las primeras que confirmó la sede pontificia (39).
Fue Domingo de Guzmán aliado y consejero del infame Simón de Montfort, general
pontificio que mandaba las tropas enviadas contra los albigenses, a quienes
derrotó con espantosa matanza en las cercanías de Tolosa. Dice este santo, y la
Iglesia lo aprueba, que recibió de la propia mano de la Virgen un rosario de
tan estupenda virtud, que operaba milagros muy superiores a los de los
apóstoles y aun del mismo Jesús, ocurrió que cierto incrédulo puso en duda la
eficacia del rosario dominico, y en castigo de su impiedad quedó desde luego
poseído de quince mil 25
espíritus malignos;
pero compadecido el santo de los atroces sufrimientos del endemoniado, echó en
olvido la injuria y determinóse a exorcizarle. De la ceremonia tomamos la
siguiente plática entre el exorcista y los demonios:
Domingo.- ¿Cuántos sois y por qué os
poseisteis de este hombre?
Demonios.-Somos quince mil, y le poseímos por
haber hablado irreverentemente del rosario.
Dom.- ¿Por qué entrasteis tantos?
Dem.-porque el rosario de que se mofaba tiene
quince decenas.
Dom.-¡Si, sí! (Los demonios hacen salir
llamaradas por las narices del poseído). Sabed ¡oh cristianos! Que nunca
dijo Domingo sobre el rosario ni una palabra que no fuese verdad. Sabed también
que si no le creéis os sobrevendrán grandes calamidades.
Dom.-¿Quién es el hombre más aborrecido del
demonio?
Dem.- Tú. (Aquí colman los demonios de
cumplidos al santo).
Dom.- ¿De qué clase son la mayoría de
cristianos condenados?
Dem.- Tenemos en el infierno mercaderes,
prestamistas, usureros, judíos, boticarios, tenderos, etc.
Dom.- ¿Hay frailes y sacerdotes en el
infierno?
Dem.- Sacerdotes muchos; pero frailes tan
sólo los que quebrantaron la regla de su orden.
Dom.- ¿Hay dominicos?
Dem.- Desgraciadamente no tenemos todavía
ninguno, pero esperamos una buena partida en cuanto se les entibie algún tanto
la devoción (40).
MÉDIUMS Y SANTOS
Fácilmente se infiere de cuanto llevamos
dicho, que la única diferencia esencial entre los médiums y los santos está en
la relativa utilidad de los demonios, si así pueden llamarse, pues mientras el
demonio apoya fielmente al exorcista cristiano en su ortodoxas opiniones,
las entidades espíritas dejan a su médium en el atolladero, porque al mentir
van contra sus propios intereses, ya que suscitan sospechas sobre la
legitimidad de las comunicaciones. Si las entidades espíritas fuesen diablos,
demostrarían algo más talento y astucia, e imitarían a los demonios del
santo, que, forzados por éste merced a la eficacia “del nombre que les reduce a
la obediencia”, mienten de conformidad con el interés personal del
exorcista y su comunión religiosa. Dejamos al sagaz juicio del lector la
ejemplaridad de esta comparación.
Dice sobre esto Des Mousseaux:
Conviene advertir que algunos demonios dicen
a veces la verdad. El exorcista debe ordenar al demonio que le diga si está
retenido por arte mágica o por signos u objetos especiales en el cuerpo del
endemoniado. Si el poseído se ha tragado estos objetos ha de vomitarlos, y si
no, indicar el sitio en donde están para quemarlos (41).
...Así descubren algunos demonios que hay
embrujamiento y delatan al autor e indican los medios de romper el maleficio.
Pero guardaos de recurrir en semejantes casos a magos, hechiceros o médiums,
sino tan sólo a un sacerdote de vuestra Iglesia que, como podéis ver, cree en
la magia desde el momento en que tan explícitamente la declara. Y cuantos no
creen en la magia ¿cómo han de compartir la fe de la Iglesia? Nadie puede
aleccionarles mejor que aquellos a quienes cristo dijo: “Id y enseñad a todas
las gentes... Con vosotros estaré hasta el fin” (42).
Pero no hemos de creer que Jesús dirigiera
estas palabras tan sólo a quienes visten las negras o purpúreas libreas de
Roma, pues entonces resultaría la incongruencia de que Cristo confiriese, por
ejemplo, este poder a San Simeón el Estilita (43) con el único objeto de que
sanase a un dragón, o bien a San Francisco de Asís para que predicase a los
pájaros (44). Estos dos episodios, entresacados sin rebusca de centenares de
otros análogos, aventajan en patrañería a las más extravagantes consejas
relativas a los teurgos paganos, magos y espiritistas. Sin embargo, la mayoría
de católicos diputarán por impostura que Pitágoras domesticara animales
salvajes con sólo su hipnótica influencia (45), mientras que admiten sin reparo
cuantas fábulas inventaron piadosamente los hagiógrafos.
Pero si se objeta que la Iglesia no tiene por
artículo de fe cuanto aparece en la Leyenda de Oro, cuyo compilador
aprovechó para ello vidas apócrifas de santos (46), redargüiremos negando valor
a la objeción, por lo menos en los casos que hemos referido; pues San Benito
floreció en el siglo XII y Santo Domingo en el primer cuarto del XIII, por lo
que fue casi coetáneo de Veragine, compilador de la Leyenda y vicario
general de la orden dominica, que murió en 1298, y tuvo por lo tanto a mano
recientes y sobrados testimonios de los sucesos de la vida del fundador de su
orden. No obstante, en algunos pasajes (47) demuestra escasa escrupulosidad de
comprobación y poquísimo respeto a la verdad, que tampoco tuvo muy en cuenta la
Iglesia al aprobar el libro y atribuirle especial virtud de santidad, cuando la
quintaesencia del Decamerón de Bocaccio resulta gazmoñería en
comparación del nauseabundo naturalismo de la Leyenda de Oro.
LA LEYENDA DE ORO26
No nos asombra
demasiado el empeño que ponen los misioneros católicos en convertir al
cristianismo a los induistas y budistas, a quienes llaman “paganos”, sin tener
en cuenta que por lo menos resplandece en ellos la hermosa cualidad de no
abjurar de su heredada fe por el capricho de trocar unos ídolos por otros. Tal
vez fuera para ellos una novedad el protestantismo, que reduce a la más
sencilla expresión las creencias religiosas; pero ninguna necesidad tiene de
apostatar el budista, a quien en vez del zapato de Dagón le enseñan la sandalia
del Vaticano, o le prometen cambiar los ocho pelos y el diente milagroso de
Buda por el mechón de pelo de cualquier santo y el diente de Jedús, no tan
hábilmente taumatúrgicos (48).
Apenas hay misionero residente en la India,
Tíbet y China que no deplore la “obscenidad” de los ritos paganos, que, según
Des Mousseaux, son “vehementes indicios del culto diabólico”; pero seguramente
que la moralidad de los paganos mejoraría algún tanto si libremente pudiesen
escudriñar la vida del rey poetta, autor de aquellos salmos que con tanta
devoción repiten los cristianos. Entre la danza fálica de David delante del
arca (símbolo del principio femenino) y el Vishnavita indo con el signo fálico
en la frente, sólo podrán declararse a favor del primero quienes no conozcan
las religiones antiguas ni la que dicen profesar. Bien harían los cristianos en
no acusar de obscenidad a los gentiles desde el momento en que aceptan por
modelo una religión cuya letra le consentía a David la entrega de doscientos
prepucios de filisteos para ser yerno del rey Saúl (49). Han de acordarse del
significativo aforismo de Jesús, y quitarse la viga del ojo antes de soplar la
mota en el ajeno. El elemento sexual predomina en el cristianismo tanto como en
cualquiera de las religiones llamadas “paganas”, y de seguro que en ningún
pasaje de los Vedas se encontraría la descocada obscenidad de lenguaje
que los hebraístas contemporáneos descubren en la Biblia.
Todos estos puntos están magistralmente
expuestos por el anónimo autor de La religión sobrenatural, que
tantísimo éxito logró en Alemania e Inglaterra al publicarse hace un año; en la
del doctor Inman (50), quien arremete contra las formas exotéricas del
cristianismo y desentraña el significado de los símbolos sin atacar a la
religión de Cristo, sino al artificioso sistema teológico que la desnaturaliza.
Pero escuchemos las propias palabras del autor:
Cuando la sagacidad de algún observador
descubrió la existencia de los vampiros, se trató de acabar con ellos
atravesando el cadáver con una estaca puntiaguda; pero la práctica demostró que
su extremada vitalidad les consentía reaparecer una y otra vez no obstante los
reiterados empalamientos, hasta que se arrojaba el cadáver a una hoguera. De
igual modo, el paganismo predominante entre los creyentes en Jesús de Nazareth
reaparece una y otra vez, a pesar de haberle atravesado otras tantas de parte a
parte. Muchos lo miman y pocos lo repudian. Entre otros, yo levanto mi voz
contra el paganismo prevaleciente en el cristianismo clerical, y haré cuanto me
sea posible para poner de manifiesto semejante impostura... En una narración de
asunto vampírico que se lee en el Thalaba de Southey, el vampiro toma la
figura de una joven de la que se enamora tiernamente el héroe del relato, quien
se ve precisado a matarla por su propia mano, aunque en el momento de herir se
convence de que no es tal joven, sino un demonio. Asimismo, al atacar yo al
paganismo revestido de ropaje cristiano, no ataco a la verdadera religión
(51). Nadie vituperaría a un operario que limpiase una hermosa estatua. Habrá
gentes demasiado pulcras para tocar inmundicias, pero que se alegrarán de que
alguien las barra. Se necesita el barrendero (52).
EL PAPA Y LOS MUSULMANES
Pero no son únicamente los paganos quienes
sufren la persecución de los católicos, que con San Agustín exclaman:”¡Oh mi
Dios! Así deseo que tus enemigos sean exterminados”. Su odio se desata
caínicamente contra sus próximos deudos en fe religiosa y contra sus cismáticos
hermanos. La conspiración se fragua entre los mismos muros que albergaron a los
Borgias asesinos. Las sombras de los pontífices infanticidas, fratricidas y
parricidas han sido dignas consejeras de los caínes de Catelfidardo y Mentana.
Ahora les llega la vez a los cristianos de raza eslava, a los cismáticos de
Oriente, que son como los filisteos de la Iglesia griega.
Después de haber agotado Pío IX el caudal de
epítetos laudatorios en alabanza propia para compararse con los profetas
mayores, ha querido extender el símil al patriarca Jacob en “su lucha con el
ángel del Señor”. Y ciertamente que no le falta razón para ello, pues en estos
momentos corona el edificio de la piedad católica simpatizando a rostro abierto
con los turcos. El vicario de Cristo inaugura su infalibilidad alentando con
espíritu verdaderamente cristiano al David musulmán, al moderno Bashi Bazuk, de
quien sin duda recibiría gustoso algunos miles de prepucios búlgaros o servios.
Fiel a su propósito de sacrificarlo todo en interés de la Iglesia romana, mira
benévolamente las matanzas de búgaros y servios, y tal vez maniobra en secreto
con Turquía contra Rusia, como si antes de consentir que la Iglesia griega se
establezca oficialmente en Constantinopla y en Jerusalén, prefiriera ver la un
tiempo odiada media luna sobre el sepulcro de Cristo. A manera de achacoso y
decrépito ex tirano en el destierro, está dispuesto el pontífice a contraer
cualquier alianza que le asegure, si no la restauración del poder temporal, por
lo menos el menoscabo de sus rivales. Secretamente se complace en el hacha que
un tiempo blandieron los inquisidores, y prueba su filo contra toda esperanza.
En sus buenos tiempos se había aliado la Santa Sede con príncipes heterodoxos,
pero nunca se degradó como ahora hasta el punto de apoyar moralmente a quienes
durante doce siglos le han estado escupiendo a la cara los dicterios de
“infieles” y “perros cristianos” con que repugnaban la fe católica (53).
El mundo civilizado puede esperar todavía que
en el recinto del Vaticano se aparezca la Virgen en carne mortal, pues si la
milagrosa aparición, tantas veces repetida en tiempos medioevales, se ha
renovado hace 27
poco en Lourdes, ¿por
qué no repetirla una vez más para dar el golpe de gracia a los herejes,
cismáticos e infieles? Preciso es que una religión se haya degradado hasta el
último extremo para que sus clérigos se valgan de tan sacrílegas imposturas
(54) y el pueblo las acepte sin reparo o finja aceptarlas.
DOCTRINAS DE PABLO
Semejante concepto de la religión es
incompatible con las íntimas aspiraciones del espíritu inmortal. Así lo
entendieron siempre los verdaderos filósofos, gentiles o cristianos o judíos.
Las enseñanzas de Buda se reflejan en las de Cristo. Las del apóstol Pablo y de
Filo Judeo son difelísimo eco de las de Platón. Unas y otras hermanaron Amonio
y Plotino con inmortal fama de su nombre (55). No sucede así con los
intérpretes de la Biblia. La simiente de la Reforma quedó sembrada el
día en que se echaron de ver las contradicciones entre el segundo capítulo de
la Epístola del apóstol Santiago y el onceno de la de San Pablo a los hebreos.
Quien siga las enseñanzas de Pablo ha de repudiar las de Santiago, Pedro y
Juan. Para mantener su fe cristiana han de dar en rostro los partidarios de
Pablo a las enseñanzas de Pedro, quien si merecía vituperio y le faltaba razón,
no podía ser infalible ni tampoco pueden sus sucesores alardear de
infalibilidad. Todo reino dividido perecerá y toda casa minada se derrumbará.
La pluralidad de maestros es tan funesta en religión como en política. Las
doctrinas de Pablo eran las de los filósofos místicos, y por esto decía:
Permaneced firmes en la libertad que os dio
Cristo, y no caigáis de nuevo en el yugo de la servidumbre... Pero si os
mordéis unos a otros, cuidad de no devoraros (56).
Es evidentemente gratuita la acusación de
demonolatría lanzada a veces contra los neoplatónicos, por cuanto la Iglesia
romana adoptó sus mismas ceremonias teúrgicas palabra por palabra; de modo que
el exorcista cristiano emplea hoy idénticas evocaciones y conjuros que el
sacerdote pagano y el cabilista judío. Sobre esto dice Wilder:
A pesar de las diferencias entre los
neoplatónicos y los cristianos de Pablo, muchos catequistas de la nueva fe
conservaban muy en lo hondo la levadura filosófica. Sinesio, obispo de Cirene,
era discípulo de Hipatia. San Antonio reprodujo la teurgia de Jámblico. El Logos
o Verbo del Evangelio de San Juan es concepto gnóstico. Clemente de
Alejandría, Orígenes y otros Padres de la Iglesia bebieron copiosamente en los
manantiales de la filosofía neoplatónica. El ascetismo aconsejado por la
primitiva Iglesia era idéntico al de Plotino... Durante la Edad Media hubo
filósofos que aceptaron las doctrinas enseñadas por el famoso maestro de la
Academia.
En prueba de que la Iglesia romana se apropió
los ritos y ceremonias mágicas de los mismos cabalistas y teurgos a quienes
anatematizaba, cotejaremos las fórmulas de exorcismos empleadas por los
cabalistas y por los cristianos, para inferir de su identidad que éste fue uno
de los motivos por los cuales mantuvo siempre la Iglesia a sus fieles en la
ignorancia del ritual, de modo que tan sólo los directamente interesados en el
engaño tuvieron oportunidad de cotejar ambas fórmulas. El vulgo no entendía el
latín, y aunque lo hubiese entendido estaba prohibida la lectura de los
tratados de magia, so pena de excomunión. La ingeniosa estratagema de la
confesión auricular imposibilitaba la consulta, siquier clandestina, de lo que
el clero llamaba “garabatos del diablo” o rituales de magia. Para mayor
seguridad, la Iglesia empezó por ocultar todo cuanto referente al arte mágico pudo
haber a mano.
He aquí el cotejo:
ORIGEN PAGANO DEL RITUAL CATÓLICO
RITUAL CABALÍSTICO RITUAL CATÓLICO
(judío y pagano)
Exorcismo de la sal Exorcismo de la sal
El sacerdote bendice la sal y exclama: El
sacerdote bendice la sal y exclama:
“Criatura de sal (58), en ti
permanezca “Criatura de sal, yo te exorcizo en
la SABIDURÍA (Dios) y preserve de toda nombre
del Dios vivo... Sé salud del
corrupción nuestra mente y nuestro cuerpo.
Alma y del cuerpo. Doquiera que seas
Por Hochmael (..., Dios de Sabiduría)
y esparcida, ahuyentaal inmundo espíritu...
el poder de Ruach-Hochmael (Espíritu
Amén”.
Santo), se alejen ante ti los espíritus de la
Materia (espíritus malignos). Amén”.
Exorcismo del agua y cenizas Exorcismo del
agua
“Criatura del agua, yo te exorcizo en el
nombre “Criatura del agua, en nombre de Dios
de Netsah, Hod y Jerod (Trinidad
cabalística), omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo,28
en el principio y el
fin, en el alfa y el omega que yo te exorcizo. Te conjuro en nombre del
entran en el Espíritu Azoth (Espíritu Santo o
cordero (60) que aplastó al basilisco y al
Alma universal). Te exorcizo y conjuro.
¡Águila áspid y tiene a sus pies el león y el
Errante!, el Señor tenga poder sobre ti por
las dragón”.
Alas del toro y su flamígera espada” (59).
Exorcismo de un elemental Exorcismo del
diablo
“Serpiente, en nombre del Tetragrámaton, . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
el Señor que tiene poder sobre ti por el “¡Oh
Señor! Haz que aquel que lleva
ángel y el león. Ángel de tinieblas, obedece
consigo el terror huya herido por el terror
y ahuyéntate por virtud de esta bendita y
quede vencido. ¡Oh tú, vieja serpiente!..
agua. Águila encadenada, obedece a esta
tiembla ante la mano del que, triunfante
señal y aléjate ante el soplo. Movible de los
tormentos del infierno (61) devolvió
serpiente, arrástrate a mis pies o te la luz
a las almas. Cuanto más te
atormentará este fuego sagrado y te
perviertas, más terribles serán tus
aniquilará este bendito incienso. Que el
torturas... por Aquel que reina sobre vivos
agua vuvelva al agua (62). Que el fuego y
muertos y que juzgará el mundo por
queme y el aire oree. Que la tierra vuelva
Fuego (64)... En el nombre del Padre, del
a la tierra por virtud del Pentagrama, la
Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. (65).
Estrella matutina, y en nombre del
Tetragrámaton grabado en el centro de la
Cruz lumínica. Amén” (63).
Crueldad parece echar en cara a Roma la
usurpada propiedad de sus símbolos; pero preciso es hacer justicia a los
despojados hierofantes. Mucho tiempo antes de que los cristianos adoptaran la
cruz por símbolo, la empleaban neófitos y adeptos como secreto signo de
reconocimiento. A este propósito dice Eliphas Levi:
El signo de la cruz, adoptado por los
cristianos, no es privativo de esta religión, pues ya con anterioridad era
cabalístico y simbolizaba el cuaternario equilibrio de opuestos elementos. Por
el versículo esotérico del Pater (del que tratamos en otra obra) vemos
que primitivamente hubo dos maneras de hacer el signo de la cruz, o por lo
menos dos fórmulas muy distintas de significación: una exclusiva de sacerdotes
e iniciados; otra común a neófitos y profanos. El iniciado hacía la señal de la
cruz con la mano derecha extendida desde la frente al pecho y del hombro
izquierdo al derecho, diciendo: a ti-pertenece-el reino-de justicia-y
misericordia. Después, con las manos juntas, añadía: En los ciclos
generadores: “Tibi sunt Malchut et Geburah et Chassed per oeonas”. Tal era
el signo de la cruz, absoluta y hermosamente cabalístico, que la Iglesia
oficial y militante perdió por completo al profanar el gnosticismo (66).
INFLUENCIA DE SAN AGUSTÍN
De esto podemos inferir cuán gratuitas son
las siguientes afirmaciones del P. Ventura:
Mientras San Agustín fue maniqueo y estuvo
ignorante de la augusta revelación cristiana, cuya sublimidad orgullosamente
menospreciaba, nada supo ni comprendió acerca de Dios, del hombre y del
universo, y permaneció ignorado, obscuro e inactivo, hasta que apenas convertido
al cristianismo, se remontó a las cimas sublimes de la filosofía y la teología
en alas de su mente iluminada por la antorcha de la fe... Así el genio de
Agustín se explayó en toda su prodigiosa fecundidad y grandeza, y su
entendimiento resplandeció con el vivísimo fulgor que, reflejado en sus obras
inmortales, no ha cesado ni por un momento de iluminar durante catorce siglos a
la Iglesia del mundo (67).
Dejemos al P. Ventura el cuidado de averiguar
lo que Agustín fuese como maniqueo; pero no cabe duda de que su ingreso en el
cristianismo engendró perpetua enemistad entre la teología y la ciencia, pues
mientras por una parte se veía precisado a confesar la posibilidad de que
hubiese “algo de divino y verdadero en las doctrinas de los gentiles”,
declaraba por otra parte que estos eran “abominables por lo supersticiosos,
idólatras y soberbios; y que, a menos de arrepentirse, les había de castigar la
justicia divina”. Aquí tenemos explicada la conducta que la Iglesia cristiana
ha seguido desde entonces hasta nuestros días, negando validez a cuanto de
divino y verdadero puedan tener las doctrinas de quienes no pertenecen a su
comunión, merecedores tan sólo por ello de las iras celestes. Sobre el
particular, dice Draper:
Nadie contribuyó tanto como este padre a suscitar
el antagonismo entre la ciencia y la religión, pues desviando la Biblia de su
verdadero objeto, que era una guía para la pureza de vida, la colocó en la
arriesgada posición de árbitra del saber humano y tirana de la mente. Dado el
ejemplo, no faltaron imitadores. Las obras de los filósofos griegos fueron
repudiadas por profanas, y los timbres de gloria del Museo alejandrino quedaron
29
obscurecidos por la
nube de ignorancia y jerigonza mística, de cuyo seno brotaban con demasiada
frecuencia los destructores rayos de la venganza eclesiástica (68).
Agustín y Cipriano (69) reconocen que Hermes
y Hostanes creían en el único y verdadero Dios invisible, incomprensible por la
mente y tan sólo comprensible por el espíritu (70). En consecuencia, todo
hombre de criterio no perturbado por el fanatismo religioso inferirá de las
ideas de Agustín y Hermes acerca de la Divinidad, que el segundo aventajaba al
primero en la exposición filosófica del concepto (71).
El P. Ventura coloca a San Agustín en las más
“sublimes alturas de la filosofía”, pavoneándose ante el asombrado mundo; pero
draper le sale al paso con las siguientes consideraciones críticas sobre la
filosofía agustina:
¿Era posible desechar las obras de los
filósofos griegos a cambio de un sistema descabelladamente engendrado por la
ignorancia y la osadía? Mucho más pronto debieron de haber venido los eminentes
críticos de la Reforma a colocar las obras de San agustín en su propio nivel, y
enseñarnos a mirarlas con desprecio (72).
En cuanto a la acusación levantada contra
Plotino, Porfirio, Jámblico, Apolonio y Smón el Mago (73) de que tenían hecho
pacto con el diablo, no merece por absurda los honores de la refutación ni aun
suponiendo cierta la existencia del precito personaje. La diferencia de
opiniones religiosas, por grande que sea, no alcanza per se a que unos
vayan al cielo y otros al infierno. Semejantes dogmas, incompatibles con la
caridad, pudieron prevalecer en tiempos medioevales; pero ya es demasiado tarde
para que nos intimide el tradicional espantajo (74).
El erudito autor de la Religión
sobrenatural se esfuerza en demostrar la identidad de Simón el Mago con el
apóstol San Pablo, cuyas Epístolas condenó públicamente San Pedro por contener
enseñanzas heréticas. El apóstol de los gentiles era franco, elocuente, sincero
y sabio. El apóstol de la circuncisión era por el contrario cobarde, receloso,
falaz e ignorante. No cabe duda de que Pablo estaba iniciado, al menos
parcialmente, en los misterios teúrgicos, como lo denotan su estilo con la
terminología peculiar de los filósofos griegos y ciertas frases que únicamente
empleaban los iniciados (75). A mayor abundamiento, tenemos el siguiente pasaje
del apóstol:
...entre los perfectos hablamos sabiduría;
mas no sabiduría de este mundo ni de los arcontes de este mundo, sino que
hablamos Sabiduría de Dios en misterio, la que está encubierta..., la que no
conoció ninguno de los arcontes de este mundo (76).
EL MAESTRO CONSTRUCTOR
Inequívocamente da a entender el apóstol en
estas palabras que estaba iniciado (que era de los mystae), y aludía a
enseñanzas propias de los Misterios (77). Pero si no bastara esta prueba,
tendremos otra en que al apótol “le cortaron el cabello a punta de tijera en Cencrea
(78) porque había hecho un voto” (79).
Dice Pablo:
Según la gracia de Dios que se me ha dado,
eché el cimiento como sabio maestro constructor (80).
La frase maestro constructor, que tan sólo se
lee una sola vez en toda la Biblia, puede considerarse como
prueba incontrovertible, pues la tercera parte de los sagrados ritos se llamaba
en los Misterios epopteia o revelación, esto es, el acto de comunicar el
secreto, durante el cual se transportaba el iniciado a la divina clarividencia
en que, suspendida la visión terrena, se unía con su Dios la ya libre y pura
alma. Pero en su significado etimológico, la palabra epopteia (81)
equivale a vigilante o inspector, y también tiene la acepción de maestro
constructor o arquitecto, de donde más tarde derivó el nombre francés de masón
en el mismo sentido empleado en los Misterios. Así, pues, al llamarse Pablo
“maestro constructor” emplea una frase genuinamente cabalística, teúrgica y
masónica que ningún otro apóstol emplea, y se declara iniciado con
derecho de iniciar a otros.
Si proseguimos por este camino con tan
seguros guías como los Misterios y la Kábala, descubriremos la
secreta razón de que Pedro, Juan y Santiago persiguiesen odiosamente a Pablo.
El autor del Apocalipsis era cabalista judío de legítima estirpe, que
como sus antepasados odiaba por juro de heredad los Misterios (82). Su recelo
se extendió durante la vida de Jesús hasta el mismo Pedro (83), con quien se
reconcilió después de la muerte de su común Maestro para predicar celosamente
el rito de la circuncisión. Pedro reconocía no obstante la superioridad de
Pablo en conocimientos de literatura y filosofía griega, por lo que debió de
parecerle experto en artes mágicas y versado en la gnosis o sabiduría de los
Misterios, o sea que tal vez le tuvo por Simón el Mago (84).
SIGNIFICADO DE “PETRUM”
En cuanto a Pedro, la exégesis ha demostrado
hace tiempo que en la fundación de la Iglesia romana no tuvo más parte que
proporcionar el pretexto, tan hábilmente aprovechado por el astuto Ireneo, para
cimentar la 30
nueva Iglesia sobre
la Petra o Kiffa, que mediante un sencillo juego de palabras se
relacionaba con Petroma o doble tabla de piedra que el hierofante
empleaba en el misterio final de la iniciación. Aquí se encierra acaso todo el
secreto de las alegaciones del Vaticano. Sobre el particular, dice muy
oportunamente Wilder:
En los países orientales se designaba al
hierofante con el título de ... (Pedro) que en caldeo y fenicio significa
intérprete. Hay en todo esto reminiscencias de la ley mosaica, así como
respecto de las atribuciones que el papa se arroga para ser el hierofante o
intérprete de la religión cristiana (85).
Hasta cierto punto hemos de concederle el
derecho de interpretación, pues la Iglesia latina incorporó en sus ceremonias,
símbolos, ritos, templos y vestiduras sacerdotales, las tradiciones del culto
pagano y aun su culto público y externo. De lo contrario, sus dogmas serían más
lógicos y no tan ofensivos a la majestad del supremo e invisible Dios.
En el sarcófago de la reina Mentuhept, de la
oncena dinastía (86), se encontró una inscripción jeroglífica copiada del Libro
de los muertos (87), cuya interpretación es como sigue:
PTR RF SU
Peter- ref- su.
Bunsen entremezcla este sagrado formulario
con toda una serie de interpretaciones glosadas de un monumento de cuarenta
siglos de antigüedad, y dice sobre el caso:
Esto equivale a creer que la verdadera
interpretación ya no era inteligible en aquella época... Conviene, por lo
tanto, advertir que el sagrado texto de un himno compuesto por el espíritu de
un difunto era, hace 4.000 años, del todo ininteligible para los copistas del
rey (88).
Cierto es que era ininteligible para los
copistas profanos, como lo demuestran las confusas y contradictorias
interpretaciones de los comentadores, pues la palabra PTR (89) la conocían
únicamente los hierofantes de los santuarios, y la escogió Jesús para designar
el cargo conferido a uno de sus apóstoles.
Sobre el significado de esta palabra, dice
Bunsen:
Opino que PTR es literalmente el antiguo
arameo y hebreo Patar que encontramos en la historia de José en
significación específica de interpretar. De aquí que pitrum equivalga
a interpretación de un texto o de un sueño (90).
En varios pasajes de un manuscrito cuyo texto
es en parte griego y en parte demótico (91), tuvimos ocasión de leer frases que
bien pudieran esclarecer la materia de que vamos tratando. Uno de los
personajes de la narración, el judío iluminador Telciotes, se comunica
con su Patar (92). Algunos pasajes representan al iluminador en
una ... (cueva, donde sólo interrumpe su contemplativo aislamiento para enseñar
a los discípulos de afuera, no personalmente, sino por mediación del patar,
que recibe las lecciones de sabiduría aplicando el oído a un agujero circular
abierto en la cortina que oculta al maestro de la vista de los discípulos, a
quienes el patar transmite oralmente las enseñanzas. Tal era, con leves
variantes, el procedimiento seguido por Pitágoras, quien, según sabemos, jamás
permitía que le vieran los neófitos sino que les aleccionaba tras la cortina de
separación entre la cueva y el auditorio.
No sabemos si el judío iluminador del
manuscrito greco-demótico alude o no a Jesús; pero sea como fuese, subsiste la
misteriosa denominación que más tarde aplicó la Igflesia católica al portero
del cielo e intérprete de la voluntad de Jesucristo. La palabra patar o peter
coloca a maestro y discípulo en la esfera de iniciación en la doctrina
secreta. El sumo hierofante de los Misterios no permitía jamás que le viesen ni
oyesen los candidatos, para quienes era el Deus ex machina, la invisible
Divinidad, que presidía las ceremonias por medio de su vicario. Al cabo de dos
mil años vemos que los Dalai-Lamasdel Tíbet siguen todavía el mismo
procedimiento en los misterios de su religión. Si Jesús conocía el secreto
significado del nuevo nombre que dio a Simón, debió de ser iniciado, pues de lo
contrario lo ignorara; y, por lo tanto, ya hubiese recibido la iniciación de los
pitagóricos esenios, de los magos caldeos o de los sacerdotes egipcios, su
doctrina no pudo ser ni más ni menos que una parte de la secreta enseñada por
los hierofantes paganos a los pocos y escogidos adeptos que entraban en el
sagrado adyta.
RITOS PAGANOS Y CRISTIANOS
Más adelante discutiremos esta materia. Por
ahora nos limitaremos a indicar someramente la extraordinaria semejanza o,
mejor dicho, identidad de los ritos religiosos y vestiduras sacerdotales del
clero cristiano con los de los asirios, fenicios, egipcios y otros pueblos de
la antigüedad.
Las tablillas asirias nos muestran el modelo
de la tiara pontificia, sobre la cual dice Inman:31
Podemos decir de paso
que así como papas adoptaron la tiara de la maldita raza de Cam, así también
adoptaron la cruz episcopal de los augures de Etruria y las representaciones
angélicas de los pintores y escultores de Grecia e Italia (93).
Los nimbos de los santos y las tonsuras de
los sacerdotes y monjes católicos (94) son emblemas solares, a juzgar por las
irrefutables pruebas que de ello encontramos. Knight (95) reproduce un dibujo
de San Agustín con la figura de un primitivo obispo cristiano en traje
probablemente idéntico al que él llevara. El palio episcopal es el signo
femenino en las ceremonias del culto religioso, y en el dibujo de San Agustín
está dicho palio adornado con cruces budistas y tiene la misma configuración de
la T egipcia, aunque levemente desviada en forma de Y. Sobre el particular
dice Inman:
El palo inferior de esta letra simboliza la
tríada masculina. La figura del obispo aparece con la mano derecha levantada y
el índice extendido, en la misma actitud de los sacerdotes asirios cuando
tributaban homenaje al bosque sagrado... Cuando el obispo lleva el palio en las
ceremonias del culto, representa la Tinidad en la Unidad, esto es, el Arba o
místico cuaternario (96).
El culto de la Virgen María es a todas luces
la sucesiva continuación del de Isis, cuyos sacerdotes al convertirse al
cristianismo conservaron las vestiduras con el sobrepelliz, la tonsura y el
celibato obligatorio, aunque por desgracia prescindieron de las frecuentes
abluciones.
King (97) describe el letrero que circuye una
doble imagen de Serapis e Isis, que aparece como sigue:
‘H KIPIA ICIC AI’NH
y significa:
INMACULADA ES NUESTRA SEÑORA ISIS
La misma advocación se aplicó después a la
Virgen María.
Dice también King:
Las Vírgenes Negras que se veneran en
algunas catedrales francesas (98) no son ni más ni menos que imágenes
basálticas de Isis, según ha demostrado su detenido examen (99).
ICONOGRAFÍA CRISTIANA
Ante el altar de Júpiter Ammón colgaban los
sacerdotes sonoras campanas de cuyo timbre colegían sus augurios (100). También
los sacerdotes budistas invocan a los dioses a toque de campana para que
desciendan sobre el altar (101). Por lo tanto, los cristianos aprendieron el
uso de las campanas (102) de los budistas tibetanos y chinos. El mismo origen
tienen los rosarios de cuentas que desde hace veintitrés siglos siguen usando
los monjes budistas (103).
Los egipcios tenían el sinónimo de nuestra
palabra monja con la misma significación actual, y todavía se conserva
intraducida la voz nonna en la terminología cristiana.
Los artistas prenoicos (104) de Babilonia
circuían de una aureola o nimbo la cabeza de las figuras humanas a quienes
querían tributar honores divinos, y este mismo nimbo reapareció siglos más
tarde en la iconografía cristiana. Las representaciones pictóricas de Isis y Krishna,
transmutadas después en María y Jesús (105), no son puramente astronómicas,
sino que simbolizan las divinidades masculina y femenina en conjunción análoga
a la del sol y la luna. Es la unión de la Tríada y la Unidad (106).
Y como es arriba, así es abajo y fuera y
dentro del simbolismo de la Iglesia cristiana, en cuyos ritos y ornamentos se
descubre el sello del exoterismo pagano. En el vasto campo de los conocimientos
humanos no hubo punto más ignorado de las gentes, o de propósito encubierto a sus
miradas, como el que señala cuanto a la antigüedad se refiere con su pasado
venerable y sus creencias religiosas estropeadas bajo los pies de la
posteridad, cuya ceguera confunde a los hierofantes y profetas, iniciados (mistoe)
y videntes (epoploe) con los adoradores del diablo. El sacerdote
cristiano, después de ataviarse con los despojos del vencido, le anatematiza
valiéndose de las mismas fórmulas, ritos y ceremonias aprendidos de labios del
anatematizado. La Biblia sirve de arma contra el pueblo cuya sagrada
Escritura fue durante siglos. El adepto pagano escucha maldiciones bajo el
mismo techo que presenció su iniciación, y el mono de Dios (107) recibe
exocista aspersión de agua bendita (108) de las manos que empuñan el mismo lituus
(109) de los antiguos augures.
Por parte del clero y vulgo de los cristianos
se advierte vergonzosa ignorancia y la despectiva soberbia que tan
valerosamente flageló el clérigo Gross contra el prejuicio de sus colegas al
decir:
La investigación es tarea inútil o criminosa
cuando hay deliberado intento de menoscabar las religiones antiguas... Tan sólo
este lamentable prejuicio pudo adulterar de tal manera la teología del
paganismo y contrahacer o, mejor dicho, caricaturizar su culto religioso. Hora
es ya de levantar la voz en vindicación de la verdad ultrajada y de que los
contemporáneos tengan más sentido común para no vanagloriarse hasta el punto de
creer que la razón es privilegio exclusivo de los tiempos modernos (110).32
TAUMATURGIA PAGANA
Todo esto denota la verdadera causa del odio
que los cristianos primitivos y medioevales sintieron hacia sus hermanos y
peligrosos émulos gentiles. Únicamente se odia lo que se teme. Los taumaturgos
cristianos, una vez rota toda relación con los Misterios de los templos y las
renombradas escuelas de magia a que San Hilarión alude ( 111), podían tener muy
pocas esperanzas de rivalizar con los taumaturgos paganos. Ningún apóstol
igualó en poder teúrgico a Apolonio de Tyana, excepto en las curaciones
hipnóticas (112). A este propósito, pregunta San Justino Mártir con evidente
zozobra:
¿Cómo es que los talismanes (...) de Apolonio
tienen poder sobre los elementos, pues, según vemos, aplacan la furia de las
olas y la violencia del viento y repelen las acometidas de las fieras? Mientras
que los milagros de Nuestro Señor Jesucristo se conocen tan sólo por tradición,
los de Apolonio son muy numerosos y tan evidentes que extravían a cuantos los
presencian (113).
A pesar de su perplejidad, acierta este autor
al atribuir la virtud taumatúrgica de Apolonio a su profundo conocimiento de la
ley reguladora de las simpatías y antipatías de la Naturaleza.
Incapaces los Padres de la Iglesia de negar
la evidente superioridad taumatúrgica de sus émulos, recurrieron al viejo pero
siempre eficaz procedimiento de la calumnia, y echaron en cara a los teurgos la
misma imputación de los fariseos a Jesús cuando le decían: Demonio tienes.
Los Padres repitieron Demonio tienes, frente a los teurgos paganos,
logrando que como artículo de fe prevaleciese acusación tan calumniosa. Los
actuales herederos de aquellos sofisticadores eclesiásticos achacan también a
obra del demonio la magia, el espiritismo y aun el hipnotismo, sin tomarse el
trabajo de leer a los autores antiguos. Ningún mojigato contemporáneo aventaja
a los iniciados de la antigüedad en abominar de los abusos a la magia.
No hubo ley medioeval ni la hay moderna más rigurosa en este punto que la de
los hierofantes, cuya justicia se mantenía inflexible contra los hechiceros que
conscientemente empleaban sus facultades en daño de la humanidad, al
paso que si bien expulsaban del sagrado recinto al hechicero inconsciente,
al poseído y al obseso, le cuidaban en los hospitales anexos al templo hasta
que recobraba la salud. Con arreglo a la ley, quedaban excluídos de los
Misterios el criminal convicto y el mago negro (114).
No necesita comentarios esta ley, que
mencionan cuantos autores trataron de la antigua iniciación. Es absurdo
suponer, como supuso San Agustín, que los neoplatónicos inventaran la
explicación de su doctrina, porque el mismo Platón, más o menos
encubiertamente, expone casi todas las ceremonias en su verdadero y sucesivo
orden. Los Misterios son tan antiguos como el mundo, y quienquiera que esté
versado en simbología puede seguir sus huellas hasta llegar a la época
prevédica de la India. En este país se le exige al candidato (vatu) la
virtud y pureza más excelentes antes de ser admitido a la iniciación, ya como
mero fakir, ya como purohita (sacerdote secular) o como sannyâsi (115).
Después de triunfar de las tremendas pruebas que preceden a la admisión en el
círculo interno de las criptas, el sannyâsi pasa su vida en el templo
entregado a la observancia de las ochenta y cuatro reglas y diez virtudes
prescritas a los yoguis. Dicen los libros indos de iniciación que “sin
practicar durante toda la vida las diez virtudes ordenadas por el divino Manú,
nadie puede ser iniciado en los misterios del consejo"” estas virtudes son
resignación (116), templanza, probidad, castidad, continencia (117), veracidad,
paciencia, conocimiento (118), sabiduría (119) y caridad. Estas virtudes han de
resplandecer en el verdadero yogui, y ningún adepto indigno (120) debe
deshonrar las filas de los iniciados ni un día siquiera. Verdaderamente es
preciso reconocer que el ejercicio de estas virtudes es de todo punto
incompatible con las obscenidades del culto diabólico y con cualquier finalidad
lasciva.
Uno de los principales objetos de la presente
obra es demostrar que en todas las religiones populares subyace la antiquísima
doctrina de sabiduría, una e idéntica, profesada prácticamente por los
iniciados de todos los países, únicos que comprendían su importancia. Por ahora
cae fuera de la posibilidad humana averiguar el origen de esta doctrina de
sabiduría, ni tampoco colegir la época de su plenitud. Sin embargo, basta el
simple examen para convencerse que fueron necesarios largos siglos para que
alcanzara la maravillosa perfección que revelan los remanentes de los distintos
sistemas esotéricos. Tan profunda filosofía, tan sublime código de moral y tan
concluyentes resultados prácticos no han podido derivarse de una sola
generación ni de una sola época.
EL SECRETO DE LA INICIACIÓN
Fue preciso que multitud de preclaros
entendimientos observaran fenómeno tras fenómeno en sucesivas inducciones para
eslabonar las verdades conocidas y sistematizar esta antigua doctrina, cuya
identidad en todas las religiones del pasado demuestra el común ritual de
iniciación, las castas sacerdotales bajo cuya custodia estuvieron las místicas
palabras de poder y las manifestaciones fenoménicas que, por su dominio sobre
las fuerzas naturales, denotaban la intervención de seres superiores al hombre.
Todo lo referente a los Misterios se celaba con riguroso sigilo en todas las
naciones, y todas castigaban con pena de muerte al iniciado de cualquier
categoría que divulgase los secretos recibidos. Así ocurría en los Misterios
báquicos, eleusinos, caldeos, egipcios y aun en los indos, de donde derivaron
los demás (121). También regía la misma 33
pena en la diversidad
de comunidades desgajadas del común tronco en diferentes épocas. La vemos
prescrita entre los esenios, gnósticos, neoplatónicos y rosacruces (122).
Más adelante aduciremos otras pruebas de esta
identidad de votos, fórmulas, ritos y doctrinas de las antiguas religiones, y
echaremos de ver que perdura hoy tan floreciente y activa como en todo tiempo
la secreta Fraternidad, cuyo sumo pontífice y hierofante (brahmâtma)
está todavía visible para quienes saben, aunque se le dé otro nombre, y
que su influencia se ramifica por el mundo entero.
Pero entretanto, volvamos a tratar del
primitivo período del cristianismo.
Clemente de Alejandría, con el rencoroso
fanatismo peculiar a los neoplatónicos renegados, pero muy extraño en tan culto
y sincero Padre de la Iglesia, tilda los Misterios de obscenos y diabólicos,
como si no supiera que todos los ritos y ceremonias externas tenían significado
esotérico (123).
Fuera absurdo juzgar a los antiguos desde el
punto de vista de la civilización contemporánea, y no es precisamente la
Iglesia la más indicada para arrojar contra ellos la primera piedra, pues según
afirman los simbologistas, sin que nadie pueda refutarlos, se apropió los
emblemas religiosos de la antigüedad en su aspecto más grosero. Si hombres tan
austeros como Pitágoras, Platón y Jámblico tomaban parte en los Misterios de
que con tanta veneración hablaron, cuadra muy mal que los críticos modernos los
juzguen a la ligera por sus manifestaciones exotéricas. Jámblico dice a este
propósito:
Las representaciones de los Misterios
acompañadas de pavorosa santidad, tenían por objeto deleitar la vista
para distraer de la mente todo mal pensamiento y librarnos así de pasiones
licenciosas (124).
Esta explicación basta para satisfacer a los
entendimientos no esclavos del prejuicio, según lo comprende Warburton al
añadir:
Los hombres más sabios y virtuosos del mundo
pagano afirman unánimemente que la institución de los Misterios, siempre pura
desde un principio, se proponía los más nobles fines por los medios más dignos
(125).
Aunque en las manifestaciones públicas de los
Misterios tomaban parte personas de toda condición y de ambos sexos, pues era
obligatoria la asistencia, muy pocos llegaban a recibir la primera iniciación y
menos todavía la final.
GRADOS DE INICIACIÓN
Proclo (126) nos informa de los diversos
grados de iniciación, diciendo:
El rito purificador (...) precede en orden al
de la primera iniciación (muesis), y ésta a la iniciación final (epopteia,
apocalipsis o revelación).
Theon de Esmirna (127) divide la iniciación
en cinco grados y dice sobre el particular:
El primer grado es el de previa purificación,
porque los Misterios no se comunican a cuantos desean conocerlos, pues hay
algunos a quienes el voceador (...) niega la admisión. Los admitidos han de
purificarse mediante ciertas prácticas que preceden a la iniciación... El
tercer grado es la epopteia o revelación. El cuarto confiere la dignidad
sacerdotal o hierofántica, cuyo símbolo es la coronación (128). El quinto grado,
consecuencia de los cuatro anteriores, es la amistad e íntima comunicación con
Dios (129).
Algunos autores dudan y los cristianos niegan
que los “paganos” pudieran lograr semejante “amistad y comunicación con Dios”,
pues afirman que únicamente los santos de la Iglesia católica son capaces de
elevarse a tan excelso estado. En cambio, los escépticos extienden la negación
a paganos y cristianos. Al cabo de largos siglos de materialismo religioso y
parálisis espiritual, es muy difícil si no imposible esclarecer este punto. Ya
no existen los atenienses que un tiempo se congregaban en la plaza pública de
Atenas ante el altar dedicado al “desconocido Dios”, y sus descendientes creen
que la desconocida Divinidad es el Jehovah hebreo. A los divinos éxtasis de los
primitivos cristianos han sucedido visiones de índole más adecuada a la
civilización y progreso de los tiempos. La figura de Jesús es hoy menos
fulgurante (130) que la del “Hijo del Hombre”, a quien los primitivos
cristianos representaban descendiendo del séptimo cielo sobre nubes de gloria,
rodeado de ángeles y serafines.
Desde el grandioso concepto que de la
Divinidad inmanifestada tuvieron los antiguos adeptos, hasta las grotescas
representaciones de Aquel que murió en la cruz por amor a los hombres, han
transcurrido largos siglos, cuya pesadumbre parece haber extinguido en el
corazón de los cristianos todo sentimiento religioso puramente espiritual. No
es maravilla, pues, que los cristianos nieguen a los paganos la posibilidad de
“unirse y comunicarse amistosamente con Dios”, según nos dice Proclo, y que por
otra parte tengan los materialistas por quimérica esta aseveración, aunque, no
obstante negarla, denotan menos impiedad y ateísmo que muchos clérigos.
Pero si bien ya no existen los Misterios
eleusinos, todavía hay un pueblo muy anterior a los orígenes de Grecia donde
perdura el ejercicio de las facultades llamadas sobrehumanas, tal como las
ejercitaron sus 34
antepasados siglos
antes de la guerra de Troya. Este pueblo es la India, hacia la que debieran
convertir su atención los filósofos y psicólogos occidentales, que en su mayor
parte ni sospechan siquiera las profundidades de la secreta filosofía indica.
Los orientalistas tratan con petulante aire de superioridad cuanto se refiere a
la metafísica de los indos, como si la mente europea fuese la única capaz de
pulir el bruto diamante de las antiguas obras sánscritas y separar lo bueno de
lo malo en provecho de la posteridad. Así disputan los orientalistas unos con
otros acerca de las externas formas de expresión, sin la menor idea de las
supremas y vitalísimas verdades que encubren a la comprensión de los profanos.
Dice sobre esto Jacolliot:
Por regla general, los brahmanes pertenecen a
la categoría de grihasthas (131) o purohitas (132), es decir, del primer
grado de iniciación, que no obstante poseen facultades educidas hasta un punto
desconocido en Europa. En cuanto a los iniciados de segundo y tercer grado,
afirman que no tienen limitación de tiempo ni espacio, y ejercen dominio sobre
la vida y la muerte... Pero a estos iniciados no se les ve jamás ni siquiera en
el interior de los templos, excepto en la solemne fiesta lustral del fuego.
Entonces aparecen a media noche sobre una tribuna levantada en el centro del
sagrado estanque, como espectros que con sus conjuros iluminan el espacio. En
su torno se eleva una refulgente columna de luz que abarca de la tierra al
cielo, mientras extraños sonidos cruzan el aire y seiscientos mil indos
llegados de todos los ámbitos del país se tienden de bruces en el suelo e
invocan los espíritus de sus antepasados (133).
La racionalista filiación de Jacolliot nos
asegura que no dice en su obra ni más ni menos de lo que vio por sí mismo, y
así lo corroboran otros escépticos. En cambio, los misioneros, después de pasar
media vida en el país del “culto diabólico”, como llaman a la India, o bien
niegan maliciosamente cuanto no les conviene, aunque les conste su certeza, o
bien atribuyen ridículamente al “diablo” la operación de fenómenos más
prodigiosos todavía que los “milagros” de la época de los apóstoles.
SINCERIDAD DE LOS FAKIRES
No obstante su “empedernido racionalismo”,
según él lo llama, se ve precisado Jacolliot a confesar la autenticidad de
cuantos prodigios describe, y la sincera actuación de los fakires a cubierto de
toda impostura, diciendo (134):
Jamás eché de ver en los fakires ni el más
leve intento de fraude... Sin titubear confieso que ni en la India ni en Ceilán
encontré a un solo europeo, por larga que fuese su permanencia en el país,
capaz de explicar el procedimiento empleado por los fakires en la operación de
estos fenómenos... A pesar de mis diligentes indagaciones entre los purohitas,
muy poco pude averiguar respecto de los invisibles iniciados de los templos...,
y aun al leer los libros religiosos, tropecé con misteriosas fórmulas y
combinaciones de letras mágicas cuyo sentido me fue imposible descubrir.
No es extraño que ningún europeo residente en
India fuese capaz de explicarle a Jacolliot el procedimiento empleado por los
fakires, cuando él mismo fracasó en el empeño, no obstante las favorables
coyunturas que se le ofrecieron para conocer de primera mano los ritos y
doctrinas de los brahmanes.
Aunque los fakires no pueden pasar más allá
del primer grado de iniciación, son los únicos intermediarios entre los
profanos y los iniciados de categoría superior, que rarísimas veces cruzan los
dinteles de sus sagradas viviendas. Estos “silenciosos hermanos” se llaman
yoguis fukara; y ¿quién sabe si tienen mayor intervención que los mismo
pitris en los fenómenos psíquicos de los fakires tan gráficamente descritos por
Jacolliot? ¿Quién sabe si el fluídico espectro del brahmán visto por Jacolliot
era el doble etéreo de uno de estos misteriosos sannyâsis?
Pero oigamos al mismo Jacolliot en el
siguiente relato:
Un momento después de la desaparición de las
manos, prosiguió el fakir recitando con mayor fervor los mantras, cuando una
nube parecida a la primera, pero de tinte más intenso y más opaca, vino a
cernerse sobre el brasero que a instancias del indo había yo alimentado
constantemente con ascuas de carbón. Poco a poco fue tomando la nube forma
humana, y distinguí el espectro o fantasma, no sé cómo llamarlo, de un viejo
brahmán que se arrodilló junto al brasero. Llevaba en la frente los atributos
de Vishnú y ceñía el triple cordón privativo de los iniciados de la casta
sacerdotal. Juntaba las manos sobre la cabeza como durante el sacrificio, y
movía los labios cual si orase. A poco, tomó una pizca de polvo perfumado y lo
echó en las brasas. Debía de ser un compuesto de mucha eficacia, porque al
instante se levantó una espesa humareda que llenó los dos aposentos.
Luego de disipado el humo advertí que el
espectro me tendía su vaporosa mano, y al estrecharla a modo de saludo, noté
con asombro que daba la sensación de caliente y viva aunque ósea y dura.
Entonces exclamé: ¿Fuiste verdaderamente habitante de este mundo? Apenas hecha
la pregunta, apareció y desapareció alternativamente en el pecho del espectro
la palabra AM (sí), escrita en caracteres luminosos de aspecto fosforescente.35
-¿Me dejarás algo en
recuerdo de tu visita?- volví a preguntarle.
El espectro se desciñó el triple cordón y me
lo dio, al propio tiempo que se desvanecía de mi vista (135).
En apoyo de este fenómeno, tenemos el pasaje
siguiente:
¡Oh Brahma! ¿Qué misterio es éste que ocurre
todas las noches?... Echado en la estera, con los ojos cerrados, el cuerpo se
pierde de vista y el alma vuela a conversar con los pitris. Vela por ella, ¡oh
Brahma!, cuando abandona el yacente cuerpo y se cierne sobre las aguas para
cruzar la inmensidad de los cielos y penetrar en los obscuros y misteriosos
rincones de los valles y selvas del Hymavat (136).
CARACTERÍSTICAS DE LOS FAKIRES
Los fakires adscritos a un templo particular
obran siempre por mandato. Ninguno, excepto los que han alcanzado
extraordinaria santidad, está libre de la dirección del gurú o maestro
que le inició en las ciencias ocultas, a cuya influencia no puede substraerse
por completo, como les sucede a los sujetos de hipnotizadores europeos. Después
de dos o tres horas de solitaria oración y meditación en el recinto interno del
templo, queda el fakir psíquicamente fortalecido y dispuesto a operar
maravillas mucho más variadas y sorprendentes, porque el maestro ha puesto
las manos en él y se siente fuerte.
La autoridad de los libros sagrados induistas
y budistas demuestra que siempre hubo honda diferencia entre los adeptos
superiores y los sujetos puramente psíquicos, como por la mayor parte son los
fakires, a quienes hasta cierto punto se les puede tener por médiums, pues
aunque estén hablando siempre de los pitris, por ser sus divinidades
protectoras, conviene dilucidar, según luego veremos, la cuestión de si los
pitris son o no son espíritus desencarnados pertenecientes a nuestra actual
raza humana.
Decimos que el fakir tiene determinadas
características del médium, porque está bajo la directa influencia hipnótica de
un adepto encarnado, o sea de su sannyâsi o gurú, y cuando éste muere pierde el
fakir todo su poder, a menos que le haya transmitido antes de morir el
necesario acopio de energía psíquica. Si los fakires no fuesen sujetos
hipnóticos de los adeptos, ¿por qué habría de negárseles el derecho de recibir
el segundo y tercer grados de iniciación? En el transcurso de su vida dan
prueba muchos fakires de abnegación personal y rectitud de conducta hasta
puntos del todo inconcebibles para los europeos, que tiemblan al solo
pensamiento de las horribles torturas que por su propia mano se infligen. Pero
por muy abroquelado que esté el fakir contra la humillante influencia de las
entidades ligadas a la tierra, y por mucha que sea la eficacia del bambú de
siete nudos recibido de su gurú, vive en el mundo de la materia y el pecado y
es posible que las magnéticas emanaciones del vulgo contaminen su alma, todavía
no dueña de sí misma, facilitando con ello la actuación de entidades extrañas.
No es posible, por lo tanto, comunicar los pavorosos misterios e inestimables
secretos de la iniciación a quien no esté seguro de dominarse a sí mismo en
toda circunstancia, pues no sólo arriesgaría la seguridad de lo que a toda
costa debe librarse de la profanación, sino que su mediumnímica
irresponsabilidad pudiera quitarle la vida por cualquiera indiscreción
involuntaria.
La misma ley vigente en los Misterios
eleusinos antes de la era cristiana prevalece hoy en la India. Además de
dominarse a sí mismo, debe el adepto dominar también a las entidades
inferiores, es decir, a los elementales y entidades ligadas a la tierra que pudieran
ejercer influencia en el fakir. Algunos arguyen en contra, diciendo que ni los
adeptos ni los fakires tienen de por sí poder ninguno, sino que operan por
virtud de espíritus desencarnados. Pero cabe redargüir en este caso, apoyados
en la autoridad del Código de Manú, el Atharva Veda y otros
libros sagrados cuyo texto no desconocen los adeptos ni los fakires, así como
tampoco ignoran el significado de la palabra pitris.
Dice el Atharva Veda:
Todo cuanto existe está bajo el poder de los
dioses. Los dioses están bajo el poder de los conjuros mágicos. Los conjuros
mágicos están bajo el poder de los brahmanes. Así, los dioses están bajo el
poder de los brahmanes.
Por paradójico que esto parezca, tal resulta
en la realidad de los hechos para explicar a cuantos no posean la clave (137)
por qué el fakir queda relegado a la primera e ínfima iniciación, cuya superior
categoría corresponde a los sannyâsis, adeptos o hierofantes del antiguo
Consejo supremo de los Setenta.
NATURALEZA DE LOS PITRIS
Además, el Libro de la creación de Manú o
Génesis índico, dice que los pitris son los antecesores lunares de la actual
raza humana, que difieren de nosotros y no se les puede llamar “espíritus
desencarnados” en el sentido que los espiritistas dan a esta frase. Prueba de
ello tenemos en el siguiente pasaje:
Después los dioses crearon a los yakshas,
rakshasas, pishâchas (138), gandharvas (139), apsaras, asuras (140), nagas,
sarpas, suparnas (141) y pitris o antecesores lunares de la raza humana
(142).36
Por lo tanto, tenemos
que los pitris son espíritus de linaje correspondiente a la jerarquía
mitológica, o mejor dicho, a la nomenclatura cabalística, y deben quedar
comprendidos entre los genios benéficos (143) o dioses menores. Cuando el fakir
atribuye al poder de los pitris los fenómenos que opera, da a entender con ello
lo mismo que los antiguos teurgos al atribuir sus prodigios a la intervención
de las entidades elementales o espíritus de la Naturaleza subordinados a la
voluntad del que sabe (144).
Tanto los brahmanes como los fakires tendrían
por blasfemia que alguien les supusiera en comunicación con los difuntos, pues
esta suprema dicha está reservada a los sannyâsis, gurús y yoguis, según vemos
en el siguiente pasaje:
Mucho antes de que finalmente desechen sus mortales
vestiduras, las almas de quienes practicaron austeramente el bien, como las de
los sannyâsis y vanaprasthas, adquieren la facultad de conversar con las almas
que las precedieeron en el Swarga (145).
En este solo caso se entiende por pitris los
egos residentes en el plano mental que únicamente podrán comunicarse con los
mortales cuya aura sea tan pura como la suya, y respondan por ello a piadosas
invocaciones (kalassa) sin riesgo de mancillar su pureza. Cuando el
adepto logra el estado de sayadyam (146) y subyuga por completo la
materia, puede comunicar libremente a todas horas con los espíritus
desencarnados que progresivamente se encaminan hacia el Paramâtma.
No es extraño que los Padres de la Iglesia se
enojen al oír hablar de los ritos paganos, por cuanto se arrogan para sí y para
los suyos el título de amigos de Dios, equivalente al de santos, que tomaron de
la terminología de los templos. Su ignorancia no les permitió describir sus
visiones beatíficas con la galana belleza de los clásicos del paganismo, como,
por ejemplo, Proclo y Apuleyo al relatar lo poco que pudieron de la iniciación
final con tan brillantes imágenes que ofuscan las narraciones relativas a los
ascetas cristianos, cuyo plagio es notorio, no obstante sus pretensiones de
originalidad (147).
Prescindiendo de que la Iglesia cristiana y
más particularmente los católicos irlandeses, han conservado muchos ritos y
costumbres antiguos de aparente obscenidad, examinemos las obras de Taylor, el
denodado campeón de las religiones antecristianas (148), que empleó su vida en
la rebusca de antiguos manuscritos originales de iniciados, para corroborar en
ellos su concepto personal de los Misterios.
Por la confianza que los autores del
paganismo clásico nos merecen, podemos asegurar que no debió de parecer a los
cristianos tan ridículamente licencioso el culto pagano como les parece a los
críticos modernos, pues durante la Edad Media y algún tiempo después, adoptaron
los ritos y ceremonias de las antiguas religiones sin comprender su interno significado,
y satisfaciéndose con las incongruentes o más bien fantásticas interpretaciones
del clero, que admitía la forma exotérica y adulteraba el sentido esotérico de
las ceremonias culturales. Justo es reconocer que, desde hace muchos siglos, el
bajo clero cristiano, a quien no le está permitido escudriñar los misterios
del reino de Dios ni interpretar las enseñanzas de la Iglesia, no tiene ni
la más remota idea del simbolismo religioso; pero no sucede lo mismo respecto
del Sumo Pontífice y de los magnates eclesiásticos, pues si bien estamos de
acuerdo con Inman en que difícilmente cabe creer que los clérigos con cuya
licencia se publicaron ciertas obras (149), fuesen tan ignorantes como los
modernos ritualistas, en cambio, no convenimos con el mismo autor en que si los
clérigos hubiesen conocido el verdadero significado de los símbolos, no los
hubiesen adoptado, pues al eliminar del culto católico todo lo referente al
sexo y al culto de la Naturaleza, suprimiríamos el de las imágenes y nos
aceercaríamos a la reforma protestante.
EL DOGMA DE LA INMACULADA
Este secreto motivo tuvo la declaración del
dogma de la Inmaculada. La simbología comparada progresaba rápidamente por
entonces, y era preciso que la fe en la infalibilidad del Papa y en la pureza
original de la Virgen y de sus antepasados en línea femenina hasta cierto
grado de parentesco, resguardasen a la Iglesia de las indiscretas
revelaciones de la ciencia. La definición de este dogma fue un hábil ardid del
Vicario de Cristo, que al “conferir tal honor” a la Virgen, como ingenuamente
dice Pascale de Franciscis, la ha convertido en olímpica diosa que, incapaz de
pecar por naturaleza, carece del mérito de la virtud personal; y precisamente
por esta carencia de merecimiento fue escogida entre todas las mujeres, según
nos enseñaron a creer en la infancia. Pero si el Papa desposeyó a María de todo
merecimiento personal por su pureza, en cambio, presume haberla dotado con un
atributo físico del que no participan las demás diosas vírgenes. Con todo, este
nuevo dogma, al que posteriormente se añadió el de la infalibilidad pontificia
y que ha revolucionado el mundo cristiano, tampoco es privativo de la Iglesia
de Roma, sino que es un retroceso a la ya casi olvidada herejía de los
coliridianos, que en los primeros tiempos del cristianismo ofrecían a María sacrificios
de tortas por creer que había nacido sin mancha de pecado (150). Por
lo tanto, la nueva jaculatoria: “¡Oh María!, sin pecado concebida”, es póstuma
aceptación de la blasfema herejía condenada en un principio por la
ortodoxia de los Padres.
Fuera inferir agravio a la erudición y
maquiavelismo de los papas y sus dignatarios suponerles ignorantes del
significado de los símbolos religiosos. Fuera olvidar que los agentes de Roma
salvaron por medios de jesuítico artificio cuantos obstáculos les embarazaban
el camino. Los misioneros de Ceilán sobresalieron en la política de adaptación
al medio ambiente; pues, según afirma el erudito e idóneo abate Dubois (151),
sacaban procesionalmente las imágenes de Jesús y la Virgen en la misma carroza
del Juggernauth (152), en la que los 37
“perversos paganos”
llevan el lingham de Siva, e introdujeron las danzas brahmánicas en las
ceremonias culturales, al propio tiempo que daban representación cristiana a
los conceptos induistas de Nara (padre), Nari (madre) y Viradj
(hijo).
Dice Manú:
El Soberano Señor que existe por sí mismo
divide su cuerpo en dos mitades, masculina y femenina. De la unión de estos dos
principios nació Viradj, el Hijo (153).
Los Padres de la Iglesia no ignoraron de
seguro el significado material de estos símbolos, pues bajo este aspecto los
pusieron al alcance del inculto vulgo; pero como ninguno de ellos, excepto el
apóstol Pablo, estuvo iniciado en los Misterios, nada sabían de cierto en lo
concerniente al verdadero significado de los ritos (154), aunque todos tuvieron
motivo de sospechar su oculto simbolismo.
CAÍDA DEL ALMA
Aun dando por supuesto que en los Misterios
menores o iniciación preliminar (aporreta) se llevasen a cabo algunas
ceremonias (155) ofensivas al pudor de los cristianos recién conversos, su
m´çistico simbolismo hubiera bastado a desvanecer toda sospecha de obscenidad
(156).
Dice Píndaro:
Bienaventurado el que ha visto los ordinarios
negocios del mundo inferior, pues así sabe cuál es el fin de la vida que en
Júpiter tiene su origen.
Prevalido de la autoridad de varios
iniciados, dice Taylor:
Las representaciones dramáticas de los
Misterios menores tuvieron desde un principio por objeto significar
encubiertamente la condición del alma encarnada en el cuerpo físico, donde
sufre la muerte hasta que la liberta la sabiduría.
El cuerpo es cárcel y sepulcro del alma,
pues, como afirma Platón, y con él algunos Padres de la Iglesia, el alma recibe
su castigo en la unión con el cuerpo. Tal es la doctrina básica de los
budistas y también de muchos induístas.
Sobre esto dice Plotino:
Cuando el alma cae en la generación desde su
estado casi divino, participa del mal y desciende a una condición distantemente
opuesta a su primitiva integridad y pureza, hasta quedar completamente sumida
en el negro lodazal (157).
Esta misma enseñanza dio Gautama el Buddha.
Si hemos de creer a los antiguos iniciados,
forzoso nos será admitir la interpretación que dieron a los símbolos, sobre
todo si vemos que coincide con las enseñanzas de los más preclaros filósofos
hasta el punto de representar la misma idea que los actuales Misterios de
Oriente.
Demeter era el símbolo del vehículo astral
que, no obstante su naturaleza sutil, se contaminaba con la materia a través de
sucesivas evoluciones espirituales. De este símbolo podemos inferir el de la
matrona Baubo, la hechicera que para adaptar el alma (Demeter) a su nueva
situación se ve precisada a tomar forma infantil. Baubo es el cuerpo físico que
proporciona al alma el único medio capaz de acostumbrarla a su terrena cárcel,
previo el paso por la inocencia infantil. Hasta el momento de encarnar, Demeter
o Magna mater (el alma) duda, vacila y se acongoja; pero en cuanto prueba
el bebedizo preparado por la hechicera Baubo, calma su ansiedad y se infunde en
el infantil cuerpo, donde durante algún tiempo pierde la conciencia de su
precedente estado mental, que ha de recobrar tras nueva lucha iniciada con el
uso de razón. El alma se halla entonces entre la materia (cuerpo físico) y el
âtma o espíritu inmortal (nous). ¿Quién vencerá? La tríada superior
recibirá el resultado de la batalla de la vida. Si prevalecen los placeres
materiales con sus correspondientes abusos, a la muerte del cuerpo físico
seguirá la desintegración del astral; pero, en caso contrario, si prevalece la
naturaleza superior, en vez de desintegrarse el cuerpo astral se unirá con el
supremo principio de la tríada superior, único capaz de conferirle la inmortalidad.
Entonces conoce el hombre las divinas verdades del más allá de la vida antes de
la muerte del cuerpo. Los semidioses abajo; los dioses arriba.
Tal era el principal objeto de los Misterios
que algunos simbologistas modernos ridiculizan y la teología nos representa de
índole diabólica. La imputación de falsedad y locura contra puros y sabios
hombres de la antigüedad y la Edad Media proviene de ignorar o no creer en las
potenciales facultades que todo hombre lleva inherentes y que puede educir en
muy superior grado, hasta llegar a ser un hierofante, para educirlas después en
cuantos se sometan al mismo régimen disciplinario. Los hierofantes apenas
insinuaron lo que vieron en su última hora terrena; pero Pitágoras, Platón,
Plotino, Proclo y muchos otros aseveraron la insinuación.38
Ya en el recinto
interno del templo, ya por el particular estudio de la teurgia o por la austera
espiritualidad de su vida, todos los iniciados adujeron en sí mismos evidente
prueba de la posibilidad que tiene todo hombre de ganar la vida eterna tras
ruda pelea en la vida temporal.
SUBLIMIDAD DE LA EPOPTEIA
Platón alude vagamente a la epopteia o
revelación final, diciendo:
Una vez iniciado en los Misterios que a todos
superan por lo sagrados, me vi libre de males a que de otro modo hubiera estado
expuesto en lo futuro. También por esta divina iniciación pude contemplar
benditas visiones en el seno de la pura luz (158).
Este pasaje demuestra que los iniciados
poseían la facultad de ver entidades espirituales; y según acertadamente
observa Taylor, se colige de otros pasajes análogos de las obras escritas por
los iniciados, que lo más sublime de la epopteia consistía en la
contemplación de los dioses (159) rodeados de refulgente luz. Inequívoca prueba
de ello nos da el siguiente pasaje de Proclo:
En todas las iniciaciones y ceremonias de los
Misterios se aparecen los dioses en diversidad de formas y variedad de
aspectos, todos ellos luminosos, con resplandor que de la propia figura emana,
y toma unas veces contornos humanos y otras asume configuración distinta (160).
Para demostrar de nuevo la identidad de las
doctrinas esotéricas del mazdeísmo con las de los filósofos griego, citaremos
el siguiente pasaje del Desatir o Libro de Seth:
Todo cuanto en la tierra existe es sombra y
semejanza de lo que en la esfera existe. Mientras el resplandeciente prototipo
espiritual no muda de condición, tampoco muda su sombra. Pero cuando el
resplandeciente se aleja de su sombra, también la vida se aleja a igual
distancia de la sombra. Sin embargo, el resplandeciente no es sino la sombra de
algo todavía más resplandeciente (161).
Las afirmaciones de Platón corroboran nuestra
creencia de que los Misterios de la antigüedad pagana eran idénticos a la
actual iniciación de los adeptos, induistas y budistas, cuyas beatíficas y
verdaderas visiones no son resultado de trances o éxtasis mediumnímicos,
sino de la disciplinada y gradual educción de las internas facultades a través
de sucesivas iniciaciones. Los mystoe (iniciados) intimaban con los
“dioses resplandecientes” o “místicas naturalezas”, según Proclo los llama. Así
lo confirma Platón al decir:
Me veía puro e inmaculado en cuanto quedaba
libre de esta vestidura que nos envuelve, llamada cuerpo, a la que estamos en
la tierra adheridos como la ostra a la concha (162).
Tenemos, por lo tanto, que la enseñanza de
los pitris planetarios y terrestres sólo se revelaba enteramente en la antigua
India, lo mismo que ahora, en el último grado de iniciación. Muchos fakires de
irreprensible conducta y pura abnegada vida no han podido ver la forma astral
de un pitar humano o antepasado terrestre, sino en el supremo instante
de la iniciación cuando el gurú le entrega el bambú de siete nudos como
insignia de su nueva dignidad. Entonces ve cara a cara a la desconocida entidad,
a cuyos pies se postra; pero no recibe el poder de evocación, porque éste es el
supremo misterio de la sagrada sílaba AUM (163), símbolo de la trínica
individualidad humana, además de serlo también de la abstracta Trinidad védica.
Cuando el Ego o trínica individualidad anticipa transitoriamente en el momento
de la iniciación aquella unidad que ha de lograr al vencer a la muerte,
entonces se le permite al iniciado vislumbrar su Ego futuro (164).
GRADOS DE COMUNICACIÓN
Dice Vrihaspati que en la antigua India
estaba prohibido, bajo pena de muerte, revelar al vulgo el misterio de la
Tríada. Tampoco era lícito revelarlo en Eleusis y Samotracia, ni en la
actualidad, pues debe seguir siendo un misterio confiado a los adeptos,
mientras la ciencia materialista lo tenga por quimérico y la teología dogmática
por diabólico.
La comunicación subjetiva con las entidades
humanas de índole divina que nos han precedido en el logro de la
bienaventuranza, comprende en la India tres grados; conviene a saber: presenciente,
auditivo y volitivo.
Bajo la dirección espiritual del gurú o
sannyâsi, el neófito (vatu) acaba por tener el incipiente presentimiento
de las entidades espirituales. Si no estuviese dirigido por un adepto,
quedaría a merced de las entidades inferiores por no saber distinguirlas de las
superiores. ¡Felix el sensitivo que sabe espiritualizar su ambiente!
Al cabo de algún tiempo progresa el neófito
hasta el segundo grado de comunicación en que adquiere la clariaudiencia (165)
y oye las voces del mundo superior; pero como todavía no es capaz de discernir,
necesita quien le enseñe a precaverse de las astutas entidades maléficas del
aire, que tratarían de engañarle con falaces voces si no estuviera protegido
por la influencia del gurú, que le pone en condiciones de consagrarse a los
puros y celestiales pitris humanos.39
En el tercer grado,
el candidato presiente, oye y ve al mismo tiempo y puede determinar a voluntad
el reflejo de los pitris en la luz astral. Todo dependen de sus
facultades psíquicas e hipnóticas, que a su vez están en función de la
voluntad. Sin embargo, el fakir nunca llegará a dominar el akâsa (el
principio de vida espiritual y omnipotente agencia de todo fenómeno) en el
mismo grado que los adeptos, pues los fenómenos operados por la voluntad de
estos últimos no sirven para embobar a los mirones en la plaza pública.
Los dogmas fundamentales de la religión de
Sabiduría, que constituyen la base de todas las religiones culturales son:
unidad de Dios, inmortalidad del espíritu y salvación por los personales
merecimientos de las buenas obras. Estos dogmas alientan en el induismo,
budismo y mazdeísmo, así como también en el antiguo sabeísmo, pues si dejamos
la adoración del sol a la ignorancia del vulgo, veremos que dicen los Libros
de Hermes:
El pensamiento se ocultaba tras el silencio y
obscuridad del mundo... Después, el Señor que existe por Sí mismo y no puede
percibir los sentidos externos del hombre, disipó las tinieblas y puso de
manifiesto el mundo objetivo.
Por otra parte, corroboran esta enseñanza los
siguientes pasajes:
Aquel que sólo el espíritu puede percibir y
nadie puede comprender, que escapa a los órganos del sentido y no tiene partes
visibles y es eterno y el alma de todos los seres, desplegó su propio esplendor
(166).
Tal es el concepto que de la suprema
Divinidad tuvieron siempre los filósofos indos.
En cuanto a la inmortalidad del espíritu, nos
dice Manú:
El principal deber es adquirir la ciencia del
alma suprema (el espíritu), porque es la única ciencia capaz de conferir la
inmortalidad (167).
Después de esto, ya no pueden afirmar los
eruditos que el nirvana de los budistas y el moksha de los
induistas equivalgan a la total aniquilación, interpretando torcidamente este
pasaje:
Quien reconoce el alma suprema en su propia
alma y en la de todos los seres, y con todos obra en justicia sean hombres o
animales, alcanza la suprema felicidad de quedar absorbido en el seno de Brahma
(168).
El concepto que del moksha y el nirvana
tiene la escuela de Max Müller no resiste la confrontación con los
numerosos textos que lo refutan, aparte de la documentación escultórica de
muchas pagodas que abiertamente lo contradice. Si le preguntáis a un brahmán el
significado de moksha a un budista el del nirvana, ambos
responderán que simbolizan la inmortalidad del espíritu, o sea aquel estado en
que el espíritu individual se identifica con el Espíritu universal (169), de
suerte que se convierte en parte integrante del Todo, pero sin
perder su conciencia individual. En tan inefable estado, el espíritu del hombre
que lo alcanza vive exento del temor a las modificaciones de la forma, pues
queda definitivamente emancipado aun de las más sutiles formas de la materia.
ÍNDOLE DE LAS VISIONES
La palabra absorción debe tomarse, por
lo tanto, en el sentido de unión íntima o identificación y no
como aniquilación, puesto que induistas y budistas creen en la inmortalidad del
espíritu. Vemos, pues, cuán sin razón les llaman idólatras los cristianos, a
pesar de las recientes versiones de los libros sagrados de la India, y la
manifiesta injusticia que cometen al tildar de disparatada la filosofía
oriental y de orates a sus expositores. Con mayor razón podríamos acusar de nihilistas
a los hebreos, pues ni en el Pentateuco ni en profeta alguno hay
pasaje ni versículo de cuyo sentido literal se infiera con toda evidencia la
inmortalidad del espíritu; y sin embargo, todo fervoroso judío espera reposar
después de la muerte en el seno de Abraham.
Se inculpa a los hierofantes de administrar a
los candidatos en el acto de la iniciación ciertas pócimas o bebedizos
anestésicos, que producen visiones anteriormente referidas. Ciertamente,
emplearon y aun emplean bebidas sagradas como el Soma, con eficacia
bastante para permitirle al candidato la temporánea actuación en el cuerpo
astral; pero en estas visiones no hay ni más ni menos falacia que la que pueda
haber en la observación del mundo infinitesimal con auxilio del microscopio. No
es posible comunicarse conscientemente ni conversar con un espíritu puro
mediante los sentidos físicos, pues sólo de espíritu a espíritu cabe la
comunicación espiritual, de modo que se vean y hablen los espíritus; y aun el
mismo cuerpo astral es demasiado grosero y tan contaminado está de materia
física, que no puede percibir ni vislumbrar al espíritu.
El ejemplo de Sócrates nos representa los
peligros de la mediumnidad ineducada. El célebre filósfo era médium de
nacimiento y tenía por consejero a un espíritu familiar (daimonia) que al fin
causó la muerte de su poseído (170). Es común sentir que Sócrates no solicitó
jamás la iniciación en los Misterios pero los Anales sagrados nos dicen
que no se le pudo admitir en los ritos por impedírselo su mediumnidad, pues la
regla de los Misterios prohibía la admisión de cuantos deliberadamente
profesaran la hechicería (171) o tuviesen espíritu familiar. Esta regla era
justa y lógica, porque todo médium es más o menos irresponsable (172) y
forzosamente 40
pasivo, que se deja
gobernar por su guía sin atender a ninguna otra regla ni autoridad. Todo médium
cae en trance al antojo de la entidad posesora, y por lo tanto no era posible
confiar a un médium los secretos de la epopteia, cuya revelación estaba penada
de muerte. El viejo filósofo dejóse arrebatar en un momento de descuido por la
inspiración de su familiar, y reveló inaprendidos conceptos que sus
compatriotas creyeron ateísticos y, en consecuencia, le condenaron a muerte.
Ante el ejemplo de Sócrates no cabe afirmar
con verdad que los videntes y taumaturgos iniciados en los Misterios del
recinto interior fuesen médiums por el estilo de los espiritistas. No lo fueron
Pitágoras ni Platón ni Jámblico ni Longino ni Proclo ni Apolonio de Tyana,
porque, de serlo, no se les hubiera admitido a la iniciación en los Misterios
(173). Las facultades espirituales de los iniciados eran propias de su
ministerio sacerdotal, y la inquebrantable creencia de toda la antigüedad en
estas facultades, muchísimo antes de aparecer la escuela neoplatónica,
demuestra que, en contraposición de las mediumnímicas, puede educir el hombre
facultades muy superiores con auxilio de una misteriosa ciencia que muchos
discuten y pocos conocen.
El uso de estas facultades aviva en el hombre
el anhelo de morar en su verdadera patria y de alcanzar la vida futura, con la
vehemente aspiración de identificarse con el Yo superior. El abuso de las
mismas facultades extravía al hombre por los yermos de la hechicería, brujería
o magia negra.
Equidistante del adepto y el hechicero está
el médium, cuyos inconsistentes vehículos dan materia a propósito para que de
ellos se valgan como de instrumentos fenoménicos, ya los adeptos, ya los
hechiceros, según el ambiente de atracción que hay formado por las
circunstancias de su vida o por las condiciones de su herencia física y mental.
En el primer caso será su destino una bendición, pero en el segundo será un
precito hasta que se purifique de la terrena escoria.
El sigilo en que siempre se mantuvieron los
Misterios (174) obedecía a dos razones principales: la pena de muerte infligida
a quien los quebrantara y las dificilísimas pruebas que tenía que sufrir el
candidato antes de la iniciación final, con riesgo de perder el juicio. Pero a
ninguno se exponía, quien, por haber espiritualizado su mente, estaba prevenido
contra todo linaje de visiones terroríficas. Nada ha de temer quien esté
plenamente convencido del poder de su inmortal espíritu y ni por un momento
dude de su omnímoda protección; pero ¡ay del candidato que por el más leve
temor, hijo enfermizo de la materia, pierda la fe en la invulnerabilidad de su
espíritu! Sentenciado está quien carezca de la suficiente preparación moral
para recibir la carga de tan terribles secretos.
LOS TANAÍMES DEL TALMUD
El Talmud relata la leyenda de los cuatro
tanaímes que entraron en el jardín de delicias (175). Dice así:
Según nos enseñan nuestros santos maestros,
los cuatro que entraron en el jardín de delicias fueron: Ben Asai, Ben Zoma,
Acher y el rabino Akiba.
Ben Asai miró y cegó.
Ben Zoma miró enloqueció.
Acher estropeó las plantaciones (176).
Pero Akiba que había entrado en paz, salió
también en paz, porque el Santo, cuyo nombre sea bendito, dijo: "Este
anciano es digno de servirme con gloria”.
Según apunta Franck en su Kábala, los
rabinos de la sinagoga, eruditos comentadores del Talmud, interpretan el
jardín de delicias como la misteriosa ciencia de tan abstrusa profundidad que debilita
la mente con riesgo de llevar a la locura.
Nada ha de temer el puro corazón que emprende
el estudio de esta ciencia con propósito de perfeccionarse y alcanzar más
rápidamente la prometida inmortalidad. Quien ha de temblar es el que toma dicho
estudio con el deseo puesto en logros mundanos. Este último nunca podrá
resistir las cabalísticas invocaciones de la suprema iniciación.
De la propia manera que los comentadores
tendenciosos vituperan las ceremonias de los Misterios antiguos, podrían
vituperar las licenciosas ceremonias de las mil y una sectas del primitivo
cristianismo. Pero no merecen los Misterios antiguos tal vituperio de los
teólogos cristianos, si se tiene en cuenta que en España y Mediodía de Francia
estuvieron siglos atrás muy en boga las representaciones teatrales de los
misterios religiosos (177), entre ellos el de la Encarnación, cuyos personajes
eran María, José y el arcángel Gabriel (178).
LOS SÍMBOLOS DEL CRISTIANISMO
Por mucho que disientan de nuestra opinión,
aplaudimos calurosamente a comentadores como Higgins, Inman, Knight, King,
Dunlap y Newton por haber acopiado nuevas y numerosas pruebas de la filiación
pagana de los símbolos cristianos. Sin embargo, la tarea de estos
investigadores resulta infructuosa por lo incompleta, pues faltos de la
verdadera clave de interpretación, sólo ven el aspecto material de los símbolos
y es para ellos libro sellado el espiritualismo de la filosofía antigua, por
desconocer la contraseña que pudiera abrirles las puertas del misterio. Aunque
a su juicio respecto de las antiguas enseñanzas sea diametralmente opuesto al
de los clericales (179), no satisface las ansias de quienes buscan la verdad.
Al contrario, sus trabajos de 41
investigación
favorecen el materialismo, así como las enseñanzas clericales fomentan la
supersticiosa creencia en el diablo.
Aunque el estudio de la filosofía hermética
no allegase otra ventaja, bastaría la de mostrarnos la perfecta justicia que
gobierna el mundo. Cada página de la historia equivale a un discurso sobre este
tema, y ninguno de tan profunda enseñanza moral como el caso de la Iglesia
romana, que por singular imperio de la divina ley de compensación se ha visto
privada de la clave de sus propios misterios religiosos (180), y en modo alguno
pueden compararse sus sacerdotes con los antiguos hierofantes en el
conocimiento de las fuerzas naturales.
Al quemar las obras de los teurgos,
proscribir a cuantos se dedicaban a su estudio y tildar de demoníacas las
operaciones mágicas, dio Roma motivo para que los librepensadores interpreten
arbitrariamente los símbolos religiosos, que se tengan por obscenos los
emblemas sexuales y que los sacerdotes, sin darse de ello cuenta, conviertan
los exorcismos en invocaciones nigrománticas. La crueldad, hipocresía e injusticia
del clero romano han sido las armas suicidas en que se manifestó la sanción de
la divina ley distributiva.
La verdad divina es sinónima de la verdadera
filosofía. Una forma religiosa enemiga de la luz no puede fundarse en la verdad
divina ni en la filosofía verdadera, y por lo tanto, ha de ser forzosamente
falsa. Los antiguos Misterios sólo eran tales para los profanos, pero no para
los iniciados, pero a ningún hombre del talento de Pitágoras y Platón le
hubieran satisfecho los no explicados misterios del dogma cristiano. La verdad
no puede ser más que una, y si sobre un mismo asunto hay contradictorias
opiniones, por entre ellas anda el error; pero vemos que, no obstante los
opuestos cultos de las mil religiones exotéricas que unas con otras lucharon
desde que los hombres pudieron comunicarse sus ideas, no hay una sola, ni la de
la tribu más salvaje, que deje de creer en el alma inmortal del hombre y en el
invisible Dios, Causa primera de las inmutables leyes de la Naturaleza. Ni
opinión ni escuela ni fanatismo alguno han podido desvanecer esta universal
creencia que, por lo tanto, ha de estar apoyada en la verdad absoluta. Por otra
parte, las religiones exotéricas y las numerosas sectas de ellas desgajadas
inculcan a sus fieles un concepto falso e incompleto de la Divinidad bajo un
cúmulo de especulaciones teológicas a que llaman revelación; y como los dogmas
definidos de cada religión por ser distintos no pueden ser verdaderos, ¿qué
valor tienen si son falsos?
OPINIÓN DE INMAN
Dice a este propósito Inman:
Lo peor para un pueblo no es tener una
religión defectuosa, sino los obstáculos opuestos a la libre investigación y
examen. Todo país dominado en la antigüedad por la teocracia cayó al fin bajo
la espada de los conquistadores, que no paraban mientes en jerarquías... El
mayor peligro está en los clérigos, que toleran y estimulan los vicios como
medio de mantener su predominio sobre los fieles... Si cada cual se portase con
los demás como quiere que los demás se porten con él, y nadie permitiese interposiciones
de otro hombre entre él y Dios, habría de sobra para que todo fuese bien en el
mundo (181).
CAPÍTULO III
EL REY.-Oigamos este relato del principio al
fin.-
SHAKESPEARE: Todo es bien si bien acaba.
Acto V, escena III.
Él es el Uno egendrado por Sí mismo, de Quien
todas las
cosas proceden y en ellas actúa. Ningún
mortal le ve, pero Él
lo ve todo.- Himnos órficos.
Tuya es atenas, ¡oh Atenea! Escucha, ¡oh gran
diosa!, y en
mi obscurecida mente derrama tu pura luz con
ilimitada abundancia.
Derrama, ¡oh Reina perfectísima!, aquella luz
sagrada
que eternamente irradia de tu serena faz. Con
tu bendito e
impelente fuego inspira a mi alma mientras
vaga por la tierra.
PROCLO; TRAYLOR: A Minerva.
La fe es la substancia de las cosas... Por su
fe no pereció
con los incrédulos la ramera Rahab, que había
ocultado
compasivamente a los espías.- Hebreos,
XI, i, 31.
¿De qué aprovecharía, ¡oh hermanos míos!, la
fe sin las
obras? ¿Podrá la fe salvarle? La ramera Rahab
quedó
justificada por las obras al recibir a los
espías y
despedirlos después por seguro camino.-Santiago,
ii, 14, 25.42
Clemente de
Alejandría nos presenta al gnóstico Basílides “dedicado a la contemplación de
las cosas divinas”. Esto mismo puede decirse de los fundadores de las
primitivas sectas que acabaron por fundirse en la estupenda amalgama de
intrincados dogmas con que Ireneo, Tertuliano y otros doctores definieron el
actual cristianismo. Si se califican de heréticas aquellas sects,
también habríamos de considerar herético el primitivo cristianismo. Basiílides
y Valentino fueron anteriores a Ireneo y tertuliano, quienes todavía tienen
menos motivo que aquéllos para cohonestar sus heréticas doctrinas, cuyo triunfo
se debió a la propicia suerte y no al derecho divino ni a la eficacia de la
verdad. Cabe asegurar con todo fundamento que el judaísmo, la cábala y el
cristianismo son brinquiños de las dos recias ramas (induísmo y budismo) del
robusto tronco de la prevédica religión universal a que pudiéramos llamar
budismo prehistórico, posteriormente dogmatizado en el induísmo para rebrotar
más tarde en el budismo de Gautama.
LA SUCESIÓN APOSTÓLICA
Con esta última religión tiene íntimo
parentesco la predicada por Jesús y difundida por los apóstoles. El buddha
Gautama restauró la prístina pureza del sentimiento religioso estableciendo su
doctrina ética sobre tres principios fundamentales, conviene a saber:
1.º El origen natural de todas las cosas.
2.º Que la virtud lleva en sí misma el
premio, y el vicio el castigo.
3.º Que la vida terrena es de prueba para el
hombre.
En estos tres principios se fundan todas las
creencias religiosas, que pueden resumirse en Dios y la inmortalidad del
espíritu. Por confusos que fueran los subsiguientes dogmas teológicos y por
incomprensibles las metafísicas abstracciones que embarullaron las teologías de
las diversas religiones, todas éstas, si exceptuamos el actual cristianismo
(1), vivifican su filosofía con aquellos tres principios que resplandecieron
múltiplemente en las doctrinas de Zoroastro, Pitágoras, Moisés (2), Platón y
Jesús.
Examinemos, pues, siquiera brevemente, las
numerosas sectas que se llamaron cristianas por creer en un Christos (3),
y veamos hasta qué punto coincidieron los apóstoles Pedro y Pablo en la
predicación de la nueva doctrina.
Otra vez hemos de referirnos al fraude
capital de los doctores de la Iglesia, quienes con propósito de validar la
supremacía de Roma, afirmaron contra toda prueba histórica que el apóstol Pedro
sufrió el martirio en la ciudad eterna. Muy natural es que el clero romano se
obstine en defender esta falsedad, porque una vez descubierta, quedaría sin
apoyo alguno el dogma de la sucesión apostólica.
Recientemente se han publicado notables obras
para refutar el supuesto martirio de Pedro en Roma, entre ellas El Cristo de
Pablo, escrita por Reber, quien muy ingeniosamente demuestra:
1.º Que la Iglesia de Roma no se estableció
hasta el reinado de Antonino Pío.
2.º Que si fuese cierto, como afirman Eusebio
e Ireneo, que los apóstoles Pedro y Pablo nombraron por sucesor en el gobierno
de la Iglesia a Lino, esta sucesión correspondería precisamente a los años 64
al 68 de la Era cristiana.
3.º Que este período cae dentro del reinado
de Nerón (4).
Apoyado en estas tres demostraciones, prueba
Reber con sólido fundamento que el año 69 no podía estar San Pedro en Roma
porque estaba en Babilonia, donde escribió su primera epístola, cuya fecha
fijan Lardner y otros investigadores en aquel mismo año (5).
Acaso la Iglesia romana quiso denotar desde
luego su índole al elegir por fundador titular al apóstol que negó tres veces a
su Maestro en el momento del peligro, y el único (excepto Judas) que con sus
provocaciones dio motivo a que le reprendiese, diciendo:
Mas él, volviéndose y mirando a sus
discípulos, amenazó a Pedro, diciendo: Quítateme de delante, Satanás, porque no
sabes las cosas que son de Dios, sino las que son de los hombres (6).
La Iglesia griega conserva una tradición,
cuyo origen atribuye a Basílides (7), según la cual, cuando el canto del gallo
representó a Pedro la cobardía de su triple negación, atravesaba Jesús entre
soldados el patio de Anás y encarándose con Pedro le dijo: “En verdad te digo,
Pedro, que me negarás en los siglos venideros hasta que pases de viejo y
extenderás tus manos y otro te escarnecerá”.
Dicen los griegos que este vaticinio se
refiere a la Iglesia romana, que constantemente está renegando de Cristo bajo
el disfraz de falsa religión (8).
ADULTERACIÓN DE LOS EVANGELIOS
El anónimo autor de la Religión
Sobrenatural (9) prueba concluyentemente la adulteración de los cuatro
Evangelios por mano de Ireneo y sus secuaces, quienes tergiversaron
maliciosamente el cuarto, aparte de las falsificaciones llevadas a cabo por los
doctores de la Iglesia, de suerte que resultan de muy dudosa autenticidad.
Con insuperable lógica y profundo
convencimiento trata el autor de este punto en su obra, según puede colegirse
del siguiente pasaje:43
Ganamos muchísimo más
que perdemos al no creer en la revelación divina, pues al paso que conservamos
íntegro el tesoro de la moral cristiana, prescindimos de toda superstición de
adulterados elementos. No estamos ya sujetos a una teología contraria a la
razón y al sentido moral, ni tenemos de Dios y de su gobierno del universo
absurdos remedos antropológicos, pues de la mitología hebrea nos remontamos al
elevadísimo concepto del Ser de bondad y sabiduría infinitas, cuya impenetrable
gloria le encubre a la percepción de la mente humana; pero, no obstante, le conocemos
por la perfecta y maravillosa operación de sus leyes... Ningún valor tiene el
argumento tantas veces aducido por los teólogos de que la revelación le es
necesaria al hombre para robustecer su conciencia moral. Lo único necesario
para el hombre es la VERDAD, y sólo con ella debe conformarse nuestra
conciencia moral (10).
Muy elocuente es el hecho de que el apóstol
Pedro defendiera durante toda su vida el rito de la circuncisión; y por lo
tanto, cabe inferir que a quienquiera, menos a Pedro, se le puede
considerar como fundador de la Iglesia romana, pues si lo hubiera sido, de
seguro que sus sucesores se sometieran a esta operación, siquiera por respeto
al fundador (11).
El manuscrito hebreo: Sepher Toldoth
Jeschu (12) da muy distinta versión referente a Pedro, de quien dice que,
en efecto, era discípulo de Cristo, aunque algo disidente, pero sin que los
judíos le persiguiesen, como han supuesto los historiadores eclesiásticos. El
manuscrito habla con mucho respeto de Pedro, y le llama “siervo fiel del Dios
vivo”, añadiendo que pasó austeramente el resto de sus días en lo alto de una
torre de Babilonia entregado a la meditación, predicando la caridad y
componiendo himnos religiosos. Dice también dicho tratado que Pedro recomendaba
constantemente a los cristianos la paz y concordia con los judíos; pero luego
de su muerte apareció en Roma otro apóstol diciendo que Pedro había adulterado
las enseñanzas del Maestro y amenazó con los tormentos eternos de un infierno
inventado por él a cuantos no creyeran en sus predicaciones, sin operar en
apoyo de ellas milagro alguno de los prometidos (13)
Las relaciones entre el apóstol Pedro y sus
ex correligionarios judíos están apoyadas en el siguiente pasaje de Teodoreto:
Los nazarenos son judíos que veneran al ungido
(Jesús) como a un justo y siguen el Evangelio según Pedro (14).
Según se infiere de los documentos
históricos, las primeras sectas cristianas (15), fueron: nazarenos (16),
ebionitas (17) y esenios o terpeutas, de los que eran una rama los nazarios.
Todas estas sectas profesaban más o menos abiertamente la cábala, creían en la
expulsión de los demonios por medio de conjuros mágicos, y hasta la época de
Ireneo nadie las tuvo por heréticas (18).
Todas las sectas gnósticas creían igualmente
en la magia, como comprueba el mismo Ireneo al hablar de los discípulos de
Basílides diciendo:
Emplean imágenes, evocaciones, conjuros y
todo lo referente a la magia.
LA PALABRA NAZARENO
Por otra parte, Dunlap, apoyado en la
autoridad de Lightfoot, dice que a Jesús le llamaron por sobrenombre Nazaraios,
aludiendo a la humildad de su condición social, pues dicha palabra significa
“alejamiento de los hombres” (19).
Sin embargo, el verdadero significado de la
palabra nazar (...) es “consagrado al servicio de Dios”, aunque en el
gramatical sentido del lenguaje vulgar significaba diadema, y por figura
de dicción se aplicó alegóricamente este nombre a los consagrados a Dios en
cuya cabeza no tocaba filo de tijera (20).
A José, hijo de Jacob, le llaman nazareno las
Escrituras (21), y el mismo título reciben Sansón (Semes-on ...) y Samuel
(Sem-va-el ...). porfirio dice que a Pitágoras le inició en Babilonia el
hierofante Zar-adas, y de esto cabe inferir que el nombre de Zoroastro o
Zoro Aster equivale a Nazar de Ishtar, Zar-adas o Na-Zar-Ad (22),
cuyas leves diferencias proceden de la diversidad de idiomas. De la propia
suerte el escriba Esdras (...) era hierofante y Zorobabel o Zeru Babel (...)
fue el zoro o nazar que acaudilló a los israelitas al salir de la
cautividad de Babilonia.
Las Escrituras hebreas aluden a dos distintos
cultos religiosos dominantes entre los isaraelitas: el exotérico de Baco bajo
el nombre de Jehovah y el esotérico de los iniciados caldeos, nazares, teurgos
y algunos profetas cuya metrópoli era Babilonia, donde había dos escuelas
rivales de magia (23), una exotérica y otra esotérica que, satisfecha de sus
impenetrables conocimientos, no tuvo reparo en someterse aparentemente al poder
secular del reformador Darío. La misma conducta siguieron los gnósticos al
acomodarse exotéricamente a la religión dominante en cada país, sin menoscabo
especial de sus creencias esotéricas.
También cabe suponer que Zero-Ishtar fuese
nombre común a los sumos sacerdotes o supremos hierofantes de la religión
caldea, y que cuando los arios persas, en el reinado de Darío Hystaspes,
vencieron al mago Gomates y restauraron el culto mazdeísta, sobrevino una
confusión por la cual el Zero-Ishtar se convirtió en el Zara-tushra del Vendidad,
que no aceptaron los demás arios, fieles a la religión védica.
No cabe duda de que Moisés estuvo iniciado,
pues la religión mosaica viene a ser una entremezcla de heliolatría y
sarpolatría (24) con ligeros toques monoteísticos que Esdras elevó a concepto
fundamental en las 44
Escrituras recopiladas
al regreso de la cautividad. De todos modos, el libro de los Números es
posterior a Moisés, y sin embargo, en él se ve con toda claridad el culto
pagano del sol y de la serpiente (25).
Los nazares o profetas, los nazarenos y los
iniciados eran abiertamente contrarios al culto exotérico de Baco bajo el
nombre de Jehovah, y se atenían estrictamente al espíritu de las religiones
simbólicas, sin parar mientes en las idolátricas ceremonias de la letra muerta.
Por esto, los sacerdotes, que en la superstición tenían su lucro, concitaban
frecuentemente las iras del populacho contra los profetas, hasta el punto de
morir algunos de ellos lapidados.
LA FÁBULA DE EURÍDICE
Otfriedo Müller nos descubre las diferencias
entre los Misterios órficos y el culto exotérico de Baco (26), aunque
los iniciados en ellos profesaban públicamente la religión báquica; pero la
austera moralidad y el riguroso ascetismo de las doctrinas de Orfeo, que tan
escrupulosamente seguían sus discípulos, eran de todo punto incompatibles con
la grosera obscenidad y torpeza de lasceremonias populares.
La fábula de Aristeo que persigue a Eurídice
por los bosques, donde la mata una serpiente, es clarísima alegoría de la
fuerza bruta (Aristeo) que persigue a la doctrina esotérica (Eurídice), muerta
por acometida de los dioses solares (la serpiente), que la sepultan en el mundo
subterráneo o lugar inferior, muy distinto del infierno teológico. Además,
cuando las bacantes despedazan a Orfeo, la alegoría da con ello a entender la
profunda diferencia entre la religión esotérica y el culto exotérico, y que los
groseros ritos populares tienen siempre entre el vulgo mejor acogida que la
sencilla y divina verdad.
Difícil resulta determinar con precisión los
ritos del esoterismo órfico, pues los himnos originales se perdieron desde un
principio, y ni Platón ni Aristóteles tuvieron por auténticas las copias
existentes en su tiempo. Sin embargo, la tradición oral indica que Orfeo
aprendió sus doctrinas en la India de boca de los magos, o sean las mismas que profesaban
los iniciados de todos los países (27).
Los esenios pertenecían a la escuela
pitagórica, antes de que alteraran más bien que perfeccionaran su organización
bajo el influjo de aquellos misioneros budistas establecidos per saeculorum
millia en las riberas del mar Muerto, según nos dice Plinio. Pero si por
una parte los misioneros budistas disciplinaron monacalmente a los esenios con
estricta observancia de las reglas conventuales, también dieron vivo ejemplo de
las austeras virtudes que en grado heroico practicó Sakya, a quien precedieron
en ejemplaridad algunos filósofos antiguos con sus discípulos y siguieron
siglos después Jesús y los ascetas cristianos, hasta que, relajándose poco a
poco, las olvidó por completo la Iglesia romana.
Los nazares iniciados se habían mantenido
siempre fieles a las enseñanzas esotéricas que antes de ellos profesaron los
primitivos adeptos. Los discípulos de Juan el Bautista formaban una rama
desgajada de los esenios y por tanto no debemos confundirlos con los otros nazares
a quienes Oseas inculpó de haberse entregado a Bosheth (...), que era el
máximo de la abominación (28).
La secta de los nazarenos era muy anterior a
la ley de Moisés, y nació en la comarca de Galilea, secularmente enemistada con
el resto de Israel y compuesta en otro tiempo de una confusa mezcolanza de
gentes idólatras, cuya capital era Nazara, después Nazareth, donde los
primitivos nazarenos celebraban los Misterios de vida o asambleas de
iniciación, cuyos ritos religiosos diferían opuestamente de los del culto
popular de Adonis en Biblos.
Mienstras los menospreciados galileos
adoraban al verdadero Dios con el don de clarividencia trascendental, los
israelitas, que presumían de pueblo escogido, se entregaban a cultos
idolátricos, según demuestra el siguiente pasaje:
Y saliendo una forma de mano, me asió de una
guedeja de mi cabeza y me elevó el Espíritu entre la tierra y el cielo y me
llevó a Jerusalén en visión de Dios... Y habiendo entrado, miré, y he aquí toda
semejanza de reptiles y de animales y todos los ídolos de la casa de Israel
estaban pintados en la pared por todo el rededor. Y a setenta hombres de los
ancianos de la casa de Israel que estaban en pie delante de las pinturas... Y
me dijo: Hijo de Israel en las tinieblas, porque dicen: No nos ve el Señor... Y
me introdujo por la puerta de la casa del Señor que miraba al Norte, y he aquí
mujeres que estaban allí sentadas llorando a Tammuz (Adonis) (29).
NAZARENOS Y NAZARES
Seguramente que los pueblos paganos no
superaron jamás al escogido en las abominables obscenidades que sus mismos
profetas les echan en cara con tanta frecuencia (30).
Así se explica la hostilidad, recrudecida
posteriormente, entre los nazarenos y los judíos carnales (31), a quienes
acusaban los primeros de adorar a Baco o Iurbo-Adonai (32).
Dice el Código de los Nazarenos:
No adores al sol que llaman Adonai, Kadush
(33) y El-El. Este Adonai escogerá una nación y la congregará en
asambleas (34)... Jerusalén llegará a ser el refugio de los abortivos,
que se perfeccionarán (se circuncidarán) con espada y adorarán a Adonai (35).45
Descendían los
nazarenos de los nazares de la Biblia, y su postrer caudillo de
nota fue Juan el Bautista. Los escribas y fariseos de Jerusalén no les
molestaban, a pesar de su heterodoxia, y aun el mismo Herodes temía un motín
popular, porque las gentes consideraban a Juan como profeta (36).
Los discípulos de Jesús estaban en su mayor
parte afiliados a la secta de los esenios, que era un desprendimiento de la de
los nazarenos, o como si dijéramos, una herejía de herejía a los ojos de
los fariseos, quienes miraban aviesamente a Jesús por sus innovadoras
predicaciones.
Así se explica fácilmente la notable analogía
entre el ritual de los primitivos cristianos y el de los esenios, que, según
hemos dicho, habían sido catequizados por los misioneros budistas repartidos
por Egipto, Grecia y Judea desde el reinado del celoso monarca Asoka; pero si
bien es cierto que a los esenios cabe la honra de haber contado a Jesús entre
los suyos, disentía de la comunidad en algunos puntos de observancia externa,
por lo que en rigor no fue esenio, según veremos más adelante, ni tampoco nazar
de los primitivos. El Código de los nazarenos y las injustas acusaciones
de los gnósticos bardesanianos nos dicen lo que fue Jesús, según vemos
en el siguiente pasaje:
Jesús es Nebo, el falso Mesías, el
debelador de la antigua religión ortodoxa (37).
Fundó Jesús la secta de los nazares
disidentes, de acuerdo con las enseñanzas budistas, como claramente se infiere
de la palabra ... (Nebo, dios de la sabiduría) pues ... (naba) en
hebreo significa hablar por inspiración. Pero Nebo es equivalente a Mercurio,
y éste a Buddha en el monograma planetario de los indos. Además, los
talmudistas sostenían que Jesús estaba inspirado por el genio de Mercurio (38).
Por lo tanto, el reformador nazareno
pertenecía a una de dichas sectas, aunque no sea posible dilucidar cuál de
ellas; pero está fuera de duda que predicó la filosofía de Sakya el Buddha.
Denunciados los nazares por los últimos profetas y malditos por el Sanhedrín,
que los persiguió solapadamente, quedaron confundidos en el concepto público
con los otros nazares, de quienes dijo Oseas:
... y se enagenaron para su confusión y se
hicieron abominables como aquellas cosas que amaron (39).
Así se comprende que los fariseos
menospreciaran de tal modo a Jesús y le llamaran despectivamente el “Galileo”.
Así se comprende también la pregunta de Nathaniel:
Pues qué, ¿puede salir de Nazareth cosa buena
(40)?
tan sólo porque sabía que Jesús era natural
de esta ciudad galilea. Esto nos lleva a suponer con fundamento que los
primitivos nazares no profesaban la religión mosaica como los judíos, sino más
bien la de los teurgos caldeos. Por otra parte, la notoria tergiversación del
texto original de los Evangelios substituyó la palabra nozari (nazareno
o nazar) por la de Nazareth, de modo que el original decía:
¿Puede venir de un nazareno cosa buena (41)?
ERRORES BÍBLICOS
Los errores de la Biblia son leves en
comparación de los que se echan de ver en los Evangelios, y no hay más
valiosa prueba del sistema de piadosos fraudes sobre que se funda el armazón
del mesianismo.
El evangelista San Mateo dice al hablar de
Juan:
Éste es Elías que había de venir (42).
En esto se descubre una antigua tradición
cabalística; pero cuando le preguntan al Bautista: “¿Eres tú Elías) (43)” y
responde: “No lo soy”, ¿a quién hemos de creer?, ¿al Bautista o al Evangelista?
¿Y dónde queda la revelación divina?
Evidentemente, el propósito de Jesús fue
idéntico al de Buda, esto es, baneficiar ampliamente al género humano por medio
de una reforma religiosa que restableciese la ética en toda su pureza, pues
hasta entonces el verdadero concepto de Dios y de la Naturaleza había sido
privativo de los adeptos a las escuelas esotéricas (44).
Pero aunque Jesús no se abstuviese de beber
vino podía ser nazareno, pues según el Libro de los Números (45), luego
que el sacerdote agita ante el altar la cabellera de un nazareno, ya puede éste
beber vino. La amarga lamentación de Jesús al ver que nada bastaba para
satisfacer al pueblo, está concretada en el siguiente pasaje:
Juan vino sin comer ni beber y dijeron de él:
“Tiene demonio”. El Hijo del Hombre vino comiendo y bebiendo y dicen: “He aquí
un glotón y beodo”. (San Mateo, XI, 19).46
Sin embargo,
participaba Jesús de las costumbres de los esenios y de los nazarenos, pues no
sólo le oímos mandar un mensajero a Herodes diciéndole que lanzaba demonios y
curaba enfermos, sino que se titula profeta y se declara igual a los demás
profetas (46).
El bautismo es uno de los ritos más antiguos,
y todas las naciones lo practicaban en los Misterios a manera de ablución
sagrada. Dunlap opina que el nombre de nazar deriva del verbo nazah (rociar),
a lo cual se añade que, según los nazarenos, Bahak-Zivo creó el universo del
“agua obscura”, y por otra parte afirma Richardson (47) que la palabra bahak
significa llover.
Sin embargo, no es fácil identificar el Bahak-Zivo
de los nazarenos con el dios Baco, aunque éste fuese “el dios de la lluvia”,
pues los nazarenos eran acérrimos adversarios del culto de Baco. Dice Preller
(48) que las hyadas o ninfas de las lluvias educaron a Baco, y que al terminar
los Misterios los sacerdotes rociaban los altares y los ungían con aceite; pero
todo esto es muy deleznable prueba.
El bautismo en el Jordán nada tenía que ver
con los ritos exotéricos del culto de Baco ni con las libaciones en honor de
Adonai o Adonis, tan aborrecido de los nazarenos, pues no es necesario suponer
semejante analogía para probar que la pública ceremonia bautismal derivaba de
los Misterios, cuyos ritos en modo alguno deben confundirse con los
supersticiosos e idolátricos de la plebe pagana. Juan fue el profeta de los
nazarenos y recibió en Galilea el nombre de Salvador; pero no fundó la secta
que derivaba sus doctrinas de la antiquísima teurgia caldeo-acadiana.
Las clases inferiores de los primitivos
hebreos, de procedencia cananea y fenicia, conservaron el culto de los dioses
fálicos (49); pero, no obstante, también hubo iniciados entre ellos.
Posteriormente, la influencia de los asirios modificó el carácter de la plebe
hebrea, y por último, los persas difundieron las costumbres y conceptos
farisaicos de que derivaron el Antiguo Testamento y las instituciones
mosaicas. Los asmoneos, que a un tiempo eran reyes y sacerdotes, publicaron los
cánones del Antiguo Testamento en contraposición a los Libros
secretos (Apocrypha) de los judíos cabalistas alejandrinos (50). Hasta el
pontificado de Juan Hircano, los jefes de Judea fueron asideanos (chasidim)
o fariseos (parsis); pero después se convirtieron en saduceos o
zadokitas, que mantenían la regla sacerdotal en opuesta distinción de la
rabínica. Los fariseos eran benévolos y cultos; los saduceos, fanáticos y
crueles.
MODALIDADES DEL BAUTISMO
Dice el Código de los nazarenos:
Juan, hijo del abasaba Zacarías y concebido
por su madre Anasabet a los cien años, hacía ya cuarenta y dos (51) que
bautizaba cuando bautizó a Jesús el Mesías... Pero Jesús alterará la doctrina
de Juan y mudará su bautismo y dará otros aforismos de justicia (52).
El bautismo de agua quedó substituido
por el del Espíritu Santo, tal vez a causa del empeño que mostraron los
Padres de la Iglesia en establecer una reforma que distinguiese a los
cristianos de los nazarenos, nabateanos y ebionitas con propósito de cohonestar
nuevos dogmas. Los Evangelios sinópticos no solamente nos dicen que Jesús
bautizaba como Juan, sino que los discípulos de éste se enojaron por ello,
aunque nadie pueda acusar a Jesús de culto báquico.
El versículo 2 del capítulo IV de San Juan,
que está puesto entre paréntesis y dice: “(Aunque Jesús no bautizaba, sino sus
discípulos)”, tiene todas las trazas de una interpolación. Según Mateo, Juan el
Bautista dice que el que viene tras él no bautizará con agua, sino “con fuego y
Espíritu Santo”. Marcos, Lucas y Juan corroboran estas palabras. Más adelante
demostraremos que los símbolos del agua, fuego y Espíritu Santo, proceden de la
India. Pero es muy particular que los Hechos de los apóstoles nieguen el
bautismo de fuego, según se infiere del siguiente pasaje:
Y aconteció que estando Apolo en Corinto (53)
vino Pablo a Efeso y halló algunos discípulos. Y les dijo: ¿Cuándo abrazásteis
la fe, recibisteis el Espíritu Santo? Y ellos le respondieron: Antes, ni aun
hemos oído si hay Espíritu Santo. Y él les dijo: ¿Pues en qué habéis sido
bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Oídas estas cosas, fueron
bautizados en el nombre del Señor Jesús... y vino sobre ellos el Esp´çiritu
Santo y hablaban en lenguas y profetizaban (54).
Vemos que San Juan Bautista, el precursor,
profeta y mártir, según el cumplimiento de las profecías anuncia públicamente
el bautismo de fuego y del Espíritu Santo (55); y sin embargo, sus discípulos,
que tan convencidos debieran estar de las palabras de su maestro, declaran que nunca
han oído hablar del Espíritu Santo.
Verdaderamente, tenían razón los autores del Codex
Nazareus; pero no a Jesús, sino a los que posteriormente tergiversaron el Nuevo
Testamento con tendenciosas miras, debemos culpar de haber adulterado la
doctrina de Juan, la significación del bautismo y el sentido de las palabras de
justicia.
No cabe objetar que el Codex, tal como
lo conocemos, fue escrito siglos después de la predicación de los inmediatos
discípulos de Juan, pues lo mismo ocurrió con los Evangelios. Cuando
Pablo habló con los bautistas, no había aparecido aún entre ellos Bardesanes, y
por lo tanto nadie tildaba de herética a dicha secta. Además, la rivalidad
suscitada desde un principio entre los discípulos de Jesús y de Juan nos da a
entender 47
que los de este
último no tomaron en consideración la promesa del “Espíritu Santo”; y por otra
parte, tan poco seguro estaba Juan de que Jesús fuese el Mesías prometido, que
después del bautismo y no obstante la voz que desde el cielo dijo: Éste es
mi Hijo el amado (56), envía desde la cárcel a dos discípulos para que le
pregunten a Jesús: “¿Eres tú aquel que ha de venir o hemos de esperar a otro
(57)?”
EL NAZARENO REFORMADOR
Tan flagrante contradicción bastaría para
desvanecer toda hipótesis respecto a la divina inspiración del Nuevo
Testamento; pero todavía cabe pregunta: Si el bautismo simboliza
regeneración en un sacramento instituido por Jesús, ¿cómo no bautizan hoy los
cristianos en fuego y Espíritu Santo en vez de seguir el rito de los nazarenos?
Las interpolaciones llevadas a cabo por Ireneo no tuvieron, según se ve, otro
fin que presentar el sobrenombre de nazareno dado a Jesús como dimanante de su
larga residencia en Nazareth, y no de su filiación en la secta de los
nazarenos.
El fraude de Ireneo fue muy poco afortunado,
porque desde tiempo inmemorial tronaron los profetas contra el bautismo de
fuego que practicaban los países vecinos para comunicar el “don de profecías” o
sea el Espíritu Santo. Pero Ireneo se vio en situación comprometida, pues a los
cristianos les llamaban las gentes nazarenos e iesaenos, según dice Epifanio, y
a Jesús se le tenía, en opinión general aun de sus mismos discípulos, por uno
de tantos profetas y saludadores judíos. Por lo tanto, no había en esto
fundamento apropiado para proclamar la divinidad de Jesucristo ni para estatuir
una nueva jerarquía, y así hubo Ireneo de inventar los elementos que requería
su intencionado propósito.
Las pruebas de que Jesús pertenecía a la
secta de los nazarenos no hemos de buscarlas en las traducciones de los Evangelios,
sino en los textos originales. Tischendorf traduce por Iesu Nazarene (58)
el nombre griego que en el texto siriaco dice: Iasua el nazaria. De modo
que, dada la incomprensible confusión d los cuatro Evangelios, según aparecen
hoy después de revisados, fácilmente colegiremos que el genuino cristianismo
predicado por Jesús está contenido en las llamadas herejías siriacas. Tal era
el convencimiento de Pablo cuando el abogado Tértulo le acusó ante el
gobernador Félix de “promover sediciones como jefe de la secta de los
nazarenos” (59); a lo que el acusado replica:
... ni te pueden probar las cosas de que
ahora me acusan. Pero confieso... que según la secta que ellos dicen herejía,
sirvo yo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que están escritas en
la Ley y en los profetas (60).
Esta confesión demuestra concluyentemente:
1.º Que Pablo pertenecía a la secta de los
nazarenos.
2.º Que adoraba al Dios de sus padres, no al
Dios trino, cuyo concepto se dogmatizó después de su muerte.
Además, explica el motivo de que durante
largo tiempo no fueran tenidos por canónicos los Hechos de los apóstoles ni
el Apocalipsis de San Juan.
Tanto los neófitos como los hierofantes de Biblos
estaban obligados a ayunar y permanecer en soledad durante algún tiempo después
de la celebración de los Misterios. Iguales prácticas se requerían antes y
después de los ritos báquicos, adonisíacos y eleusinos. Herodoto insinúa con
temor y respeto algo referente al lago de Baco, donde “los sacerdotes
efectuaban por la noche escenas de la vida y pasión de dios” (61). En los
misterios de Mithra el neófito simulaba la escena de la muerte antes de “nacer
de nuevo” por virtud del bautismo (62).
Los sacerdotes de los Misterios estaban
circuncidados, y el neófito no podía recibir la iniciación sin haber asistido
de antemano a los Misterios del Lago. Los nazarenos recibían el bautismo en el
río Jordán y no en otras aguas; también estaban circuncidados y ayunaban antes
y después de la ceremonia bautismal (63).
LA SECTA NAZARENA
La secta nazarena existía ya unos ciento
cincuenta años antes de J. C., y sus prosélitos habitaban a orillas del Jordán
y en la ribera oriental del mar Muerto, según Plinio y Josefo (64).
Dice Munk que galileo es casi
equivalente a nazareno, y que los naturales de dicha comarca de Judea
mantenían muy íntimo trato con los gentiles, hasta el punto de que la plebe se
había asimilado algunos ritos y ceremonias religiosas del paganismo, por lo que
los judíos ortodoxos miraban despectivamente a los galileos (65).
Añade Munk que “los nazarenos formaban ya
comunidad regular antes de la promulgación de las leyes de Musah” (66); y así
lo demuestra el pasaje del Libro de los Números (67) que minuciosamente
describe esta secta, hasta el punto de que en las órdenes dadas por el Señor a
Moisés se reconocen sin dificultad los ritos, ceremonias y reglas de los
sacerdotes de Adonis (68), pues como estos se obligaban los esenios a la pureza
y abstinencia y se dejaban crecer el cabello (69). Del profeta Elías, también
nazareno, dicen las Escrituras que era “hombre peludo, que lleva ceñido
a sus lomos un cinto de cuero” (70).
Los autores antiguos aplicaron las
denominaciones nazar y nazareth indistintamente a los adeptos
indios y paganos (71). De seguro nos concitaríamos las iras clericales con sólo
apuntar la idea, muy verosímil por otra parte, de que los nazarenos de Judea y
sobre todo los “profetas del Señor”, estaban iniciados en los Misterios 48
paganos y pertenecían
en su mayor parte a una misma confraternidad internacional de adeptos.
Recordemos a este propósito que según refieren Amiano Marcelino y otros
historiadores, al penetrar Darío Hystaspes en la Bactriana (India
septentrional), aprendió de los brahmanes la ciencia astrológica y cosmológica
con ritos de purísima significación que comunicó a los magos. En cambio,
también dice la historia que Darío acabó con los magos y restableció el culto
de Ormuzd y la religión pura de Zoroastro, lo cual parece oponerse al epitafio
puesto en la tumba de Darío diciendo que fue hierofante o maestro de magia. El
error histórico resulta evidente, de modo que en esta confusión de nombres, el
Zoroastro instructor de Pitágoras no pudo ser el fundador de la religión parsi
ni el reformador Zarathustra ni el profeta de la corte de Vistaspa (72) ni
tampoco el que sobrepuso la autoridad de los magos a la de los mismos reyes. En
el Avesta, que es el más antiguo texto sagrado parsi, no se descubre ni
el más ligero indicio de que el reformador hubiese tenido relación alguna con
los países que posteriormente adoptaron el culto mazdeísta, pues ni siquiera
menciona a los iranios, medos, asirios y persas. Por lo tanto, es muy natural
que el nombre de Zoroastro no fuese propio de una sola personalidad, sino común
a todos los jerarcas de la religión mazdeísta (73).
EL NOMBRE DE ZOROASTRO
Según el cómputo de Aristóteles, Zoroastro
florecería 6000 años antes de J. C. Hermipo de Alejandría, de quien se dice que
leyó los libros de Zoroastro (aunque se acuse a Alejandro Magno de haberlos
destruido), afirma que este instructor fue discípulo de Azonach (Azon-ach o
el dios Azon) y vivió 5000 años antes de la toma de troya. Por otra
parte, Clemente de Alejandría identifica a Zordusth con el Er o Eros
cuya visión relata Platón en su República; y mientras unos
historiadores dicen que el mago que destronó a Cambises era de nacionalidad
meda y que Darío abolió los ritos mágicos para restablecer el culto de Ormazd,
tenemos que Janto de Lidia señala a Zoroastro como el jerarca de los magos.
¿Quién está equivocado? ¿O todos tienen razón menos los modernos investigadores
que no aciertan a descubrir la diferencia entre el reformador y sus apóstoles y
discípulos? El error de los comentadores contemporáneos nos recuerda el en que
Suetonio cayó al confundir a los cristianos en colectividad con la persona de
un Christo o Crestos, a quien dice que desterró el emperador
Claudio por perturbador del país.
Reanudando la disquisición de la palabra nazar,
vemos que Plinio dice de Zaratus que “era zoroastro y nazaret”. Puesto que a
Zoroastro se le llama príncipe de los magos y nazar significa
consagrado, podemos inferir que la palabra nazar no es ni más ni menos,
como opina Volney, que la expresión hebrea del concepto de mago. La voz persa na-zaruan
significa “millones de años” y servía para designar al “Anciano de los
Días”. De aquí que se denominaran nazares y nazarenos los
consagrados al servicio del único y supremo Dios (74).
Pero también encontramos en lengua
indostánica la palabra nazar, que significa visión interna o
sobrenatural (75). Opina Wilder que la palabra zeruana procede de los
magos (76), pues no se encuentra en el Avesta, y sí únicamente en los
textos parsis de la última época. Según Wilder, el Turan de los poetas es
Aturia o asiria, y el rey-sierpe Zohak (77) fue adorado en asiria y Media
durante la unión de ambos imperios.
Sin embargo, esta opinión no invalida en modo
alguno la aseverada identidad original de las doctrinas secretas de los
budistas prevédicos (78), magos parsis, hierofantes egipcios, cabalistas
caldeos, nazarenos judíos y adeptos de toda época y nacionalidad.
Zoroastro se limitó a exponer en público,
esto es, a predicar, parte de las monoteísticas enseñanzas religiosas
hasta entonces privativas de los santuarios, donde las comunicaban
sigilosamente los brahmanes. Por lo tanto, no cabe decir que Zoroastro
suscitara cisma alguno ni que fuese el primero en proclamar la unidad de Dios
entrevelada en el sistema dualista, pues su tarea se redujo a establecer el
culto del sol y enseñar lo que había aprendido de los brahmanes.
Max Müller afirma en el siguiente pasaje que
Zarathustra y sus discípulos se establecieron en la India antes de emigrar a
Persia.
Dice así:
Tan evidentemente como que los habitantes de
Massilia vinieron de Grecia, puede probarse que los zoroastrianos salieron de
la India en el período védico... Muchas divinidades de la religión zoroastriana
son meros remedos y variaciones de las védicas (79).
Pero estaremos en más firme terreno si
apoyados en la Kábala y las antiquísimas tradiciones de la religión de
sabiduría, podemos probar que tanto las divinidades zoroastrianas como las
védicas no son ni más ni menos que la personificación de las fuerzas de la
Naturaleza, fieles servidoras de los iniciados en la magia o sabiduría
oculta. Por lo tanto, podemos afirmar que el cabalismo y el gnosticismo
procedieron indistintamente del mazdeísmo esotérico (en modo alguno del
exotérico), o bien, como dicen King y otros arqueólogos, de la sabiduría
ocualta o religión universal. Es pura cuestión de cronología decidir cuál de
estas religiones es la más antigua y la menos adulterada, pues sólo difieren en
su forma externa.
AFINIDAD DE DOCTRINAS
Sin embargo, poca relación tiene esto con el
asunto de que vamos tratando. Algunos años antes de la era cristiana, los
iniciados ya no constituían comunidades numerosas, excepto en la India; pero
todas las sectas, 49
desde los esenios
hasta los neoplatónicos, por efímera que fuese su existencia, siguieron las
mismas doctrinas fundamentales, aunque se diferenciasen en la forma externa.
Esta identidad substancial de la doctrina constituye lo que llamamos la
religión de sabiduría, mucho más antigua aun que la filosofía de Siddhârtha
Sakya.
Tras diecinueve siglos de intencionadas
expurgaciones para borrar de los textos sagrados toda frase que pudiese poner
al investigador en el verdadero camino, resulta muy ardua tarea probar a los
ojos de las ciencias experimentales que los adonitas, nazarenos, esenios,
terpeutas (80), ebionitas y otras sectas profesaban, con levísimas diferencias,
las mismas doctrinas enseñadas en los misterios teúrgicos. Sin embargo,
procediendo por analogía y examinando la oculta significación de los
ritos y ceremonias, podemos descubrir la íntima afinidad que los emparenta.
El judío Filón (81), contemporáneo de Jesús y
muy versado en las filosofías de Platón y aristóteles, interpretó la
antiquísima literatura hebrea hasta el punto de probar la coincidencia de la
esotérica doctrina cabalística con la de los filósofos griegos, cuyo espíritu
descubre en los libros mosaicos. Por esto dice Kingsley que Filón fue el
patriarca del neoplatonismo. Es evidente que los terapeutas de Filón eran
esenios, aunque no todos los esenios fuesen terapeutas (82).
Tanto este autor como Josefo han descrito la
secta de los esenios con suficientes pormenores para evidenciar que el
reformador Jesús, después de pasar la mocedad en los monasterios del desierto y
de haber sido iniciado en los Misterios, prefirió la vida independiente de la
predicación, convirtiéndose en terapeuta errante. Lo mismo Jesús que Juan el
Bautista anunciaron el fin de los tiempos (83), lo cual demuestra que conocían
los cómputos secretos de hierofantes y cabalistas, quienes con los priores de
las comunidades esenias poseían el secreto (84),dunlap, cuyas investigaciones
fueron muy felices en este punto, remonta el origen de los esenios, nazarenos,
dositeanos y otras sectas a una época anterior a Jesucristo, y dice de ellos:
Renunciaban a los placeres terrenales,
menospreciaban las riquezas, se amaban unos a otros y se mantenían célibes, por
considerar eminente virtud el dominio de la carne (85).
Precisamente, éstas fueron las virtudes
predicadas por Jesús. Si atendemos al espíritu de los Evangelios,
resultará que Jesús profesaba la doctrina de la reencarnación como los esenios,
que la habían aprendido de los pitagóricos, pues según afirma Jámblico,
Pitágoras residió algún tiempo con los esenios en el monte Carmelo (86). En sus
pláticas y sermones solía hablar Jesús en parábolas y metáforas, según
costumbre de los esenios y nazarenos, sin que jamás se tuviera noticia de que
así lo hicieran los galileos, pues estos se admiraban de oír a su compatriota
expresarse de aquel modo, y así le decían:
¿Por qué les hablas por parábolas (87)?
Y responde como verdadero iniciado:
Porque a vosotros es dado saber los Misterios
del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Por eso les hablo por
parábolas; porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden (88).
FRASES PITAGÓRICAS
Además, en algunas ocasiones se valió de
frases evidentemente pitagóricas, como cuando aconseja:
No déis lo santo a los perros ni echéis vuestras
perlas delante de los puercos, no sea que las huellen con sus pies y
revolviéndose contra vosotros os despedacen (89).
Wilder dice a este propósito:
Se advierte en Jesús y en Pablo la misma
propensión a clasificar sus doctrinas en esotéricas y exotéricas. Jesús
comunicaba los Misterios del reino de los cielos a los apóstoles, y hablaba en
parábolas a la multitud. Pablo dice por su parte: “Nosotros hablamos sabiduría
entre los perfectos o iniciados (90)”.
Los asistentes a los Misterios se clasificaban
en neófitos y perfectos. Los primeros eran admitidos algunas
veces a las dramáticas representaciones de Ceres, o sea el alma que desciende
al hades (91); pero únicamente los perfectos podían conocer los misterios del elysium
o morada de los bienaventurados, evidentemente idéntica al “reino de los
cielos” (92).
Dice el apóstol Pablo:
Y conozco a este tal hombre; si fue en el
cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe. Que fue arrebatado al
paraíso y oyó palabras secretas (...) que al hombre no le es lícito repetir
(93).
Este pasaje ha sorprendido a varios
comentadores versados en los ritos de la iniciación, porque alude claramente a
la epopteia o revelación final; y aunque pocos de ellos lo han
relacionado con las beatíficas 50
visiones de los
iniciados, la terminología empleada desvanece toda duda, pues las cosas que
no es lícito repetir se encubren en la misma frase, y la razón del secreto
es la misma que vemos expuesta en Platón, Proclo, Jámblico, Herodoto y otros
autores.
El pasaje de San Pablo, que dice:
Hablamos sabiduría entre los perfectos,
debe explicarse diciendo:
Hablamos de las más profundas doctrinas de
los Misterios únicamente entre los iniciados en ellas (94).
Resulta, por lo tanto, que en la frase: “el
hombre arrebatado al paraíso”, y que sin duda fue el mismo Pablo (95), está
substituida la palabra pagana elysium por la cristiana paraíso. De
que este pasaje alude a las visiones de los iniciados, tenemos prueba en que,
según ya dijimos en otro lugar de esta obra, asegura Platón que antes de que un
iniciado pueda ver a los dioses ha de libertarse del cuerpo astral (96).
Análogamente describe Apuleyo su iniciación en los Misterios, diciendo:
Me aproximé a los confines de la muerte, y
después de pisar los umbrales de Proserpina volví transportado a través de los
elementos. En medio de la noche brillaba el sol con luz esplendorosa, y vi los
dioses infernales y celestes (97) a quienes pagué tributo de adoración (98).
Así, pues, como Pitágoras y otros hierofantes
reformadores, Jesús dividió sus enseñanzas en esotéricas y exotéricas, y según
costumbre de los esenios, jamás se sentó a la mesa sin que precediera la acción
de gracias (99). También clasificó a sus discípulos en neófitos, hermanos y
perfectos, aunque su magisterio público no duró lo bastante para formar
escuela; y no parece que iniciara a ningún apóstol excepto Juan, pues el autor
del Apocalipsis fue cabalista iniciado, según se infiere evidentemente
de que intercaló en su obra pasajes enteros del Libro de Enoch y de su compendiado
remedo la Profecía de Daniel. Además, los ofitas gnósticos repudiaban el
Antiguo Testamento por “emanar de un ser inferior” (Jehovah), y en
cambio admitían el Libro de Enoch, en cuyo texto apoyaban sus dogmas
religiosos (100). Otra prueba de que Juan era cabalista, la tenemos en que fue
desterrado a la isla de Patmos cuando la persecución emprendida por el
emperador Domiciano contra los astrólogos y cabalistas (101).
CABALISMO DEL APOCALIPSIS
En todas las poblaciones adonde iba Jesús a
predicar le acusaban los fariseos de ejercer la magia egipcia (102) y de lanzar
los demonios en nombre de Beelzebú (103). Por otra parte, San Justino Mártir no
sólo afirma con toda autoridad que los gentiles de su tiempo atribuían los
milagros de Jesús a operaciones mágicas (...) idénticas a las de los
taumaturgos paganos, sino que deplora que le llamaran embaucador del pueblo
(104).
Según el Evangelio de Nicodemus, los
judíos acusaron de mago a Jesús ante Pilatos diciendo: “¿No te hemos dicho que
era mago?” Celso alude a la misma acusación, y como neoplatónico cree en ella
(105). El rabino Iochan refiere que a Jesús le era tan fácil volar por los
aires como al común de las gentes andar por el suelo (106). San Agustín asegura
que, en opinión general de los contemporáneos, Jesús había sido iniciado en
Egipto y escribió tratados de magia que legó a Juan (107). En las Clementinae
Recognitionis se acusa a Jesús de haber operado milagros no como profeta
judío, sino como mago pagano (108).
Entonces, igual que ahora, el clero fanático,
la plebe ínfima y la aristocracia no iniciada en los Misterios solían acusar de
hechicería a los hierofantes y adeptos de mayor nota (109). Una de las pruebas
más valiosas de que a Jesús le tuvieron por mago sus coetáneos, nos la ofrece
el sacófago del Museo Gregoriano, cuyos bajorrelieves representan los
milagros de Jesús y entre ellos el de la resurrección de Lázaro, donde figura
Jesús con el rostro lampiño y una varita en la mano, como los nigrománticos,
mientras que el cuerpo de Lázaro está vendado exactamente como las momias
egipcias.
De seguro que el mundo cristiano se parecería
más a Cristo y la humanidad no tendría más que una religión y un solo Dios, sin
las complicadas y absurdas disquisiciones acerca del “Hijo del Hombre”, si
dispusiéramos de un retrato auténtico de Jesús, trazado como la figura del
sarcófago en los albores del cristianismo, cuando todavía las gentes
conservaban vivo el recuerdo de las circunstancias personales de fisonomía e
indumentaria del Reformador. Las dudas y perplejidades religiosas proceden de
la falta de datos positivamente personales de la figura divinizada por el
cristianismo, pues mientras predominó en la nueva religión el elemento judío no
hubo imagen alguna de Jesús, por el horror que inspiraba toda representación
plástica, según enseñaron los caldeos. Así es que hubieran tenido por sacrílega
irreverencia cualquier representación de su Maestro.
En los días de Tertuliano, la única efigie
válida de Jesús era una alegoría del Buen Pastor, que, sin embargo, no lo
representaba fisonómicamente, pues se reducía a una figura de hombre con cabeza
de chacal, como Anubis, y con la rescatada oveja al hombro (110).
LA FIGURA DE JESÚS51
Esta figura, según
dice King, tenía dos significaciones: una exotérica, para el vulgo, y otra
esotérica, para el iniciado, y tal vez sería el sello de algún apóstol o adepto
de superior categoría (111). Esto es una nueva prueba de que la doctrina de los
primitivos cristianos no difería mucho de la de los gnósticos. Epifanio (112)
acusa a los carpocracianos de adorar pinturas y esculturas de oro, plata y
otros materiales, que, según ellos, eran efigies de Jesús trazadas por Pilatos,
a los que secretamente tributaban culto y ofrecían sacrificios al uso de los
gentiles, como también a las imágenes de Pitágoras, Platón y Aristóteles (113).
De esto infiere King que en el año 400 de nuestra era todavía se tenía por
pecado abominable la representación figurada de la persona de Jesucristo.
También San Ambrosio se indigna contra la afirmación de Lampridio de que
Alejandro Severo tenía en su oratorio particular una imagen de Jesucristo entre
las de eminentes filósofos, y a este propósito exclama:
La mente se conturba y se resiste a la idea
de que los paganos hayan conservado la efigie de Cristo y los cristianos no
hayan cuidado de tenerla.
De esto se colige que, excepto el núcleo de
cristianos más tarde triunfantes, la aristocracia intelectual del paganismo
honró a Jesús como un filósofo adepto de la misma categoría que Pitágoras y
Apolonio. Si hubiese sido, según pretenden los Evangelios sinópticos, un
obscuro carpintero de Nazareth, no le tributaran de seguro tales honras los
paganos. No hay de la divinidad de Jesús, es decir, considerado como
encarnación del Hijo de Dios, ni una sola prueba que resista a la crítica
exegética. En cambio, cuando se le mira como reformador radical, acérrimo
adversario del dogmatismo teológico, debelador de la hipocresía y promulgador de
uno de los más sublimes códigos de moral, es Jesucristo una de las más
colosales y mejor definidas figuras de la historia, que irá tomando mayor
relieve a medida que transcurran los siglos, aunque los teológicos dogmas
forjados por la fantasía humana vayan perdiendo de día en día su inmerecido
prestigio. Jesucristo reinará universalmente el día en que todos los hombres se
amen como hermanos con el amor del incognoscible Padre común de la raza humana.
Es una carta atribuida apócrifamente al
senador Léntulo, escrita en latín horrible y dirigida al Senado romano,
hallamos una descripción de la persona de Jesús, que se ajusta a las usanzas de
la época, pues dice que “Jesús llevaba la cabellera suelta en ondas que le
caían sobre los hombros, pero partida en raya por la mitad, a estilo de los
nazarenos”. Este pasaje de la descripción nos inclina a considerar
concluyentemente:
1.º Que, en efecto, los nazarenos, por
observancia de su regla, llevaban la cabellera tal como la descrita y según
aparece en la figura bíblica de Juan el Bautista.
2.º Que si el senador Léntulo hubiese escrito
la carta que se le atribuye, seguramente la conociera San Pablo y no dijera
como dijo, con ofensa de Cristo su Señor, que es vergonzoso para un hombre
llevar el pelo largo.
3.º Que si Jesús llevaba el pelo a usanza de
los nazarenos, debió recibir este sobrenombre, no por ser vecino de Nazareth,
pues estos no llevaban así el pelo, sino por pertenecer a la secta de los
nazarenos, que en la época de Juan el Bautista era ya herética a los ojos del
Sanhedrín (114).
El Talmud dice que los nazarenos eran
saludadores y exorcistas errantes, y así lo atestigua Jervis (115) al declarar
que “los nazarenos iban de pueblo en pueblo curando enfermos y vivían de
limosna”. Por su parte, Epifanio dice incongruentemente que “los nazarenos
seguían en gradación herética a los corintios, ya fuesen anteriores o
posteriores a estos, no obstante ser coetáneos”, y añade que “en aquel tiempo a
todos los cristianos se les conocía con el nombre de nazarenos (116).
TRANSMIGRACIONES DEL ALMA
Al hablar Jesús de Juan dice que éste es el
“Elías que había de venir”. Si este pasaje no se interpoló posteriormente para
simular el cumplimiento de una profecía, da a entender que Jesús, además de
nazareno, también era cabalista y creía en la reencarnación, pues en esta
doctrina sólo estaban iniciados los esenios, nazarenos y discípulos de Simeón
ben Iochai y de Hillel, sin que nada supieran de ella los judíos ortodoxos ni
los galileos (117).
Sobre el particular dice la Kábala:
Pero el autor de esta restitución fue
nuestro maestro Mosah, la paz sea con él, quien era la reevolución (transmigración)
de Seth y de Hebel, para que pudiese cubrir la desnudez de su primer padre Adán
(118).
Por lo tanto, al decir implícitamente Jesús
que Juan era la reevolución o transmigración de Elías, denotaba
claramente a qué escuela pertenecía.
Los cabalistas y masones no iniciados
confunden el concepto de la reevolución con el de la metempsícosis; pero se
equivocan tan gravemente respecto a las verdaderas doctrinas cabalistas como
respecto de las genuinas enseñanzas budistas.
Dice el Zohar:
Toda alma está sujeta a la transmigración...;
los hombres no conocen los designios del Santo, ¡bendito sea!, ni saben que
comparecen ante el tribunal, tanto al entrar como al salir de este mundo.52
La misma doctrina
profesaban los fariseos, como dice Josefo (119); y según enseñaba Gilgul en su
teoría de la “rotación del alma”, los cadáveres de los judíos enterrados lejos
de Palestina conservan una partícula del alma, que no puede salir del cadáver
ni gozar de reposo hasta enterrarlo en el suelo patrio. También enseñaba que la
rotación del alma se efectuaba a través de las formas, desde el más diminuto
insecto hasta el más corpulento cuadrúpedo.
Sin embargo, todos estos pasajes y citas
exponen la doctrina exotérica (120), sin que la reevolución pueda
confundirse con la metempsícosis o transmigración.
Aunque los cabalistas consideraran a Moisés
como una transmigración de Abel y Seth, no se infiere de ello que los iniciados
creyeran que el espíritu de Abel y el de Seth se hubiesen infundido en el
cuerpo de Moisés, sino que tal expresión era el medio de traslucir uno de los
más profundos misteriow de la sabiduría oculta, es decir, que Moisés había
llegado a la más elevada etapa de evolución aquí en la tierra, o sea la íntima
unión de la duada terrena en perfecta trinidad con el espíritu inmortal. Es el
concepto del dios-hombre, del hombre-dios o del dios encarnado, de que tan
rarísimos ejemplos ofrece la raza humana. Las palabras de Jesús “vosotros sois
dioses”, que a los exégetas les parece mera abstracción, tiene para los
cabalistas profundísimo significado, porque un dios es el espíritu inmortal que
ilumina al ser humano desde el momento en que emana directamente de la Causa
primera, del incognoscible Dios de que es partícula, el microcosmos del
macrocosmos. El espíritu humano tiene en potencia todos los atributos del
Espíritu de que procede, y entre ellos la omnisciencia y la omnipotencia.
Cuando el hombre logra actualizar en todo y por todo estos atributos, aunque
durante la vida terrena estén velados por la naturaleza física, superará a los
demás hombres y podrá mostrar en sus palabras la sabiduría y en sus obras el
poder de Dios, pues mientras los demás hombres están únicamente cobijados por
su divino Yo con la posibilidad de alcanzar la trina unión
mediante su propio esfuerzo, el hombre evolucionado goza ya de la inmortalidad
aun durante su estancia en la tierra. Ha recibido el premio, y de allí en
adelante vivirá para siempre en la vida eterna. No sólo dominará las obras de
la creación por virtud del inefable NOMBRE, sino que aun en esta vida será
superior a los ángeles (121).
EL HOMBRE DIVINO
Los antiguos no tuvieron jamás la temeraria
idea de que los hombres perfectos fuesen encarnaciones del supremo e invisible
Dios, pues Moisés y otros instructores de su índole eran para ellos hombres
perfectos, dioses en la tierra, entendiendo por dioses los divinos espíritus
infundidos en los puros cuerpos materiales como en tabernáculos sagrados. Los
antiguos tributaban honores divinos y llamaban dioses a los desencarnados
espíritus de los sabios y de los héroes, por lo que les acusaron de politeístas
e idólatras precisamente quienes antropomorfizaron los más puros conceptos
metafísicos.
Todos los iniciados conocían el verdadero
sentido esotérico de esta enseñanza (122), que los tanaímes comunicaban
a sus discípulos predilectos los isarimes en las solemnes soledades de
las criptas y de los yermos. Era éste uno de los puntos más sigilosamente
velados, porque la condición humana era entonces la misma que ahora, y la casta
sacerdotal estaba tan engreída de su intelectual superioridad como el clero de
nuestros días y tan afanosa de avasallar a las muchedumbres ignaras, con la
diferencia de que los hierofantes podían demostrar la verdad de sus enseñanzas,
y el clero contemporáneo se apoya en la ciega fe de las gentes.
Los primitivos nazarenos pertenecientes a la
escuela gnóstica, creían que Jesús era un profeta enviado por Dios para
enderezar los pasos de las gentes por el camino de la justicia. A este
propósito dice el Código de los nazarenos:
La mente divina es eterna. Es pura luz
derramada espléndidamente por el pleroma (123). Es madre de los eones. Un eón
agitó turbulentamente la materia (caos) y con una porción de luz celeste le dio
forma apropiada para la manifestación objetiva y tangible; pero de ella dimanó
todo mal. El Demiurgo pretendió honores divinos (124), y en consecuencia fue
enviado Cristo (el ungido), el príncipe de los eones (125), quien se infundió
dominadoramente en la persona del piadosísimo Jesús, hasta que le abandonó para
ascender a lo alto (126).
Para la mejor comprensión de este pasaje y
otros igualmente enigmáticos, daremos una sumaria explicación de los dogmas
comunes, salvo levísimas diferencias, a todas las sectas gnósticas. Por
entonces el principal colegio gnóstico estaba en Efeso, donde se aunaba la
enseñanza de la filosofía oriental con la de la platónica. Era uno de los focos
de la universal doctrina secreta, el laboratorio donde la elegante terminología
griega alquitaraba las filosofías buditas, zoroastriana y caldea.
Pablo venció a Artemis (127); pero aunque los
conversos quemaron gran número de tratados acerca de ... (artes curiosas),
todavía quedaron los suficientes para reanudar los estudios una vez se hubo
entibiado el primitivo celo. De Efeso brotó la gnosis en antitética oposición a
los dogmas de Ireneo, y en Efeso estuvo el semillero de cuantas especulaciones
trajeron de la cautividad los tanaímes. Sobre este particular dice Matter:
Las doctrinas de la escuela hebreo-egipcia y
los conceptos semiparsis de los cabalistas habían acrecentado por entonces en
Efeso la copiosa afluencia de enseñanzas griegas y asiáticas, por lo que no es
extraño que 53
salieran de allí
instructores deseosos de conciliar las doctrinas tradicionales de la escuela
gnóstica con la nueva religión predicada por el apóstol Pablo.
Si los cristianos no se hubiesen echado
encima la carga de la revelación mosaica ni aceptado el Jehovah bíblico, nadie
se atreviera a tildar de herejes a los gnósticos; porque exento el cristianismo
de exageraciones dogmáticas, hubiese tenido el mundo para su mayor bien una
religión fundada en la pura filosofía platónica.
EL CREDO DE BASÍLIDES
Veamos ahora cuáles eran las ideas básicas de
los gnósticos y si merecen el calificativo de heréticas. Tomaremos a Basílides
como dechado de gnósticos, pues todos los demás expositores de esta escuela se
agrupan en torno de él como planetas que reciben la luz del sol.
Afirmaba Basílides que había aprendido sus
doctrinas de labios de Glauco, discípulo del apóstol Pedro, y del mismo apóstol
Mateo (128). Según Eusebio (129), escribió Basílides la obra Interpretaciones
de los Evangelios (130), compuesta de veinticuatro tomos, que los cristianos
arrojaron a las llamas (131). El credo de Basílides puede resumirse en los
siguientes conceptos:
El Eterno Padre, increado e incognoscible,
engendró desde un principio la Mente (Nous), de la que emanó el Logos
(132), y de éste, a su vez, emanaron los espíritus humanos (Phronesis o
inteligencias). De Phronesis emanaron Sophia (sabiduría femenina)
y Dynamis (la fuerza).
Tales eran las cinco emanaciones (133) de la
Divinidad o cinco substancias espirituales, equivalentes a las cinco virtudes
ontológicas o entidades externas al Dios inmanifestado. Esta enseñanza es
eminentemente cabalista, y más todavía búdica (134), pues el antiquísimo
sistema de la religión de sabiduría, muy anterior a Gautama, está fundado
precisamente en el concepto de la substancia increada de Adi-Buddha o
Divinidad incognoscible (135).
La eterna e infinita Mónada tiene inherentes
a su esencia cinco actualizaciones de la sabiduría, que se manifiestan
separadametne en los cinco Dhyani-Buddhas, que de por sí son inactivos
como Adi-Buddha, pues ninguno de ellos encarnó jamás sino que encarnaron
sus respectivas emanaciones.
Al tratar de la doctrina de los gnósticos
expuesta por Basílides, dice Ireneo:
Cuando el increado e innominado Padre vio la
corrupción del género humano, envió a la tierra a su primogénito Nous en
figura de Cristo para redimir a cuantos creyesen en él por el poder de los que
construyeron el mundo (136). Apareció Cristo entre los hombres en el cuerpo de
Jesús e hizo milagros. Pero la entidad Cristo no sufrió en la pñersona de
Jesús, sino que sufrió Simón Cireneo, a quien prestó su forma corporal. Porque
la divina Potestad, el Nous del Eterno Padre, no tiene cuerpo y no puede
morir. Por lo tanto quien sostenga que Cristo murió es todavía esclavo de la
ignorancia. Quien niegue la muerte de Cristo está libre de error y comprende
los designios del Padre (137).
En conjunto y en su abstracto sentido, no se
advierte blasfemia alguna en esta exposición de ideas que podrán ser heréticas
respecto de la teología dogmática de Ireneo y Tertuliano (138), pero que en
nada adulteran el puro concepto religioso, mucho más conciliable con la
majestad divina que el actual antropomorfismo cristiano. Los discípulos de
Ireneo aplicaron a los gnósticos el sobrenombre de docetoe o
ilusionistas, porque creían que Cristo no padeció ni murió en cuerpo físico
(139).
EL UNIVERSO ILUSORIO
Muy difícil es que las naciones occidentales,
que de tan civilizadas presumen y sin embargo desdeñan el examen de los
fenómenos psíquicos tan familiares en Oriente, comprendan ni siquiera estimen
los conceptos religiosos del pueblo índico, cuyos metafísicos basaron sus más
profundas y trascendentales especulaciones en el capital principio, a la par
induísta y budista, de que todo lo finito es ilusorio y que sólo es real lo
infinito y eterno (140). Los accidentes y cualidades de los objetos (forma,
color, olor, sabor, tactilidad y sonoridad) existen para nosotros en proporción
a la agudeza receptiva de los sentidos corporales. El ciego de nacimiento no
puede tener idea de la forma ni del color (141); pero no obstante, los objetos
existen para él aun sin estas cualidades, y los percibe por los sentidos
suprafísicos. Todos vivimos en este mundo sujetos a la influencia de la ilusión
que nos muestra más o menos correctamente, según nuestro temperamento físico y
mental, el reflejo de los originarios arquetipos emanados de la Mente absoluta.
Tan sólo estos arquetipos son manifestaciones reales y permanentes.
Hace muchísimos siglos, el místico filósofo
indo Kapila (142) expuso magistralmente este concepto, diciendo.
Tan poca importancia tiene la condición
física del hombre, que difícilmente puede comprobar su propia existencia ni la
de la Naturaleza. Tal vez lo que llamamos universo, con cuantos seres lo
pueblan, no tiene nada de real, y es tan sólo el producto de la continuada
ilusión (maya) de nuestros sentidos.54
Al cabo de diez mil
años, repite Schopenhauer el mismo concepto, diciendo:
La naturaleza no existe per se. Es la
indefinida ilusión de nuestros sentidos (143).
Si los objetos de sensación son ilusorios y
fluctuantes, no pueden ser reales. Únicamente el Espíritu es real porque es
inmutable. Así lo enseñó primero la filosofía búdica y después los gnósticos
que de ella derivaron su doctrina. La entidad Cristo sufrió espiritualmente
mucho más de lo que sufrió corporalmente la personalidad ilusoria de
Jesús clavado en el leño.
Según el concepto cristiano, Jesús equivale a
Cristo; pero los gnósticos y los iniciados distinguían entre ambas entidades
(144). El Christos de los griegos significaba ungido con aceite puro (chrism),
aparte de otras acepciones, entre las cuales tenemos la equivalente a la que en
todas las lenguas significa la pura y sagrada esencia de la primera emanación
del Absoluto que se manifiesta en espíritu perceptible. El Logos griego,
el Mesías hebreo, el Verbo latino y el Viradj sánscrito
expresan el idéntico concepto de la primera emanación, el Hijo del Padre,
la llama desprendida del eterno e inextinguible foco de Luz.
Dice Manú:
El hombre que obra piadosamente con la
interesada mira de su propia salvación, puede alcanzar la dignidad de los
devas; pero el que obra piadosa y al mismo tiempo desinteresadamente, se libra
para siempre de los cinco elementos (materia)... Quien ve el supremo Ser en
todos los seres y todos los seres en el supremo Ser y ofrece su propio ser en
sacrificio, se identifica con el Ser que brilla por su propio esplendor (145).
Así tenemos que el verdadero significado de
la palabra Christos es el colectivo concepto de los espíritus
individuales de los hombres, erróneamente llamados almas. Son los divinos Hijos
de Dios, algunos de los cuales cobijan a las entidades humanas, aunque en su
mayoría permenecen en la condición de espíritus planetarios, y en su mínima
parte quedan temporalmente unidos en la tierra a hombres como Gautama, Jesús,
Tissu, Krishna, que por virtud de esta unión fueron dioses-hombres en la
tierra. Otros como Moisés, Pitágoras, Apolonio, Plotino, Confucio, Platón,
Jámblico y algunos santos del cristianismo, se unieron de cuando en cuando con
el Christo o Hijo de Dios, y merced a esta interválica unión se
elevaron a la categoría de semi-dioses instructores de la humanidad. Luego de
separados de sus tabernáculos terrestres y unidos para siempre con el espíritu
inmortal, se restituyen a la luminosa hueste de los ungidos en solidaridad de
pensamiento y de acción. De aquí que al decir los gnósticos que Christo sufrió
espiritualmente por la humanidad daban a entender con ello que sufrió su divino
Espíritu.
EL NOBLE HERESIARCA MARCIÓN
Así opinaba también Marción, “el gran
heresiarca del siglo II”, como le llamaron los titulados ortodoxos. Floreció
Marción en Roma por los años de 139 a 142 (146). Muy poderosa debió de ser su
influencia, porque dos siglos después todavía se queja Epifanio de la multitud
de discípulos de Marción repartidos por todo el mundo (147). Por otra parte,
delatan la magnitud del peligro los dicterios e infamantes epítetos derramados
sobre Marción por el “gran africano”, aquel cancerbero de los doctores de la
Iglesia, que siempre estaba vociferando en guarda de los dogmas de Ireneo
(148). No hay más que leer su célebre refutación de las Antítesis de
Marción para advertir las sutilezas del odio monástico de la escuela cristiana,
que a través de los tiempos medioevales ha renovado en los nuestros el
Vaticano.
Para muestra, basta el pasaje que dice:
Seguid, sabuesos, ladrando al Dios de la
verdad y disputaos por roer los huesos que os arrojan los apóstoles (149).
El autor de la Religión sobrenatural dice
sobre este punto:
La pobreza de los argumentos que emplea el
“gran africano” guarda proporción directa con la acritud de sus dicterios. Las
controversias religiosas de los Padres de la Iglesia están erizadas de
supercherías y henchidas de piadosos insultos. Tertuliano era maestro en este
linaje de dialéctica, y los acerbos vituperios que lanza contra Marción, a
quien llama impío y sacrílego, no tienen absolutamente nada de imparcial y
sincera crítica... Tertuliano y Epifanio motejaban de “bestia” a Marción, y le
imputaban haber eliminado del Evagelio según San Lucas pasajes que jamás
estuvieron en él... Prueba de la obcecación y parcialidad de Tertuliano tenemos
en que, no sólo imputa falsamente a Marción (Contra Marción, IV, 9, 36)
el haber mutilado el texto, sino que explica los motivos que tuvo para
mutilarlo. También le acusan Tertuliano y Epifanio de haber suprimido el
pasaje en que Cristo dice que no vino a abrogar la ley sino a cumplirla, siendo
así que esta frase aparece en el texto de Mateo (cap. V, vers. 7) sin que jamás
haya estado en el de Lucas (150).
Vemos, por lo tanto, cuán poca confianza
merecen las obras de los Padres de la Iglesia, quienes, como aseguran la
mayoría de exégetas, no expusieron la verdad, sino deleznables y personalísimas
opiniones sin fundamento lógico (151).55
El autor de la Religión
sobrenatural dice al hablar de Marción:
Mucha desgracia fue para Marción vivir en
época en que el cristianismo, perdida ya la pura moral de su infancia, estaba
conturbado por espinosas cuestiones dogmáticas. La sencilla fe y el pío
entusiasmo que cimentaron la confraternidad cristiana iban degenerando
rápidamente en las teológicas controversias que acabaron en cismas,
persecuciones y enconadas luchas. Siglos más tarde hubiera sido honrado Marción
como reformador; en su tiempo no podía por menos de ser condenado por hereje,
aunque no dejara de influir intensamente entre sus coetáneos con su
irreprensible conducta. Aspiraba Marción a una pureza angelical en el hombre, y
mantenía opiniones austerísimas respecto del matrimonio y de la subyugación de
la carne; pero aunque sus adversarios se burlaran de esta manera de pensar, no
cabe duda de que estaba de acuerdo con la estricta práctica de la virtud y que
los mismo sostuvieron después los más eminentes santos de la Iglesia (152).
Veamos ahora si las opiniones de Marción
merecían que Tertuliano le combatiera como el más peligroso hereje de su
tiempo. Para ello recurriremos al autor de Religión sobrenatural, quien,
a su vez, corrobora sus propias investigaciones en la autoridad de críticos
eminentes. Dice a este propósito
DUALIDAD DEL CRISTIANISMO PRIMITIVO
En la época de Marción pugnaban en el seno
del cristianismo dos orientaciones: la que consideraba la doctrina de Jesús
como mera continuación de la ley de Moisés y reducía el carácter de la Iglesia
a una secta del judaísmo, y la que miraba la nueva religión como campo abierto
a todas las gentes, en donde la ley de Moisés quedaba ventajosamente subrogada
por la ley de gracia. Estas dos orientaciones empezaron a dibujarse desde un
principio en los opuestos temperamentos de los apóstoles Pedro y Pablo, cuyo
antagonismo se echa de ver en la Epístola a los gálatas.
También se advierte, acaso con mayor
intensidad, este antagonismo en las Homilías clementinas, donde Pedro
repudia inequívocamente a Pablo, le apellida Simón el Mago, le trata de “enemigo”
y le echa en cara que jamás ha tenido la visión de Cristo. Westcott dice
sobre esto que “sin duda alguna fue considerado San Pablo como enemigo” (153).
Pero el antagonismo entre ambas tendencias, que perdura en nuestros días, se
delata asimismo en las Epístolas de San Pablo, según colegimos de la
contundente expresión de los siguientes pasajes:
Mas entiendo que no hice yo menos que los
grandes apóstoles...
Porque los tales falsos apóstoles son obreros
engañosos que se transfiguran en apóstoles de Cristo (154).
Pablo apóstol, no de los hombres ni por
hombre, mas por Jesucristo y por Dios Padre que lo resucitó de entre los
muertos...
Porque no hay otro, sino que hay algunos que
os perturban y quieren trastornar el Evangelio de Cristo... (155).
Ni aun por los falsos hermanos que se
entremetieron a escudriñar nuestra libertad...
Y cuando vino Cephas a Antioquía, le resistí
en su cara porque merecía reprensión.
Por cuanto antes de que viniesen algunos de
parte de Santiago, comía con los gentiles; mas después que vinieron, se
retiraba temeroso de los de la circuncisión.
Y los otros judíos consintieron en su
disimulación, tal, que aun Bernabé fue inducido por ellos en aquella
disimulación (156).
A esto parecen responder las quejas que,
según las Homilías, dirigió San Pedro a Simón el Mago, pero que iban sin duda
alguna contra Pablo, como se infiere de estotros pasajes:
Pues de entre los gentiles, algunos han
rechazado mis legítimas predicaciones y aceptado enseñanzas bastardas y
quiméricas de hombres hostiles... Simón (Pablo) vino antes que yo a los
gentiles..., y le he seguido como la luz a la sombra, como el conocimiento a la
ignorancia, como la salud a la enfermedad... Nuestro Señor y profeta Jesús nos
advirtió que se levantarían falsos profetas, por lo cual rehuid las palabras de
todo apóstol, instructor o profeta que desde un principio no acomode sus
enseñanzas a las de Jaime, llamado el hermano de Nuestro señor... Porque el
espíritu maligno pudiera enviaros un falso apóstol como nos ha enviado a Simón,
que predica en nombre de Nuestro Señor la verdad falseada y propaga el erro...
Por lo tanto, si Jesús se te apareció (157) verdaderamente en visión, sería
como irritado adversario. Pero ¿cómo es posible ser maestro de enseñanzas por
medio de visiones? Y si dijeres que es posible, preguntaré que ¿dónde estuvo el
Maestro un año entero para hablar a quienes le escuchaban? Ahora te revuelves
contra mí que soy la firmísima piedra angular de la Iglesia. Si no
fueses mi enemigo no me calumniarías ni menospreciarías mis enseñanzas (158)
para que no me crean, como si estuviese condenado, a pesar de que enseño lo que
oí de boca del Señor... Y si dices que estoy condenado, blasfemas de Dios que
me reveló a Cristo (159).
El autor de la Religión sobrenatural dice
a este propósito:56
La frase “si dices
que estoy condenado” alude claramente al pasaje: “le resistí en su cara porque
merecía reprensión” (160).
No cabe duda de que Pedro ataca a Pablo
porque le considera formidable enemigo de la verdadera fe, y le designa con el
odioso sobrenombre de Simón el Mago, y le sigue a todas partes para
desenmascararle y confundirle (161).
JESÚS NO ALUDÍA A JEHOVAH
Marción no admitía otro Evangelio que
las Epístolas de San Pablo (no en conjunto), repudiaba el
antropomorfismo del Antiguo Testamento y distinguía divisoriamente entre
el judaísmo y el cristianismo, considerando a Jesús no como el Mesías prometido
ni como hijo de David ni como profeta ni como doctor de la ley, sino como un
ser divino, enviado para revelar a los hombres una nueva religión espiritual
que hermanase a todas las gentes, y declararles el concepto, hasta entonces
desconocido, de un Dios de bondad y misericordia, tan distinto del Jehovah o
Demiurgos de los judíos, como el espíritu de la materia y la corrupción de la
pureza.
¿Se quivocaba Marción en esto? ¿Era blasfemo
o intuitivo aquel concepto de Dios que late en toda mente ansiosa de verdad? El
sincero deseo que Marción sentía de espiritualizar el cristianismo con entera
separación de la ley mosaica, estaba apoyado en las mismas palabras de Cristo
cuando decía:
Y ninguno echa remiendo de paño recio en
vestido viejo, porque se lleva cuanto alcanza del vestido y se hace peor la
rotura.
Ni echa vino nuevo en odres viejos. De otra
manera se rompen los odres, y si vierte el vino y se pierden los odres. Mas
echan vino nuevo en odres nuevos, y a sí se conserva lo uno y lo otro (163).
El vengativo, iracundo y celoso Dios de
Israel no tiene ningún parecido psicológico con el misericordioso Dios de
Jesús, el Padre común de todos los hombres, que está en los cielos, es un error
comparar el puramente espiritual concepto del Padre con la caprichosa y
subalterna deidad sinaítica. Jamás pronunció Jesús el nombre de Jehovah ni puso
en parangón este juez implacable, cruel y vengativo con el Dios de
misericordia, amor y justicia. Desde el memorable día en que predicó el Sermón
de la Montaña, quedó abierto un abismo infranqueable entre el Dios de Jesús y
la deidad que desde el Sinaí fulminó los mandamientos de la antigua ley. Las
palabras de Jesús demuestran inequívocamente no sólo rectificación sino
enmienda a los preceptos del “Señor Dios” de Israel, según se infiere de los
siguientes pasajes:
Habéis oído que fue dicho: Ojo por ojo y
diente por diente.
Mas yo os digo que no resistáis al mal; antes
si alguno te hiriere en la mejilla derecha, párale también la otra.
Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu
prójimo y aborrecerás a tu enemigo.
Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos;
haced bien a los que os aborrecen y rogad por los que os persiguen y calumnian
(163).
Estos principios morales tienen su precedente
en aquellos otros expuestos siglos antes por Manú, quien dijo:
En estas diez virtudes consiste el deber:
resignación, templanza, probidad, pureza, continencia, veracidad, paciencia,
conocimiento del supremo Espíritu, conocimiento de las sagradas Escrituras y
devolución de bien por mal. Quienes mediten estas virtudes y a ellas ajusten su
conducta, alcanzarán la condición suprema (164).
Análoga moral resplandece en los diez
mandamientos de la religión budista:
1.º No matarás.
2.º No hurtarás.
3.º No fornicarás.
4.º No mentirás.
5.º No descubrirás los secretos del prójimo.
6.º No desearás la muerte de tus enemigos.
7.º No codiciarás los bienes ajenos.
8.º No dirás palabras torpes e injuriosas.
9.º No te entregarás a la ociosidad ni a la
molicie.
10.º No recibirás en dádiva oro ni plata
(165).
Otro motivo de cotejo nos ofrecen los dos
pasajes siguientes:
Y vino uno y le dijo: Maestro bueno; ¿qué
bien haré para conseguir la vida eterna?
Él le dijo:... guarda los mandamientos.
Él le dijo: ¿Cuáles?... No matarás, no
adulterarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio (166).
-¿Qué haré yo para conocer la verdad eterna (bodhi)?
¿Cómo llegaré a ser upasaka?
-Guarda los mandamientos.57
-¿Qué mandamientos?
-No mates, no robes, no forniques, no mientas
(167).
Resulta evidente la identidad de ambos
sistemas preceptivos, cuya práctica mejoraría a la humanidad. No son más
divinos estos preceptos cuando salen de unos que de otros labios. El precepto
de devolver bien por mal es tan sublime cuando lo predica un nazareno que si lo
pregona un indo o un tibetano.
Ciertamente, no arranca de Jesús la Ley de
Oro, sino de la India, pues no es posible negar que el buda o iluminado Sakya
floreció muchos siglos antes de Jesucristo, cuya doctrina es continuación de la
de aquél, pues el Fundador del cristianismo no buscó su modelo al pie del Sinaí
sino al pie de los Himalayas. Su doctrina armoniza con las de Manú y Gautama,
al paso que difiere de la de Moisés. Los induístas preceptuaban la devolución
de bien por mal. Los hebreos decían: “Ojo por ojo y diente por diente”.
JEHOVAH Y BACO
No es posible que los cristianos sostengan la
identidad entre el Padre de Jesús y el Jehovah de Moisés, desde el punto en que
está demostrado que el Dios de los judíos era ni más ni menos que el pagano
Baco o Dionysos. El nombre ... (Yava o Iao) es, según Teodoreto, el que
secretamente se aplicaba al dios de los misterios fenicios (168) y al Creador
de la cosmogonía caldea. En todos los países que adoraban a Baco había una
tradición relativa a Nysa y a la cueva donde fue criado. En Palestina esta
cueva estaba en Beth-San o Seythopolis, y era análoga a la del monte Parnaso.
Diodoro declara que la cueva de Nysa estaba
situada entre Fenicia y Egipto. Por otra parte, dice Eurípides que Dionysos fue
de India a Grecia; y Diodoro añade:
Osiris fue llevado a Nysa, en la Arabia
Feliz. Era hijos de Zeus y se le llamó Dionysos (169).
Los griegos consideraban a Dionysos como el
lugarteniente de Zeus, según se colige de este verso de Píndaro:
Así el padre Zeus gobierna todas las cosas y
también las gobierna Baco.
Pero fuera de Grecia, Baco era el
Todopoderoso “Zagreus, el supremo Dios”. Aunque Moisés le adoró conjuntamente
con el pueblo en el monte Sinaí, es lógico suponer que, como iniciado en la
sabiduría oculta, guardaba el secreto que encubren todos los cultos exotéricos.
Una de las pruebas más concluyentes de la equivalencia de Baco, Osiris y
Jehovah nos la ofrece aquel pasaje que dice:
Y edificó Moisés un altar y llamó su nombre
Jehovah-Nissi (170).
Sharpe corrobora esta aserción diciendo que
Osiris nació en el monte Sinaí, llamado monte Nysa por los egipcios (171).
Si el Dios de los judíos hubiese sido el
único Dios vivo y Jesús su único Hijo, no viéramos como éste subroga la ley
judía del talión por la de caridad y sacrificio. Si el Antiguo Testamento está
inspirado por Dios, no puede estarlo el Nuevo Testamento o
recíprocamente. No es posible creer que Dios se contradiga en el relativamente
corto tiempo de unos cuantos siglos, y forzosamente habrán de confesar los
teólogos que o estuvo inspirado Moisés o no era Jesús el Hijo de Dios. eN este
dilema prendieron los gnósticos al naciente cristianismo.
Durante diecinueve siglos ha estado esperando
la justicia que los comentadores de sano criterio advirtiesen la diferencia
entre el ortodoxo Tertuliano y el gnóstico Marción. La brutal violencia, doblez
y mojigatería del “insigne africano” repugna aun a los mismos cristianos.
Oportunamente pregunta Marción:
¿Cómo puede Dios quebrantar sus propios
mandamientos? ¿Cómo prohibir por una parte la idolatría y el culto de las
imágenes, y ordenar por otra la adoración de la serpiente de bronce? ¿Cómo
prohibir el robo y mandar después a los israelitas que roben el oro y la plata
de los egipcios?
EL EMMANUEL DE ISAÍAS
Anticipándose Marción a las conclusiones de
la crítica moderna, rechaza el mesianismo atribuido a Jesús. Sobre esto dice el
autor de la Religión sobrenatural:
El Emmanuel (172) profetizado por Isaías no
es cristo, pues la virgen su madre es un alma del templo; ni los
sufrimientos del siervo de Dios (Isaías, LII, 13, y LIII, 3) vaticinan
la muerte de Jesús (173).58
CAPÍTULO IV
Nada supera a estos Misterios, que de la
grosería y rudeza
transportan nuestra conducta a la amabilidad,
benevolencia
y ternura.-CICERÓN: De Legibus, II,
14.
Desciende, ¡oh Soma!, en aquella esplendorosa
corriente
que eclipsó la luz del sol... ¡Oh Soma!, eres
el océano de vida,
por todas partes difundido, que infundes
potencia creadora
en los rayos del sol- Rig Veda, II,
143.
... Aparece la hermosa Virgen de abundosa
cabellera con
dos espigas en la mano, y se sienta para
amamantar
a su Niño – AVENAR.
Se atribuye el Pentateuco a Moisés, no
obstante la circunstancia de que relata su propia muerte (1) y de que, por otra
parte, el Génesis (2) llama Dan a una ciudad que, según el libro de los Jueces
(3), se llamaba en un principio Laish, y no tomó el nombre de Dan hasta muy
posteriormente. Bien pudo Josías rasgar sus vestiduras (4) al oír las palabras
del Libro de la Ley, porque había en él de Moisés tanto como de Jesús en
el Evangelio de San Juan.
Los teólogos están encerrados en la
alternativa de confesar o que Moisés era un impostor o que los libros a él
atribuidos son una compilación de textos escritos en diferentes épocas por
distintos autores. En ambos casos pierde el Pentateuco todo derecho a
que se le considere fruto de la revelación divina. Está, por lo tanto, sin
resolver en la Biblia el problema de la palabra del Dios de verdad,
pues, según el texto, dijo Dios a Moisés:
CONTRADICCIONES BÍBLICAS
Yo el señor, que aparecí a Abraham, a Isaac y
a Jacob en Dios omnipotente. Y mi nombre de JEHOVAH no lo manifesté a ellos
(5).
En cambio, tenemos contradictoriamente aquel
otro pasaje que dice:
Y llamó el nombre de aquel lugar,
Jehovah-jireh (el Señor ve) (6).
¿Qué pasaje es el verdadero e inspirado?
¿Cuál el mentiroso y falso (7)?
Marción y los gnósticos tenían por engañosa
la idea del Dios encarnado, y negaban, en consecuencia, la realidad física del
cuerpo de Cristo, que decían era pura ilusión, pues no estaba formado de carne
y sangre humanas, ni había nacido de mujer, ni su naturaleza divina pudo
contaminarse por el contacto de la pecadora carne. No admitía Marción más
autoridad apostólica que la de Pablo, cuya predicación se ajustaba al puro
evangelio de verdad, sofisticado por los demás apóstoles con mezcolanzas de la
ley mosaica (8).
Podemos añadir, por último, que la exégesis
moderna, cuya escrupulosidad data de fines del siglo XVIII, considera que el
texto ordenado por Marción sobre el Evangelio de San Lucas, único del que supo
algo, es mucho más fiel y exacto que el correspondiente de los sinópticos, y
así dice muy bien el autor de Religión Sobrenatural que “a Marción le debemos
el verdadero texto de la oración dominical” (9).
Si de las sectas cristianas pasamos a la de
los ofitas, que estaba en su apogeo en tiempo de Marción y los basilideanos,
hallaremos en ella el fundamento de las herejías de todas las otras.
Como los demás gnósticos, repudiaban por completo los textos mosaicos y no
obstante algunos toques originales, su filosofía derivaba de la tradición
cabalística de Caldea, basada en los libros herméticos, en las enseñanzas de
Manú y en las prevédicas doctrinas de la religión de sabiduría; pues aunque muy
eminentes orientalistas descubran en la filosofía gnóstica semejanzas con la
religión gbudista, no invalidan con ello nuestra afirmación, porque el budismo
es, al fin y al cabo, la fuente originaria del induísmo, ya que Gautama no se
declaró contra los Vedas, sino contra las amañadas interpolaciones y la
superposición de dísticos para simular la prueba de que las castas eran de
ordenación divina por haber salido cada una de ellas de los respectivos
miembros de Brahma. Gautama restauró en espíritu y en verdad la doctrina que de
tiempos primievales se enseñaba en el impenetrable secreto de los internos
recintos de las pagodas; y por lo tanto, no es maravilla que los dogmas
fundamentales de los gnósticos coincidan con los del induísmo y budismo.
Sostenían los gnósticos que el Antiguo
Testamento estaba inspirado por una divinidad subalterna, sin la más mínima
frase de Sophia o sabiduría, y que el Nuevo Testamento había
perdido su prístina pureza por vicio de las interpolaciones, enmiendas y
añadiduras de los compiladores, que pospusieron la divina verdad al logro de
sus egoístas y pendencieros propósitos.
Enseñaban los ofitas la doctrina de las
emanaciones, tan odiosa para quienes tan sólo conciben la unidad en la trinidad
y la trinidad en la unidad. No designaban con nombre alguno al Absoluto, cuya
primera emanación femenina era Bythos o el Abismo (10), de
concepto análogo al de la Shekinah con que los cabalistas simbolizaban
el velo encubridor de la sabiduría en la principal de las tres
cabezas. La Sabiduría absoluta e 59
innominada de los
ofitas equivale a la Mónada de los pitagóricos, y al igual que estos la
consideraban manantial de que emanaba la Luz (Ennoia o Mente) (11).
TEOGONÍA COMPARADA
Tenemos, por lo tanto, según la doctrina
ofita, una Tríada constituida por el Absoluto y sus dos emanaciones: Abrasax
(masculina) y Bythos (femenina), análoga a la primordial Tríada
caldea y la abstracta Trimurti induísta.
Si comparamos sinópticamente los tres
sistemas, tendremos:
SISTEMAS
Conceptos INDUÍSTA CALDEO OFITA
El Absoluto es Brahma Zyaus. En-Soph. Innominado.
La Divinidad manifestada Brahmâ-Nara (m),
Eikon-Anu (m), Innominado,
(12) y andrógina, masculino Nari (f).
Anata (f). Abrasax (m),
femenina, es Bythos (f).
De la unión de ambas
emanaciones surge el Viradj. Bel. Ophis.
tercer principio (13), que es
La trinidad masculina,
dimanante del primordial Brahmâ-Vishn-Siva
Sin-Samas-Bin (15) Sigé – Bythos -
femenino , es (14) Ennoia (16.
El sistema caldeo puede también exponerse con
algunas variantes que no alteran la esencia. El Absoluto es Ad-ad (17),
de quien por emanación procede Anu (18) y de éste Bel (19) y de éste Hea (20).
Sus respectivos principios femeninos o místicas esposas, son: Anata, Belta y
Davkina unificadas en Mylitta (21), que con la Tríada masculina constituía el Arba
(22) o raíz de toda potencia y perfección.
Este sistema puede resumirse sinópticamente
como sigue:
Anu
Tríada Bel Mylitta. Arba o deidad
cuaternaria.
Hoa
La equivalencia en el sistema cristiano es:
Padre
Trinidad Hijo María (23). Tetraktys cristina.
Espíritu Santo.
Aquí vemos por qué se llamó Kirjath-Arba o
ciudad de los Cuatro, la ciudad de los kabiris (axieros, eros, axiokersos)
simbolizados en Axiokersa, Demetrio, Kadmiel Hoa, etc.
La década pitagórica se descompone
simbólicamente en la equivalencia de
Anu = 1; Bel = 2; Hoa = 3; en suma, 6
Anu-Bel-Hoa + Mylitta = 4
Tríada Década = 10
Ennoia u Ofis equivale al Hombre primitivo,
al Pymander de los egipcios, al Unigénito del Padre, o sea la Potencia de la
divina Mente o primera manifestación formal e inteligible del divino
Espíritu. Simboliza la primordial aparición de la presencia divina en el mundo
objetivo.
El Absoluto (Divinidad inmanifestada o Dios
de misterio) fecunda con su voluntad a Bythos (abismo infinito e
insondable), símbolo abstracto del Cosmos, incomprensible antes de su
manifestación para la inteligencia humana. Pero como el común de las gentes no
hubieran entendido el concepto de una Divinidad andrógina que en sí asumiera
los principios masculino y femenino, la teología dogmática se vio precisada a
idear un Logos o Verbo, es decir, la actualizante manifestación del Absoluto.
EL TERCER PRINCIPIO
Los ofitas, de acuerdo con las tradiciones
caldeas, consideraban el tercer principio, Ennoia u Ofis, procedente
generativamente del principio masculino (Sigé) y del femenino (Bythos)
desdoblados del Absoluto. De la Tríada Sigé-Bythos-Ennoia procede Sophia (24),
constituyéndose así la Tetraktys de que, a su vez, emana el Christos60
latente desde toda
eternidad en la esencia del Absoluto, como latente también estuvo el Logos.
Así, pues, Christos es uno en esencia con todos los demás principios
emanados del Absoluto; pero ontológicamente considerado es una entidad
andrógina constituida por los dos elementos Christos y Sophia,
que se infundieron en la persona de Jesús.
Ireneo (25) dice que el Padre y el Hijo se
enamoraron de la belleza de Sophia (mujer arquetípica), lo cual
significa que la Luz, Ennoia, procedente del Padre y del Hijo fecundó a Sophia
para emanar otros dos principios: el Christos perfecto y Achamoth (sabiduría
inferior o ....). tenemos, por lo tanto, que Christos es el medianero y guía
entre el Padre y el hombre espiritual (26), así como Achamoth (o más correctamente
Hakhamoth) es la medianera entre el mundo mental y el mundo físico (27).
Por otra parte, Ophis y Sophia son
los desdoblados principios de una entidad andrógina, o sean respectivamente la
sabiduría masculina y la sabiduría femenina, o de otro modo, la Sophia mayor,
Sophia Pneuma (Espíritu Santo inmanifestado o Mente arquetrípica de
todas las cosas) y la Sophia menor (Ophis) o Espíritu Santo manifestado
en la persona de Jesús, a quien por esta razón representaban los ofitas con el
atributo de la serpiente Ophis.
El reverendo Preston, sacerdote católico de
Nueva York, en un sermón predicado en las funciones del “Mes de María” expuso
con toda claridad, análogamente a los filósofos paganos, el concepto del
principio femenino en sus relaciones con la Trinidad. Dijo el predicador:
La obra de la Redención exigía que mediase en
ella una madre, y la única mujer valedera para que por su mediación se
cumpliera la obra de Dios, era María, cuya virginal pureza dispuso Dios al
efecto, porque no era posible que una mujer contaminada fuese madre de Dios.
Aun en su niñez fue la Santa Virgen más adorable que los serafines y
querubines, y según iba creciendo era más pura. Por su misma santidad reinaba
en el corazón de Dios, y llegada la hora, toda la corte celestial quedó en
silencio para que la Trinidad escuchara la respuesta de María, sin cuyo
consentimiento no hubiera sido posible la redención del mundo... en este
mes de Mayo comienza la época de la Pascua, y pues la Naturaleza se engalana
con flores y frutos que prometen copiosa cosecha, esperemos también nosotros la
recolección del dorado fruto. En este mes despierta la mortecina tierra a nueva
vida como símbolo de resurrección; y así, al postrarnos ante la imagen de la
bendita e inmaculada virgen María, brotará de nosotros el vástago del buen
propósito, la flor de la esperanza y el fruto de la santidad.
Al comentar este pasaje nos permitiremos
contradecir en algunos puntos al predicador, advirtiendo en primer lugar que no
es privativo del cristianismo, sino de muchos siglos anterior, el concepto del
principio femenino materno, unido al trínico principio masculino, con la
ventaja de ser más filosófico y muchísimo menos antropomórfico que el concepto
cristiano de la madre de Dios.
Por lo demás, parece como si oyéramos decir a
Ireneo en su exposición de la llamada herejía gnóstica, que el Padre y el Hijo
se enamoraron de la celeste virgen Sophia, o como si recordáramos el símbolo
egipcio de Isis, a un tiempo esposa, hermana y madre de Osiris-Horus.
Los gnósticos sólo consideraban dos entidades;
pero los cristianos paganizaron el concepto, asimilándolo a la Tríada caldea
Anu-Bel-Hoa identificada con Mylitta.
Por lo concerniente al símbolo de la
resurrección en la primavera, también lo tuvieron los paganos en la resurrección
de Osiris, Adonis, Baco y otros dioses solares muertos a manos de sus enemigos.
La primaveral renovación de la naturaleza, cuando germinan las simientes
adormecidas en el invierno (que se suponían conservadas en el mundo inferior o
Hades), está simbolizada en los tres días que antes de su resurrección pasan en
el infierno Cristo, Orfeo, Hércules y otros personajes teogónicos.
EQUIVALENCIAS TEOGÓNICAS
Precisamente lo que los cristianos califican
de herejía es la doctrina induísta en toda su pureza. Vishnu, la segunda
persona de la Trimurti, equivale al Logos (pues encarna voluntariamente en
Krishna), y su a la par esposa, hermana e hija Lakmy o Lakshmy representa el
mismo concepto que Isis respecto de Osiris, sephira respecto de En Soph y
Ennoia de Bythos. Krishna es el redentor prometido por Brahma a la humanidad, y
equivale al Christos de los gnósticos. Lakmy, esposa o aspecto femenino de
Vishnu, es el símbolo de la naturaleza física, la madre de todas las formas
objetivas, la mediadora (como la Achamoth de los gnósticos) entre el mundo
mental y el mundo físico. Krishna, en equivalencia de Christos, es el medianero
entre el Absoluto y el hombre espiritual.
Este dogma gnóstico-induísta es más lógico y
admisible que el expuesto en las alegorías del Génesis acerca de la
caída del primer hombre. El Dios de Moisés no sólo maldice a Adán y Eva, sino a
la tierra entera con todo cuanto en ella existe; y aunque les promete un
Redentor de la humanidad castigada por el pecado de los primeros padres, nada
nos dice el Nuevo Testamento sobre la redención de la tierra y los seres
vivientes malditos por Dios sin haber cometido pecado alguno. Por lo tanto, la
alegoría gnóstica denota mayor sentido de justicia y razón que la cristiana.
En el sistema ofita, la sabiduría andrógina
(Sophia) equivale al principio femenino Nari o Narayana que flota sobre las
aguas (28), pero que no puede vivificarlas inmediatamente porque se lo impide
su pura naturaleza intelectual; ni tampoco puede Sophia vivificar la materia
por intervención del Padre supremo ni de Ennoia, cuya 61
naturaleza es todavía
más espiritual, sino que para vivificarlas ha de valerse de Achamoth, su propia
emanación, cuya naturaleza, entre espiritual y material, la capacita para
relacionarse afinemente con la materia caótica.
El sistema ofita sólo se diferencia del
nazareno de San Juan en el cambio de nombres (29). Dice el Codex Nazaroeus (30)
que Mano, el supremo rey de Luz, es el “gran primero”, lo cual significa
que es la primera emanación de Ferho (el Absoluto, la Divinidad
desconocida, la Vida sin forma). Es Mano el príncipe de los eones, y de él
emanan cinco refulgentes rayos de la Luz divina (31). Por esto le llamaban los
nazarenos Rex Lucis, según se ve en este pasaje:
Unus est Rex Lucis in suo regno, nec ullus
qui eo altior, nullus qui ejus similitudinem retulerit, nuilus qui sublatis
oculis, viderit Coronam quoe in ejus capite est.
Por otra parte, simboliza Mano la Sabiduría
oculta en la Luz manifestada en torno de la principal de las tres cabezas
cabalísticas. De Mano proceden por emanación tres principios de vida: Ebel
Zivo (Logos), el Apóstol Gabriel (Christos) y el primer Mensajero
de Luz. La Fetahil de los nazarenos equivale al aspecto espiritual
de la Achamoth ofita y el Spiritus equivale al aspecto material de la
misma Achamoth.
Fetahil es, según los nazarenos, el reflejo
del señor Abatur, su padre (32), y le llaman también “el hombre novísimo”.
Viendo el Spiritus sus vanos intentos para crear un perfecto mundo material,
demanda auxilio al desjuicioso e insensato Karabtanos (33), y con él se une
para engendrar los siete astros (34) y definir, ayudados de estos, las formas
del mundo objetivo, modeladas en la turbulenta materia caótica.
LOS PRIMITIVOS CRISTIANOS
Volviendo al sistema ofita, vemos análogos
símbolos. Incapaz Sophía de crear por sí misma el mundo objetivo, emana de su
propio ser a Achamoth, quien desciende al caos, y sobrecogida por la densidad
de la materia, se desorienta y extravía; pero resuelta, no obstante, a formar
un mundo objetivo, se mueve sobre el caos para vencer la inercia de los
elementos, hasta que empapada, por decirlo así, de materia (35), y no pudiendo
desembarazarse de ella, emana de sí misma el Creador (36) del mundo
objetivo, que unas sectas consideraban como progenitor de Jehovah y otras como
el mismo Jehovah. Precisamente este punto de la cosmogonía gnóstico-cabalística
es el punto inicial del sistema mosaico, que aceptaron después los cristianos
primitivos, cuya incultura (pues pertenecían a las ínfimas clases de la sociedad)
no les permitía conocer las filosóficas doctrinas de los neoplatónicos ni
siquiera los fundamentos metafísicos de la nueva religión que habían abrazado.
Tanto los cristianos procedentes del judaísmo, sometidos hasta entonces a la
tiranía dogmática de las sinagogas, como los procedentes del paganismo, cuya
plebe fue siempre profana a los Misterios, confundieron en sus ineducadas
mentes el concepto de Jehovah con el del Padre de Jesús, por lo que
muerto éste se suscitaron deplorables contiendas entre los partidarios de Pedro
y los de Pablo, pues lo que uno afirmaba, el otro invariablemente lo negaba
(37).
En su vano intento de presentar como
heréticas las doctrinas de los gnósticos, confunde tan lastimosamente Ireneo
los conceptos y tergiversa las ideas de tal manera, sea por ignorancia o por
malicia, que no es posible desenmarañar el enredo sin cuidadosa compulsa de la Kábala
y del Codex. Así, por ejemplo, no establece Ireneo diferencia alguna
entre los setianitas y los ofitas, y dice que llamaban Hominem al
Supremo Dios e Hijo del Hombre a la Mente divina (38), cuando ni los
setianitas (39) ni los ofitas (40) tuvieron jamás semejantes conceptos de la
Divinidad. Pero Ireneo se contradice al exponer en otro pasaje de sus obras las
doctrinas de Cerinto, discípulo de Simón el Mago, pues dice que, según Cerinto,
el mundo no fue creado por el supremo Dios, sino por un Eón, Virtud o Potestad
de tan inferior grado que no concebía a Aquél que está sobre todas las
cosas. Este Eón se valió de José para engendrar en las entrañas de su
esposa María el cuerpo de Jesús e infundirse en él (41). Por lo tanto, Jesús
era, en cuanto hombre, como los demás hombres, y como ellos engendrado y
nacido, por lo que se le llamó el Hijo del Hombre.
Tenemos, pues, que si, según los gnósticos,
era Jesús físicamente hijo de hombre y espiritualmente era el Christos
infundido en su cuerpo, ¿cómo podían llamar Hombre al Padre, e Hijo del
Hombre a la Mente divina (Ennoia)?
Ni los cabalistas ni los gnósticos
antropomorfizaron jamás la Divinidad suprema e incognoscible, sino que
denominaron “Hombre arquetípico” a la segunda emanación del principio femenino
desdoblado del Absoluto y conocido también con los diversos nombres propios de
Shekinah, Sephira, Depth, etc. Por lo tanto, Adam Kadmon, Ennoia y demás
denominaciones del Logos, son Unigénitos pero no Hijos del Hombre, pues
este calificativo es peculiar del Christos procedente del Hombre arquetípico y
Sophía la Mayor por virtud de la vivificante luz emanada del Padre, foco de
toda luz, y por consiguiente de la luz del Christos.
La filosofía gnóstica distingue entre el
Logos inmanifestado o Primer Logos, y el Logos manifestado y ungido o Christos.
En opinión de Filo Judeo puede llamársele a Ennoia el Segundo Dios, pero en
manera alguna el Segundo Hombre, como pretenden Ireneo y Teodoreto, pues
siempre fue Ennoia para los gnósticos el “Hombre arquetípico”. Ambos autores
cristianos tergiversan la filosofía gnóstica con empeño de identificar de todos
modos, por heréticos que sean, a Jesús con el supremo Dios, cuando precisamente
nunca se les ocurrió a los gnósticos (42) ecuacionar con el Absoluto, no ya la
persona de Jesús, sino ni siquiera la entidad de Cristo.62
VERSÍCULO APÓCRIFO
Podemos comprobar las adulteraciones de
Ireneo, Teodoreto y otros sectarios mediante el cotejo de los manuscritos
originales con las copias posteriores. El artículo del credo que dice: descendió
a los infiernos, no aparece en los manuscritos de los siglos IV y VI, de lo
que se colige que fue una interpolación tomada de las leyendas de Baco y
Hércules. Sobre el particular, dice el autor del Catálogo de los manuscritos
de la Biblioteca Real (43):
La interpolación en el credo apostólico del
artículo: descendió a los infiernos es, a mi juicio, tan evidente como
la del versículo séptimo de la primera epístola del apóstol San Juan.
Ahora bien; este versículo dice así:
Porque tres son los que llevan los archivos
(44) en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo. Y los tres son uno.
Sin embargo, después de haber figurado en los
textos canónicos se le tuvo por apócrifo, porque no aparece en ningún
manuscrito griego (45). Las dos primeras ediciones de Erasmo impresas en 1516 y
1519 omiten este versículo, que no consta en ningún manuscrito anterior al
siglo XV (46) ni mencionan los exégetas griegos ni los doctores latinos (47),
tan afanosos de pruebas a favor de la Trinidad. También lo omite Lutero en la
edición alemana del Nuevo Testamento.
Eduardo Gibbon fue el primero en descubrir la
interpolación del versículo apócrifo, y por tal lo tuvieron el arzobispo
Newcome y el obispo Lincoln (48). Dice Parson sobre este punto:
Desde luego, que si el versículo de los tres
archiveros celestes fuese auténtico, lo hubieran conocido los primeros autores
cristianos y de seguro lo aprovecharan como argumento de valía en pro del dogma
de la Trinidad y en contra de los herejes (49).
Isaac Newton (50) dice:
Lo mismo que hicieron los latinos con el
versículo en cuestión, hicieron los griegos con el versículo 16 del capítulo
III de la Epístola de San Pablo a Timoteo, pues alteraron de ... en ...
la abreviatura de la palabra ..... que aparece en el original manuscrito
alejandrino. Con esta modificación quedó alterado el texto, de modo que se lee:
Grande es el misterio de santidad; Dios manifiesto en la carne, en vez
de leer como en el original: Grande es el misterio de la santidad manifiesta
en la carne... Pero ahora que ya concluyeron las discusiones sobre esta
adulteración, cuantos leen el pasaje: Dios manifiesto en la carne,
hallan en él una prueba evidente del dogma relativo a este punto.
Preguntemos otra vez: ¿quiénes fueron los
primitivos cristianos? Los con vertidos por la sencilla elocuencia de Pablo,
que en nombre de Jesús prometía libertarlos de las ligaduras del dogmatismo.
Sabían que eran los “hijos de la promesa” (51), y no estaba velada para ellos
la bíblica alegoría en que Agar (52) simboliza la Sinagoga judía, que convirtió
en esclavitud la alianza del Sinaí y puso en cautiverio a los hijos de
Jerusalén. Gran número de judíos conversos injertaron en el cristianismo la
persecutoria intolerancia desatada contra todo el que abominaba de la
mojigatería y el dogmatismo; pero, por otra parte, se afiliaron a la nueva
religión muchos gentiles pertenecientes al vulgo del paganismo (53), que por
ignorancia de las verdades religiosas enseñadas en los Misterios estaban
ansiosas de saber cuál era el único y verdadero Dios en aquel confuso panteón
de dioses mayores y menores.
ANTAGONISMO ENTRE PEDRO Y PABLO
A su vez, el apóstol Pedro, no desligado de
las prácticas judías y partidario de la circuncisión, prometía a sus
catecúmenos la resurrección a una vida futura, si observaban la ley, aunque
ninguno de ellos tenía más idea de la resurrección que la expuesta por los
fariseos, pero negada por los saduceos.
La animosidad de Pedro (54) contra Pablo
dificultó su apostolado, siendo así que hubiera podido convertir a gran número
de paganos sin noción alguna de la vida futura, y a no pocos judíos, tanto de
los que creían en la resurrección predicada por los fariseos, como de los
pertenecientes a la escuela escéptica y materialista de los saduceos. Esto
explica el escaso éxito que el cristianismo obtuvo entre las clases cultas y
aristocráticas, según demuestra la historia eclesiástica, pues oían de labios
de Pedro lo contrario de lo que decía Pablo, y vacilaban entre uno y otro, sin
saber de qué parte estaba la verdad y la inspiración divina.
Decía Pablo:
Echa fuera a la sierva y a su hijo, porque no
será heredero el hijo de la sierva con el hijo de la libre.
Y así, hermanos, no somos hijos de la sierva
sino de la libre, con cuya libertad Cristo nos hizo libres.
Mirad que os digo yo, Pablo: que si os
circundidareis, Cristo no os aprovechará de nada (55).63
En cambio, Pedro
exclamaba:
Porque hablando palabras arrogantes de
vanidad...
Prometiéndoles libertad siendo ellos
mismos esclavos de la corrupción, porque todo aquel que fue vencido queda
esclavo del que lo venció.
Y si después de haberse apartado de las
contaminaciones del mundo por el conocimiento de Nuestro Señor y Salvador,
enredados de nuevo en ellas son vencidos... mejor les fuera no haber
conocido el camino de la justicia que después de conocerlo volver las
espaldas a aquel mandamiento santo que les fue dado (56).
¿Qué quiso significar Pedro con esto?
No podía aludir a los gnósticos, pues no les
había sido comunicado el santo mandamiento, como a Pablo, ni como éste habían
prometido el término de la esclavitud. Por otra parte, Pablo repudia la antigua
alianza simbolizada en Agar, y Pedro la confirma. Pablo previene a las gentes
contra las potestades y dignidades (57), mientras que Pedro las
acata y amenaza a quienes las desacaten. Por último, Pedro prescribe la
circuncisión, y Pablo la proscribe.
Con el tiempo, el episcopado de la nueva
religión fundió en un molde artificiosamente dispuesto todas estas
contradicciones, falsedades, amaños, supercherías e invenciones, cuyo caótico
conglomerado se puso a cubierto de todo análisis y escrutinio merced a los
terribles anatemas que contenían la curiosidad del lego so pretexto de
sacrilegio y profanación de los Misterios divinos. Desde entonces se
sacrificaron millones de vidas humanas en nombre del Dios de las misericordias,
hasta que la Reforma se declaró contra Pedro a favor de Pablo. Pero por una
extraña paradoja, el apóstol que abominó de la antigua ley de esclavitud, que
dejó a la discreción individual observar o no el sábado y que repudió el dogmatismo
anterior a San Juan Bautista, sirve de modelo y guía al protestantismo, que
apoyado en la antigua ley con más tesón que los mismos judíos, mostró mayor
intolerancia, fanatismo y espíritu persecutorio que la sinagoga rabínica.
Pues entonces, podemos preguntar nuevamente,
¿quiénes fueron los primitivos cristianos? Indudablemente los ebionitas, según
opinan los más sagaces críticos, entre ellos el autor de la Religión
sobrenatural, quien dice:
No cabe duda de que las Homilías
clementinas fueron escritas por un gnóstico de la secta de los ebionitas,
cuyas doctrinas asumieron un tiempo la más pura forma del cristianismo (58).
Y precisamente los ebionitas eran discípulos
y continuadores de los primitivos nazarenos o gnósticos cabalistas, como se
colige de los siguientes pasajes:
Es natural que los nazarenos admitieran
también la doctrina de los eones, pues fueron instructores de los ebionitas y
estos conocían dicha doctrina (59).
Ebión tenía las ideas de los nazarenos, las
fórmulas de los corintios (quienes atribuían a los ángeles la creación del
mundo) y el nombre de cristianos...
Nazarenos y ebionitas se unificaron por
último, y contagiándose recíprocamente su malicia, decidieron que Cristo era de
semilla de hombre (60).
JESÚS Y LOS EBIONITAS
Renán dice que los parientes de Jesús eran
ebionitas, y que los nazarenos consideraban como salvador y profeta a su primo
y precursor Juan el Bautista, cuyos discípulos moraban en la parte opuesta del
Jordán.
Dunlap demuestra que Juan bautizó a Jesús en
un paraje del río donde se adoraba a Adonis, y dice a este propósito:
A orillas del Jordán, más allá del lago,
moraban los nazarenos, secta anterior al nacimiento de Jesús, quien perteneció
a ella. Seguramente, se dilataron por el Oriente del Jordán y por el Sudeste
hacia tierras de loa árabes y sabeanos (61), en la dirección de Bosra. También
debieron propagarse por el Norte hasta el Líbano y Antioquía y por el Nordeste
hasta la colonia de Bercea, donde aún estaban en tiempo de San Jerónimo. En el
desierto tal vez subsistían a la sazón los Misterios de Adonis, y se invocaba
en las montañas el nombre de Adonai (62).
Según ya hemos visto, dice Teodoreto que los
judíos nazarenos veneraban al Ungido como un hombre justo y seguían el Evangelio
llamado de Pedro. Por otra parte, San Jerónimo encontró en la
biblioteca de Cesárea, coleccionada por el mártir Panfilio, el original hebreo
del apóstol Mateo el publicano, y dice sobre el particular:
Los nazarenos de Beroea de Siria me dieron
licencia para traducir el original del Evangelio de San Mateo que la
mayoría tienen por verdadero y he traducido recientemente al griego (63). Es el
Evangelio seguido por los nazarenos y ebionitas (64), y el apóstol lo
escribió en lengua caldea pero con caracteres griegos.64
Es evidente que los
apóstoles recibieron de Jesús enseñanzas secretas, pues el mismo San Jerónimo,
tal vez en un momento de descuido, declara:
Muy trabajosa es la traducción que vuestras
reverencias me han encomendado, pues el propio evangelista San Mateo no quiso
escribir abiertamente, y si no hubiese sido enseñanza secreta hubiera
añadido al Evangelio algún comentario suyo; pero como era cosa secreta,
encubrió de su propio puño el texto con caracteres hebreos de modo que sólo
pudieran comprenderlo los varones más religiosos, quienes recibían la
explicación de sus antecesores y maestros. Así, no permitieron sacar copia
alguna de este libro, y unos lo interpretaron en un sentido y otros en otro...
Y sucedió que como Seleuco, discípulo de Maniqueo, publicara este libro después
de haber publicado un texto apócrifo de los Hechos de los apóstoles, dio
con ello motivo de escándalo y no de edificación, ya que los oídos de la
Iglesia se mostraron sordos al sínodo que aprobó dicho libro (65).
Añade San Jerónimo que, no obstante haber
traducido dos veces el texto hebreo escrito por San Mateo de su propio puño y
letra, le costaba mucho trabajo comprenderlo, porque estaba en lenguaje
enigmático. Sin embargo, tiene San Jerónimo el suficiente desahogo para
condenar por herético todo comentario no suyo, aunque sabía muy bien que el
texto original de San Mateo encerraba la verdadera doctrina de Jesús, de cuyas
predicaciones fue testigo el evangelista, y que de los dos textos no era
ciertamente apócrifo el de los nazarenos, sino el griego.
No obstante, San Jerónimo se declara a
sabiendas defensor del texto adulterado en contra del auténtico, pues la
aceptación de este último hubiera entrañado la muerte del dogmatismo cristiano,
ya que el texto hebreo, seguido durante cuatro siglos por los nazarenos y
ebionitas, no proclamaba la divinidad de Jesucristo (66).
¿A qué maravillarse de los misterios del
cristianismo, desde el momento en que es religión puramente humana? Oigamos lo
que uno de los más ilustres doctores de la Iglesia, San Gregorio Nacianceno,
dice a su amigo y confidente San Jerónimo:
Nada tan a propósito para alucinar a las
gentes como la palabrería, porque cuanto menos comprenden más admiran. Nuestros
antecesores y maestros dijeron con frecuencia, no lo que pensaban, sino lo que
las circunstancias les movían a decir.
PRIMITIVA COSMOGONÍA CRISTIANA
Pero volvamos al sistema cosmogónico de los
genuinos cristianos primitivos.
Después de haber producido a Ilda-Baoth (67)
sufrió muchísimo Achamoth por su contacto con la materia, hasta que, al cabo de
vigorosos esfuerzos, escapó del cenagoso caos. Como no conocía el Pleroma, o
región materna, llegó al espacio intermedio y desprendióse de las partículas
materiales adheridas a su naturaleza espiritual. Entonces levanta una recia muralla
entre el mundo mental y el mundo físico, por lo que Ilda-Baoth resulta ser el
“hijo de las tinieblas”, el creador del mundo pecaminoso o aspecto físico del
mundo. A ejemplo de Bythos, emana Ilda-Baoth de sí mismo, y a su propia imagen,
seis entidades astrales reflejo una de otra, pero más tenebrosas a medida que
se distancian de su progenitor, con el cual se distribuyen las siete regiones
dispuestas escalonadamente a partir del espacio intermedio, donde está la
región de su madre, Achamoth, hasta la tierra o séptima región. Así tenemos que
Ilda-Baoth y sus seis emanaciones son los espíritus de las siete esferas
planetarias, en cuyo último término está la tierra. Los nombres de los siete
espíritus planetarios son: Ilda-Baoth, Jove o Jehovah, Sabaoth, Adonai, Eloi,
Uraios y Astaphaios (68). Los cuatro primeros (sin contar el de Ilda-Baoth)
corresponden indistintamente al “Señor Dios” de los hebreos (69); y los dos
últimos son los genios del fuego y del agua en la cosmogonía
nazareno-ebionítica.
Pero Ilda-Baoth (70) no era entidad puramente
espiritual, sino que, ambicioso y soberbio, desdeñó la espiritual luz del
espacio intermedio que su madre Achamoth le ofrecía, y quiso crear un mundo a
su semejanza. Auxiliado por sus seis hijos, los genios planetarios, creó al
hombre; pero fracasó en su obra, porque el hombre aquél era un monstruo sin
alma, ignorante, que se arrastraba por el suelo como una bestia. Entonces
Ilda-Baoth implora el auxilio de su madre espiritual, quien le transmite un
rayo de divina luz, con el que anima al hombre material. Dotado así de alma,
obedece al impulso de la luz divina y se eleva más y más, hasta trascender la
imagen de su creador Hilda-Baoth y mostrar semejanza con Ennoia, el Hombre
arquetípico. Henchido por ello de rabiosa envidia, Ilda-Baoth estalla en
animosidad contra su criatura, y clavando la emponzoñada vista en el abismo de
la materia, reflejóse la pasión en ella como en un espejo, con tal intensidad
que del abismo surgió Satán (71), cuya espiritual inteligencia está entremezclada
de odio, envidia, falacia y lo más vicioso, ruin y grosero de la materia (72).
Más y más despechado Ilda-Baoth al ver la
progresiva perfección del hombre, crea los reinos mineral, vegetal y animal con
todos sus malos instintos y viciosas cualidades; pero impotente para abatir el
árbol del conocimiento, que medra en cada una de las regiones planetarias, se
resuelve a separar al hombre espiritual protectora, y le prohibe comer el fruto
del árbol por temor de que descubra los misterios del mundo superior. Pero
Achamoth, que protegía y amaba al hombre por haberle animado, envió a su propio
hijo Ofis en forma de 65
serpiente para
inducir al hombre a comer del fruto del árbol. Y en cuanto el hombre quebrantó
tan injusto y egoísta mandato, se capacitó súbitamente para comprender y
abarcar los misterios de la creación.
Gracias a este conocimiento, formóse el
hombre de su propia mitad espiritual y material una compañera. Ilda-Baoth se
vengó de la primera pareja humana encerrándolos en una mazmorra de carne,
indigna de su naturaleza, donde todavía están esclavizados. Pero Achamoth, que
seguía protegiendo al hombre, estableció entre él y la mansión celeste una
corriente de divina luz para su iluminación espiritual.
TIPOS DUALÍSTICOS
También se encuentran en el sistema
nazareno-ebionítico las alegorías del batallador dualismo entre el bien y el
mal, el espíritu y la materia, cuyo origen se descubre en la India, de donde lo
tomaron todas las cosmogonías. Los opuestos tipos dualísticos del sistema
gnóstico son remedo y copia de otros antiquísimos en las primitivas
concepciones míticas. Ofis y Ofiomorfos, Sofía y Achamoth, Kadmon y Adam, los
genios y los eones, los ángeles, arcángeles, virtudes y potestades aparecen con
otros nombres en los sistemas induísta, budista y mazdeísta, al paso que
sirvieron de modelo a las personificaciones bíblicas. El “Zeroana” o “Tiempo
sin límites” de los mazdeístas es el prototipo del “Abismo” y de la “Corona” de
los gnósticos, así como del “En Soph” cabalístico. Los seis “Amshaspendas”
creados por la “palabra” de Ormazd el “primogénito”, tienen sus copias reflejas
en “Bythos” y sus emanaciones, así como el tipo dualístico Ormazd-Ahriman y sus
devas ofrece analogía con Ilda-Baoth y sus seis genios planetarios,
contaminados de materia.
Conmovida Achamoth por los males que no
obstante su protección afligen a la humanidad, suplica a su celeste madre Sofía
que recabe del desconocido Abismo el envío de Christos, hijo y emanación
de la Virgen celeste, en auxilio de la decaída humanidad, pues Ilda-Baoth y sus
seis hijos materiales desvían de ella la divina luz. Achamoth dice entonces a
su hijo Ilda-Baoth que el reino de Christos sería tan sólo temporal, y fiado en
ello manda Ilda-Baoth a su propio mensajero y protegido el profeta Juan el
Bautista, de la estirpe de Seth; pero únicamente escucharon su palabra los
nazarenos que adoraban a Iurbo-Adonai (73). Además, Achamoth indujo a
Ilda-Baoth a que engendrase al hombre Jesús en la Virgen María para que
fuese su reflejo en la tierra, pues la formación de una entidad física
correspondía por naturaleza a Ilda-Baoth, por no estar en las funciones de una
potestad más elevada. En cuanto nació Jesús, unióse el perfecto Christos a
Sophía (sabiduría y espiritualidad) y fue descendiendo a través de las
siete regiones planetarias, de cuya respectiva forma se iba revistiendo para
encubrir su verdadera naturaleza a los genios de los planetas, al paso que
absorbía de estos las chispas de divina luz que retenían en su esencia. Así
pudo infundirse Christos en el cuerpo de Jesús en el momento del bautismo en el
Jordán. Desde entonces operó Jesús milagros, pues hasta allí había estado del
todo ignorante de su misión (74).
Al percatarse Ilda-Baoth de que Christos
amenazaba derrocar el reinado de la materia, concitó en su contra a los judíos
que le condenaron a muerte (75). Poco antes de morir Jesús en la cruz, abandonó
su cuerpo la duada Christos-Sophía y se restituyó a su propia esfera. El cuerpo
físico de Jesús quedó en la tierra, pero él siguió actuando en un cuerpo
formado de éter (76).
Dice King acerca del particular:
Desde entonces sólo tuvo Jesús alma y
espíritu, y por esto no le reconocieron sus discípulos cuando se les apareció
después de resucitado. En cuerpo sutil permaneció en la tierra año y medio, y
durante este tiempo recibió de Sophía la ciencia perfecta, la verdadera gnosis,
que comunicó a los pocos discípulos capaces de recibirla y comprenderla.
Por fin ascendió Jesús al espacio intermedio
donde se sienta a la diestra de Ilda-Baoth sin que éste lo advierta, y allí
acoge a las almas purificadas por el conocimiento de Cristo. Cuando haya
absorbido toda la luz espiritual retenida entre la materia del reino de
Ilda-Baoth, quedará cumplida la obra de la redención y destituido el mundo. Tal
es el significado de la reabsorción de toda luz espiritual en el pleroma de
plenitud del que en un principio descendiera (77).
TEOGONÍA OFITA
Pero Teodoreto, de quien toma King esta
exposición doctrinal, apoya en los informes de Ireneo sus propias observaciones,
muy imperfectas por cierto en lo concerniente a los ofitas del siglo III,
cuando ya se habían entremezclado con otras sectas. Por su parte, también
Ireneo los juzga deficientemente, y ni uno ni otro aciertan en la exposición de
la verdadera teogonía de los ofitas, que con sólo tal o cual variación de
nombres es la misma de los gnósticos y nazarenos. Ophis equivale al
egipcio Chnuphis (serpiente del Bien), con majestuosa cabeza de león,
símbolo antiquísimo de Thoth, el “Hijo de Dios” y Salvador de la
humanidad. Dice Hermes Trismegisto:
¡Oh humanos! Vivid sobriamente y conquistad
la inmortalidad. Yo soy vuestro instructor y guía y os conduciré a la
salvación.66
Así es que los
primitivos gnósticos identificaban al Christos con Ophis (el
Agathodaemon), y representaban a éste en figura de serpiente, como doble
símbolo de la eternidad y de la sabiduría divina, análogamente a la
significación del Chnuphis egipcio.
Decían los ofitas:
El supremo Eón emanó de sí mismo otros eones,
entre ellos a Prunnikos (78) de naturaleza femenina, la cual se sumió en
el caos, quedando impregnada de materia, hasta el punto de que no le era
posible escapar de ella ni tampoco caer más abajo, donde nada había afín con su
naturaleza (79). Así permaneció suspendida en el espacio intermedio y emanó de
su ser a Ilda-Baoth (80), quien, a su vez, emanó siete eones o ángeles, que
formaron los siete cielos (81).
Ilda-Baoth encubrió a estos siete genios
cuanto estaba por encima de él, a fin de que nada supieran de lo que le fuese superior
(82). Después los genios (83) crearon al hombre a imagen de su padre, pero de
modo que se arrastraba encorvado por el suelo como los gusanos. Deseosa
entonces Prunnikos de quitarle a Ilda-Baoth el poder de que inadvertidamente le
había dotado, infundió en la forma humana un destello celeste: el espíritu. Al
recibirlo, se alzó el hombre sobre sus pies, remontó su mente más allá de las
siete esferas y glorificó al supremo Padre que está por encima de
Ilda-Baoth. Envidioso éste, posó su mirada en los ínfimos sedimentos de la
materia y engendró una potestad en figura de serpiente, que indujo a Eva a
probar el fruto del árbol de la ciencia (84).
Resulta, por lo tanto, que la serpiente del
Génesis, aparecida en escena sin previo aviso, es remedada copia del archideva,
cuya cabeza de sierpe llaman los persas ash-mogh (85). Si la serpiente
bíblica quedó privada de sus extremidades antes de tentar a la mujer, ¿cómo la
condena Dios a arrastrarse sobre su vientre? No es posible suponer que
anduviese apoyada en la cola.
Los Padres y doctores de la Iglesia
sostuvieron la supremacía de Jehovah contra la opinión contraria de las
escuelas gnósticas, que en último recurso fueron anatematizadas por
heterodoxas. Esta controversia duró hasta algún tiempo después de Constantino,
si bien en un principio hubo cristianos, como por ejemplo Tertuliano, que
tuvieron de Jehovah el mismo concepto que los gnósticos, sin que San Clemente
de Alejandría, defensor de la opinión contraria, viese nada de herético ni
censurable en las doctrinas de Basílides.
Sobre este punto dice King:
A juicio de Clemente de Alejandría no era
Basílides un hereje, esto es, un innovador contrario a las enseñanzas de la
iglesia, sino sencillamente un filósofo teosófico que trataba de dar nuevas
formas a verdades antiguas, con intento tal vez de conciliarlas con la
nueva fe, cuya aceptación entrañaba necesariamente la renuncia a la antigua,
como sucede en nuestros días con los indos ilustrados (86).
TERTULIANO CONTRA BASÍLIDES
Ireneo y Tertuliano no opinaron lo mismo que
Clemente. Las principales obras de Tertuliano contra los herejes rebosan de
fanática animosidad y mala fe, aunque las escribió afiliado ya a la secta de
Montano (87), desfigurando en ellas el sistema gnóstico, hasta convertirlo en
absurda monstruosidad, sin más fundamento que la obcecación del fanatismo
sectario. De Basílides (88), dice Tertuliano:
El hereje (89) Basílides pierde el tino al
decir que Abraxas es el Supremo Dios de quien emanó la Mente, llamada Nous por
los griegos, y que de la Mente emanó el Verbo y del Verbo la Providencia y de
la Providencia la Virtud y la Sabiduría y de estas dos los Principados y
Potestades (90) con infinidad de emanaciones angélicas, en cuya inferior
categoría coloca a los que formaron el mundo, y el último de todos ellos a
Jehovah, que según Basílides no es Dios sino uno de los ángeles (91).
Inútil es aducir la argumentación de las Homilías
clementinas (92) en prueba de que Jesús no distinguió jamás entre su
“Padre” y el “Señor Dios” de Moisés, pues está demostrado que no fueron
escritas por el autor a quien se atribuyen sino por un ebionita, en opinión de
algunos comentadores (93), y en tal caso dataría de mucho antes de la época de
San Pablo, so pena de que se interpolaran posteriormente los pasajes relativos
a la identidad de Jehovah y el Padre de Jesús; pues los
ebionitas, que según ha demostrado Epifanio, eran discípulos inmediatos de los
nazarenos, nunca consideraron a Jehovah como el supremo Dios, sino que le
llamaron Adonai-Iurbo (94).
Pero tan cuidadosamente celaban sus doctrinas
los nazarenos, que el mismo Epifanio, no obstante escribir a últimos del siglo
IV, no está seguro de cuáles fuesen sus dogmas, pues dice a este propósito:
Prescinden del nombre de Jesús y no se llaman
iesaenos ni judíos ni cristianos, sino nazarenos. Creen en la
resurrección de los muertos..., pero respecto de Cristo, no sé si lo
consideran tan sólo como hombre o si creen, cual debieran creer, que
nació de la Virgen María por obra del Santo Pneuma (95).67
El autor de las Homilías
pone en boca de Simón el Mago argumentos de índole gnóstica, mientras que
Pedro trata de conciliar la ley mosaica y el rito de la circuncisión con la
divinidad de Jesucristo, sin menoscabo de su fe en el “Señor Dios” que había
dejado de “proteger” al “pueblo escogido”.
Según demuestra el autor de la Religión
sobrenatural, el Epítome de las Homilías refunde la doctrina del
texto con la conjeturable intención de eliminar los puntos heréticos (96).
Simón el Mago opina, según las Homilías, que el Demiurgo, el constructor
o Arquitecto del universo, no es el supremo Dios, y se apoya para ello en las
palabras del mismo Jesús, que dice: “Ningún hombre conoció al Padre”. La misma
obra nos representa a Pedro muy indignado contra la opinión de que los
patriarcas no hubiesen podido “conocer al Padre”, pero Simón le replica,
aduciendo en prueba de su aserto aquel pasaje en que Jesús da gracias al Señor
de cielos y tierra por “haber revelado a los niños lo que encubrió a los
sabios”, y a esto redarguye Pedro que lo encubierto a los sabios se
refiere a los misterios de la creación (97).
Pero aunque en vez de supuesta por el autor
de las Homilías hubiese sido real esta argumentación de Pedro, no
demostraría la identidad de Jehovah con el “Padre” de Jesús, sino a lo sumo la
adhesión de Pedro a la ley mosaica, al rito de la circunsición y a la letra del
Antiguo Testamento sin que, no obstante su íntimo trato con Jesús, pueda
aducir pruebas convincentes de que el misericordioso y omnipotente Padre fuese
el colérico, vengativo y tonante Dios del Sinaí.
ESOTERISMO CRISTIANO
Lo que plenamente demuestran las Homilías es
que, aparte de la predicación pública, enseñaba Jesús secretamente a los
contados discípulos merecedores de recibirla. Así pone el autor en boca de
Pedro estas palabras:
Recordamos que nuestro señor y Maestro nos
mandó diciendo: “Guardad los misterios para mí y los hijos de mi casa”. Por lo
que también explicaba secretamente a sus discípulos los misterios del reino
de los cielos (98).
Fácil es de comprender el sentido de la
frase: “guardad los misterios para mí y los hijos de mi casa”, si por misterio
entendemos la doctrina secreta que, según el original del Evangelio de San
Mateo (99), enseñaba Jesús en la logia (100), análogamente a los ... (aporrheta)
o lecciones secretas de los Misterios paganos, que tan sólo podían recibir
los discípulos del círculo interno, elegidos para ejercer el sacerdocio. De
esto cabe inferir que la doctrina secreta de Jesús, con toda su terminología,
era substancialmente idéntica a la de los neoplatónicos y se apoyaba en la
gnosis oriental, como todas las religiones primitivas. Posteriormente el
fanatismo sacerdotal adulteró esta doctrina con interpolaciones y amaños
contradictorios para conciliar los progresos de cada siglo con los errores del
precedente. En algunos manuscritos hay conceptos tan groseros, que se delatan
por sí mismos y demuestran la ignorancia en que los Padres de la Iglesia
estaban del Evangelio que pretendían defender. Ejemplo de ello tenemos en que,
según ya dijimos, Tertuliano y Epifanio acusaron a Marción de haber eliminado
del Evangelio de San Lucas un pasaje que nunca estuvo en el texto
original.
Uno de los errores más notorios es el de
atribuir al profeta Isaías el vaticinio de que Jesús se valdría de parábolas al
predicar a las gentes. Sobre esto, ponen las Homilías en labios de Pedro
las siguientes palabras:
Pues Isaías dijo: Abriré mi boca con
parábolas y revelaré lo que estuvo secreto desde el principio del mundo (101).
El autor de Religión sobrenatural dice
a este propósito:
En el siglo III echó Porfirio en cara a los
cristianos el error de atribuir a Isaías una frase de los Salmos, que puso en
grave aprieto a los Padres de la Iglesia (102).
Eusebio y Jerónimo intentaron salir del paso
achacando el error a torpeza del copista. Jerónimo va más allá y dice que en
los primeros manuscritos no aparecía el nombre de Isaías en dicho pasaje, sino
el de Asaph, que la ignorancia de los copistas substituyó por aquél... Pero
contra esto vale advertir que en ningún manuscrito de los conocidos se ve el
nombre de Asaph, aunque el de Isaías se ha ido borrando de todos ellos, excepto
de algunos que escaparon a la rectificación. En el Código sinaítico, que
probablemente es el manuscrito más antiguo de todos ellos, pues data del siglo
IV, hay una nota que dice: “El profeta Isaías figuró en el texto por haberlo
puesto la primera mano, pero lo borró la segunda” (103).
Es muy significativo que nada pruebe en el Nuevo
Testamento la divinidad de Jesucristo a los ojos de sus discípulos, quienes
ni antes ni después de su muerte le tributaron honores divinos, sino que
sencillamente le llamaban “maestro”, o sea el mismo título con que a Pitágoras
y Platón honraban los suyos.
En cuantas palabras se han puesto en boca de
Jesús y los apóstoles no se advierte en estos la más leve señal de adoración
divina ni Jesús se proclamó jamás idéntico a su Padre (104) y, aunque se
llamaba hijo de Dios, añadía que “todos los hombres eran hijos del Padre
celestial”. Esta doctrina derivaba legítimamente de la enseñada muchos siglos
antes por Hermes, Platón y otros filósofos.68
HUMANIDAD DE JESÚS
Nueva prueba de que Jesús no se arrogó la
identidad con el Padre nos la da el pasaje siguiente:
...No me toques, porque aun no he subido a mi
Padre; mas ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre; a mi
Dios y vuestro dios (105).
La frase mi Padre y vuestro Padre,
mi Dios y vuestro Dios denota igualdad de condición, aunque
superioridad de evolución respecto de sus discípulos. Dice Teodoreto sobre este
punto:
Los herejes coinciden con nosotros en el
concepto de la Causa inicial de todas las cosas; pero dicen que no hay un solo
Cristo-Dios, sino dos entidades, una superior y otra inferior, que
precedentemente moró en varios. En cuanto a Jesús, unas veces dicen que
procede de Dios y otras le llaman espíritu (106).
Este espíritu es el Christos, el
mensajero de vida, que algunos llaman también arcángel Gabriel (107),
equivalente al Logos de los neoplatónicos; pero no se le debe confundir
con el Espíritu Santo o Vida (108), considerado como Potestad femenina
(109) por las escuelas gnósticas, excepto la nazarena, para quien era el
aspecto femenino del Espíritu, la luz astral generadora de todas las cosas
materiales, o sea el caos contrarrevuelto por el Demiurgo.
Sobre esto dice el Zohar:
Al crear al hombre había luz (espiritual)
junto al Padre y había luz (material) junto a la Madre. Tal es el hombre dual
(110).
Por su parte dice el Código de los
nazarenos.
El último día perecerán los siete astros mal
ordenados y también los hijos del hombre que confesaron al Spiritus, al
falso Mesías, al Deus. Perecerá también la madre del Spiritus (111).
Jesús acompañó sus predicaciones de señales y
obras maravillosas; pero contra el excesivo entusiasmo de quienes lo divinizan,
se opone la consideración de que no hizo ni más ni menos que lo que hicieron
otros cabalistas en aquella época en que, por haberse agotado las fuentes de
profecía, no estaban acostumbradas las gentes a los fenómenos mágicos y el
escepticismo culminaba en la secta de los saduceos.
Dice Teodoreto:
Los gnósticos afirman que el mensajero o
delegado de Dios cambia periódicamente de cuerpo de suerte que va de uno en
otro y cada vez se manifiesta de distinto modo... Y los profetas iluminados
usan conjuros e invocan a los demonios y practican la ceremonia del bautismo en
la confesión de sus doctrinas... Profesan la astrología, la magia y los errores
matemáticos (112).
El don de sanar a los enfermos y de operar
prodigios, que Jesús comunicaba a sus discípulos, demuestra que estos iban
aprendiendo a su lado la teoría y la práctica de la nueva ética, al paso que
fortalecían su fe a medida que acrecentaban sus conocimientos (113). De esta
gradación en el adelanto de los discípulos nos da ejemplo el caso de Pedro,
quien, no obstante su débil fe al principio (114), llegó por fin a sobresalir
en la taumaturgia, hasta el punto de que, según dicen los Hechos, le
ofreció dinero Simón el Mago para que le comunicara el don de obrar milagros.
Por otra parte, el apóstol Felipe fue un etrobático tan excelente como el
pitagórico Abaris, aunque menos experto que Simón el Mago.
Ni en las Homilías ni en el texto
original de los Evangelios ni en los Hechos de los Apóstoles hay
prueba alguna de que los discípulos de Jesús viesen en su Maestro algo más que
un profeta superior a todos los profetas. Las Homilías son un alegato en
pro del monoteísmo, aparte de la disquisición puesta en boca de Pedro con
intento de probar la identidad del Dios de Moisés con el “Padre” de Jesús. El
autor de las Homilías parece tan opuesto al paganismo como a la
divinidad de Jesucristo (115), y como si desconociera el concepto del Logos,
trata únicamente de Sophía, la Sabiduría según los gnósticos, diciendo
que la dualidad Christos-Sophía se infundió en Jesús como antes se había
infundido en Adán, Enoch, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y Moisés (116), a quienes
coloca a un mismo nivel de espiritualidad y les llama “verdaderos profetas” y
las “siete columnas del mundo”. Por otra parte, el autor niega resueltamente
por boca de Pedro la caída de Adán, y en consecuencia el dogma de la redención
según lo expone la teología cristiana, cuyos conceptos en este punto tilda de blasfemos,
aceptando en cambio la doctrina cabalística y en cierto modo platónica de la
permutación. De acuerdo con ella, dice el autor de las Homilías por boca
de Pedro, que Adán no sólo no pecó sino que era incapaz de pecar,
porque, como verdadero profeta, estaba poseído del mismo espíritu de Dios que
después se infundió en Jesús (117).69
LA REENCARNACIÓN
SEGÚN LAS HOMILÍAS
El “Hijo de Dios” simboliza el espíritu
inmortal del hombre, la entidad divina u hombre verdadero, pues los vehículos
inferiores son entidades imperfectas que, privadas de la luz del espíritu, quedan
reducidos a una duada animal (118). El hombre verdadero es trino y no
pierde la inmortalidad en los sucesivos renacimientos a través de las esferas
que cada vez le acercan más y más al esplendente reino de la eterna y absoluta
Luz.
Dice la Kábala:
El Primogénito de Dios, el santo Velo, la Luz
de luces, envía la revolución del Delegado, porque es la primera
Potestad (119).
A lo que arguye un doctor de la Iglesia:
No hay más pneuma (espíritu) ni más dunamis
(poder) de Dios que el Logos, el primogénito de Dios... Ángeles y
potestades hay en los cielos (120).
Sin embargo, esta doctrina es puramente
cabalística y la tomaron los cristianos del Zohar y de las sectas
gnósticas, pues Jesús no la aprendió en las sinagogas judías sino en las
escuelas cabalísticas. El texto mosaico apenas habla de los ángeles y
potestades celestes, no obstante las directas comunicaciones de Moisés con el
“Señor Dios de Israel”, y de aquí la enseñanza relativa a los ángeles se
mantuviera secreta y la condenara por herética la sinagoga. Tal es la razón de
que Josefo tilde de herejes a los esenios, diciendo:
Los que se afilian a la secta de los esenios
juran conservar en toda su pureza las doctrinas recibidas y transmitirlas en
tiempo oportuno tal como las recibieron y mantener secretos los libros de la
secta y los nombres de los ángeles (121).
Los saduceos no creían en los ángeles ni
tampoco los iniciados griegos, quienes sólo reconocían los dioses y semidioses
del Olimpo. Únicamente los cabalistas y teurgos sostuvieron desde tiempo
inmemorial la creencia en los ángeles, que posteriormente adoptaron Platón y Filo
Judeo, más tarde los gnósticos y por último los cristianos.
Josefo no dijo respecto de Jesús lo que
Eusebio le atribuye en su amañada interpolación, sino que, por el contrario,
señala en los esenios las características culminantes en la doctrina de Jesús.
Así dice de ellos:
Para orar se retiraban a lugares
solitarios... Su palabra es más valedera que un juramento y esquivan siempre el
jurar... Entran en las casas de gentes desconocidas y las tratan como si fuesen
íntimos amigos (122).
Estos rasgos distintivos coinciden con los
consejos que Jesús dio, según los siguientes pasajes:
Mas tú cuando orares, entra en tu aposento y
cerrada la puerta, ora a tu Padre en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto,
te recompensará. Pero yo os digo que de ningún modo juréis ni por el cielo,
porque es el trono de Dios...; mas vuestro hablar sea sí, sí, no, no; porque lo
que excede de esto, de mal procede (123).
LOS NABATEANOS DE AYER Y DE HOY
Los nazarenos, lo mismo que los esenios y los
terapeutas, interpretaban esotéricamente las Escrituras prescindiendo de
la fórmula externa de la ley mosaica, que el mismo Jesús tuvo en poco, a pesar
de los esfuerzos de Ireneo en presentarle de perfecto acuerdo con Moisés (124),
Dice Munk (125) que en el desierto moraban
sobre cuatro mil esenios que tenían libros místicos y vaticinaban el porvenir.
Los nabateanos profesaban con levísimas diferencias las mismas doctrinas que
los nazarenos y sabeanos, y todos ellos veneraban mayormente a Juan el Bautista
que a Jesús. El historiador persa Iezidi dice:
Los nabateanos llegaron a Siria procedentes
de Busrah. Observan el bautismo y creen en siete arcángeles, aunque al mismo
tiempo veneran a Satán. Su profeta Iezed, que floreció muchísimo antes de
Mahoma, enseñaba que Dios le enviaría un mensajero para revelarle el
significado de un libro escrito en los cielos desde la eternidad (126)
Los nabateanos moraban en el Líbano, donde
todavía están sus descendientes, y su sistema religioso era puramente
cabalístico. Maimónides los identifica con los sabeanos, según se infiere de
este pasaje:
Te diré cuáles son las obras que tratan de
las creencias e instituciones de los sabeanos. La más famosa es la titulada:
Agricultura de los nabateanos, que tradujo Ibn Wahohijah y rebosa de quimeras
paganas... Habla de 70
la preparación de
talismanes para contrastar el poder de los espíritus, magos, demonios y trasgos
que moran en el desierto (127).
Hoy día, las tribus diseminadas más allá del
Jordán y los samaritanos de Damasco, Gaza y Naplosa, la antigua Siquem,
conservan tradicionalmente, en toda su primitiva sencillez, la fe de sus
padres, no obstante las persecuciones sufridas durante dieciocho siglos. Entre
ellos hemos de buscar las tradiciones verídicas, por mucho que las hayan
desfigurado superposiciones posteriores, y compararlas con las leyendas
forjadas por los Padres de la Iglesia so capa de revelación. Dice Eusebio que
antes del sitio de Jerusalén, la naciente comunidad cristiana, la mayoría de
cuyos individuos habían conocido personalmente a Jesús y los apóstoles, se
refugiaron en la ciudad de Pella, sita al otro lado del Jordán. Es, por lo
tanto, muy natural que esta primitiva colonia, durante tantos siglos apartada
del resto del mundo, haya conservado íntegra la doctrina del Fundador, y allí debemos
buscar la fuente originaria del cristianismo. Después de la muerte de Jesús,
todos los cristianos, fuesen ebionitas, nazarenos o gnósticos, se refundieron
bajo la común creencia de que Jesús había sido un hombre justo (128), un
profeta poseído de la entidad Christos-Sophía manifestada por su
mediación. Los primitivos cristianos se mantuvieron unidos contra la fanática
intolerancia de la sinagoga y el tiránico tecnicismo de los fariseos, hasta que
de este común tronco se desgajaron dos ramas: los tanaímes y los gnósticos
(129). Entre los primeros se agruparon los partidarios de Pedro y Juan
Evangelista; entre los segundos, los que siguieron a Pablo, y a fines del siglo
II absorbieron a las escuelas gnósticas, cuya mística simbología se incorporó a
la Iglesia romana.
Entre estas contradicciones hermenéuticas y
dogmáticas, ¿qué cristiano se atreverá a definir su fe? El texto siriaco del Evangelio
de San Lucas dice:
Jesua, lleno del Santo Espíritu, volvió del
Jordán y el Espíritu le condujo al desierto (130).
Añade el mismo texto que el Espíritu Santo
descendió sobre Jesús en figura de paloma.
Sobre el particular dice Dunlap:
La dificultad está en que el Evangelio declara
que Juan Bautista vio descender el Espíritu (Poder de Dios) sobre Jesús en el
momento del bautismo, es decir, en plena virilidad; y por lo tanto, tiene
fundamento la creencia de los ebionitas y nazarenos de que antes del bautismo
no es posible admitir en Jesús los atributos del Logos. Por otra parte, los
gnósticos creían que Jesús era el Logos manifestado en la carne (131).
El Apocalipsis de San Juan y las
opiniones del sincero obispo Sinesio, que por fin abrazó las doctrinas
neoplatónicas, corroboran la sencilla fe de los primeros cristianos. Sinesio,
discípulo de Hipatia, exclama en un arrebato de inspiración:
¡Oh! Padre de los mundos... Padre de los
eones... Artífice de los dioses, santa es tu alabanza (132).
Y dice Hermes:
Santo es Dios, el Padre de todos los seres.
Santo es Dios, cuyo poder se manifiesta en la Sabiduría. Bendito eres Tú, que
todo lo creaste con tu palabra. Creo en Ti y de Ti doy testimonio, y voy a la
VIDA y a la LUZ (133).
¿Qué obispo cristiano se ha expresado tan
ortodoxamente como el divino pagano?
DEGOLLACIÓN DE LOS INOCENTES
Las evidentes discrepancias de los Evangelios
sinópticos y las adulteraciones que los desfiguran encubren un fondo de verdad
que posteriormente falsearon las exigencias de la Iglesia, hasta convertir las
superposiciones en dogmas, tanto por pruebas ficticias como por la ciega fe del
vulgo. La supuesta degollación de los inocentes por el rey Herodes tiene algún
fundamento alegórico, pues el relato está tomado de las tradiciones induístas,
en que el rey Kansa, tirano de Madura, ordena la muerte del niño Krishna, hijo
de su sobrina Devaki, porque los astrólogos le pronosticaron que el recién
nacido llegaría a arrebatarle la corona. Pero Krishna se libra de la furia de
Kansa por la protección de Mahadeva, quien sugiere a la madre la idea de
escapar a país extraño, mientras que el rey Kansa, con objeto de asegurar la
muerte de su presunto rival, manda degollar a todos los niños menores de dos
años (134).
Aunque es sorprendente el parecido entre el
relato induísta y el del Nuevo Testamento, opinan algunos comentadores,
Gaffarel entre ellos, que la degollación de los inocentes, tal como aparece en
los Evangelios, alude a las persecuciones emprendidas durante el reinado de
Herodes contra los cabalistas y varones doctos que se habían apartado de la
ortodoxia judía, y se les llamaba “niños inocentes” a causa de su pureza de
vida. Por otra parte, como sucede en algunos grados de la moderna masonería,
los iniciados computaban por años simbólicos su grado de iniciación (135).
De no aceptar la interpretación de los
cabalistas, forzosamente hemos de reconocer que el relato evangélico del
degüello de los inocentes es copia de la leyenda inda.71
La mayor parte de
comentadores advierten que la historia no menciona ésta ni ninguna otra matanza
de niños, y en verdad que un suceso de tan horrenda magnitud no hubiera pasado
por alto a los historiadores de la época. El tetrarca de Jerusalén era vasallo
de Roma, que sin duda no dejara impune tan monstruoso crimen. En cambio, los
textos judíos dan copiosas pruebas de la persecución emprendida contra los
iniciados. El Sepher Toldoth Jeschu dice a este propósito:
JESÚS SEGÚN LAS TRADICIONES HEBREAS
María fue madre de un niño llamado Jeschu, y
ya crecido lo puso al cuidado del rabino Elhanan. Y el niño adelantaba en
conocimientos porque estaba dotado de aguda comprensión. Después de Elhanan
educó a Jeschu el rabino Joshua, hijo de Perchiah, quien le inició en el
conocimiento secreto; pero como el rey Janeo mandase matar a todos los
iniciados, el rabino Joshua huyó a Alejandría con el niño.
Durante su permanencia en Alejandría se
hospedaron en casa de una muy principal y docta señora (136), a quien el joven
Jesús diputó por bella no obstante un defecto que en los ojos tenía, y
así se lo declaró a su maestro. Encolerizado éste al escuchar que su discípulo
encontrara algo bueno en el país de la esclavitud, le maldijo y apartóle de su
presencia.
Relata a continuación el texto en estilo
alegórico una serie de aventuras, de las que se colige que Jesús completó su
iniciación en las escuelas cabalistas de la India, después de instruido en la
ciencia de los egipcios. Muerto el rey Janeo regresó Jesús a Judea (137).
El erudito autor de Tela ígnea Satanae dice
que se levantaron contra Jesús dos cargos substanciales: 1.º Que prevalido de
su iniciación en Egipto había descubierto los secretos del templo. 2.º Que los
había profanado al divulgarlos entre gentes que, incapaces de comprenderlos
rectamente, los desnaturalizaron. Pero copiemos la traducción del texto hebreo
sobre el particular, que dice así:
Hay en el santuario del Dios vivo una piedra
cúbica en que están esculpidos los sagrados caracteres cuya combinación revela
los atributos y poderes del Nombre inefable que dan la clave del conocimiento
de las ocultas fuerzas de la Naturaleza.
Llaman los hebreos a esta piedra Scham
hamphorash, y está custodiada por dos leones (138) de oro que rugen cuando
alguien se acerca. Siempre había guardias de vista en las puertas del templo, y
en el santuario sólo entraba una vez al año el sumo pontífice. Pero Jesús, que
conocía el secreto por haberlo aprendido en Egipto, forjó una clave invisible
con la que pudo entrar en el santuario sin que nadie le viese... Cogió los
caracteres de la piedra cúbica escondiéndoselos en el muslo (139), y en seguida
salió del templo para asombrar al pueblo con sus milagros. Resucitaba muertos,
sanaba leprosos y endemoniados, y a su voz emergían del fondo del mar las
piedras para formar una montaña desde cuya cumbre predicaba su doctrina; pero
como no pudiera mover la piedra cúbica del santuario, modeló otra de arcilla y
la enseñaba a las gentes por verdadera.
Por fin, prendieron a Jesús y estuvo cuarenta
días en la cárcel donde le azotaron por sedicioso, le lapidaron después por
blasfemo en un paraje llamado Sud, y finalmente le crucificaron (140).
Este relato, como todos los de los libros
hebreos, tiene doble significado: el literal y el esotérico, cuya explicación
dan los libros cabalísticos. Sin embargo, por mucha cautela que se haya de
tener para aceptar los relatos judíos referentes a Jesús, son algo más
verídicos que los de los demasiado celosos Padres de la Iglesia. Lo cierto es
que Jaime, el “hermano del Señor” como le apellidan los textos, nada dice
acerca de la resurrección, y en ningún pasaje de sus Epístolas llama a
Jesús “Hijo de Dios” ni siquiera “Cristo Dios”, sino tan sólo una vez el “Señor
gloriosísimo”, como también llamaban los nazarenos a Juan el Bautista.
Así vemos en el siguiente pasaje:
Hermanos míos, no queráis poner la fe del
señor gloriosísimo Jesucristo en acepción de personas (141).
Las expresiones usuales de los nazarenos al
hablar de Juan el Bautista son las mismas que emplea Santiago o Jaime al
referirse a Jesús, y así le llama “hombre de semilla de hombre”, “Mensajero de
Vida”, “Mensajero de Luz”, “mi Señor Apóstol”, “Rey brotado de la Luz”, etc.
Dice el Código de los nazarenos.
Paz a ti, mi Señor Juan Abo Sabo, Señor de
gloria (142).
Además tenemos estos otros dos pasajes:
Condenasteis y matasteis al justo (143).
Porque Juan el justo vino a vosotros en
camino de justicia (144).
CONCEPTOS DEL APÓSTOL SANTIAGO 72
El apóstol Santiago
no confiere a Jesús el título de Mesías en el sentido que le dan los
cristianos, sino que alude al cabalístico Rey Mesías, el Señor de Sabaoth
(145), y repite varias veces que vendrá el Señor; pero sin que en pasaje alguno
lo identifique con Jesús.
Así dice:
Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la
venida del Señor... Esperad, pues, también, vosotros, con paciencia..., porque
se ha acercado la venida del señor... Tomad, hermanos, por ejemplo del fin que
tiene la aflicción, el trabajo y la paciencia al profeta (Jesús) que habló
en nombre del Señor (146).
Si bien en el texto actual de la Biblia
aparezca el plural “profetas” en vez del singular, se trata de una evidente
adulteración, cuyo propósito no hay necesidad de indicar. En el versículo
siguiente añade Santiago:
Ved que tenemos por bienaventurados a los que
sufrieron. Visteis el sufrimiento de Job y visteis el fin del Señor, porque el
Señor es misericordioso y piadoso (147).
En este pasaje equipara en perfecta igualdad
el ejemplo de Jesús con el de Job.
Pero ¿a qué aducir más argumentos? El mismo
Jesús glorifica al profeta del Jordán diciendo:
¿Mas qué salisteis a ver?, ¿un profeta?
Ciertamente os digo y aun más que un profeta... En verdad os digo que entre los
nacidos de mujer no se levantó mayor que Juan el Bautista (148).
¿Y de quién había nacido el que así hablaba?
La Iglesia romana convirtió en diosa a María, la Madre de Jesús; pero a
los ojos de los demás cristianos era una mujer, concebida o no sin mancilla.
Por lo tanto, el mismo Jesús confesaba que Juan era mayor que él al
decir que no había otro mayor entre los nacidos de mujer. Lo mismo se colige de
las palabras del arcángel Gabriel: “Bendita eres entre todas las mujeres”. No
la llama “diosa” ni la titula “madre de Dios” ni siquiera “virgen”, sino tan
sólo “mujer”, aunque la distingue entre todas las de su sexo en razón de su
pureza.
Los nazarenos tenían también los nombres de
bautistas, sabeanos y cristianos de Juan. No creían que el Mesías fuese el Hijo
de Dios, sino sencillamente un profeta que había abrazado las doctrinas de
Juan, el hijo del Abosabo Zacarías, quien le dijo:
El que crea en mi justicia y en mi bautismo
entrará en mi asociación y compartirá conmigo el solio, asentado en la mansión
de vida del supremo Mano y del fuego viviente (149).
Expone Orígenes sobre el particular:
Algunos dicen que Juan el Bautista fue el
Cristo. El ángel Rasiel de los cabalistas equivale al arcángel Gabriel de los
nazarenos y al Mensajero enviado por Dios, según los cristianos, para anunciar
a María la Encarnación del Verbo (150).
Pablo adoptó la terminología de los nazarenos
en aquel pasaje que dice:
Y el postrero de todos, como a un aborto, me
apareció también a mí (151).
Además, Pablo no repara en decir que
pertenece a los herejes, como se infiere de este pasaje:
... según la secta que ellos dicen herejía
sirvo yo a mi Padre y Dios (152).
Cuando empezó a prevalecer la doctrina
gnóstica que consideraba a Jesús como el Verbo hecho carne, hubo una escisión
entre cristianos y nazarenos, pues estos acusaban a aquéllos de pervertir las
doctrinas de Juan y no practicar el bautismo en el Jordán (153).
Sobre esto dice Milman:
A medida que el Evangelio transponía las
fronteras de Palestina, el nombre de Cristo, santificado y venerado en las
ciudades orientales, se convirtió en una especie de abstracción metafísica,
al paso que la religión iba encubriendo su puro aspecto moral bajo la forma de teogonía
especulativa (154).
El único documento originalmente auténtico
que de los tiempos apostólicos ha llegado hasta nosotros, es el Evangelio de
San Mateo, seguido por los nazarenos, que contiene la doctrina secreta y
las parábolas de Jesús a que alude Papias. Estas parábolas o proverbios eran
análogos a los compendios (aporretha) que servían de texto al neófito y
explicaban algunos ritos y símbolos necesarios para la iniciación. Si no
hubiese sido así, ¿cómo se comprendería el secreto de Mateo).
ANTONOMASÍAS DEL LOGOS73
Los primitivos
cristianos tenían diversos grados de iniciación, y el reconocimiento entre
ellos se practicaba por medio del apretón de manos y de ciertas palabras
convenidas a modo de santo y seña, como de ello nos ofrecen pruebas evidentes
la infinidad de joyas y amuletos de procedencia gnóstica, cuya significación es
toda una simbología. Adoptaron además los cristianos los sobrenombres aplicados
por los cabalistas al Logos, tales como Luz de Luz (155), Mensajero de Vida
y Luz (156), así como casi toda la terminología gnóstica (157) en que
abundan los Hechos de los apóstoles y el Evangelio de San Juan.
Hay un pasaje cabalístico que dice:
El Unigénito de Dios, emanado del Altísimo,
con aquel que es el Espíritu del Ungido.
En otro pasaje llaman los cabalistas al
Unigénito el ungido del Altísimo, todo lo cual concuerda substancialmente con
las expresiones del Evangelio de San Juan:
Era la luz verdadera. Y la luz en las
tinieblas resplandece. Y el Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros y
vimos la gloria de él, gloria como de Unigénito del Padre (158).
Resulta, por lo tanto, que los conceptos del Logos
y del Christos eran ya conocidos siglos antes del cristianismo, pues
la gnosis oriental precedió de muchísimo a Moisés, y así hemos de buscar su
origen en la primieval filosofía asiática. En las epístolas de Pedro y Judas
Tadeo también se advierte la terminología de la cábala oriental, según aparece
en los siguientes pasajes:
Y mayormente aquellos (los ofitas)... osados,
pagados de sí mismos, desprecian las potestades.
Tornóse el perro a lo que vomitó y la puerca
lavada a revolcarse en el cieno (159).
Así habla Pedro, sirviendo con ello de modelo
al posterior lenguaje de Tertuliano e Ireneo.
Por su parte dice Judas, repitiendo las
frases de Pedro y empleando términos cabalísticos:
Así como Sodoma y Gomorra... fueron puestas
por escarmiento..., de la misma manera estos también contaminan su carne y
desprecian la dominación y blasfeman de la potestad (160).
PRINCIPADOS Y POTESTADES
La Dominación es, según la Kábala, el Empíreo
o décmo Sephirote (161). Las Potestades y Dignidades son los Arcángeles
y Ángeles del Zohar (162). Estas emanaciones son el dogma capital de
la religión mazdeísta, de cuyo Zendavesta tomó el Talmud prestada
la doctrina; y así resulta que por haber prevalecido entre los cristianos las
opiniones del elemento judaico acaudillado por Pedro, viene a ser el
cristianismo como una secta disidente del mazdeísmo, pues se apartan del
verdadero concepto cabalístico de las Potestades. La enseñanza de Pablo,
contraria a la adoración de los ángeles, demuestra que este apóstol advertía ya
el peligro de divulgar entre su grey una filosofía que sólo eran capaces de
comprender debidamente los magos y tanaímes. Dice Pablo a este propósito,
contra la opinión de Pedro y sus secuaces:
Nadie os extravíe afectando en humildad dar
culto a los ángeles que nunca vio, andando hinchado vanamente en el sentido de
su carne (163).
En el Talmud es Miguel el príncipe de
las Aguas, a cuyas órdenes militan siete espíritus subalternos. Los
judíos consideraban a Miguel como su patrono y ángel tutelar (164), y así
tenían por herejes y blasfemos a los ofitas que identificaban a Miguel con su
Ofiomorfos o Demiurgos, el creador del mundo material y personificación
de la envidia y la malicia, príncipe de los malignos espíritus, equivalentes a
los devas zoroastrianos. Sin embargo, Jesús no aludió jamás a los ángeles sino
en el sentido de mensajeros y enviados de Dios; por lo que puede afirmarse que
los adoradores de los ángeles fueron los primeros herejes del cristianismo y
los causantes de las posteriores herejías.
Dice Pablo sobre las potestades del mundo
invisible, pero siempre presente:
Porque nosotros no tenemos que luchar contra
la carne y la sangre sino contra los principados y potestades, contra los
gobernadores de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus de maldad en
los aires (165).
Esto nos da a entender inequívocamente que,
no obstante las discrepancias de Pablo en algunos puntos de la doctrina
gnóstica, estaba de acuerdo con la de las emanaciones; y por otra parte, que
sabía distinguir entre el Jehovah de los judíos o Demiurgo, y el Dios predicado
por Juan. En cambio, Pedro, Judas y los partidarios del culto de los ángeles,
no sólo adoraban a Miguel sino también a Satán, que fue ángel antes de su
caída, pues denostan a los gnósticos (166) por hablar mal de Satán, según se
colige de los siguientes pasajes:
Como quiera que los ángeles que son mayores
en fortaleza y virtud no pronuncian contra sí juicio delante del Señor (167).74
Cuando el arcángel
Miguel, disputando con el diablo, altercaba sobre el cuerpo de Moisés, no se
atrevió a fulminarle sentencia de blasfemo, mas dijo: Rechácete el señor (168).
Si esto no resultara suficientemente claro,
podríamos recurrir a la Kábala para determinar el verdadero concepto de
las dignidades.
Dice el Deuteronomio:
Y murió allí Moisés en tierra de Moab
mandándolo el Señor y enterróle enfrente de Phogor y no supo hombre alguno su
sepulcro hasta el día de hoy (169).
Resulta evidente, por lo tanto, la
contradicción de este pasaje con el de Judas, que viene a corroborar las
aserciones de los gnósticos respecto a que el supremo Dios era incognoscible
(170); que Ilda-Baoth era el Demiurgo; y que Iao, Adonai, Sabaoth y Elohi eran
la cuaternaria emanación que unitariamente constituía a Jehovah, llamado
también por los gnósticos Miguel o Samael, o sea un ángel muy distante de la
Divinidad. En esto coincidían los gnósticos con el eminente doctor judío Hillel
y varios teólogos de Babilonia; pues, según nos dice Josefo, las sinagogas
judías estaban muy deferentes con las escuelas del asia central cuyas doctrinas
seguían, hasta el punto de considerar como metrópolis de sus enseñanzas los
colegios de Sora, Pumbiditha y Nahaidea. La versión caldea del Pentateuco,
debida al famoso teólogo babilónico Onkelos, aventajaba en autoridad a toda
otra, y de acuerdo con este erudito rabino sostuvieron después Hillel y otros
tanaímes que la entidad de la zarza ardiente, del monte Sinaí y del monte Nebo
no fue el mismo Dios, sino Memro, el ángel del Señor; así como la entidad que
el Nuevo Testamento confunde con Iahoh era una de sus
emanaciones, hijos o mensajeros.
LOS GNÓSTICOS Y LOS APÓSTOLES
De todo esto se infiere que los gnósticos
eran mucho más cultos que los apóstoles y estaban mejor versados en la doctrina
caldea y aun en los mismos dogmas de la religión judía; al paso que la ruda
ignorancia de los apóstoles les llevaba a valerse en las discusiones de
dicterios tan soeces como “bestias brutas”, “marranos”, “perros” y otros
denuestos tan prodigados por Pedro.
De entonces a ahora esta agresividad ha
llegado a las cumbres de la jerarquía sacerdotal, pues no obstante haber dicho
el Fundador del cristianismo que todo aquél que llamare “raca” a su hermano,
reo es de pecado, todos los jerarcas romanos, desde el pescador de Galilea
hasta los opulentos pontífices del día, porfiaron en zaherir cáusticamente a
sus adversarios de tal modo que, por último, se revuelve Lutero contra ellos
exclamando:
Todos los papistas son borricos. Tanto da que
estén cocidos, asados, fritos, desollados o en jigote. Siempre serán borricos.
Por su parte, Calvino calificaba a los
católicos de “perros malignos, cuyos insolentes ladridos corrompen el sentido
de las Escrituras”. El doctor Warburton tilda de “farsa impía” la religión
papista, y en cambio, Dupanloup asegura que el culto sabatino protestante es la
“misa del diablo”, de la que todos los clérigos de la secta son “ministros
ladrones.
La misma ignorancia y torcido espíritu de
investigación movió a la Iglesia cristiana a conferir a sus lumbreras títulos
pertenecientes a los gnósticos, como por ejemplo, cuando a Pablo le llaman vaso
de elección, sobrenombre propio del heterodoxo Manes (171).
Lo mismo ocurre con las invocaciones a la
Virgen María, copiadas de las religiones egipcia e induísta, según demuestra el
siguiente cuadro sinóptico:
LETANÍAS COMPARADAS
RITUAL INDUÍSTA RITUAL EGIPCIO RITUAL
CATÓLICO
Letanía de la Virgen Nari o Letanía de la
Virgen Isis Letanía lauretana
Devanaki
1. Santa Nari – Mariama, Madre 1. Santa Isis,
Madre 1. Santa María.
perpetua fecundidad. Universal (185).
2. Madre de Dios encarnado (172). 2. Madre de
los dioses (186). 2. Mater Dei.
3. Madre de Krishna. 3. Madre de Horus. 3.
Mater Christi.
4. Eterna Virgen (173). 4. Virgen generadora
(187). 4. Virgo virginis.
5. Madre Purísima (174). 5. Alma madre del
Universo 5. Materdivinae gratiae. (188).
6. Virgen Castísima (175). 6. Sagrada virgen
tierra (189). 6. Virgo christianísima.75
7. Madre taumatra
(176) 7. Madre de toda virtud (190). 7. Mater purísima.
Mater inmaculata.
Mater inviolata.
Mater amabilis.
Mater admirabilis.
8. Virgen trigana (177) 8. Ilustre Isis,
potísima, 8. Virgo potens.
misericordiosa y justa (191). Virgo clemens.
Virgo fidelis.
9. Espejo de la suprema). 9. Espejo de
Justicia y Verdad 9. Speculum justitiae.
conciencia (178). (192).
10. Madre sapientísima (179). 10. Misteriosa
Madre del 10. Sedes sapientiae.
Mundo (193).
11,Virgen del loto blanco (180). 11. Loto
sagrado. 11. Rosa mística.
12. Matriz áurea (181). 12. Sistro áureo. 12.
Domus aurea.
13. Luz celeste (182). 13. Astarté. 13.
Stella matutina.
14. (La misma invocación). 14. Nimbo de la
luna. 14. Foederis arca.
15. Reina de cielos y tierra (183). 15. Reina
de cielos y tierra. 15. Regina coeli.
16. Alma madre de todos los 16. Dechado de
madres (194). 16. Mater dolorosa.
seres (184).
17. Concebida sin mancha de 17. Virgen madre.
17. Regina sine labe
pecado. originale concepta (195).
Las monjas del catolicismo, con el voto de
castidad, tuvieron su precedente en las consagradas a Isis, en Egipto, a Vesta
en roma y a Nari en la India, donde todavía subsisten las devadasis o
religiosas consagradas al culto de la virgen Nari, que viven conventualmente en
riguroso celibato (196).
Pero volviendo a nuestro tema, echamos de ver
que si bien la teología cristiana toma la doctrina de los ángeles y arcángeles
de la Kábala oriental, de que la Biblia mosaica es a modo de
alegórica pantalla, olvida en el remedo el orden jerárquico de las emanaciones,
pues los querubines y serafines de que aparecen rodeadas las imágenes
pictóricas de la Virgen María son entidades equivalentes a los elohimes y
benielohimes de los hebreos y pertenecen al Jezirah o tercer mundo, según la Kábala
inmediatamente superior al Asiah o cuarto e ínfimo mundo donde moran
los clipotes (197) presididos por Belial.
Dice Ireneo, al explicar a su modo las
herejías de los dos primeros siglos, que “según los herejes, únicamente el Hijo
unigénito, el Nous puede conocer al Propator”, como así llamaban
los valentinianos (198) al perfecto Eon preexistente a Bythos (199). Este
concepto del Propator es también cabalístico, según se infiere del siguiente
pasaje:
Senior occultatus est et absconditus.
Microprosopus manifestus est et non manifestus (200).
La teogonía hebrea considera la suprema
Divinidad como una abstracción, “sin forma ni existencia ni semejanza con cosa
alguna” (201). Por su parte Filo Judeo llama al creador el “Logos cercano a
Dios” o “segundo Dios” que es la “Sabiduría de Dios” (202). Según el esoterismo
hebreo, Dios es NADA y no tiene nombre, por lo que se le llama En-Soph (203).
Por otra parte, el Evangelio atribuido a San Juan se muestra acorde con
los valentinianos al decir:
No porque alguno ha visto al Padre, sino
aquél que vino de Dios, éste ha visto al Padre (204).
De este pasaje se infiere la ligereza con que
la Iglesia cristiana condenó a los gnósticos por negar que Jehovah fuese el
mismo Dios manifestado a Moisés y los profetas. Además invalida este pasaje
cuantos argumentos levantó Pedro contra Simón el Mago, pues, según las Homilías,
dice éste:
Nadie ha visto al Padre sino Jesús que de
Dios es.
De esto se colige que o bien el autor del
cuarto Evangelio nada supo de las Homilías o que no fue Juan el amigo y
compañero de Pedro a quien tan palmariamente contradice en este punto. De todos
modos, el citado pasaje, como otros varios que pudieran añadirse, descubre las
relaciones del cristianismo con la Gnosis y la Kábala.
PLAGIOS DEL CRISTIANISMO
El dogma, la moral y el ritualismo de la
religión cristiana están tomados del induísmo y budismo, al paso que las
ceremonias, ornamentos sacerdotales y pompa cultual derivan del lamaísmo o
budismo tibetano. Los monasterios católicos son remedos serviles de los del
Tíbet y de la Mongolia, aunque los exploradores y misioneros que visitaron los
países budistas achacaron el plagio a los tibetanos y mongoles, que son 76
precisamente los
plagiados, según nos dirá la página histórica que sobre el particular ha
llegado el tiempo de escribir.
CAPÍTULO V
Apréndelo todo, pero resérvalo para ti.
MÁXIMA GNÓSTICA.
Hay un Dios superior a los demás dioses y más
divino
que los mortales, cuya forma no es humana ni
tampoco su
naturaleza es semejante a la del hombre. En
vano imaginan
los mortales que los dioses tienen
sensaciones, voz y cuerpo
humanos.-XENÓFANES (citado por Clemente de
Alejandría
en su Stromateis, V, 14, 110).
TICHIADES.-¿Quieres decirme, ¡oh Filocles!,
por qué la
generalidad de los hombres se complacen en
mentir y además
se afanan en husmear lo que otros hacen?
FILOCLES.-Muchas razones, ¡oh Tichiades!,
mueven
a los hombres a mentir cuando la mentira les
allega provecho.
Diálogo de Luciano.
ESPARTANO.- ¿A quién he de confesar? ¿A ti o
a Dios?
SACERDOTE.- A Dios.
ESPARTANO.- Pues entonces retírate.
PLUTARCO: (Aforismos notables de los
lacedemonios).
Examinaremos ahora algunos de los más
importantes misterios de la Kábala para señalar su relación con los mitos
filosóficos de varias naciones.
LA ESENCIA SUPREMA
Representa la Kábala oriental a la Divinidad
bajo el símbolo de tres círculos envueltos en uno con el vaho de la exhalación
caótica. Según el Zohar, los tres círculos se transmutan en tres
cabezas circundadas de un aura incolora inscrita en un círculo, que
simboliza la esencia desconocida (1). Este símbolo tiene tal vez su precedente
en el hermético Pymander o Logos egipcio, representado dentro de fuliginosa
nube (2). Ya hemos visto en el capítulo precedente que, según el Zohar,
el supremo Dios es una abstracción tal como lo inconciben las teogonías induístas
y budistas (3). Es Hakama o Suprema Sabiduría incomprensible por reflejo
y subyacente dentro y fuera del Cráneo de Larga Faz (Sephira), la
superior de las tres cabezas. Es el infinito e ilimitado En Soph, el No-Cosa.
Desde luego, que las tres cabezas
superpuestas están tomadas de los tres induístas triángulos también
superpuestos. La cabeza superior simboliza la Trinidad en el Caos, del
cual surge la Trinidad manifestada. El eternamente inmanifestado,
ilimitado e incondicionado En Soph, no debe confundirse con el Creador,
como suelen confundirlo los intérpretes. Todas las cosmogonías consideran pasiva
la Esencia suprema; pues por ser ilimitada, infinita e incondicionada no
tiene pensamiento ni idea, sino que actúa de conformidad a su
propia naturaleza y de acuerdo con la necesidad de la ley o sea de sí misma.
Por esta razón dicen los cabalistas hebreos que En Soph es no
existente (...), pues como el finito entendimiento del hombre no alcanza a
comprenderle, es como si no existiera para la mente humana.
La primera emanación de En Soph es Sephira
o la Corona (...). al llegar la hora del período de actividad, la
suprema Esencia divina, cuya luz es para el hombre obscuridad, se explayó de
dentro afuera, según la inmutable y eterna ley, para emanar de sí misma una
inteligente entidad espiritual (4), la Corona o primer sephirote, que
contiene en su ser los otros nueve sephirotes (...) o entidades inteligentes,
cuya totalidad está simbolizada en Adam Kadmon o Protogonos andrógino o
bisexual (Didumos), arquetipo de la humanidad. Esta entidad colectiva de
los nueve sephirotes se descompone en tres tríadas contenidas respectivamente
en cada una de las tres Cabezas primordiales o Trimurti trifácea de los
induístas. La primera cabeza contiene a Sephira (la primera emanación),
de la que a su vez emanan Hackama (Sabiduría) (5), principio activo
masculino, y Binah (...) (Inteligencia), principio pasivo femenino (6).
Tenemos así la primera Tríada Sephira-Hackama-Binah, de cuyo trino
conjunto emana Hesed (..) (Misericordia), principio activo masculino (7)
del que emana a su vez Geburah (...) (Justicia), principio pasivo
femenino (8) de cuya unión con el masculino nace Tiphereth (...)
(Belleza) (9). Así tenemos la segunda tríada o cabeza constituida por Hesed-Geburah-Tiphereth
que colectivamente emanan a Netzah (...) (Firmeza), principio activo
masculino (10) del que a su vez emana Hod (..) (Esplendor), principio
pasivo femenino (11) de cuya unión con el masculino nace Jesod (..)
(Fundación) 77
(12). Así tenemos la
tercera tríada o cabeza constituida por Netzah-Hod-Jesod. La primera
tríada simboliza el mundo mental; la segunda, el mundo perceptivo; la tercera,
el mundo material.
El décimo sephirote, representado en el
diagrama del Zohar por el círculo ínfimo, está constituido por la duada Malchuth
(...) (Reino) y Shekinah (...) Adonai (13).
Dice la Kábala:
Antes de dar forma al universo estaba Aquél
sin forma alguna ni semejanza con ninguna cosa. ¿Quién podrá comprender cómo
era Aquél antes de la creación si no tenía forma? Por eso está prohibido
representarle por forma ni semejanza alguna ni designarle por su sagrado nombre
ni aun simbolizarle en una letra o en un simple punto... El Antiquísimo entre
lo antiquísimo, el Desconocido entre lo desconocido tiene forma y, sin embargo,
no tiene forma. Tiene la forma en que conserva al universo y, no obstante,
carece de forma porque no es posible concebirlo. Cuando por primera vez tomó
forma en su primera emanación (Sephira) hizo que nueve espléndidas luces
emanaran a su vez de ella (14).
Veamos ahora la cosmogonía induísta:
De Aquél que es y sin embargo no es, del
inmortal Principio que subyace en nuestras mentes y no pueden percibirlo
nuestros sentidos, nació Purusha, el divino andrógino, convertido
después en Narayana (15).
IDENTIDAD DE TODAS LAS RELIGIONES
Swayambhuva es para los brahmanes
lo que En Soph para los cabalistas: la Esencia desconocida. Ni los
induístas ni los cabalistas podían pronunciar el nombre inefable so pena de
muerte. En las enseñanzas prevédicas de la India la primera emanación de la
esencia primordial es Nara (16) o principio fecundante (17) del huevo
mundanal, matriz del universo. Nara equivale, por lo tanto, a Sephira.
En los Libros de Hermes se lee:
En el principio del tiempo nada existía en el
caos; pero a su tiempo surgió el Verbo del vacío, a manera de “humo incoloro”,
y empezó a moverse sobre el principio húmedo (18).
Por su parte dice el Génesis:
Y la tierra estaba desnuda y vacía y las
tinieblas estaban sobre el haz del abismo y el Espíritu de Dios se movía sobre
las aguas (19).
Según la Kábala, la primera emanación
(Sephira) de la desconocida Esencia (En Soph) (20) se desdobla en
dos elementos secundarios: Chochma (Sabiduría), activo masculino y Binah
(Inteligencia), pasivo femenino. La tríada Sephira-Chochma-Binah constituye
la entidad creadora del mundo abstracto (21).
Análogamente, en la teogonía induísta, Swayambhuva
también se desdobla en dos elementos secundarios: Nara masculino y Nari
femenino, que fecundaron el huevo mundanal de donde surgió Viradj en su
aspecto de Creador.
Por otra parte dice Champollión:
El punto inicial de la mitología egipcia es
la tríada Kneph-Neith-Phtah, a la que sigue la de Ammon (elemento
masculino), Muth (elemento femenino) y Khon (el Hijo).
Los diez Sephirotes equivalen a los diez
Prajapatis emanados de Viradj, y que, conocidos con el nombre de “Señores de
todos los Seres” corresponden a los patriarcas bíblicos.
Justino Mártir explica, muy incompletamente
por cierto, algunas herejías de su época; pero reconoce la identidad
fundamental de todas las religiones, que invariablemente admiten como punto
inicial la Divinidad desconocida e inactiva que emana de sí misma una Potestad
virtualmente racional, llamada por unos Sabiduría, por otros el Hijo y
por algunos Dios, Ángel, Señor y Logos (22). Esta última denominación la
aplican ciertas religiones a la emanación primaria, pero otros sistemas
consideran el Logos como entidad procedente de aquélla. Filo supone en la
Sabiduría los aspectos masculino y femenino, y aunque procede por emanación del
Padre a través del supremo Eon (23), es consubstancial con Él desde antes de
todas las creaciones. Por esto Filo identifica a Adam Kadmon con la Mente (24)
y dice: “Llamemos Adam a la Mente” (25).
LAS RELIGIONES CULTUALES
En rigor no cabe considerar el Génesis más
que como una rama desgajada del árbol de la cosmogonía universal en forma de
alegorías orientales. Así como en la sucesión de los ciclos cada pueblo
representa en el escenario del mundo el papel que le está asignado en el drama
de la evolución humana, así también forja con las tradiciones de sus
antepasados una religión nacional matizada con sus peculiares características.
Cada religión cultual ofrece rasgos distintivos que denotan, sin otro vestigio,
el temperamento psíquico de sus respectivos fundadores, sin menoscabo del común
parentesco que a todas las enlaza con la arquetípica 78
religión de
sabiduría. Las Escrituras hebreas no quedan exceptuadas de esta
filiación. La historia de Israel no puede remontarse ni un día más allá de la
época de Moisés (26) que de sacerdote egipcio se convirtió en legislador
hebreo, de suerte que el pueblo judío nació con aquel niño recogido por la hija
del rey de entre los juncales del lago Moeris (27).
Desde el primero al último versículo, nada
tiene que ver el Génesis con el pueblo escogido, sino que corresponde a
la historia del mundo, y no es prueba en contrario que los escritores judíos se
lo apropiaran cuando Esdras mandó recopilar los esparcidos textos sagrados que
hasta hoy se han atribuido a revelación divina y son compendio de las
universales leyendas de la humanidad.
Sobre esto dice Bunsen que las tradiciones
caldeas de la tribu natal de Abraham se remontan lo menos a tres mil años antes
del abuelo de Jacob, y en ellas se descubren reminiscencias de fechas
desfiguradas y mal comprendidas para señalar la genealogía de algunos
personajes e indicar las épocas (28). Por su parte, afirma Alejandro Polyhistor
que Abraham nació en Kamarina o Uria (ciudad de adivinos) y fue el
inventor de la astronomía. La torre de Babel la construyeron mancomunadamente
los hijos de Sem y de Cam, pues en aquel entonces las gentes se consideraban de
una misma raza y hablaban una sola lengua. Sin embargo, Babel era sencillamente
un observatorio astronómico construido por los adeptos de la primitiva religión
de sabiduría o doctrina secreta.
Dice la sibila berociana:
Antes de la torre, Zeru-an, Titán y
Yapetosthe gobernaban la tierra. Zeru-an quiso sobreponerse a sus dos hermanos,
pero estos se resistieron y entonces intervino su hermana Astlik para
apaciguarlos, conviniendo los cuatro en que gobernara Zeru-an bajo condición de
que sus hijos varones pereciesen a manos de los titanes escogidos de propósito
para darles muerte.
Sar (29) es el dios del firmamento en la
teogonía babilónica. De aquí que la primera providencia tomada por Zoroastro al
establecer la nueva religión mazdeísta fue dar en el Zend-Avesta nombres
de espíritus malignos a las divinidades védicas y prescindir de algunas de
ellas, por lo que no echamos de ver en dicho libro sagrado el menor vestigio de
Chakkra o ciclo simbólico del firmamento.
Elam, uno de los hijos de Sem, simboliza un
ciclo de acontecimientos. Se le llama también a este ciclo Ulam (...), Mundo
(30), Tiempo viejo (31), Sempiterno (32), Gigante (33),
Ras (34). Cuando el sabio y cabalista rey Salomón dijo: “Fui difundido
desde Ras” aludía al misterio de la trina naturaleza del espíritu
humano; pero interpretado cabalísticamente significa que el Yo superior, el Ego
eterno e inmortal, fue efundido desde la eternidad por medio de la creadora
sabiduría del desconocido Dios.
PASAJES DE SALOMÓN
La traducción canónica de dicho pasaje dice
así:
El Señor me poseyó desde el principio de sus
caminos, desde el principio, antes de que criase cosa alguna... Caundo Él
preparaba los cielos estaba yo presente... con Él estaba yo concertándolo
todo... (35).
Estos pasajes carecen de sentido sin
explicación cabalística.
Con el Yo de la citada sentencia
significa el rey sabio su propio Ego o divino espíritu efundido del eterno
manantial de luz y sabiduría, el universal espíritu de la Divinidad.
El hilo de la gloria que deshilvana En Soph
desde la suprema cabeza cabalística por medio del Adam primitivo al través del
cual “relucen todas las cosas”, simboliza el Ego humano. Así dice Salomón:
... me deleitaba cada día en su presencia...
Regocijándome en la redondez de la tierra; y mis delicias estar con los hijos
de los hombres (36).
El Ego se regocija en los hijos de los
hombres porque sin el espíritu no habría más que la dualidad vida-forma en
que cuando en demasía grosera y material no puede infundirse el ego. Por esto
mismo dice Salomón:
Hijo mío (el hombre dual), guarda mis
palabras y esconde dentro de ti mis preceptos. Guarda mis mandamientos y
vivirás (37).
Tal como suelen los teólogos interpretar este
capítulo parece como si se refiriera a Cristo el Hijo de Dios cuando dice que
quien le sigue alcanza la vida eterna y vence a la muerte; pero aun desde el
punto de vista de esta errónea interpretación, se advierte, desde luego, que no
hay en dicho pasaje la menor referencia a Cristo, so pena de someterse la
teología cristiana a la doctrina de la emanación, puesto que el rey sabio dice:
“Desde la eternidad fue efundida”, refiriéndose
a la Sabiduría.
Por lo tanto, Cristo no sería el mismo Dios,
como la teología católica supone, sino emanación de Dios como creyeron los
gnósticos. De aquí que estos diesen a la palabra con el significado de
ciclo o período indefinido de 79
tiempo y además el de
jerarquía espiritual. Así suelen llamar los gnósticos eterno Eon al Christos,
si bien el calificativo de eterno no es aplicable a los eones, porque por
eterno se entiende lo que no tiene principio ni fin, y los eones o emanaciones
tienen principio, desde el instante en que adquieren individualidad, aunque
hayan estado eternamente absorbidos en la Unidad. Así es que su existencia
individual tuvo principio, pero no tendrá fin.
La fantasía popular transformó a las
emanaciones en dioses, espíritus, ángeles y demonios, no ciertamente
inmortales, sino de existencia sujeta a la duración de los ciclos, lo que
prueba no sólo el motivo de identificar el eon (tiempo) con el eon (emanación
espiritual), sino además el irrefutable monoteísmo de las antiguas religiones,
pues de esta creencia en la finitud de los eones participaron igualmente
caldeos, egipcios, induístas y budistas, que aun hoy en día la mantienen.
Según la teoría de los ciclos, las
emanaciones de la causa primera viven “un día de Brahmâ”, equivalente a 14.320
millones de años terrestres. Al término de este ciclo dejarán de existir las
divinidades inferiores y aun la misma Trimurti (38) y cesará el universo.
Después surgirá gradualmente del pralaya (39) un nuevo universo y los hombres
de la tierra podrán comprender a Swayambhuva tal cual es. Porque
únicamente Swayambhuva, la Causa primera, llena de continuo el infinito
espacio de su eterna gloria.
No cabe mejor prueba de la profunda
reverencia que los injustamente llamados “gentiles” sentían hacia la única y
suprema Causa de todas las cosas visibles e invisibles. Por otra parte, de esta
antiquísima doctrina derivaron los cabalistas sus enseñanzas y en ella
aprendieron los tanímes a interpretar el Génesis en sentido coincidente
con las enseñanzas de los svâbhâvikas o budistas de Nepal; y como estos,
creyeron en la eternidad e indestructibilidad de la materia y en muchas
creaciones y destrucciones de universos que existieron antes del nuestro (40),
según se infiere de este pasaje:
Así vemos que el Santo, cuyo nombre bendito
sea, creó y destruyó sucesivamente varios mundos antes de crear el nuestro y al
crearlo dijo: “Éste es bueno, los otros no me complacieron” (41).
Además, también coinciden cabalistas y
svâbhâvikas (a quienes injustamente se les tilda de ateos) en creer que a favor
del impulso inicial dado a la materia por Sephira o potestad creadora
inherente a la Esencia suprema, cada ser engendra a su semejante, sin necesidad
de creaciones individuales, con arreglo al tipo que le precede inmediatamente
en la gradación del universo. Así lo da a entender el siguiente pasaje:
El ilimitado, incomprensible y absoluto punto
surgió de sí mismo y su resplandor sirvió de vestidura a los puntos
indivisibles que también se dilataron por sí mismos... De este modo todas las
cosas nacieron de una perpetua agitación hasta que finalmente apareció el mundo
(42).
TEOGONÍA ZOROASTRIANA
Los libros zoroatrianos correspondientes a la
época en que el hierofante y rey Darío restauró el cualto de Ormazd con las puras
enseñanzas de la primitiva sabiduría oculta (...) hablan del Zeru-ana,
o tiempo sin límites, equivalente al chakkra o ciclo de los brahmanes
simbolizado en el dedo con que al cielo señalan las imágenes de los dioses
mayores (43). La identidad de este símbolo en todas las religiones antiguas
basta para demostrar su común procedencia de una misma fe primitiva (44). Tan
sólo es posible llamar Tiempo sin límites al Ser eterno sin principio ni
fin, designado por los mazdeístas con el nombre de Zeruana Akarene (45)
cuya gloria es demasiado intensa y cuya luz demasiado brillante para que la
mente humana le comprenda y los ojos lo contemplen.
Según la teogonía zoroastriana o mazdeísta,
la primera emanación de Zeruana Akarene es Ormazd, el Rey de vida, la Luz eterna
que del seno de las tinieblas donde se ocultaba desde toda la eternidad se
manifestó al exterior. Por su Palabra o Logos creó Ormazd el
mundo intelectual arquetípico y transcurridos tres ciclos mayores (46) creó el
mundo material en seis períodos. Ormuzd emanó de sí los seis Amshaspendas o
primarios hombres espirituales, intermediarios entre Él y su universo.
De Ormazd (47), considerado como Logos, emanó Mithras, jefe de los veintiocho
izedas o ángeles tutelares de las almas humanas. Los ferueres son las
ideas abstractas de todas las cosas, concebidas en la mente de Ormazd antes de
asumir forma concreta. Equivalen a las “privaciones” de Aristóteles, o sean las
cosas sin forma ni substancia (48).
La Kábala rabínica adoptó la teogonía
mazdeísta sin otra alteración que el cambio de nombres, y más tarde se la
incorporaron los gnósticos con algunas adiciones del semi-mago, semi-gnóstico
Manes. De los calumniosos y parciales tratados de los Padres de la Iglesia, no
es posible inferir las verdaderas doctrinas de los basilideanos, valentinianos
y marcionitas, sino que es preciso descubrirlas en los restos de las obras de
los nazarenos bardesanesianos, ya que no existe ningún manuscrito original de
aquellos heresiarcas. Sin embargo, aunque el mundo lo ignore, todavía subsisten
en el Líbano y Palestina comunidades religiosas que conservan secretamente
libros y tradiciones de los ofitas. Durante más de mil años ha estado la verdad
encubierta en estos parajes, y resulta de ello que el verdadero sistema ofita
difiere notablemente del que exponen Orígenes en la antigüedad y Matter en los
tiempos modernos (49).
LA TRINIDAD CABALÍSTICA80
La trinidad
cabalística sirvió de modelo a la cristiana, pues ya dijeron los cabalistas:
El Anciano, cuyo nombre sea bendito, tiene tres
cabezas, pero las tres son una sola (50).
Tria capita exsculpta sunt unum intra alterum
et alterum supra alterum. Tres cabezas están una dentro de otra y una sobre otra.
La primera cabeza simboliza la sabiduría
oculta (sapientia abscondita) y en ella se esconde el Anciano (51) en
impenetrable misterio. Es una cabeza que no es cabeza (caput quod non est
caput), pues nadie puede saber lo que esta cabeza encierra. No hay mente
capaz de abarcar esta sabiduría (52). El Senior Sanctissimus está
rodeado por las tres cabezas. Es la eterna Luz de sabiduría y la
sabiduría es el manantial de toda manifestación. Las tres cabezas se incluyen
en la cabeza que no es cabeza y las tres cobijan la Faz corta (53) de
modo que iluminan con su luz todas las cosas (54).
En Soph emite un hilo desde Al (55) y
la luz sigue la dirección del hilo hasta explayarse por medio de Adam Kadmon (Adam
primario) que permanece oculto mientras el plan de la manifestación
no está dispuesto (statum dispositionis). El hilo atraviesa de cabeza a
pies al oculto Adam donde se encubre la figura del hombre (56). La idea
de la unidad trina puede compararse para su mejor comprensión a la naturaleza
química de la llama, que quien la observe verá como dos luces: una blanca y
brillante hacia arriba y otra azulada obscura hacia abajo. La
blanca se eleva a lo alto y la azulada parece como el asiento de la primera; y
sin embargo, las dos son una sola y única llama. El asiento azulado está, no
obstante, en relación directa con la materia combustible, situada todavía más abajo.
La llama brillante nunca muda de color y permanece siempre blanca; pero en la
llama azulada se notan diversos matices, y mientras su parte superior se enlaza
con la brillante, su inferior está en contacto con la materia combustible que, al
consumirse, va ascendiendo a la superior unidad de la llama brillante (57).
Tales fueron las abstractas ideas de los
antiguos acerca de la Trinidad en la unidad. El hombre terreno, microcosmos del
macrocosmos o reflejo del celeste arquetipo humano (Adam Kadmon) es también
trino, pues tiene cuerpo, alma y espíritu.
Dice el Zohar:
Todo cuanto creó el Anciano de los Ancianos
ha de vivir necesariamente por relación de macho y hembra... Al Increado nadie
puede llamarle Tú porque es el espíritu de la cabeza blanca en
quien se unen las tres cabezas. Del fuego sutil en una lado de la cabeza
blanca y del aire sutil en el otro lado emanó Shekinah, su velo. El
Anciano de los Ancianos es el misterio de los misterios (58).
Por su parte dice Idra Rabba:
Este aire es el más oculto atributo del
Anciano de los Días... Todas las cosas están en Él y en todas las cosas está Él
oculto... El cráneo de la cabeza blanca no tiene principio, pero tiene su fin
reflejado en la redondez de nuestro universo (59).
Observa Klenker (60) que los cabalistas
consideran la primera emanación de naturaleza andrógina, es decir, que su luz
sintetiza todas las luces y su espíritu resume todos los demás espíritus.
La Shekinah de los cabalistas equivale
a la Sophia de los ofitas y el Adam Kadmon o Bythos; pero
con intento de ocultar su sistema de emanaciones a la curiosidad de los
profanos, identificaron a Kadmon, “hombre arquetípico”, Fuente de luz o
Pymander, con Ennoia o Mente de Bythos o el Abismo.
Tanto los nazarenos como los gnósticos se
valieron de personificadas alegorías para expresar sus conceptos, y así dijeron
que el Primero y Segundo hombres se enamoraron de la belleza de Sophia
o Sephira, la primera mujer, que por ellos fecundada concibió al Christos
(61) o Adam de carne que antes de su caída estaba cobijado por el espíritu
de Adam Kadmon (62) su padre y de Shekinah su madre.
LA CABALÍSTICA SHEKINAH
La Esencia primaria se manifiesta por medio
de su sabiduría y emana el Logos inteligible cuyo cuerpo es el universo visible.
Los ofitas simbolizaban la sabiduría en figura de serpiente. Vemos, por lo
tanto, que el primero y segundo hombre, o sean los dos Adanes, personifican la
primera y segunda vida. Adam Kadmon es andrógino y en él subyace la Eva espiritual
no nacida todavía, así como en el segundo Adam está la Eva de carne a que el Génesis
llama madre de todos los vivientes.
Desde el instante de su primera
manifestación, desaparece de la escena activa la Sabiduría incomprensible (63)
y queda tan sólo Shekinah (64), la novena emanación de Sephira (65)
correspondiente a la tercera serie de sephirotes y aspecto femenino de Malchuth
o Reino. Es superior a sus compañeros si se le considera como la “divina
gloria”, “velo” o “vestidura” de En-Soph. El Targum de los judíos la
llama gloria de Jehovah que se manifestaba en forma de nube sobre el
propiciatorio del Sancta Sanctorum.
En la teogonía de los nazarenos
bardesanianos, que podemos considerar como una Kábala dentro de otra Kábala, el
Anciano de los Días (Antiquus Altus) lleva el nombre de Abatur (66)
(Segunda vida) y es padre de Fetahil (Tercera vida), el Demiurgo o
arquitecto del universo visible, quien para crearlo se vale de los genios 81
auxiliares que actúan
bajo las órdenes de su jefe supremo. Estas dos vidas superiores son la morada
de Ferho (67), la Primera vida, invisible y sin forma, “existente desde
antes de que criatura alguna viniese a la existencia” (68) y en quien reside el
viviente espíritu de suprema gracia. Los dos son UNO desde la eternidad y son también
la Luz y la causa de la Luz. Por lo tanto equivalen a la sabiduría oculta y a
la oculta Shekinah o Espíritu Santo de los cabalistas.
“La Luz manifestada es la vestidura del
Oculto en los cielos”, dice Idra Suta.
Nadie conoce sus senderos excepto el Macroprosopus
(Larga Faz), el supremo Dios activo (69).
Por su parte dicen los rabinos:
No quiero que me lean como estoy escrito. En
este mundo escribirán mi nombre Jehovah y lo leerán Adonai (70).
Por mediación de la andrógina naturaleza de
Adam Kadmon, a un tiempo padre y madre, el Espíritu del Anciano de los Ancianos
se infunde en el Microprosopus (Faz Corta) o Adam del Edén (71).
Cuando se desdoblan de Adam Kadmon los dos
aspectos masculino y femenino en las dos distintas personalidades de Adam y Eva,
se repite la alegoría, pues ambos Adanes se enamoran de su belleza y de aquí el
mito de la tentación y la caída. Coinciden cabalistas y ofitas en este punto.
Los ofitas representan a Ophis y Ophiomorphos en figura de
serpientes y simbolizan en el primero la Eternidad, la Sabiduría y el Espíritu
(72), mientras que el segundo personifica la astucia, la envidia y la materia.
Espíritu y materia están simbolizados en serpientes. Adam Kadmon equivale al
Ophis que incita al hombre y a la mujer a que prueben el fruto del “Árbol del
Bien y del Mal” con propósito de enseñarles los misterios de la sabiduría
oculta. La Luz tienta a las tinieblas y las tinieblas atraen a la Luz, porque
las tinieblas son la materia y “la suprema Luz no brilla en sus tinieblas”. Con
el conocimiento sobreviene la tentación del Ophiomorphos que al fin prevalece.
La caída del hombre simboliza el dualismo de todas las religiones, según se
advierte en el siguiente pasaje:
Y Adán conoció a Eva, su mujer, la cual
concibió y parió a Caín diciendo: ... ... ... (Kiniti ais Yava). He
adquirido un hombre por Dios (73). Cum arbore peccati Deus creavit
seculum.
COTEJO DE SISTEMAS
Cotejemos ahora este sistema con el de los
nazarenos y otras escuelas.
Según los nazarenos, Ish Amon, el Pleroma
o ilimitado círculo donde están todas las formas, es la Mente divina
que opera en el silencio. De pronto la luz brota de las tinieblas y aparece la
segunda vida que a su vez engendra la tercera, el Padre de todo ser viviente,
el creador que con su espíritu vivifica la materia inerte. Por esto se le llama
el Anciano del mundo.
Análogamente, Abatur es el padre del primer
Adán de quien procede el segundo Adán. Abatur abre la puerta y se encamina
hacia las negras aguas (caos) en cuyo fondo se refleja su imagen y engendra el
Hijo, el Logos o Demiurgo. El constructor del universo material,
Fetahil, surge a la existencia. Según los gnósticos, Fetahil equivale al
Metatron o arcángel Gabriel, mensajero de vida, que la alegoría bíblica llama
Adam Kadmon, el Hijo que por virtud del espíritu del Padre engendra al Ungido
o sea el Adam antes de la caída.
Las Escrituras induístas describen como sigue
la manifestación de Swayambhuva, el Señor existente por Sí mismo:
Movido a emanar seres de su propia substancia
divina, manifestó primeramente las aguas de cuyo seno brotó una simiente
germinativa, brillante como el oro y refulgente como luminar de mil rayos. De
aquella simiente nació el mismo Swayambhuva en forma de BRAHMA principio de
todas las cosas (74).
Por lo que toca a la cosmogonía egipcia, Kneph
o Chnuphis (Sabiduría divina) representado en figura de serpiente,
tiene en la boca un huevo del que brota Phtha, equivalente en la
simbología cosmogónica al Brahmâ induísta, símbolo del germen universal
de todas las cosas (75).
El huevo simboliza la materia primordial o
indiferenciada que sirvió de tegumento al universo visible y en él estaban
contenidos (76) el hombre y la mujer, el espíritu de vida en cuya luz se
resumen todas las demás luces o espíritus de vida. La manifestación primaria
está representada por la serpiente simbólica de la sabiduría, en un principio
divina, pero que se adultera cuando Phtha (equivalente al Adam Kadmon de
los cabalistas y al Christos de los gnósticos) cae en la materia. Es el hombre
celeste que, unido a Zoe (el Espíritu Santo de la teogonía egipcia),
engendra los cinco elementos: aire, agua, fuego, tierra y éter (77).
También en la teogonía induísta
Swayambhuva-Nara desenvuelve de sí mismo el elemento femenino contenido en su
propia esencia divina. Este elemento femenino es Nari, la virgen inmortal, que
cuando fecundada por el espíritu recibe el nombre de Tanmâtra, la madre
de los cinco elementos: aire, agua, fuego, tierra y éter (78).
Knorr de Rosenroth, en sus estudios de
interpretación de la Kábala, se expresa como sigue:82
En el concepto de
Sabiduría oculta puede considerarse la Divinidad infinita equivalente al Padre
mencionado en el Nuevo Testamento. La Luz que del Infinito
fluye sobre el Adán primario o Mesías, y en él se infunde, corresponde
al Hijo de los cristianos. Y la influencia o efluvio del Hijo en el
universo material equivale al Espíritu Santo (79).
Achamoth, el principio entre espiritual y
material que vivifica la materia caótica es el Espíritu Santo de los gnósticos
y el Spiritus de los nazarenos. Es Achamoth la hermana de
Christos y ambos son hijos de Sophía (80), emanación de Bythos.
Dice Movers a este propósito:
El Hijo (Zeus-Belo o Sol-Mithra) es
emanación de la Suprema Luz, imagen del Padre. Supónesele Creador (81).
Por otra parte tenemos el siguiente pasaje:
Dicen los filósofos que el aire primordial es
el Anima mundi. Pero la vestidura (Shekinah) es superior al aire
primordial, puesto que está íntimamente unida al ilimitado En Soph (82).
TRINIDADES COMPARADAS
Así resulta Sophía equivalente a Shekinah,
y Achamoth equivalente al Anima mundi o Luz astral de los
cabalistas, que contiene el germen espiritual y material de todo cuanto es.
Achamoth, como la Eva bíblica, es la madre de todo lo viviente.
El sistema nazareno admite tres trinidades
análogas a las tres del sistema prevédico (83) según nos muestra el siguiente
cuadro sinóptico:
Trinidad induísta
Nara (Para-Purusha) Agni Brahma (Padre).
Nari (Mariatmâ) Vayu Vishnu (Madre).
Viradj (Brahmâ) Surya Siva (Hijo).
Trinidad egipcia
Kneph (Amon) Osiris Ra (Padre).
Maut (Mut) Isis Isis (Madre).
Khons Horus Maluli (Horus) (Hijo) (84).
Trinidad nazarena
Ferho (Ish-Amon) Mano Abatur (Padre).
Bythos (caos) Spiritus Netubto (Madre).
Fetahil Ledhaio Jordán (Hijo).
La primera, prototipo espiritual, es la
Trinidad oculta abstracta e inmanifestada; la segunda procede de la primera y
es la Trinidad activa o manifestada en el universo visible; la tercera es la
borrosa imagen de las precedentes y cristaliza en humanos dogmas que varían
según la fantasía religiosa de cada país.
Los nazarenos (85) simbolizaban la Trinidad
inmanifestada en Ferho-Bythos-Fetahil. Ferho es el supremo Señor de
esplendor y luz, antes de quien nada existe; Bythos la vida inmanifestada e
inmanente desde toda eternidad, en el Señor supremo; Fetahil, el espíritu de
vivificante gracia. La segunda Trinidad está formada por Mano-Spiritus-Ledhaio.
Mano corresponde emanativamente a Ferho y es la primera luz y vida celeste (Rex
lucis); Spiritus es la segunda vida y contiene el pensamiento que se
manifiesta en Ledhaio o Señor de Justicia, tercera persona de la segunda
Trinidad, correspondiente a Fetahil, símbolo del creador. La tercera Trinidad
está formada por Abatur-Netubto-Jordán, emanados en sucesiva
correspondencia de las dos trinidades precedentes. Abatur es el Padre, el
Anciano de los Ancianos (86) de quien procede Netubto y ambos engendran a
Jordán equivalente al Christos (87).
Según las alegorías nazarénicas, en el arcano
o asamblea de esplendor iluminada por Mano, de quien emanan las chispas
de esplendor, se levantaron los genios que moran en la luz y fueron al visible
Jordán de fluyentes aguas para reunirse en consejo y evocar al Hijo unigénito
(Lehdaio), el Señor de Justicia de imagen imperecedera que no puede concebirse
por reflejo.
Mano es el príncipe de los siete eones cuyos
nombres apuntan los nazarenos como sigue:83
Mano (Rex lucis),
Aiar-Zivo, Ignis-Vivus, Lux, Vita, Aqua-Viva (88) e Ipsa-Vita. El Mano de los
nazarenos es, después de todo, copia calcada del primario Manú de los induístas
(emanación de Swayambhuva), de quien sucesivamente proceden los otros seis
Manúes o prototipos de las razas humanas, simbolizados en las siete lámparas
ardientes, que son los siete Espíritus de Dios (89).
De nuevo reconocemos en Fetahil el origen de
la doctrina cristiana.
ALEGORÍAS APOCALÍPTICAS
Dice el Evangelista:
Y vuelto, vi siete candelabros de oro. Y en
medio de los siete candelabros de oro, a uno semejante al Hijo del Hombre... y
su cabeza y sus cabellos eran blancos como lana blanca y como nieve y sus ojos
como llama de fuego. Y sus pies semejantes a latón fino cuando está en un horno
ardiente (90).
Aquí repite el apóstol cabalista las palabras
de Ezequiel y Daniel:
Y sobre el firmamento... había una semejanza
de trono... y encima una semejanza como aspecto de hombre. Y vi como apariencia
de electro, a manera de aspecto de fuego (91).
Y sentóse el Anciano de los Días. Su
vestidura blanca como la nieve y los cabellos de su cabeza como lana limpia, su
trono de llama de fuego... (92).
Las visiones apocalípticas derivan de la Cabeza
blanca en que según el Zohar se resume unitariamente la trinidad
cabalística y que “encubre el espíritu en su cráneo” circuido de sutilísimo
fuego. La “figura de hombre” a que alude Daniel equivale al Adam Kadmon a cuyo
través pasa el hilo de luz representado por el fuego. Fetahil, la tercera vida
de la Trinidad primaria, es el Vir novisimus a quien el evangelista Juan
ve “que tenía en su diestra siete estrellas en medio de siete candelabros de
oro” (93).
Obediente a la voluntad de su Padre el
supremo Eón de siete cetros y siete genios (94), se coloca Fetahil en el más
alto lugar para servir de agente a su Padre en la creación del universo visible
(95) y permanece “brillando en la vestidura del Señor resplandeciente por obra
de los genios” (96). Es Fetahil el Hijo del Padre (Vida) y de la Madre (Luz)
(97).
Según San Juan:
En Él estaba la vida y la vida era la luz de
los hombres (98).
Según San Pablo:
... Dios lo creó todo por Jesucristo (99).
Según el Codex, el Padre de toda vida
exclama:
Levántate ¡oh Primogénito!, ve y ordena todas
las criaturas (100).
Análogamente dice Cristo:
Así como el Padre viviente me ha enviado, así
Dios envió a su Hijo unigénito para darnos vida (101).
Por otra parte, según los nazarenos, Fetahil
reasciende al seno del Padre luego de terminada su obra (102) y esto mismo
confirma Jesús al decir:
... porque yo voy al Padre (103).
En contra de la errónea interpretación de la
teología cristiana que identifica a Jehovah con el Padre mencionado
en el Nuevo Testamento, aduciremos que cuando Jesús habla del Padre que
está en secreto seguramente no dijera tal si hubiese aludido al Jehovah
bíblico que se apareció primero a los patriarcas, luego a Moisés y por último a
todos los ancianos de Israel (104). Cuando Jesús dice que el templo es la “casa
de su Padre” y que pudiera destruirlo y reedificarlo en tres días, no se
refiere a la fábrica arquitectónica de sillería, sino al cuerpo físico que
según el sabio cabalista Salomón es en todo hombre el templo de Dios, es decir,
de su individual espíritu.
Análogas expresiones a la de “el Padre que
está en el secreto” aparecen en la Kábala, el Codex y otras
Escrituras, según vemos en los siguientes pasajes:
Nadie ha visto la Sabiduría oculta en el
cráneo ni nadie ha contemplado el Abismo (105).
Además, la Kábala dice:84
El Hijo del oculto
Padre, que mora en luz y gloria, es el Ungido (Seir-Anpin) que
sintetiza en sí los diez Sephirotes. Es el Christos, el Hombre celeste por cuya
mediación creó el Espíritu de Dios todas las cosas (Efesios III, 9) y
produjo los cuatro elementos: aire, agua, fuego y tierra.
QUERUBINES Y SERAFINES
Precisamente en este simbolismo funda Ireneo
su más poderoso argumento para demostrar la necesidad de que hayan de ser
cuatro los evangelios y dice:
No pueden ser ni más ni menos que cuatro,
porque así como hay cuatro partes del mundo y cuatro vientos generales (...
...) justo es que la Iglesia tenga cuatro columnas. Además, los querubines
también son cuatrifáceos y sus rostros cuádruples son símbolo de las obras del
Hijo de Dios, del Verbo, del Hacedor de todas las cosas que se sienta más
arriba de los querubines (106).
No nos detendremos a discutir la peculiar santidad
de los cuatrifáceos querubines, aunque tal vez descubiréramos su origen en las
antiguas pagodas de la India como vâhanes o vehículos de los dioses
mayores, así como también pudiéramos inquirir en la sabiduría cabalista, tan
repugnada por la Iglesia, la veneración en que el catolicismo los tiene, según
advertimos en el siguiente pasaje:
Al salir de su morada, se presentan las almas
una por una ante el sagrado rey, en forma sublime con cuyo semblante ha de
aparecer en el mundo. De esta forma sublime procede la imagen. Los tipos de
estos semblantes son cuatro: ángel, león, toro y águila (107).
Estos cuatro semblantes son los querubines a
que alude David al impetrar el advenimiento del Mesías en esta invocación: “¡oh
Tú! Que estás sentado entre los querubines, envíanos tu resplandor”. Así se
infiere que para representar Ezequiel en los cuatro animales los cuatro seres
que sostienen el trono de Jehovah, tomó por modelo los cuatro genios llamados
Kirub (toro) Nirgal (león), Ustur (esfinge) y Nathga (águila), todos ellos con
rostro humano. En esto tenemos otra prueba no menos fehaciente de que durante
la cautividad de Babilonia se asimilaron los hebreos las creencias religiosas
de sus dominadores y las trasladaron a las recopiladas Escrituras, de donde se
infundieron más tarde en el cristianismo. Además, vemos que admirado Ezequiel
de la gloria del Señor le da repetidamente el título de “Hijo del Hombre”, en
lo que se advierte la filiación cabalista de este profeta cuyo libro está
escrito esotérica (108) y exotéricamente, con significado idéntico al del Apocalipsis.
Los cabalistas conferían el título de “Hijo del Hombre” a todos los profetas y
a sí mismo se lo aplicó Jesús. Además, la descripción que de Cristo nos da
Ireneo, presentándolo como el Hacedor de todas las cosas, sentado sobre los
querubines, es idéntica al Shekinah cuyo trono ponían los hebreos sobre los
querubines del propiciatorio. Por otra parte, el simbolismo cabalista llama
serafín o querubín al décimo sephirote apellidado Gloria, cuyo símbolo es
la columna de la izquierda (Booz) del templo de Salomón, mientras que el
noveno sephirote Victoria corresponde a la columna de la derecha (Jachin).
La denominación “Hijo del Hombre” sólo pueden emplearla los cabalistas y así es
Ezequiel el único profeta que la usa porque los demás no estuvieron tan
versados en la ciencia cabalista.
Representa la Kábala colectivamente
los sephirotes en figura de un hombre (Seir-Anpin) formado por multitud
de círculos dispuestos en 243 números correspondientes a las distintas
jerarquías celestes (109).
La descripción que da Ezequiel de la figura
de cuatro criaturas vivientes con cuatro rostros cada una y las manos de un
hombre bajo sus alas (110) ofrece notable analogía con la imagen escultórica de
Vishvakarma hijo de Brahma, existente en una de las sagradas cuevas de Ellora.
A Brahma y Júpiter se les daba el título de “padre de los hombres”.
LOS SEPHIROTES Y EL MONTE MERU
En las representaciones budistas del monte
Meru, llamado por los birmanos Myé-nmo y por los siameses Sineru vemos
el simbolismo original de Adam Kadmon o Seir Anpin (el hombre celeste) en quien
se sintetizan los eones en sus diversas jerarquías de sephirotes, potestades,
tronos, virtudes y dominaciones que de él derivó posteriormente la Kábala.
La representación budista del monte Meru consiste en dos columnas unidas por un
arco cuya bóveda en forma de media luna es la morada de A’di Buddha, la suprema
Sabiduría o invisible Divinidad. Bajo el punto culminante de esta bóveda se
extiende el círculo representativo de la primera emanación del Absoluto (111)
que corresponde al Adam Kadmon con los diez sephirotes inmanentes en él. Del
círculo de Brahmâ emanan otros nueve, circuidos por el décimo, que algunas
veces están figurados en la representación por pagodas cuyos nombres expresan
atributos de la divinidad manifestada. Siguen más abajo los siete planos o
esferas celestes, cada una de ellas rodeada por un mar. Son las mansiones de
los devatas o dioses, cuya pureza y espiritualidad decrece en proporción
de su cercanía a la tierra. Después se ve el monte Meru formado por tres
grandes círculos, símbolo de la Trinidad del hombre, con infinidad de otros
menores en su interior.
Quienes conozcan el valor numérico de las
letras de los nombres bíblicos, como el de la Gran Bestia del Apocalipsis,
el de Mithra (... ...) y otros, podrán inferir fácilmente la identidad de las
divinidades del monte Meru 85
y de las emanaciones
de los cabalistas. También cabe equiparar unos y otras a los genios que, según
los nazarenos, tenían asignadas funciones peculiares en perfecta
correspondencia con el simbolismo de la doctrina secreta, tal como se enseñaba
en los tiempos arcaicos.
Apoyado en las reglas dadas por el obispo
Newton para interpretar el significado de los textos por el valor numérico de
las letras, da King en su obra: Los gnósticos y sus huellas, vagas
insinuaciones sobre el particular que, sin embargo, corroboran nuestra
aserción. Este eminente arqueólogo, que tanto tiempo empleó en el estudio de
las joyas gnósticas, demuestra que toda dicha teoría está copiada de la índica.
El durga o aspecto femenino de las divinidades orientales corresponde al
concepto que los cabalistas simbolizan en la celeste jerarquía de las Virtudes,
aceptada rutinariamente por los Padres de la Iglesia y desfigurada más tarde
por los teólogos cristianos.
Dice King:
Aunque la interpretación numérica se tenga
por ciencia exclusiva de los judíos talmudistas, no hay duda de que la
aprendieron de los caldeos, fundadores del arte mágico. Los nombres de Iao,
Abraxas, etc., no fueron invención gnóstica, sino sagrados nombres ya
conocidos en las más antiguas fórmulas de Oriente. A estos nombres alude
seguramente Plinio cuando enumera las virtudes atribuidas a las amatistas en
que estaban grabados los del sol y la luna sin traducción definida en las
lenguas latina y griega. En los nombres: Sol eterno, Abraxas y Adonai,
que aparecen grabados en estas joyas, echamos de ver los amuletos ridiculizados
por Plinio (112).
Volviendo a la representación del monte Meru
vemos que el conjunto está rodeado por el mar Mayor (Mahasamut) equivalente
a la luz astral o éter de los cabalistas. En el círculo céntrico de la
representación aparece la figura de Seir Anpin, el hombre celeste (113), que
muchas lamaserías tibetanas identifican hoy día con la imagen de Gautama,
última encarnación del Buddha.
Debajo del monte Meru está la morada de la
Naga máxima, la reina de las sierpes (Rajah Naga) (114) y diosa de la
tierra (115), que está en recelo del gran dragón (116). Más abajo todavía está
la octava esfera o región infernal. Los nazarenos admitían siete demonios
impostores que engañan a los hijos de Adán (117) pero en contraposición
consideran siete Vidas o benéficos Espíritus planetarios emanados
de Cabar-Zio que brillan y resplandecen por su propia virtud en el seno
de la luz que fluye de lo alto.
LOS ATRIBUTOS DE SIVA
Junto a la puerta de la Mansión de Vida está
dispuesto el trono para el señor del Esplendor con tres tabernáculos (118).
Análogamente, los tabernáculos de la Trinidad induísta están colocados debajo
de la bóveda de media luna en la representación del monte Meru, y figuran el
cielo de Brahma empedrado de zafiros (119). El paraíso de Indra resplandece con
mil soles; el de Siva (120) está en el Nordeste y su trono es de lapislázuli y
el pavimento de los cielos de ascuas de oro. “Cuando se sienta en el trono arde
en fuego hasta los lomos”. En las fiestas religiosas de Hurdwar se tributa
culto de suprema divinidad a Siva, cuyos atributos coinciden con los que
después confirieron los judíos a Jehovah. La piedra binlanga (121) consagrada a
Siva es de la misma especie mineralógica que la empleada por Jacob para
edificar un altar (Bethtel) al Señor en forma de columna, por el estilo
de linga dedicado a Siva; y en verdad que aun hoy día podrían llevarse
estos patriarcales litos en las procesiones sivaíticas de Calcuta sin que nadie
les atribuyera origen hebreo. La imagen de Siva suele tener cuatro cabezas
(122) con cuatro brazos alados, tres ojos de configuración natural y el cuarto
en forma de media luna, para simbolizar las agitaciones del Océano.
La profecía de Ezequiel concuerda con los
atributos de Siva, según vemos en los siguientes pasajes:
Y en medio de él había semejanza de cuatro
animales... y en ellos había semejanza de un hombre... Cuatro caras tenía cada
uno y cuatro alas cada uno...; sus pies, pies derechos..., con aspecto de cobre
encendido... y tenían caras y alas por los cuatro lados.
Y sobre el firmamento... había una semejanza
de trono como piedra de zafiro... Y vi como apariencia de electro, como aspecto
de fuego por lo interior de él al contorno; desde sus lomos arriba y de sus
lomos abajo vi como apariencia de fuego.
Y era la semejanza del rostro de ellos cara
de hombre... y de león... y de buey... y de águila.
Y cada uno tenía cuatro caras: la una cara de
querubín y la segunda cara, cara de hombre, y en el tercero cara de león y en
el cuarto cara de águila (123).
Y sus pies semejantes a latón fino cuando
está en un horno ardiente (124).
También echamos de ver este cuádruple aspecto
en los dos querubines de oro colocados a uno y otro extremo del Arca de la
Alianza. Además, estas cuatro faces simbólicas las adoptaron los cuatro
evangelistas Mateo, Marcos, Lucas y Juan a quienes respectivamente representan
con el ángel, el león, el toro y el águila las Biblias latinas y griegas
(125).
Dice Sanchoniathon al hablar de la mitología
antigua:86
Tarot, la suprema
Divinidad de los egipcios, equivalía simbológicamente a Saturno o Kronos y
estaba representada con cuatro ojos, dos delante y dos detrás, abiertos y
cerrados, y cuatro alas, dos extendidas y dos plegadas. Los ojos denotaban que
el dios ve dormido y duerme despierto; la posición de las alas da a entender
que vuela en reposo y reposa volando.
La identidad de Saturno y Siva está
corroborada por el emblema del damara o reloj de arena que simboliza el
curso del tiempo personificado en la potencia destructora del dios. El buey
Nardi, vehículo (vâhan) de Siva y su más sagrado emblema, se reproduce
en el Apis egipcio y en el toro que crea Ormazd y mata Ahriman. El pueblo de
Eritene profesaba la religión zoroastriana dericada de la doctrina secreta,
pues era la religión de los persas cuando conquistaron la Asiria. Desde
entonces pasa de sistema en sistema religioso el emblema de Vida figurado en el
toro. Los magos lo aceptaron al advenimiento de la dinastía persa (126) y de
Daniel se dice que fue adivino principal de los magos y astrólogos de Babilonia
(127). Así vemos en los querubes de los judíos talmudistas una leve
modificación de los becerros y otros atributos de Siva, como también el buey
Apis en las esfinges o querubes del Arca de la Alianza, para encontrarlo
algunos miles de años más tarde en compañía del evangelista San Lucas. Quien
haya estado en la India el tiempo suficiente para conocer siquiera a la ligera
las divinidades induístas, advertirá desde luego la semejanza entre Jehovah y
otros dioses de la India además de Siva. Los talmudistas judíos tenían en mucho
respeto a Siva bajo el aspecto de Saturno, y los cabalistas alejandrinos le
consideraron como el directo inspirador de la ley y de los profetas. uNo de los
diversos nombres de Saturno era Israel, y en determinado aspecto coincide
míticamente con Abraham, según insinuaron hace tiempo Movers y otros
orientalistas. Por este motivo, los valentinianos, basilídeos y ofitas
colocaron en el planeta Saturno la morada de Ilda-Baoth, la divinidad a la par
creadora y destructora que dictó la ley en el desierto y habló por boca de los
profetas. La Biblia nos ofrece nuevas pruebas en corroboración de este
comentario, según vemos en el pasaje siguiente:
¿Por ventura me ofrecisteis hostias y
sacrificios en el desierto, en cuarenta años, casa de Israel?
Y llevasteis la tienda para vuestro Moloch y
la imagen de vuestros ídolos (chiun), la estrella de vuestro Dios, cosas todas
que os hicisteis (128).
Ciertamente que Moloch y Chiun eran diversas
expresiones nominativas del concepto de Saturno, idéntico a Baal, Kivan y Siva,
cuyos símbolos se apropiaron los hebreos.
EL SOSIOSH ZOROASTRIANO
Lo mismo sucede con los numerosos Logos
menores. El Sosiosh zoroastriano es análogo al décimo Avatar de los induístas,
al quinto Buddha de los budistas, al Mesías de los cabalistas, al Gabriel (129)
de los nazarenos, al Christo de los gnósticos, al Logos de Filo Judeo y al
Verbo del evangelista. El cristianismo hilvana y zurce todos estos conceptos
para engalanarse con el remiendo.
En el Avesta encontramos la doctrina
dualista que después prevaleció entre los cristianos. La lucha entre Ormazd
(espíritu de luz o principio del bien) y Ahriman (130) (espíritu de tinieblas o
principio del mal) subsiste en el mundo desde los orígenes del tiempo; y según
la doctrina zoroastriana, cuando esta lucha llegue al punto culminante y el
mundo esté a punto de sucumbir, degenerado y corrompido, bajo el poderío de
Ahriman, aparecerá Sosiosh, el Salvador de la humanidad, quien, seguido de
lucida hueste de genios benéficos, vendrá caballero en un corcel blanco como la
leche (131).
Esto mismo nos dice el siguiente pasaje del Apocalipsis:
Y vi el cielo abierto y apareció un caballo
blanco y el que estaba sentado sobre él, era llamado Fiel y Veraz... Y le
seguían las huestes que hay en el cielo, en caballos blancos (132).
El Sosiosh zoroastriano no es ni más ni menos
que una transmutación del Vishnú induísta que aun hoy día aparece en el
templo de Rama representado en figura del Salvador o Conservador
correspondiente a su futura décima encarnación (Kalki-Avatar). Es un
guerrero armado de todas armas, que cabalga en un caballo blanco (133) y blande
sobre su cabeza la cortante espada mientras que con la izquierda sostiene un
escudo formado de anillos concéntricos (134). La misma alegoría reproducen
estos pasajes:
Y sus ojos eran como llamas de fuego y en su
cabeza muchas coronas... Y salía de su boca una espada de dos filos... Y vi un
ángel que estaba en el sol (135).
Según las Escrituras zoroastrianas, Sosiosh
nació de una virgen (136) y al fin de los tiempos vendrá a redimir y regenerar
a la humanidad, precedido de dos profetas que anunciarán su venida (137).
Después habla el texto zoroastriano de la resurrección
general, en que los buenos irán al cielo y los malos con Ahriman al
infierno para purificarse allí en un lago de metal derretido... después de
purificados gozarán todos de felicidad eterna y acaudillados por Sosiosh
cantarán las alabanzas del Eterno (138). Es evidente el remedo de las
Escrituras induístas, porque también a Vishnú se le representa con varias
coronas en la cabeza y en su décimo avatar arrojará a los malvados a las
regiones infernales donde luego de purificados alcanzarán 87
la remisión de sus
culpas; y aun los mismos ángeles protervos que se rebelaron contra Brahmâ y
fueron lanzados por Siva al abismo sin fondo (139) irán a reunirse con los
dioses en el monte Meru.
JESÚS HABLA COMO HOMBRE
Cotejados los conceptos cabalístico, nazareno
y gnóstico acerca del Logos, Metatron o Mediador, fácilmente echaremos de ver
el error de los Padres de la Iglesia al concretar un símbolo puramente
metafísico en la personalidad de Jesús, que nos presentan como único sujeto de
las profecías de todos los tiempos. Confundieron a Jesús con el mito teomítico
para simbolizar la época inmediata a la terminación del círculo máximo en que
“la buena nueva”, desde el cielo anunciada, proclamaría la regeneración humana
en el sentimiento de la fraternidad universal.
Dice Jesús:
¿Por qué me llamas bueno? Sólo uno es bueno
que es Dios (140).
No son estas palabras propias de la segunda
persona de la Trinidad idéntica a la primera. No es el lenguaje de un Dios. Por
otra parte, si el Espíritu Santo de las Trinidades paganas y gnósticas estaba
encarnado en la persona de Jesús, no se comprende qué quiso dar a entender al
distinguir entre el “Hijo del Hombre” y el “Espíritu Santo” en las siguientes
palabras:
Y todo el que profiera una palabra contra el
Hijo del Hombre, perdonado le será; mas a quien blasfemare contra el Espíritu
Santo, no le será perdonado (141).
Es verdaderamente admirable la identidad
entre algunas frases de Jesús y las que siglos antes enunciaron cabalistas y
paganos, como se infiere de los siguientes pasajes:
Ni Dios ni hombre ni señor puede ser bueno.
Tan sólo Dios es bueno (142).
El hombre no puede ser bueno. Únicamente Dios
es bondad (143).
Mi doctrina es sencilla y de fácil
comprensión (144).
La doctrina de nuestro maestro estriba en la
invariable rectitud de corazón y en hacer a los demás lo que quisiéramos que
hicieran con nosotros (145).
A Jesús Nazareno, varón aprobado por Dios
entre vosotros por virtudes y prodigios (146).
Fue un hombre enviado de Dios que tenía por
nombre Juan (147).
En este pasaje se equipara a Juan en dignidad
con Jesús.
Juan el Bautista, en la solemne ocasión de
bautizar a Jesús, no le trata como Dios sino como hombre, diciendo:
Éste es aquél de quien yo dije: en pos de mí
viene un varón... (148).
Al hablar de sí mismo dice Jesús:
Mas ahora me queréis matar siendo hombre que
os he dicho la verdad que oí de Dios (149).
El ciego de Jerusalén, curado de su ceguera
por el insigne taumaturgo, al relatar lleno de gratitud y admiración el
milagro, no llama Dios a Jesús sino que sencillamente dice:
Aquel hombre que se llama Jesús, hizo lodo y
ungió mis ojos... (150).
No hay necesidad de añadir más ejemplos en
comprobación de una verdad aseverada antes de ahora por otros comentadores. No
hay peor mal que el fanatismo obcecado, y pocos hombres tienen el valor de
decir, como Priestley:
No encontramos prueba alguna de la divinidad
de Jesucristo antes del año 141, época de San Justino Mártir, quien del
paganismo se convirtió al cristianismo (151).
CRISTIANOS Y BUDISTAS
Cerca de seiscientos años después de la
muerte de Jesucristo, calificada de deicidio, apareció Mahoma (152) cuando el
mundo greco-romano era todavía presa de turbulencias religiosas y se resistía a
consolidar en las costumbres el cristianismo impuesto por los edictos
imperiales. Mientras los concilios discutían el texto bíblico, la unidad de
Dios prevalecía contra el concepto de la Trinidad y el número de musulmanes
sobrepujaba al de cristianos, porque Mahoma no pretendió jamás igualarse con
Dios, pues de lo contrario no hubiese difundido tan rápidamente su religión.
Aun hoy los creyentes en Mahoma superan en número a los creyentes 88
en Cristo. Gautama
predicó como simple mortal siglos antes de Cristo y, sin embargo, su ética
religiosa aventaja inmensamente en belleza moral a cuanto pudieron soñar
Tertuliano y San Agustín.
El verdadero espíritu del cristianismo se
echa de ver por entero en el budismo y parcialmente en las demás religiones
calificadas de paganas. Gautama no se atribuyó naturaleza divina ni tampoco le
divinizaron sus discípulos; y a pesar de ello, el budismo tiene hoy muchísimos
más prosélitos que el cristianismo (153). pOcos son los induístas, budistas,
mahometanos y judíos que apostatan de su fe, al paso que por los países
occidentales se extiende de día en día la lepra del materialismo que amenaza
corroer el propio corazón del cristianismo. En las naciones tan erróneamente llamadas
paganas apenas hay ateos, y los pocos inficionados de materialismo pertenecen a
las clases acomodadas de las ciudades populosas, donde abundan los europeos.
Con mucha razón dice el obispo Kidder:
Si un sabio se viese precisado a elegir entre
todas las religiones que se profesan en el mundo, seguramente dejaría en último
término el cristianismo.
En un folleto copia Peebles del Athenoeum de
Londres un artículo en que se describe el dichoso estado de los virtuosos
habitantes de Yarkand y Kashgar, y a manera de comentario exclama:
¡Benignos cielos! ¡No permitáis que los
misioneros cristianos se acerquen a los felices y paganos tártaros! (154).
Desde los primeros tiempos del cristianismo,
el nombre de cristiano ha sido siempre más bien simulación que prueba de
santidad. Véase cómo fustiga San Pablo a los fieles de Corinto en este pasaje:
Por cosa cierta se dice que hay entre
vosotros fornicación, y tal fornicación, cual ni aun entre los gentiles; tanto,
que alguno abusa de la mujer de su padre (155).
San Pablo es el único apóstol digno de este
título por el claro concepto que del incomparable filósofo y mártir de Galilea
resplandece en sus Epístolas, no obstante las adulteraciones perpetradas
en su texto por los canonistas (156).
Respecto a los demás apóstoles y en
particular a los evangelistas, no es posible fiar mucho en ellos desde el
momento en que atribuyen a su maestro milagros relatados en los libros indos en
iguales términos y circunstancias, como vemos, por ejemplo, en el conmovedor
episodio de la resurrección de la hija de Jairo, que está copiado de análogo
prodigio de Krishna, según demuestra el siguiente pasaje:
RESURRECCIÓN DE KALAVATTI
Quiso el rey Angashuna que se celebraran con
gran pompa los desposorios de su hija, la hermosa Kalavatti, con Govinda, hijo
de Vamadeva, el poderoso rey de Antarvédi. Pero mientras Kalavatti se solazaba
en el bosque con sus compañeras, la mordió una culebra y murió de la mordedura.
Angashuna rasgó sus vestiduras, cubrió de ceniza su cabeza y maldijo el día en
que naciera.
De repente llegó a palacio el rumor de voces
que repetían mil veces: ¡Pacya pitaram! ¡Pacya gurum! (¡El Padre! ¡El
Maestro!). Entonces acercóse Krishna sonriente, apoyado en el brazo de
Arjuna... ¡Maestro! –exclamó Angashuna arrojándose a sus pies y regándolos con
sus lágrimas, -¡mira mi pobre hija!- Y le mostró el cuerpo de Kalavatti tendido
sobre una estera.
-¿Por qué lloras? –preguntó entonces Krishna
con suave acento. -¿No ves que duerme? Escucha el rumor de su hálito parecido
al suspiro del viento de la noche que acaricia las hojas de los árboles. Mira
cómo se colorean sus mejillas; cómo tiemblan sus párpados a punto de abrirse;
cómo se estremecen sus labios prontos a soltar la palabra. Está dormida. Yo te
lo digo. ¡Mira!, ya se mueve. ¡Kalavatti! ¡Levántate y anda!
Al punto recobró el cuerpo el aliento, el
color y la vida, y obediente la doncella al mandato de Krishna, levantóse y
fuése con sus compañeras.
La maravillada multitud exclamó:
“Verdaderamente éste es un dios, puesto que la muerte es sueño para él” (157).
Los evangelistas introdujeron en el
cristianismo éste y otros episodios, con añadidura de dogmas cuya extravagancia
supera a los más delirantes conceptos del paganismo, pues necesitaron matar a
su Dios para que de su muerte recibieran la vida espiritual, resultando de todo
ello que la Iglesia ha convertido profanamente la corte celestial en una
compañía de cómicos asalariados.
Seis siglos antes de la era cristiana zahirió
ya Jenófanes la antropomorfización de Dios en una sátira citada por Clemente de
Alejandría, que dice así:
Hay un Dios supremo sin forma ni naturaleza
de hombre. Pero los engreídos mortales imaginan que los dioses tienen voz y
cuerpo y sensaciones humanas. De la propia suerte, si los leones pudiesen valerse
de manos como el hombre, pintarían a los dioses en figura de león y los
caballos los pintarían en la de caballo y los bueyes en la de buey. Cada
especie atribuiría a la Divinidad su propia forma y condición (158).89
El panteísta poeta
indo Vyasa (159) dice al tratar de la ilusión de los sentidos (Maya):
Los dogmas religiosos sólo sirven para
ofuscar la razón humana... El culto de las divinidades, cuyas alegorías
encubren el respeto que el hombre siente por las leyes naturales, prostituye la
verdad en provecho de las más groseras supersticiones.
El arte cristiano pinta la figura del
Todopoderoso según el cabalístico modelo del Anciano de los Días, como se ve en
las pinturas y esculturas de los templos católicos, en las exornaciones de los
misales y recientemente en los poéticos dibujos con que Gustavo Doré engalanó
las páginas de la Biblia. La pavorosa majestad de Aquél a quien ningún pagano
osó representar en figura concreta, toma bajo el lápiz de Doré la de un
venerable anciano que, en el centro del caos y envuelto en nubes, ve el mundo a
sus pies y con la mano izquierda recoge los pliegues de sus amplias vestiduras,
mientras que mantiene la derecha levantada con imperioso ademásn. Acaba de
pronunciar el Fiat y toda su excelsa persona irradia luz (160). Como
alegoría gráfica honra esta composición al artista, pero no recibe Dios la
misma honra. Vale más la abstención de los paganos en punto a representaciones,
que las blasfemamente antropomórficas de la incognoscible Causa primaria. Si de
este modo representan a Dios, no han de extrañarnos las más extravagantes
iconografías de Cristo, los apóstoles y los santos (161).
En su afán de aducir purebas de la
autenticidad del Nuevo Testamento, incurren aun los más sinceros y mejor
intencionados exégetas y teólogos en deplorables engaños. No cabe suponer que
un comentador tan erudito como el canónigo Westcott desconociese los textos
talmúdicos y cabalísticos, pues cita párrafos enteros de la obra: El pastor
de Hermas, para apuntar su sorprendente analogía con el Evangelio de San
Juan, sin echar de ver que dichos párrafos están tomados de la literatura
cabalística. Dice así Wescott:
El concepto que Hermas expone acerca de la
naturaleza de Cristo y de la misión que trajo al mundo coincide con el de la
doctrina apostólica y ofrece sorprendentes analogías con el Evangelio de San
Juan. Para Hermas es Jesús comparable a una roca más alta que las montañas,
capaz de sustentar el mundo... Es anterior a la creación y, sin embargo, abre
nuevas puertas a la humanidad y recibe de su Padre consejos relativos a la
creación... Nadie puede llegar al Padre sino por el Hijo (162).
IDENTIDAD DE ALEGORÍAS
Aunque el autor de Religión sobrenatural demuestra
la analogía entre el texto de El pastor de Hermas y el cuarto Evangelio,
omite decir que las palabras de Hermas remedan con ligeras variaciones los
textos cabalísticos, según podemos inferir del siguiente cotejo.
Dice Hermas:
Dios plantó la viña, esto es, creó a los
hombres y dióles su Hijo para que lavasen sus pecados (163).
Dice la Kábala:
El Anciano de los Ancianos, de Larga Faz,
plantó una viña cuya vid es la vida. El espíritu del rey Mesías lava sus
vestiduras en el vino de lo alto desde la creación del mundo (164).
Dice el Código de los nazarenos:
Siete viñas planta Iavar Zivo y Ferho las
riega... Cuando los bienaventurados suban a reunirse con las criaturas de Luz
verán a Iavar Zivo, el Señor de Vida y primaria Vid (165).
Dice el Evangelio:
Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el
labrador (166).
Dice el Génesis:
No será quitado de Judá el cetro y de sus
pies el legislador, hasta que venga el que ha de ser enviado (Shiloh)... Atando
a la viña su pollino y a la vid, ¡oh hijo mío!, su asna. Lavará en el vino su
vestido y en la sangre de uvas su palio (167).
Dice Hermas:
Y en medio de la llanura me enseñó una gran
roca blanca que de allí se levantaba y la roca era más alta que las
montañas, de configuración rectangular a propósito para sostener el mundo
entero. En la roca estaba tallada una puerta cuya labra me pareció reciente a
pesar de ser muy antigua la roca.90
Dice el Zohar:
A cuarent mil mundos superiores se extiende
la blancura de su cabeza (168). Cuando por virtud de los setenta nombres
del Metatron descienda Seir (169) a Iezirah (170) abrirá una nueva puerta... El
espíritu decisorio cortará en dos partes la vestidura (171)... Al advenimiento
del rey Mesías, de la sagrada piedra cúbica del templo se levantará durante
cuarenta días una luz blanca que se irá difundiendo hasta cubrir el
mundo entero... Entonces se dará a conocer el rey Mesías y se le verá salir por
la puerta del Edén... Aparecerá en la tierra de Galil... Cuando haya satisfecho
los pecados de Israel guiará a los hombres por una nueva puerta hacia el
tribunal... En la Puerta de la mansión de Vida está dispuesto el trono
para el señor del esplendor (172).
Más adelante dice el comentador:
La roca y la puerta simbolizan
el Hijo de Dios. Pero ¿cómo puede ser la roca vieja y la puerta nueva? A esto me
respondió el Señor: Escucha y compréndelo, hombre ignorante. El Hijo de Dios es
anterior a la creación y de su Padre recibió consejo en sus obras. Por esto es
viejo (173).
Lo mismo dicen invariablemente, no sólo los
cabalistas, sino también los induístas.
Del Código de los nazarenos:
Vidi virum excellentem coeli terroeque
conditore natu majorem. Vi al varón más excelente, anterior en nacimiento al
Hacedor de cielos y tierra (174).
El Dionisio de los misterios eleusinos
llamado también Iacchos, Iaccho o Iahoh (175) que había de libertar a las
almas, era anterior al Demiurgo. En los misterios del Anthesteria, después del
bautismo purificador en el agua de los lagos (limnoe) pasaban los
iniciados (mystoe) por una puerta dispuesta a propósito paa este objeto,
llamada puerta de Dionisio o de los purificados.
En el Zohar, el Demiurgo dice al
Señor: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” (176). En el Génesis se lee:
Los Elohim (177) dijeron: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. En
los Vedas, Brahma toma consejo de Parabrahma sobre la mejor manera de crear el
mundo.
Según expone el canónigo Westcott, pregunta
Hermas:
-¿Y por qué es nueva la puerta?, ¡oh
Señor!
- Porque se manifestó el último día de la
gracia, a fin de que por ella entren en el reino de Dios cuantos sean salvos
(178).
LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
En este pasaje se advierte la errónea
afirmación de que Jesús se manifestó como Mesías en la plenitud de los tiempos
que aun han de llegar, no obstante los vaticinios atribuidos a inspiración
divina que la daban por llegada al advenimiento del que supusieron el Mesías
prometido.
El evangelista San Juan incurrió en el mismo
error de que tan engañosas interpretaciones se derivaron entre los cristianos
ortodoxos por tomar al pie de la letra las alegorías del texto evangélico. Por
otra parte, la plenitud de los tiempos no pudo profetizarse ni siquiera
aproximadamente, pues hubiera contradicho al evangelista Marcos cuando dice:
“Mas de aquel día ni de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles en el cielo ni
el Hijo, sino el Padre” (179).
Los cristianos tomaron indudablemente esta
creencia del Apocalipsis, lo cual nos demuestra su filiación cabalista y
pagana, pues, en efecto, se refería a un ciclo que, según sus cómputos,
terminaba a últimos del siglo I. En corroboración de ello podemos aducir
también que los evangelistas Marcos y Juan no se conocían lo suficientemente
uno a otro. Filo designó el Logos con el sobrenombre de Petra (roca)
que, según ya vimos, significa “intérprete” en lenguas caldea y fenicia.
Justino Mártir le da en todas sus obras el título de Ángel y distingue
entre el Logos y el Creador, diciendo a este propósito:
El Verbo de Dios es el Hijo de Dios y también
el Ángel y el Apóstol, porque manifiesta (interpreta) cuanto debemos saber y
fue enviado para manifestar lo que ha de ser revelado (180).
Veamos otro texto:
El Adán inferior está distribuido en sus
propios senderos, en treinta y dos líneas de sendero y nadie le conoce sino por
Seir. Pero nadie conoce al Adán superior ni sus senderos excepto el de Lara Faz
(181).
Larga Faz es el Supremo Dios. Seir equivale
al nazareno Ebel-Zivo, el Legado o Apóstol Gabriel (182). Los nazarenos
sostenían con los cabalistasque ni el Mesías que había de venir conocía al Adán
Superior, con lo cual daban a entender que más allá de la Divinidad manifestada
se encubría la inmanifestada. Seir-Anpin es 91
para los cabalistas
el tercer Dios, mientras que el Logos, según Filo Judeo, es el segundo (183).
Esto aparece más claro en el siguiente pasaje:
El falso Mesías dirá: “Yo soy Dios, el Hijo
de Dios. Mi Padre me envió... Soy el primer mensajero. Soy Ebel Zivo y vengo de
lo alto”. Pero no le creais, porque no será Ebel Zivo, pues Ebel Zivo no querrá
ser visto en esta edad (184).
De aquí que algunos gnósticos opinen que el
ángel de la Anunciación no fue Ebel-Zivo (Gabriel) sino Ilda-Baoth, quien formó
el cuerpo físico de Jesús en el que se infundió Christos en el
momento del bautismo en el Jordán.
No cabe dudar, como asegura Nork (185), de
que los padres de la Iglesia conocieron en traducción griega el Bereshith
Rabba, la parte más antigua del Midrash Rabboth. Pero si por una
parte conocían las religiones de los países vecinos lo suficientemente para dar
a su religión un aspecto que de las demás las distinguiera externamente, en
cambio era lastimosa la ignorancia en que estaban del Antiguo Testamento y
de la filosofía griega (186).
CURIOSAS TERGIVERSACIONES
Tan vacilantes andaban los piadosos Padres de
la Iglesia en el análisis de las herejías, que Hipólito tomó por el de un
heresiarca el nombre de Kol-Arbas con que los valentinianos designaban
la sagrada Tetrada pitagórica (187).
Aparte de estos involuntarios errores,
tenemos las deliberadas adulteraciones de las doctrinas ajenas. Ejemplo de ello
nos dan: la conversión de la mitológica aura placida (brisa suave) en
dos supuestas mártires cristianas Aura y Plácida (188); la santificación de una
lanza y de una capa bajo los nombres de San Longinos y San
Amfíbolo (189); y las citas erróneamente anotadas por los Padres de la Iglesia
referentes a profetas que jamás dijeron lo que en ellas se les atribuye. Ante
semejantes confusiones cabe preguntar con asombro si desde la muerte del
insigne Maestro ha sido la teología cristiana algo más que un delirio incoherente.
La malicia de los Padres de la Iglesia en su
afán de combatir herejías, llega al extremo de sostener sin rebozo las más
descabelladas falsedades e inventar relatos enteros con propósito de
cohonestarlas a los ojos de los ignorantes. La donosa confusión de Hipólito al
tomar por un heresiarca el nombre de la Tetrada, diciendo que Kolorbaso explicaba
su doctrina con números y medidas (190), no hubiera tenido otra consecuencia
que la ridiculez del error, de no insistir después Epifanio (191)
deliberadamente en mantenerlo, al afirmar contra su íntimo sentir que “un tal
Heracleón sucedió al heresiarca Colorbaso” (192).
Estos solapados procedimientos acabaron con
los gnósticos, únicos que poseían algunas migajas del puro cristianismo
primitivo. En la época de los Padres todo fue tumulto y embrollo hasta el
momento en que la definición de los dogmas cortó el vuelo a toda discutible
discrepancia de opiniones. Durante largos siglos se castigó con severas penas,
incluso a veces la de muerte, la sustentación de doctrinas contrarias a las
definidas dogmáticamente por la Iglesia, encubriéndolas bajo velo de misterio;
pero desde que los exégetas se resolvieron a poner cada cosa en su punto, quedó
invertida la situación de ambas partes, de modo que los despojados paganos
acuden en demanda de lo que se les usurpara y dan motivo para recelar de la
ruidosa quiebra de la teología cristiana. A esto la condujo el fanatismo de la
secta sedicente ortodoxa, cuyos secuaces no fueron ni los “más corteses ni los
más cultos ni los más ricos de entre los cristianos”, como de los gnósticos
asegura que fueron el autor de la Decadencia y caída del imperio romano.
Los gnósticos no se mancharon con la sangre de quienes discrepaban de su
opinión. Sin embargo, tampoco creemos exacto el juicio de Renán cuando dice que
todos los ortodoxos echaban olor de ajo. De esta suerte quedaron los
gnósticos arrollados por las supersticiosas e ignorantes muchedumbres.
Perecieron los amantes de la verdad, los filaleteos de la escuela armónica, y
las vociferaciones de las turbas cristianas resonaron en los mismos lugares
donde la sabia doncella Hipatia enseñó sublimes filosofías y declaró Amonio
Saccas que el propósito de Cristo había sido restaurar en su prístina pureza la
sabiduría antigua y eliminar de las religiones confesionales los errores con
que la superstición las adulteraba (193). En vez de la voz del aleccionado por
Dios, se oían los iracundos chillidos del cruel fanatismo supersticioso.
EL FANATISMO SUPERSTICIOSO
Decía San Jerónimo:
Si tu padre se tendiera en el umbral de tu
casa y si tu madre te mostrase los pechos a que te amamantó, pasa por encima de
tu padre y pisotea los pechos de tu madre, para, sin verter ni una lágrima,
acudir al llamamiento del Señor.
Digno par del precedente pasaje es por su
espíritu el siguiente en que Tertuliano declara su deseo de ver en los
infiernos a los filósofos paganos, diciendo:92
¡Qué magnífica
escena! ¡Cómo me regocijaría! ¡Qué alborozo!; ¡qué triunfo cuando a esos ilustres
monarcas de quienes se dice que subieron al cielo, los oiga yo gemir con su
dios Júpiter en las más profundas simas del infierno! Entonces los sayones que
persiguieron el nombre de Cristo arderán en un fuego incomparablemente más vivo
que el de las hogueras encendidas para abrasar a los mártires (194).
Todavía alienta este espíritu de crueldad en
el dogmatismo cristiano contra el que se levantan opuestamente las enseñanzas
de Cristo. Dice Ekiphas Levi a este propósito:
El Dios en cuyo nombre hemos de pisotear los
maternales senos merece que nos lo representemos blandiendo la exterminadora
espada, con el infierno abierto a sus pies. Moloch quemaba en pocos instantes a
los niños que en sacrificio se le ofrecían; pero estaba reservado a los
discípulos del que para redimir a la humanidad murió en la cruz, forjar un
nuevo Moloch cuya pira arda eternamente (195).
En América también empieza a estragar los
ánimos la perversión del espíritu del cristianismo, y prueba de ello nos dan
las siguientes palabras del fanático reformador Moody que exclama:
Un Hijo tengo y Dios sabe cuánto le amo; pero
prefiriría que hoy mismo le sacaran los ojos, antes de que llegase a hombre sin
fe ni esperanza en Cristo.
A esto replica muy juiciosamente un periódico
de Chicago:
Tal es el espíritu de la inquisición que
muchos creen desvanecido. Si el fanatismo de Moody le incita a la contingencia
de arrancarle los ojos a su propio hijo ¿qué no haría con los hijos de los
demás? Tal es el espíritu de Loyola que en pleno siglo XIX sigue con sus
jerigonzas; y gracias a que la ley civil le detiene el brazo, no vuelve a
encender las hogueras y a caldear al rojo vivo los instrumentos de tortura.
CAPÍTULO VI
Bajan las cortinas del Ayer y se alzan las
del
Mañana; pero el Ayer y el Mañana existen.
SARTOR RESARTUS: Sobrenaturalismo natural.
¿No ha de permitírsenos depurar la
autenticidad de la
Biblia, que desde el siglo II sirvió de criterio a
la verdad
científica? Para mantenerse en tal alto
puesto,
debe desañar a la crítica humana.
DRAPER: Conflictos entre la religión y la
ciencia.
Un beso de Nara en los labios de Nari
despierta a la
Naturaleza toda.-VINA SNATI (poeta indo).
No debemos olvidar que los actuales
Evangelios canónicos, y por tanto el dogmatismo cristiano, dimanan del sortes
sanctorum, pues en la duda de cuál de los numerosos textos corrientes en su
tiempo fuese el inspirado por Dios, el concilio de Nicea resolvió someter tan
embrollada cuestión a los milagros de la suete. Bien podemos calificar de
misterioso el concilio de Nicea, porque asistieron trescientos dieciocho
obispos, número místico al que Barnabas (1) atribuye capital importancia;
aparte de que los autores de la época discrepan en cuanto al lugar y fecha de
su celebración y al obispo que presidió las sesiones. No obstante el
grandilocuente elogio de Constantino (2), afirma Sabino, obispo de Heracles,
que, exceptuando al emperador y a Eusebio Panfilio, todos los miembros de la
asamblea eran gentes indoctas y sencillas que no entendían nada de lo
que se trataba, es decir, que eran una grey de mentecatos. Igualmente opinaba
Pappus (3), quien refiere cómo los obispos de Nicea se valieron de un
procedimiento con ribetes de magia para decidir cuáles eran los Evangelios
auténticos, pues colocaron todos los textos sometidos a examen sobre el ara del
altar e impetraron de Dios la gracia de que cayeran al suelo los textos
apócrifos y quedaran en el altar los inspirados, como así sucedió, por supuesto
(4).
Apoyados en la autoridad de un testigo
presencial y eclesiástico por añadidura, podemos afirmar que el mundo cristiano
debe su “palabra de Dios” a un procedimiento adivinatorio, por cuyo empleo
quemó posteriormente la Iglesia a miles de evocadores, magos, hechiceros,
encantadores y adivinos. Sin embargo, los Padres de la Iglesia dicen que el
mismo Dios preside las sortes sanctorum, y según ya indicamos, confiesa
San Agustín que se valía de este procedimiento de adivinación. Pero las
opiniones están expuestas a iguales mudanzas que los dogmas religiosos; y los
textos atribuidos durante quince siglos a inspiración del Espíritu Santo, sin
que se pudiera alterar en ellos ni punto ni coma, han sido en etos últimos
tiempos revisados, corregidos y amputtados de modo que, no sólo versículos,
sino capítulos enteros se eliminaron de las primitivas ediciones. No obstante,
la Iglesia exige que tengamos por Escritura revelada el texto salido de manos
de los 93
revisores, so pena de
excomulgarnos por herejes. Así vemos que tanto dentro como fuera de
sus recintos pretende la infalible Iglesia que se confíe en ella más de lo
razonable y conveniente.
Los teólogos medioevales cohonestaban la
práctica del sortes sanctorum en el siguiente versículo:
Las suertes se meten en el seno, mas el Señor
dispone de ellas (5).
En cambio, los teólogos contemporáneos
aseguran que toda traza de sortilegio es obra del diablo. Tal vez se amoldan
inconscientemente en este punto a la doctrina de los bardesanos, según la cual,
tanto las obras de Dios como las del hombre están sujetas a la necesidad.
HIPATIA Y CIRILO
De acuerdo también con la necesidad combatió
tan ásperamente la plebe cristiana a los neoplatónicos en aquellos días en que
tan sólo unos cuantos filósofos conocían las olvidadas doctrinas de los
naturalistas indos y de los antediluvianos pirroneos, con la particularidad de
que las antiguas profecías para nada mencionaron a Darwin y sus
descubrimientos, pues en este caso falló la ley de la supervivencia del más
apto, por cuanto los neoplatónicos quedaron condenados a muerte desde el día
en que se pusieron al lado de Aristóteles.
A principios del siglo IV estaba muy
frecuentada por el pueblo la academia donde la sabia e infortunada Hipatia
enseñaba las doctrinas del divino Platón y de Plotino, dificultando con ello el
proselitismo cristiano, pues descubría el fundamento de los misterios
religiosos pergeñados por los Padres de la Iglesia y declaraba el origen
platónico del idealismo que la nueva religión se había apropiado para seducir a
gran número de gentiles. Además, Hipatia era discípula de Plutarco, jefe de la
escuela ateniense, y conocía los secretos de la teurgia, por lo que sus
enseñanzas eran un gravísimo obstáculo para la creencia popular en los
milagros, cuya causa podía explicar satisfactoriamente la insigne maestra. No
es, pues, extraño que su sabiduría y su elocuencia concitasen contra ella la
animadversión de Cirilo, obispo de Alejandría, cuya autoridad se apoyaba en
degradantes supersticiones, al paso que la de Hipatia tenía por fundamento la
inconmovible roca de las leyes naturales (6).
Por otra parte, en aquella ocasión la Iglesia
había de defender, no ya su futura supremacía, sino su propia existencia,
porque los filósofos paganos y los eruditos gnósticos conocían el mecanismo de
todo aquel retablo teológico, y una vez descorrida la cortina quedaría al
descubierto la trabazón entre las creencias paganas y las de la nueva religión,
desvaneciéndose el temor que infundía el misterio cuyo escrutinio era
sacrilegio.
La sorprendente coincidencia de las alegorías
astronómicas de los ritos paganos con las fechas en que el cristianismo
conmemora la natividad, muerte y resurrección de Jesús, aparte de la identidad
de ritos y ceremonias, hubieran atajado los pasos de la nueva religión si sus
doctores, so pretexto de servir a Cristo, no se desembarazaran violentamente de
los demasiado bien informados filósofos paganos. De haber fracasado en su día
aquel verdadero golpe de mano, seguramente fuera muy otra la religión hoy
dominante en occidente, y no hubiese sobrevenido la tenebrosa noche medioeval
que degradó a los europeos hasta ponerlos casi al mismo nivel de los papúes.
Fundado era, por lo tanto, el temor de los
cristianos de Alejandría, y desde un principio creyeron recompensado su piadoso
celo, pues cuando el populacho derribó el Serapión y fue preciso que el
gobierno imperial apaciguara la contienda suscitada entre paganos y cristianos,
se descubrió en las losas de granito del recinto interior del destruido templo
una cruz de innegable configuración cristiana, que los monjes cuidaron de
atribuir, para cohonestar su procedencia antecristiana, a espíritu de previsión
y profecía, como con aire triunfal lo declara así Sozomeno (7), pero la
arqueología y la simbología, implacables enemigos de las adulteraciones clericales,
descifraron los jeroglíficos que rodeaban la cruz y coligieron de ellos su
verdadero significado.
LA CRUZ TAU
Según King y otros arqueólogos, la cruz
descubierta en las ruinas del Serapión de Alejandría era el símbolo de
la vida eterna y se usaba en los misterios eleusinos a semejanza de la tau o
cruz egipcia. Era también emblema de la dual potencia generadora, y la colocaba
el hierofante sobre el pecho del recién nacido a nueva vida luego de recibir el
bautismo, para denotar que su naturaleza inferior se había elevado por la
regeneración hasta unirse con su divino espíritu, capacitándole para ascender a
la gloriosa y lumínica mansión eleusina. La cruz tan era talismán mágico al par
que emblema religioso, y los cristianos la tomaron de los gnósticos y
cabalistas entre quienes gozaba de mucho predicamento, como lo atestiguan las
numerosas joyas en que se ve grabada. Los gnósticos recibieron a su vez de los
egipcios la tau o cruz con mango, y la cruz latina la importaron de la India
los misioneros budistas dos o tres siglos antes de Cristo. Tanto los indos como
los indígenas de la América precolombiana, los asirios, egipcios y romanos
usaban la misma cruz con ligeras modificaciones. Hasta muy entrada la Edad
Media se consideró la cruz como un potente amuleto contra la epilepsia y la
obsesión demoníaca; y el “sello del Dios vivo”, que según el Apocalipsis llevaba
el ángel que venía de Oriente para estigmatizar la frente de los “siervos de
Dios”, no era ni más ni menos que la tau egipcia. En una vidriera de la abadía
de San Dionisio (Francia) está representado el ángel del Apocalipsis en
actitud de sellar la frente del elegido con este sello, cuya inscripción dice: signum
Tay. Por otra parte, observa King que las imágenes del eremita egipcio San
Antonio Abad llevan generalmente este mismo sello (8). El cristiano San 94
Juan, el egipcio
Hermes y los brahmanes indos nos explican el verdadero significado de la cruz
tau, que para el evangelista era indudablemente el “Nombre inefable”, puesto
que llama a la cruz “sello del Dios vivo” y más adelante dice: el nombre del
Padre escrito en su frente (9).
El brahmâtma o jefe de los iniciados indos
llevaba en su atavío dos llaves cruzadas, como símbolo del misterio de vida y
muerte. En algunas pagodas budistas de Tartaria y Mongolia, la entrada del
recinto interior, la escalera que conduce al daghôba (10) y los pórticos
de algunos prachidas (11) están adornados con dos peces en cruz,
análogos a los del Zodíaco; y no debe extrañarnos que la Vesica piscis de
las catacumbas de Roma sea remedo del signo zodiacal budista. Tan antiguo es
este símbolo, que según tradición masónica, los cimientos del templo de Salomón
tenían la forma de tau triple.
El significado místico de la cruz egipcia se
refiere al dualismo andrógino de todas las manifestaciones de la Naturaleza
dimanantes del concepto de una Divinidad también andrógina, mientras que el
emblema cristiano no tiene ningún fundamento metafísico.
Si hubiese prevalecido la ley mosaica, sin
duda que sufriera Jesús la pena de lapidación (12), pues la cruz era el
instrumento de suplicio acostumbrado entre los romanos, que le llamaban “árbol
de infamia”, desconocido como tal en las naciones semíticas. Hasta mucho
después no lo adoptaron los cristianos por símbolo, sino que al contrario,
durante las dos primeras décadas lo recordaban los apóstoles con horror. Así,
pues, resulta indudable que al hablar San Juan del “sello del Dios vivo” no se
refería en modo alguno a la cruz cristiana sino a la tau egipcia, Tetragrámaton
o nombre inefable, que en los más antiguos talismanes cabalísticos aparecía
expresado por las cuatro letras hebreas componentes de la “palabra sagrada”
La famosa señora Ellenborough, conocida entre
los árabes de Damasco y las tribus del desierto por el sobrenombre de Hanum
Medjuye, tenía un talismán, regalo de un druso del monte Líbano, que por
cierto signo del extremo izquierdo se coligió que era una de aquellas piedras
llamadas en Palestina amuletos mesiánicos del siglo II o III de la era
cristiana. Este talismán es una piedra pentagonal de color verde, en cuya parte
inferior aparece grabado un pez, encima del cual se ve el sello de Salomón (13)
y más arriba las cuatro letras caldeas: jod, he, vau, he, componentes de
IAHO (nombre de la Divinidad), dispuestas de abajo arriba en orden inverso a
estilo de tau egipcio (14), cuyo significado místico, lo mismo que el de la
cruz ansata, es árbol de la vida.
EMBLEMAS CRISTIANOS
Ya sabemos que antes de representar
plásticamente la imagen de Jesús, los emblemas empleados por los primitivos
cristianos fueron el Cordero, el Buen Pastor y el Pez. De lo antes dicho se
infiere con toda claridad el origen de este último emblema que tanto ha
conturbado a los arqueólogos. Todo el secreto está en que mientras la Kábala
llama al rey Mesías el intérprete o Revelador del misterio y lo considera
como la quinta emanación, el Talmud designa al Mesías con el nombre de Dag
o Pez. Este símbolo es una reminiscencia caldea relacionada, según
de su mismo nombre se infiere, con el Dagón u Hombre-Pez de los babilonios, que
se aparecía a las gentes para instruirlas e interpretar las enseñanzas.
Abarbanel explica la significación del simbólico nombre diciendo que el Mesías
vendrá cuando los planetas Júpiter y Saturno se presenten en conjunción en el signo
Piscis (15). Deseosos los cristianos de divulgar la creencia de que Cristo era
el Mesías prometido, no vacilaron en adoptar el emblema del pez, sin percatarse
de que era un remedo del Dagón babilónico.
Los primitivos cristianos relacionaban
estrechamente su concepto de Jesús con los símbolos paganos y cabalísticos,
según se colige de la siguiente exhortación dirigida por Clemente de Alejandría
a sus correligionarios: “Procurad que la piedra de vuestro anillo lleve grabada
o bien una paloma, o un buque impelido por el viento (Argha), o bien un
pez”. ¿Se acordaría el buen padre al escribir esto de aquel Joshua hijo de Nun,
llamado Jesús en las versiones griegas y eslavas, o habría olvidado la
verdadera significación de aquellos símbolos paganos? Joshua, hijo de Nun o
Nave (Navis), pudo muy bien haber adoptado por emblema una nave o
un pez, pues el nombre de Joshua o Jesús significa hijo del dios-pez; pero era
muy incongruente relacionar la nave, la paloma y el pez, emblemas de Venus,
Astarté y otras divinidades femeninas del induísmo con el nacimiento del que
consideraban Hijo de Dios; a no ser que, según toda probabilidad, apenas
distinguieran a la sazón las gentes entre Cristo, Baco, Apolo y Krishna, quien,
como primer avatar de Vishnú, tuvo el pez por símbolo.
El Hari-Purâna y otros textos
induístas dicen que Vishnú tomó la figura de pez con cabeza humana para
recobrar los Vedas perdidos en el diluvio, pues luego de haber
facilitado a Visvamitra y su tribu los medios de escapar del cataclismo,
compadecióse de la ignorante humanidad y permaneció entre ellos por algún
tiempo con objeto de enseñarles a edificar moradas, cultivar la tierra y adorar
a la desconocida Divinidad, cuyo representante era, en templos regidos por
instituciones cultuales. Todo aquel tiempo se mantuvo Vishnú en figura de pez
con cabeza humana, y cada día al ponerse el sol se retiraba al fondo del mar
hasta la siguiente aurora. Sobre esto, dice el Hari-Purâna:
Después del diluvio enseñó Vishnú a los
hombres todo cuanto les era necesario para su dicha, hasta que un día se
sumergió en el agua y no volvió a salir porque la tierra estaba ya nuevamente
cubierta de plantas y animales. Pero Vishnú había enseñado a los brahmanes el
secreto de todas las cosas.95
De esta alegoría tomó
indudablemente el caldeo Berosio el argumento de la fábula de Oannes, el
hombre-pez, equivalente a Vishnú (16).
Para no afirmar nada por nuestra sola
autoridad, nos apoyaremos en la de Jacolliot, a quien nadie deja de tener por
muy erudito sanscritista, aunque algunos le hayan echado en cara sus
deficiencias en otros puntos y más particularmente en cronología (17). Analiza
Jacolliot el nombre Oannes y dice que la O hace en esta palabra
oficio de interjección admirativa, y que la sílaba an es una raíz que
denota espíritu o ser (18). Sobre este punto, añade Jacolliot:
La fábula de Vishnú en figura de pez es nueva
prueba de la estupenda antigüedad de las subalternas Escrituras induístas,
aparte de los Vedas y el Código de Manú a que los más auténticos
documentos asignan veinticinco mil años de existencia. Como dice el
erudito Halhed, pocos pueblos superan al indo en la exactitud de sus anales
(19).
Acaso arroje alguna luz sobre esta embrollada
simbología el recuerdo de que, según el Génesis, el primer animal
viviente o la primera forma de vida terrestre fue el pez, es decir, las
criaturas semovientes en las aguas, como se colige de este pasaje:
Produzcan las aguas reptil (pez) de ánima
viviente... Y crió Dios las grandes ballenas... Y fue la tarde y la mañana el
día quinto (20).
LA BALLENA DE JONÁS
Por otra parte, al profeta Jonás se lo tragó
un enorme pez que vomitó sana y salva su presa en la playa al tercer día, lo
cual consideran los cristianos como una figura profética de los tres días que
antes de resucitar estuvo Jesús en el sepulcro (21).
También es muy significativo que los
talmudistas llamaran Dag (pez) al Mesías, y que asimismo tuviera dicho
sobrenombre el Vishnú induísta, Espíritu conservador o segunda persona de la
trinidad induísta que, según las creencias brahmánicas, ha de encarnarse por
décima vez para redimir a la humanidad (lo mismo que el Mesías de los judíos),
restaurar los primitivos Vedas y conducir a los bienaventurados por el
camino de perfección. Según las tradiciones induístas, en su primera
encarnación o avatar tomó Vishnú la figura de hombre-pez, y en
corroboración de esta alegoría se ve en el templo del dios Rama, una imagen de
Vishnú del todo correspondiente a la descripción que del dagón caldeo nos da
Beronio, o sea en figura de hombre que sale de la boca de un pez con los Vedas
en la mano en señal de haberlos recobrado del abismo oceánico donde los
sumergió el diluvio. Por otra parte, Vishnú es en uno de sus aspectos, el dios
de las aguas, el Logos del Parabrahm, que en el mismo templo de Rama aparece
también representado en actitud de moverse sobre las aguas apoyándose en la
serpiente Ananta de siete cabezas, símbolo de la eternidad. Esta imagen
simboliza, por otra parte, el intercambio de atributos de las tres personas de
la Trinidad manifestada.
A Vishnú equivale evidentemente el adam
Kadmon de los cabalistas que lo consideran como el Logos o primer Ungido, al
paso que el segundo Adam es para ellos el Rey Mesías.
El elemento pasivo o femenino de Vishnú es
Lakmy, Lakshmi o Adamaya, la “Madre del mundo” (22), nacida de las alborotadas
olas del mar, así como la Venus griega surge de la espuma. La belleza de Lakmy
enamora a todos los dioses, y de ella tomaron los hebreos el modelo de su Eva
(23). De la misma opinión es el insigne erudito francés Burnouf, quien dice
sobre el caso que “algún día se descubrirá el origen indo de todas las antiguas
tradiciones desfiguradas por la leyenda” (24).
DARWIN Y VYASA
Expusimos anteriormente que, según el cómputo
secreto de los estudiantes de ocultismo, el Mesías es la quinta emanación o
potencia divina, y en este lugar lo colocan la Kábala judía (25), el
sistema gnóstico y la teogonía budista (26).
Para demostrar cuán erróneamente
interpretaban las masas ignorantes el verdadero significado de los avatares,
conocido tan sólo de los estudiantes de ocultismo, daremos oportunamente un
cuadro sinóptico de las emanaciones y avatares según las doctrinas induísta y
caldea (27). Los ciclos secretos prueban fundamentalmente que ni brahmanes ni
tanaímes interpretaron al pie de la letra los Vedas y la Biblia respectivamente,
sino que filosofaban sobre el origen y formación del mundo, con arreglo al
concepto que muchos siglos después había de repetir Darwin respecto a la selección
natural y transformación de las especies. Quien de ello dudare, lea los Libros
de Manú (28), pues si comparamos su texto con la cosmogonía fenicia de
Sanchoniathon y el relato de Berosio, encontraremos idénticos conceptos de los
que en la actualidad prevalecen en ciencias naturales.
Ya entresacamos en lugar oportuno varias
citas de los textos caldeos y fenicios. Ahora transcribiremos algunos pasajes
de las Escrituras induístas.96
Cuando el mundo salió
de las tinieblas, los sutiles principios elementales produjeron el germen
vegetal que animó primeramente a las plantas, de las que pasó la vida a
inconstantes formas nacidas del ilus de las aguas. Después de pasar por
varias formas animales llegó al hombre (29).
Antes de que el hombre llegue a ser hombre,
ha de ser sucesivamente planta, gusano, insecto, pez, serpiente, tortuga,
carnero y fiera. Tal es el grado inferior. Así, desde Brahma hasta el vegetal,
se declaran las transmigraciones manifestadas en este mundo (30).
Según la cosmogonía fenicia expuesta por
Sanchoniathon, el hombre procede del caos (31), y las especies se desenvuelven
obedientes a la misma ley de transformación enunciada por Darwin en el
siguiente pasaje:
Opino que las especies animales proceden a lo
sumo de cuatro o cinco tipos progenitores... Por analogía cabe inferir que
probablemente todos los seres organizados descienden de una forma primordial...
Así considero que los seres de la Naturaleza no fueron creados especie por
especie, sino que proceden en línea descendente de unos cuantos prototipos que
vivieron mucho tiempo antes de formarse la primera capa del sistema silúrico
(32).
Según Jacolliot (33), los filósofos indos
Vyasa y Kapila van mucho más allá que Manú y Darwin, pues sólo ven en Brahma el
nombre del germen universal y niegan la Causa primera, diciendo
que los seres de la Naturaleza han ido evolucionando por la acción de ciegas y
materiales fuerzas.
Por exacta que sea esta cita de Kapila,
conviene aclararla de modo que no recaiga sobre el insigne filósofo ario la nota
de ateo (34), pues en ningún pasaje de sus numerosas obras se encuentra nada en
contrario a la creencia de los brahmanes en el desconocido y universal
Espíritu, según reconocen todos los orientalistas, aunque algunos comentadores
superficiales hablen sin fundamento bastante del ateísmo budista.
CONFESIÓN DE JACOLLIOT
Por otra parte, Jacolliot afirma que jamás
compartieron los brahmanes eruditos las supersticiones populares, sino que
inquebrantablemente creyeron en la unidad de Dios y en la inmortalidad; aunque
ni Kapila ni los brahmanes iniciados ni los discípulos de la escuela vedantina
tuvieron de la Causa primera el antropomórfico concepto que posteriormente le
dio el cristianismo dogmático.
Si necesitáramos nuevas pruebas, el mismo
Jacolliot nos las da al impugnar el error con que tropieza Müller al decir que
“las divinidades induístas son máscaras sin actores o nombres sin seres, y no
seres sin nombre”. En contra de esta imputación cita Jacolliot numerosos
pasajes de las Escrituras induístas, diciendo:
¿Es posible negar al autor de estas estrofas
un claro y definido concepto de la divina potencia del único Ser, dueño y
soberano del universo? ¿Acaso eran los altares mera alegoría? (35).
Este argumento es perfectamente válido contra
la imputación del famoso filólogo alemán que califica de “embrollo teológico”
el Atharva Veda, con tan flaco criterio como el racionalista Jacolliot
juzga las doctrinas de Kapila y Vyasa, pues por vasta que sea la erudición de
ambos comentadores y por profundamente que conozcan las lenguas muertas de
Oriente, les falta la clave para interpretar los mil y un enigmas de la
doctrina secreta. Pero mientras el filólogo alemán no se toma el trabajo de
escrutar aquel “embrollo teológico”, el orientalista francés no desperdicia coyuntura
alguna de investigación y se confiesa sinceramente incapaz de ni sondear
siquiera el profundo océano de las místicas enseñanzas cuyas huellas, a cada
paso descubiertas,señala a la atención de la ciencia. aSí es que, no obstante
haberse negado sus “venerados maestros”, los brahmanes de las pagodas de
Villenur y Chélambrum (36), a revelarle los mágicos misterios del Agruchada
Parikshai (37) y del triángulo del brahmâtma (38), no repara Jacolliot en
declarar noblemente que todo es posible en la metafísica índica, y que los
orientalistas europeos interpretaron equivocadamente los sistemas filósoficos
de Kapila y Vyasa. Pero Jacolliot se contradice después en el siguiente pasaje:
Le pregunté cierta vez a un brahmán de la
pagoda de Chélambrum, afiliado a la escuela escéptica y materialista de
Vyasa, si creía en la existencia de Dios. Y respondióme sonriente: Aham
eva param Brahma (yo mismo soy dios).
-¿Qué significa usted con eso?
-Que cada ser de la tierra, por
insignificante que parezca, es una partícula eterna de la materia eterna (39).
Esto mismo hubiera respondido cualquier
cabalista o gnóstico, pues la filosofía esotérica resolvió hace siglos el
problema del origen y destino del hombre.
Quien crea en las palabras de la Biblia que
dicen:
Formó, pues, el Señor Dios al hombre del
polvo de la tierra e inspiró en su rostro soplo de vida (40)97
ha de creer
forzosamente que en cada átomo de este polvo alienta el espíritu de vida, pues
daría pruebas de mezquino criterio el que creyera lo primero y negase lo
segundo. Los versículos anteriores al citado corroboran esta consideración,
según puede inferirse de su texto, que dice:
Y los bendijo diciendo: Creced y multiplicaos
(41).
Vemos que Dios bendice por igual a todas las
criaturas vivientes de la tierra, del agua y del aire, pues a todos les dotó de
vida o alma, o sea el aliento de su propio Espíritu. La humanidad
es el adam Kadmon del “Desconocido”, su microcosmos y único representante en la
tierra, por lo que cada hombre es un dios en ella.
Ya que Jacolliot está por su erudición tan
familiarizado con los libros de Manú y otros autores védicos, no desconocerá el
siguiente pasaje, cuyo significado podríamos preguntarle:
Plantas y árboles presentan multitud de
formas a causa de sus precedentes acciones. Están rodeados de tinieblas, pero
en ellos alienta el alma y sienten el placer y el dolor (42).
Por lo tanto, si la filosofía indica reconoce
alma en las formas inferiores del reino vegetal y en cada átomo de materia,
¿cómo podría negar la existencia inmortal del alma humana? Y admitida el alma,
¿cómo negar lógicamente su patrio manantial, su no ya primera sino eterna
Causa? En verdad, que ni los racionalistas ni los materialistas, incapaces de
comprender la metafísica indica, debieran juzgarla por el patrón de su propia
ignorancia.
RELIGIÓN Y CIENCIA
Según ya dijimos, el ciclo máximo abarca la
evolución de la humanidad desde sus orígenes en el hombre arquetípico de
naturaleza espiritual, hasta el último grado de abyección a que descendió en la
época del diluvio. A cada etapa descendente corresponde una forma física más
grosera, cuyo grado máximo de densidad coincide con el cataclismo diluvial.
Pero el círculo máximo comprende siete ciclos menores correspondientes a la
evolución de otras tantas razas, cada una de la cual deriva de la precedente y
tiene por morada una nueva configuración terrestre. Las razas raíces o típicas
de la humanidad se subdividen en subrazas y éstas en pueblos (43), tribus y
familias.
Antes de exponer en diagramas la íntima
analogía entre las doctrinas esotéricas de los pueblos antiguos, aun de los más
distantes por separación geográfica, conviene explicar sumariamente el
significado de los símbolos y alegorías religiosas que tan en confusión han
puesto a los comentadores no iniciados. Veremos con ello que en la antigüedad
la religión y la ciencia estaban tan estrechamente unidas como hermanas
gemelas, y fueron las dos una y cada una ambas desde el primer instante de su
aparición. Por sus reversibles atributos, la ciencia era espiritual y la
religión científica (44). De la omnisciencia derivaba indeclinablemente la
omnipotencia, y por lo tanto, era el hombre divino un coloso bajo cuyo dominio
había puesto el Creador los reinos de la Naturaleza. Pero el Adán andrógino
estaba sentenciado a caer por desdoble de sus elementos en el segundo Adán, con
pérdida de su poder, porque el fruto del árbol de la Ciencia produce la muerte
si no le acompaña el fruto del árbol de la Vida. Esto significa que el hombre
se ha de conocer a sí mismo antes de conocer el origen de los seres y de las
cosas inferiores a él por la condición de su naturaleza interna. De la propia
suerte, mientras la religión y la ciencia constituyeron una dualidad unitaria,
acertaron infaliblemente, porque la intuición espiritual suplía la limitación
de los sentidos corporales; pero en cuanto se separaron por desdoblamiento, la
ciencia desoyó la voz de la intuición, al paso que la religión degeneró en
teología dogmática. Una y otra fueron desde entonces dos cuerpos sin alma.
La doctrina esotérica, como el induísmo, el
budismo y también la perseguida Kábala, enseñana que la infinita,
desconocida y eterna Esencia se manifiesta activamente en determinado período
de tiempo para restituirse después a su pasiva inmanifestación. La poética
terminología de Manú llama día de Brahma al período de manifestación
activa, y noche de Brahma al de inmanifestación pasiva. Durante el
primero está Brahma despierto, y durante el segundo está dormido.
Los svabhâvikas o filósofos clásicos
del budismo cuya escuela subsiste en el Nepal, consideran tan sólo la
manifestación activa (Svabhâvât) de la eterna Esencia, pues dicen que es
locura filosofar sobre su incongnoscible y abstracto estado de inmanifestación
pasiva. Por esto, los teólogos cristianos y los científicos modernos les llaman
ateos sin comprender la profundísima lógica de su filosofía. Los teólogos
cristianos no conciben otro Dios que las potestades subalternas constructoras
del universo visible, entre ellas el tonante y flamígero Jehovah mosaico,
convertido por los cristianos en la suprema Divinidad antropomórfica. Por otra
parte, la ciencia experimental considera a los budistas svabhâvikas como
si fuesen los positivistas de los tiempos arcaicos.
Esta imputación de ateísmo proviene de
considerar bajo un solo aspecto la filosofía esvabávica, pues los budistas no
admiten un Creador personal sino una multitud de Potestades creadoras
sintetizadas colectivamente en la eterna Substancia de inescrutable
naturaleza, y por lo tanto, inaccesible a las especulaciones filosóficas
(45).98
Según la Doctrina
secreta, al comienzo de un período de actividad la divina Esencia se
explaya de dentro afuera por virtud de la inmutable ley que actualiza
las energías cósmicas, cuya progresiva operación da por resultado final el
universo fenoménico, visiblemente manifestado.
EXPIRACIÓN E INSPIRACIÓN
Análogamente, al comienzo del período de
inactividad se repliega en Sí misma la divina Esencia y gradualmente se
disuelve el universo visible, se desintegran sus componentes y las solitarias
tinieblas vuelven a planear sobre el abismo. Explicará mejor este concepto la
metáfora de que el universo se manifiesta por la expiración y se
disuelva por la inspiración de la desconocida Esencia. Este ritmo de
manifestación e inmanifestación, de creación y disolución, se sucede desde toda
eternidad, y nuestro actual universo es uno de los de la infinita serie que
no tuvo principio ni tendrá fin.
Así es que la inteligencia humana sólo es
capaz de filosofar sobre la visible manifestación de la Divinidad en los
fenómenos naturales; pero es absurdo dar el nombre de Dios a las potestades
creadoras, pues montaría tanto como llamar, por ejemplo, Bienvenido Cellini al
fuego que funde el metal o al aire que lo enfría luego de vaciado en el molde.
La espiritual esencia subyacente en las energías cósmicas, abstracta para
nuestra comprensión, tan sólo puede relacionarse con la construcción del
universo en el sentido en que la consideraba Platón, esto es, como hacedora del
universo abstracto que paulatinamente fue surgiendo del pensamiento divino
donde estaba latente.
Más adelante escudriñaremos el esotérico
significado del Génesis para descubrir su exacta coincidencia con las
cosmogonías de otras naciones (46). Allí veremos cómo los seis días de la creación
deben interpretarse en sentido apenas sospechado por la multitud de
comentadores que emplearon toda su habilidad en conciliar la teología con la
geología.
Diagramas de las cosmogonías induísta y
caldea. El diagrama induísta es antiquísimo, y muchas pagodas obedecen en su
traza y construcción a esta figura, llamada en sánscrito Sri-Iantara.
(Véase el Diario de la Real Sociedad Asiática, XIII, 79). Los judíos y
los cabalistas medioevales tuvieron en gran respeto esta figura y la llamaron
“sello de Salomón”, cuyo origen debe inquirirse en las relaciones del rey
cabalista con Hiram, rey del país de Ofir, situado en la India antigua. Estos
diagramas representan los períodos caótico y evolutivo de nuestro universo, con
arreglo a los sistemas induísta, budista y caldeo que coinciden en todo y por
todo con las teorías evolucionistas de la ciencia moderna.
EXPLICACIÓN DE LOS DIAGRAMAS DIAGRAMA
INDUISTA
|
DIAGRAMA CALDEO
|
Triángulo superior
|
Triángulo superior
|
Simboliza el nombre inefable, el Aum,
que sólo puede expresarse mentalmente bajo pena de muerte. Es el
inmanifestado Parabrahm, el Principio inactivo, el absoluto e incondicionado Mukta.
Por ello no es el creador que para pensar,
querer y obrar necesita estar limitado por condiciones (baddha).
Parabrahman está absorbido en la inexistencia, carece de atributos y es
impercetible a nuestros sentidos. Está sumido en su para nosotros eterno y
para Él periódico sueño o noche de Brahma. No es la primera sino la eterna
Causa. Es el Alma de las almas, y nadie puede comprenderlo en estado de
inmanifestación. Pero quien estudie los mantras secretos y oiga su oculta voz
(Vâch) (47) aprenderá a comprender la manifestación de Parabrahma.
|
Simboliza el Nombre inefable, En-Soph,
el Ser ilimitado e infinito cuyo nombre sólo conocen los iniciados y no
pueden pronunciarlo en alta voz so pena de muerte. Es inexistente (60) (...)
mientras está inactivo en el ulam (período de inmanifestación, y, por
lo tanto, no es el Creador del universo visible ni tampoco la Luz (Aur)
(61). Pero se manifestará en Luz cuando al comenzar el período de la creación
actualice la energía latente en su Ser, según la ley de que Él mismo es letra
y espíritu. Quien estudie el Mercaba (...) y oiga la callada voz (Lahgash)
(62) conocerá el secreto de los secretos
|
Espacio que circunda el triángulo superior
|
Espacio que circunda el triángulo superior
|
Al término de una Noche de Brahma,
cuando el que por Sí mismo quiso manifestar visiblemente su gloria, emanó de
su propia Esencia una potencia activa, que de índole femenina en un principio
se convirtió después en andrógina. Es Aditi, el principio infinito y
sin límites (48) Madre de Todos los dioses y también el Padre y el Hijo (49).
Por
medio de esta potencia femenina se actualizó el
|
Al comenzar el período de actividad,
En-Soph emanó de su propia substancia eterna Sephira, la activa
potencia, llamada también el Punto primordial, Kether o Corona, por
cuyo medio pudo la infinita Sabiduría dar forma concreta a su abstracto
pensamiento. El lado derecho del triángulo son de un solo trazo, y el otro
lado es de puntos para indicar que de aquel lado emana Sephira, y
difundiéndose en todas direcciones
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario