Policarpo de Esmirna

I.
Me gocé en gran manera con vosotros en nuestro Señor
Jesucristo, por el hecho de que recibisteis a los seguidores del verdadero Amor
y los escoltasteis en su camino, como os correspondía hacer —hombres puestos en
santas cadenas que son las diademas de los que son verdaderamente escogidos por
Dios y nuestro Señor— y que la firme raíz de vuestra fe, cuya fama llega a los
tiempos primitivos, permanece aún ahora y lleva fruto para nuestro Señor
Jesucristo, que sufrió para hacer frente incluso a la muerte por nuestros
pecados, a quien Dios levantó, habiendo soltado de los dolores del Hades, a
quien amáis sin haberle visto, con gozo inefable y glorioso; en cuyo gozo
muchos desean entrar; por cuanto vosotros sabéis que es por gracia que somos
salvos, no por obras, sino por la voluntad de Dios por medio de Jesucristo.
II.
Por lo cual ceñid vuestros lomos y servid a Dios con
temor y verdad, abandonando las
parlerías vanas y vacías y el error de muchos, porque habéis creído en Aquel
que levantó a nuestros Señor Jesucristo de los muertos y le dio gloria y un
trono a su diestra; al cual fueron sometidas todas las cosas en el cielo y
en la tierra; al cual toda criatura que tiene aliento sirve; que viene como juez
de los vivos y los muertos; cuya sangre Dios requerirá de todos los que le
son desobedientes. Ahora bien, el que le levantó a Él de los muertos nos
levantará también a nosotros; si hacemos su voluntad y andamos en sus
mandamientos y amamos las cosas que El amó, absteniéndonos de toda injusticia,
codicia, amor al dinero, hablar con malicia, falso testimonio; no
devolviendo mal por mal o burlas por burlas, o golpe por golpe, o maldición
por maldición; sino recordando las palabras que dijo el Señor cuando enseiió: No
juzguéis, para que no seáis juzgados. Perdonad, y seréis perdonados. Tened
misericordia, para que podáis recibir misericordia. Con la medida que medís, se
os medirá a vosotros; y también: Bienaventurados los pobres y los que
son perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de Dios.
III.
Estas cosas os escribo, hermanos, con
respecto a la justicia, no porque yo me impusiera esta carga, sino porque
vosotros me invitasteis. Porque ni yo, ni hombre alguno, puede seguir la
sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, el cual, cuando estuvo entre
vosotros, enseñó cara a cara a los hombres de aquel día la palabra de verdad
con cuidado y certeza; y cuando estuvo ausente, os escribió una carta, en la
cual, si la escudriñáis con diligencia, podréis ser edificados en la fe que se
os ha dado, la cual es la madre de todos nosotros, en tanto que la
esperanza sigue en pos y el amor va delante —amor hacia Dios y Cristo y hacia
nuestro prójimo—. Porque si un hombre se ocupa de ello, ha cumplido los
mandamientos de la justicia; porque el que ama está lejos de todo pecado.
IV.
Pero el
amor al dinero es el comienzo de todos los males. Sabiendo, pues, que no trajimos nada a este mundo
ni tampoco nos llevaremos nada de él, aprestémonos con la armadura de la
justicia, y enseñémonos primero a andar en el mandamiento del Señor; y luego
nuestras esposas también, a andar en la fe que les ha sido dada y en amor y
pureza, apreciando a sus propios esposos en toda verdad y amando a todos los
hombres igualmente en toda castidad, y criando a sus hijos en el temor de Dios.
Nuestras viudas deben ser sobrias en lo que se refiere a la fe del Señor,
haciendo intercesión sin cesar por todos los hombres, absteniéndose de toda
calumnia, de hablar con malicia, dar falso testimonio, amar el dinero y toda
cosa mala, sabiendo que son el altar de Dios, y que todos los sacrificios son
inspeccionados cuidadosamente, y nada escapa de Él, ni sus pensamientos ni las
intenciones o alguna de las cosas secretas del corazon.
V.
Sabiendo, pues, que de Dios nadie se mofa, deberíamos
andar dignamente en su mandamiento y su gloria. De igual manera los diáconos
deben ser intachables en la presencia de su justicia, como diáconos de Dios y
Cristo y no de hombres; no calumniadores, ni con doblez de palabra, ni amantes
del dinero, templados en todas las cosas, compasivos, diligentes, andando en conformidad
con la verdad del Señor que se hizo ministro (diácono) de todos. Porque
si le agradamos en este mundo presente, recibiremos también el mundo futuro,
según Él nos prometió que nos levantaría de los muertos, y que si nos
conducimos dignamente de Él, también reinaremos con Él si en verdad
tenemos fe. De la misma manera también los jóvenes deben ser intachables en
todas las cosas, cuidando de la pureza ante todo y apartándose de toda clase de
mal. Porque es bueno refrenarse de las concupiscencias del mundo, porque toda
concupiscencia batalla contra el Espíritu, y ni los fornicarios, ni los
afeminados, ni los que se contaminan entre sí con hombres heredarán el reino de
Dios, ni los que hacen cosas impropias. Por lo tanto es justo abstenerse de
todas estas cosas, sometiéndoos a los presbíteros y diáconos como a Dios y a
Cristo. Las vfrgenes deben andar en una conciencia inmaculada y pura.
VI.
Y los presbíteros también deben ser compasivos,
misericordiosos hacia los hombres, haciendo volver a las ovejas que se han
extraviado, visitando a todos los enfermos, sin descuidar una viuda o un
huérfano o un pobre: sino procurando hacer siempre lo que es honroso a la
vista de Dios y de los hombres, absteniéndose de toda ira, acepción de
personas, juicios injustos, apartándose de todo amor al dinero, no prontos a
creer nada en contra de un hombre, sin enjuiciar precipitadamente, sabiendo que
todos somos deudores de pecado. Si, pues, rogamos al Señor que nos perdone,
nosotros deberíamos también perdonar: porque estamos delante de los ojos de
nuestros Señor y Dios, y todos hemos de presentarnos ante el trono del
juicio de Cristo, y cada uno tendrá que dar cuenta de sí. Por tanto,
sirvámosle de tal modo con temor y toda reverencia, como Él mismo dio
mandamiento y los apóstoles que os predicaron el Evangelio y los profetas que
proclamaron con antelación la venida de nuestro Señor; siendo celosos en cuanto
a lo que es bueno, absteniéndoos de ofensas y de los falsos hermanos y de los
que llevan el nombre del Señor hipócritamente, que hacen descarriar a los
necios.
VII.
Porque todo el que no confiesa que
Jesucristo ha venido en la carne, es anticristo; y todo el que no confiesa
el testimonio de la cruz, es del diablo; y todo el que tergiversa las palabras
del Señor para sus propios deseos carnales y dice que no hay resurrección ni juicio, este hombre es el primogénito de Satanás. Por
lo tanto, abandonemos las acciones vanas de muchos y sus falsas enseñanzas, y
volvamos a la palabra que nos ha sido entregada desde el principio, siendo
sobrios en la oración y constantes en los ayunos, rogando al Dios
omnisciente, con suplicaciones, que no nos deje caer en la tentación, según
dijo el Señor: El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es
débil.
VIII.
Por tanto, mantengámonos sin cesar firmes
en nuestra esperanza y en las arras de nuestra justicia, que es Jesucristo, el
cual tomó nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, y no pecó,
ni fue hallado engaño en su boca, sino que por amor a nosotros sufrió todas
las cosas, para que pudiéramos vivir en Él. Por tanto seamos imitadores de su
resistencia en los sufrimientos; y si sufrimos por amor a su nombre,
glorifiquémosle. Porque Él nos dio este ejemplo en su propia persona, y
nosotros lo hemos creído.
IX.
Por tanto, os exhorto a todos a ser obedientes a la
palabra de justicia y a soportarlo todo, según visteis con vuestros propios
ojos en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sí, y en los otros también
que han venido a vosotros, así como en el mismo Pablo y en el resto de los
apóstoles; estando persuadidos de que todos éstos no corrieron en vano, sino en
fe y justicia, y que están en su lugar debido en la presencia del Señor, con el
cual han sufrido también. Porque no amaron al mundo presente, sino a
Aquel que murió por amor a nosotros y fue resucitado por Dios para nosotros.
X.
Estad firmes, pues, en estas cosas y seguid el ejemplo
del Señor, manteniéndoos firmes en la fe e inconmovibles, amad la
fraternidad, y tened afecto los unos a los otros, adheridos a la verdad,
previniéndoos los unos a los otros en la mansedumbre del Señor, sin despreciar
a nadie. Cuando podáis hacer bien, no lo demoréis, porque la
compasión libra de la muerte. Estad sometidos los unos a los otros, y que
vuestros tratos con los gentiles sean intachables, para que de vuestras
buenas obras podáis recibir alabanza y a la vez que el Señor no sea
blasfemado en vosotros. Porque ¡ay de aquel a causa del cual es blasfemado
el nombre del Señor! Por tanto, enseñad sobriedad a todos los hombres, y
andad vosotros en ella.
XI.
Sentí gran pena a causa de Valens, el cual en otro
tiempo era presbítero entre vosotros, a causa de su ignorancia respecto al
cargo que le fue conferido. Os advierto, pues, que os abstengáis de la codicia
y que seáis puros y fieles. Absteneos de todo mal. Pero el que no puede
gobemarse en estas cosas, ¿cómo puede hacerlas cumplir a otros? Si un hombre no
se abstiene de la codicia será corrompido por la idolatría y será juzgado como
uno de los gentiles que no conocen el juicio del Señor. ¡Cómo! ¿No sabéis
que los santos juzgarán al mundo, según enseña Pablo? Pero no he hallado
cosa semejante en vosotros, ni la he oído, entre aquellos con quienes trabajó
el bienaventurado Pablo, que fuisteis sus cartas al principio (alabados
al principio de su carta). Porque él se gloriaba de vosotros en todas
las iglesias que eran las únicas que en aquel tiempo conocían a Dios;
porque nosotros no le conocíamos todavía. Por tanto, tengo muchísima pena a
causa de él y de su esposa, a los cuales el Señor quiera conceder verdadero
arrepentimiento. Por lo tanto, sed vosotros también sobrios, y no los
tengáis como enemigos, sino restauradles como miembros débiles y
descarriados, para que pueda ser salvo todo el cuerpo de vosotros. Porque al
hacerlo os edificáis los unos a los otros.
XII.
Porque
estoy persuadido de que estáis bien versados en los escritos santos, y nada
está escondido de vosotros. Pero a mí esto no me ha sido concedido. Sólo que,
según dicen estas escrituras: Enojaos y no pequéis, y Que el sol no
se ponga sobre vuestro enojo. Bienaventurado es el que recuerda esto; y
confío que es así con vosotros. Ahora bien, que el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, y el mismo Sumo Sacerdote eterno, el [Hijo] de Dios
Jesucristo, os edifique en fe y en verdad, y en toda mansedumbre y a evitar
todo enojo, y en resistencia, y en longanimidad, y en soportar con paciencia y
en pureza; y que Él os conceda la suerte y parte de sus santos, y a nosotros
con vosotros, y todos los que están bajo el cielo, que creerán en nuestro Señor
y Dios Jesucristo y en su Padre que lo levantó de los muertos. Orad en
favor de todos los santos. Orad también por los reyes y potentados y
príncipes, y por los que os persiguen y aborrecen, y por los enemigos de la
cruz, que vuestro fruto pueda ser manifiesto entre todos los hombres, para
que podáis ser perfeccionados en Él.
XIII.
Me escribisteis, y también Ignacio,
pidiéndome que si alguno fuera a Siria llevara consigo las cartas vuestras. Y
esto es lo que haré si tengo una buena oportunidad, sea yo mismo o aquel a
quien enviaré como embajador en vuestro nombre también. Las cartas de Ignacio
que él me envió, y tantas otras cartas como hay en posesión nuestra, os las
enviamos, según nos encargasteis; y van incluidas con esta carta; de ellas vais
a recibir gran beneficio. Porque hay en ellas fe y resistencia y toda clase de
edificación, que pertenece a nuestro Señor. Además, respecto al mismo Ignacio y
a los que estaban con él, si es que tenéis noticias fidedignas, dádnoslas a
conocer.
XIV.
Os escribo estas cosas por medio de
Crescens, a quien os encomendé recientemente y ahora os encomiendo: porque ha
andado de modo intachable entre nosotros; y creemos que también ha hecho lo
mismo con respecto a vosotros. Pasadlo bien en el Señor Jesucristo en gracia,
vosotros y todos los vuestros. Amén.
Fuente: Los Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot.
Editorial CLIE www.clie.es
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