HECHOS DE
PEDRO Y LOS DOCE APÓSTOLES
Introducción
1
[...] nos hicimos a la mar. Nos
sentíamos unidos en nuestros corazones. Estábamos todos dispuestos a ejecutar
el ministerio que el Señor nos había encargado, y llegamos a un acuerdo entre
nosotros. Bajamos al mar en un momento oportuno, dispuesto por el Señor.
Encontramos un navío fondeado en la costa preparado para partir, y hablamos con
los marineros si podríamos embarcarnos con ellos. Mostraron con nosotros una
gran amabilidad, según lo dispuesto por el Señor. Y ocurrió que cuando
partimos, navegamos un día y una noche. Luego sopló sobre la nave un viento
contrario que nos arrastró hacia una pequeña ciudad (en una isla) situada en
medio del mar. Yo, Pedro, pregunté el nombre de la ciudad a algunas personas
del lugar que se hallaban en el muelle.
2
Nos respondió [un hombre] de aquellos
[y nos dijo el nombre] de la ciudad que era [«Inhabitación»], es decir,
«Fundamento» [...] paciencia. Su alcalde se hallaba [en el muelle, portando]
una palma (en la mano). Y ocurrió que cuando desembarcamos en tierra [con] el
equipaje, entré en la ciudad buscando [consejo?] sobre un alojamiento.
Primer
encuentro con Litargoel
Salió
un hombre que llevaba una vestidura ceñida sobre sus lomos y un cinturón dorado
que la ajustaba. (Llevaba) un blanco sudario recogido alrededor del pecho, que
le llegaba hasta los hombros y que cubría su cabeza y sus manos. Yo contemplaba
a ese hombre porque era hermoso en su forma y figura. Cuatro zonas de su cuerpo
miraba: las plantas de sus pies, una parte de su pecho, las palmas de sus manos
y su rostro. Esto es lo que pude ver. Había en su mano izquierda una caja de
las que suelen emplearse para libros y un bastón de estoraque en su derecha. Su
voz resonaba pausadamente mientras gritaba en el ciudad: «Perlas, perlas». Yo
pensé que era un habitante de aquella villa. Le hablé así: —Hermano mío y
compañero.
3
Me respondió: —[Bie]n has dicho
«[hermano] mío [y c]ompañero». ¿Qué [deseas] de mí?.
Le
respondí: —[Busco] un alojamiento para mí [y] para mis hermanos, ya que somos
forasteros.
Añadió:
—Por eso también yo me he apresurado a decir «hermano mío y compañero», porque
soy un extranjero como tú.
Cuando
hubo dicho estas palabras, gritó: —Perlas, perlas.
Oyeron
su voz los ricos de aquella ciudad. (Unos) salieron de sus habitaciones más
ocultas; otros, por el contrario, lo contemplaron desde las habitaciones de sus
casas; y otros miraban desde las ventanas superiores. Pero vieron que no
(podían conseguir) nada de él, porque no llevaba alforja ninguna sobre sus espaldas,
ni envoltorio ninguno entre su vestidura o
sudario. A causa de su desprecio ni siquiera le
preguntaron, y él, por su parte, no se reveló a ellos. Los ricos se volvieron a
sus aposentos mientras decían: «Éste se burla de nosotros».
4
Los pobres [de la ciudad] escucharon
[su voz, y salieron hacia] el hombre que [vendía las perlas. Le dijeron]: —Por
favor, [muéstranos una] perla, para que al menos [podamos verla] con nuestros
ojos, ya que somos [pobres], y no tenemos el dinero de su precio para
entregártelo. [Enséñanosla], sin embargo, para que podamos decir a nuestros
camaradas que [hemos visto] una perla con nuestros propios ojos.
Les
respondió así: —Si os es posible, venid a mi ciudad. No sólo la mostraré ante
vuestros ojos, sino que os la daré de balde.
Los
pobres de aquella ciudad escucharon sus palabras y replicaron: —Puesto que
somos mendigos, sabemos que nadie acostumbra a regalar una perla a los
mendigos, quienes suelen recibir alimentos y calderilla. Ahora bien, lo que
deseamos obtener de tu bondad es que nos muestres la perla ante nuestros ojos.
Así podremos decir con orgullo a nuestros camaradas: «Hemos visto una perla con
nuestros ojos», ya que (tal cosa) no sucede entre los pobres, especialmente
mendigos (como nosotros).
Viaje
de Pedro y sus compañeros a la ciudad de Litargoel
Les
respondió así: —Si os es posible, venid a mi ciudad. No sólo os enseñaré la
perla, sino que os la daré de balde.
Los
pobres y los mendigos se alegraron a causa de 5 el [dadivoso] mercader.
[Los hombres] (de la ciudad) [preguntaron a Pedro] sobre las penalidades [del
camino]. Pe[dr]o respondió [contándoles] lo que habían oído de [las
dificultades] del camino, puesto que [experimentarán?] (esas) penalidades en su
ministerio. (Luego) dijo (Pedro) al hombre que vendía la perla: —Deseo conocer
tu nombre y las penalidades del camino hasta tu ciudad, porque somos forasteros
y siervos de Dios, y nos es necesario extender la palabra de Dios en toda
ciudad pacíficamente.
Respondió
así (el vendedor de perlas): —Si preguntas por mi nombre, es Litargoel, que
significa «piedra liviana (que brilla como los ojos de) una gacela». Y la vía
hacia la ciudad sobre la que me has preguntado, te la mostraré (también).
Cualquier hombre no puede ir por ese camino, salvo el que haya renunciado a
todo lo que posee, y ayune diariamente de estación en estación. Porque son
numerosos los ladrones y las fieras salvajes en esa vía. Al que lleva pan
consigo para el camino, perros negros lo devoran a causa de ese pan. El que
lleva un vestido precioso de este mundo lo matan los ladrones 6 [a causa
del] vestido. [Al que lleva] agua [lo destrozan] los lobos [por el agua], ya
que tienen sed. [Al que] se preocupa de la [carne] y las verduras, lo desgarran
loe leo[nes] a causa de la carne. [Si] escapa de los leones, lo cornean los
toros a causa de las verduras.
Cuando
terminó de decirme [estas] cosas, suspiré en mi interior diciendo: «¡Qué
grandes son las penalidades del camino! ¡Ojalá nos diera Jesús fuerza para
caminar por él!».
Me miró mientras suspiraba y se entristecía mi rostro.
Me dijo: —¿Por qué suspiras si conoces ese nombre, «Jesús», y crees en él? Él
es el Gran Poder y lo concede. Porque yo también creo en el Padre que lo envió.
Volví
a preguntarle: —¿Cuál es el nombre del lugar al que te vas, tu ciudad?
Me
respondió: —El nombre de mi ciudad es «Nueve Puertas». Alabemos a Dios mientras
nos ejercitamos pensando que la décima es la cabeza.
Dspués
de esto me aparté de él en paz para llamar a mis compañeros. (Entonces) vi unas
olas, y grandes y elevados muros que rodeaban los límites de la ciudad. Me
admiré de las grandezas que vi. Y observé a un anciano que estaba sentado. Le
pregunté el nombre de la ciudad, si en verdad (su nombre) era 7 «Inhabi[tación»]
[...]. Me dijo: —[Has dicho] verdad, pues [habitamos] aquí, porque soportamos
con paciencia.
[Respondí]
así: —Justamente [...] los hombres la han llamado [...] porque las ciudades son
habitadas por quienes soportan con paciencia sus tentaciones. Un reino noble
saldrá de ellas, pues resisten en medio de las olas y de las angustias de las
tormentas. De modo que la ciudad de aquellos que soportan el peso del yugo de
la fe será habitada. Y él, (cada uno de sus habitantes), será computado en el
reino de los cielos.
Transición
a la segunda narración
Me
marché apresuradamente y llamé a mis compañeros para entrar en la ciudad de la
que nos había hablado Litargoel. Ligados por la fe, abandonamos todas las cosas
como él nos había dicho. Nos libramos de los ladrones, puesto que no
encontraron sus vestiduras sobre nosotros. Nos escapamos de los lobos, porque
no hallaron en nosotros el agua de la que estaban sedientos. Nos libramos de
los leones, porque no encontraron en nosotros el deseo de carne. 8 [Nos
escapamos de los perros] y de [los toros, porque no encontraron ni pan] ni
verduras. [Sentimos una] gran alegría, [con] (ausencia) de preocupaciones en la
paz de nuestro Señor. Tomamos un poco de descanso ante la puerta y comentamos
entre nosotros cosas que no suponían distracción en este mundo, sino una
práctica continuada de la fe.
Segundo
encuentro con Litargoel
Mientras
hablábamos de los ladrones del camino, de quienes habíamos escapado, he aquí
que salió Litargoel. Se había transformado ante nosotros y había tomado la
apariencia de un médico. Llevaba bajo su brazo un ungüento de nardo medicinal,
y un discípulo le seguía portando una cajita llena de medicinas. Nosotros no lo
reconocimos. Pedro respondió y le dijo: —Nos gustaría que nos hicieras un
favor, ya que somos extranjeros. Condúcenos a la casa de Litargoel antes de que
se haga tarde.
Nos
respondió: —Os la mostraré con rectitud de corazón. Pero me admira que
conozcáis a ese hombre bueno, pues no se revela a cualquiera, ya que es el hijo
de un gran rey. Descansad un poco mientras voy, curo a ese hombre y vengo (de
nuevo).
Se dio prisa y volvió 9 rápidamente.
(El hombre) dijo a Pedro: —Pedro.
Éste
se atemorizó (preguntándose) cómo había llegado a saber que su nombre era
Pedro. Pedro respondió al Salvador: —¿De dónde me conoces, puesto que has
pronunciado mi nombre?
Respondió
Litargoel: —Deseo preguntarte quién te ha dado el nombre de Pedro.
Díjole
él: —Jesús, el Cristo, el hijo del Dios viviente, Él me dio este nombre.
Respondió
(Litargoel) con estas palabras: —Yo soy (ese). Reconóceme, Pedro.
Desanudó
el vestido que le cubría, con el que se había disfrazado ante nosotros, y se
nos reveló en verdad como era él. Nos postramos en tierra y lo adoramos
nosotros, los once apóstoles. Extendió su mano, nos hizo levantar (y) hablamos
con él humildemente. Mientras nuestras cabezas estaban inclinadas hacia el
suelo con respeto, le dijimos: —¿Qué quieres que hagamos? Mas otórganos la
fuerza para que cumplamos tu voluntad en todo momento.
Él
(Jesús) les entregó el ungüento de nardo curativo y la cajita que estaba en las
manos del dicípulo, y les impartió la orden 10 siguiente: —Volved a la
ciudad de la que habéis salido que es llamada «Inhabitación». Continuad
enseñando pacientemente a los que han creído en mi nombre, puesto que yo he
tenido paciencia en los sufrimientos de la fe. Yo os otorgaré vuestra
recompensa. Dad a los pobres de la ciudad lo que necesiten para que vivan de
ello, hasta que yo les dé lo que es superior, lo que os dije que os iba a dar
de balde.
Pedro
respondió con estas palabras: —Señor, Tú nos has enseñado a renunciar al mundo
y a lo que en él hay. Hemos dejado todo por ti. Nos preocupamos (ahora
solamente) del alimento de cada día. ¿Dónde podremos encontrar las cosas
necesarias que nos pides entregar a los pobres?
El
Señor respondió con estas palabras: —¡Oh Pedro!, era necesario que
comprendieras la parábola que te he contado. ¿No sabes tú que mi nombre, que tú
enseñas, es más valioso que cualquier riqueza y que la sabiduría de Dios es
superior al oro, la plata y las piedras preciosas?
La
misión universal
Les
entregó (la cajita con) los remedios medicinales y les dijo (de nuevo): —Curad
a todos los enfermos de la ciudad que han creído 11 [en] mi
nombre.
Pedro
tuvo miedo de responderle por segunda vez. Se dirigió al que estaba a su lado,
que era Juan, (y le dijo): —Habla tú esta vez.
Juan
respondió con estas palabras: —Señor: tenemos miedo de pronunciar ante ti
multitud de palabras. Pero eres tú el que nos exige que practiquemos esta
técnica, aunque nadie nos
ha instruido para ser médicos. ¿Cómo, pues, sabremos
curar los cuerpos, como tú nos has ordenado?
Le
respondió (Jesús): —Has hablado bien, Juan, pues yo sé que los médicos de este
mundo acostumbran a curar (las enfermedades) que pertenecen al mundo. (Pero)
los médicos del alma sanan los corazones. Curad, pues, los cuerpos primero, de
modo que gracias a la potencia curativa que hay en vosotros para curación de
los cuerpos sin medicinas de este mundo puedan creer que os es posible también
sanar las enfermedades del corazón. Con los ricos de la ciudad, (sin embargo,)
esos que no consideran digno saber de mí, sino que se regocijan en su riqueza y
en su orgullo, con ésos, pues, 12 no comáis en [sus] casas, ni os amiguéis con ellos, no
sea que os hagan partícipes de su parcialidad. Pues muchos toman partido por
los ricos en las iglesias, porque son pecadores (también) y proporcionan la
ocasión a otros hombres de hacer (lo mismo). Mas vosotros juzgadlos con sabiduría,
de modo que vuestro ministerio sea glorificado, y para que Yo y mi nombre sean
glorificados también en las iglesias.
Los
discípulos respondieron así: —Sí. En verdad esto es lo que conviene hacer.
Se
postraron en tiera y lo adoraron. (Pero) él los hizo levantar y se apartó de
ellos en paz. Amén.
Hechos
de Pedro y los Doce Apóstoles.
Fuente:
Textos Gnósticos - Biblioteca Nag Hammadi II, por Antonio Piñero.
Editorial Trotta www.trotta.es
Nota: la numeración corresponde a las páginas del manuscrito
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