jueves, 28 de junio de 2012


Madame Bablastky
Apolonio de Tiana y Simon el Mago


En la "Historia de la Religión Cristiana hasta el año Doscientos", de Charles B. Waite, A.M., anunciada y reseñada en el Banner of Light 1 (Boston), encontramos partes de la obra relacionadas con el gran taumaturgo del segundo siglo d.C. Apolonio de Tyana, sin rival en el Imperio Romano.


"El tiempo del cual este volumen toma especial conocimiento está dividido en seis periodos, durante el segundo de los cuales, 80 al 120 d.C., está incluida la ‘Era de los Milagros’, la historia que demostrará ser de interés para los espiritualistas como una forma de comparar las manifestaciones de inadvertidas inteligencias de nuestro tiempo con similares eventos de los días inmediatamente posteriores a la introducción del Cristianismo. Apolonio de Tyana fue la más notable personalidad de este periodo, y fue testigo del reinado de una docena de emperadores romanos. Antes de su nacimiento, Proteo, un dios egipcio, se le apareció a su madre y le anunció que encarnaría en el niño venidero. Siguiendo las indicaciones dadas en un sueño, ella se dirigió a un prado para recoger flores. Estando allí, una bandada de cisnes formó un coro a su alrededor, agitando sus alas y cantando al unísono. Mientras estaban ocupados en ello, y el aire era abanicado por un delicado céfiro, Apolonio nació."
Esta es una leyenda de las que, en tiempos pretéritos, hacían de cada personalidad notable un "hijo de Dios" milagrosamente nacido de una virgen. Y lo que sigue es historia. "En su juventud él tenía un poder mental y una belleza personal maravillosos, y hallaba su mayor felicidad en las conversaciones con los discípulos de Platón, Crisipo y Aristóteles. No comía nada que tuviese vida, se mantenía con frutas y productos de la tierra, era un admirador entusiasta y un discípulo de Pitágoras, y como tal, permaneció en silencio durante cinco años. Dondequiera que él fue reformó el culto religioso y realizó actos maravillosos. En las fiestas, asombró a los invitando produciendo pan, frutos, verduras y varios bocados exquisitos que aparecían a su orden. Se animaron estatuas con vida, y las figuras de bronce de los pedestales tomaron posición y realizaron las labores de los sirvientes. Por ejercicio del mismo poder ocurrieron desmaterializaciones, vasos de oro y plata, con sus contenidos, desaparecieron; incluso los sirvientes desaparecían de la vista en un instante.
En Roma, Apolonio fue acusado de traición. Llevado a examen, el acusador avanzó, desplegó el rollo en el que había sido escrita la imputación, y quedó pasmado al encontrarlo completamente en blanco.
Encontrándose en un cortejo fúnebre, dijo a los asistentes: ‘coloquen el féretro y yo secaré las lágrimas que Uds. han vertido por la doncella’. Tocó a la joven mujer, profirió unas palabras, y la muerta volvió a la vida. Estando en Esmirna, fue convocado a Efeso, donde se había producido un brote de rabia. ‘No debe perderse la jornada’, dijo, y tan pronto pronunció esas palabras estaba en Efeso.
Cuando tenía casi cien años, fue llevado ante el Emperador romano, acusado de ser un encantador. Fue conducido a prisión. Allí alguien le preguntó cuándo recuperaría la libertad. ‘Mañana si depende del juez; en este momento si depende de mí’. Dicho esto, liberó sus pies de los grilletes y dijo: ‘Vea Ud. la libertad de que disfruto’. Él, entonces, lo reemplazó en los grilletes.
En el tribunal se le preguntó: ‘¿Por qué los hombres lo consideran un Dios?’
‘Porque –contestó- todo hombre bueno recibe tal denominación’.
‘¿Cómo pudo predecir la plaga de Efeso?’
Él contestó: ‘manteniendo una dieta alimenticia más ligera que la de otros hombres’.
Sus respuestas a los acusadores sobre estos y otros interrogantes exhibieron tal fuerza que el Emperador quedó muy impresionado, y lo declaró inocente del crimen que se le imputaba; pero ordenó que permaneciera detenido para sostener con él una conversación privada. El contestó: ‘podrá usted detener mi cuerpo, pero no mi alma; e incluso agregaré, tampoco mi cuerpo’. Habiendo proferido estas palabras, desapareció de ante el Tribunal, y aquel mismo día se encontró con sus amigos en Puteoli, a tres días de Roma.
Los escritos de Apolonio revelan que fue un hombre de erudición, con un conocimiento consumado de la naturaleza humana, imbuido de nobles sentimientos y de los principios de una filosofía profunda. En una epístola a Valerio él dice:
‘Nada muere excepto en apariencia, y del mismo modo, tampoco, nada nace excepto en apariencia. Lo que ocurre en esencia dentro de la naturaleza aparenta ser el nacimiento, y lo que ocurre en esencia dentro de la naturaleza, en cierto modo, es la muerte; aunque nada realmente se origina, y nada alguna vez perece; pero tan solo ahora aparece a la vista, y ahora se desvanece. Aparece a causa de la densidad de la materia; y desaparece a causa de lo tenue de la esencia; pero siempre es la misma, solo difiere en movimiento y condición.’
El tributo más elevado a Apolonio le fue brindado por el Emperador Tito. El filósofo le escribió a él, poco después de su ascensión, aconsejándole moderación en su gobierno. Tito respondió:
‘En mi propio nombre y en nombre de mi país le doy las gracias, y estaré atento a esas cosas. De hecho, yo he conquistado Jerusalén, pero Usted me tiene capturado a mi’.
Las cosas maravillosas realizadas por Apolonio, consideradas como milagros, cuya fuente y causa productora el espiritualismo moderno reveló claramente, fueron creídas extensamente durante el segundo siglo y los años subsiguientes, por cristianos y otros.
Simón el Mago fue otro prominente hacedor de milagros de la segunda centuria, y nadie negó su poder. Incluso los cristianos se vieron obligados a admitir que realizó milagros. Se alude a él en los Hechos de los Apóstoles, viii: 9-10. Su fama era mundial, tenía seguidores en cada nación, y en Roma fue erigida una estatua en su honor. Disputó frecuentemente con Pedro en concursos, eso que hoy llamaríamos torneos de milagros, para determinar quién de los dos tenía mayor poder. Se declara en ‘Los Hechos de Pedro y Pablo’ que Simón produjo una serpiente de latón que se movía, estatuas de piedra que reían, y se elevó en el aire por sí mismo; a lo que se agrega: ‘a diferencia de esto, Pedro sanó al enfermo con una palabra, hizo que el ciego pudiera ver, etc.’ Simón, llevado ante Nerón, cambió su forma: de repente se volvió un niño, después un anciano; en otro momento un hombre joven. ‘Y Nerón, al ver esto, supuso que era un Hijo de Dios.’
En ‘Reconocimientos’, una obra de Petrine de edades tempranas, se relata una discusión pública entre Pedro y Simón el Mago, que es reproducida en este volumen.
Se da cuenta de muchos otros obradores de milagros y se muestra concluyentemente que el poder que poseían no se limitaba a un número determinado de personas, como el mundo cristiano enseñó, sino que esos dones mediumnísticos eran poseídos por muchos.
Las declaraciones citadas de escritores de los primeros dos siglos de que tuvieron lugar dichos hechos, contribuyó grandemente a reforzar la fe de los más crédulos, aún en esa época de maravillas. Muchos de estos relatos pueden estar muy exagerados pero no es razonable suponer que se trató de puras invenciones, sin una pizca de verdad en su origen; menos aún después de las revelaciones hechas al hombre desde el advenimiento del espiritualismo moderno. Alguna idea de la minuciosidad con la que cada asunto es tratado en este volumen puede formarse mencionando que en el índice hay doscientas trece referencias a pasajes relacionados con "Jesucristo"; de lo que también puede inferirse con justicia que el contenido tiene que ser de gran valor para aquellos que buscan información que permita determinar si Jesús fue ‘Hombre, Mito o Dios’. ‘El Origen e Historia de las
Doctrinas Cristianas’, como también ‘El Origen y Establecimiento de la Autoridad de la Iglesia de Roma sobre las demás Iglesias’, son totalmente expuestos, y mucha luz es arrojada sobre varias cuestiones oscuras y polémicas. En una palabra, es imposible para nosotros, sin exceder por mucho los límites impuestos para este artículo, hacer completa justicia con este libro tan instructivo; pero creemos que ha sido suficiente para convencer a nuestros lectores de que su interés excede lo ordinario, y que se trata de una deseable adquisición de literatura para esta era progresista.”

Algunos escritores pretendieron hacer aparecer a Apolonio como un personaje de carácter legendario, mientras devotos cristianos insisten en llamarlo un impostor.
La existencia de Jesús de Nazareth fue también declarada por la historia y siendo él mismo conocido a medias por los escritores clásicos, como lo fue Apolonio, ningún escéptico puede dudar actualmente de la existencia de tal hombre como el hijo de María y José. Apolonio de Tyana fue amigo y corresponsal de la Emperatriz romana y de varios emperadores, mientras que de Jesús nada ha permanecido en las páginas de la historia, como si su vida se hubiese escrito en las arenas del desierto. Su carta a Agbaro, el príncipe de Edesa, la autenticidad que le es concedida tan sólo por Eusebio –el Barón Munchausen de la jerarquía patrística- es llamada en las Evidencias del Cristianismo “un esfuerzo de falsificación” incluso por el propio Paley, cuya robusta fe acepta las más increíbles historias. Apolonio, entonces, es un personaje histórico; a la vez que muchos al nivel de los mismos Padres de la Iglesia, colocados ante el ojo escrutador de la crítica histórica, comienzan a fluctuar y muchos de ellos se desvanecen y desaparecen como el “fuego fatuo” o el ignus fatuus.

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